Latin

Capítulo i

RECONOCER LAS INCLINACIONES HUMANAS

Originalseite   …   p. 1

Originaltext:

Que las almas siguen a los cuerpos.

Y que estas no son inmunes por sí mismas a los movimientos del cuerpo resulta evidente en caso de embriaguez y enfermedad, pues las almas parecen alterarse mucho ante las pasiones del cuerpo.

Y en sentido inverso, que el cuerpo padece junto con las pasiones del alma lo ponen de manifiesto los amores y los temores, los dolores y los placeres.

A mayor abundamiento, en los frutos de la naturaleza uno podrá advertir con mayor claridad que el cuerpo y el alma, por compartir una misma naturaleza, se provocan muchas pasiones entre sí; en efecto, nunca se ha formado o generado un animal con forma de un animal y alma de otro, sino que siempre detentan el cuerpo y el alma del mismo; así pues, un cuerpo determinado ha de ir acompañado de una forma determinada.

Es más, los entendidos pueden pronunciarse sobre cualquier animal en función de su forma, los jinetes sobre los caballos y los cazadores sobre los perros.

Si todo esto fuese cierto, y siempre lo es, se dará por cierta la existencia de la disciplina fisionómica.

Capítulo ii

CRITERIO CON QUE SE HA DE PROCEDER EN ESTA CIENCIA.

Originalseite   …   p. 9

Originaltext:

Así pues, los primeros fisiónomos abordaron esta disciplina siguiendo tres métodos, uno cada uno.

Unos ejercen la fisionomía en función de los géneros animales y, dentro de estos géneros, proponen una apariencia para el animal y un alma para la especie.

En cambio, otros creían que quienes tuviesen un cuerpo semejante también albergarían un alma semejante.

Otros procedían del siguiente modo: no consideraban todos los animales, sino que establecían diferencias de usos y costumbres en el propio género humano, atendiendo a los pueblos, como los egipcios, los tracios y los escitas; la elección de las señales se realizaba de manera semejante.

Otros, en cambio, reconocían las costumbres de la disposición mediante las costumbres aparentes; ahora bien, cada disposición lleva ligada una costumbre, la del iracundo, la del temeroso, la del lascivo y la de cualquier otra pasión.

Es posible ejercer la fisionomía según todos estos métodos, e incluso otros, y efectuar la elección de las señales de modos diferentes.

Pues bien, estos solo ejercen la fisionomonía mediante las costumbres físicas. En primer lugar, sostienen que algunos individuos, aun no siendo iguales, comparten las mismas costumbres del rostro; tal es el caso del hombre valiente y el desvergonzado, aunque sus almas y su intelecto son muy diferentes.

En segundo lugar, porque en determinados momentos no muestran sus rasgos de siempre, sino los de otros; en efecto, quienes suelen estar tristes pueden pasar un buen día, y entonces adoptan la apariencia de alguien risueño; y al contrario, el risueño puede entristecerse, alterándose la apariencia de su rostro.

Además de esto, uno ha de formular su conjetura en virtud de las pocas cosas que siempre están efectivamente presentes.

Por su parte, quienes ejercen la fisionomía mediante las bestias no hacen una buena selección de las señales; en efecto, quien escruta la apariencia de cada animal no puede decir con certeza que un individuo cuyo cuerpo se asemeja al de otro haya de albergar también un alma semejante. No en vano, dicho de manera general, nadie dará con un hombre tan semejante a una bestia, sino más o menos afín en algún aspecto.

Además, los animales tienen pocas señales propias, y muchas comunes; por consiguiente, si alguien se les pareciese no según algo propio, sino según algo común, ¿por qué se habría de decir que es más semejante al león que al ciervo, cuando las señales propias han de significar algo propio, y las comunes, a su vez, algo común?

Así pues, las señales comunes no revelarán nada al fisiónomo.

Por su parte si alguien considerase las señales propias de cada bestia, no podría reconocer su significado; no en vano, es algo propio de las señales propias.

A su vez, nadie podrá identificar nada propio en el alma de los animales sometidos al análisis fisionómico, pues no es el león el único animal valiente, sino que hay muchos otros, ni es la liebre la única temerosa, hay cientos. Así pues, si el estudioso de las señales nada obtiene de las señales comunes ni de las propias, ciertamente no aprovechará el estudio de cada animal.

Conviene, en cambio, efectuar la selección de entre los hombres que padecen una misma pasión; así, por ejemplo, si alguien estuviese estudiando las señales del valiente, debería reunir a los animales valientes, examinar las pasiones que se dejan ver en todos ellos e identificar cuáles no se dan en ningún otro animal.

Pues si alguien concluyese que esas son las señales de la valentía de los animales anteriores, y que la valentía no es su única pasión intelectual común, sino que existen algunas otras, se preguntará si estas señales son propias de la valentía o de otra cosa.

En cambio, conviene extraer conclusiones de muchos animales diversos que no compartan ninguna otra pasión manifiesta cuyas señales pudieses observar.

Así pues, de entre las señales, las estables representan algo estable; en cambio, las que aparecen y desaparecen, y luego faltan, ¿cómo podrían ser señal certera de algo que no permanece en el intelecto? Pues si alguien percibe una señal que aparece y desaparece con regularidad, en verdad podría ser certera, pero no será apropiada, al no seguir de manera continua a la cosa.

A su vez, las pasiones producidas en el alma que no alteran las señales del cuerpo de que se sirve el fisiónomo no aprovecharán a esta disciplina; así, no es posible reconocer lo que atañe a las opiniones o conocimientos de los médicos o citaristas, pues el que aprende una disciplina no ha alterado ninguna señal de las que se sirve el fisiónomo.

Capítulo iii

DE QUÉ SE OCUPA LA FISIONOMÍA Y CON QUÉ MEDIOS PROCEDE

Originalseite   …   p. 20

Originaltext:

Conviene, pues, determinar qué cosas comprende la fisionomía, pues no las comprende todas, y de dónde toma sus señales individuales; acto seguido, conviene exponer razonadamente lo más evidente a propósito de cada una de ellas.

Así pues, la fisionomía, como su propio nombre indica, concierne a las pasiones naturales de cuanto se encuentra en el intelecto y de cuanto se adquiere de modo complementario y viene a transformar las señales sobre las que se ejerce la fisionomía.

Más adelante se detallará de cuáles se trata.

Diré ahora, en cambio, las clases de señales que se tienen en consideración, que son todas, pues la fisionomía recurre a los movimientos, las figuras, los colores, los gestos del rostro, la suavidad, la voz, la carne, los miembros y la apariencia de todo el cuerpo; así son, pues, de manera general, las muy variadas señales que consideran los fisiónomos.

Pues bien, si tal explicación resultase oscura o imprecisa, baste al menos lo dicho.

Pero tal vez sea mejor ofrecer ahora una explicación individual más exacta para cada señal aparente de las que emplea la fisionomía, diciendo a qué tipo de señal se asocia cada una, incluyendo las que no se han mencionado anteriormente.

Capítulo iv

LO QUE INDICAN LOS COLORES EN LOS CUERPOS DE LOS HOMBRES

Originalseite   …   p. 23

Originaltext:

Por consiguiente, los colores son representativos: los vivos representan al cálido e impulsivo, los blancos con rubor al de buen carácter, cuando tal color se da en un cuerpo delicado.

A su vez, los pelos suaves denotan al temeroso; los ásperos, en cambio, al valiente. Esta señal se ha tomado de todos los animales; no en vano, el ciervo, la liebre y la oveja son animales temerosísimos, y tienen un pelo muy suave; en cambio, el león y el jabalí son valerosísimos, y tienen un pelo muy áspero. Esto mismo se advierte también en las aves; de hecho, por regla general, las de plumas duras son valientes, y las de plumas blandas son temerosas, como se echa de ver de modo particular en las codornices y en los gallos.

Y lo mismo sucede con los distintos tipos de hombres: así, los que viven en el norte son fuertes y de pelos duros; en cambio, los del el sur son tímidos y tienen el pelo blando.

La vellosidad del vientre, por su parte, representa la locuacidad; esto se asocia al género de las aves pues, en lo que al cuerpo respecta, lo propio de las aves es la vellosidad, y en cuanto al intelecto, la locuacidad.

A su vez, una carne ciertamente dura y de buen aspecto natural denota al insensible.

A su vez, una carne blanda denota al ingenioso e inestable.

A menos que tal cosa sucediese en un cuerpo fuerte y de extremidades poderosas.

Los movimientos lentos representan un intelecto blando; los agudos, en cambio, uno cálido.

En cuanto a la voz, la grave e intensa denota al valiente; la aguda y apocada, por su parte, al temeroso.

Por su parte, la figura y las pasiones del rostro se perciben en virtud de las semejanzas de la pasión: así, cuando se padece algo, parece que uno pasa a acusar ese algo; cuando alguien enfurece, adopta una señal irascible del mismo tipo.

El macho es más grande y más valiente que la hembra, y sus extremidades son más fuertes y gruesas, gozan de mejor aspecto, y es más poderoso en todas sus fuerzas.

Capítulo v

MODO DE PROCEDER EN LA FORMULACIÓN DE UN JUICIO, Y SEÑALES MÁS O MENOS DIGNAS DE CONFIANZA

Originalseite   …   p. 41

Originaltext:

De entre las señales de las partes del cuerpo, son más potentes las que se toman de las costumbres y atendiendo a los movimientos y figuras.

Resulta estúpido otorgar fe ciega a una única señal; en cambio, cuando varias señales de un mismo individuo convengan entre sí, tanto más convendrá tomar esas señales por ciertas.

Existe otro modo de ejercer la fisionomía, mas nadie lo ha puesto en práctica: si el iracundo, triste y pequeño ha de ser de carácter necesariamente malevolente, aun en ausencia de las señales del malevolente, el fisiónomo podría identificar al malevolente mediante las primeras, especialmente por ser este el método propio del filósofo, pues consideramos propio de la filosofía inferir lo necesario a partir de algunas cosas dadas.

Y deducir por principio fisionómico la contrapartida cuando se advierten las pasiones contrarias.

Atendiendo a la pasión de la voz, se convendrá en llamar aguda a la voz iracunda por dos motivos: en efecto, el hombre indignado y airado acostumbra a tensar su voz y a hablar agudo, mientras que el sosegado la relaja y habla grave; asimismo, los animales valientes tienen una voz grave, y los temerosos, aguda: en verdad, el león, el toro, el perro ladrador y los gallos orgullosos emiten sonidos graves, mientras que el ciervo y la liebre son de voz aguda.

Mas acaso convenga no determinar la valentía o temerosidad de estos animales por la agudeza o gravedad de su voz, y pensar más bien que la voz propia del valiente es la fuerte, y la del temeroso, la apagada y débil.

Cuando las señales no concuerdan, sino que discrepan, lo mejor es no afirmar nada, a menos que algunas de las señales discrepantes sean más creíbles que otras.

Esto es muy cierto dentro de una misma especie, pero no aplica a todo el género, pues dentro de este último se acusan más semejanzas de las deseables; en efecto, no ejercemos la fisionomía sobre todo el género humano, sino sobre individuos precisos.