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Zitationsvorschlag:

Lateinische Ausgabe: Camillo Baldi, In Physiognonica Aristotelis Commentarii, hrsg. von Javier Soage, Trier 2020.

Spanische Übersetzung: Camillo Baldi, Comentarios a las Physiognomica de Aristóteles, hrsg. und übers. von Javier Soage, Trier 2020.

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Proposal for citation:

Latin Edition: Camillo Baldi, In Physiognonica Aristotelis Commentarii, ed. Javier Soage, Trier 2020.

Spanish Edition: Camillo Baldi, Comentarios a las Physiognomica de Aristóteles, ed. and translated by Javier Soage, Trier 2020.

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Propuesta de citación:

Edición latina: Camillo Baldi, In Physiognonica Aristotelis Commentarii, hrsg. von Javier Soage, Trier 2020.

Edición española: Camillo Baldi, Comentarios a las Physiognomica de Aristóteles, hrsg. und übers. von Javier Soage, Trier 2020.

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Latin




Capítulo i

Capítulo i    RECONOCER LAS INCLINACIONES HUMANAS

orig:   (1.1)

Que las almas siguen a los cuerpos.  

In Abschnitte eingeteilte Kommentare Baldis zu den Originalauszügen von Aristoteles.

[Anmerkungen von Baldi zu einzelnen Abschnitten]

  ¶   1

Disponiéndose Aristóteles a exponer la teoría fisionómica, esto es, disponiéndose a examinar algunas señales del cuerpo que permiten reconocer con probabilidad las inclinaciones y costumbres humanas, en este capítulo demuestra la existencia de la fisionomía, entiéndase, del reconocimiento de la naturaleza, esto es, de las inclinaciones humanas, por medio de señales externas; y demuestra que, con ayuda de algunas señales presentes en el cuerpo, uno puede reconocer las inclinaciones y disposiciones del alma que conforma el cuerpo humano.



  ¶   2

Para ello, parte del principio de que las almas siguen a los cuerpos, esto es, que las afecciones del alma son tal como son los cuerpos que el alma modela, pues vemos que las afecciones del cuerpo modifican el alma y, como se suele decir, la alteran. Esto parece coincidir en cierta medida con lo que decía Galeno, que las costumbres del espíritu siguen el temperamento del cuerpo, como también opina el propio Aristóteles en el primer libro del De anima. Por su parte, si el alma y el cuerpo, estando unidos, padecen de manera conjunta y recíproca, es porque son como la materia y la forma, dos cosas esencialmente correlativas; a su vez, cuando una de estas cosas relativas sufre un cambio, por fuerza ha de cambiar también la otra, como se dice en el octavo libro de la Physica; así pues, cuantas afecciones se dan en los animales pertenecen al compuesto, aunque algunas parezcan concernir más al cuerpo y otras al alma.



  ¶   3

 Llamo afecciones y pasiones del cuerpo a los accidentes del cuerpo entero o de sus partes que llevan a cumplir mejor o peor aquellas tareas y operaciones de que son instrumento nato. En cambio, llamo afecciones del alma a los accidentes con que el alma se puede servir del cuerpo o de las partes corporales, de una u otra manera y de un modo concreto, para consumar una operación determinada; en efecto, si para cortar o pulir hacen falta un aserrador y una sierra, y el corte dependerá del aserrador y de la sierra, y el aserrador corta la madera con mayor o menor acierto según la calidad de la sierra, a la luz de lo expuesto parece que cabe entender lo mismo sobre el alma y el cuerpo.



orig:   (1.2)

Y que estas no son inmunes por sí mismas a los movimientos del cuerpo resulta evidente en caso de embriaguez y enfermedad, pues las almas parecen alterarse mucho ante las pasiones del cuerpo.  

  ¶   4

Explica Aristóteles lo que había dicho, a saber, que el alma sigue al cuerpo, esto es, que el alma se ve alterada por las alteraciones del cuerpo y, por así decirlo, padece junto con él; asimismo demuestra su postulado, que las pasiones del cuerpo cambian y alteran el alma, con un argumento a posteriori, como suele hacer con las proposiciones prácticamente evidentes. Así pues, dice: la embriaguez y las dolencias como el frenesí y el letargo son pasiones y alteraciones del cuerpo; por su parte, la embriaguez y el frenesí modifican el alma, volviendo demente, insensata y vacua la que era sensata y seria; por consiguiente, las pasiones del cuerpo alteran y modifican el alma, que es lo que había que demostrar. A su vez, nadie pone en duda que la embriaguez y el frenesí o el letargo sean pasiones del cuerpo, pues los cuerpos que padecen estas afecciones se purgan con medicamentos que arrastran los malos humores y, tras la purga, se encuentran mejor, y los hombres no solo recuperan la salud del cuerpo, sino también la del alma.



orig:   (1.3)

Y en sentido inverso, que el cuerpo padece junto con las pasiones del alma lo ponen de manifiesto los amores y los temores, los dolores y los placeres.  

  ¶   5

Explica la proposición inversa u opuesta a la anterior, que dice así: las pasiones y alteraciones del alma también modifican el cuerpo, esto es, según sea el alma, tal es el cuerpo; como decía el otro acerca del mono, que un alma ridícula se había procurado un cuerpo ridículo. La razón y la causa de este postulado son las mismas que las del anterior, y es que el cuerpo y el alma son materia y forma, y se dice que son esencialmente correlativos, luego cuando se produce un cambio en uno de ellos, se produce también en el otro, como se demuestra en el octavo libro de la Physica. Aplica nuevamente el argumento a posteriori: los amores, los temores, los dolores o la tristeza y el placer, esto es, la felicidad, son pasiones del alma, pues el alma es el principio con que sentimos miedo y amor; a su vez, vemos que el cuerpo cambia y padece en tales circunstancias, pues quienes sienten miedo pierden el color y no consiguen mantenerse quietos, y quienes están tristes, por su parte, agachan el rostro y suspiran, mientras que los enamorados y felices parecen acusar las afecciones inversas; por tanto, resulta evidente que las pasiones del alma también cambian y afectan al cuerpo. No en vano, como dicen los médicos, el temor, la ira y el amor desenfrenado provocan fiebres, dolores de cabeza, malestar de estómago e indigestiones, y en ocasiones incluso la muerte, como se lee en Apiano a propósito de Antíoco, prendido de amor por su madrastra Estratónice.



orig:   (1.4)

A mayor abundamiento, en los frutos de la naturaleza uno podrá advertir con mayor claridad que el cuerpo y el alma, por compartir una misma naturaleza, se provocan muchas pasiones entre sí; en efecto, nunca se ha formado o generado un animal con forma de un animal y alma de otro, sino que siempre detentan el cuerpo y el alma del mismo; así pues, un cuerpo determinado ha de ir acompañado de una forma determinada.  

  ¶   6

Lo que ya se ha confirmado por separado, que el alma sigue al cuerpo y que el cuerpo padece junto con las pasiones del alma, lo vuelve a probar ahora tomando ambas partes juntamente; prueba que el alma y el cuerpo están tan estrechamente unidosel uno con el otro que padecen de manera conjunta y recíproca y se provocan muchísimos cambios el uno al otro, como había dicho en el primer libro del De anima, que las pasiones del alma existen con el cuerpo, y que no son privativas del alma ni del cuerpo, sino que pertenecen al compuesto. A su vez, lo demuestra con el siguiente razonamiento: si un alma determinada de un ser vivo no tuviese un cuerpo concreto y propio, y en sentido inverso, si un cuerpo vivo determinado no albergase naturalmente su propia alma, podría venir a nacer o podría haber nacido un animal con alma de león, por ejemplo, y cuerpo de ciervo; ahora bien, esto es falso e imposible, como consta en el segundo libro del De anima, pues vemos que el cuerpo de un ciervo siempre alberga un alma de ciervo, y el de un asno, un alma de asno; por consiguiente, cabe concluir que según sea el cuerpo, tal será también el alma. Y la causa ya se ha repetido en varias ocasiones, y es que la materia y la forma guardan una relación entre sí; y si la materia contempla una forma de manera absoluto, y esta materia se procura tal forma de manera absoluta, la materia de un animal, de un buey, por ejemplo, solo puede adoptar la forma de un buey; y si la materia es un cuerpo orgánico, y un cuerpo como este se procura un alma semejante, un alma como esta también se encontrará solamente en un cuerpo semejante, pues un acto determinado se aloja en pasivos determinados.



orig:   (1.5)

Es más, los entendidos pueden pronunciarse sobre cualquier animal en función de su forma, los jinetes sobre los caballos y los cazadores sobre los perros.  

  ¶   7

Con otro ejemplo se vuelve a confirmar lo mismo, que existe una comunión entre alma y cuerpo; en efecto, quienes desean reconocer la naturaleza y las pasiones del alma de perros y caballos contemplan y estudian sus cuerpos, y contemplando las pasiones corporales de estos animales reconocen también las inclinaciones del alma. Resulta evidente, pues, que el alma y el cuerpo son dos cosas muy fuertemente ligadas y hermanadas, tanto que el reconocimiento del cuerpo y sus pasiones permite reconocer las cualidades, propensiones y disposiciones del alma que modela un cuerpo semejante en tanto que lo modela y lo emplea para consumar operaciones propias o comunes.



orig:   (1.6)

Si todo esto fuese cierto, y siempre lo es, se dará por cierta la existencia de la disciplina fisionómica.  

  ¶   8

Cumpliendo con el propósito de este capítulo, concluye en este punto la existencia de una disciplina capaz de reconocer mediante señales las naturalezas e inclinaciones de los hombres, disciplina que llamamos fisionomía. Así pues, dice: si esto fuese cierto, que por compartir el cuerpo y el alma una misma naturaleza y hermandad, un alma determinada tenga un cuerpo determinado y viceversa, y si es cierto que las pasiones del alma cambian mucho el cuerpo y que, como se ha dicho, las pasiones del cuerpo alteran el alma, se deduce que cabe conceder la existencia de una disciplina capaz de indicar los movimientos e inclinaciones del alma mediante las afecciones del cuerpo, y esta se denominará fisionomía. Por su parte, a la luz de lo anteriormente expuesto se puede razonar del siguiente modo: muchas pasiones del alma imprimen su huella en el cuerpo y lo alteran; estas pasiones se identifican gracias a las alteraciones del cuerpo y a las huellas impresas; por tanto, las pasiones del alma se pueden reconocer mediante las del cuerpo; a su vez, reconocer las pasiones del alma mediante las señales del cuerpo supone aplicar la fisionomía; así pues, resulta evidente que si se concede la posibilidad de reconocer las propensiones y disposiciones del alma mediante las señales del cuerpo, se concederá la existencia de la ciencia fisionómica, en tanto que se ocupa principalmente de tales menesteres.



  ¶   9

De todo ello deduzco que la fisionomía es una disciplina capaz de conjeturar mediante las señales del cuerpo las pasiones e inclinaciones naturales del alma de cada individuo, en virtud de las cuales decimos que es más o menos apto para el desempeño de unas determinadas costumbres, hábitos y operaciones de un modo determinado u otro. Este modo consiste en la forma y el hábito subsiguiente que se impone a estas propensiones naturales y las lleva al acto. Además, según sea el cuerpo, tal es el alma, y según sea el alma, tal es también el cuerpo; así, si el discurso es índice de las pasiones del alma, y tras haber reconocido las pasiones del alma es también posible reconocer el cuerpo, no sería absurdo pretender conjeturar por el contenido de una carta ya no solo las pasiones del espíritu, sino también muchísimas afecciones y costumbres del cuerpo, como en otra ocasión se ha explicado.



  ¶   10

Apunto que cuando Aristóteles dijo en este epígrafe que jamás se ha generado un animal con forma de un animal y alma de otro, por esta palabra no entendió la forma sustancial, que es el alma, sino la sola figura visible del animal, externa y accidental, con que se conjetura la interior, pues lo insensible se reconoce mediante lo sensible.



  ¶   11

Concluida la explicación de este primer capítulo, quedan por presentar algunas cuestiones y apuntes. El primero plantea si acaso es posible presagiar las cosas futuras y, en particular, las contingencias singulares; tanto la autoridad como la razón sugieren que no: Aristóteles sostiene en el primer libro del De interpretatione que las contingencias singulares futuras no conocen verdad precisa alguna; lo mismo demuestra la razón, y es que si el reconocimiento de las cosas responde a su existencia, sabiendo que las contingencias singulares futuras no existen, sino que pueden existir o no existir, antes de que existan no será posible reconocer si habrán o no habrán de existir. Además, según sean las causas, tales serán los efectos: las universales y necesarias provocan efectos necesarios, y las contingentes y singulares, a su vez, los provocan contingentes y singulares; por tanto, si las causas necesarias no pueden no provocar sus efectos necesarios, las no necesarias podrán no provocarlos y provocarlos, luego no es posible manejar certeza alguna sobre ellas. Por último, si se pudiese afirmar algo cierto y preciso a propósito de las contingencias futuras, las contingencias no serían contingentes, y esta consecuencia se desprende claramente de la propia definición de las contingencias; en efecto, llamamos contingencias a aquello que no existe pero que, de existir, no caería en lo absurdo, de modo que pueden existir y no existir, y no albergan nada necesario ni determinado si no es por suposición. Por el contrario, la astrología es una ciencia y predice cosas ciertas sobre las contingencias singulares futuras, luego sí que existe alguna ciencia que ose afirmar algo cierto sobre las contingencias singulares futuras. Además, también esta arte, tras haber considerado lo universal, se ocupa de las cosas singulares, como es propio de todos los oficios, pues un médico no cura al ser humano, sino a Calias. Por último, la ciencia natural no deja de ser una ciencia, y trata de las cosas de aquí abajo y estudia sus causas, no en tanto que son eternas, sino en tanto que contingentes. Así pues, resulta evidente que sí es posible conocer o reconocer las contingencias.



[Si acaso existe el presagio de las cosas futuras]

  ¶   12

Para responder a la cuestión diremos, siguiendo la opinión de Aristóteles en el primer libro de los Analytica priora, que hay algunas contingencias futuras regulares, que conocen alguna causa con que afirmar su potencial existencia, pero no son necesarias porque su causa se puede impedir. Así, por ejemplo, que un niño nazca con cinco dedos en la mano derecha es contingente pues, si bien es cierto que suele suceder así, la causa que lo provoca se puede ver impedida por el útero, por un defecto de la materia, por la imaginación u otro motivo; del mismo modo, si un compañero me dijese que vendrá mañana, supondré que ha de venir, pero no es necesario. Pues bien, sobre esta contingencia regular, cuya causa es la naturaleza o el intelecto, sí es posible afirmar con determinación algo certero, mas no necesario; en cambio, una contingentia irregular, fruto de la casualidad o del azar, que lo mismo podría ser de un modo que del contrario, no se puede reconocer de ninguna manera, luego no hay ciencia que se ocupe de la contingencia que llaman irregular.



  ¶   13

Con esto resulta sencillo responder a las objeciones: en efecto, las contingencias futuras irregulares no conocen ninguna verdad cierta, y ninguna alternativa es más cierta ni está más próxima a la verdad que la contraria, luego nada se puede afirmar o predecir sobre estas; en cambio, en lo que a las regulares respecta, resulta que una alternativa es más cierta y razonable que la otra, y de estas sí se puede afirmar algo con verosimilitud, no por ser una alternativa sea más o menos verdadera que la contrario, sino porque sucede más a menudo. Y por este motivo se acertó en el segundo argumento al decir que según fuesen las causas, tales serían los efectos, de modo que las necesarias producen efectos necesarios y las contingentes, por regla general, provocan también efectos semejantes a ellas; y es muy cierto que no podemos concebir ningún conocimiento seguro sobre estas afecciones contingentes, sino solo meras opiniones, pues la posibilidad de reconocer cualquier cosa responde a su existencia. En cuanto a lo que se dice de la astrología, nos venga de Ptolomeo o de los árabes, yo la considero completamente inútil, falsa y censurable, y me parece que en lugar de enunciar algo mediante alguna conjetura o razonamiento verosímil, más bien lo adivina por casualidad; no en vano, las causas de lo universal son universales, y las causas de lo singular y contingente son singulares y contingentes. Así, por ejemplo, Aristóteles enseñó que el cielo era una causa universal y necesaria, de modo que no puede ser causa de los efectos contingentes que dependen de mi mente o de la de aquel otro, de la naturaleza y del alma de este buey o de este caballo, de la confluencia fortuita de muchas causas, confluencia que sucede aquí y ahora por casualidad, sin causa cierta ni necesaria. De ello cabe deducir que este reconocimiento es, él también, contingente, y que no tiene nada de necesario, y ello por los muchos posibles impedimentos la inclinación natural. Así, por ejemplo, si un individuo naturalmente dispuesto a la generosidad fuese pobre y menesteroso, esa propensión no podría venir al acto.



  ¶   14

Planteábamos, pues, si acaso es posible reconocer las contingencias singulares futuras; respondemos que no es posible reconocer nada que se derive de Dios, de la casualidad o fortuna, o dependa del arbitrio y la voluntad de los hombres. Se deriva de la fortuna y de la casualidad cuanto nace de causas casuales o fortuitas; estas, a su vez, son aquellas en que confluyen muchas causas orientadas de por sí a un fin que luego no consiguen alcanzar; por tanto, la astrología, la geomancia, la hidromancia, la onomancia, la piromancia y demás tradiciones sacrílegas por el estilo se han de rechazar y tachar de ridículas, como dijimos en el libro De divinatione per somnium, donde estudiamos el valor y el fundamento racional de muchas de ellas. De todo esto resulta evidente qué tipo de presagio es el presagio fisionómico, y cómo es; asimismo, queda demostrado que la fisionomía es ciertamente una especie de reconocimiento de las contingencias futuras, no necesaria, pero sí razonable y natural, pues si bien es cierto que intentaremos aducir una causa natural, esta se puede ver frustrada y, por tanto, diremos que no es necesaria.



[Qué singularidades futuras escapan al reconocimiento]

  ¶   15

Queda dicho qué tipo de ciencia es esta; tratemos ahora, parte por parte, qué es lo que se reconoce y con qué medios se hace. En verdad, lo que queremos reconocer son las propensiones e inclinaciones naturales del alma de cada individuo pues, siguiendo la opinión de Aristóteles, supondremos que nuestra alma tiene, en cierto modo, vocación universal, esto es, tiene potencias para todos los hábitos y operaciones y que, a su vez, estas potencias son en verdad partes del alma y se encuentran en el cuerpo, y que de asociarlas a los hábitos harían de materia e incipiencias de los hábitos; de estas incipiencias y materias, unas están más dispuestas y mejor preparadas para la adopción de hábitos o actos primeros, y otras menos, y esta preparación y disposición se denomina propensión o inclinación natural. Así, por ejemplo, tenemos a dos hombres naturalmente dispuestos, luego cada uno alberga la potencia de volverse pintor y músico; uno y otro se aplican a ambas facultades con los mismos preceptores; Zeusis, por su parte, demuestra un talento admirable para la pintura, pero a duras penas comprende la música; por el contrario, Aristoxeno aprende sin problema la disciplina musical, no así la pintura; la causa de esta diferencia es que la potencia con que Zeusis se puede volver pintor está más cerca del acto y tiene una mejor disposición a la disciplina plástica que la potencia de Aristoxeno, y se denomina propensión de Zeusis a la pintura. Con otro ejemplo identificaremos mejor estas cualidades de las propensiones. El azufre y la pólvora son sustancias combustibles, como la madera de sauce y de pino; aplíquesele fuego a todo ello: el azufre y la pólvora se prenderán al instante, al simple contacto con una chispa, no así la madera. ¿Por qué, si ambos albergan la potencia combustible? Pues porque la potencia del azufre está más próxima al acto de la combustión que la de la madera.



[Qué reconoce la fisionomía, y cómo]

  ¶   16

Así pues, lo que procuramos reconocer son estas propensiones e inclinaciones y, primeramente, siguiendo a Aristóteles, procuramos hacerlo con una argumentación a posteriori; y como estas, según él, siguen de algún modo la materia y el cuerpo en que se encuentran, se las reconoce mediante las señales del cuerpo: así, un hombre las potencias de pintar, cantar o tocar un instrumento le vienen al hombre de la forma aplicada a la materia; ahora bien, si este hombre tiene una de estas potencias mejor dispuesta y más próxima al hábito y a la consumación, y otra menos próxima o peor dispuesta, eso ya depende de la materia circundante, esto es, del cuerpo sometido a la forma y de los principios corporales. Queda claro, pues, de qué se ocupa la fisionomía, y que esta emplea como principio de reconocimiento señales corporales y sensibles, o al menos no ajenas a los sentidos.



  ¶   17

Por regla general los hombres siguen sus propias inclinaciones, y no por verse obligados a ello, sino porque, reacios al esfuerzo, no desean oponerles resistencia o luchar contra ellas; por tanto, según sean las inclinaciones, así suelen ser los hábitos y costumbres, pues el hábito nace de la natural inclinación a una operación concreta. A un hábito determinado lo siguen unas operaciones determinadas, con que los hombres dan en volverse, ser y parecer de un modo determinado; así, por ejemplo, sus operaciones propias les terminan valiendo recompensas y castigos justos, y así se labran una condición y una senda vital. Por tanto, de algún modo se le reconoce al fisiónomo la facultad y el método para predecir algo sobre el celo y la condición de una vida, el fin y el porvenir de los hombres; así, por ejemplo, si uno cediese ante su inclinación a las riñas y al robo, no habría de vivir mucho ni bien. Pues bien, de esto se ocupa y de esto trata la fisionomía.



[Que es posible reconocer las costumbres de los hombres]

  ¶   18

Tomemos, pues, como uno de los principios de esta disciplina, que el cuerpo orgánico natural es la materia del alma y el instrumento de sus operaciones, planteamiento aristotélico que la definición del alma viene a corroborar, pues el alma es el acto del cuerpo orgánico natural. Así pues, se presente frente al alma como materia porque el alma es acto, el acto es forma y la forma, causa, y puesto que existen tres tipos de causa, también es causa eficiente de las pasiones del cuerpo; ahora bien, como todo eficiente produce algo, y lo hace con ayuda de algo, el cuerpo ha de servir de instrumento al alma. Por tanto, el hombre, como compuesto, consta de un alma, que hace de forma, y de un cuerpo, que hace de materia; a su vez, en tanto que desempeña operaciones propias, detenta un alma como principio de causa y un cuerpo como instrumento. El alma, pues, como origen y medio, está tras todas las potencias y principios de las operaciones del compuesto que llaman hombre, y es también su fin; que estas resulten peor o mejor, o que no haya modo de consumarlas, se imputa al cuerpo, en tanto que instrumento del alma. En cuanto a la aptitud de los instrumentos materiales, esta se reconoce mediante las señales que los acompañan; mediante la disposición de los instrumentos se reconoce la habilidad y propensión de las potencias; sabiendo esto se conoce también cómo puede ser la costumbre y, por consiguiente, las acciones, a las que habrá de seguir una vida de tal condición y porvenir: por tanto, las señales sensibles dan a conocer la naturaleza de los componentes de los instrumentos, y estos la disposición e inclinación de las potencias. Así pues, este método de reconocimiento consiste en un silogismo basado en señales y argumentado a posteriori que, una vez inferido, intentaremos volver a inferir a priori y partiendo de las causas. Y este será el método y vía con que procederemos a lo largo de la explicación del texto aristotélico.



  ¶   19

Alguien se volverá a preguntar: si el alma responde al cuerpo, sabiendo que ni el cuerpo ni su temperamento dependen de nuestro arbitrio, tampoco estarán bajo nuestro control nuestro espíritu ni los movimientos del espíritu, ni nuestras costumbres ni acciones; y si el alma y el cuerpo han de convenir entre sí, y se dice que guardan cierta semejanza, a modo de instrumento y oficio, no teniendo nuestro cuerpo bajo control, y no pudiendo alterar a voluntad su sustancia, su cantidad o alguna de sus cualidades, tampoco seremos dueños de nuestro espíritu, ni de los movimientos del espíritu, ni de los hábitos ni acciones. Mas si esto fuese cierto, no existirían la elección ni el libre albedrío, luego quienes obrasen bien no merecerían reconocimiento, ni reprobación quienes obrasen mal, pues todo lo harían coactados por el cuerpo y las potencias corporales, y es que no parece estar en nuestra mano sucumbir a la ira, sentir deseo, creer, opinar o alimentarnos, antes bien, se requiere la presencia de los objetos y una determinada disposición de los instrumentos pues, en caso contrario, lo que a los demás les parece dulce a nosotros nos parecería amargo, como les sucede a los ictéricos.



[Si acaso nuestras costumbres y acciones son libres]

  ¶   20

En primer lugar, respondo a la cuestión que las potencias, el cuerpo y sus instrumentos y el alma vienen de Dios y de la naturaleza, y que nosotros los usamos a voluntad; así pues, en lo que al hábito y la posesión se refiere, nosotros y cuando nos compete nos viene de la naturaleza, mientras que su uso y disfrute sí podemos decir que se encuentran en nuestro poder; así, hablar y tener una lengua nos viene de la naturaleza, pero somos nosotros quienes decidimos hablar de un modo u otro, y lo hacemos a nuestro antojo. Pero también podría responder a la cuestión que cuando se dice que el alma responde al cuerpo, se está hablando de manera equívoca, pues hablando con propiedad es imposible comparar el alma, incorpórea e inmóvil de por sí, con el cuerpo, de por sí móvil y corpóreo, y es que las cosas de género radicalmente diferente no pueden convenir en las pasiones que —dicen— se dan de por sí y separadamente en cada uno de ellos; en cambio, comparando los cuerpos con los cuerpos y las almas con las almas, decimos que las almas también se adecúan a los cuerpos, y que el alma responde al cuerpo, esto es, que un cuerpo de asno y uno de caballo tienen un alma de asno y de caballo. No en vano, así como atribuimos la sierra al aserrador, la hazada al segador y el pincel al pintor, también asociamos un cuerpo determinado a un alma determinada; y si el alma y las herramientas estuviesen consumidas por el óxido y se encontrasen en malas condiciones diríamos que el artífice que las emplea es ignorante y descuidado, luego si un cuerpo es blando también juzgamos que el alma es ingeniosa, y si lo vemos duro y deforme la juzgamos inepta.



  ¶   21

Además, respondo al argumento aducido más arriba que de entre los movimientos y arrebatos del espíritu, unos son primeros y otros segundos: es cierto que estas primeras afecciones y primeros movimientos, estimulados por los objetos de estas potencias, no están en nuestro poder; en cambio, también es cierto que la afección segunda que nace entones, que lleva a obrar o a no obrar conforme a aquellas potencias, sí depende de nuestra voluntad. Por ejemplo, yo no soy responsable de tener una potencia irascible, ni puedo evitar que se mueva o arda en mi interior ante una muestra de desprecio presente y aparente; lo que sí está en mi mano es seguir ese movimiento y terminar golpeando a Sócrates, o bien contenerme y reprimir ese movimiento. Que esto sucede y cómo sucede quedó claramente expuesto en el tercer libro del De anima. Así pues, el temperamento del cuerpo inclina al hombre a unas u otras obras, pero no lo obliga a llevarlas a cabo, inclinaciones o pasiones que Galeno llamó impropiamente costumbres del alma. Por su parte, esta inclinación interior viene a ser ese enemigo interior al que hemos de vencer para poder ser coronados, y los movimientos primeros de que ahora hablamos son aquellos pequeñajos que el profeta llamaba a golpear contra una piedra 1-1, esto es, a someterlos a la razón, como arriba hemos referido.



  ¶   22

La diferencia entre la potencia, la afección y la costumbre radica en que la potencia es una cualidad de nuestra alma con que podemos hacer o padecer algo; las potencias son numerosas: está la irascible, la concupiscible, la sensitiva, la vegetativa, etcétera; cada una atiende a un objeto propio que la lleva al acto; este movimiento se denomina afección. Este, a su vez, varía según la diversa naturaleza y disposición de la potencia y del objeto; la potencia, en cambio, depende de la materia y del temperamento corpóreo, de modo que ser de una determinada manera, esto es, más o menos apto para la adopción de este o aquel movimiento o afección obedece también a la razón precisa de ese temperamento, y el afecto, por consiguiente, tampoco se encuentra en nuestro poder. No en vano, no puedo evitar sucumbir al a ira o sentirme atraído por una mujerzuela, pero sí puedo templar y controlar con acierto el arrebato de la ira y apartar la mirada de la mujerzuela que me gusta; si decidiese hacerlo, y lo repitiese una, dos y tres veces, y templase mi ira y consiguiese distraer mi atención, repasando las letras griegas, como Augusto, o de cualquier otro modo, se formaría un hábito, propiamente denominado costumbre, que de ser inducido y confirmado según la regla de la recta razón merecería el nombre de virtud, al caso mansedumbre. La costumbre que nos ocupa consiste en la disposición arraigada de una potencia natural, fruto de acciones repetidas al amparo de una voluntad que ni impide ni obliga, una potencia en función de la cual la presencia del propio objeto induce al hombre a actuar o padecer de un modo determinado y siempre mismo. A la luz de esta precisión queda claro, en verdad, cómo son y cómo no son las costumbres, y en qué medida se las hace depender de la voluntad.



  ¶   23

En segundo lugar, queda pendiente otra cuestión: si es cierto que el alma responde en cierta proporción al cuerpo, un cuerpo apuesto albergará un alma íntegra, y uno deforme, un alma abyecta. Esto, por su parte, parece falso, pues ¿quién hubo más apuesto que Domiciano, que Cómodo, que Diadumeno, hijo de Macrino, y que el hebreo Absalón, hombres todos ellos pésimos y depravados? Asimismo, entre las mujeres rara vez convinieron con el atractivo el pudor y la castidad: fue apuesta Elena y apuesta fue Faustina, pero ambas fueron adúlteras, procaces, inicuas, como Medea y la hija de Niso. Por otra parte, fue muy deforme Esopo, y fue muy deforme Sócrates, y a uno de ellos lo juzgaron muy agudo, y al otro muy sabio, el mejor de sus contemporáneos. También constata la razón que los apuestos suelen aquejar malas costumbres, y es que los apuestos pecan de lascivia y dejan el trabajo por el placer ufanos por su aspecto; así pues, a quien goza en su juventud de un atractivo resplandeciente y florido lo alaban y lo aman, y sus amantes lo adulan; el joven, viéndose alabar y amar, desarrolla soberbia, enchido y lleno de fasto; por su parte, la soberbia es la causa de todos los males, especialmente si va ligada a la ignorancia y la inexperiencia, propias de esa edad; así, resulta sencillo pasar del atractivo a la soberbia, de esta a la lascivia y a la arrogancia, y de estas, al fin, a las malas costumbres y a toda clase de pecados, pues la soberbia y un desmedido amor propio son el principio y la raíz de todos los crímenes. Por el contrario, el hombre deforme es despreciado y, hecho de menos, trata de demostrar lo infundado de tal juicio aplicándose al trabajo, a la virtud, a las buenas obras y al buen trato, y no pudiendo cambiar la apariencia de su cuerpo, al menos procura embellecer y mejorar su espíritu. Así pues, a fuerza de hábito, si no de manera natural, y por elección, o al menos con voluntad, el deforme se vuelve íntegro y el apuesto es más propenso al mal.



[Si acaso un cuerpo apuesto alberga un alma íntegra]

  ¶   24

Por otra parte, no te será fácil dar con nadie más apuesto ni más íntegro que Tito; Virgilio dice que Eneas tuvo un rostro y unos hombros semejantes a los de un dios; y Homero comparaba a Agamenón con el fulgurante Júpiter; y poco hay que se les pueda recriminar a estos tres. Demetrio fue tremendamente apuesto; Escipión el Viejo, según Livio, todavía más; y José, hijo de Jacob, fue el más apuesto de sus contemporáneos, y también el más íntegro; súmales a Jerjes, a Jasón, a Alcibíades y a Ágide, hombres muy íntegros, valerosos y sobresalientes. Por tanto, ni todos los apuestos son malos ni todos los deformes íntegros: en efecto, ¿se ha podido dar con alguien más deforme que Tersites y, a su vez, más cruel y criminal? ¿O con alguien más íntegro y modesto que Epícteto, feo como ninguno, cuya sola presencia asustaba a los niños?



  ¶   25

Mas si ninguna de estas proposiciones es cierta, a saber, ni la que tilda de íntegros a todos los hombres apuestos ni la que tacha de abyectos a todos los apuestos, y si son igualmente falsas las que presentan como íntegros a todos los hombres deformes o bien a ninguno, solo queda que unos sean íntegros y otros abyectos, tanto los apuestos como los deformes. Y si se hubiese de responder algo a los argumentos aducidos, digo que existen dos clases de belleza y otras dos de virtud e integridad.



  ¶   26

Una clase de belleza es la que llaman venustez y decoro del rostro, de un color sin igual, un aspecto y una disposición corporal un tanto femeninos, y cuando este se da en los machos suele ser indicio de una cierta abyección natural. Una de sus causas se ha mencionado más arriba, y es externa, la otra es interna, y es que el hombre con decoro femenino, rostro redondo y carne blanda y delicada se ha formado al margen de la naturaleza viril; por su parte, cuanto se encuentra al margen de la naturaleza es abyecto, y para comprobar que esta disposición está al margen de lo natural basta señalar que semejante aspecto corporal se debe a la sangre biliosa y sutil abundante mezclada con una cantidad moderada de pituita ligera; a su vez, quien acusa ese temperamento es blando, iracundo y, por efecto de la pituita, temeroso; por tanto, suele conspirar en silencio lo que le inspira la bilis para consumarlo con perfidia. Esta es, pues, la causa de que los venustos no sean íntegros, sino abyectos y crueles, por temerosos, como se lee del hijo de Maximino, Galieno y Domiciano.



[Por qué ciertos hombres apuestos son abyectos, y cuáles son]

  ¶   27

En cambio, los de rostro decoroso, gesto no hermoso, como Absalón, sino viril, y no venustos, sino apuestos y bien proporcionados no tienen razón alguna de ser abyectos. Tal fue el caso de Pompeyo, de Alcibíades y, en parte, también de Alejandro, Escipión y Jerjes, si bien es cierto que Alcibíades, insolente desde su juventur por la admiración y el amor que despertaba su atractivo, fue de adulto un general excesivamente estricto, vehemente y osado.



[Qué hombres apuestos son íntegros, y por qué]

  ¶   28

Asimismo, también la palabra virtud se refiere a dos cosas diferentes, y es que puede denotar una disposición natural al bien, que llaman benevolencia, habitual compañera de la natural decencia del cuerpo y la proporción de sus miembros. La otra, que llaman virtud adquirida, es un hábito adquirido por la continua repetición de una obra loable bajo el consejo de la recta razón, y nace de la consideración, la práctica y el ejercicio.



  ¶   29

La distinción de estas razones explica cómo algunos hombres apuestos son íntegros y otros abyectos, y cómo los apuestos pueden ser abyectos y los apuestos, en cambio, íntegros, no ya por integridad adquirida, sino meramente natural, que hemos denominado buena índole. Así, pues, es cierto que según sea el cuerpo, tal será el alma, esto es que un cuerpo con buenas proporciones y una disposición admirablemente conforme a natura suele albergar también un alma plenamente sometida a la razón y, por tanto, semejante al cuerpo; ahora bien, si el cuerpo no guarda unas proporciones y contraviene la naturaleza viril, como el instrumento no guarda proporción con el alma masculina, aun resultando agradable a la vista tenderá a obrar de manera desproporcionada, esto es abyecta, y al margen de la recta razón.



  ¶   30

En tercer lugar, cabe discutir el modo en que el alma humana reside en el cuerpo natural, del que se sirve para sus operaciones, pues si la forma se aloja en la materia, es su acto, luego no se podrá encontrar separada de aquello de lo que es acto y, por tanto, el alma no se encontrará suelta. Cabe apuntar que el alma se puede comprender como forma o como sustancia: como forma no puede existir sin una materia concreta, pero como sustancia se puede disociar sin problema. Así, un artesano, en tanto que aserrador, no puede serlo sin una sierra, y la acción de cortar, que le es propia, la ejerce gracias a la sierra, y sin la sierra no es aserrador; del mismo modo, el alma no es alma sin un cuerpo animado, y ejerce sus obras gracias al cuerpo del animal y los instrumentos corporales, y sin el cuerpo del animal ni siente ni anhela. Ahora bien, el artesano efectúa alguna otra operación además de serrar, como hablar o respirar, por ejemplo, y esto sí lo hace sin la sierra, y en tales circunstancias aparece disociado de la sierra; por tanto, sabiendo que el alma humana conoce una operación propia ajena al cuerpo, llamada entender, producida y ejercida naturalmente por ella, el alma intelectiva se ha de poder localizar disociada del cuerpo; y así como la operación futura del aserrador se puede figurar según el estado de la sierra, las acciones y costumbres futuras del alma humana se pueden figurar según la disposición del cuerpo, instrumento del alma; y así como el cuerpo no hace que esa alma actúe de un modo determinado, tampoco la sierra fuerza al aserrador a serrar, sino que lo induce, lo inclina, lo vuelve apto y capaz, y le presenta esta operación como menos laboriosa que alguna otra. Por tanto, si el hombre ducho en serrar se puede figurar la acción del aserrador a juzgar por las cualidades de la sierra, también es posible imaginar la acción que estás barajando a partir de los accidentes del cuerpo. Por tanto, el cuerpo material establece las disposiciones de las potencias; acto seguido, el alma las emplea a voluntad y, pronta a servirse de ellas, opera, y de arraigar tal conducta hablaríamos de costumbre, y cuando esta costumbre arraigada parezca escapar a nuestro poder, nos valdrá un calificativo oportuno.



[Cómo el alma se sirve del cuerpo]

  ¶   31

Pues bien, el alma, en tanto que es alma, se encuentra unida al cuerpo y conviene perfectamente con él, y todo lo del cuerpo afecta al alma, mas no de manera equivalente, sino en la misma medida en que la enfermedad de un hijo trastorna a su padre, y es que mientras que el hijo sufre fiebre y jaqueca, el padre padece aflicción de espíritu y temor: así, ambos sienten dolor, pero de distinta clase, pues lo que en el cuerpo es destemplanza o indisposición, en el alma es tristeza y congoja, y el dolor en el cuerpo vale sujeto receptor, mientras que en el alma se estima principio de algo nuevo.



Capítulo ii

Capítulo ii    CRITERIO CON QUE SE HA DE PROCEDER EN ESTA CIENCIA.

orig:   (2.1)

Así pues, los primeros fisiónomos abordaron esta disciplina siguiendo tres métodos, uno cada uno.  

  ¶   1

Ha quedado demostrada la existencia de la fisionomía, y resulta evidente que es posible figurarse las disposiciones e inclinaciones naturales del espíritu a partir de las señales del cuerpo. Ahora propone estudiar el modo en que se viene a ejecutar, y se dice insatisfecho por sus predecesores, y pasa revista a algunos de los métodos que empleaban para reconocer la naturaleza y la disposición de las almas.



orig:   (2.2)

Unos ejercen la fisionomía en función de los géneros animales y, dentro de estos géneros, proponen una apariencia para el animal y un alma para la especie.  

  ¶   2

Los primeros son los que reconocen la inclinación del hombre mediante la naturaleza, la apariencia y las pasiones de las bestias, y proponen este principio: cada animal tiene una apariencia propia, un cuerpo propio y un alma propia; así, por ejemplo, el buey tiene una apariencia de buey que solo se encuentra naturalmente en el cuerpo del buey, y un cuerpo propio que no alberga un alma equina o asinina, sino solo bovina; por ello, en función de este principio, deducían que cuando alguien guarda semejanza con el buey y muestra su apariencia, habrá de tener también, de algún modo, un cuerpo de buey, y también un alma de buey, esto es, una semejanza con las pasiones de su alma; deducían que si el alma del buey volvía lentos y graves sus operaciones y movimientos, el hombre habría de ser también lento y grave.



[Que las reglas de los antiguos fisiónomos no son satisfactorias en todos los casos]

  ¶   3

Parece que este método se debe a Platón, quien procedía de dos maneras. En efecto, conservando el principio mencionado, que cada animal tiene un cuerpo y un alma propios, decía también que la propia alma venía afectada por las propias costumbres; así, por ejemplo, decía que el alma del león es valiente y soberbia, esto es que se estimula fácilmente y, una vez estimulada, no duda en mover el cuerpo a operaciones valientes y soberbias; por tanto, cuando un hombre tiene un cuerpo con la apariencia de león, esto es con alguna de las señales que se encuentran naturalmente en su cuerpo, también detenta valentía y soberbia. Así pues, este es el modo en que algunos razonaban a partir de las señales del cuerpo: basándose en las señales identificadas en una bestia con un alma determinada y unas ciertas costumbres, creían que el hombre también habría de tener semejantes costumbres y disposiciones.



orig:   (2.3)

En cambio, otros creían que quienes tuviesen un cuerpo semejante también albergarían un alma semejante.  

  ¶   4

Pues bien, el primer método, atribuido a Platón, era el que, al identificar en un hombre una señal previamente advertida en el cuerpo de una bestia, deducía que el hombre habría de acusar la misma propiedad que la bestia acusa en su alma, o una semejante. En este párrafo se expone el segundo método de Platón, que es prácticamente idéntico al anterior, con la sola salvedad de que aquel considera las cualidades del cuerpo, y este último, sus partes. Según este método, pues, la regla es como sigue: [*]
quien tiene el cuerpo o una parte del cuerpo de alguna bestia, por ejemplo de un león o de un buey, alberga en su alma la costumbre del león o del buey; por tanto, si el león es valiente y el buey perezoso, pintaban valiente o perezoso al hombre en quien advirtiesen una parte del cuerpo como la de un león o semejante a la de un buey.




[*][Regla]

  ¶   5

En efecto, así formulaban los platónicos sus pronósticos a propósito de la naturaleza de los hombres, tomando a las bestias por modelo, modelo que, según ellos, se podía entender de dos maneras. La máxima del primero reza así: cuando un hombre acusa en su cuerpo un rasgo leonino, alberga en su alma alguna pasión leonina, compañera de ese mismo rasgo; llamo rasgo a la señal natural inseparable que sigue al león, como las extremidades grandes. La máxima del segundo reza así: cuando alguien tiene un cuerpo que recuerda a un animal determinado o a una parte del cuerpo de un animal determinado, del león, por ejemplo, acusa, todo él o en parte, la naturaleza, la costumbre y la operación que le suelen ir plena o parcialmente aparejadas al alma del animal, al caso, del león, así como la potencia que suele desempeñar el miembro del león con que guarda semejanza el miembro del hombre; así, por ejemplo, el león tiene una boca grande y es voraz, luego el hombre con boca grande y dientes firmes habrá de ser voraz.



orig:   (2.4)

Otros procedían del siguiente modo: no consideraban todos los animales, sino que establecían diferencias de usos y costumbres en el propio género humano, atendiendo a los pueblos, como los egipcios, los tracios y los escitas; la elección de las señales se realizaba de manera semejante.  

  ¶   6

Este es el segundo método, pues el primero está dividido en dos partes; y también este parte de los animales, mas no de todo el género de los animales, sino de la sola especie humana. Así pues, al constatar que las diversas regiones albergaban hombres de costumbres diversas, dotados a su vez de cuerpo diferenciados por diversas señales —por ejemplo, que los etíopes eran negros, y los germanos blancos, y los egipcios ligeramente cenicientos y de un color semejante al de la oliva madura—, y constatando que cada uno de ellos se caracterizaba por costumbres y propensiones propias, afirmaban que aquellos individuos en quienes podían distinguir las señales que se suelen dar en los cuerpos de los germanos gozarían de las costumbres de esa región, en este caso, la región de los germanos. Y como los etíopes son negros, pequeños, y delgados, chatos, de cabellos rizados y negros, y a su vez supersticiosos, falaces, temerosos y avaros, decían que aquellos italianos o griegos en quienes ellos reconocían esa misma apariencia y color, o unos semejantes, gozarían también de esas mismas costumbres. Y a aquellos en quienes distinguían el color o el rostro de los egipcios les atribuían, a su vez, la frivolidad, la charlatanería y las demás pasiones de los egipcios.



  ¶   7

Por tanto, su regla rezaba así: cuando alguien acusa las señales que se suelen encontrar en los cuerpos de los hombres de una región determinada, también acusa las costumbres propias de aquella región; así pues, cuando veían a alguien de ojos rojos, caninos y pequeños, rostro ancho y nariz chata, como los tártaros de Asia, creían que compartía costumbres con los tártaros.



[Regla]

orig:   (2.5)

Otros, en cambio, reconocían las costumbres de la disposición mediante las costumbres aparentes; ahora bien, cada disposición lleva ligada una costumbre, la del iracundo, la del temeroso, la del lascivo y la de cualquier otra pasión.  

  ¶   8

Es este el tercer método de los antiguos para predecir las costumbres del alma, basado en la apariencia del rostro, esto es, en el semblante, las facciones o la disposición del gesto de cualquier individuo turbado por alguna afección. Por tanto, sabiendo que el rostro de un individuo airado se turba tanto que parece delirar, y sabiendo que el rostro del pudoroso se incendia de rubor, y que lividece el del temeroso, cuando alguien acusase naturalmente ese color o esa disposición en su rostro, siguiendo la opinión de estos, lo tacharemos de vergonzoso, iracundo o temeroso.



  ¶   9

La regla, pues, rezará como sigue: cuando alguien, tranquilo y libre de cualquier afección, muestre un rostro semejante al de aquellos que sí son presa de una afección determinada, se dirá que es propenso a tales afecciones, y que sus costumbres se ven afectadas por ellas. Así, como Tiberio, a juzgar por su rostro, parecía siempre inquieto, severo y airado, era probable que albergase también esas mismas costumbres en el alma; el rostro y el gesto de Vespasiano eran como los de un hombre menesteroso, que a duras penas trata de saciar su apetito, y a su vez era muy avaro, y no había manera de sacarle un poco de dinero, aunque se lo debiese a uno; el rostro de Tito recordaba la imagen de un hombre misericorde y de mirada plácida, y en verdad así era, plácido, bondadoso y misericorde. Así pues, cuando veamos a alguien con el típico rostro de quienes sufren una determinada afección, diremos con razón que es propenso a esa afección, o que ya ha adquirido el hábito que sigue a esa afección: los ojos de quienes se libran al coito se tuercen y se quedan bizcos, luego ciñéndonos a los preceptos de estos, diremos que los hombres cuyos ojos están naturalmente dispuestos de esta manera son lujuriosos y mujeriegos.



[Regla]

orig:   (2.6)

Es posible ejercer la fisionomía según todos estos métodos, e incluso otros, y efectuar la elección de las señales de modos diferentes.  

  ¶   10

Reprochando la insuficiencia de estos métodos, dice Aristóteles que no solo existen los tres expuestos, aplicados de manera individual; antes bien, existen métodos que los aplican todos juntos y, al margen de estos, otros tantos. El primero, por ejemplo, es el método que procede a contrario sobre las señales anteriores; a esto es a lo que se refiere cuando dice que la elección de las señales se efectúa de modo diferente, esto es, que no solo puedes elegir unas determinadas señales para inferir un carácter concreto, sino que también es posible inferir una pasión del alma mediante una señal opuesta. En efecto, si el temor y la osadía son pasiones contrarias, y el hombre pálido, de frente contraída y cabeza gacha alberga pavor y aflicción de espíritu, razonando a contrario, el hombre de rostro rubicundo, frente lisa y distendida, rostro relajado y mirada al frente, merecerá los apelativos de osado y magnánimo. Por último, existe otro método que procede por silogismo, el mejor de todos, pues si muchas pasiones y muchas costumbres dependen de una causa común y se muestran ligadas, de una sola costumbre podremos inferir muchas otras. En efecto, si alguien es temeroso, es probable que también sea avaro; y si es avaro, atesora sus bienes y, siendo así, sentirá apego por harapos gastados y sucios; por tanto, no será fastuoso, ni tampoco veraz, sino artificioso, y de discurso dulce, fruto de su temor; asimismo, será solitario, poco dado a confiar en los demás; así pues, será también incrédulo, e ingrato para con sus amigos, y demás cosas por el estilo.



orig:   (3.1)

Pues bien, estos solo ejercen la fisionomonía mediante las costumbres físicas. En primer lugar, sostienen que algunos individuos, aun no siendo iguales, comparten las mismas costumbres del rostro; tal es el caso del hombre valiente y el desvergonzado, aunque sus almas y su intelecto son muy diferentes.  

  ¶   11

Tacha ahora de insuficientes y no del todo ciertos los tres primeros métodos arriba expuestos; parece que empieza rebatiendo a los que expuso en tercer lugar, que solían formular sus juicios en función de las señales del rostro derivadas de cada afección. Así pues, dice: se equivocan quienes ejercen la fisionomía mediante la sola apariencia, que ahora llama costumbre; y prueba de ello es que dos pasiones del alma completamente diferentes terminan confiriendo al rostro una misma apariencia, luego una única costumbre del rostro no es índice cierto de una pasión del alma. Esto se ilustra con un ejemplo, y es que el hombre valiente y el desvergonzado comparten una misma apariencia del rostro, pero difieren enormemente en las pasiones del alma; por consiguiente, la apariencia facial de la valentía no implicará valentía.



  ¶   12

Aristóteles no demuestra que el hombre valiente y el desvergonzado compartan una misma apariencia del rostro, pero parece verosímil. En efecto, así como al individuo temeroso la sangre y el calor se le vuelven de fuera adentro, al valiente la sangre y los espíritus se le van del interior al exterior, de ahí que se le ruborice el rostro, eleve la mirada y no tarde en decir lo que piensa, lo mismo que le sucede al hombre impúdico y desvergonzado, como Domiciano, hombre terriblemente impúdico, de rostro rubicundo y mirada fija al hablar; por tanto, si el rostro del impúdico y del valiente acusa unas mismas señales, no parece acertado decir que la sola apariencia del rostro constituya un método certero para el ejercicio de la fisionomía.



  ¶   13

Pero surge la duda de que el rubor del rostro sea realmente una señal de impudicia. Y es que si se llama valiente al hombre rubicundo por ser pálido el temeroso, el razonamiento también podría desarrollarse del siguiente modo: si el hombre vergonzoso y modesto se ruboriza, el impúdico, por ser inmodesto y desvergonzado, no se ruborizará, antes bien, perderá el color, pues los contrarios suelen acusar pasiones contrarias. Y esto es tanto más evidente cuanto más corrobora la experiencia que todos los individuos vergonzosamente impúdicos e inmodestos son pálidos, con un rostro y una piel blanquecinos y un poco brillantes, y no dan muestra de pudor, como si se hubiesen librado de él: fue muy impúdico Calígula, fue muy impúdico Nerón, el primero fue más pálido, el segundo estaba lleno de manchas; en cambio, Aristóteles opina lo contrario, y dice que los impúdicos son rojos y de rostro colorado, y el impudentísimo Domiciano tenía el rostro rosado.



[Si acaso el rubor del rostro es señal de impudicia]

  ¶   14

De todos modos, las sentencias de Aristóteles, si se entienden como es debido, no plantean ningún problema. En efecto, todo cuanto se afirma se aduce a modo de ejemplo, para mostrarnos que la apariencia permite inferir las disposiciones del espíritu contrarias, y que los métodos anteriores no bastan por sí solos ni forman a un fisiónomo perfecto. Antes bien, dice así: si vemos que el hombre temeroso es pálido y de mirada gacha, cuando veamos a un hombre dispuesto de modo contrario no diremos al punto que ha de ser temeroso o que no tendrá un espíritu abyecto, pues los opuestos no siempre acusan características y operaciones opuestas, como sucede con el calor y el frío, pues ambos unen las cosas, pero de manera distinta. Por otra parte, el argumento yerra en forma si, en la primera figura, ofrece una menor negativa, y por eso mismo tampoco has de invertir los términos de la mayor, pues resultaría falsa; en efecto, si bien es cierto que el modesto se ruboriza, no por ello todo el que se ruborice será modesto. Sea como fuere, si diésemos en estudiar el asunto con mayor detenimiento, daremos la proposición por cierta, pero por suposición, suponiendo que la palidez del rostro y el decaimiento de la mirada son pasiones propias del pavor, y no comunes al género que incluye a cada uno de los contrarios: como el pavoroso pierde el color y mira al suelo, se deduce que, probablemente, el osado no habrá de ser pálido por naturaleza.



  ¶   15

Pero esto nos aleja del tema, porque la cuestión es si acaso el rubor del rostro es señal de la impudicia. Se ha visto que no, pues los pudorosos y modestos también se ruborizan, y el impúdico Domiciano y el muy impúdico Heliogábalo tenían unas mejillas incendiadas de rubor. Digo pues, a modo de respuesta, que el rubor del rostro no es, sin más y de por sí, señal de impudicia ni de modestia, y con este argumento refuta Aristóteles uno de los métodos de los fisiónomos antiguos, que creían que cada pasión del cuerpo respondía a una sola pasión del alma.



  ¶   16

Además, cabe apuntar que existen dos tipos de rubor: uno saturado y próximo al color de la piel de la granada, con una frente enrojecida y reluciente, y con ojos elevados, que que reposan confiados y seguros sobre hombres desconocidos y superiores, sobre su rostro y su gesto, sin preocuparse por las represalias ni temer infamia, señales de un espíritu impúdico e inmodesto; en cambio, la presteza a un ligero rubor, que recuerda a las rosas, acompañado de un abatimiento de ojos, es prueba de modestia: así presenta Virgilio a Andrómaca cuando responde a Eneas, quien le había preguntado si pensaba casarse con Pirro, pues bajó el rostro y habló con voz tenue; también Dido habló así, agachando el rostro. Por tanto, no es cierto, ni así lo cree Aristóteles, que por acusar un individuo desvergonzado una cierta pasión, un cierto aspecto del rostro o un cierto rictus del gesto, todo individuo de rostro semejante haya de ser desvergonzado; de hecho, afirma más bien lo contrario, pues una misma señal puede seguir a dos pasiones del espíritu de diferente especie, como se evidencia en los casos de la valentía y de la impudicia, afecciones seguidas en ocasiones por una misma afección del cuerpo, aun siendo de especie diferente y produciendo en el alma humana diversas disposiciones, esto es, que el valiente piensa una cosa y el impertinente otra distinta, y no consideran lo mismo uno y otro.



orig:   (3.2)

En segundo lugar, porque en determinados momentos no muestran sus rasgos de siempre, sino los de otros; en efecto, quienes suelen estar tristes pueden pasar un buen día, y entonces adoptan la apariencia de alguien risueño; y al contrario, el risueño puede entristecerse, alterándose la apariencia de su rostro.  

  ¶   17

Existe otro argumento que viene a demostrar lo mismo, que no se puede conocer la naturaleza ni la pasión natural del hombre a partir de la sola apariencia del rostro. Se defiende como sigue: las señales que permitan reconocer la naturaleza del hombre deben ser firmes e inmutables; no obstante, en un mismo día, las apariencias del rostro suelen alterarse a ratos; por consiguiente, la apariencia del rostro no es suficiente para reconocer las costumbres del hombre. La mayor no parece plantear problema alguno: los principios y preceptos de toda ciencia y arte versan bien sobre las cosas necesarias, bien sobre aquellas que existen por regla general. La menor se ilustra con un ejemplo, y es que un mismo hombre, triste por naturaleza, puede estar alegre y feliz de cuando en vez, y entonces traslucirá su rostro un carácter risueño; y si en virtud de ese aspecto dieses en juzgarlo de natural alegre, errarías sin duda. De modo semejante, cuando el de natural alegre lamentase algún mal, llevaría la frente fruncida y el gesto triste: si en tales circunstancias quisieses formular un juicio en función de la apariencia del rostro, fallarías necesariamente, pues estarías llamando triste a quien, en realidad, es alegre por naturaleza.



orig:   (3.3)

Además de esto, uno ha de formular su conjetura en virtud de las pocas cosas que siempre están efectivamente presentes.  

  ¶   18

Existe una tercera razón en contra de los anteriores, y esta reprocha principalmente su insuficiencia. Dice así: además, puesto que los rasgos del rostro son muy escasos, y no toda afección del alma toca al rostro directamente, quien en el ejercicio de la fisionomía se sirva únicamente de las apariencias del rostro tendrá noticia, en verdad, de pocas pasiones; en efecto, la crueldad, la impiedad y otras afecciones o pasiones deducidas mediante silogismo a partir de otros rasgos apenas dejan huella en el rostro, como más abajo se verá. Y esto es lo que dice: y además de esto, a saber, además de los argumentos expuestos anteriormente. Añade que quien se sirva del solo estudio del aspecto dispondrá de pocos medios para ejercer la fisionomía, pues ciertamente suman pocas las señales del rostro que se mantienen por siempre y son indicio perpetuo de una costumbre y afección; de hecho, así como el espíritu es cambiante, tampoco encuentran mayor problema para cambiar el rostro o el gesto que lo siguen, y las señales cambiantes no son índice certero de nada.



orig:   (4.1)

Por su parte, quienes ejercen la fisionomía mediante las bestias no hacen una buena selección de las señales; en efecto, quien escruta la apariencia de cada animal no puede decir con certeza que un individuo cuyo cuerpo se asemeja al de otro haya de albergar también un alma semejante. No en vano, dicho de manera general, nadie dará con un hombre tan semejante a una bestia, sino más o menos afín en algún aspecto.  

  ¶   19

Se pronuncia Aristóteles en contra de Platón y de su opinión, expuesta en primer lugar; y para ello rebate el fundamento aducido por este, a saber, que el hombre con un cuerpo semejante al de alguna bestia, por ejemplo al del león, también ha de tener un alma semejante a la del mismo animal, la del león, en este caso. Y desarrollando el razonamiento, dice que la propuesta es imposible: así, nadie dará fácilmente con un hombre idéntico a un león, sino solo con una parte del cuerpo que lo recuerda; y esto no de manera lisa y llana, sino de un modo particular, como puede ser según el tamaño de las extremidades o el ancho de la boca. En verdad, es posible que Platón no quisiera decir lo que Aristóteles le atribuye, sino solamente que, en ocasiones, el hombre tiene partes del cuerpo que recuerdan algún accidente de los miembros de un animal determinado, como la anchura de la boca o el tamaño de las extremidades; por su parte, es habitual decir que un hombre tiene unas orejas de asno o unos ojos de perro, esto es, que las orejas de ese hombre nos recuerdan las del asno.



[Se rebate la opinión de Platón]

orig:   (4.2)

Además, los animales tienen pocas señales propias, y muchas comunes; por consiguiente, si alguien se les pareciese no según algo propio, sino según algo común, ¿por qué se habría de decir que es más semejante al león que al ciervo, cuando las señales propias han de significar algo propio, y las comunes, a su vez, algo común?  

  ¶   20

Aporta otro argumento más contra Platón. Supone, lo cual es muy cierto, que cada cuerpo animal alberga dos tipos de señales: unas son de un género superior, de modo que también convienen a otras especies; las otras, en cambio, son propias, y atañen a una única especie; por consiguiente, supone que algunas afecciones de los animales son comunes y otras propias. En segundo lugar, supone que las señales comunes y propias se confunden en un mismo sujeto, al punto de no ser fácil distinguir cuáles son propias y cuáles comunes; distinción esta que, si acaso se puede efectuar, Platón no explicó suficientemente. Habiendo sentado estas bases, su argumentación reza algo así: quienes intentan reconocer las naturalezas de los hombres a partir de las señales de los animales pueden identificar indistintamente tanto las señales comunes a otras bestias como las propias de una especie determinada, por ejemplo del león; mas quienes identifican indistintamente y sin discernimiento tanto las señales propias de una especie como las comunes al género no están en disposición de explicar con certeza los motivos por los que un hombre se ha de asociar al león antes que al toro o al perro moloso, animales todos ellos de grandes extremidades, por ejemplo.



  ¶   21

Pues bien, queda claro que la inspección de las señales de las bestias no te permite decir que un hombre sea más semejante a un león que a otro animal. Por consiguiente, si los medios están errados, las conclusiones habrán de ser igualmente falsas; en efecto, un medio corruptible y contingente o falso no puede conducir a una conclusión de verdad cierta y sempiterna, como se ha expuesto en el primer libro de los Analytica posteriora: conviene pues, dice Aristóteles, distinguir primeramente las señales propias de las comunes; acto seguido, y basándonos en las propias, será posible formular un juicio, y decir que el hombre con señales propias del león se asemeja a un león en virtud de esas señales; ahora bien, si considerases las comunes, no habría razón para compararlo a un león antes que a un asno.



orig:   (4.3)

Así pues, las señales comunes no revelarán nada al fisiónomo.  

  ¶   22

No ha de entenderse que las señales comunes, sencillamente, no revelen nada; de hecho, ya se ha dicho que las señales propias señalan afecciones propias, y las comunes, comunes. Al contrario, dice Aristóteles: si supones que un individuo con el cuerpo o una señal de una bestia concreta ha de tener también un alma o unas costumbres o propensiones del espíritu semejantes a las de esa misma bestia, sabiendo que la señal que permite equiparar un hombre a alguna bestia debe ser propia de aquella bestia, y no común a alguna otra, es evidente que las señales comunes no le servirán al fisiónomo para comprender las pasiones propias sin equivocarse, pues las señales comunes no permiten pintar a un hombre más semejante a un león que a un toro, ya que las señales comunes no señalan afecciones propias.



orig:   (4.4)

Por su parte si alguien considerase las señales propias de cada bestia, no podría reconocer su significado; no en vano, es algo propio de las señales propias.  

  ¶   23

Mas alguien podría decir que Platón contaba con identificar las señales propias de cada bestia, y que así habría de salvar el obstáculo arriba mencionado; por tanto, refuta esta réplica diciendo: aunque solamente considerases las señales propias, seguiría sin estar claro de qué afecciones son señales propias. En efecto, el alma de una bestia acusa muchas afecciones, y el cuerpo muchas señales propias, por lo que difícilmente podrías concluir que una señal determinada responde a una propiedad del alma antes que a otra. Así, por ejemplo, la tigresa es muy valiente y muy cruel, y no hay modo de apaciguarla; a su vez, tiene una boca grande, la piel moteada y orejas pequeñas; estas señales, aun siendo propias del cuerpo de la tigresa, no sé a qué propriedad del alma responden ni qué afección señalan.



orig:   (4.5)

A su vez, nadie podrá identificar nada propio en el alma de los animales sometidos al análisis fisionómico, pues no es el león el único animal valiente, sino que hay muchos otros, ni es la liebre la única temerosa, hay cientos. Así pues, si el estudioso de las señales nada obtiene de las señales comunes ni de las propias, ciertamente no aprovechará el estudio de cada animal.  

  ¶   24

Según algunos, la cosa cambia si nos servimos de las señales del cuarto modo, las que se dan siempre, en una única especie y en todos sus miembros: al ser exclusivas de una única especie, no pueden darse en otras, pues en tal caso no serían señales propias del cuarto modo; así, las señales propias de una bestia no se dejarán ver ni en el hombre ni en otro animal; por tanto, no diremos que un hombre se parece a una bestia en virtud de señales propias. Pues bien, si ni las señales propias ni las comunes nos permiten decir que un hombre tiene un cuerpo semejante a una bestia determinada, por ejemplo al león, tampoco podremos atribuirle un alma o unas inclinaciones naturales del alma semejantes a las del león; así pues, este método de ejercer la fisionomía es completamente inútil, pues si no vale para todo, no puede ser el único método capaz de explicar las naturalezas de los hombres, ni es posible que no exista ningún otro.



orig:   (4.6)

Conviene, en cambio, efectuar la selección de entre los hombres que padecen una misma pasión; así, por ejemplo, si alguien estuviese estudiando las señales del valiente, debería reunir a los animales valientes, examinar las pasiones que se dejan ver en todos ellos e identificar cuáles no se dan en ningún otro animal.  

  ¶   25

Enseña el modo en que se deben emplear las señales de los animales, y cómo pueden distinguirse las comunes de las propias; para ello, expone el método y el camino que hemos de seguir para reconocer, mediante las señales propias, la presencia de las pasiones del alma. Así pues, el sentido del texto dice así: quien quiera reconocer las señales propias de alguna pasión del alma, por ejemplo de la valentía, habrá de examinar, primeramente, a tres o cuatro hombres en los que reconozca el valor, y buscará la señal del cuerpo que comparten; y tras observar que estos tres o cuatro hombres valientes tienen una boca ancha y extremidades grandes, pasará al estudio de aquellas especies animales en que reconoce valor, como los leones, los toros, las águilas, los tigres; y al toparse en todos ellos con una boca ancha y extremidades grandes, dará en comprender que cualquier animal con boca ancha y extremidades grandes gozará de valor. Ahora bien, no hay que detenerse aquí: en tercer lugar se ha de constatar si acaso existe alguna especie animal dotada de valentía y que, al mismo tiempo, no tenga grandes extremidades ni una boca ancha; y si no existe ninguna, decretarás que esta valentía del alma queda reflejada en el cuerpo, a modo de señal propia, mediante la grandeza de las extremidades y el ancho de la boca: así es como convergen, pues, la valentía del alma, por un lado, y el ancho de la boca y la grandeza de las extremidades, por otro. Pues bien, como estas pasiones corporales, a saber el ancho de la boca y la grandeza de las extremidades, se advierten en todos los individuos valientes y en ninguno que no sea valiente, diremos que son estas las señales propias de la valentía, y así procederemos con las demás pasiones del alma.



orig:   (4.7)

Pues si alguien concluyese que esas son las señales de la valentía de los animales anteriores, y que la valentía no es su única pasión intelectual común, sino que existen algunas otras, se preguntará si estas señales son propias de la valentía o de otra cosa.  

  ¶   26

Confirma su método y proceder diciendo: quienes actúan de otro modo no están en condiciones de reconocer con precisión qué pasión se da en el alma del individuo cuya naturaleza están escrutando. Así, si alguien no procediese como se ha dicho y, de entre las señales de estos animales, escogiese aquellas que también se encuentran en los no valientes, por ejemplo en los impertinentes, no sabrá si es valentía o impertinencia lo que alberga el alma del individuo cuya naturaleza investiga, ni si se dan ambas pasiones o una sola.



orig:   (4.8)

En cambio, conviene extraer conclusiones de muchos animales diversos que no compartan ninguna otra pasión manifiesta cuyas señales pudieses observar.  

  ¶   27

Así pues, enseña cómo efectuar la distinción, y dice: si queremos a distinguir la impertinencia de la valentía, estudiemos muchas especies animales, y escrutemos individualmente aquellas que acusen impertinencia sin valentía, examinemos asimismo aquellas que acusen valentía sin impertinencia, e identifiquemos qué señal del cuerpo se da en todo individuo impertinente y en ninguno valiente. Así, dadas dos especies animales, una valiente, como el león, y otra impertinente, como el perro, si la pasión del alma de uno se diese en el otro, y la del otro en aquel, habrá de comprobarse que los impertinentes no tienen extremidades grandes, com sí hacen todos los valientes; y entonces tomaremos esa señal como señal propia de la valentía. Asimismo, la mosca y el elefante son animales que no comparten ninguna pasión del alma: el elefante es valiente, la mosca, en cambio, impúdica, y la mosca no tiene grandes extremidades, mientras que el elefante sí; y esta discrepancia no se da únicamente entre el elefante y la mosca, sino entre otros muchos animales: algunos son valientes, algunos impúdicos; por tanto, cuando veamos en un hombre unas extremidades de grandes dimensiones, tendremos motivos para llamarlo valiente.



  ¶   28

Parece que Aristóteles supone justo lo que decía en el primer libro de los Analytica posteriora, que cada género tenía su propia pasión, sita en ella por y según sí misma; y que quien tuviese un género determinado, o algo determinado sobre lo que se pretende formular una predicción, también acusaría la pasión de ese género. Como si dijésemos: según sea el número de diferencias o predicados constituyentes de cualquier individuo o sujeto y sustancia singular compuesta, tantas serán las potencias o impotencias naturales de acción y padecimiento, y tantos serán los accidentes sensibles que en él se dejen ver, pues cada característica es el principio de una obra propia, e imprime en el sujeto que la alberga una señal propia, mostrando así que el alma es de una determinada manera. Por ejemplo, para constituir un león y volverlo apto e idóneo para luchar con valentía y nobleza se requiere un calor de una intensidad determinada, ligado a una sequedad de un grado concreto; y este calor, dispuesto de tal manera, forma grandes extremidades en su cuerpo, al tiempo que aporta al alma la potencia y la fuerza de repeler con firmeza los peligros que acechan. De modo semejante, el caballo, el burro y el mulo tienen en sus cuerpos pezuñas sólidas; todos ellos tienen también la habilidad de patear con sus cascos a los atacantes y de ahuyentar todo lo nocivo; además, sus formas y esencias han de compartir alguna característica común, en virtud de la cual se puede decir que pertenecen a un mismo género, que cada uno dispone de una pezuña sólida y repele las ofensas con los cascos.



orig:   (5.1)

Así pues, de entre las señales, las estables representan algo estable; en cambio, las que aparecen y desaparecen, y luego faltan, ¿cómo podrían ser señal certera de algo que no permanece en el intelecto? Pues si alguien percibe una señal que aparece y desaparece con regularidad, en verdad podría ser certera, pero no será apropiada, al no seguir de manera continua a la cosa.  

  ¶   29

Hasta el momento se ha dicho con qué criterio han de identificarse las señales y cómo han de distinguirse las propias de las comunes; ahora enseña cuáles de esas señales identificadas han de tenerse en consideración y cuáles no. Dice, pues: de entre las señales del cuerpo, unas son fruto de una causa externa, otras de una interna. De una causa externa, digo, como el moreno del sol, el rubor del mucho moverse, el calor de la extenuación o de haber permanecido mucho rato junto al fuego, la palidez del mucho temor o de la reclusión duradera. De estas, unas duran poco, otras mucho: dura poco el calor del moverse, y dura mucho el moreno del sol. Ahora bien, las señales fruto de una causa externa no representan nada de lo que está en el alma, salvo por accidente. A su vez, las que se deben a una causa interna son también mutables o inmutables. Llamo mutables a las que, con el paso del tiempo, cambian también por causa interna; tal es el caso del balbuceo de los niños, o de su continuo agitar de manos, pues la primera señal desaparece con los años, y la segunda al enfriarse la vehemencia del calor. Son inmutables las que, como obra de la naturaleza que son, permanecen durante toda la vida; tal es el caso del ancho de la boca, del tamaño de las extremidades y demás cosas por el estilo.



[De entre las señales, cuáles son aptas para la significación]

  ¶   30

La regla de las señales fruto de una causa interna reza como sigue: las señales estables y permanentes denotarán afecciones del alma permanentes y estables; las mutables, en cambio, afecciones mutables; así pues, según sea una señal, tal será su significado; por tanto, si una señal fuese oscura, la pasión determinada por esa señal habría de ser también oscura y poco eficaz.



[Regla]

  ¶   31

Por consiguiente, Aristóteles demuestra que no se ha de tener en consideración una señal inestable y naturalmente dispuesta a estar ausente. Dice así: si alguien se sirve de una señal inestable para ejercer la fisionomía, unas veces estará en lo cierto, otras veces no; y quien procede de este modo no alberga conocimiento, pues un sabio ha de poder mantenerse constante en su disciplina; por consiguiente, quien se sirva de una señal mutable dará unas veces con la verdad y dirá algo cierto, y otras veces no. Ahora bien, si hemos de evitar tal cosa, es evidente que una señal mutable no es un medio adecuado para el ejercicio de la fisionomía o la predicción de algo estable, antes bien, mediante las señales mutables solo estaremos en condiciones de predecir pasiones mutables; esta misma opinión la desarrolló en el primer libro de los Analytica posteriora, al exponer que una demostración debe derivarse de premisas necesarias.



orig:   (5.2)

A su vez, las pasiones producidas en el alma que no alteran las señales del cuerpo de que se sirve el fisiónomo no aprovecharán a esta disciplina; así, no es posible reconocer lo que atañe a las opiniones o conocimientos de los médicos o citaristas, pues el que aprende una disciplina no ha alterado ninguna señal de las que se sirve el fisiónomo.  

  ¶   32

Y puesto que alguien podría preguntarse, con razón, si acaso es posible reconocer todas las pasiones, hábitos y cualidades, tales como opiniones, pensamientos e ideas, y si acaso el propio espíritu no puede pensar nada para sí sin dejar rastro de ello en rostro o en el resto del cuerpo, respondiendo a este planteamiento dice que el fisiónomo no puede predecir todas las pasiones y habilidades del alma, y expone ahora cuáles no puede.



  ¶   33

Recordando, pues, la división de las señales arriba expuesta, digamos: de entre las señales, unas existen por causa externa; otras, por causa interna; asimismo, de entre las pasiones del alma humana, unas son fruto de la naturaleza; otras, en cambio, se adquieren mediante el estudio o el ejercicio; otras de algún otro modo; y sean como sean, unas alteran el cuerpo, y otras no infligen al cuerpo el más mínimo cambio. Pues bien, las que no producen cambio alguno en el cuerpo de nada sirven al fisiónomo, pues este reconoce las pasiones del alma por medio de las señales corporales; por tanto, como algunas pasiones no imprimen su huella en el cuerpo, no es posible reconocerlas mediante el estudio del cuerpo; a su vez, las pasiones del alma que no se pueden reconocer son las de la parte cognitiva y, principalmente, las del intelecto.



[El fisiónomo no conoce todas las pasiones del alma]

  ¶   34

La razón es que, al no ser el intelecto una fuerza en la materia, tampoco sus cambios pueden mover la materia ni afectar al cuerpo, salvo por accidente, en la medida en que la pasión del alma sensible, llamada fantasía imbuida en la materia, esté ligada al entendimiento. Así pues, las pasiones del alma que el fisiónomo no está en disposición de reconocer por medio de las señales corpóreas, en tanto que no imprimen ninguna señal en el cuerpo, son las disciplinas y las opiniones alejadas y desligadas de cualquier afección corpórea, que son más bien un reposo antes que un movimiento. Así, no reconocerás que alguien sea médico o citarista, esto es, que haya adquirido tal hábito; en cambio, no tendrás problema en reconocer si acaso un hombre demuestra una mayor disposición a una disciplina antes que a otra. En efecto, el fisiónomo advertirá si un adolescente goza de una potencia más perfecta o más imperfecta, y de una inclinación más o menos propensa a las ciencias y a las virtudes; en cambio, no puede reconocer si ha aprendido la música bien o mal, pues los hábitos adquiridos mediante el estudio, al no dejar señal en el cuerpo, no pueden ser reconocidos por medio de las señales corpóreas, salvo por accidente.



  ¶   35

Pues bien, de este capítulo, cuyo sentido acabamos de explicar, se pueden tomar los siguientes preceptos, útiles para la disciplina fisionómica. – 1. Y el primero dice: cuando la apariencia corporal de un hombre, o parte de ella, recuerde a una parte del cuerpo de una bestia, este hombre también tendrá alguna pasión particular o inclinación próxima a alguna de las propensiones o potencias del alma de esa bestia. – 2. Además, cuando un hombre acusa un rostro y una disposición corporal semejante a la de los germanos, egipcios o etíopes, también suele acusar costumbres personales propias de tales pueblos, o una inclinación a sus costumbres y hábitos. – 3. El tercero dice: cuando el rostro de un individuo refiere el aspecto de un hombre lacrimógeno, risueño, doliente o belicoso, también tendrá una costumbre del alma afín a esa apariencia, y una fortísima propensión a tales obras y afecciones. – 4. Quienes acusen unas costumbres naturales determinadas también podrán acusar cuantas resultan de la misma causa y cuantas van ligadas a las ya conocidas. – 5. Además, si aquel quien acusa una determinada apariencia en el rostro o unas determinadas señales en el cuerpo ha de tener unas pasiones concretas en el alma, cuando alguien acuse en su cuerpo o en su rostro las señales contrarias, cabe creer que también acusará en su alma las pasiones y disposiciones contrarias. – 6. Las señales comunes no enseñan nada cierto ni particular. – 7. Las señales de las pasiones particulares, las que las identifican, son propias y privadas, del mismo modo que las pasiones comunes se demuestran mediante señales comunes. Se denominan señales propias de una pasión las que se dan allí donde se da la pasión, y no se dan donde la pasión no se da, y viceversa. – 8. Las señales de las pasiones estables son estables; las de las mutables, mutables; las de las oscuras, oscuras; y viceversa. – 9. Lo que existe en el alma y no altera el cuerpo no puede ser reconocido por el fisiónomo.



[Algunos preceptos referidos a esta arte]

  ¶   36

Habiendo llegado al fin de la explicación del segundo capítulo, antes de seguir adelante conviene recapitular algunas de las cosas que se han dicho hasta el momento. La primera de ellas es que existen cinco puntos que nos propician un modo y una vía para conocer las inclinaciones naturales de los hombres; estos, tomados individualmente, resultan insuficientes, pero todos juntos pueden enseñar algo. El primero de ellos se toma de la semejanza establecida entre las cualidades y las partes de las bestias, por una parte, y las partes y las cualidades de los hombres, por otra parte; la máxima de este punto fue explicada más arriba, y dice así: cuando un hombre comparte una cualidad o una parte del cuerpo con un animal también alberga en su alma una disposición semejante a la que se atribuye a la bestia. El segundo se toma de determinadas costumbres de las regiones: así, cuando el cuerpo de un individuo reproduce las cualidades que se dan principalmente en los cuerpos de los hombres de una región determinada, también cuentan con las costumbres y hábitos e inclinaciones del alma propios de aquellas regiones. El tercero se toma de la apariencia y el aspecto del rostro: no en vano, cuando el rostro de un individuo acusa el aspecto y la apariencia que suele suscitar una determinada afección del espíritu, alberga también una fuerte propensión a esa afección. El cuarto punto se toma de los contrarios: en efecto, cuando alguien acusa una determinada cualidad del cuerpo, tiene también una cierta disposición del alma, luego quien acuse la cualidad del cuerpo contraria también albergará la disposición contraria. El quinto punto, el más probable de todos, se toma de la razón y se sirve del silogismo; su máxima reza así: cuando un individuo acuse unas costumbres y disposiciones determinadas, es probable que también acuse todas las que comparten origen con ellas, sus consecuentes y las que les van ligadas, como más arriba se ha dicho.



  ¶   37

Lo segundo que este capítulo nos sugiere atañe a la división y la distinción de las pasiones y de los accidentes del hombre en tanto que es hombre, esto es, en tanto que es un determinado tipo de animal más perfecto que los demás y, en cierto modo, un animal sin más. Llamo afecciones a las propiedades, pasiones, potencias, hábitos, disposiciones y, por último, cualidades según las cuales se hace o se padece algo, se puede hacer o padecer. Al ser el hombre un compuesto con forma propia, el alma humana, y con cuerpo orgánico, que es su materia, casi todas las afecciones pertenecen al compuesto; ahora bien, algunas parecen exclusivas del alma, como comprender y querer, y a estas las llamo funciones propias del alma, cuyo uso y acción no provocan en el cuerpo alteración alguna que pueda ser percibida por los sentidos; otras, en cambio, parecen afecciones exclusivas del cuerpo humano, como ser cojo, o jorobado, o contar con un determinado temperamento; de todos modos, ni estas existen sin el alma, ni aquellas sin el cuerpo.



  ¶   38

La mayoría, en verdad, pertenecen al compuesto: unas se originan en el alma y terminan en el cuerpo; otras van del cuerpo al alma, como enseña Aristóteles. Enfurecerse, sentir misericordia, odiar y amar son propias del alma, y partiendo de esta se derivan al cuerpo; es también el caso de temer, esperar, confiar, disfrutar, entristecerse y otras pasiones por el estilo. Otras, en cambio, van del cuerpo al alma; es el caso de las fiebres hécticas, de las pasiones hipocondríacas y de muchísimos tipos de enfermedades que, al perjudicar al cuerpo, también penetran en el alma y la perturban. Por último, hay otras que, aun existiendo en el compuesto, no llegan al alma sensitiva en condiciones de afectarla, a menos que aquejen un exceso o un defecto sobrenaturales; se trata de las afecciones del alma vegetativa, como alimentarse, crecer, digerir el alimento y nutrir el cuerpo. Asimismo, existen afecciones del alma que no alteran el cuerpo de por sí, como las ciencias, los hábitos morales y las artes; estas, de no venir al acto, no se reconocen. Además, sean del tipo que sean, algunas son propias del género, algunas de la especie, algunas solamente del individuo: así pues, Sócrates se enfurece y se emociona bien como animal, bien como hombre, bien, al fin, como individuo particular. Pues bien, esta es la clasificación de las afecciones del hombre.



  ¶   39

Pero alguno se preguntará: si el alma y el cuerpo son como la materia y la forma y, por consiguiente, son correlativas por naturaleza, y si su relación implica que, ante la alteración de uno, necesariamente ha de producirse una alteración en el otro, ¿cómo hemos podido decir que hay muchas afecciones y mutaciones del alma que no dejan huella perceptible en el cuerpo, como es el caso de los conocimientos y de los hábitos adquiridos? Se responderá que, si bien es cierto que toda alteración o afección del alma altera o afecta alguna partecilla del cuerpo, estas afecciones del cuerpo o bien no permanecen, o bien no salen a la superficie. Así, por ejemplo, quien aprende a cantar, o a tocar un instrumento, o aprende lógica o geometría, ciertamente padece y se ve alterado en algunas partecillas internas; ahora bien, como hemos dicho, no queda en el cuerpo huella de la alteración interna. Por su parte, que el hábito de las ciencias y de las artes se encuentra en la materia lo confirma el ejemplo de Orbilio: este, tras recibir una pedrada en la cabeza, olvidó todas las disciplinas que conocía; así pues, como una partecilla del cuerpo adoptó una disposición diferente a la que tenía previamente, esto es, cuando tenía el hábito del conocimiento, la pasión del alma se vio alterada; no obstante, como la alteración del cuerpo se limitó a las partes internas y no alcanzó la superficie, no se mostró a los sentidos.



[Si acaso hay alteración material que no deje señal perceptible]

Capítulo iii

Capítulo iii    DE QUÉ SE OCUPA LA FISIONOMÍA Y CON QUÉ MEDIOS PROCEDE

orig:   (6.1)

Conviene, pues, determinar qué cosas comprende la fisionomía, pues no las comprende todas, y de dónde toma sus señales individuales; acto seguido, conviene exponer razonadamente lo más evidente a propósito de cada una de ellas.  

  ¶   1

A la luz de lo anterior queda de manifiesto que es posible reconocer las afecciones y pasiones o disposiciones del alma humana por medio de señales, queda claro que quienes hasta el momento han tratado esta disciplina se han pronunciado de manera imperfecta, y cuál es el criterio con que estos últimos han procedido. Ahora enseñará con conocimiento de causa de qué se ocupa la disciplina fisionómica, y con qué medios lo hace, es decir, sobre qué pasiones trata y mediante qué señales persigue su propósito. Dice, pues, que la fisionomía no se ocupa de todas las pasiones del alma humana, y que no puede formular un juicio razonable sobre todas ellas, como quedó dicho: en primer lugar, hemos de aprender a distinguir las pasiones reconocibles de las no reconocibles; acto seguido habrá que determinar qué señales deben tenerse en cuenta, y cuáles no, pues las mutables y comunes no deben entrar en consideración; además, habrá que precisar que, de entre las señales inmutables, unas son más manifiestas y eficaces, mientras que otras son menos certeras.



orig:   (6.2)

Así pues, la fisionomía, como su propio nombre indica, concierne a las pasiones naturales de cuanto se encuentra en el intelecto y de cuanto se adquiere de modo complementario y viene a transformar las señales sobre las que se ejerce la fisionomía.  

  ¶   2

Teniendo que abordar estas cosas, deduce una primera definición de esta disciplina, y la confirma mediante la interpretación de su nombre. La fisionomía es el arte de reconocer las inclinaciones y afecciones naturales del alma humana que nacen y residen en nosotros, y ello por medio de señales propias y estables, que se siguen naturalmente de cada pasión. Cabe recuperar aquí la distinción de las pasiones del alma arriba expuesta, que las divide en innatas y adquiridas, ya por formación, ya por educación, ya de algún otro modo; y sean como sean, unas no afectan al cuerpo ni producen alteración alguna en el cuerpo, y otras lo alteran en su esencia profunda o en su aspecto perceptible: estas últimas se pueden reconocer, no así las primeras, como ya se ha dicho en más de una ocasión.



[Qué es la fisionomía]

orig:   (6.3)

Más adelante se detallará de cuáles se trata.  

  ¶   3

Pues bien, esto es la fisionomía, definida por su propio nombre, pues no busca sino el reconocimiento de la naturaleza, forma y principio de todo movimiento y cambio. Promete decir más abajo cuáles son estos accidentes que nacen en el alma tras una alteración del cuerpo, y cuáles no.



orig:   (7.1)

Diré ahora, en cambio, las clases de señales que se tienen en consideración, que son todas, pues la fisionomía recurre a los movimientos, las figuras, los colores, los gestos del rostro, la suavidad, la voz, la carne, los miembros y la apariencia de todo el cuerpo; así son, pues, de manera general, las muy variadas señales que consideran los fisiónomos.  

  ¶   4

Ya se ha expuesto qué cosas trata la fisionomía; ahora enumera las cosas que proporcionan señales, precisando cuáles y cuántas son. Parece que son nueve. – 1. En primer lugar, se toman señales de los movimientos, según sean naturales o artificiales, lentos o rápidos, uniformes o irregulares, continuos o discontinuos, adecuados o inadecuados, o con alguna otra característica. – 2. En segundo lugar, se toman de la figura de las partes y miembros del cuerpo, según sea hermosa o fea, natural o artificial, recta o retorcida, según sea esta apariencia corporal como la de los enanos, los jorobados o los cojos. – 3. En tercer lugar, contempla los colores de la piel, de los pelos, tanto de la cabeza como de las demás partes del cuerpo, de los ojos, de las uñas, de los dientes, de los labios, de la lengua. – 4. En cuarto lugar, enseña a considerar el rostro o el gesto del rostro, pues si alguien acusa en su rostro el gesto de un hombre tímido, airado o consternado por alguna otra afección, tipo de señal que Aristóteles llama apariencia y gesto del rostro, también cabría pintarlo tímido o propenso a otra afección. – 5. En quinto lugar, se toman de la cualidad de la piel, según sea suave o áspera, lampiña o velluda, o de otro modo; se llama suave la piel uniforme y sin asperezas, delicada al tacto, y se le oponen la aspereza y la rugosidad. – 6. En sexto lugar, se toman de la voz y de sus cualidades, según sea grave o aguda, áspera o dulce, regular o irregular; en efecto, como la voz es indicio del espíritu, o alberga aquello que es indicio del espíritu, es probable que deje traslucir también trazas de las pasiones del espíritu. – 7. En séptimo lugar, se toman de la carne, según sea blanda o dura al tacto, cálida o fría, abundante o escasa, pues se dijo que los individuos de carne blanda gozaban de buen ingenio, y quienes aquejen características diferentes gozarán también, razonablemente, de cualidades distintas. – 8. En octavo lugar, se toman de las partes, esto es de la naturaleza y el tamaño de los miembros, de la naturaleza de las partes del cuerpo, de su tamaño, según sean grandes o pequeñas, si ocupan o no su lugar, si son útiles o inútiles. – 9. En noveno lugar, se toman de la figura y la forma de todo el cuerpo; así, es probable que los demasiado pequeños o tremendamente feos y de cuerpo contrahecho aquejen también una mala disposición en las afecciones del espíritu. La diferencia entre el punto noveno y el segundo reside en que el segundo considera la apariencia de una sola parte, mientras que ahora se contempla la apariencia de todo el cuerpo; a su vez, el octavo punto considera la posición, la sustancia y el tamaño de las partes, mientras que el segundo estudia su sola apariencia.



[De dónde se toman las señales para el juicio]

  ¶   5

Este es, pues, el número de fuentes y principios que, según Aristóteles, proveen a la disciplina fisionómica de sus señales. A mí me parece que estos nueve grupos se pueden reducir sin problemas a cuatro, a saber: la sustancia, el tamaño, la cualidad y el movimiento; asociando a la sustancia los grupos quinto y séptimo, relativos a la piel y la carne, en tanto que son táctiles; al tamaño asociaremos los grupos octavo y noveno, que estudian el tamaño, la naturaleza y la situación de los miembros, así como la apariencia, la proporción y el uso de todo el cuerpo; a la cualidad asociaremos tres grupos: el segundo, el tercero y el cuarto, que estudian las formas y disposiciones de cada uno de los miembros, sus colores y gestos, como llama Aristóteles a lo que se advierte, sobre todo, en el rostro; al movimiento se asocian el primero y el sexto: el primero estudia los movimientos locales del cuerpo, lo mismo como un todo que según las partes, como los de los ojos, las manos, los labios y la cabeza; el sexto estudia la voz, pues es un sonido, y no hay sonido sin movimiento.



  ¶   6

Parece que entre estos métodos aristotélicos y los que se atribuyen a los antiguos existe una diferencia, y es que estos últimos eran más bien criterios y métodos de proceder y de reconocer las afecciones del espíritu, mientras que los epígrafes aristotélicos no parecen métodos, sino los principios de esos métodos.



orig:   (8.1)

Pues bien, si tal explicación resultase oscura o imprecisa, baste al menos lo dicho.  

  ¶   7

Los distintos traductores dan a leer este pasaje de maneras diversas. Me parece a mí que Aristóteles urde una excusa, y su sentido sería el siguiente: si la explicación de las señales no parece lo suficientemente clara, o si parece que no representa del todo las propiedades del espíritu humano, Aristóteles, sin negarlo ni afirmarlo, apunta que las señales expuestas más arriba de manera general bastan para demostrar que las señales corporales externas permiten reconocer las propiedades del espíritu humano.



orig:   (8.2)

Pero tal vez sea mejor ofrecer ahora una explicación individual más exacta para cada señal aparente de las que emplea la fisionomía, diciendo a qué tipo de señal se asocia cada una, incluyendo las que no se han mencionado anteriormente.  

  ¶   8

La praxis de todas las disciplinas se ocupa de casos singulares, pues un médico no cura al hombre en general, sino a Calias en particular, y es que las acciones y operaciones son propias de los individuos y atañen a los individuos. Por consiguiente, tal y como se confirmará a lo largo del extenso razonamiento que desarrollará luego, explica el modo en que los tipos de señales anteriores determinan la naturaleza del alma humana, en tanto que las señales individuales se asocian a propiedades individuales, que se presentan por medio de las propias señales.



Capítulo iv

Capítulo iv    LO QUE INDICAN LOS COLORES EN LOS CUERPOS DE LOS HOMBRES

orig:   (9.1)

Por consiguiente, los colores son representativos: los vivos representan al cálido e impulsivo, los blancos con rubor al de buen carácter, cuando tal color se da en un cuerpo delicado.  

  ¶   1

El objetivo es llevar a cabo lo que se prometió al final del capítulo precedente, a saber, exponer qué es lo que denotan los tipos de señales indicados más arriba; y empieza con los colores, ya porque nos resultan muy evidentes, y se reconocen antes incluso de que la apariencia se muestre claramente; ya porque la apariencia se manifiesta por medio de ellos. Así pues, ya que me dispongo a tratar de los colores, creo de provecho decir qué es el color del hombre, de dónde sale y cuántos tipos existen, y por qué unos son propios de los hombres y otros de las mujeres; además, cuáles son los peculiares de cada región, y qué costumbres regionales acompañan a tales colores; por últimio, por qué los colores que se suelen dar en los italianos, franceses o españoles son los que son, y por qué representan unos determinados accidentes del espíritu. Cuando haya terminado con esto, volveré a la explicación del texto aristotélico.



  ¶   2

Aristóteles determinó que el color era el extremo de un cuerpo diáfano que existe en acto en un cuerpo determinado, y se dice que está coloreada la superficie donde ese extremo se deja ver, y se percibe cuando una luz exterior la trae al acto; el caso es que todo compuesto es diáfano o se compone de algo diáfano, pues está formado por cuatro elementos de los que tres son diáfanos. Así pues, cuando la luz exterior viene a traer al acto el elemento diáfano que existe en una superficie, se dice que existe un color determinado, y se dice que la superficie está coloreada de un modo concreto. Pues bien, como los colores son los extremos de un cuerpo compuesto, y como los cuerpo acusan composiciones diferentes, también los colores que se producen acusan cierta diversidad; y como nosotros nos ocupamos de los colores de los hombres, que constan de cuatro humores de diversos colores, sabiendo que estos se mezclan, también la piel del hombre acusará una diversidad de colores por causa interna; por consiguiente, según sea la mezcla natural de los cuatro humores preparada por el principio formador en el útero de la madre, tal será el color determinado del hombre.



  ¶   3

Los colores que se encuentran de manera totalmente natural en el hombre son tres: dos extremos, el blanco y el negro; uno intermedio, que en cierto modo tiende al rosa y se asocia a la rosa. Cada uno de estos comprende una gama amplia: en efecto, al blanco se pueden asociar el color azulado, el amarillento y el impuro; al negro, el color morado oscuro y el plúmbeo; al rosado, a su vez, el bermellón, el rojo y el púrpura. En las regiones donde los hombres son naturalmente blancos o rosados, la mujer es mucho más blanca que el varón; a su vez, donde los hombres son negros, la negrura de la mujer es más clara que la del varón, pues la mujer suele gozar de modo natural de más humor flemático y de menos humor melancólico que el varón, motivo por el cual también es el hombre más robusto que la mujer y está más dispuesto a la acción.



  ¶   4

Por lo demás, no se puede pretender rendir cuenta exacta de los colores propios de las regiones, pero sí recorreremos brevemente y con un cierto criterio la diferencias de los colores, ciñéndonos sobre todo a los pueblos de Europa. Según Pietro d’Abano y algunos geógrafos neotéricos, existen nueve climas; si añadieses a estos la zona comprendida bajo la equinoccial, tendrías las diez áreas de la tierra. Pero no son estas áreas y estos climas los únicos factores que alteran naturalmente los colores y las costumbres de los hombres; antes bien, al margen de estas causas también pueden aducirse otras, como el emplazamiento y las prácticas particulares de las regiones: los padres, responsables de parte de las costumbres y cualidades de sus hijos; los alimentos comunes y de uso continuo; alimentos a los que, de todos modos, han de anteponerse el temperamento y el sexo, pues si bien es cierto que el alimento altera de algún modo el temperamento natural, puede decirse que el temperamento influye sobre el alimento en mayor medida que el alimento sobre el sexo o el temperamento; se sigue la educación, y entiendo por educación el primer cuidad del niño y su habituamiento a un estudio, un oficio o empeño más que a otro; la amistad y el trato inducen de modo latente muchísimas costumbres, y es que los vicios y virtudes germinan y crecen en nosotros al habituarnos a ellos nuestras amistades, y si los hombres se vuelven de una determinada manera, tal vez se deba más a la disciplina y a la costumbre más que a cualquier otro factor; son nuestros allegados y nuestras amistades quienes nos inculcan sin mayor esfuerzo la familiaridad con algo, y cuando vemos que los demás son y obran de una determinada manera, imitamos sin miramientos sus caracteres y obras; por ende, la formación y el estudio al que un hombre se aplica desempeñan un papel no pequeño.



  ¶   5

Finalmente, ha de añadirse a lo dicho la propia elección, pues el hombre está en manos de su albedrío, y lo mismo puede ser bueno que malo, y él mismo es el principio y causa de sus obras y hábitos, en virtud de los cuales se gana una determinada consideración, especialmente en lo que a su alma respecta; por este motivo, con razón se lo alaba por su bondad o se lo reprende por su maldad. Y las muchas causas aducidas previamente no detentarán poder alguno sobre el hombre a menos que cuenten con el consentimiento de la voluntad y la elección o, al menos, estas no pronuncien disensión o disconformidad, bien por mantenerse indiferentes a las intenciones, bien por no advertirlas. Pues bien, estos son los colores y las causas que permiten caracterizar a los hombres.



  ¶   6

Pero volviendo al tema, decíamos que las áreas de la tierra donde los cuerpos humanos difieren plenamente en color y tamaño suman diez en total. Así pues, la primera de estas áreas parte de la equinoccial y se extiende hasta el inicio del clima llamado Diameroes, y dura unq media hora de reloj; la segunda área se llama Diameroes; la tercera, Diasienes; la cuarta, Dialejandrios; la quinta, Diarrodos; la sexta, Diarromes; la séptima, Diapontos; la octava, Diaboristenes; la novena, Diarrifeos; la décima, Diadanias, área que alcanza el círculo ártico y, además, lo sobrepasa por cosa de tres grados.



[Diversas costumbres humanas según la diversidad climática]

  ¶   7

Por consiguiente, quienes habitan bajo la equinoccial comprenden una variedad completa, pues los de las montañas más altas y más frías, cubiertas de nieve casi perpetua, suelen ser ciegos, de cuerpo pequeño, de color lívido, crueles, fieros, de ingenio inmaduro e inepto para la servidumbre. En cambio, los que viven en terrenos arenosos junto al mar son igualmente pequeños, pero oscuros, enjutos y secos, pues en esos lugares, quitando un poco de rocío, no llueve, ya que todos los vapores o bien se consumen, o bien ascienden a las más altas cimas de los montes, y allí se quedan, un lugar donde, dicen, reina la niebla y la nieve es frecuente; estos hombres son ladrones, inhóspitos, muy crueles, sanguinarios, carentes de todo sentido de la justicia, pues reproducen la sequedad y la turbiedad del lugar que los vio nacer. Por su parte, quienes habitan las tierras de interior y campestres tienen el color de la oliva, oscuro, con cierto esplendor y luz; son de cuerpo mediano, carecen naturalmente de barba y vello casi por completo, excepto en la cabeza; son de carnes abundantes y generosas, pues toda la región acusa una tendencia notable al calor y la humedad, y recibe lluvia casi todos los días; tienen un espíritu mujeriego o afeminado, cruel, belicoso, inestable, iracundo, osado, impío, reacio a la disciplina, incapaz de obedecer, de liderazgo insolente, arrogante y soberbio, abatido, abyecto y vil en la adversidad.



[Costumbres de quienes viven bajo la equinoccial]

  ¶   8

El caso es que, aunque en ese mismo lugar la temperatura del aire varía todos los días, siempre acusa una mayor tendencia al calor y a la humedad, incluso más de lo que precisaría la naturaleza humana; y como el aire de esta región es muy irregular, resulta que los habitantes de esta latitud comparten cuerpos de rostro y temperamento semejantes, pero espíritus completamente distintos. En efecto, un calor excesivo, como dice Hipócrates en su libro De aere, aquis et locis, induce perversiones y fiereza de espíritu; y la humedad, a su vez, inestabilidad y abyección: del calor, pues, nace la osadía; de la humedad, el cambio inmediato, la abyección y la fuga en la adversidad; y de ambas cualidades nacen la soberbia y la injusticia. La historia ha demostrado que así son los que habitan Nueva España y las regiones de México y Perú.



  ¶   9

Los del clima Diameroes gozan de una región mucho más seca y cálida, pues el calor se vuelve más intenso en condiciones de muy poca humedad; esta sequedad se debe bien a la escasez de ríos, por el menor número de montañas, bien a la más dilatada permanencia del sol sobre el horizonte, bien a la práctica aridez de las tierras de esa región y de la naturaleza de esos lugares, tierras semejantes a los campos de Libia y Arabia, ora rocosas, ora desiertas, de arena abundante y lluvia peregrina. El caso es que en estas tierras de la región etíope el color de los hombres es mucho más negro que bajo la equinoccial, y tiene una negrura como la que vemos en las tablas de madera de nogal viejo, perfectamente pulidas y barnizadas con aceite. Sus cuerpos son más secos y muy enjutos, sin grasa alguna, y especialmente los de los hombres que viven a la intemperie, pues estos lugares se abrasan bajo un sol de justicia. Sus pelos son negros, rizados y cortos; la barba, a su vez, escasa y delicada. Así son, según cuentan, los etíopes que habitan las zonas campestres: son, pues, temerosos, ladrones, muy astutos, terriblemente pérfidos, sin rastro de amor ni justicia, pésimos, supersticiosos, inestables, por naturaleza más dispuestos al servicio que al mando. En cambio, los que habitan las montañas gozan de una disposición muy diferente, pues son más sociables y amables, al ser su región más templada.



[Cómo son los habitantes del clima Diameroes]

  ¶   10

Se sigue la región comprendida en el clima de Diasienes. Sus pueblos son muy negros, como carbones, de cuerpo pequeño, pelos muy negros y rizados; de labios gruesos, ojos enormes, espíritu temeroso, infiel, embustero, ladino, abierto al cambio de culto, no incapaz de comprender las ciencias. En este clima se acusa mayor sequedad que en el anterior; no en vano, carecen de lluvia casi todo el año, de modo que cosechan poco o nada; por consiguiente, se ven empujados al pillaje mayor y acaso son más injustos de lo que su naturaleza hubiera dispuesto.



[De los habitantes del clima Diasienes]

  ¶   11

El paralelo Dialexandrias pasa por la ciudad egipcia de Alejandría, sita al otro lado del trópico de Cáncer; este pueblo, que habita la parte alta de Egipto, es de un color ceniciento y oscuro; en cambio, el que está más próximo al mar Mediterráneo tiende más al blanco. Su cuerpo es bastante ancho, grande y robusto; su carne está llena de jugo, su piel es delicada y muy suave. La región es muy fértil, y muy húmeda en muchas partes, gracias al Nilo. Son hombres irresponsables, como atestigua Herodiano; belicosos, agitadores, dados al juego y a las distracciones, chocarreros, incapaces de sobrellevar la adversidad, muy osados e imbatibles cuando confían en su victoria; cuando sienten temor, muy abyectos, viles y pusilánimes; liberales, libidinosos y glotones, sibaritas, elegantes, embusteros, tranquilos y bastante sociables por naturaleza; aptos para las ciencias y artes que ejercían los antiguos sacerdotes, pues no han de soportar tanto calor y tanta sequedad como aquellos de los que se habló más arriba.



[Del clima Dialexandrias]

  ¶   12

El Diarrodos, que pasa por la isla asiática de Rodas, comprende la práctica totalidad de los pueblos asiáticos, y especialmente los que habitan en Asia Menor. Su color es más bien cetrino, con cierto brillo y un notable tono impuro que tiende al blanco; un color semejante a este se deja ver en la corteza de las castañas que todavía no han madurado del todo. Tienen un cuerpo grande, lleno de jugo y muy húmedo; un espíritu delicado, afeminado, amigo del solaz, pero ambicioso; el pueblo es garrulo, superficial, soberbio, pero servil, y no demasiado dado a las injurias, las riñas o las confrontaciones.



[Clima Diarrodos]

  ¶   13

Quienes habitan en el clima Diarromes, como los que habitan las islas del mar Egeo y de los estrechos del mar Jónico, y quienes habitan allende los Apeninos y, bajando hasta el mar, ocupan Sicilia, Cerdeña y zonas marítimas hacia el sur Italia, gozan de un color bastante diferente, y lo mismo se puede decir del tamaño tamaño de su cuerpo y las costumbres de su espíritu. En efecto, como dice Hipócrates, es propio de todos los europeos ser fieros por naturaleza, poco sociables y orgullosos; ahora bien, lo cierto es que la fiereza es menor en los habitantes del clima Diarromes, si bien no les falta soberbia. Su piel es, por lo general, de color florido y rosado, aunque con cierta tendencia a un tono oscuro, en ocasiones también amarillo o meloso. Son de cuerpo carnoso, de estatura más generosa que escasa, o al menos mediana; de cabello negro, de firmeza recia, de rostro más bien áspero, de modo que también cuentan con unas costumbres soberbias. Quieren parecer magnánimos y generosos y, al no poder hacer frente a los gastos que les acarrean la soberbia y la ambición, sienten de vez en cuando deseo por lo ajeno; más que ser, pretenden aparentar, ávidos de honores y de poder, aunque no demasiado dados al comer ni al dormir; osados, orgullosos, impacientes; muy ávidos de la confrontación, de la victoria, lo que en muchas ocasiones los lleva a ser avezadísimos en los juegos de azar. Esta región, debido a la gran diversidad de lugares, como el mar, la montaña, el valle, alberga pueblos con diferencias de todo tipo.



[Clima Diarromes]

  ¶   14

Los pueblos que habitan el área del diapontos son los que ocupan el suelo italiano allende los Apeninos, y también los pueblos del mismo paralelo, por ejemplo, los que detentan Istria, Dalmacia, Croacia y la Galia Narbonense. Estos pueblos son de un color más bien blanco, tirando al rosado o a una auténtica palidez cetrina; además, su color es variado pues, al encontrarse estos pueblos en el medio del nonagésimo grado, adoptan sin pena las particulares disposiciones regionales. Su espíritu es prudente, generoso, apto para el aprendizaje, amigo de la justicia y no salvaje, sino civil y naturalmente respetuoso con la ley. En verdad, como he dicho, la naturaleza, el rostro y la costumbre de estos pueblos son múltiples y variados; su espíritu está versado en muchas lides, es amante de su persona, adulador, soberbio, testarudo, lascivo y lujurioso, amante de todos los placeres.



[El área del Diapontos]

  ¶   15

Tras el anterior se sigue el clima de diaboristenes. El color de estos hombres es blanco y florido, la barba rojiza y los cabellos rubios; su cuerpo es ancho, robusto, fuerte, carnoso, duro, resistente al frío y al padecimiento, amigo del vino y de la caza; su espíritu es llano, abierto, sencillo, pero desconfiados y temibles en casos de sospecha.



[El clima del Diaboristenes]

  ¶   16

Todos los pueblos que viven bajo el llamado clima de Diarrifeos son prácticamente iguales entre sí, y compartes un mismo color y un mismo cuerpo; de hecho, gozan de un color muy blanco, florido y próximo al rosa; su barba es dorada, y su melena, larga; sus ojos, blancos; su cuerpo, alto, ancho, robusto; su espíritu, desconfiado, presuntuoso, iracundo, cruel, dado al vino y a la comida, resistente al padecimiento y al frío, muy apto para el desempeño de artes manuales, cruel, testarudo, afrentoso, brutal, enemigo de la paz, amante del mérito de la guerra.



[De los del clima de Diarrifeos]

  ¶   17

Este clima recibe el nombre de diadanias por atravesar el centro de Dinamarca, comprendiendo a los moscovitas y a los tártaros. Estos tienen un color un poco turbio y lívido; otros lo tienen mezclado con cierto rubor, tirando al color de los germanos. Los primeros, más septentrionales, tienen un cuerpo mediano, ancho, ni carnoso ni grande, sino más bien enjuto; cabellos muy negros, lisos; barba semejante a la cáscara de una nuez, escasa pero densa, lisa; ojos grisáceos, pequeños, caninos. En cuanto a la veracidad de estos datos y de los ofrecidos más arriba, quede supeditada al crédito de sus respectivos autores. Dice Olao Magno que en otros tiempos este clima albergó gigantes muy violentos, vigorosos y muy robustos; son pueblos muy fieros y guerreros, crueles y despiadados, siempre ocupados con guerras, levantamientos y enfrentamientos; no obstante, son muy hospitalarios para con los suyos, y no se entregan a ningún placer carnal; son generosos y amables con sus amigos, inexorables con sus enemigos y, si se levantan en armas, solo la violencia puede vencerlos y mitigarlos, y es que, por antiperístasis, suelen gozar de un calor interno excesivo, de donde les nace esta agitación e impotencia mental. Por tanto, si los italianos, españoles y cualquier hombre nacido e instalado en las áreas templadas viniesen a mostrar unos colores y unos cuerpos semejantes a los de estos hombres, probablemente compartirían las propensiones de sus espíritus; de hecho, hemos supuesto que cada propensión del espíritu, no adquirida, sino innata, deja en el cuerpo alguna huella de su presencia, si es cierto que, como se ha dicho, el espíritu y el cuerpo comparten un único consenso y una única inspiración.



[De los que habitan en el clima de Diadanias]

  ¶   18

En Europa, las apariencias de los hombres son completamente diversas, y también lo son sus cuerpos. Unos tienen un color blanco puro y rosado, pelos rubios o rojos, cuerpos grandes, carnosos y robustos; espíritus fieros, desconfiados, resistentes al frío y a los padecimientos. Otros están dotados básicamente del mismo color, pero pero su cabello no es tan rubio y sus miembros son ágiles; además, son de espíritu inquieto, vehemente, amigo de la discusión, iracundo, chocarrero, irresponsable. Algunos otros, con un temperamento más propio de la bilis negra, son de color oscuro, pelo negro, cuerpo mediano, robusto; de espíritu constante, osado; en la prosperidad, soberbios y trato difícil; en la adversidad, humildes. Los hay que se sitúan en un punto intermedio, pues habitan hacia el grado cuadragésimo quinto, que lo mismo se inclinan a un lado que al otro; así pues, unos de ellos tienen el cabello negro, y otros rojo; los verás a unos gruesos, y a otros enjutos; no hay un único rostro ni un único color; por ende, difieren mucho en sus costumbres, y unos son civilizados y sociales, y otros, por el contrario, fieros y crueles; tanto es así que nunca se creería que han nacido y se han educado en una misma región.



[Cuáles son, de manera general, los pueblos de Europa]

  ¶   19

En su libro De aere, aquis, et locis, Hipócrates, muy doctamente, como de costumbre, asocia los motivos de esta diferencia y diversidad a los grandes y frecuentes cambios de las estaciones, así como a las tan diversas constituciones de estos lugares, a las características de las tierras, las fuentes, los ríos y los vientos. En efecto, el aspecto de esta región puede ser diverso, y acusa los cambios de estación de diferentes maneras, y guarda una relación desigual con el sol y las regiones del cielo: puede conocer diversas temperaturas y disposiciones del aire, produciendo entonces frutos y alimentos diversos, luego también diversas formaciones y diversos colores en los cuerpos, condiciones que pueden dar lugar a diferentes propensiones en las almas. Y no es que sea imposible, como dice el otro, que en la patria de los borregos y bajo un arduo clima nazcan grandes hombres que habrán de dar grandes ejemplos 1-2, pues nunca se ha negado tal cosa; ahora bien, eso se produce mediante la doctrina y el hábito, y mediante un precepto razonado que embrida la inclinación natural.



  ¶   20

Alguno, al oír esto, se preguntará si acaso esta doctrina que nos ocupa se apoya toda ella en la materia, y si no conoce más causa que la material; y por consiguiente, vendrá a decir que caemos en el mismo error en que, según Aristóteles, cayeron los antiguos, que atribuían todo a la materia y, por ende, apenas reconocieron o consideraron ninguna otra causa. Ahora bien, podría responder yo, en primer lugar, que la materia y la forma son cosas relativas, y que una no puede reconocerse sin la otra; en palabras de Aristóteles, una cosa relativa se reconoce en la medida en que se reconoce la otra; luego si reconocemos la materia, reconoceremos también la forma de la cual es materia. En segundo lugar, digo que la forma se tuvo en consideración desde un primer momento, al estudiar la razón y proporción que guardan entre sí los cuatro humores, principios del cuerpo humano, y los alientos que se elevan de estos; esta proporción hace de razón, y esta razón hace de forma. Así pues, cuando se aducía el motivo de que un individuo hubiese de ser iracundo e inestable, se le asignaba una razón y una causa formal, y es que la bilis y la sangre dominaban sobre los otros dos humores en una proporción, digamos, doble, aunque la cantidad de los elementos pasivos pudiese ser mayor. En tercer lugar, cabe apuntar que nosotros no hablamos de hábitos, sino solamente de potencias e impotencias, cualidades del segundo tipo que, en el segundo libro del De generatione, denominó pasiones y habilidades de la materia; si no primeras, al menos sí segundas, según su mejor o peor aptitud y preparación para adoptar tal o tal forma. Mas si hemos utilizado impropiamente el término “hábitos” para referirnos a las potencias, ha sido por carecer las potencias de nombres propios.



[Si acaso el reconocimiento fisionómico se apoya en la materia]

  ¶   21

Todos coinciden en que los hombres están formados por cuatro humores: la sangre, la pituita, la bilis amarilla y la melancolía. Aquellos en quienes predomina la sangre tienen un color blanco, rosado y florido; su espíritu acusa una tendencia natural al juego, es dulce, afable y sociable, pero inepto para las ciencias. Los biliosos y semejantes a la naturaleza del fuego tienen un cuerpo mediano, blando, no robusto; tienen cabellos rojos, una piel cetrina y tirando al color de la miel. Quienes gozan de un temperamento pituitoso tienen la piel completamente blanca, los pelos lisos y de un color en cierto modo semejante al ceniciento claro; tienen un cuerpo carnoso y lleno de humor; se asocian a la naturaleza del agua. Quienes vienen dotados del temperamento propio de la bilis negra o melancolía natural, semejante a la tierra, tienen un cuerpo naturalmente duro y frío al tacto; tienen un color negruzco o lívido, cabellos oscuros, entre el negro y el rubio, del color de una castaña madura.



[Qué colores salen de qué humores]

  ¶   22

Todos estos temperamentos se pueden advertir entre los italianos y, además de estos, los que de ellos se componen. Por lo general, son nueve los colores que se suelen ver en los italianos: el oscuro, como el que solemos percibir en la corteza del nogal verde; lo sigue el ceniciento o plúmbeo, como el de la ceniza de sauce mal quemada; el bermellón, semejante al del hígado recién extraído del cuerpo de un animal; el rojo de una brasa y el del fuego, como su propio nombre indica, parecen distinguirse por su mayor o menor intensidad; el rosado toma su nombre del color de la rosa, el meloso lo toma de la miel; el lívido tiende más al blanco, y es el color de un cardenal que ya va desapareciendo; son muchos los que reconocen el color azulado, sobre todo en quienes sienten temor; el blanco es el que verás en la frente o en la mano de una mujer sana y bella; se asocia al marfil y a la parte de la rosa que llaman espina. Pues bien, estos son, más o menos, los colores de nuestros compatriotas; si son naturales y estables, suelen ser indicio de pasiones ciertas. Digamos algo de estos.



  ¶   23

Los de color oscuro cuentan con una melancolía adusta, son fríos y secos; así pues, son también temerosos y avaros, y por tanto envidiosos, luego difamadores y, por consiguiente, incívicos; y puesto que son fríos, carecen de esperanza y son de espíritu abyecto; por la misma razón, además, son glotones y pasan malas digestiones, pues es propio del frío desear más de lo que puede digerir; además, tienen por lo general un hígado cálido, lo que vuelve más débil el calor del estómago, al consumir el humor natural del calor; y a raíz de los muchos aires generados por el calor impotente y débil, serán libidinosos y charlatanes en cuanto se pongan a hablar, aunque antes pareciesen más tácitos y callados que Harpócrates. Tienen también pantorrillas gráciles y, en las piernas, pelos largos, aunque delicados, y negros; y como el frío y la sequedad se asocian a la tierra, y esta es estable, serán obstinados y duros de mollera, quejumbrosos, lentos y, por lo demás, dotados de un ingenio agudo, naturalmente dispuestos a la ciencia y a la observación, especialmente: en efecto, son estables, y la ciencia, dice Aristóteles, representa más bien el reposo antes que el movimiento. Queda dicho, pues, cómo son según su potencia irascible y concupiscible; todo ello, no obstante, se expone en mayor detalle a lo largo del estudio de las complexiones, donde corresponde.



[Premonición de las costumbres según los colores: el oscuro]

  ¶   24

El color ceniciento surge de la mezcla de un poco de pituita con melancolía, del mismo modo que el agua mezclada con tierra suele producir un color turbio. Así pues, estos son más húmedos que los anteriores, luego son más dados a creer y, por tanto, se dejan convencer más fácilmente y se les engaña sin mayor problema; en efecto, no tienen sed de honores, sino que están dispuestos a obedecer, pues son bastante crédulos y se confían a los demás. Al estar compuestos de agua y de tierra, dos elementos en cuya naturaleza está asistir a los demás, saben obedecer más que ordenar, como ya se ha dicho; y si viniesen a estar al mando de alguien, se volverían insoportables, duros, crueles y fieros, reproduciendo así la naturaleza de sus principios, y es que los elementos pesados son incapaces de mantenerse elevados, y buscan con violencia las zonas inferiores, y resultan molestos a quienes los sostienen; y siendo así, van gestando ira poco a poco y, cuando ya la tienen lista, la acumulan durante mucho tiempo. También son avaros, ladrones de lo ajeno, a menos que el temor se lo impida; desean lo que no poseen, desprecian lo que tienen: no en vano, esto es propio del agua, como se observa en el mar y en los movimientos marinos. Viles y abyectos, amigos del pequeño beneficio, embusteros, rústicos, odiosos, de mala memoria, especialmente a medida que avanza la edad; rara vez podrás depositar en ellos tu confianza, pues son muy egoístas y nada ajeno les preocupa, sino su solo bienestar.



[El color ceniciento]

  ¶   25

De quien tuviese un rostro de color bermellón o hepático dirás que es furioso, astuto, muy iracundo, como cuentan que fueron Domiciano y Maximino; en efecto, es indicio de que la sangre espesa y melancólica se asa por exceso de calor. Hemos visto a algunos de ellos muy audaces, crueles y no pocos hostiles, pues su temperamento se compone de naturaleza ígnea y terrena: el fuego y el calor proporcionan la audacia; la tierra, la obstinación y la perseverancia. Por consiguiente, cuando gozan de una posición superior, se vuelven insoportables por su mucha insolencia; en cambio, cuando sufren la adversidad, se desesperan, no encuentran consuelo y pierden la fuerza de espíritu; por el mismo motivo, aquejan una libido abundante y, al ser cálidos, se dan a la bebida. Por su parte, el calor, ligado a la tierra, la cual es estable, los hace ser muy perspicaces, astutos e ingeniosos, capaces de sobresalir en las artes y en las ciencias si no fuesen tan reacios al esfuerzo.



[El bermellón]

  ¶   26

Quienes reproducen el color de las brasas tampoco son mejores que los anteriores; antes bien, son más inestables, pues están más próximos a la naturaleza del fuego; y como son cálidos, son osados y, por tanto, también pendencieros; y como es propio del fuego destacar sobre las demás cosas, son soberbios, belicosos y fanfarrones; en cambio, son afables, y demuestran abiertamente su complicidad, pese a ser presa fácil de la ira y cortar ante el mínimo motivo los lazos de la amistad. [*]
Los de un rojo fuego son semejantes a los anteriores en todo, salvo por ser más inestables e iracundos, incapaces de mantener quietos manos y pies; crédulos, afrentosos, ambiciosos y curiosos; admiradores y exaltadores de su persona, desconsiderados y muy cambiantes; a la mínima causa, afirman lo que habían negado previamente; a su vez, parecen reflejar sobre todo las costumbres de los jóvenes.



[Ígneo]
[*][Flamígero]

  ¶   27

El color rosado denota una complexión cálida y húmeda, sanguínea, pues, y próxima a la naturaleza del aire. Semejantes individuos están dotados de un buen carácter: así pues, son afables y muy sociables, dóciles, veraces, civilizados, alegres y, aun gozando de un buen ingenio, no es tan sutil y exacto como el de aquellos en cuya complexión predomina la melancolía natural, que Aristóteles describió en el primer extremo de la trigésimo primera sección de los Problemata. A su vez, puesto que el aire recibe sin pena todas las impresiones y formas, como ya se ha dicho, estos hombres aprenden fácilmente las disciplinas, pero a duras penas las retienen; y puesto que el aire se adhiere a todo y todo lo llena, son profundamente sociables; y por ese mismo motivo cambian y se turban con facilidad, aunque enseguida recuperan su ser, pues cuentan con un ingenio versátil y variado.



[Rosado]

  ¶   28

Los de color meloso albergan bilis mezclada con sangre, aunque en cierto modo próxima a la pituita; por tanto, sus costumbres recuerdan a todos estos humores y elementos; así pues, serán de un calor poco más que templado, y presa fácil de la ira o del deseo, no tan lentos como opina Porta, luego tampoco demasiado iracundos, como opina Polemón. Al no ser ricos en melancolía natural se dice que no son demasiado aptos para las ciencias; y a causa de la bilis y de la sangre serán amigos de las estupideces, y se enfurecen cuando no se presta atención a sus estupideces; serán, pues, dados al sarcasmo y disfrutan injuriando a los demás; desprecian y afrentan con gusto y, como no dan palo al agua en todo el día, sisan a unos y a otros, incluso a sus amigos y allegados; amigos del comer y del placer carnal, pero más generosos que avaros; por la bilis, amigos del halago, y por la sangre, amigos de la compañía y de cuidar sus relaciones, aunque sisen precisamente a sus camaradas; a estos no se les ha de confiar ningún secreto, pues no han aprendido a callar, como les sucede a todos los charlatanes y amigos de la broma; semejantes individuos se muestran, además, inestables y ávidos de pequeños honores, como que se los crea conocedores de todo o muy dignos de confianza; algunos de ellos son aduladores, al inclinarlos la sangre y la pituita a adoptar o imitar las costumbres ajenas. Si el color meloso tirase más hacia el amarillo que hacia el blanco o al rojo, dirías con probabilidad que estos hombres son más iracundos, más ladinos y más ambiciosos; en cambio, si tuviesen un poco más de rojo y tendiesen a la sangre, serían más locuaces, pero más bondadosos, más afables y mejores camaradas.



[Meloso]

  ¶   29

Los de color lívido en piel y rostro se ven temperados por la pituita y la melancolía: este color denota una naturaleza temerosa, envidiosa y maligna. Porta, siguiendo a Aristóteles, los cree perversos y malos; yo, en cambio, me inclino a pensar que gozan de buena memoria, pues la pituita recibe las impresiones, y el humor negro las retiene; y por ello no los creo ineptos para el estudio, pues el individuo inteligente debe analizar los recuerdos que le proporcione la memoria; en cambio, los juzgaría como hombres astutos y pendientes de su solo beneficio, nada propensos al amor o a la ambición.



[Lívido]

  ¶   30

A los de color azulado, el temperamento les viene de la pituita y de la bilis amarilla unidas a la melancolía; serán temerosos y cogitabundos, pues quienes sienten temor empalidecen; y siendo así, barajan muchas cosas en su espíritu, y nunca perseveran en una misma determinación, y son pocas las cosas que llevan a término; agrios y lentos; avaros o deseosos de lo ajeno, y mangantes de poca monta más que auténticos ladrones, pues su naturaleza medrosa no les permite perpetrar saqueos o mostrarse violentos; en cambio, si su color tendiese más bien al azul plomizo y el humor negro tuviese más fuerza, serían pérfidos, entregados sin mesura a los placeres, siervos de su estómago y de los placeres carnales, malvados, ingratos, envidiosos, agresivos, incapaces de deponer la ira y el enfado, ni terminan de hacer las paces con aquellos a quienes odiaron en una ocasión; simuladores y disimuladores según la situación lo requiera. Se dice que así eran Vatinio y Salustio, y uno de los asesinos de César, Casio. También Catilina, de ingenio retorcido, según se cuenta, deseoso de confrontaciones intestinas y matanzas civiles, ávido de lo ajeno, pródigo con lo propio; y Atila, al que llamaron el azote de Dios. Y también dicen que Ezzelino, [*]
tirano impío y cruel como el que más, no se libró este color, y no porque lo tuviese naturalmente, pues consta por escrito que era de rostro hermoso y agradable en su juventud; antes bien, fue el carácter fiero, cruel y tiránico de su alma lo que volvió su rostro horrendamente azulado y su gesto terrible y amenazante. Así pues, los de rostro naturalmente azulado, y además enjuto y plomizo, y miran siempre hacia abajo y rara vez hablan, y muy poco, gozarán de un espíritu pérfido, envidioso y maligno; en cambio, si esta disposición del rostro se debiese a una causa externa, como el trabajo o la enfermedad, por ejemplo, no cabe formular un juicio tan severo.



[Azulado]
[*][III da Romano]

  ¶   31

Mas cuando alguien acusase un rostro naturalmente muy blanco, mas no a causa de una enfermedad o por motivos externos, ni falto de humedad ni de carne, lo asociarás a las mujeres, luego serán temerosos y semejantes en todo a las mujeres; y siendo así, dirás que son ricos en humor no bueno, y de ingenio espeso y rudo, aptos para el ayuntamiento, no porque se exciten mucho, sino porque soportan la lascivia sin pena y no lamentan su exceso; también muy blandos, pues reflejan a la mujer; y por dulces, misericordes; y por el mismo motivo, inertes e indolentes, simples, fáciles de engañar; dirás de ellos que son parcos, mansos y viles, sin un don natural para ninguna ciencia o ningún arte.



[Blanco]

  ¶   32

Pues bien, estas son las clases de hombres que podemos deducir con probabilidad a juzgar por los colores; más abajo abordaremos con mayor detenimiento las razones y causas de todos ellos. Ahora bien, ha de advertirse que el color de todas las señales consideradas estables y firmes no es en absoluto certero; no en vano, los colores, aun siendo naturales, se alteran fácilmente, y un mismo color puede provenir de causas opuestas; en efecto, vemos que los dedos y la carne se ennegrecen y oscurecen por efecto del frío, y reaccionan igual ante el calor del sol; además, una misma causa puede provocar reacciones opuestas: así, vemos que las telas se vuelven blancas con el sol, mientras que el rostro de los hombres se vuelve negro.



  ¶   33

Dicho lo cual, no ha de concederse confianza plena a los colores. De hecho, no conviene limitarse al estudio de los colores, sino que se han de contemplar otras señales: algunas veces un color nos presentará a un hombre de un temperamento determinado, o temeroso y maligno; y por otra parte, la boca amplia, la frente cuadrada y la nariz grande, chata y redonda nos lo representarán magnánimo, valiente y generoso. Como ya se ha dicho, estas señales únicamente denotan una cierta inclinación, y no implican necesidad alguna; así, en nuestra mano está seguir estas vocaciones o inclinaciones, o bien decantarnos por las obras contrarias, y desarrollar así unas costumbres contrarias a lo que demuestran las señales naturales. Por lo demás, como ya hemos terminado con esta extensa digresión, volvamos a la exposición del texto de Aristóteles. Por consiguiente, los colores son representativos, etc.



[Los colores merecen poca confianza]

  ¶   34

A la luz de lo anteriormente expuesto queda claro que los colores son representativos, por qué lo son, y qué representan; ahora Aristóteles vuelve a demostrar lo mismo con la ayuda de solamente dos colores, y dice algo así: el cuerpo humano puede acusar, naturalmente, tanto un color vivo como uno blanco, y estos tonos significan algo; por consiguiente, los colores del cuerpo son representativos de algo. Para confirmar la mayor dice que el color blanco, con rubor y piel suave, denota un buen carácter, mientras que el vivo denota a un hombre de temperamento cálido y sanguíneo, es decir, a un hombre en quien predomina una sangre sutil y florida, próxima a la bilis natural suave y con sabor a canela dulce; no en vano, a la bilis le ocurre lo mismo que al azúcar, y es que de someterse a un calor excesivo, se vuelve amarga.



[Según Aristóteles, los colores son índice de algo]

  ¶   35

Parece que Aristóteles eligió estos colores por ser los más habituales de los hombres de los climas quinto y sexto, si dividiésemos la parte habitada de la tierra en siete climas, como se hacía antiguamente. El color blanco indica que el temperamento se inclina más bien al frío; el color vivo, esto es rojo o purpúreo, denota que se inclina más bien al calor; el blanco señala un dominio de la pituita; el purpúreo, una abundancia de sangre sutil, florida y viva. Estos son nuestros dos principales humores; los otros dos, en cierto modo, parecen más bien excrementos, y su presencia en el cuerpo más bien parece impuesta por necesidades de la materia que no por empeño propio; de todos modos, estos dos humores, la bilis y la melancolía, les resultan muy útiles al calor natural y al alma, aunque no en primera instancia, pues si bien es cierto que no las emplean en primera instancia y sin más, en la medida en que el hombre se nutre de partes similares, sí les resultan más útiles que la sangre y la pituita. Pues bien, quedó dicho más arriba que el color blanco no denota por sí mismo el buen carácter; si un hombre acusase este color con cierto rubor, combinación que resulta en un tono rosado, o lo acusase en una carne y una piel suave y blanda, diremos que goza de buen carácter.



  ¶   36

El carácter es una propensión o un instinto del hombre natural, una potencia y habilidad adecuada para un ejercicio determinado de las funciones y obras humanas; a su vez, el buen carácter es el que parece destinado a las acciones loables y a las virtudes; el malo, el que parece destinado a las deleznables. Existen tres tipos de buen carácter: está el que se aplica a las ciencias, el que se aplica a las virtudes y el que se aplica a las artes, y el carácter sencillamente bueno se aplica por igual a estos tres hábitos loables. De modo semejante, también existen tres tipos de mal carácter: está el que inclina al hombre a las opiniones e ideas perversas, el que lo inclina a la misma ignorancia, a la que dicen propia de la mala disposición, y el que lo inclina a los vicios y a la inercia, o a las artes malas y horrendas. En definitiva, tanto los caracteres buenos como los malos conocen tres grados: el primero se deja vencer con razón y hábito; el segundo apenas se puede superar con mucho esfuerzo; el tercero es insuperable, según dicen, y aunque acabes con él, siempre vuelve, y supera cualquier obstáculo, saliendo victorioso de todos ellos. Pero volvamos a Aristóteles.



[Qué es el carácter]

  ¶   37

Los de un color vivo, esto es flamígero o rojo, albergan mucha sangre sutil; por consiguiente, serán cálidos y de temperamento sanguíneo con subdominio de la bilis. A lo dicho añadimos lo siguiente por silogismo: serán prestos y, por tanto, vehementes en sus obras; también se mostrarán iracundos, pero fáciles de apaciguar, a causa de la bondad de la sangre; si tuviesen una piel suave y delicada, y fuesen adolescentes, serían de buen carácter y aptos para el aprendizaje de las ciencias, virtudes y artes. Así pues, en virtud de estas cosas queda manifiesto que los colores constituyen un indicio natural en el cuerpo humano.



orig:   (9.2)

A su vez, los pelos suaves denotan al temeroso; los ásperos, en cambio, al valiente. Esta señal se ha tomado de todos los animales; no en vano, el ciervo, la liebre y la oveja son animales temerosísimos, y tienen un pelo muy suave; en cambio, el león y el jabalí son valerosísimos, y tienen un pelo muy áspero. Esto mismo se advierte también en las aves; de hecho, por regla general, las de plumas duras son valientes, y las de plumas blandas son temerosas, como se echa de ver de modo particular en las codornices y en los gallos.  

  ¶   38

Ahora enseña que los pelos no se prestan menos que los colores al ejercicio de la fisionomía. Por su parte, parece que de entre las partes del cuerpo, los pelos pueden ser, en cierto sentido, objeto de juicio, y aun siendo insensibles, adornan el cuerpo y le son de utilidad, como se echa de ver en cejas y pestañas; y si los pelos hacen de indicio, tanto mejor se verán reflejadas las pasiones de nuestra alma en las partes sensibles, y especialmente en las que son necesarias para la vida.



[Que las diferencias de los pelos son representativas de algo]

  ¶   39

El pelo es un cuerpo suave y seco, formado a partir de hálito humoso gracias al calor interno, que lo seca; este cuerpo sale por los poros de la piel y crece a lo largo. Por tanto, es consecuencia del calor natural, de modo que puede reflejar su fuerza; y puesto que se eleva de un humor viscoso que alimenta al cuerpo, y es fruto de este alimento, en ocasiones también indicará las cualidades de aquello que nos nutre y, por consiguiente, de nuestro temperamento, pues el nutriente, en acto, ya digerido y asimilado, pasa a formar parte de aquello a lo que debe servir de alimento. Así pues, ya sea en virtud de la causa material como de la causa eficiente, puede servir de indicio sobre las cualidades del cuerpo en que se encuentra.



[Qué es el pelo]

  ¶   40

El pelo obtiene su forma redondeada de los poros de la piel, de la piel o de la materia de que toma su color, aspereza y suavidad; así, la piel de las bestias condicionará en mayor o menor medida el color de sus pelos; por consiguiente, ser largo o corto, abundante o escaso, liso o rizado, firme o blando, todo lo contrario, o incluso no existir, le viene de la piel, del calor y de la materia; en efecto, si no crecen pelos en la palma de las manos ni en la planta de los pies, es porque se trata de una piel muy gruesa, y si no crecen en la barbilla ni en el bigote de las mujeres, es porque se trata de una piel muy tersa y muy fina. Por su parte, abundantes como son las características de los pelos, en esta ocasión Aristóteles solo considera cuatro: la dureza, la suavidad, la abundancia y la escasez. Razona, pues, como sigue: los pelos son partes del cuerpo, o añadiduras; a su vez, sirven de indicio sobre las costumbres del alma; así pues, las partes del cuerpo son válidas para el ejercicio de la fisionomía, luego también es posible ejercer la fisionomía en función de las partes.



  ¶   41

La mayor se demuestra por inducción, pues los pelos suaves representan al temeroso, y los ásperos al robusto y osado, cualidades ambas del espíritu y del animal, compuesto a su vez de alma y cuerpo; a la luz de lo cual resulta evidente que los pelos son índice de las cualidades del hombre. También demuestra Aristóteles que los pelos suaves son índice de temerosidad, partiendo de la siguiente proposición universal: quien acusa una señal presente en todos los individuos valientes y en ningún individuo no valiente también acusa valentía; por su parte, la suavidad de los pelos es una de esas señales que se dan en todos los individuos no valientes y en ningún individuo valiente, mientras que la dureza se da en todos los valientes y en ninguno no valiente; por consiguiente, la dureza de los pelos representa la valentía, y la suavidad, la temerosidad; por tanto, diremos que cuanto más suaves sean los pelos de un animal, más temeroso será, y cuanto más ásperos, más valiente y osado. Esto se confirma a posteriori: el ciervo, la liebre y la oveja son los animales más temerosos, y tienen pelos suaves, luego los animales de pelos suaves son temerosos; el león y el jabalí son los más vailentes, y ambos tienen el pelo muy duro. Y la menor no solo se demuestra mediante la naturaleza de los cuadrúpedos, sino también con la de las aves; de hecho, las águilas, los gavilanes y los pavos son valientes, y son aves de pluma dura, pues las plumas equivalen a los pelos, luego los animales de pelos duros son valientes; en cambio, los patos y las avecillas de pluma blanda son muy temerosas. Por tanto, los pelos blandos son índice de temerosidad, y los duros de osadía.



[Los pelos suaves son índice de temerosidad; los duros, de valentía]

  ¶   42

El motivo de que los hombres y animales de pelos duros y gruesos sean valientes y osados resulta evidente, pues llamamos robusto y valiente al animal de calor abundante y partes, miembros, cuerpo y alimento duros, sólidos y robustos, de sangre densa y potente; por consiguiente, como esos pelos y plumas son índice de mucho calor, y demuestran que el nutriente es lento y viscoso, y que la sangre, como decía Aristóteles, es potente y terrena, y sabiendo que el calor abundante y una sangre como esta forman animales robustos y muy osados, como atestigua con el ejemplo de los toros, cabe concluir que la dureza de los pelos es índice de la osadía y que, por el contrario, su blandura denota la frialdad y acuosidad de la sangre. La frialdad, por su parte, induce temor al espíritu y torpeza y debilidad al cuerpo, luego los de pelos blandos son débiles y temerosos, pues la presencia de la frialdad está ligada a la escasez de calor; es propio del frío encoger las cosas, luego los pelos, cuando salen de los poros, se muestran delgados; al ser delgados también son suaves; es más, la escasez de calor no permite una buena digestión del alimento, de modo que este se mantiene un tanto acuoso, luego blando, pues el agua es blanda. A la luz de esto, pues, queda claro que los pelos suaves son índice de la debilidad del cuerpo y de la temerosidad del espíritu, y por qué.



orig:   (9.3)

Y lo mismo sucede con los distintos tipos de hombres: así, los que viven en el norte son fuertes y de pelos duros; en cambio, los del el sur son tímidos y tienen el pelo blando.  

  ¶   43

Ahora quiere confirmar con una señal humana lo que más arriba apuntó de modo general, y para ello se sirve del método que expuso más arriba, en el capítulo segundo, que consiste, primeramente, en encontrar hombres que acusen claramente la señal que consideramos índice de una pasión del espíritu; acto seguido, volviéndonos a los animales, ver cuáles acusan estas dos cosas, a saber, la pasión del espíritu y la señal del cuerpo, y en cuáles no es que no se den las dos, sino que faltan una y otra, y si acaso existe alguno en que se dé una cosa sí y la otra no, por ejemplo, si hay un animal con grandes extremidades que no sea valiente, o si hay uno valiente cuyos miembros no sean grandes. Esto es, pues, lo que hace en este epígrafe. Y tras haber demostrado que las bestias acusaban a un tiempo dureza capilar y osadía, así como suavidad y temor, y que el animal que no aqueja temor tampoco goza de suavidad capilar, ahora vuelve a demostrar lo mismo partiendo de las características de los hombres.



[Que los pelos de los hombres merecen estudio]

  ¶   44

Los hombres del norte son valientes y de pelos duros; los del sur, temerosos y de pelos blandos; por tanto, quienes acusan dureza capilar gozan de osadía; quienes acusan suavidad aquejan temor. Es evidente que los del norte son robustos, no los que viven en el polo, sino los alemanes, los godos y los sármatas. El motivo es que, por antiperístasis, ante el frío exterior y la densidad del aire, el calor se concentra y se comprime mucho en su interior, volviéndose más potente e intenso; además, el nutriente, sometido al calor, se vuelve lento y denso, pues lo que se calienta se vuelve mucho más denso, y la cocción se produce por densificación, como se apunta en el cuarto libro de la Meteorologica; por consiguiente, el hálito sale con fuerza por los poros de la piel y, tras haber atravesado su grosor, grosor debido al frío exterior, el pelo se queda grueso, duro y robusto. A su vez, entre los etíopes, este hollín apenas se eleva pues, ante el intenso calor externo, se vuelve al interior, y estas partes internas están más frías; así, los pelos escasean y, cuando el calor exterior los abrasa, salen muy rizados y negros; además, escasos, blandos y delicados: escasos, por escasear la materia; delicados, por no encontrarse esta lo suficientemente caliente y tender a lo acuoso y aéreo; blandos, por delicados; y si son delicados es porque los poros de la piel, ante el calor exterior, se tuestan un poco, se contraen en unas partes y se dilatan en otras, retorciéndose y produciendo pelos retorcidos y rizados, como cuando se acercan al fuego. A su vez, en los lugares donde abundan la humedad y el calor, como bajo la equinoccial, casi ninguna parte del cuerpo tiene pelo, salvo la parte superior de la cabeza; no en vano, los poros se abren demasiado por efecto del calor, y el abundante de vapor de agua reduce a mínimos la cantidad de hollín, y como este no está bien caliente, luego tampoco viscoso, ni puede avanzar ni llegar a su propio término, no termina transformándose en pelo.



[Que las características de los pelos son índice de las costumbres]

orig:   (9.4)

La vellosidad del vientre, por su parte, representa la locuacidad; esto se asocia al género de las aves pues, en lo que al cuerpo respecta, lo propio de las aves es la vellosidad, y en cuanto al intelecto, la locuacidad.  

  ¶   45

Ha demostrado que los pelos sirven de indicio en virtud de sus características; ahora demuestra que también lo hacen en virtud de su cantidad, y para ello se pronuncia sobre la abundancia del cabello, quedando claro también, ex consequenti, qué revela su escasez. Dice, pues: quienes tienen muchos pelos en el vientre son charlatanes y habladores. Se confirma porque semejantes individuos recuerdan a las aves, de vientre velludo y charlatanas; así pues, los de vientre velludo son habladores y charlatanes. Pues bien, la semejanza del hombre con las aves nos permite inferir su charlatanería.



[Que también lo es la cantidad]

  ¶   46

En verdad, si la vellosidad del vientre denota la charlatanería, en especial en las aves más pequeñas, ello se debe, posiblemente, a que allí donde abunda el vello existe un calor moderado y un humor abundante y delicado, que eleva a porfía vapor y hollín, pero hollín delicado, de modo que el pelo es abundante pero blando. En efecto, todos los charlatanes son temerosos y muy inestables, algo evidente en las aves pequeñas; por tanto, ante la gran agitación de los humores sutiles, también se elevan muchos alientos a la cabeza y a la tráquea, a la boca y a la lengua; acto seguido, esas partes entran en movimiento inmediato, produciéndose la voz y la charlatanería. Por consiguiente, si alguien se preguntase por qué las aves, como los ruiseñores, las golondrinas y muchas otras, cantan a placer antes de la cópula, mientras que no lo hacen cuanto incuban sus huevos, creo posible responder lo siguiente: cuando en un ave, cuya humedad natural es más sutil que la de los cuadrúpedos, se despierta el instinto del coito, cosa que sucede cuando se nos acerca el sol, su calor se vuelve más intenso, y entonces la humedad da en agitarse, generándose más alientos y vapores que antes; estos, transformados en alientos, se dirigen a la cabeza, al origen de los movimientos y de los sentidos, y da en producirse el movimiento constante que llaman canto. Tras el aumento del calor, que ha abandonado ya las partes delicadas y se ha establecido en las partes sólidas, las aves incuban sus huevos y dejan de cantar, recordando mucho a quienes sufren de fiebre aguda; además, se vuelven más lentas y fieras que antes por el aumento del calor y de la sequedad, condiciones estas en que reside la razón de la audacia y de la lentitud.



  ¶   47

Parece que es precisamente la vellosidad del vientre la que denota tal cosa, pues el vientre es la sede de los humores sin calentar, y estos, al verse agitados por efecto del calor, caso de ser acuosos, vendrían a mover por principio alientos abundantes y variados, que tienden naturalmente a las zonas superiores. Ahora bien, aun siendo cierta esta proposición, no por ello ha de ser también cierta la opuesta, esto es, que si los de vientre velludo son charlatanes, los no velludos no habrán de ser charlatanes, pues al descartar el antecedente no necesariamente se anula el consecuente. De todos modos, vemos que sí guardan silencio las aves que tienen esa parte desplumada, de modo natural o durante un tiempo determinado; así, por ejemplo, las gallinas tienen esa parte desplumada durante la incubación; lo mismo les sucede a los ruiseñores, las golondrinas y tal vez a otras muchas aves que guardan silencio en momentos semejantes, como el cuervo. Así pues, los de vientre velludo son charlatanes, y los que no son charlatanes, sino tácitos, tendrán un vientre lampiño; por tanto, de entre quienes lo tienen lampiño, algunos serán taciturnos.



  ¶   48

Por otra parte, me parece que todo el razonamiento de Aristóteles y muchos otros dentro de esta ciencia se fundamentan en el principio de que la naturaleza siempre actúa de manera idéntica, proporcionada o semejante sobre individuos iguales o semejantes. Ahora bien, esto no es del todo cierto: de hecho, por regla general, las mujeres no tienen un vientre velludo y, no obstante, son charlatanas; lo cierto es que, al margen de esta señal, las mujeres conocen muchísimas otras señales de charlatanería, y ciertamente las mujeres más charlatanas tienen un vientre velludo y pelos en abundancia, pues las más habladoras y cálidas tienen una línea de pelos que va desde el pubis hasta el ombligo, pelos rubios o negros, lisos o rizados, y las que los tienen negros y rizados parecen más habladoras que las demás, y más amigas del placer carnal. Por su parte, los niños y las niñas son charlatanes por naturaleza y, sin embargo, carecen totalmente de pelos, pues tienen esas zonas lampiñas del todo; de hecho, de impúberes son mucho más habladores que cuando entran en la adolescencia y les empiezan a crecer los pelos. Cierto es que en los niños todavía no se echa de ver la señal, pero son charlatanes porque lo que sí está presente es la causa de la señal; en efecto, son ricos en humedad y calor, condición que los vuelve incapaces de mantenerse callados y quietos; mas con el pasar del tiempo, cuando el calor comienza a superar a la humedad acuosa y comienza a elevar la humedad humosa y terrestre, solo entonces empiezan a asomar los pelos.



[Si acaso la vellosidad es señal de charlatanería]

  ¶   49

Por su parte, Hipócrates constata que las mujeres tienen las partes del bajo vientre más cálidas que los hombres, y la razón lo confirma, pues también tienen las caderas más anchas y dilatadas, siendo la dilatación algo propio del calor. Pues bien, en tanto que los pelos denotan el calor del bajo vientre, sede de la humedad, también señalan la locuacidad; así pues, con tal que en un individuo se dejen sentir este calor y una ligera humedad, aunque por algún otro motivo los pelos no le llegasen a aflorar, no dejaremos de llamarlo charlatán. En cuanto a los niños, si no tienen pelos en el pubis es porque, como ya se ha dicho, aun siendo ricos en humedad, esta es demasiado acuosa y sutil, y su piel demasiado elástica y porosa. Diremos, al fin, que si bien es cierto que un vientre velludo predice la locuacidad, no se sigue que toda persona locuaz haya de tener un vientre velludo, pues la locuacidad no es la causa de la vellosidad, ni viceversa, sino que la causa de la charlatanería es la misma que provoca, por regla general, la vellosidad del vientre.



orig:   (9.5)

A su vez, una carne ciertamente dura y de buen aspecto natural denota al insensible.  

  ¶   50

De las nueve fuentes de proveen de señales fisionómicas, una era la carne, y ocupaba el séptimo lugar. Su pertinencia como fuente y lugar fisionómico queda justificada porque su dureza o blandura denotan pasiones ciertas del alma. Así pues, se consideró que la carne debía contarse entre las fuentes fisionómicas, y es claro que la carne sirve de indicio pues, si una carne diese en ser dura, esto es, resistente al tacto, no flácida ni fofa, sino musculosa y vigorosa, diríamos que denota una buena apariencia, entiéndase, una aptitud natural del cuerpo al trabajo, esto es, un vigor y una salud física incuestionables; por su parte, semejantes individuos parecen insensibles, esto es, de sentidos poco refinados e incapaces de reconocer con precisión pequeñas características sensitivas. La razón es que, al tener muchas aptitudes para la acción y aquejar una sustancia dura, apenas se ven afectados por las cosas externas y, puesto que padecer es propio de lo sensitivo, apenas padecen por lo sensible y, en particular, reaccionan muy poco al tacto. Así pues, no se negará que los individuos de carne dura son, en verdad, de cuerpo robusto; no obstante, son incapaces de sentir con precisión y de evaluar las cosas sensibles, pues su espíritu es rudo e incapaz de reconocer, estudiar y predecir las cosas. Así pues, una carne dura es índice de dos cualidades, una del espíritu y otra del cuerpo, como ha quedado demostrado a la luz de lo anterior.



[Que las características de la carne denotan pasiones del espíritu]

orig:   (9.6)

A su vez, una carne blanda denota al ingenioso e inestable.  

  ¶   51

Ya se ha hablado de la carne dura; ahora toca hablar de la blanda. La carne es una sustancia uniforme, muy blanda, perfectamente delimitada en el animal, formada desde el inicio de la gestación por la fuerza seminal ejercida sobre la sangre menstrual de la madre, y luego, de manera ininterrumpida, por la sangre que fluye en el hombre; se encuentra naturalmente entre los huesos y la piel, y constituye los músculos, herramientas del movimiento. Ahora bien, la carne que nos ocupa ahora es la de los músculos, y no las de las entrañas. Esta se vuelve más dura cuando la sangre participa en gran medida de la tierra, y es fibrosa, sana y apta para el crecimiento, luego produce carne dura; por su parte, se vuelve blanda, o flácida, lánguida y endeble al tacto cuando la sangre participa en gran medida del agua, semejante por tanto a la leche de burra, pobre en cuajo, como la sangre de paloma. A este individuo, Aristóteles lo llama enfermizo.



[Qué es la carne]

  ¶   52

Así pues, si la carne blanda, flácida y endeble al tacto es indicio del dominio del agua, lo acuoso, a su vez, es húmedo, y lo adopta sin problema todas las apariencias, y una sustancia como esta no conserva mucho tiempo las apariencias adoptadas, luego se dice inestable; por consiguiente, hay motivos para llamar inestable al hombre de carne blanda y flácida. Además, lo llamarás ingenioso, pues llamamos ingenioso a quien capta las formas y las cualidades de las cosas sin problema, las discierne y estudia con sutileza; esto, a su vez, es entender, es decir, padecer; por su parte, en las cosas naturales, todo padecimiento se debe a un principio húmedo, pues es propio de la humedad adaptar su forma a los contornos ajenos, luego el individuo de carne blanda y naturalmente dispuesta al padecimiento también es inteligente e ingenioso. Queda por determinar, en cambio, si es mayor la inestabilidad o el ingenio. Y si semejantes individuos no se vuelven muy doctos es, precisamente, por su inestabilidad, pues poco o nada retienen de lo que se les enseña, luego su intelecto siempre permanece vacío y, por tanto, no se vuelven especialmente sabios ni prudentes.



orig:   (9.7)

A menos que tal cosa sucediese en un cuerpo fuerte y de extremidades poderosas.  

  ¶   53

Alguno podría creer que todos los ingeniosos son débiles; respondiendo a esta cuestión, Aristóteles declara que no todos los individuos de carne blanda e ingeniosos son débiles, y excluye a los de cuerpo robusto y extremidades potentes, esto es manos y pies robustos, y es que aunque fuesen muy ingeniosos, no serían inestables. Pero dirás: si la blandura de la carne se debe a la sangre acuosa y ligera, ¿cómo puede gozar ese mismo individuo de extremidades grandes y fuertes? En efecto, las zonas intermedias y las extremidades se alimentan de un mismo nutriente, luego no es posible que la carne de la zona intermedia sea blanda y la de las extremidades, en cambio, sea robsuta y dura.



[Si acaso todo individuo ingenioso es débil, y si un mismo individuo puede ser ingenioso y robusto]

  ¶   54

En verdad, la experiencia parece demostrar que esto no es cierto, pues los individuos con extremidades inferiores duras y velludas tienen las superiores muy blandas y lampiñas. Por tanto, diremos que la sangre menstrual, germen primero de las partes humanas y animales en el útero materno, puede ser heterogénea o constar de partes diversas, y que algunas partes se pueden haber formado con una sangre más densa, y otras con una más ligera. Además, la masa sanguínea, que se encuentra en las venas, también consta de partes diferentes, y cada miembro, siguiendo el dictado de la naturaleza, se procura su alimento propio y más semejante, y hace de él su ser y su propia naturaleza; así las cosas, como las extremidades se formaron desde un principio con la mejor y más potente parte de la sangre menstrual, sucede que cuando el hombre viene al mundo, la parte más potente de la sangre contenida en sus venas fluye hacia los miembros que desde un principio consiguieron ser más potentes; asimismo, la parte superior de la carne se nutre con una sangre más ligera, mientras que la inferior lo hace con una más potente; y este individuo está sano, y goza de una disposición conforme a natura, en tanto que compuesto irregular; y de este modo es posible que un hombre tenga carne blanda en muchas partes intermedias de su cuerpo y, en cambio, que sus extremidades sean robustas y duras.



  ¶   55

La fuerza y el vigor de las extremidades también se puede deber de la acumulación de espíritus, como consecuencia del gran tamaño de los vasos y la confluencia de un intenso calor natural; así, los ligamentos, deshidratados, generan unos miembros más robsutos. A estos no habrás de llamarlos inestables, como a los anteriores, pues su humedad se atempera por efecto de la sequedad que aporta el abundante calor. Por tanto, en tanto que gozan de humedad natural allí donde reside el principio del sentido, disfrutan de una buena disposición mental; a su vez, en tanto que la sequedad alcanza también otras zonas, son robustos y también de mente estable, y cuando encuentran gracioso algún detalle, se ríen durante mucho tiempo, pues lo que capta la humedad, la sequedad lo retiene.



  ¶   56

Mas si los de carne blanda gozan de una mente capaz, ¿por qué las mujeres, que tienen una carne muy blanda, no disfrutan de mente muy capaz? En efecto, dice Aristóteles en el primer libro de la Politica que su juicio se deriva del agua, enfermiza y laxa, causa de la debilidad del cuerpo y de su pobre resistencia a los esfuerzos; esta humedad la asocia a las mujeres, una humedad derivada del agua, que vuelve las partes inferiores más carnosas y gruesas, y el cuerpo débil y enfermizo; así pues, siendo así las mujeres por el predominio del agua, y estando el agua asociada a la pituita, que genera individuos estúpidos, dice que tienen un cuerpo blando y que carecen de ingenio. Algunos preceptores decían que la carne de la mujer era blanda porque concentraba mucho humor excrementicio, malamente digerido y expulsado por el insignificante calor de las hembras; como consecuencia de ello, eran lampiñas y se cansaban fácilmente. Prueba de ello es que las mujeres sanas, es decir, las que gozan de una disposición muy conforme a natura, vierten sangre todos los meses por sus partes inferiores, pues concentran una cantidad de alimento o de humedad mayor de la que podían digerir o asimilar como sustancia propia; resultaba, pues, que la blandura de su carne se debía a la humedad; mas como la humedad era sobre todo excrementicia y acuosa, luego fría, veían impedido su ingenio, bien por esto mismo, bien por la escasez de alientos. En verdad, diremos que las mujeres de cuerpo muy blando son las más ingeniosas en su especie, aunque también las más inestables y de opinión más voluble, que desean y aborrecen una misma cosa; pasión que, por tanto, es propia de las muy bellas y delicadas; de ahí que diga Virgilio: cosa variable y cambiante es siempre la mujer 1-3, y en otro lugar: agita en su pecho perfidias y funestas maldades 1-4.



[Si acaso todos los de carne blanda gozan de una mente capaz]

  ¶   57

Y dijo Aristóteles que, en verdad, no carecían de ingenio, y que tampoco tenían un intelecto imperfecto, como dijo de niños y jóvenes, sino que tenían un ingenio impotente, pues tanto sus discursos como sus conclusiones, dada su excesiva blandura e inestabilidad, consecuencia del exceso de humedad, son precipitados, confusos y desordenados. Por esto mismo, las mujeres son crédulas, superficiales y fáciles de engañar, por su propia naturaleza o por su inexperiencia; al mismo tiempo, obstinadas, soberbias e iracundas, pues confían demasiado en sí mismas y se atribuyen demasiado, creyéndose sabias y apelando a su sutileza, su malicia y su astucia al discurrir, que ellas llaman prudencia e ingenio; conducta particular de las mujeres muy hermosas, que quieren mandar sobre los hombres e imponerse a todos, pues la humedad es más ligera que la sequedad terrena, y se eleva naturalmente sobre ella: esto se echa de ver claramente en la tierra, el primero de los elementos secos.



  ¶   58

Así, no me escudaré en la existencia de dos tipos de humedad, diciendo que los hombres son blandos por una humedad aérea y las mujeres, en cambio, por una humedad acuosa; y es que de hacerlo, como el aire es mucho más ligero que el agua, y se encuentra naturalmente sobre ella, y es el más inestable de casi todos los elementos, y el más propenso a continuas alteraciones y transformaciones, el hombre habría de ser mucho más inestable, mucho más olvidadizo, soberbio y mutable que la mujer, y debería asignarle más bien a él la causa arriba expuesta. También las pasiones de las mujeres responden a los postulados aristotélicos; en efecto, tienen extremidades pequeñas y débiles, de modo que, ciertamente, albergan ingenio, pero también una mayor inestabilidad y mutabilidad que, perturbando el ingenio, frustran sus operaciones; y si acaso las vuelven más avisadas y astutas, también menos prudentes. Mas el ingenio es una virtud natural, luego es un estado intermedio; por tanto, se le oponen el exceso y el defecto: lo más duro de la cuenta aqueja defecto, lo más blando de la cuenta, exceso, luego el ingenio también se ve perjudicado; la mujer se excede en blandura, luego es menos ingeniosa que el hombre; los hombres robustos, en cambio, la echan en falta, y por eso mismo se juzga a los rústicos de patanes y duros.



orig:   (9.8)

Los movimientos lentos representan un intelecto blando; los agudos, en cambio, uno cálido.  

  ¶   59

Una fuente fisionómica, y de hecho la primera de todas, era el movimiento, es decir la marcha, a menos que queramos entender por movimiento cualquier desplazamiento del hombre, incluso el de manos y dedos; diremos, pues, que Aristóteles hablaba únicamente del movimiento local. En efecto, este mismo movimiento es indicio de algo, pues la naturaleza es el principio del movimiento, luego hay motivos para contar el movimiento entre las señales fisionómicas; así, como el desplazamiento puede ser rápido o lento, es más, como las partes del cuerpo pueden agitarse o moverse a menudo o rara vez, para demostrar que el movimiento local del hombre funciona de indicio le basta a Aristóteles con contemplar estas dos características, el movimiento lento y el veloz, que él llama agudo.



[Que los diferentes tipos de movimiento sirven de indicio]

  ¶   60

Pues bien, el movimiento lento es índice de la debilidad o mengua de la fuerza motriz; así, el de movimiento lento acusa una escasez moderada de alientos móviles, o bien mucha humedad y un gran peso corporal y, por consiguiente y en comparación, aqueja pobreza de alientos para moverse velozmente; por su parte, quien tiene un cuerpo como este demuestra una cierta proximidad a la mujer; la mujer es blanda, y su cuerpo blando acoge también un alma blanda; así pues, el de movimiento lento alberga también un espíritu blando (llamo blando al espíritu débil, misericorde, dubitante, mutable), y un hombre como ese será perezoso en sus acciones, que desatenderá, más interesado en aconsejar a los demás que a sí mismo. Por el contrario, es probable que el de movimiento agudo, esto es raudo y veloz, goce de un calor intenso y de alientos abundantes; mas quien es cálido es también iracundo, osado y activo, y tiene un espíritu vehemente y listo para la acción, a quien llama cálido, a semejanza del fuego, que es cálido y, de entre los demás elementos, el más dispuesto a la acción. Veremos más abajo cómo son quienes no consiguen quedarse quietos, por qué no acusan el movimiento agudo de que habla Aristóteles, y por qué albergan un espíritu pueril quienes no dejan de juguetear con sus manos y las agitan sin parar, lo mismo las manos que los dedos.



  ¶   61

Se ha dicho que el movimiento lento denota una naturaleza femenina y un espíritu blando, por débil y raquítico. Mas esto suscita el planteamiento contrario: si el magnánimo es de movimiento lento, como se dice en el cuarto libro de la Ethica, y el movimiento lento denota un intelecto débil y blando, el magnánimo ha de ser blando; en cambio, el magnánimo no solo no es blando ni raquítico, sino que tiene un espíritu íntegro y noble. En segundo lugar vemos también que los pasos rápidos y los movimientos veloces y precipitados son propios de niños y niñas, especialmente de los insensatos e incapaces de estarse quietos de manos y pies; estos no albergan nunca un espíritu noble, sino ligero y móvil, y muy blando. Por consiguiente, el movimiento lento no representa un espíritu blando, sino que es más bien el movimiento contrario el que denota blandura.



[Si acaso el magnánimo es de movimiento lento]

  ¶   62

Pues bien, si esto es cierto, no queda más remedio que entender los postulados de Aristóteles de un modo distinto al que sugiere una primera lectura. En primer lugar, pues, creo que Aristóteles atribuye un espíritu blando a los crédulos, a quienes llaman popularmente ligeros y fútiles; mas no llamarán ligero a alguien por ser dado a moverse y a gestionar grandes negocios con éxito y acierto; yo considero ligeros a quienes se dejan mover y afectar, como el aire, que es ligero. Me parece que estos individuos tienen un intelecto blando, que son lentos de entendederas, estúpidos, crédulos; que lo mismo ríen que lloran, que se dejan retorcer en un sentido y en otro, que su intelecto refleja la naturaleza del aire o del agua, como sucede con los hombres plebeyos y vulgares y, entre estos, especialmente con los hidrópicos, los enfermos crónicos y los convalecientes; y esta clase de hombres, que recuerdan a las mujerzuelas supersticiosas, charlatanas y fútiles, esta clase de hombres, digo, acusa, según Aristóteles, movimientos lentos e intelectos débiles.



  ¶   63

Por tanto, resolvamos la cuestión apuntando que, como dice Galeno en el libro De pulsuum differentiis, el movimiento lento puede presentarse de dos maneras: uno es lento, grande y fuerte; el otro, en cambio, es lento, pequeño y lánguido. El primer movimiento lento se da en los hombres serios y magnánimos, que se ocupan de sus asuntos con un movimiento un tanto calmado y hablan con voz seria y plácida, pero grande; así, Turno, según lo presenta Virgilio, acorralado en Troya, de dirige con ánimo calmado a los troyanos, que lo amenazan por todas partes: empieza, si algún coraje resta en tu espíritu, y pon a prueba tu diestra 1-5; así, con ánimo calmado, esto es tranquilamente, le responde Latino a Turno, que ardía de ira, pues el discurso de los magnánimos no es apurado ni precipitado o acalorado, sino plácido, lento y tranquilo; así pronuncia Júpiter unas pocas palabras al comienzo del décimo libro, en el concilio de los dioses; así, con muchísima calma, interpela a la airada Juno, que amenazaba a los troyanos con su ocaso: eres la hermana de Júpiter y la segunda hija de Saturno, ¿qué haces, que agitas en tu pecho tantos arrebatos de ira? 1-6, donde ha de apuntarse el recurso de Virgilio, que combinó nueve sólidos espondeos con tan solo tres dáctilos, para reproducir la lentitud del magnánimo Júpiter. Existe un segundo tipo de movimiento lento, al que van unidas la pequeñez y la languidez de la fuerza motriz; este se da en hombres débiles, pusilánimes e insignificantes.



[Dos clases de movimiento lento]

  ¶   64

El primer tipo de lentitud no se debe a una falta de fuerzas ni de calor, sino a que todo el calor y todos los alientos se encuentran reunidos en otro lugar, a saber, en la cabeza, pendientes de asuntos más importantes; así, los cogitabundos y contemplativos caminan con paso tardo y lento, y se detienen con frecuencia. Por este motivo, pues, quienes están casi siempre enfrascados en grandes pensamientos tienen un movimiento lento, pero robusto y regular; en los otros, además de lento, es pequeño; además, irregular, por escasez de fuerzas y de alientos, o por su abundancia exagerada respecto de la fuerza motriz. Así pues, a modo de prueba, digo que el movimiento lento, grande y robusto acompaña al hombre magnánimo; en cambio, el movimiento lento, pequeño e irregular es propio del intelecto blando y débil, esto es, denota a un hombre pusilánime, vil, patán y estúpido.



  ¶   65

A este movimiento lento del que ahora habla le opone el agudo, esto es el rápido y pronto, que recuerda a las llamas, incapaces de mantenerse quietas. Dice que este movimiento denota un intelecto cálido, esto es una aptitud y, por así decirlo, una idoneidad para la acción y las ciencias: así como más arriba llamaba estúpido, bobo y lento de entendederas el blando, como si reflejase la naturaleza del agua, ahora se refiere como intelecto cálido al pronto, veloz, vivo y perspicaz en la ejecución de lo que la situación requiera.



  ¶   66

Apunto que en este preciso lugar, así como en todo el libro, el término intelecto no significa la razón o parte del alma que llamamos mente, sede de la razón principal, de la forma y la perfección del hombre, razón que dividen en agente y pasible, división tratada por Aristóteles en el tercer libro del De anima. Por intelecto se refiere a una habilidad del alma humana, una potencia y pasión del hombre, en virtud de la cual se dice que un hombre es más o menos apto para el ejercicio de acciones grandes o pequeñas, más o menos idóneo para comprender estas o aquellas artes y ciencias. Se trata, pues, de pasiones del compuesto, de modo que también pueden reconocerse por medio de los accidentes sensibles del compuesto. Ahora bien, como ya se ha dicho, las operaciones propias del intelecto en tanto que es intelecto, operaciones que no se sirven de ningún órgano, no imprimen señal alguna en el cuerpo ni pueden ser presagiadas por la mente humana; y es lo que dicen los teólogos, que solo Dios conoce y contempla los corazones y voluntades de los hombres. Mas la fisionomía es parte de la filosofía natural, o se incluye en ella, de modo que estudia las solas pasiones de la materia, luego las virtudes que no se derivan de la suerte de la materia ni son fruto de la naturaleza no atañen al físico, y este no puede reconocerlas a menos que proceda por negación.



[Qué quiere decir Aristóteles con la palabra intelecto]

  ¶   67

A la segunda objeción, que dice que los niños y algunas mujeres acusan movimientos rápidos, pero que los niños cuentan con un intelecto blando, no astuto ni sagaz, de modo que un movimiento agudo y rápido no denota agudeza de ingenio y astucia, como opina Aristóteles, podemos replicar de tres modos. Que existen dos tipos de movimiento veloz y agudo: uno regular, otro irregular. El último es el propio de los niños, como dice Horacio: toma, muchacho: lo rechaza; si no se lo das, lo pide 1-7; y esta rapidez de movimiento no lleva ligado un ingenio astuto, versátil y veloz; eso solo lo hace el primer tipo, que verás sobre todo en los franceses que, como si albergasen un fuego y una llama en su interior, hacen lo que deben con gran ímpetu y gesto vehemente, aunque regular y comedido. La segunda réplica posible consiste en decir que los niños tienen un intelecto agudo, aunque imperfecto; así, un niño, aun siendo rápido y pronto en hablar y actuar, tiene tacha por su inexperiencia y por la debilidad de los órganos que entran en juego; ahora bien, esto no quita que su intelecto sea veloz y pronto, como también sucede en las mujeres, que gozan de un movimiento agudo pero, por las mismas razones, cometen errores. En tercer lugar, no ha de creerse que el intelecto, esto es el espíritu, por el solo hecho de ser blando, ya haya de ser malo, ni que por ser ígneo haya de ser bueno; antes bien, la fuerza de nuestro espíritu es fruto de la naturaleza, y toda nuestra perfección consiste en la mediocridad, luego los extremos la corrompen, mientras que el término medio la conserva.



orig:   (9.9)

En cuanto a la voz, la grave e intensa denota al valiente; la aguda y apocada, por su parte, al temeroso.  

  ¶   68

La voz también representa las costumbres del espíritu, y es una señal corpórea y sensible. De la voz aduce cuatro cualidades: que sea grave, aguda, intensa o apocada. Se habla de voz y sonido graves cuando mueven gran cantidad de aire lentamente, como la voz de los toros; llamamos aguda a la que mueve poco aire rápidamente; la voz aguda, por su parte, penetra en el oído y lo mueve mucho en poco tiempo, como el sonido de una lima cuando afila una sierra de hierro. Llamamos intensa a la que mueve gran cantidad de aire rápidamente, como el son de las tubas, de los instrumentos bélicos o las armas de fuego: en efecto, este tipo de sonido es grave e intenso, mientras que es grave y apocado el que, aun moviendo mucho aire, lo hace lentamente; así pues, llamamos apocada a la voz que mueve el aire lentamente, sin más, de modo que una voz aguda y apocada moverá poca cantidad de aire y lentamente, como se puede oír en los enfermos.



[Indicios de la voz]

  ¶   69

Como el calor intenso dilata y distiende los instrumentos, y mueve grandes cantidades de aire, se dirá del individuo de voz grave e intensa que alberga entrañas cálidas y, por tanto, que es osado y fiero; no en vano, se asocia al toro y al león. En cambio, el de voz apocada y aguda aqueja falta calor en sus entrañas, pecho angosto y tráquea pequeña; quien tiene las entrañas frías acusa temor; por tanto, quien tiene una voz como esta alberga temerosidad de manera natural y, entonces, la voz se adhiere a las mandíbulas, o no se emite más que un delicado y exiguo hilo de voz; esto mismo dice Virgilio que les sucedió a los griegos cuando vieron a Eneas armado: en efecto, contenían su exigua voz y sus gritos se ahogaban, permanecían con la boca abierta, temblando de pánico; la naturaleza también confiere una voz como esta a los ancianos, que son temerosos, y a las mujeres.



[Qué significa la voz grave e intensa, qué significa la aguda y apocada]

orig:   (9.10)

Por su parte, la figura y las pasiones del rostro se perciben en virtud de las semejanzas de la pasión: así, cuando se padece algo, parece que uno pasa a acusar ese algo; cuando alguien enfurece, adopta una señal irascible del mismo tipo.  

  ¶   70

Me parece que en este epígrafe se aducen a un tiempo dos fuentes fisionómicas de señales, a saber, la apariencia del rostro y la figura de todo el cuerpo, y ello para demostrar que podemos pronosticar las costumbres del espíritu a partir de una y otra. Llama pasiones a las apariencias del rostro; en otro lugar las llamó costumbres. Si bien es cierto que estas son naturales, también se asemejan a las disposiciones que suelen imprimir en los rostros y en la cara de los hombres las pasiones del espíritu, que llaman afecciones, como la ira, la vergüenza, el temor, el odio, el amor, la felicidad, la tristeza y otras por el estilo. Por figura, que aduce tras las apariencias, entiende la forma accidental del cuerpo, en virtud de la cual decimos que el rostro o los movimientos de Platón nos recuerdan a un perro o a un caballo.



[De las apariencias de las pasiones]

  ¶   71

Así pues, la opinión de Aristóteles acerca de las apariencias parece ser la siguiente: las apariencias del rostro significan que un hombre es propenso a la afección cuya presencia suele producir semejante aspecto en el rostro; en efecto, cuando alguien se enfurece, contrae las cejas y mira con ojos fieros; por tanto, cuando veamos a un hombre con este rostro o este rictus de manera natural, aun sin estar enfadado, diremos que es naturalmente propenso a la ira, pues muestra el rostro que suele excitar e imprimir la ira ardiente. [*]
Pues bien, la proposición o regla reza así: cuando un hombre ostente por naturaleza un rostro que imite el gesto de un individuo airado o doliente, lo llamaremos airado o doliente, pues la naturaleza siempre actúa de un mismo modo en unos mismos individuos, a menos que algo se lo impida. Este es, pues, el modo de ejercer la fisionomía en función de la apariencia.




[*][Regla]

orig:   (10.1)

El macho es más grande y más valiente que la hembra, y sus extremidades son más fuertes y gruesas, gozan de mejor aspecto, y es más poderoso en todas sus fuerzas.  

  ¶   72

Concede el último lugar a la figura de todo el cuerpo, uno de los puntos en función de los cuales es posible ejercer la fisionomía. Dice, pues: el macho es más grande y más valiente que la hembra de su misma especie, y tiene unas extremidades más gruesas y fuertes, y más exquisitamente formadas, y sencillamente goza de una mejor disposición general que la hembra.Así pues, si el cuerpo de un individuo imita el aspecto de una mujer, es probable que también albergue un espíritu femenino, y resulta verosímil que una mujer de cierto aspecto viril acuse un alma viril. Del mismo modo, resulta comprensible que quien imite en cierto modo el aspecto de un caballo o de un buey albergue en su alma algo, no sé muy bien qué, del caballo o del buey. Con esto, pues, queda demostrado que las señales arriba aducidas son indicios válidos de las costumbres del espírtiu.



[Sobre la figura]

Capítulo v

Capítulo v    MODO DE PROCEDER EN LA FORMULACIÓN DE UN JUICIO, Y SEÑALES MÁS O MENOS DIGNAS DE CONFIANZA

orig:   (10.2)

De entre las señales de las partes del cuerpo, son más potentes las que se toman de las costumbres y atendiendo a los movimientos y figuras.  

  ¶   1

Quedó dicho más arriba que los métodos y los tipos de señales enumerados por Aristóteles pueden ser indicio de la naturaleza y las disposiciones de su sujeto, así como de las propensiones de su alma. Ahora bien, dada la diversidad de principios y fuentes, alguien podría preguntarse, con razón, si todas las señales tienen el mismo poder de demostración, o si acaso algunas son más certeras que otras.



  ¶   2

Aristóteles se dispone ahora a responder a esta cuestión, y dice: las señales tomadas de la apariencia, que llaman costumbre, de los movimientos y de la figura del cuerpo son sin duda más eficaces que el resto, ya porque dependen en menor medida de la voluntad, ya porque dependen en mayor medida de la parte del alma que supone la fuerza del cuerpo, y se originan de manera más inmediata. En efecto, no es posible cambiar a voluntad la apariencia del rostro ni la forma del cuerpo, o en todo caso se haría con muchísima dificultad; así, no era sin motivo la admiración de Terenciano Cremes ante los cambios de rostro voluntarios de su esclavo Siro; además, el movimiento también depende directamente del alma, pues esta es su principio en tanto que naturaleza.



[Las señales tomadas de la costumbre, del movimiento y del aspecto son más certeras que las demás]

orig:   (10.3)

Resulta estúpido otorgar fe ciega a una única señal; en cambio, cuando varias señales de un mismo individuo convengan entre sí, tanto más convendrá tomar esas señales por ciertas.  

  ¶   3

Despeja una duda más, a saber, si acaso hay que fiarse de una señal aislada; por ejemplo, si al ver a un hombre de extremidades grandes, pero pecho estrecho y lampiño, carne blanda y boca pequeña, acaso debería decir yo que es valiente y osado. En respuesta a esta cuestión dice que es estúpido creer ciegamente en una señal aislada, sin tener en cuenta las demás; dice, en cambio, que un juicio se ha de formular cuando varias señales convengan en significar una misma afección, pues tendemos a juzgar más verosímil lo que todos afirman por doquier. Por otra parte, apunto que la afirmación de algo cierto exige dos requisitos: uno es que sean varias las señales que atestigüen lo mismo; el otro es que no haya nada que denote una afección contraria o que desemboque en algo contrario. Así, digo que este hombre es valiente, primeramente, porque tiene extremidades grandes, un pecho amplio y velludo, una boca grande y la carne dura; luego, porque no acusa señal alguna que denote temor o blandura de espíritu, o avaricia, dos señales que, si bien es cierto que no se oponen de por sí a la valentía, sí suelen acompañar a la temerosidad.



[No ha de otorgarse fe a una señal aislada]

orig:   (11.)

Existe otro modo de ejercer la fisionomía, mas nadie lo ha puesto en práctica: si el iracundo, triste y pequeño ha de ser de carácter necesariamente malevolente, aun en ausencia de las señales del malevolente, el fisiónomo podría identificar al malevolente mediante las primeras, especialmente por ser este el método propio del filósofo, pues consideramos propio de la filosofía inferir lo necesario a partir de algunas cosas dadas.  

  ¶   4

Lo dicho, a saber, que a la hora de formular un juicio se ha de tener presente no solo la ausencia de señales que denoten una afección contraria, sino también de las que denoten una consecuencia contraria, propicia la formulación de una nueva cuestión: si acaso existe otro método de ejercer la fisionomía y de formular juicios, además de los ya expuestos; no en vano, hemos dicho que algunas pasiones siguen o acompañan a otras y, por tanto, parece igualmente posible reconocer alguna pasión a partir de otra ya conocida. En respuesta a esta cuestión, dice: al margen de los métodos fisionómicos aducidos existe otro más que nadia ha descrito todavía; este consiste en pasar de una pasión del alma evidente a otra, y ello mediante silogismo; así, por ejemplo, cuando diésemos con un individuo iracundo y triste, aunque su cuerpo no dé señal alguna de malevolencia, sí podríamos tacharlo de malevolente por silogismo, y no a las bravas. Este es el proceder más propio del fisiólogo, llegar a lo ignoto mediante lo conocido, inferir los consecuentes de las premisas, y en esto consiste aplicar el silogismo, pues esta es la función del silogismo.



[Que existe otro método de ejercer la fisionomía además de los arriba mencionados]

orig:   (12.)

Y deducir por principio fisionómico la contrapartida cuando se advierten las pasiones contrarias.  

  ¶   5

Y el silogismo no solo nos permite inferir el consecuente a partir del antecedente, sino también lo opuesto mediante lo opuesto. Así, por ejemplo, cuando veamos a un individuo que acuse las señales contrarias a las que denotan la bondad, diremos que quien acuse las señales contrarias a las de la bondad también albergará las pasiones contrarias a las buenas, que son las malas; así pues, si vemos que el individuo generoso tiene una frente amplia, diremos que no es generoso el de frente no ancha, y del mismo modo, si inferimos que el generoso es justo y que no es amigo de lo ajeno, diremos que el avaro, aunque sin acusar señal alguna de injusticia o hurto, es injusto y amigo de lo ajeno. Ahora bien, esta deducción inversa de las afecciones del alma con las señales contrarias despierta suspicacias, a menos que las señales fuesen propias y necesarias y aplicasen a la inversa; así, si bien es cierto que la respiración es una señal de vida, no se sigue que no respirar sea una señal de los muertos, pues son muchos los peces que no respiran y, no obstante, viven.



orig:   (12.1)

Atendiendo a la pasión de la voz, se convendrá en llamar aguda a la voz iracunda por dos motivos: en efecto, el hombre indignado y airado acostumbra a tensar su voz y a hablar agudo, mientras que el sosegado la relaja y habla grave; asimismo, los animales valientes tienen una voz grave, y los temerosos, aguda: en verdad, el león, el toro, el perro ladrador y los gallos orgullosos emiten sonidos graves, mientras que el ciervo y la liebre son de voz aguda.  

  ¶   6

La voz era uno de los siete principios o fuentes de que se podían derivar las señales fisionómicas. Plantea una cuestión en torno a esta naturaleza de la voz, preguntándose si acaso la voz sirve realmente de indicio; y dice que no, pues si alguien considerase la voz y pretendiese formular un juicio con ella, podría ser inducido a error, y es que de tomar la voz aguda, por ejemplo, con un criterio creería que representa al iracundo y osado, pero con otro criterio dirá que es indicio del manso y temeroso, y como es imposible que un mismo sujeto albergue simultáneamente dos cualidades contrarias, parece irracional que dos afecciones opuestas vengan significadas por una misma señal.



[Si acaso la voz sirve realmente de indicio]

  ¶   7

Además, habrá dos modos de demostrar que la voz aguda denota al osado y al iracundo, como quedó dicho. Uno, según la apariencia, que depende de la costumbre, pues los airados e indignados acostumbran a tensar sus voces y a hablar con voz aguda, luego con razón diremos que el de voz tensa y aguda es iracundo y valiente; en efecto, aplica la regla arriba mencionada, a saber, que cuando alguien acuse una apariencia fruto del acto de una determinada pasión, su propensión a ese acto y a esas operaciones será acorde a aquella pasión y disposición. El otro modo: si sometiésemos al objeto del estudio fisionómico a un análisis mediante opuestos, diríamos que la voz aguda es señal del iracundo; en efecto, sabemos que el individuo manso apaga su voz y habla con voz baja y grave, y que esta señal acompaña a esta pasión, luego la pasión opuesta conllevará la contraria, y si el manso habla con voz grave, quien hable con voz aguda habrá de ser iracundo, y la voz aguda será señal del osado y del iracundo.



  ¶   8

En cambio, los métodos basados en el aspecto y la semejanza con las bestias permiten corroborar que una voz aguda no es señal del iracundo, sino más bien del temeroso, débil y manso. De hecho, quedó dicho en el último extremo, que hemos hecho derivar del aspecto de todo el cuerpo, que los hombres cuyos cuerpos y acciones recuerdan a un determinado animal también reproducen las propensiones del espíritu y las costumbres de ese mismo animal. Atentos a este principio, sabiendo que los animales valientes tienen una voz grave, y los temerosos y débiles una voz aguda, se dirá que la gravedad es una señal propia del valiente y del iracundo, y la agudeza, en cambio, del temeroso y del manso. Este proceder, que hacemos derivar de la apariencia o semejanza con un animal, nos lleva a inferir que el individuo de voz aguda aqueja temor y mansedumbre; por su parte, quien acusa estas dos pasiones no alberga iracundia ni osadía; por consiguiente, la voz aguda no representa al iracundo ni al audaz. Así pues, la fuente de las señalespuede desviar la opinión del estudioso en direcciones opuestas.



  ¶   9

Por su parte, demuestra con numerosos ejemplos que los valientes acusan una voz grave, y los temerosos una aguda. En efecto, el toro, el león, el gallo noble y el perro moloso, como los que se suelen traer de Córcega, tienen una voz grave, cada uno dentro de su especie; todos estos animales son iracundos y valientes; por consiguiente, se advierte que el individuo de voz grave también acusará valentía e iracundia. Por el contrario, el ciervo, la liebre, el cabritillo y el cordero tienen una voz aguda y son temerosos, luego el individuo de voz aguda acusará temor y mansedumbre. Queda demostrado, pues, que una misma voz podrá denotar pasiones opuestas.



orig:   (12.2)

Mas acaso convenga no determinar la valentía o temerosidad de estos animales por la agudeza o gravedad de su voz, y pensar más bien que la voz propia del valiente es la fuerte, y la del temeroso, la apagada y débil.  

  ¶   10

Parece que Aristóteles ofrece una solución, y dice que existen dos modos de entender la voz aguda y la grave, uno de manera absoluta y según el género, otro según la especie de cada animal. De manera absoluta y según el género la voz aguda no representa la iracundia ni la valentía, ni la grave representa la mansedumbre ni el temor, pues son muchos los animales de voz grave, como el león y el toro, que no muestran temerosos o crueles jamás, salvo por enfermedad o vejez. En cambio, sí aplica según la especie, pues dentro de una única y misma especie animal, el individuo de voz más grave es más valiente y naturalmente más iracundo que el de voz más apagada; así, por ejempo, dentro de la especie de los gallos, el que suena más grave es más orgulloso que el de voz más aguda; lo mismo se advierte en las especies de los perros y de los hombres, pues las mujeres tienen una voz más aguda que los hombres, y también son más temerosas, siempre y cuando gocen de una disposición acorde a natura y no aquejen ninguna afección; por consiguiente, dentro de una misma especie, los individuos que suenan más grave son más osados que los de voz más aguda.



[Solución de la cuestión]

  ¶   11

Esto es, según parece, el sentido que pretende comunicar Aristóteles, aunque las palabras del texto no lo den a entender para nada; y acaso sea esta la mejor respuesta para la cuestión anterior, a saber, que un animal no recibe el nombre de valiente o temeroso por el simple hecho de que su voz sea aguda o grave, sino que, dentro de una misma especie animal, cabe suponer que el individuo osado tenga una voz grave, y el temeroso, dentro de esa misma especie, una aguda. Así pues, si se comparase la voz de un hombre valiente con la de un hombre temeroso, sería evidente que la del hombre valiente será más grave que la del temeroso y débil, lo cual se echa de ver claramente, pues la voz del hombre enfermo es más aguda que la voz del hombre sano, y la voz del niño es también más aguda que la del hombre; y ello con razón, pues allí donde el calor es más intenso y el organismo más robusto se mueve una mayor cantidad de aire, lo que resulta en una voz más grave.



  ¶   12

Ahora bien, cabe preguntarse si, dentro de una misma especie, el animal con voz más grave es siempre más robusto que el de voz más aguda; en efecto, cierto es que las vacas son menos robustas que los toros y, sin embargo, se dice que tienen un mugido más grave que estos. En verdad, diremos que la voz de las vacas parece más grave porque se vuelve más aguda al final, y es que los opuestos brillan más cuando se encuentran el uno junto al otro. Pues bien, sea A → B la voz de la vaca, donde A es su parte grave y B la parte aguda; el extremo B hace que A se muestre a los sentidos acaso más grave de lo que es en realidad; la voz de los toros, en cambio, es sencillamente grave toda ella, y como el sentido no establece comparación alguna, no formula un juicio ni responde a la gravedad de la voz del toro como sí lo hace ante la voz de la vaca; así, la voz de la vaca estimula más al oído por su agudeza, y parece más activa, y se juzga más grave, pero en verdad el toro muge más grave, pues su voz no acusa ninguna agudeza. Por último, apuntaremos que las voces de los animales no solo se comparan según el criterio de sexo o edad, como con la vaca y el toro; antes bien, cabe señalar que, de entre los toros, es más valiente y más robusto el que emite una voz más grave, y que lo es menos el de mugido más apagado, y de igual manera se ha de juzgar entre las vacas y las terneras. Así pues, cualquier animal, comparado con otro individuo de su misma especie, próximo y semejante, cuanto más aguda tenga la voz, tanto más débil y temeroso será que aquel con el que se lo compara.



[Cuestión. No hay juicio sin comparación]

  ¶   13

En segundo lugar, cabe preguntarse si acaso un individuo muy valiente y robusto es más iracundo que uno débil y temeroso. No en vano, las mujeres suelen ser más iracundas que los hombres y, según Aristóteles, los enfermos son más iracundos que los sanos; a su vez, estos son menos robustos y valientes que los sanos, y las mujeres lo son menos que los hombres; por tanto, no es cierto que un animal muy valiente, robusto y osado sea también más iracundo. Por otra parte, la mucha iracundia del individuo muy robusto parece provenir del calor de su corazón, un calor potente y exuberante; en efecto, el animal osado es de corazón cálido, y la ira no es más que el enardecimiento de la sangre del corazón; por tanto, quien acusa rubor aqueja necesariamente una propensión a la ira, pues su corazón alberga calor abundante, y se puede encender y avivar sin problema, un cambio sencillo para quienes acusan tal característica.



[Si acaso el valiente es más iracundo que el débil]

  ¶   14

Responderemos que cabe considerar dos tipos de iracundia y de iracundo. La ira de este último puede ser dura, difícil y grave y, por así decirlo, vehemente y terrible, de la que se inspira con dificultad y, una vez desatada, se contiene a duras penas; dirás que este individuo es iracundo por extenso, pues su ira, asentada en una materia muy densa y semejante a la bilis negra, es terrible y dura mucho tiempo; es esta la ira de los hombres valientes: así arrastró Aquiles el cadáver de Héctoralrededor de los muros de Ilión, sin deponer su ira porla muerte de este último. También se puede llamar iracundo a quien sucumbe a la ira pronta y rápidamente, al impetuoso que se enciende ante la mínima causa; de este dirás que es iracundo de manera intensiva, una ira que padecen las mujeres y los ancianos, los pobres y los enfermos, que lo mismo se enfurecen fácilmente que abandonan la ira y se calman sin pena. Aristóteles, al parecer, se refiere al primer tipo de ira, la que llama iracundos a los osados y valientes, a los cálidos y robustos, pues esta ira es como un fuego encendido sobre madera de roble, mientras que la ira de las mujeres y de los enfermos recuerda al fuego encendido sobre pajas: su ira fácil es fruto del dolor, pero en ausencia de este no aquejan ira alguna.



orig:   (12.3)

Cuando las señales no concuerdan, sino que discrepan, lo mejor es no afirmar nada, a menos que algunas de las señales discrepantes sean más creíbles que otras.  

  ¶   15

Nos ofrece ahora una enseñanza para formular juicios; dice así: no se afirmará nada cuando las señales no sean ciertas y se contradigan de algún modo entre sí; por ejemplo, si yo viese que un hombre puede juzgarse temeroso en virtud de sus pelos, pero valiente según el tamaño de sus miembros, en tal caso se ha de suspender el juicio, a menos que una de las señales prevalezca sobre la otra; así, si la señal tomada de los pelos, al ser un poco oscura, viniese a ceder ante la que tomamos del tamaño de las extremidades, formularé mi juicio en función de esta última, y llamaré valiente al individuo de extremidades grandes aunque sus pelos se muestren suaves y leporinos.



  ¶   16

Tenemos aquí, pues, dos enseñanzas.La primera dice: si un cuerpo acusase dos señales igualmente potentes, indicios de dos pasiones contrarias, se renunciará a afirmar algo sobre él, y no habrá modo alguno de formular un juicio. La otra dice: si se diesen dos señales contrarias, siendo una de ellas más evidente y más firme que la otra, el juicio se formulará al amparo de la más fuerte y firme; por ejemplo, si alguien parece temeroso por su voz, muy aguda, pero tiene un pecho ancho, y unas manos y unos pies grandes, dirás que es valiente, haciendo caso omiso de la voz.



orig:   (12.4)

Esto es muy cierto dentro de una misma especie, pero no aplica a todo el género, pues dentro de este último se acusan más semejanzas de las deseables; en efecto, no ejercemos la fisionomía sobre todo el género humano, sino sobre individuos precisos.  

  ¶   17

He aquí otra enseñanza que nos conmina a considerar el lugar o la región, el tiempo y la edad y, en la medida de lo posible, a aproximarnos con la mayor precisión al objeto del juicio, pues todas las artes se ocupan de los casos singulares, y sobre estos se emite un juicio mediante la aplicación de las reglas generales, que parecen tanto más ciertas cuanto más se adecúan a los casos particulares. Dice, pues: debemos adecuar nuestros preceptos a la especie, y no al género, esto es, al concepto universal que refiera la naturaleza del género en el menor grado posible y que, al mismo tiempo, se ciña a ciertos lugares y regiones, tiempos, sexos e individuos. Y aduce la razón, a saber, que estos universales, así restringidos y limitados, se adecúan mejor al escrutinio del individuo cuya naturaleza y cuyas costumbres estudiamos. En efecto, nosotros no pretendemos formular un juicio sobre todo el género humano ni sobre todas las pasiones del género humano, sino solamente de algunos hombres determinados, que viven en un lugar determinado y en unas condiciones determinadas, condiciones que afectan a otros tantos que habitan esos mismos lugares, ingieren los mismos alimentos y ejercitan sus cuerpos de modo semejante; y al fin, también sobre esos mismos individuos. Tampoco formulamos juicios sobre todas las pasiones del espíritu, sino solamente sobre las que pueden alterar el cuerpo y de afectarlo al punto de dejar en él algo susceptible de ser captado por los sentidos.



[Otra enseñanza que contemplar en los juicios]

  ¶   18

Como más arriba se declaró la existencia de siete tipos de señales, se pregunta ahora cuáles son más ciertas y más destacadas que las demás. Así, hemos visto que la voz parece menos relevante que el pelo, y es posible que el pelo ceda ante la apariencia; la apariencia, por su parte, es muchísimo menos relevante que una figura corporal que recuerda a un determinado animal o a un hombre de una determinada región. Pues bien, cabe estudiar qué tipo de señales es más cierto y más apto para el juicio de la verdad, y cuál menos, y de qué manera diversas señales pueden ser indicio de una misma cosa, y de qué manera no; pues así, sabiendo estas cosas, podremos juzgar más fácilmente qué cabrá tener en cuenta, y sobrevendrán menos errores.



[Se investiga qué señales están por encima de las demás, pues existen muchos tipos]

  ¶   19

En primer lugar, pues, convendremos que la señal más relevante y más apta para la formulación de un juicio será la propia de la costumbre que denota, y por propia se entiende la que nace de la razón de la costumbre o afección; por ejemplo, se dice que la blandura de la carne es la pasión propia del hombre muy sensible e ingenioso. En efecto, cuando se dice que un hombre es muy sensible, se está diciendo que es extremadamente susceptible a la pasión perfectiva; por su parte, en lo que a la sustancia respecta, el de carne susceptible es necesariamente rico en humedad natural, causa de su gran aptitud para el padecimiento, luego también para entender, pues entender es un modo de padecer. Ahora bien, la señal no solo ha de ser propia, sino también estable: de hecho, son señales propias del temor el color pálido, los pelos muy suaves y delicados y los ojos entrecerrados; no obstante, el color no siempre permanece inalterable, el vigor de los ojos se puede fingir a voluntad, y es posible rasurar los pelos y que estos nazcan más duros.



[Cuál es la señal de juicio más propia y principal]

  ¶   20

La segunda señal es la propia constitución del cuerpo, su aspecto o conformación; esta, como vemos, se muestra de un modo u otro en función de la naturaleza de cada uno, no solo de la especie, sino también del individuo.



[Cuáles merecen el segundo puesto]

  ¶   21

Merecen el tercer puesto las señales comunes, esto es, las que no se derivan de los principios propios y formales de una pasión, y no son menor indicio de una pasión que de otra; así, por ejemplo, la frente amplia y elevada y los ojos firmes e inmóviles son señales comunes de la impudicia y de la valentía. Ahora bien, no basta con que sean comunes, también han de ser inalterables, y no deben coexistir con ninguna señal contraria, sino con alguna que las corrobore; así, por ejemplo, la inmovilidad y la firmeza de los ojos, señal común de la impudicia y de la valentía, no denotarían nada cierto a menos que una señal propia viniese a denotar la valentía y no la impertinencia. Estas dos señales, tomadas conjuntamente, como género y característica común, se determinan y, por así decirlo, se precisan; por ejemplo, si digo que el hombre es un animal bípedo que respira, manejo características comunes con las aves, pero si añadiese “sin plumas”, estaría determinando a los primeros.



[Cuáles el tercero]

  ¶   22

Revierto ahora la sentencia: las señales que no son ni propias, ni estables, ni se derivan de principios internos, y las señales demasiado comunes, que no están libres de sus contrarios y rara vez se dejan ver, no merecerán ninguna confianza a la hora de formular un juicio, o acaso muy poca. En efecto, a la hora de formular un juicio cabe conceder mucho a la figura, a la apariencia según la costumbre y a las señales propias, a menos que el objeto del juicio acuse algo contrario o contradictorio, o que la edad, la región, la educación y el estudio hayan inculcado una costumbre opuesta. Cuando por caso apareciesen o no apareciesen señales opuestas, en función de su ausencia o presencia, de su tamaño o firmeza, el juicio se verá confirmado o refutado.



[Cuáles no merecen nada]

  ¶   23

Darás el cuarto puesto al modo de caminar; no en vano, al ser la obra inmediata del alma motriz, puede expresar claramente cómo es esta última. En efecto, es posible deducir las fuerzas de la potencia irascible y concupiscible en función de la fuerza motriz, pues todo movimiento local de los animales implica apetencia y voluntad.



[Cuál el cuarto]

  ¶   24

Daría el quinto puesto a la carne, a la piel y a las partes semejantes; en efecto, se trata de la materia propia que conforma al animal racional, y ya se ha dicho más arriba que la materia condiciona la forma. El color y el pelo de la carne y de la piel te permitirán deducir, normalmente, la naturaleza de la carne; acto seguido, partiendo de la carne, en tanto que materia propia, juzgarás mediante los miembros cómo ha de ser el acto de su conformación, al igual que juzgas las cualidades y operaciones del artesano mediante sus herramientas; los miembros, por su parte, son partes del cuerpo diversas que se ocupan directamente de las operaciones del alma; así pues, la figura, la carne, los pelos y las partes que componen y acompañan a estos diversos miembros orientarán tus opiniones y expectativas, a menos que se eche de ver alguna señal contraria que sugiera lo opuesto.



[Cuál el quinto]

  ¶   25

Al fin, otorgarás el último puesto al color y a la voz. En efecto, el color varía fácilmente, pues la región, la edad, el alimento, el ejercicio y muchas otras cosas pueden alterarlo; por tanto, como tiene dificultades para mantenerse estable, no merece mucha confianza, y tanto menos cuanto que, como ya he dicho, nada impide que unos mismos colores resulten de causas opuestas, como se echa de ver en los asiáticos, tártaros y egipcios, que comparten un color muy semejante y difieren diametralmente entre sí. A su vez, la voz es con diferencia la más variable de todas las señales, y tiene las características más cambiantes de entre todas ellas, y ella misma es profundamente inestable; de hecho, cambia en función de la edad y de las afecciones, pues se altera bajo el efecto de la ira, del amor, del odio, del temor, de la tristeza y de la felicidad, y también la afectan enormemente los catarros, los costipados, las enfermedades y otros mil facotres; así pues, se determinará que las características de la voz son las señales con menos fuerza de todas.



[Cuál el sexto]

  ¶   26

Pues bien, a la luz de estas cosas queda claro cuál es el orden de las señales a la hora de formular un juicio, y cuáles son más ciertas y vehementes, y cuáles más débiles. A su vez, todo ello está naturalmente dispuesto de tal manera que las primeras anulen a las siguientes, y que las siguientes, por su parte, solamente maticen la relevancia de las primeras. Por ejemplo, la carne y los pelos duros representan la valentía; así, si alguien acusa esta señal y, a la vez, cuenta con una voz aguda, indicio de temerosidad, tendré a este hombre por valiente, y no por temeroso, pues a la hora de formular un juicio la carne detenta una posición más poderosa que la voz, y esta, por ser aguda, no hace sino moderar y apocar la valentía, de modo que no resulta tan grande como parecen indicar los pelos y la carne dura y firme, si bien no termina de refutarla o menguarla del todo. Por tanto, si un mismo sujeto acusase dos señales iguales, igualmente evidentes e indicio de pasiones opuestas, y una de estas fuese de primer orden y la otra de un orden más bajo en relevancia, juzgaremos la de primer orden.



[Apunte]

  ¶   27

Demuestra el Suesano que no pueden pertenecer a un mismo orden dos señales que denoten dos pasiones opuestas: en efecto —dice—un hombre no puede acusar dos señales de un mismo orden, igualmente claras y estables, que denoten dos pasiones opuestas, como por ejemplo una carne dura y blanda en rostro, cuello y hombros; no en vano, un mismo hombre no puede acusar temor y audacia a un tiempo, con la misma fuerza y en su máximo grado, esto es, no puede acusar dos opuestos a un tiempo y en acto, según la misma parte del cuerpo, la misma potencia del alma y en un mismo momento.



[Un mismo sujeto no puede acusar dos señales opuestas de un mismo orden]

  ¶   28

También se ha de tener presente que varias señales del segundo orden, ciertas, estables, conformes y acordadas entre sí, son más fuertes que una sola señal del primer orden, y más aún si esta última fuese incierta y no se dejase ver de manera clara y manifiesta; esto se debe a que las señales numerosas siempre se impondrán a las escasas, y las más evidentes a las que se dejan ver menos, y las más ciertas y poderosas a las más inciertas y débiles, y además son más adecuadas para la formulación de un juicio. Pues bien, baste lo dicho a propósito de las señales que se suelen dar naturalmente en el cuerpo humano y denotan pasiones del alma. Fin de la primera parte



[Enseñanza]

Capítulo vi

Capítulo vi    DE LOS RASGOS QUE SUELEN ACOMPAÑAR A LAS DISPOSICIONES E INCLINACIONES DEL ESPÍRITU

orig:   (13.)

Señales del cuerpo vigoroso: pelos duros; porte erguido; huesos, costillas y extremidades vigorosas y grandes; y vientre amplio y contraído hacia sí; hombros anchos y separados, ni demasiado rígidos, ni del todo sueltos; cuello vigoroso, no excesivamente carnoso; pecho carnoso y ancho; cadera sólida; pantorrillas contraídas hacia abajo; ojo ictérico, ni demasiado abierto, ni cerrado del todo; color corporal bastante oscuro; frente aguda, recta, no grande; nalgas ni suaves, ni del todo ásperas. 

  ¶   1

Es esta la segunda parte del libro, donde hace dos cosas: primeramente describe o enumera los rasgos y las señales que suelen acompañar a las veintiuna naturalezas y especies de los hombres; acto seguido propone el método cuya observación permite, en la medida de lo posible, dar con las huellas y los rasgos de cualquier naturaleza particular que conforme al hombre individual.



  ¶   2

Así pues, la primera parte constituye básicamente un estudio de las particularidades, y su propósito consiste en formular un método universal a raíz de ese estudio. En verdad, parece que Aristóteles lo hace porque, tras haber demostrado más arriba la existencia del arte fisionómica, así como su recurso a señales ciertas, que clasificó por géneros y estudió de manera ordenada para que comprendiésemos cuáles habrían de ser más válidas y cuáles menos, era de esperar, ya que toda arte termina descendiendo a lo particular, que pusiese en práctica lo dicho y mostrase, en primer lugar, que los individuos de un carácter determinado tienen unas señales determinadas. Y es que este primer punto, como se verá, era evidente: partiendo de que alma y cuerpo guardaban una máxima conexión, también las pasiones y afecciones del alma dejan señal en el cuerpo; y sabiendo esto resultaba más sencillo conceder el planteamiento contrario, a saber, que quienes tuviesen unas señales determinadas acusasen unas costumbres determinadas, tema que se abordará en la tercera parte de este libro.



  ¶   3

Ahora me corresponde a mí exponer el discurso de Aristóteles y corroborarlo con las razones que me sea posible; además, aportaré algunos rasgos distintos a los de Aristóteles, advertidos por otros, corroborándolos o rebatiéndolos según el criterio aparente de la recta razón. Me inclino a creer que solo citó estos veintiuno por serle más que suficientes para la formulación de una inducción idónea a cuyo amparo conformar una generalidad, concepto que se tiene por principio del método y de la ciencia. En efecto, a mi parecer, con la enumeración de estas señales Aristóteles no se propuso más que demostrar la veracidad de lo dicho más arriba. Así, había dicho que algunas señales permitían reconocer las naturalezas e inclinaciones de los hombres: esto se había enunciado y confirmado de manera general; ahora bien, como en el método deductivo no solo se ha de trabajar con lo general, sino que también conviene manejar y considerar lo particular, tras la razón y el método universales, expuestos más arriba, ahora, guiado por estos, se ocupa de estudiar los casos particulares y de comprueba si la teoría responde a la práctica.



  ¶   4

Llamo vigoroso al cuerpo robusto, pero no de manera absoluta, sino en comparación con los hombres y con los individuos de su mismo género; en efecto, no comparamos al hombre con un león o con un toro, o a un hombre con una mujer, o a un joven con un niño o con un anciano, o a un individuo sano con uno enfermo; en cambio, lo llamamos vigoroso o endeble en comparación con otros de su mismo género, de su misma edad y región. Así pues, se dice que tiene un cuerpo vigoroso el hombre que, en comparación con otros de su especie, puede desplazar a lo largo de una misma distancia cargas mayores en menor tiempo y desplazar a lo largo de una mayor distancia cargas iguales en menor tiempo, y además goza de las cualidades enumeradas por Aristóteles.



  ¶   5

Ahora bien, no hemos de creer que cada una estas cualidad, tomadas individualmente, denoten al vigoroso; consideremos más bien que todas ellas deben darse a la vez, convenir entre ellas y combinarse de manera recíproca, y que lo que una sola no consigue, sí lo hacen todas en conjunto, en nuestro caso, que alguien sea robusto. Por ejemplo, ya que el hombre se define como un animal racional mortal, y todo ello a un tiempo, un animal no es necesariamente un hombre por el mero hecho de ser animal, y tampoco se denominaría hombre si, además de ser animal, tuviese la sola cualidad de ser mortal; pues bien, de modo semejante, tampoco es necesariamente vigoroso ni robusto quien acuse la sola cualidad de los pelos duros, o del porte erguido, o de los huesos y músculos grandes; antes bien, para poder atribuir con acierto el nombre de robusto todas las condiciones y predicados han de darse a un tiempo.



  ¶   6

Además, aun si se diesen todas estas cosas en un único individuo, este no sería necesariamente vigoroso. En primer lugar, porque todas las proposiciones naturales, y si no todas, al menos la mayoría, se refieren a la materia contingente, y ya bastante es si son veraces; no en vano, por regla general, nada tienen de necesario, como enseñaba Aristóteles en el primer libro de los Analytica priora. Ahora bien, no ha de inferirse que este estudio sea vano por no ser absolutamente necesario; no en vano, así son casi todas las artes y disciplinas naturales, como la medicina o el arte militar, y no por ello se las menosprecia lo más mínimo; y es que cuando no se dispone de más, bastante es avanzar un poco, y no es poca cosa no desviarnos siempre del objetivo propuesto.



  ¶   7

Así pues, debemos partir de que nada de lo que vemos y sentimos en las regiones sublunares es necesario, y de que cualquier causa puede impedir que esas cosas produzcan su efecto natural, si no de manera absoluta, al menos sí aquí y ahora: así, ningún conocimiento librará a Sócrates de la muerte, pero sí puede impedir y evitar que muera aquí y ahora. En efecto, al dividirse el universo en dos partes, la superior necesaria, donde nada sucede por accidente ni por casualidad; y la inferior contingente, donde las causas por accidente no son menos potentes ni efectivas que las esenciales; resulta que los ingenios humanos pueden equivocarse fácilmente, al punto de que sus juicios estén errados a menudo; y sucede a veces que vemos a un hombre con todas las señales del modesto e ingenioso y que, por el contrario, ya por causa de algún obstáculo interno latente, ya por sus malas costumbres y elecciones, es inmodesto, impúdico, importuno, rudo, impuro e inepto.



  ¶   8

Habrá que partir igualmente de lo dicho más arriba, a saber, que esta arte no pretende afirmar nada a propósito de las costumbres o de las características de las costumbres, llamadas costumbres de la entelequia, esto es del hábito perfecto; ni a propósito de los accidentes externos, o de las elecciones del alma y de las determinaciones del libre albedrío: tal cosa es ridícula e imposible.



  ¶   9

Volviendo, pues, al primer propósito, digamos que se llama hombre de cuerpo robusto al de pelos ásperos. La causa la apunta en el cuarto libro de la Meteorologica: los animales de sangre potente y espesa acusan también pelos gruesos y duros; a su vez, quienes tienen una sangre como esta son robustos; por consiguiente, los robustos tienen pelos duros. La proposición mayor se demuestra allí mismo mediante el ejemplo del toro: este, que tiene una sangre muy densa y de inmediata coagulación una vez extravenada, es un animal muy robusto. Así pues, si el robusto acusa sangre densa y espesa, y el individuo con ese tipo de sangre tiene pelos duros, como demuestran los ejemplos del toro y del jabalí, el robusto ha de tener pelos duros. Además, el de pelos duros también lo ha de tener gruesos, pues los finos, por su parte, se muestran suaves.



[Pelos duros]

  ¶   10

Pues bien, como causa material de la dureza de los pelos señalaremos la densidad y el espesor de la sangre; ahora bien, esta no sería por sí sola la causa del vigor en ausencia de calor; de hecho, la sangre de la tortuga es espesa y ella, pese a todo, no es robusta. Mas se busca también la causa eficiente, a saber, el calor abundante contenido en la sangre espesa, al igual que el fuego vivo se contiene en el hierro candente. En efecto, el calor, al ser intenso, produce mucha sequedad y produce muchos vapores de hollín, espesos y viscosos; al toparse estos con una piel de poros relajados, consecuencia del intenso calor interno, pues es propio del calor disgregar lo heterogéneo, salen pelos gruesos y, por tanto, también duros.



  ¶   11

A la luz de lo cual se añade como causa adyuvante, a modo de instrumento, una moderada distensión de la piel. Prueba de ello es que, por ser la piel de la barbilla más distendida que la del resto del cuerpo humano, los pelos de la barba son más gruesos que los cabellos. Por esta razón resulta que, si viniesen a rasurarse los pelos, estos volverían a salir allí mismo más gruesos, por haberse distendido más el orificio.



[Por qué los pelos de la barba son más gruesos que los demás]

  ¶   12

La regla universal, a su vez, podría decir como sigue: los individuos de cuerpos o miembros del cuerpo muy robustos tendrán pelos o plumas muy gruesos, bien en todo el cuerpo, bien en la parte muy robusta. Por este motivo, de manera general, los pelos de los machos son más gruesos que los de las hembras; asimismo, los pelos de la mano derecha serán más duros que los de la izquierda, ya que la derecha alberga más calor, luego también una piel más distendida, y el calor es mayor porque la diestra trabaja más y se mueve más que la izquierda; y también los pelos de las zonas pudendas de una mujer serán más gruesos y más negros que los pelos de su cabeza, pues la mujer tiene estas zonas más calientes que la cabeza. Con esto, pues, queda demostrado que los robustos tienen pelos duros, y por qué.



[Regla]

  ¶   13

Esta es la segunda pasión o el segundo rasgo que se echa de ver en el cuerpo robusto. Ahora bien, no es que diga Aristóteles: quien tenga un porte erguido es robusto; sino que dice con acierto: todo individuo robusto en su especie tiene un porte erguido, como vemos en los perros robustos, en los toros y en los leones, que mantienen el cuerpo elevado y erguido, o al menos la cabeza, como también hacen las víboras, especialmente cuando se enfadan. Además, esto mismo se puede apreciar en los adolescentes, pues si los vemos de jóvenes y los volvemos a ver de ancianos, veremos que el adolescente y el anciano conducen su cuerpo de un modo diferente. Con esto, pues, queda demostrado que los robustos mantienen sus cuerpos erguidos.



[Porte erguido]

  ¶   14

Ahora queda decir por qué lo hacen. La duraza de los pelos se debe a una causa material, pero mantenerse erguido se debe a una causa eficiente; en efecto, el individuo muy vigoroso ha de albergar necesariamente muchos alientos, luego también mucho calor; donde hay calor, hay fuego, y es propio de este último tender a las alturas, y elevar consigo el cuerpo en el que predomina, como se echa de ver en los proyectiles de pólvora que, al encenderse, saltan por los aires y se elevan con fuerza. Este es el motivo de que aquello que alberga un calor intenso se mantenga erguido; otra prueba de ello es que los individuos airados levantan y yerguen la cabeza, y el enfado consiste igualmente en un repunte de calor, pues la ira es la ebullición de la sangre próxima al corazón, y la ebullición nace del calor.



  ¶   15

Mas alguien podría decir: si los robustos son cálidos, ¿también los cálidos serán robustos? En absoluto, pues un cuerpo robusto requiere dos cosas: actuar sin demora y resistirse a padecer. Así, por ejemplo, el robusto apartará a los demás y les abrirá las manos sin esfuerzo, pero a muy duras penas se abrirán las suyas o se lo moverá a él. Así pues, para actuar con vehemencia y sin esfuerzo precisa de calor intenso y de fuego; para permanecer impasible, a su vez, de sequedad intensa y de tierra; por tanto, la razón del robusto y el propio vigor residen en el fuego y en la tierra. Por tanto, al igual que vemos que el hierro candente quema mucho más que una llama, del mismo modo, aun teniendo la misma potencia calorífica el hombre agudo o vehemente y de ingenio dispuesto y el hombre robusto, aquejan características distintas como consecuencia de una diferencia material; pues es fuego tanto el que está en las brasas y en los carbones como el que está en el humo, que denominamos llama; sin embargo, como el humo es mucho más tenue y más volátil que el carbón, quema menos, da menos calor y nos resulta más fácil desembarazarnos de él. En efecto, el fuego es de acción muy pronta, pero padece muy fácilmente, y parece que cuanto se desplaza en nosotros por causa y principio internos, lo hace por el fuego, con el fuego o, al fin, no sin fuego.



  ¶   16

La tercera señal del hombre robusto es que sus huesos sean grandes y fuertes, esto es duros y difíciles de romper. Esto resulta evidente, pues los bueyes, que son más robustos que las terneras, y los capones, que lo son más que los polluelos, tienen huesos más grandes y más duros. La causa de que los huesos sean duros es la misma que volvía duros los pelos, a saber, la sangre densa, dura y terrosa, y el calor que, cuanto más se aplica a algo, más lo seca. Por tanto, si es propio del cuerpo fuerte y robusto que destaquen en él la sequedad y la tierra y, por otra parte, los huesos ya son naturalmente secos en cualquier animal, en el robusto serán secos en grado máximo, luego también muy robustos y muy aptos para resistir a las posibles ofensas externas.



  ¶   17

Por otra parte, puesto que el robusto es cálido y que allí donde hay calor también se da una fuerza que dilata y extiende por naturaleza, y puesto que lo que se extiende ocupa mucho espacio y es grande, el cuerpo robusto tiene huesos grandes y duros; de esto también da fe Virgilio al hablar de Entelo, pues queriendo mostrarlo robusto, dice: d esnudó las grandes articulaciones de sus miembros, sus grandes huesos y músculos 2-1. Pero este rasgo no sirve para razonar en sentido inverso; de hecho, si alguien tuviese los huesos fuertes y duros, como un anciano, por ejemplo, no por ello será necesariamente robusto, pues se echa en falta el calor, en cuya razón reside el principio de la acción; y tampoco por ser grande un determinado cuerpo ha de ser necesariamente robusto, pues es posible que haya crecido por haber opuesto su materia una mínima resistencia al calor, pudiendo así dilatarse sin problema; de ahí que muchos individuos de cuerpo grande se encorven ya en su juventud, ante la falta de calor natural. Y si dijeses que algunos individuos encorvados son muy vigorosos y robustos, en verdad no están encorvados del todo, sino solamente un poco, y ello se debe principalmente a la densidad y sequedad de la materia, que oponía suma resistencia a la acción del calor; así, al empezar a retorcerse en redondo a medida que se va secando, arrastra consigo al cuerpo que padece con ella, y lo condena a su misma suerte, y de algún modo lo curva y lo contrae. A su vez, vemos que prácticamente todo, la corteza, los árboles y muchas otras cosas a las que se aplica fuego, a medida que se seca se va contrayendo y encorvando, abandonando su rectitud. Queda claro, pues, que los huesos de los robustos son grandes y duros, y por qué razón.



  ¶   18

También las costillas, como huesos que son, serán grandes, esto es anchas y amplias, y muy duras. Recuerdo, al caso, el ejemplo de un hombre que, de tan robusto que era, tenía las costillas tan anchas que apenas había cartílago entre una y otra, y sucedió que, sofocado por el calor, murió enseguida, pues el pulmón no podía hincharse ni respirar. La causa del gran tamaño de las costillas es la misma que la de los demás huesos, e incluso en mayor grado, pues están más próximas al corazón, fuente de todo el calor.



  ¶   19

Llama extremidades del cuerpo a manos, cabeza y pies; de ser grandes y robustas, denotarían que todo el cuerpo es robusto. No digo solamente grandes, pues son muchos quienes tienen grandes extremidades, como los pies y las manos, pero solamente a lo largo, o solamente a lo ancho, o en grosor o en cualquier dimensión y, en cambio, no son robustos. Esto lo corrobora el ejemplo de ciertas mujeres y hombres de pies grandes, a lo largo y a lo ancho, que tienen, pese a ello, un cuerpo muy débil, como casi todos los jorobados, que parecen monstruos antes que individuos dispuestos con arreglo a natura. La causa es la blandura de la materia y el predominio de la humedad, al cual estimula el calor, aun ligero; sin embargo, al quedarse sin asimilar y en desorden, forma ciertamente un miembro de gran masa, pero falto de fuerza. Así pues, las extremidades no solo deben ser grandes, sino también robustas, de modo que detenten mucho vigor, tanto activo como pasivo.



  ¶   20

Y ahora sí es posible desarrollar un razonamiento de la parte al todo: el animal de extremidades robustas y fuertes parece ser todo él robusto y fuerte. Como se ha visto, la causa efectiva de ello son el fuego y el calor; la material, en cambio, la sequedad y la tierra; y se requiere la presencia simultánea de ambas causas para la formación de estas señales, pues la razón del hombre fuerte y robusto reside en la tierra ligada a un fuego intenso; la causa formal de esto consiste en una proporción y una combinación determinada de tierra abundante y de fuego, en tanto que aquella es la más seca de entre los secos, y este el más cálido de entre los cálidos. Por su parte, en una complexión robusta parece que el fuego haya eliminado prácticamente todo el frío de la tierra y que, de algún modo, haya acercado su sequedad a la sequedad pura, produciendo así un hombre robusto.



  ¶   21

Por vientre entiende Aristóteles, o eso creo, toda la cavidad que contiene los miembros encargados de la nutrición, a saber, el estómago, el hígado, el bazo y los intestinos. A su vez, por amplio, esto es por largo y ancho, entiende que la boca del estómago diste mucho del pubis, y una costilla flotante de la opuesta, o una epífisis de la cadera de la otra, distancia esta que constituye el ancho del bajo vientre. Por contraído entiende el vientre plano y un poco cóncavo, opuesto al que está hinchado y se dispone como el de las mujeres embarazadas. Así pues, la cuarta señal del vigor natural es el vientre amplio y contraído, contracción que se echa de ver en los leones y toros, y también en los perros de caza.



[Vientre amplio y contraído]

  ¶   22

En otro orden de cosas, los hombres barrigudos son muy débiles e, impedidos por el propio peso, apenas pueden moverse a sí mismos, y cuánto menos otras cosas, pues la fuerza motriz apenas puede con la masa del cuerpo. El motivo del vientre amplio en el individuo robusto parece ser que el robusto alberga mucho calor y, por tanto, consume mucha humedad, luego necesita un pronta regeneración y, en consecuencia, mucho alimento; a su vez, si el alimento es abundante requiere por fuerza un amplio receptáculo natural; por su parte, el lugar del alimento es el vientre, luego el robusto precisa de un vientre amplio en el que poder recoger alimento abundante. En verdad, no solo se requiere amplitud y capacidad, sino también contracción, esto es, que no esté abultado, ni prominente, como el de las embarazadas y los barrigudos; ni inflado, como en los hidrópicos y en los glotones y comilones, pues en estos es anormalmente amplio; ni caído, como en las mujeres que han dado a luz; antes bien, contraído, esto es comprimido, y más bien cóncavo que convexo, porque esta compresión es índice del vigor y de la fuerza de los abdominales.



[Los barrigudos son débiles]

  ¶   23

En efecto, el robusto tiene músculos duros y contraídos. Prueba de ello es que el débil, por el contrario, tiene la carne de los músculos flácida, luego no será débil quien no tenga por naturaleza una disposición flácida; en cambio, quien dispone de músculos sólidos y duros no tiene carne flácida, luego los de carne no flácida gozarán de músculos robustos y, por tanto, serán robustos. Pues bien, diga el razonamiento como sigue: todos los músculos del robusto son duros y robustos, y se contraen sin problema hacia su punto de origen; así pues, lo mismo aplicará a los abdominales: quienes tienen unos abdominales como estos, contraídos, gozan de un vientre contraído; se constata, pues, que el individuo robusto tiene un vientre contraído; y la causa de esta contracción es el calor: esta, al ser intenso, consume los humores, el aliento y la grasa, factores que suelen causar la hinchazón del vientre. Por tanto, también dispone la naturaleza que los adolescentes tengan el vientre más tonificado que los ancianos, y los sanos que los enfermos, y los hombres que las mujeres; no en vano son más robustos y cálidos. Por consiguiente, el hombre barrigudo no será hermoso, ni para nada robusto, ni estará dispuesto conforme a la naturaleza; tampoco gozará en absoluto de buena salud, ni de largo ni próspero bienestar, pues es señal de que el calor natural se ve superado por la materia y por el humor excrementicio, antes que ser él quien los supere y se alce con la victoria.



  ¶   24

A este extremo se aplica la misma razón que a los precedentes; en efecto, como la causa eficiente, esto es el calor natural de la semilla empleado por la fuerza formadora, es intensa, mueve la materia y la extiende con eficiencia; así, aquellas partes en que cuenta con más fuerza, como son el pecho y los hombros opuestos, se distienden, se ensanchan y terminan separadas, mas no en forma de círculo, sino en línea recta. De hecho, quienes tienen los hombros curvados o convexos albergan una maldad y un decaimiento que no consigo identificar plenamente, en lugar de tener un cuerpo robusto y grandeza de espíritu; no en vano, esto es señal de que la materia es indócil y de que el calor no ha sido lo suficientemente fuerte como para superar la resistencia que se le oponía: esto mismo lo corrobora la experiencia con las jorobas. No cabe duda de que la señal aducida señala al hombre robusto, pues si el robusto tiene huesos y costillas grandes, por la misma razón los hombros, el pecho y los miembros de grandes huesos serán anchos y grandes, luego también las extremidades estarán separadas entre sí.



[Hombros anchos]

  ¶   25

Sea el razonamiento como sigue: el robusto cuenta con mucho calor, huesos grandes y partes del cuerpo de gran tamaño; quien cuenta con semejantes características acusa también hombros anchos y separados; por tanto, el robusto tendrá hombros grandes y anchos pues, de otro modo, no tendría huesos grandes; ahora bien, como ya se ha dicho, este ancho debe ser conforme a natura y extenderse en línea recta, pues los elementos de que se compone nuestro cuerpo se mueven, de manera natural, en línea recta.



  ¶   26

Y es que si estuviesen demasiado rígidos no se aplicarían al trabajo con la soltura conveniente, y denotarían un impedimento para la fuerza formadora, luego también una debilidad. Llamo rígidos a los mal formados, no perfectamente definidos ni bien distinguidos, de modo que no están preparados para las acciones a las que sirven de instrumento. Así pues, si los hombros rígidos denotan un impedimento para la materia y una debilidad de la fuerza formadora o del calor natural, es probable que quienes no tengan hombros agarrotados gocen de la disposición contraria, y por tanto de mucho calor y alientos abundantes, cualidades del hombre robusto. Pues bien, como esta disposición de los hombros es indicio de calor natural y de unos alientos superlativamente activos, con razón es indicio del cuerpo fuerte y robusto.



[Hombros no rígidos]

  ¶   27

Esto es, estos hombros tampoco estarán tan mal unidos y articulados que parezcan desprenderse, pues estas son señales del hombre débil, ya que semejantes hombros denotan al hombre dotado de una materia y de una formación corporal completamente laxas e inconsistentes, al hombre que cede con demasiada facilidad ante el calor natural. Por tanto, si alguien acusase esta señal, aquejaría carne laxa y humedad superficial; un individuo semejante carece de la sequedad requerida, y es que, en verdad, hemos dicho que la sequedad es propia de la razón de ser del robusto; así pues, se inferirá que los hombros laxos y sueltos denotan debilidad antes que el vigor de las fuerzas, que es lo que nos habíamos propuesto hacer. Así, el robusto cuenta con hombros anchos y bien compactos, no del todo sueltos ni completamente ligados ni agarrotados; antes bien, gozarán del punto intermedio entre los dos extremos contemplados: a su vez, el término medio es, en estos compuestos, perfección y virtud.



  ¶   28

Que el cuello, como parte del cuerpo que es, de ser robusto, denota el vigor de todo el cuerpo es algo que demuestran los toros, animales de cuello robustísimo y dotados a su vez de mucho vigor en todo el cuerpo. El motivo de que el cuerpo robusto de un animal tenga tambien un cuello robusto, esto es toda la parte que se extiende entre la cabeza y los hombros, puede ser que en los animales de mucho vigor también el origen de los nervios y del movimiento es todo él vigoroso, luego por fuerza también amplio; y es que cuanto mayor sea toda la fuerza natural, siempre la misma dentro de una especie, mayor será la cantidad requerida de su materia. Por tanto, como el cuello y la nuca se encuentran próximos al origen de los nervios, cualquier animal dotado de mucho vigor tiene esta zona amplia, y no del todo carnosa, pues el vigor de esta parte no consiste en la abundancia de la carne, sino en las grandes dimensiones de los huesos y de los nervios; de hecho, si el cuello fuese carnoso y muy grueso denotaría un exceso de humor, y lo cierto es que partimos de que el vigor reside en lo seco y lo cálido, y no en lo húmedo.



[Cuello vigoroso]

  ¶   29

Esta es, si no me equivoco, la sexta propiedad del individuo vigoroso, tener el pecho carnoso y ancho. En efecto, no basta con que sea carnoso, pues también las mujeres tienen un pecho carnoso; y los de pecho estrecho pueden tenerlo carnoso en ocasiones; y son muchísimos los hombres que, por albergar un calor moderado, tienen un pecho rico en carne; no obstante, no participan de la razón de ser del robusto. El individuo robusto tiene un pecho carnoso dispuesto de tal manera que no se le forman ni le cuelgan mamas como a la mujer lactante; antes bien, no deja ver rastro alguno de las costillas, y los músculos del tórax están dotados de carne abundante y robusta, pero no de grasa ni de sebo abundante.



[Pecho ancho]

  ¶   30

La causa es que llamamos robusto al cuerpo de un animal apto para el movimiento y la acción; un animal como este tiene unos medios motrices robustos y potentes; estos medios son los músculos; por consiguiente, el hombre robusto está dotado de músculos vigorosos, luego carnosos, pues el músculo no es más que carne fibrosa, luego al músculo se le aplica la razón de la carne, de modo que un músculo grande y robusto habrá de contar por fuerza con carne abundante. En cuanto a la anchura, esta se debe a un calor intenso que existe en torno al corazón, pues es propio del calor dilatar; por su parte, quien alberga mucho calor es también rico en alientos; y se supone que quien alberga muchos alientos goza de un espacio amplio para su consumación; y como este lugar es el pecho, este ha de ser ancho. Además, el individuo robusto alberga mucho calor y, por tanto, requiere de mucha refrigeración y, en consecuencia, de una inspiración profunda; en verdad, una gran masa de aire precisa un pulmón amplio y un espacio en el que alojarse; este lugar es el pecho; así, en el individuo robusto el pecho ha de ser ancho; mas no cóncavo en su parte central, pues esta forma impide o dificulta la respiración; ni tampoco convexo, pues esto ya constituye un error de formación, y quienes aquejan un pecho como este recuerdan la naturaleza de las aves y las bestias, que tienen un pecho semejante, antes que la del hombre; por el contrario, el pecho del hombre robusto y dispuesto conforme a natura debe ser ancho y plano.



  ¶   31

También esto atañe al vigor, y constituye su séptima señal; se debe al predominio de la fuerza formadora sobre la materia o, tal vez, a la disposición natural de la parte orgánimca. Entendemos por muslo toda la parte del cuerpo humano que se extiende desde las nalgas y la ingle hasta la rodilla; en efecto, esta consta de un gran hueso, de muchos músculos y carne abundante, fibras, ligamentos, nervios, venas y arterias, pues es una importante herramienta motriz del cuerpo humano.



[Muslo contraído]

  ¶   32

El Suesano parece pretender que el muslo contraído se oponga al muslo femenino que, según él, es prominente y denota la abundancia de la materia. Yo, en cambio, creo que el muslo de la mujer no solo es naturalmente prominente, sino que es muy graso y está cubierto de carne blanda abundante; mas lo veo no musculoso ni firme, como el de los hombres fuertes, cuyos músculos se muestran definidos y distinguidos, hinchados y tonificados; sino tan delicado, blando y uniforme que recuerda la textura de la nieve o del queso. Por tanto, llamaría yo muslo contraído a aquel cuyos músculos dan prueba de contraerse hacia su extremo, pues semejantes músculos son aptos para flexionar la pierna y el pie hacia atrás, fuente del movimiento veloz que denota el vigor de la fuerza motriz.



  ¶   33

Así las cosas, diga el razonamiento como sigue: quien alberga vigor goza de aliento abuntande y de una gran disposición al movimiento; quien acusa esta última goza también de instrumentos motores robustos; estos instrumentos son, especialmente, los músculos de las piernas y de los muslos; por tanto, quien tiene vigor en su cuerpo también tiene músculos vigorosos; estos son los que se contraen naturalmente hacia su extremo con brío y celeridad; por consiguiente, quien alberga vigor goza de músculos sólidos y contraídos, luego también cuenta con muslos contraídos, como se dirá más abajo. Recuerdo haber visto a un hombre muy robusto prácticamente incapaz de extender sus brazos, a tal punto había contraído el vigor los músculos de sus brazos; y como era muy veloz en la carrera y demostraba largo aguante, tenía dura la carne de los muslos, moderadamente velluda, y apenas podía flexionar las piernas hacia atrás, de modo que si tuviese que patear a alguien a sus espaldas, no podría hacerlo con soltura.



  ¶   34

Esta señal es del mismo tipo que la anterior y depende de la misma causa. Por pantorrilla entiendo la parte carnosa que se extiende de la rodilla hacia el talón, que se adhiere a la tibia por detrás y eleva las tibias hacia las nalgas, llevando consigo al pie. Así pues, cuando dice que las pantorrillas deben estar contraídas hacia abajo, me inclino a entender que los músculos carnosos de los que se espera que lleven consigo el pie al contraerse deben ser carnosos y gruesos en su parte superior, mas a medida que se acercan al talón, donde se insertan, como se transforman entonces en un vigorosísimo tendón, por fuerza han de menguar y mostrar una masa menor, y así parece que las pantorrillas están contraídas hacia abajo. Así pues, si los de carne abundante junto al talón y los tobillos gozan de poco vigor, como demuestra la experiencia, se asocian a las mujeres y parecen ineptos para el movimiento, por el contrario, quienes tengan las pantorrillas contraídas hacia abajo serán aptos para la carrera, luego robustos.



[Pantorrillas contraídas]

  ¶   35

Esto se debe a la óptima formación del instrumento, y es que los músculos robustos cuentan con muchas fibras; a su vez, al tener muchas fibras, producen tendones gruesos; así pues, los músculos robustos tienen en sus extremos tendones gruesos que, de compararse con la parte carnosa superior de la misma pantorrilla, son mucho más finos que la carne del músculo. Con razón dijo, pues, que en los vigorosos las pantorrillas se contraen hacia abajo, esto es se transforman en un tendón, que es de menor envergadura que toda la pantorrilla, pero mucho más firme. De aquí viene que las mujeres, al no ser en absoluto robustas por naturaleza, no acusen esta contracción de la pantorrilla, y que sus tendones apenas dejen huella alguna, especialmente en las más delicadas. La causa reside en la menor fibrosidad y mayor blandura de su carne, motivo por el cual sus pantorrillas se van transformando imperceptiblemente hasta el talón, y un tobillo y un talón delicados sostienen un pie pequeño, carnoso y blando.



  ¶   36

La octava señal de la fuerza la ofrecen los ojos, y con razón, pues la fuerza de los nervios viene del cerebro, y son estos las primeras herramientas motrices. Según sea el ojo habrá de ser el cerebro, y según sea el cerebro, del que nacen los nervios, serán también los ojos. A su vez, de los nervios no solamente dependen los sentidos, sino toda la fuerza motora; por tanto, el ojo será una señal razonable del movimiento local, principal acción del vigor, pues permite reconocer la cualidad y la fuerza del cerebro.



[Ojo garzo]

  ¶   37

Por ojo ictérico entiende el Suesano un ojo amarillento y, bajo la autoridad de Virgilio, dice que se trata del color del león, pues aquel llama amarillento al león que Catulo veía garzo. Ahora bien, el garzo y el amarillento no parecen ser un mismo color, y es que este último, según Gelio, parece resultar de la mezcla del rojizo y del verde; en verdad, no se ha de creer que el amarillento y el garzo sean un mismo color; antes bien, se dice que la palabra caesius [*]
imita a caelium, esto es celeste, mas en ningún caso este color es amarillento ni se asemeja al rojo. En este sentido llaman garza a Minerva, pues es este el color de ojos de quien disfruta con las batallas y las guerras, como los sármatas. Por otra parte, el color amarillento es el que vemos en el oro o en la piel de una manzana dorada; a su vez, este color es indicio de la acumulación de bilis, y los biliosos no son necesariamente vigorosos ni robustos, cuánto menos en el caso de muchísimas mujeres que, aun siendo muy iracundas, son con diferencia las más débiles y temerosas de todos. El Thesaurus de la lengua griega, bebiendo de Plutarco, llama ictéricos a los ojos de los alemanes, esto es verdosos, fieros y bravos; y dice que el verdoso es el color del mar cuando empieza a picarse y agitarse.




[*][: garzo]

  ¶   38

Yo, en cambio, en lo que a la autoridad de Virgilio respecta, me inclino a creer que el león no recibe el nombre de amarillo por el color de sus ojos, sino por su piel, que es amarillenta; y en lo que a los ojos de los robustos respecta, no soy de la opinión que únicamente se haya de contemplar su color, sino una cierta vivacidad y una acumulación de alientos, que generan un cierto color amarillento y casi ígneo, con un toque de negrura, color que se echa de ver en la llama prendida en la pez naval. Dice Hesiquio que este se encontraba en los ojos de Hércules, y dice Virgilio: atended a las señales de la nobleza divina y a los ojos ardientes 2-2. Por tanto, entiendo que con esta palabra se denotan dos cualidades de los ojos, a saber, la vivacidad o abundancia de alientos y el color verdoso o garzo, como se echa de ver propiamente en la flor de lino, pero tan ardiente que, por efecto de ese ardor y la abundancia de alientos, se vuelve un ígneo oscuro o granate intenso. Con esta interpretación parece convenir Aristóteles cuando expone en su Rhetorica la belleza masculina, cuyo aspecto es tal que produce a un tiempo deleite y terror o reverencia.



  ¶   39

También Galeno, entre las demás causas del color garzo en los ojos, señala la escasez y la pureza del humor; por su parte, allí donde el humor resulta escaso impera la sequedad, que entra en la razón de ser del vigor, como más arriba se ha dicho. Y algunos asocian este color a un interior cálido, siguiendo a Aristóteles, pues este dice que los sureños tienen los ojos negros porque sus entrañas están frías y, por tanto, no tienen aliento ni calor abundante, mientras que sus partes externas, quemadas por el calor externo, se vuelven negras; y dice que, en cambio, los norteños tienen los ojos garzos por efecto de un excesivo calor interno. Si la cosa es así, resulta evidente que el ojo ictérico es ardiente y garzo, y que es indicio de la abundancia de calor seco y aliento en el hombre; por tanto, quien sea robusto contará con unos ojos como estos, vivos y garzos. En cuanto al razonamiento, todo él se toma de la decimocuarta sección del libro de los Problemata.



  ¶   40

Mas no bastaría con que el robusto contase con un ojo como este; deberías añadir que ello fuese ligado a una determinada medianía, de modo que no se abra ni se cierre más de lo deseable. En efecto, el ojo atónito, demasiado abierto y de un tamaño considerable denota abundancia material y debilidad en la fuerza operante; como atestigua Hipócrates en sus Prognostica, esto mismo se advierte en aquellos a quienes una enfermedad acuciante tiene al borde de la muerte, y es que la fuerza que rige y gobierna el cuerpo ha perdido todo su vigor, luego es incapaz de cerrar el ojo con precisión durante el sueño y permanece medianamente atónito, dejando ver su parte blanca, índice de la inminencia de la muerte tras la derrota y la claudicación de la fuerza. Así pues, si viésemos a alguien naturalmente tocado por una afección casi idéntica a la que de cuando en vez se muestra en el individuo enfermo y de disposición contraria a natura, no habremos de afirmar ciertamente que haya de morir en breve; antes bien, diremos que las fuerzas de su alma están afectadas de tal manera que se prodrían esperar de él efectos semejantes a los que se echan de ver en el enfermo, esto es acciones débiles e imperfectas.



[Ojo atónito]

  ¶   41

Por tanto, el ojo atónito y demasiado abierto no es bueno, ya por las razones anteriores, ya porque se aleja demasiado de su propia naturaleza, esto es de su natural término medio; y por tanto, tampoco dirás que el individuo con un ojo como este goza de una buena disposición corporal, luego tampoco que goza de salud ni del vigor que necesariamente fundamenta esta salud. De modo semejante, si el ojo se muestra demasiado cerrado y estrecho, es probable que no sea bueno, pues ambos extremos resultan igualmente perjudiciales por oponerse al término medio; por su parte, toda la virtud natural de los compuestos consiste en la medianía, pues esta resulta de la combinación y del atemperamento de los contrarios; así pues, un ojo demasiado cerrado denota la resolución de las partes nerviosas incapaces de sostener los ojos ni los párpados; y es que denota un estado del cerebro contrario a natura, luego no bueno; por tanto, no denota una salud irreprochable ni perfecta, pues aqueja faltas en el temperamento óptimo de los humores, luego el cuerpo tampoco albergará vigor natural. Pues bien, no deberías llamar robusto a quien tuviese un ojo más atónito o más cerrado de la cuenta.



  ¶   42

Aristóteles toma la novena señal que acompaña a los robustos del color de la piel. Dice, pues: la parte exterior de la piel del robusto acusa un color impuro. En primer lugar, se ha de determinar cuál es este color; luego, si acaso los robustos acusan este color; por último, por qué.



[El color del cuerpo]

  ¶   43

Parece que los latinos llamaban impuro al color del campo desierto y estéril por la sequedad, como el que se echa de ver en el polvo blanquecino de las calles o en la tierra reseca, ya como arena. Propiamente, la impureza (lat. squalor) parece tomar su nombre de las escamas (lat. squama) de los peces y de una especie de aspereza amarillenta; así, llaman impuras a las serpientes y a los peces salpicados de escamas, y también nosotros llamamos impuro al hombre sucio. Así, Virgilio se refirió a la barba de Héctor y a sus cabellos impregnados en sangre como impuros, y Lucrecio habló de miembros impuros, y Estacio de sudor impuro porque, cuando es abundante, vuelve impuros los miembros. A mí me parece que podemos llamar impuro al color de una superficie blanca, pero áspera e irregular; y es que esta asperidad, donde una partícula se eleva por encima de otra, hace que una proyecte sombra sobre la otra, produciendo una cierta apariencia de negrura. Así, como la suciedad vuleve irregular la piel de quienes están sucios, estos reciben el nombre de impuros; y también se llama impuros a los ancianos, que tienen el rostro rugoso.



  ¶   44

Ahora bien, aquí no llama impuro al hombre; es el color del robusto lo que recibe el calificativo de bastante impuro, esto es que tiende a la impureza, pero no es completa ni perfectamente impuro, como sí se puede ver en un muerto y en aquel a quien el hambre y el dolor han maltratado y consumido. El término griego αὔχμηρότερος, que los traductores vierten como bastante impuro, significa un color árido o bastante seco, que atribuyeron a la tierra estéril y seca. A la luz de lo dicho, pues, queda claro cuál es este color.



  ¶   45

El Suesano demuestra que este es el color propio de los robustos diciendo: si los blancos o cándidos y los negros son temerosos, los impuros serán valientes, pues los contrarios suelen acusar colores contrarios. Mas el razonamiento no parece del todo firme. En primer lugar, porque los blancos no son temerosos, como se constata con el ejemplo de los alemanes, blancos y no temerosos; y en cambio, los etíopes y los habitantes de Guinea son negros y, no obstante, muy temerosos; además, el color negro es más opuesto al blanco que el color impuro. Añade que no se trata aquí del vigor de espíritu: también los hispanos son morenos, y son muy osados. Tampoco nada impide que las cosas opuestas compartan idénticos colores: vemos que tanto la nieve muy fría como la acuosa son muy blancas; el alcanfor, el salitre y el afrónitro, son cálidos y cándidos; una piedra que llaman jaspe es muy negra y, a su vez, muy fría; por su parte, la pez, que es negra, no deja de ser cálida.



  ¶   46

Por tanto, para demostrar que el robusto detenta este color me parecería acertado aducir lo siguiente: o bien que la madera muy dura y robusta del ébano y del roble acusan este color, o bien que se tiene a los toros por más robustos que los demás animales que tienden al negro. Este, como he dicho, es el color de la tierra árida por efecto la sequedad o el de la ceniza. En ambos casos, es consecuencia de un calor aplicado a lo seco; por tanto, si se hubiese de aducir una causa de que el robusto sea de un color bastante impuro, podría ser la siguiente: que todo individuo robusto es cálido y seco en su cuerpo, esto es tiende al calor y a la sequedad, mas no al punto de resecarse por completo, como quienes padecen fiebre héctica; un cuerpo cálido y seco se vuelve de color impuro, especialmente por el exterior; por tanto, el robusto acusará un color bastante impuro.



  ¶   47

La menor quedó explicada más arriba; en efecto, en el temperamento humano, el individuo robusto tiende al calor y a la sequedad pues, como ya se ha dicho, el vigor de la tierra y del fuego son activos. Prueba de ello es que algunos melancólicos, cuando ese humor se calienta y arde por el aumento de la melancolía y la insinuación del paroxismo febril, se vuelven muy osados y robustos en su delirio, como demuestran a diario algunas mujeres que parecen aquejar este tipo de alientos melancólicos. La mayor también resulta evidente cuando constatamos que el polvo estival y la ceniza acusan este color impuro.



  ¶   48

Digo, no obstante, que el robusto no es impuro, sino que tiende a ser impuro; no en vano, el individuo absolutamente impuro carece de todo humor, y quien tiende a ser impuro, en cambio, demuestra que su cuerpo acusa una sequedad dominante por su parte externa, mas no por todas partes. A su vez, el cuerpo humano debe gozar de un temperamento perfecto, cálido y húmedo por dentro, seco y frío por fuera, pues conoce límites propios, y un límite como este ha de ser por fuerza seco, y en él prevalece la tierra. Ahora bien, se ha de tener en cuenta que esta señal, aunque acompañe al robusto, merece muy poca confianza a la hora de formular un juicio, y más aún si estuviese sola.



  ¶   49

Del rostro se toma la décima señal del hombre robusto. Me parece que debería llamarse rostro agudo al que no es redondo, pues este es propio de la mujer; de hecho, si fuese redondo, no sería recto; y lo llama agudo porque la barbilla sobresale, y el espacio que existe entre la boca y el extremo de la barbilla se lleva fuera de un círculo con centro entre las cejas, y cuya circunferencia pasa por la boca y la parte más alta de la frente. Por rostro, a su vez, entendemos todo el espacio que desde la más alta parte de la frente, donde comienzan los cabellos, avanza trazando una línea perpendicular que pasa por encima de la nariz para terminar en el extremo de la barbilla, así como del agujero de una oreja a la otra. Este, en un individuo cualquiera dispuesto conforme a natura, debe ser del mismo tamaño que el espacio que dista entre el extremo del pulgar y el del dedo corazón plenamente extendidos; así, como este espacio no tiene una medida igual en todos los individuos, tampoco comparten una misma longitud del rostro. Así pues, se ha dicho que los de extremidades pequeñas no son fuertes; esos individuos, a su vez, tienen manos pequeñas, y no pueden abarcar un gran espacio al extender su palma y, por tanto, tienen un rostro generalmente pequeño.



  ¶   50

Con esto queda claro qué es lo que se debe entender por rostro agudo. Ahora bien, para que se entienda más claramente cómo ha de ser el rostro del hombre robusto, y cuál recibe el nombre de largo y cuál no, concibamos en nuestra mente un cuadrado con un círculo inscrito; inscríbase en el círculo un rostro viril mirando al frente. En tales condiciones, los últimos cabellos de la frente dan en tocar el punto A; los agujeros de cada una de las orejas, los puntos B y C; el labio superior de la boca tocará D con su extremo, mientras que el extremo de la barbilla se extenderá hasta el ángulo E del cuadrado, del mismo modo que la coronilla llegará hasta F.



  ¶   51

Así pues, la línea AD indica la perpendicular desde el extremo de los cabellos situados sobre la frente hasta el labio superior; DE, la barbilla; BC, el ancho del rostro, que va de oreja a oreja; las líneas FA y DE señalan la longitud anterior de la cabeza, una línea que medirá la séptima parte de la que, avanzando desde el extremo superior hasta la planta del pie, da la estatura total del hombre.



  ¶   52

Por su parte, el rostro cuya barbilla no esté proyectada hasta E, sino un poco menos, tanto más recordará al aspecto femenino cuanto más se acerce a la circunferencia del círculo. El rostro ha de ser también recto, ni cóncavo ni convexo, no redondeado: de hecho, si se ha precisado tal cosa es para descartar y apartar estas tres apariencias.



  ¶   53

Por otra parte, me parece que el rostro largo, a saber, la de mentón agudo, denota ciertamente al hombre belicoso, osado e irritable, y no al fuerte ni al robusto; y Aristóteles dice más abajo que el rostro grande denota pereza. Por tanto, rechazada esta lectura y desestimada la interpretación del Suessano, tal vez en lugar de rostro convenga leer frente, que es precisamente lo que dice el término griego; así, por frente aguda, recta y no grande entenderemos la que Aristóteles atribuye más abajo al magnánimo y al león.



[Qué denota el rostro largo]

  ¶   54

Así pues, llamo frente aguda a la que forma ángulos pronunciados donde se une a los cabellos; asimismo, llamo recta a la que no está plagada de cavidades ni prominencias; y ni grande ni pequeña, sino mediana, esto es conforme a natura; y es que la frente grande, y principalmente la convexa, recuerda a los burros, que son inertes, mientras que la pequeña es propia de los cerdos y de los monos, animales ambos de malas costumbres y nunca dotados de un cuerpo robusto. Por tanto, ha quedado demostrado que el robusto tiene una frente aguda; ahora bien, resulta bastante difícil demostrarlo partiendo de los principios anteriores. No obstante, puesto que sí se han confirmado otros accidentes, procuraremos decir algo con sentido también de este.



  ¶   55

Supongamos, pues, que los elementos que se dan en nuestro cuerpo y lo conforman tienen sus cualidades ciertamente estropeadas, pero que no han perdido del todo su forma, de modo que no dejan de mostrar trazas de sus operaciones en cada compuesto, en tanto que se sobreponen y ejercen su dominio. En un caso como este podríamos decir: si la razón de ser del robusto reside en un calor que supera con moderación a las demás cualidades y se encuentra ligado a la sequedad, y además este calor recuerda al fuego, lo cierto es que es propio del fuego elevarse y simular una pirámide; la pirámide, a su vez, tiene ángulos agudos; por tanto, como la razón y la esencia del robusto son ígneas, formarán ángulos agudos, y especialmente en las partes que ceden con facilidad, penetrando y calentando las partes terrenas opuestas, como los cabellos o su materia, tanto por la derecha como por la izquierda. Y a una frente como esta podríamos llamarla aguda.



  ¶   56

Además, por la misma razón será recta; no en vano, el fuego se mueve en línea recta, y avanza en línea recta cuando nada se lo impide; y como hemos dicho que el robusto goza de una materia ciertamente sólida pero que, no obstante, cede ante un calor que actúe con vehemencia, la frente da en ser recta. En cambio, cuando la frente es cóncava o curva, o redonda o llena de prominencias, denota una materia rebelde e incapaz de moverse, y apunta la incapacidad del calor formador; por tanto, este tipo de frente nada tiene que ver con el individuo robusto.



  ¶   57

Del mismo modo, el individuo fuerte no acusa una frente grande, pues hemos dicho que esta es propia del buey y del asno; antes bien, no es ni grande ni pequeña, sino mediana y moderada, pues ya hemos dicho que el robusto goza de una disposición conforme a natura, de modo que sus partes no se quedan cortas ni se exceden respecto de la disposición natural. Pues bien, así podremos decir con razón que el robusto no tiene una frente ni grande ni pequeña, sino aguda y recta.



  ¶   58

Dicen que las nalgas (lat. natis) reciben su nombre del verbo apoyarse (lat. innitor); se trata de dos gruesas prominencias de carne situadas en torno al hueso sacro en que nos apoyamos al sentarnos. Dicen que solamente se dan en el ser humano. Además, no es precisamente esto lo que significa el término griego ἰσχίον, ni parece probable que Aristóteles haya bajado abruptamente a esta parte desde los ojos y la frente. El término griego ἰσχίον se refiere a la baja españda o a las caderas, y denota propiamente el lugar que se retuerce por efecto de la ciática. Además, afirman algunos que las nalgas negras y velludas son señal del vigor, de ahí que a Hércules, a quien se tuvo por el más vigoroso de todos los héroes, lo llamasen Melámpigo, como queriendo decir “el de negras nalgas”. También dicen que así como las nalgas grandes y blandas son femeninas y son señal de debilidad, las óseas, duras y enjutas son índice de vigor; ahora bien, por el momento nada se ha dicho de su suavidad o rugosidad; eso sí, más abajo atribuye a los fuertes unas nalgas agudas y óseas, y no unas a medio camino entre la suavidad y la asperidad o las arrigas.



  ¶   59

Otros, en lugar de nalgas, leen mejillas; las mejillas, a su vez, son las partes que se encuentran bajo los ojos. Lo cierto es que este término no responde en absoluto a la lectura griega, y no recuerdo haber visto jamás que las nalgas y las mejillas recibiesen un mismo nombre entre los griegos. El Suesano lee nalgas, y dice que si fuesen como propone Aristóteles, serían indicio de vigor, pues se asocian a la nobleza; a mí, en cambio, me parece que las nalgas responden mejor al decoro y a la nobleza cuando son carnosas, redondas, más bien grandes y gruesas, suaves, blancas y lampiñas que no cuando no son suaves ni rugosas, giro que parece indicar un punto intermedio entre las arrugas y la tersura, entre la aspereza y la suavidad.



  ¶   60

Así pues, acaso podamos deducir por silogismo que las mejillas sean señal del vigor; en efecto, el robusto es aquel en quien prevalecen la sequedad y el calor. En quien prevalece la sequedad no se da la suavidad, según dice Aristóteles en segundo libro del De generatione; por tanto, las mejillas no serán suaves, como en los niños y en las mujeres; mas tampoco rugosas, pues las arrugas son índice de vejez, y donde hay vejez falta calor natural, y ya se ha dicho más arriba que donde se aqueja esta ausencia tampoco puede haber vigor o predisposición alguna a la acción. Tal vez fuese posible aplicar de alguna manera este mismo razonamiento a las nalgas, aunque no parezcan suseptibles de reflejar esta pasión, como sí es el caso de las mejillas, pues su piel es más gruesa y su carne es naturalmente más sólida. Pues bien, como la suavidad se asocia a la humedad y es señal de su predominio, y como en el vigoroso no predomina la humedad, el vigoroso no acusará suavidad, y tanto menos en las nalgas, más robustas que las restantes carnes del cuerpo; mas tampoco tendrá arrugas, pues estas denotan una carencia de calor, y ya hemos dicho que en el vigoroso abunda con moderación.



  ¶   61

Mas si en lugar de nalgas o mejillas leyeses caderas, y considerases que Aristóteles se refería a la carne que recubre los huesos de la cadera, quedará disipada toda duda; además, parecerá una pasión legítima del robusto que la carne y la piel de la cadera no sean ni suaves ni del todo rugosas, esto es, que no sean flácidas como la de los débiles, ni suaves ni blandas como las de las mujeres, pues esto denota abundancia de humor acuoso, en que reside la debilidad de la fuerza motriz, del mismo modo que el vigor reside en la sequedad; parecerá también pasión legítima que no sean rugosas, pues esta pasión, ciertamente, denota la ausencia de alientos y el predominio de la sequedad, pero excesiva y solamente terrestre, sin relación con el fuego. Con estos argumentos deduzco que la cadera del robusto no debe ser ni suave, ni rugosa, esto es, no debe ser como las de las meretrices o las ancianas.



  ¶   62

Pues bien, estas son las señales corporales y sensibles de los robustos que Aristóteles aduce para describir al hombre vigoroso o robusto, y dotado de una disposición perfectamente conforme a la naturaleza y la condición viril.



  ¶   63

A estas señales corporales podemos añadir algunas otras, con que procuraremos reconocer y determinar cómo es la disposición de un espíritu bravo. Ahora bien, en primer lugar, no creamos que son una misma cosa el robusto y el bravo; de hecho, llamamos robusto al cuerpo, mientras que la bravura se aplica al alma, y el bravo no siempre goza de un cuerpo robusto, y en un cuerpo robusto habita a menudo un alma vil y temerosa. Los camellos y los asnos más grandes, los mulos de carga y los bueyes castrados gozan de un cuerpo muy robusto y de fuerzas potentes, pero aquejan un espíritu blando, calmado y pronto a obedecer; por el contrario, los perros pequeñuelos, ojito derecho de las mujeres, son muy osados, y la raza más pequeña de los alcaudones, como un ave del tamaño de una alondra que los italianos llaman buferla, detenta tal osadía que no se amedrentan ante el robustísimo halcón; el avestruz es la más robusta de las aves, pero es temeroso; el que llaman reyezuelo es osado pues, según Aristóteles, se atreve a luchar prácticamente hasta con el águila.



[Mediante qué señales se reconocen los bravos]

  ¶   64

Resulta evidente, pues, que la razón de ser y la propensión o naturaleza del cuerpo robusto y del espíritu bravo no son las mismas, y que el bravo difiere sensiblemente del robusto; y el motivo es que el vigor reside en una sequedad terrena, como opina Aristóteles en el cuarto libro de la Meteorologica, mientras que la razón del bravo reside en el calor y en la sequedad ígnea; así pues, también son diversas las definiciones de cada pasión, pues es robusto quien soporta sin pena los sufrimientos y persevera en ellos, y es bravo quien no rehúye los peligros sino que, buscándolos, movido por la esperanza de honor y nobleza, los enfrenta y soporta.



[El bravo difiere del robusto]

  ¶   65

Resulta pues que estas afecciones se distinguen entre sí, de modo que a menudo el robusto no es bravo, y alguna que otra vez tampoco el bravo es robusto, pues una cosa es la sequedad del fuego y otra la de la tierra; diferencia esta que la experiencia ha demostrado con el ejemplo de numerosos generales de antaño y de nuestros tiempos. En efecto, el general Alejandro Farnesio fue muy bravo, pero ya en sus últimos tiempos apenas podía sostener su propio cuerpo. Lo mismo se lee del emperador Carlos V y del rey Muleasse, que venció al último rey de Lusitania, y es que aun moribundo, luchó con mucha bravura contra el mencionado rey y lo venció. De la misma opinión fue el emperador Severo, que enseñó a sus soldados a gobernar no sus pies, sino su cabeza. Nadie negará que Filopemeno fue un general vigoroso, pero era débil, especialmente cuando fue capturado; por el contrario, era muy robusto el emperador Maximino, pero nadie dirá que era más bravo que Decio o Juliano II, que murió ante los persas. Plinio enumera a algunos hombres muy robustos, capaces de mantenerse en pie sobre un carro tirado por cuatro caballos, y sin embargo no reciben el nombre de bravos, como Marco Marcelo o Fabio Máximo.



  ¶   66

Así pues, resulta evidente que el bravo se distingue y distancia plenamente del robusto, aunque exista una cierta semejanza que justifique llamar bravo a un robusto; de hecho, difieren tanto que una afección es propia de la tierra y la otra del fuego. No obstante, como estos dos elementos solamente comparten la sequedad, de vez en cuando sucede que, habiéndose expulsado el frío, la tierra da en calentarse mucho y el hombre robusto es también bravo, como se lee de Hércules, Teseo, Aquiles y otros héroes; y sucede que otras veces es el vigor del espíritu es que prevalece sobre las fuerzas corporales, como es el caso de Ulises y Diomedes, y otras veces lo hacen las del cuerpo, como en Áyax Telamonio.



  ¶   67

Por consiguiente, no estará fuera de lugar recensar primeramente otras señales del robusto apuntadas por otros autores, además de Aristóteles; y luego demostrar cuñales denotan bravura de espíritu, y cuáles la descartan completamente. De este modo, pues, quedarán del todo patentes las naturalezas del robusto y del bravo, y se colmará el propósito de Aristóteles; no en vano, si pretendía reconocer las cualidades del alma mediante las afecciones del cuerpo, cabe considerar su voluntad de disertar a propósito del vigor y la bravura del espíritu, y no solamente de las fuerzas corporales.



[Cómo y cuándo es bravo el robusto]

  ¶   68

En primer lugar, pues, siguiendo a Aristóteles, llamaremos robusto a quien acuse las siguientes cualidades: pelos duros; huesos y costillas grandes; extremidades grandes, duras y robustas; cuello corto, carnoso; nuca erguida, dura; la parte posterior de la cabeza, donde comienza la médula espinal, alta, elevada, grande, abombada, de piel dura y gruesa; frente bastante prequeña, aguda y cubierta de cabellos gruesos. A todo esto añade, siguiendo a los autores más recientes, una frente ni suave ni áspera, sino más bien de aspereza incipiente; unos pies y unas articulaciones de pies y manos robustos, grandes, pero más gruesos que largos; unas piernas cubiertas de carne abundante y dura, musculosas; un pecho moderadamente carnoso, pero un cuerpo no graso; una voz bastante dura e irregular, semejante a un estruendo; un movimiento uniforme, ni rápido ni lento, como el de los toros y los caballos que se suelen criar junto al océano Galaico, donde habitan los pueblos frisios. Si así son, son robustos. En efecto, en estos prevalece una tierra formada por la humedad y cocida por un calor intenso. Así pues, tienen una carne dura, luego son prácticamente insensibles; así, son rudos y lentos de entendederas, ineptos para casi todo tipo de conocimiento, rara vez capaces de entender nada de la contemplación sutil, poco dados a actuar según su elección y voluntad, sino más bien por costumbre; son, por tanto, los menos engañosos y falaces de todos; no roban ni son avaros, pero tampoco generosos; son crédulos, y muy fieles a aquellos en quienes han depositado su confianza.



[Quiénes son robustos]

  ¶   69

Dicen que esto se echa de ver en los alemanes; así pues, son robustos y fieles, y no son pérfidos en absoluto, luego tampoco hablan mal de nadie ni le quieren mal; por tanto, tampoco son malvados y, por consiguiente, no son temerosos por naturaleza, salvo con los peligros que no conocen, y temen más a los espectros nocturnos y a las apariciones fantasmagóricas que a los lobos, a los osos o a los hombres armados; y es que no saben discurrir con sutileza, pues son incapaces de tal cosa; no en vano, ya se ha dicho que son de carne muy dura; se asocian, pues, a la tierra bien cocida por el calor; por tanto, son hombres obstinados y testarudos con lo que una sola vez afirmaron, y no están preparados para simular o disimular y actuar por cuenta propia, ni para atenderse a sí mismos o a los demás, a menos que hayan aprendido por costumbre o experiencia; son sociables y gregarios, y se atienen sin pena a las leyes. A ello se debe que las repúblicas duren más tiempo entre unos hombres como estos que entre los de ingenio ardiente, agitado, sedicioso y agudo; por este motivo fueron otrora objeto de burla algunos pueblos por creer que podrían vencer y conservar su libertad con las mismas leyes con que los venecianos protegieron y siguen protegiendo a día de hoy la suya propia; y es que los ingenios diferentes postulan leyes diferentes y modos de vida diferentes, y no todas las cosas convencen ni convienen a todos. También entre nosotros existe un género de hombres agrestes, dedicados a la recolección de la bellota inverniza, que no saben hacer nada más que labrar y arar; se trata, por tanto, de un género fiero e inhospitalario con los extraños, pero muy amigo y atento con los suyos, si bien es cierto que no por elección propia, sino más bien por un cierto impulso natural o por el desconocimiento y la sospecha.



  ¶   70

Por su parte, como se asocian a la tierra y esta predomina en ellos, no son soberbios ni suelen ser quejumbrosos, ni son fanfarrones, ni ingratos; tampoco son charlatanes ni difunden los asuntos ajenos; no son muy iracundos o fieros, a menos que se sientan engañados u objeto de burla; por regla general son desconfiados, y es que no disciernen con exactitud, pues no gozan de un ingenio agudo, ya que acusan una carne dura y, por tanto, son robustos; por los mismos motivos son de buen comer y buen beber, como se lee de Hércules y se echa de ver a diario en los robustos; y puesto que son de ingenio tosco, no serán ni imprudentes ni mentirosos, ni impíos o crueles, a menos que entablasen amistad con hombres de tal calaña, pues no saben contradecir a sus colegas, y guardan con fervor la impresión recibida, y es que parecen naturalmente más dispuestos a obedecer que a mandar, y de hecho no lo harán salvo en caso de necesidad; además, apreciarán la vida más que el honor, a menos que la costumbre o la ley los hayan habituado a pensar de modo contrario.



  ¶   71

Pues bien, así son los hombres de cuerpo robusto y conformados según las señales corpóreas arriba expuestas. Cuanto más se dejen estas señales ver en un hombre, tanto más dirás que es un hombre robusto y que acusa las propensiones del alma arriba expuestas; en cambio, de quien las detente en menor cantidad dirás que es menos robusto y que, según su espíritu, responde en menor medida a esa descripción.



  ¶   72

Por el contratio, llamarás fuerte, que no potente, u osado, que no robusto, a quien acusase las siguientes señales: un rostro viril y semejante al del león; una barbilla aguda; una boca grande; una voz cantarina, grande, grave y lenta, pero uniforme; un porte erguido; unos hombros anchos; unos ojos garzos o leoninos, algo oscuros, mediano, ni abierto ni cerrado, cóncavo, que mire sin mover los párpados, él mismo poco móvil, mas no inmóvil, como cuentan que fue el de Nerón, pero también seco o con cierto esplendor, poco propenso a la risa, muy poco dado a llorar o a dar muestras de dolor; un cabello naturalmente elevado sobre la frente, como formando una montañita; una cabeza mediana, mejor que grande, de diámetro moderado; una frente cuadrada; una nariz más bien grande, ancha, redonda en su extremo; labios suaves, cubriendo el superior parte del inferior; un paso estable, moderado, más bien lento que rápido; con hombros curvos, acompasados con su paso, que ha de ser firme.



[Qué es propio del fuerte]

  ¶   73

Es probable que en este hombre predomine naturalmente la sequedad ígnea, y que exista a su vez un subdominio de la tierra; esta misma disposición, pero en proporciones inversas, se encontraba en quien recibía el nombre de robusto por su cuerpo. De quien así sea se dirá con razón que es apto para albergar vigor en su espíritu, vigor que podrá ser osadía o temeridad, si no se deja constreñir por la recta razón; y quien así sea según su cuerpo podrá llegar a tener una magnífica opinión de sí mismo y, por tanto, ser ambicioso y soberbio, y ávido de honores, cosa que disimulará a menudo, aun consciente de que resulta un tanto evidente.



  ¶   74

Por consiguiente, se inclina a las buenas acciones y, como es magnánimo y glorioso, no aprecia recibir nada de los demás, ni le gusta estar en deuda con otras personas; tampoco es de su agrado que se le muestren o expongan sus buenos actos, antes bien, es algo que despierta su ira. También parece justo, o naturalmente inclinado a la justicia, pues no es pérfido ni mentiroso, sino sencillo y abierto y, por tanto, no es malevolente ni malvado; y es que no es temeroso, pues es bravo y se asocia al fuego. En ausencia de amenazas se mantiene sereno y tranquilo, luego tampoco es charlatán, ni amigo de las preguntas, ni chismorrea sobre nadie, a nadie insulta ni menosprecia; y si en un arrebato de ira diese en hablar mal de alguien, lo haría de frente y en su cara, y no a la ligera o por causas menores. En presencia de amenazas, esto es cuando se ocupa de asuntos concretos, es agudo, rápido y dispuesto, como presa del entusiasmo, pendiente de todo además de aquello que lo ocupa. Será también amante de las mujeres, muy crédulo con ellas, y dejará que lo engañen fácilmente; no en vano, es cálido y está lleno de aliento, es sencillo y abierto, como se lee del hebreo Sansón, Escipión y César. Será también generoso y plácido, mas iracundo y fiero si se viese ultrajado, y terrible en su ira, a menos que el atacante cejase en su empeño y, buscando penitencia, diese en creer al penitente.



[El naturalmente dispuesto a la fuerza de espíritu]

  ¶   75

Mas si viniesen a darse conjuntamente las señales del cuerpo robusto y del espíritu bravo, cosa que ocurre en muy raras ocasiones, vista la diferencia que existe entre la sequedad del fuego y la de la tierra, se formaría un hombre heorico, como desde antiguo cantan los poetas que fueron Teseo, Hércules y Héctor. Así pues, si algún héroe, por su naturaleza, mereciese de algún modo el nombre de fuerte, tendría las siguientes características: será de porte erguido; tendrá un rostro y unos hombros semejantes a los de un dios, es decir será muy hermoso e infundirá una cierta dignidad y admiración; el tamaño del cuerpo tenderá más bien al exceso que al defecto; su rostro inspirará a un tiempo terror y bondad, amor y temor, sentimiento que llaman reverencia; propiedades estas que se dejan entender mejor que describir con palabras. Durante su juventud acusarán cabellos bastante rubios, con cierta oscuridad, rizados en las puntas y brillantes en la zona central; una voz grande, grave y uniforme; un movimiento grante, lento, regular; las partes donde los pelos se suelen dar de manera natural estarán cubiertas de abundantísimos pelos duros, fuertes, rizados y oscuros, como se dice de Hércules, cuyas nalgas y genitales que estaban cubiertos, según se lee, de pelos abundantes y duros; una frente mediana, cuadrada, relajada, ni arrujada ni suave del todo, ni brillante, ni blanda y femenina; unos ojos medianos, garzos, lúcidos, brillantes, sublimes, a medio camino entre la sequedad y la humedad, con cierta animosidad y notable clemencia, moderadamente estables, ni inquietos, ni con la mirada siempre gacha, ni en movimiento continuo de aquí para allí; un rostro oblongo; un color impuro, con cierto rubor moderado; una nariz grande, ni proyectada hacia abajo ni aguda, sino bastante redonda en su extremo; un pecho ancho y unos hombros bien carnosos; unas orejas bien formadas, medianas y bien definidas; unas manos y unos pies grandes y robustos. En fin, serán como los poetas cantan a Aquiles, a Pirro o a Teseo.



[Cuál es, también, la forma del héroe]

  ¶   76

Cabe apuntar ahora que, por regla general, aquellos a quienes la naturaleza ha instruido y formado con una inclinación a las virtudes heroicas, es decir a la abundancia de ciertas virtudes, también suelen aquejar enormes vicios, cosa de que podemos acusar a Alejandro, a César, a Hércules y a Aquiles, y cuyos ejemplos permiten corroborar: Alejandro superó a su padre Filipo en virtudes, en bravura, en animosidad y generosidad, mas también lo superó en crueldad, desmesura, insolencia, ambición y amor por el vino; también César, noble por su clemencia y animosidad, por su fluidez de discurso, fue a su vez un tirano para su patria, un ladrón de lo ajeno y un horrible fornicador; Hércules, furioso, dio muerte a su mujer y a sus propios hijos; pero no lo hay más cruel ni más iracundo que Aquiles, de quien Horacio dice que fue cruel tanto con los griegos como con los troyanos, inexorable, duro, soberbio.



  ¶   77

También quienes sobresalieron en la ciencia y el saber, como Salomón, Platón y acaso Aristóteles, aquejaron los más grandes vicios; Salomón amó hasta la impiedad y la locura; Platón dedicó a su amor por los jovencitos más interés del que convenía al filósofo y al hombre decente, y menos de lo que convenía al hombre moderado; Aristóteles era conocido por su maldad, su envidia y su ingratitud, vicios que, según se dice, ejerció contra Platón y otros filósofos, e incluso contra Alejandro, a quien todo debía, que lo había honrado, condecorado, auspiciado como al que más. Tampoco Sócrates merece una alabanza plena pues, al margen de sus amoríos con jovencitos, cuya naturaleza y rectitud no juzgo ahora, contravino ciertamente las costumbres y las instituciones patrias, y trató de desterrar y detruir con todas sus fuerzas los ritos sagrados y las costumbres de su patria. Así, se entiende que entre los italianos circule un proverbio popular que dice que la prenda y el paño hermosos por fuera son feos por dentro, por el reverso, mientras que las prendas que no tienen una parte exterior, que llaman recto, tampoco tienen reverso.



  ¶   78

El motivo de que las grandes virtudes que se dan naturalmente en el hombre, no adquiridas por estudio o educación, se suelan ver acompañadas por grandes e ingentes vicios tal vez se podría comprender si, primeramente, sentásemos la siguiente distinción: que de entre nuestros hábitos, unos son loables, otros no, y algunos no son de por sí ni buenos ni malos.



[Por qué es habitual que haya grandes vicios asociados a las grandes virtudes]

  ¶   79

A su vez, de entre los loables, unos reciben propiamente el nombre de virtudes, y con este nombre se refiere uno a las adquiridas, por oposición a las virtudes que impropiamente reciben tal nombre, las naturales, de tal modo que existe una distinción entre las virtudes naturales y las adquiridas, virtudes estas últimas que el apetito adopta y conserva en su hábito por persuasión de la recta razón. En efecto, nadie alberga una virtud adquirida sin acusar una recta razón activa; esta, por su parte, es la prudencia; por tanto, quien alberga una virtud adquirida goza de prudencia; a su vez, cuenta con todas las virtudes, como atestigua Aristóteles en el sexto libro de la Ethica, diciendo: no falta voluntad si hay prudencia. De este modo, pues, quien goza de una virtud alberga todas las virtudes, pues como el prudente tiene un hábito activo por la recta razón, mantendrá esta recta razón siempre y en todas sus acciones; así, si se entrega a los placeres, es moderado; si se enfrenta a peligros, es valiente; si trata de dinero, actúa con generosidad.



  ¶   80

Pues bien, haremos bien en convenir con Aristóteles en que la adquisición de una virtud implica la presencia de todas las virtudes en un individuo, pues alberga prudencia; al actuar, como se ha dicho, bajo sus directrices, todos sus actos habrán de ser loables, y su repetición dará luz a un hábito, que llaman auténtica virtud adquirida. Un individuo semejante vence todas las inclinaciones naturales y no contempla mácula alguna de vicio: así pues, este es a quien la virtud ardiente eleva a los cielos, es este quien realmente merece decirse feliz.



  ¶   81

Ahora bien, quienes adquieren la virtud con mayor facilidad son los hombres más perfectos, esto es los que gozan de una disposición más conforme a natura; tales son quienes albergan un alma que, de manera absoluta, lo son todo en potencia, sin propensión natural a una alternativa frente a la otra, sino con el más absoluto libre albedrío y la mayor potestad respecto de cada una de ellas. La perfección natural del hombre consiste en que su alma sea en potencia pura todo cuanto se da en otros animales o compuestos vivos, mas nada en acto; así, si vemos a alguien naturalmente inclinado a una operación propia de las fieras, como la rapacidad o la venganza, decimos que recuerda al león o al águila. Ahora bien, el hombre, de manera absoluta, no acusa una disposición más fuerte a una acción que no a su contraria; además, siendo esto cierto, si un cuerpo humano dejase advertir huellas de un león o de un perro, deberíamos esperarlas también en su alma, a menos que la razón, la instrucción o la recta educación lo hubiesen impedido, y es que la naturaleza ha dispuesto que todo agente actúe a su propia semejanza. Pues bien, al ser el alma la causa eficiente del cuerpo, es probable que ese mismo cuerpo refleje las propensiones del alma, sus cualidades y accidentes.



  ¶   82

En cambio, quienes acusan alguna virtud natural se alejan del estado natural del hombre, pues no gozan de una disposición que sea potencia pura, sin más, sino una potencia relativa y condicionada, y parecen haber degenerado en la naturaleza del animal cuyo miembro o propensión reproducen. En efecto, acusan una disposición del temperamento natural que por principio genera una determinada entelequia en la fiera; por tanto, acusará también cuanto se siga del temperamento de la fiera; así, se les habrá de ligar por fuerza alguna disposición ajena a la naturaleza del hombre, tan desviada del hombre como loable era la propia. Esta desviación constituye un vicio.



  ¶   83

Así pues, quien goce de una gran virtud natural ha de aquejar también algún vicio. La demostración al completo sería como sigue: quien alberga una altísima virtud por naturaleza, que no adquirida, no goza de una disposición acorde a la naturaleza de un hombre que, sencillamente, lo es todo en potencia; un individuo como este no contempla de manera absoluta la recta razón, antes bien, no es bueno ni prudente en sus acciones; así, quien acusa alguna virtud natural no es sencillamente bueno y prudente. A su vez, cuanto mayor parece esa virtud natural, tanto más se distancia del estado natural del hombre; por tanto, como este alejamiento supone aquejar un vicio, y sabiendo que cuanto mayor es la distancia, mayor es la falta, resulta que las mayores virtudes innatas llevan aparejados los mayores vicios, y es que el exceso en uno equivale al defecto en el otro. Y estudiando el asunto más de cerca, confirmaremos la causa mediante un ejemplo.



[Quien goza de una gran virtud por naturaleza también por naturaleza aquejará algún vicio †in signi†]

  ¶   84

Alejandro de Macedonia es naturalmente cálido y seco, y en ambos aspectos excede con proporción la medianía del cuerpo humano; por consiguiente, se asemeja al fuego, luego se echarán de ver en él los efectos del fuego, y acusará una gran prontitud a las acciones y al movimiento, querrá destacar sobre todos, se desembarazará con mucha violencia de la opresión de sus adversarios; así pues, será osado, desdeñoso con los peligros, muy ávido de gloria, muy generoso y magnánimo; ahora bien, al ser cálido y seco, será también amigo de lo ajeno, muy cruel con sus oponentes, insaciable, ávido y cambiante, y no dudará en mostrar desprecio por lo que previamente despertó su interés; todo esto se asocia al fuego y se encuentra por analogía en aquellos en quienes el fuego predomina. Resulta, pues, evidente que la causa de la bravura y del vigor, condiciones con razón y apariencia de bondad, produce también la líbido, la ira vehemente y la crueldad, los mayores males. Pues bien, a la luz de estas cosas queda de manifiesto quiénes son fuertes y quiénes robustos, en qué coinciden y en qué discrepan.



Capítulo vii

Capítulo vii    DEL TEMEROSO, CUÁLES SON LAS PASIONES DEL ESPÍRITU DEL TEMEROSO Y CUÁLES LAS SEÑALES DE SU CUERPO

orig:   (14.)

Señales del temeroso: pelos suaves; porte encorvado, no erguido; pantorrillas contraídas hacia arriba; de rostro bastante pálido; ojos débiles y demasiado cerrados; además, extremidades débiles; piernas pequeñas; manos largas y gráciles; a su vez, espalda pequeña y débil; apariencia de movimientos tensos; no temerario, antes bien, retraído y absorto; gesto facial cambiante, triste.  

  ¶   1

El temeroso lo opone Aristóteles al bravo, esto es, opone el robusto al débil; no en vano, quienes son conscientes de sus fuerzas, si están al tanto de peligros y riñas, se mantienen al margen y buscan refugio. Al mismo tiempo, relaciona ambos opuestos, y es que los opuestos comparten una misma razón y se reconocen más fácilmente cuando se sitúan uno junto al otro, y constituyen los extremos de un mismo género. Por su parte, así como empleó el término fuerte para referirse tanto al robusto como al confiado y audaz, ahora entiende por temeroso al individuo débil, incapaz de sobrellevar o soportar nada.



  ¶   2

Pues bien, la razón del temeroso, de quien ahora habla Aristóteles, y cuyas señales enumera, es la siguiente: se denomina temeroso a quien, además de un cuerpo delicado, débil e incapaz, detenta también un espíritu asustadizo; así, no osa enfrentar peligros, repelerlos ni soportalos, y deposita todas sus esperanzas de salvación en la huida, el ocultamiento o la ayuda o las alianzas externas, pasión esta propia de niños y mujeres; por tanto, nada significan para ellos la loa ni el mérito, antes bien, tienen por el peor de los males la muerte, los golpes, las heridas y demás padecimientos del cuerpo. Así pues, el discurso versará ahora sobre estos, a quienes Aristóteles atribuye estas cualidades.



  ¶   3

Tienen los pelos suaves, como los de las liebres, delicados y largos, mas no rizados; de hecho, si los pelos de los bravos son gruesos, los temerosos los tendrán delicados y blandos. La causa, en verdad, es que si los pelos son blandos, también serán delicados y, por consiguiente, los orificios de la piel serán estrechos, y no anchos, pues la dilatación es algo propio del calor en un entorno húmedo, como se echa de ver en el agua hirviendo. Pues bien, se acusa falta de calor y dominio del frío; ante la falta de calor, también escasean los alientos y la causa que eleva muchos hollines, que vuelven los pelos gruesos y duros; son, por tanto, blandos y delicados; así, quienes acusan unos pelos como estos también aquejan alientos y calor escasos; quien tales cosas acusa aqueja temor y debilidad; por consiguiente, el de pelos blandos y delicados alberga temor, debilidad y blandura de cuerpo y espíritu. Y es que, como se ha dicho, se asocian a las liebres y a las ovejas, y recuerdan a la tierra fangosa, aunque pobre, con un cierto blancor fruto de la pituita.



[La suavidad del pelo es índice de temor]

  ¶   4

Esto se prueba como se hizo con la señal anterior; en efecto, si el bravo goza de un cuerpo erguido, el de cuerpo encorvado y no erguido no será bravo, sino más bien temeroso. Como causa se puede aducir que un individuo de cuerpo no erguido carece del principio que lo conduzca y guíe hacia arriba, que es el fuego; por tanto, el de cuerpo no recto carece de fuego o del predominio del fuego, un cuerpo muy liviano que tiende hacia las alturas; de tal modo, carece de calor, y lo que está presente es el frío, que tenemos por razón del temor; no en vano, el temor lo situamos en el frío, y quienes temen sienten frío. Dice Virgilio: un frío temblor me azotó los miembros, y el miedo me heló la sangre 2-3.



[Qué denota el cuerpo encorvado]

  ¶   5

Además, la corvatura se echa de ver especialmente en los ancianos; estos, a su vez, son fríos, y se asocian al invierno; por tanto, los encorvados, los retraídos y quienes no gozan de un cuerpo extendido y dispuesto a las acciones de la vida carecen naturalmente de calor; semejantes individuos son fríos; los encorvados, pues, son fríos, y los fríos temerosos; por consiguiente, los encorvados son temerosos. Y por esto mismo vemos que los jóvenes osados y cálidos caminan con el cuerpo erguido y sostienen la mirada; en cambio, llamaremos temerosos especialmente a los de espalda encorvada, que llevan la cabeza inclinada hacia delante y clavan la mirada en la tierra, como se advierte claramente en quienes padecen temor, al igual que en los pasmados. De esto da testimonio el poeta diciendo: pasmado y absorto en la contemplación 2-4, y en otro lugar: me quedé pasmado, se me pusieron los pelos de punta y la voz se me aferró a las mandíbulas 2-5, demostrando que el estupor y el temor son pasiones de un mismo tipo; y en otro lugar: a la vista de lo cual se quedó inmóvil: el calor abandonó sus huesos 2-6.



  ¶   6

Los opuestos tienen disposiciones propias opuestas, y los instrumentos que han de atender un cometido opuesto también se disponen, con razón, de modo opuesto; no en vano, según sea el fin, tales serán los medios que conducen al fin. Las pantorrillas contraídas por abajo denotaban el vigor, luego si se contraen por arriba denotarán debilidad y temerosidad; esta contracción de las pantorrillas por arriba es propia de las mujeres, pues sus pantorrillas se ven contraídas por arriba.



[Qué implican las pantorrillas]

  ¶   7

Por pantorrillas contraídas por arriba se entenderá que la carne musculosa que los latinos llaman propiamente pantorrilla, propia del reverso de la pierna humana, sea prácticamente más escasa hacia las rodillas que hacia los tobillos. Así, el sentido dirá como sigue: los de pantorrillas carnosas hacia los tobillos, casi más que hacia las rodillas, son temerosos, pues son blandos y más húmedos de lo conveniente; a su vez, quienes tienen unas pantorrillas como estas acusan músculos poco fibrosos, solo carnosos; por su parte, los de músculos poco fibrosos cuentan con pocas fuerzas, pues albergan humedad abundante, y ya hemos dicho que el vigor se encuentra en la sequedad; así pues, los de pantorrillas contraídas por arriba son débiles, y esta contracción se debe a la insuficiencia de carne en el principio de los músculos; por último, esta disposición es meridianamente opuesta a la de las pantorrillas de los bravos.



  ¶   8

Por tanto, no consentiré con el Suesano cuando afirma que la gordura de estas partes proviene del frío. Además, tampoco me parece que Aristóteles presente estas partes como delgadas; antes bien, dice que si la carne de las pantorrillas, cuanta sea, ocupase la parte superior, junto a las rodillas y el inicio de las pantorrillas, y la parte de los talones estuviese desprovista de carne y se tornase tendón grueso y robusto, esta disposición sería señal de un hombre de gran fuerza y vigor; si, por el contrario, fuesen estrechas y estuviesen contraídas por arriba, y fuesen carnosas allí donde se deberían tornar tendón, ello sería señal de un hombre débil y proclive a la naturaleza femenina, y es que los contrarios cuentan con señales contrarias.



[Se refuta al Suesano]

  ¶   9

El color pálido es el que se echa de ver en la ceniza bien quemada; con razón puede llamarse el color de los temerosos, pues quienes sienten temor empalidecen. Apunto, no obstante, que existen dos tipos de palidez: una fruto del frío y de la ausencia de alientos y calor, propiamente cercano a una cierta lividez: a este se asocia el color de las hojas del olivo y del sauce por la parte de atrás; la otra palidez es la que advertimos en los huesos quemados, y en esta, junto a la blancura, se aprecia un cierto color oscuro.



  ¶   10

De estos, el primero es el color de los temerosos. El segundo, en cambio, que más arriba se llamó impuro, es propio de los hombres bravos; de hecho, son oscuros por efecto del calor abundante, que induce sequedad, y por el humor tornado hollín, que produce un color blanco: no en vano, cualquier humedad aceitosa produce negrura, y especialmente cuando arde. Por tanto, si el color pálido con lividez denota frío y escasez de alientos, y todo esto es la causa del temor, pues sabemos que los animales temerosos, como las liebres, los conejos y las ovejas, son fríos, resulta evidente que quien acuse este color también albergará temor.



  ¶   11

Por mi parte, me parece que este color debería llamarse más bien palidusco, y creo que equivale al del agua con un poco de tierra, pues este es el color de la pituita vítrea. Asimismo, vemos que a los caballos, ricos en pituita y, por consiguiente, no del todo blancos, se los tiene por nobles; y entre las águilas y los halcones, los menos negros son también menos fieros y fuertes, como atestigua el autor que en nuestros tiempos escribió muy doctamente acerca de las aves, y especialmente de las de rapiña.



  ¶   12

Es este el quinto indicio del temor, o también de la debilidad de las fuerzas. No llamo ojos débiles a los mal formados, que pecan en color y composición, como dice el Suesano, sino a los que no pueden soportan una luz intensa ni persistir mucho tiempo en su actividad, afecciones ambas derivadas de la escasez de alientos. Así como decíamos que el ojo ictérico y el garzo denotaban la abundancia de alientos y, por tanto, la bravura, al señalar el de ahora la disposición contraria es probable que signifique también la costumbre opuesta. Y esto no solo lo denota la debilidad de los ojos sino, especialmente, el parpadeo excesivo, esto es el movimiento continuo y casi ininterrumpido de los párpados, pues ello demuestra una gran debilidad de la fuerza motriz que desplaza los párpados, algo que también advirtió Galeno en casos de parálisis y temblor de los miembros. Por este motivo, pues, cuando veamos a alguien cerrar los ojos o parpadear continuamente, diremos que es temeroso.



  ¶   13

Mas alguien se preguntará el motivo de que muchísimos individuos, aun bravos y osados, vean poco; cosa que también aplica a algunos animales, como a los jabalíes, y es que aun siendo muy fieros no tienen una mirada muy fina; en cambio, dicen algunos que los conejos ven incluso mientras duermen.



[Por qué muchos hombres osados ven poco]

  ¶   14

También esto lo puede corroborar la razón; en efecto, si quienes son presa de una ira desbocada y parecen furiosos ven a duras penas y no distinguen sus actos con los ojos, y si, al mismo tiempo, quienes se ven profundamente embriagados por la ira son muy osados y están repletos de vigor, se sigue que los individuos fieros y osados no gozan de una visión precisa. Dicen, además, que Roldán, el sobrino de Carlomagno, rey de los francos, fue tuerto o estrábico y, sin embargo, por todo el orbe se canta y celebra su nombre como el más bravo de todos los héroes de su tiempo. En verdad, son dos los problemas con los alientos de la visión: el exceso y el defecto. Si se exceden en cantidad y se muestran perturbados, abrasados por un calor excesivo, denotan al bravo; si escasean, forman a un individuo temeroso, miope y de mala visión. Queda claro, pues, por qué ciertos bravos ven mal, al igual que algunos temerosos.



  ¶   15

Dice el Suesano que el temor se da en el hombre porque el cerebro es húmedo; ahora bien, en todos los hombres es el cerebro el más húmedo de los órganos, y no es cierto que el temor dependa, como él dice, de la humedad o de la sequedad, sino del frío. Prueba de ello es que los ancianos son temerosos, pues son fríos, mientras que los jóvenes son optimistas y confiados, pues son cálidos.



  ¶   16

Apunto, no obtante, que existen tres géneros de temerosos: unos no acusan más que un exceso de frío, luego gozan de moderación en humedad y sequedad, y este será el caso de las mujeres; otros, en cambio, acusan un exceso de frío y humedad, y estos individuos son temerosos e incapaces hacer cualquier cosa, son más crédulos de lo conveniente y se dejan convencer de todo; por último, otros son fríos y secos, como quienes se acercan a la vejez, y estos son más prudentes que los demás, pero desconfiados y bastante precavidos en sus acciones, obstinados y testarudos, muy poco dados a creer las promesas ajenas; y todos ellos son temerosos, ya que acusan un temperamento frío.



[Triple género de los temerosos]

  ¶   17

Se sigue la sexta señal, que se opone a una expuesta más arriba, donde se decía que el fuerte tiene extremidades robustas y grandes; así el tímido, como acusa una naturaleza contraria, tiene extremidades pequeñas y débiles. La pequeñez no denota tanto una escasez de la materia como sí la debilidad del calor motor; además, no basta con que las extremidades sean pequeñas, pues puede haber individuos que no las tengan grandes en absoluto, pero sí robustas; lo imprescindible, en cambio, es que también sean débiles, lo cual denota la impotencia de la fuerza motriz.



  ¶   18

Que sea esta una señal de la debilidad puede demostrarse del siguiente modo: quien acusa unas extremidades débiles y pequeñas alberga poco calor formador y una fuerza motriz débil; quien alberga tales cosas es temeroso; por tanto, quien acusa unas extremidades pequeñas será débil y temeroso. En efecto, como se ha dicho a menudo, la razón del temor consiste en la abundancia de frío o en la natural escasez de calor, pues es propio del frío estrechar, constreñir y apretar; esto, a su vez, es algo así como separarse y retrotraerse, algo propio, según vemos, de quienes sienten temor, como si la naturaleza, consciente de su debilidad, no emprendiese ni osase ocuparse de una operación que no puediese terminar.



  ¶   19

No solo digo pequeñas en el sentido de cortas, sino pequeñas en toda dimensión, esto es cortas y delicadas, como las de algunas aves que habitan en los estanques, bastante temerosas. Los bravos tienen huesos y músculos grandes, luego los temerosos tienen huesos pequeños; por su parte, es probable que las piernas, al ser huesos, sean pequeñas; por tanto, quien tuviese los huesos de las piernas pequeños, esto es delicados y débiles, será temeroso por la misma causa, y es que esta debilidad de las piernas denota también la debilidad de la fuerza formativa y la impotencia de la motriz: así como en un miembro más grande tanto más probable es que exista una fuerza mayor, en uno menor dirás que ha de ser tanto más pequeña.



  ¶   20

Mas replicarás: fueron muy bravos Diomedes y Niccolò Piccinino, y ambos eran más pequeños que los demás; Selim I, asesino de su padre y sus hermanos, declaró guerras enormes, venció al rey de los persas, anexionó a su imperio Egipto y Siria, conquistó Armenia y Cilicia; no obstante, según se lee, tenía unas piernas muy cortas, aunque de las nalgas a los hombros era de cuerpo muy largo y, montado a caballo, tenía un muy buen aspecto, mientras que sus pies eran monstruosos, salvo cuando iba ataviado con un vestido largo.



[Si acaso son temerosos los de piernas cortas]

  ¶   21

Me inclino a responder que, en verdad, no resultaría absurdo si un alma monstruosa, infecta por tantos parricidios y cruenta se alojase en un cuerpo semejante a ella; no en vano, era el hombre más terrible de todos, inexorable y cruel, y nada tenía que ver con Alejandro, a quien él mismo se había propuesto imitar. Ahora bien, pese a tener piernas cortas, eran gruesas y robustas; además, nada impide que un individuo no osado por naturaleza acuse una señal de temerosidad, ya que tener unas piernas como estas piernas no implica necesariamente ser temeroso, sino que, al margen de las piernas, se han de acusar las demás condiciones enumeradas por Aristóteles más arriba. Por último, el asunto que nos traemos entre manos se mueve en el terreno de la probabilidad, luego un individuo como este no ha de ser necesaria e irremediablemente temeroso, y ello sin entrar a considerar que la instrucción y la educación no solo pueden alterar nuestra naturaleza, sino darle la vuelta al hábito y acabar completamente con la inclinación que habíamos tenido primeramente. Además, Diomedes y Piccinino no tuvieron piernas pequeñas: fueron de cuerpo pequeño, pero robusto y proporcionado.



  ¶   22

Entre las demás señales, esta denota con propiedad y prestancia la temerosidad, así como la debilidad y abyección del cuerpo y el espíritu; de hecho, no recuerdo haber visto jamás hombres temerosos, viles y despreciables que no tuviesen manos largas, dedos delgados y débiles.



[Manos gráciles]

  ¶   23

Primeramente, esto queda claro a posteriori, pues unas manos como estas son propias de las mujeres. En efecto, como atestigua Petrarca, en las mujeres admiramos las manos largas y delicadas, y sabemos que gracias a ello se puede saber si las mujeres son temerosas y en absoluto osadas y temerarias, sino vergonzosas y pudorosas. Pues bien, si las mujeres hermosas, esto es dispuestas conforme a la naturaleza femenina, tienen manos largas y gráciles y, además, todas las mujeres son temerosas y débiles, los individuos de manos largas y gráciles serán temerosos y débiles.



  ¶   24

El motivo de que los temerosos tengan manos delicadas y largas puede ser el siguiente: largas, porque la materia es blanda y se extiende por obediencia al calor; luego son delicadas porque se alimentan poco, y es que la fuerza que atrae el alimento es débil; esta fuerza, a su vez, es el calor natural; por tanto, quien tiene manos delicadas alberga un calor natural débil, cosa que dijimos a propósito de los temerosos. Pues bien, si las manos se muestran largas, ello se debe a que el calor, al dirigirse por su debilidad a una sola parte, y no a todas por igual, da en moverse más y con mayor presteza a la parte que ofrezca menor resistencia; a su vez, se da menor resistencia en aquellos lugares a los que la naturaleza humana o la materia del hombre tienden por naturaleza; además, es cierto que crecer con mayor celeridad a lo largo que a lo ancho no es una propensión exclusiva del hombre, sino que se da también en otros seres vivos, como se echa de ver en los árboles, en los cuadrúpedos, como los caballos, o en los niños; no en vano, a lo largo crecen antes, más fácil y más rápidamente que a lo ancho. Mas replicarás: en los jóvenes el calor es más agudo e intenso que en los niños y, no obstante, vemos que apenas crecen a lo largo, y sí en corpulencia, y mucho; pero es que estos ya han alcanzado la meta de su longitud, y todavía no la del ancho. Este razonamiento corrobora, pues, que la longitud es naturalmente previa al ancho y a la corpulencia.



  ¶   25

Ciertamente, una muy escasa corpulencia en las manos suele hacer que los dedos parezcan bastante largos, aun si no es el caso. De hecho, así se muestran quienes padecen una grave y larga enfermedad, aun si nada se les estira en realidad: consumida la corpulencia de la sustancia corporal, el miembro, ahora más delgado, parece haber crecido a lo largo. Por tanto, con razón se ha dicho que los individuos de manos gráciles y largas son temerosos y débiles, pues ello denota la frigidez y la sequedad de la complexión y del temperamento.



[Qué jóvenes crecen poco]

  ¶   26

Al margen de esto, me parece que todos los animales temerosos y fríos tienen miembros oblongos y delicados, como se echa de ver en los cangrejos, algunas arañas, los saltamontes terrestres bastante grandes, algunas mariposas, las arañas de agua y casi todos los animales desprovistos de sangre y los insectos, que son por naturaleza más fríos que los demás; advertirás lo contrario en los abejones y en las avispas, de patas mucho más cortas, como en las moscas, y no por ser fuertes, sino impertinentes, pasión que, como hemos dicho, comparte algunas señales con la bravura.



  ¶   27

La novena señal, que también se deriva de lo anterior, tiene la misma razón de ser. Así, como la pequeñez del cuerpo conoce una doble causa, a saber, la debilidad de la fuerza agente o la escasez de materia, resulta evidente que Aristóteles habla de la pequeñez debida a la debilidad de la fuerza agente, como indica al decir: “ baja espalda pequeña y débil ”, es decir la que es así pero no por falta de materia, sino por la debilida del agente.



  ¶   28

La baja espalda son unos músculos que traen hacia adelante la espalda y la parte inferior de la espina dorsal, músculos usados principalmente en las relaciones sexuales. No obstante, ahora entenderemos por baja espalda toda la parte de la espalda que comienza en las costillas falsas y termina en el sacro, concluida por cinco vértebras que, por dentro, llevan apostados los riñones. Bien, esta sección recibe el nombre de baja espalda, y popularmente se suele decir que en ella se encuentra la sede de la libido, y que están deslomados ( lat. delumbati et elumbes) quienes aquejan debilidad en esta zona y apenas pueden sostenerse ni erguirse. Por tanto, quienes tienen esta parte débil y pequeña han de tener unas vértebras pequeñas y también huesos pequeños, y músculos de pocas fibras, luego débiles tambien; por su parte, es comprensible que los individuos de huesos pequeños y músculos débiles, siendo así por la debilidad de la fuerza formadora y la escasez del calor, sean débiles y, por consiguiente, temerosos. También hablaríamos de una temerosidad todavía mayor si, además de estas partes, también estuviesen mal formadas las extremidades; y es que en tal caso la debilidad de la fuerza formadora se extendería y florecería siempre más y más; luego también el calor será menor, y menor será la osadía, pues es propio del osado dilatar, por ser cálido, y alejar y repeler a los enemigos, y buscar más, mientras que el temeroso, consciente de su debilidad, hace todo lo contrario.



  ¶   29

El Suesano, explicando esto, dice literalmente: “porte tenso y comedido en sus movimientos, esto es no desvergonzado, sino recto, esto es ocioso y frío, pues teme ser reprendido ”. Esta expresión es, ciertamente, muy impropia; no obstante, parece significar que el porte tenso es lo mismo que el comedido, y que es lo mismo decir “hombre de porte contenido” que decir “comedido”, “no desvergonzado” y “recto”. Mas, ¿cómo puede ser comedido el porte tenso, si el porte tenso es indicio del temor y el comedido, al final del libro, se atribuye a los bravos? En tal caso, el bravo y el temeroso serían una misma cosa. En segundo lugar, nosotros buscamos señales del cuerpo que permitan reconocer el vigor y la debilidad, la osadía y el temor, las pasiones del espíritu y las afecciones del compuesto; pero la vergüenza no es una señal del cuerpo, luego la tesión del movimiento, que es una cosa visible, no es vergüenza ni ociosidad.



[Qué es el porte tenso]

  ¶   30

Tampoco queda claro qué entiende por recto (lat. supinus), si acaso entiende una postura o disposición del cuerpo o bien una afección del espíritu, llamada así por equivalencia. Es ciertamente imposible que el individuo tenso en su movimiento esté recto, pues quien está recto permanece inmóvil y mira al cielo, mientras que el tenso en su movimiento se está moviendo, no está quieto. Pero todavía más digno de consideración es lo que añade luego: “recto, esto es ocioso, pues teme ser reprendido”, como si quienes temiesen reprensión estuviesen quietos y ociosos cuando, en verdad son los ociosos quienes reciben peor trato, pues son propiamente quienes merecen reprensión. Solo queda que ocioso significe vergonzoso, cuando en verdad quiere decir, más bien, todo lo contrario: en efecto, escuchar o contemplar algo con espíritu ocioso significa hacerlo que con seguridad; el seguro no teme a nada, luego tampoco teme la infamia, cosa que sí teme en primer lugar y por principio quien se ruboriza.



[Plantea duda qué se ha de entender por recto]

  ¶   31

Pues bien, descartando estas posibilidades, digamos qué podemos entender probablemente por porte tenso: ciertamente, no relajado, pues parece una expresión meridianamente opuesta, aunque Molinio lo lea así; yo me refiero al porte que se reconoce al verlo, como una cierta dificultad para ponerse erguido, de modo que se muestra con cierta violencia cómo su tren superior se sostiene con tensión y violencia, cómo se alza violentamente como con unas cuerdecillas, pero inclinándose continuamente y con la mirada fija en la tierra, algo también propio, según vemos, de quienes se ruborizan o padecen temor, que inclinen la cabeza y los ojos a la tierra y, como diré a menudo, como esto nace del frío abundante y de la debilidad de las fuerzas y del calor que se contrae a sí mismo, esta apariencia demuestra el temor y la abyección del espíritu.



  ¶   32

Pues bien, como esta disposición demuestra una cierta imperfección en la formación del cuerpo, no bien ensamblada ni coherente, y una formación y definición imperfectas de los miembros, resulta evidente que también la fuerza formadora acusó tales cualidades y que, por tanto, el calor no es lo suficient emente potente y que los ligamentos y los nervios son débiles, quejosos e incapaces de sostener el peso de los miembros sin problema; prueba de ello es que semejantes hombres pierden las fuerzas y se fatigan con facilidad. Así pues, si acusan escasez de calor, miembros débiles y sangre líquida, muy móvil y semejante al agua, son temerosos y débiles, pues la razón de ser del temeroso consiste, como ya se ha dicho, en el frío.



  ¶   33

Mas diremos que tiene un porte tenso o sumido al moverse el hombre que camina como queriendo hacer algo con rapidez o vehemencia, lanzando sus piernas como por sufrimiento o mucho apuro. Esto puede aducirse siguiendo a Aristóteles, libro cuatro de la Ethica, capítulo tercero, donde se sirve de la misma palabra para decir que el magnánimo no está tenso en su movimiento, lo que se interpreta como no apurado, es decir lento, apocado y sin vehemencia, pues no hay nada que considere importante. Por consiguiente, si el magnánimo no está tenso en su movimiento y se opone al pusilánime, débil y temeroso, podemos considerar que el porte tenso en el movimiento se opone al reservada, y que significa debilidad y temerosidad. A su vez, semejantes hombres acusan malos hábitos, malevolentes y malignos, pues son temerosos, por fríos, luego también son avaros, incapaces de amar y de ser amados, luego mezquinos y poco amables; cosas todas estas en relación con el frío, del que es propio reunir y apretar cosas sin criterio, y separarlas de las demás.



  ¶   34

Se ha dicho con razón, pues si quienes albergan calor y fuego en abundancia son temerarios, esto es más audaces de lo conveniente, quienes aquejan su escasez serán menos osados de lo deseable, luego demasiado precavidos, como leemos del ateniense Nicias.



  ¶   35

Es temerario quien actúa de manera temeraria; a su vez, se dice que actúan de manera temeraria quienes todo lo emprenden sin consideración alguna y actúan de manera fortuita, esto es sin deliberación previa. Ahora, no obstante, entendemos temerario en tanto que opuesto a quien sí delibera y considera las cosas, en tanto que se lanza sin consideración alguna de lo que hace. Pues bien, como el temeroso es frío, como el frío se mueve con dificultad y como el precipitado no se mueve con dificultad, el temeroso no es precipitado, y sí se precipita el temerario, luego el temeroso no es temerario; mas no por ello se ha de creer que el temeroso, vil y débil sea prudente pues, en tal caso, gozaría de medianía y de una disposición conforme a natura, y sería digno de loa, por tanto no sería ciertamente temeroso; a su vez, el temeroso no es loable de por sí, antes bien, está absorto y estupefacto.



  ¶   36

Por absorto (lat. supinus) entiendo al hombre que Marcial llama indolente, y Catulo inerte, al que ni delibera ni saca conclusiones. Propiamente, los temerosos, al ser fríos, guardan distancias con la acción y se mantienen inertes, y por inertes e indolentes se muestran absortos y dejan la boca abierta, y con gesto de pasmo se quedan con la mirada fija, rictus que llaman absorto y estupefacto. El estupor, a su vez, resulta del frío, y el estupor lo induce la pituita, luego los fríos están estupefactos y, por tanto, no se aplican suficientemente ni a sus asuntos ni a los ajenos, de ahí que se los llame absortos. Está absorto quien yace en la tierra con el vientre hacia arriba, y metafóricamente significa indolente; en este sentido llama Séneca absorto al negligente, así habla Marcial de oír con oído supino, esto es escuchar con indolencia lo que se dice y no prestarle atención.



  ¶   37

Es esta la última señal, y parece describir principalmente el temor, afección o disposición propia del espíritu. Puesto que cuanto se deriva de la naturaleza resulta, siempre o las más veces, de un mismo modo, a menos que se vea impedido, no será de extrañar que cuanto la afección produce en los temerosos se dé también en otros individuos naturalmente inclinados al temor. Parece que con esta sentencia Aristóteles pretende que los propensos al temor tengan un rostro fácilmente alterable. En efecto, como el rostro del hombre sigue de manera natural los movimientos del espíritu, y su espíritu es débil y fácilmente alterable, el rostro se ve alterado por cada nueva agitación, luego la disposición del rostro se altera con facilidad, disposición que Aristóteles llama gesto. En cierto modo, parece haber opinado esto mismo el poeta italiano Petrarca, cuando dice que, aquejado de amor, su rostro acusaba muy diversos cambios, y apenas se mantenía estable un instante.



  ¶   38

La sentencia, por tanto, reza como sigue: los propensos al temor tienen un rostro cambiante y, en sentido inverso, los rostro cambiantes son propensos al temor, pues acusan un espíritu débil y abyecto, ni bravo ni constante, luego cambiante. El rostro de los de espíritu cambiante también se ve alterado, luego el rostro de los temerosos cambia con rapidez, pierde el color ante la mínima causa y vuelven a recuperar su color natural, como se echa de ver en niños y mujercitas, y es que si escuchan algún sonido imprevisto o viesen entrar inopinadamente a un desconocido, pierden el color inmediatamente y, alguna que otra vez, se quedan con la boca abierta y permanecen estupefactos con los ojos clavados, y no piensan qué hacer. Creo que la causa de que el rostro siga el movimiento del espíritu e indique consecuentemente sus afecciones reside en que las afecciones, según el primer libro del De anima, son pasiones de la materia y del cuerpo, como cuando dicen que la ira es la ebullición de la sangre; por tanto, las demás pasiones son también formas de un cuerpo determinado, especialmente de la masa sanguínea, y en verdad una pasión determinada requiere una materia determinada, como la ira requiere bilis, la felicidad sangre pura, la tristeza bilis negra y el estupor pituita.



  ¶   39

Estos cuatro tipos de humores, contenidos y mezclados todos ellos en sus vasos naturales, elaboran la materia de las afecciones; esta, que se encuentra junto al corazón y a la primera sede de los sentidos, se vuelve acto excitada por el calor y el aliento, y ello a partir de la imagen recibida, que detenta, se supone, la razón de lo molesto o agradable, y entonces, en el acto, se vuelve de una determinada manera. Desde ahí se elevan los alientos alterados o, junto con los alientos, unos vapores, y dirigiéndose por las arterias al cerebro, origen de los nervios, esto es, del movimiento voluntario, lo estimulan y afectan de un modo o de otro según su cualidad, lo contraen y dilatan, lo calientan, lo enfrían, lo secan o lo humedecen más o menos. Como se apunta en el primer libro de la Physica, ante un pequeño cambio en el principio viene a cambiar cuanto de ese principio depende, luego se alteran los nervios y arterias que salen del corazón y del cerebro; además, como el rostro, marcado por innúmeras arterias y plagado de nerv ios, está más próximo al cerebro, principio de los instrumentos del sentido, resulta que todas las alteraciones y pasiones que existen en la materia, o con materia, o no sin materia, todas las que se producen junto al corazón y participan del cerebro al punto de verse advertidas y juzgadas por el alma, resulta —digo— que todas ellas alteran el rostro de algún modo, mucho o poco, lo cambian y lo desvían de su estado anterior, dejando ver alguna señal de sí mismas. Queda claro, pues, cuáles son las señales del temeroso según la sentencia de Aristóteles.



[Cómo muestra el rostro las afecciones del corazón]

  ¶   40

Además, es digno de cuestión, al parecer opuestos lo disuelto y lo contraído, y al no poder ser que los opuestos se realicen en acto a un tiempo en un mismo individuo, cómo es posible que el temeroso, según Aristóteles, tenga los miembros contraídos, mientras que los demás fisiónomos, entre los cuales Porta, habían dicho que los miembros disueltos y laxos denotaban temor. Y es que la contracción puede entenderse de dos maneras: la primera, en tanto que significa lo rudo e imperfecto, lo que sucede con las palabras contractas, que popularmente se llaman abreviadas; la segunda, en tanto que significa bien unido y ligado: así, los contratos legales son un tipo de ligamentos. En el primer significado el miembro contraído indica temor; en el segundo, vigor; de modo semejante, el disuelto significa o bien incoherente, como casi caído; o bien significa definido y perfecto y, como hemos adoptado del hablar popular, resuelto; si tomases el término “disuelto” en su primer significado, indicarías temeroso, pues el frío abundante disueve, al dejar suelta cada cosa huyendo del calor y llevándose la humedad consigo, como dice Virgilio: al punto se le disuelven los miembros a Eneas por el frío 2-7. Así pues, el temor y el frío hacen que no podamos mover los miembros, retraídos hacia el interior el calor y los alientos y abandonadas a su suerte las partes exteriores, por lo que también se da en los que padecen miedo el frío y el temblor; mas si tomases el término “disuelto” en tanto que significa un cuerpo bien definido y distinguido en sus miembros, será señal inmediata del hombre robusto y bravo.



[Se plantea la duda sobre si el temeroso tiene los miembros contraídos]

Capítulo viii

Capítulo viii    DEL INGENIOSO

orig:   (15.)

Señales del ingenioso: carne muy húmeda y blanda, ni de buena complexión ni demasiado gordo; la zona de los hombros y del cuello muy delgada, y relajada la del rostro y la de lo vecino a los hombros y a lo inferior; la zona de las costillas bien desligada y sin carnosidad en la espalda; cuerpo blanco con toques de rubor y puro; piel suave, vellos no demasiado ásperos ni demasiado negros; ojo ictérico, húmedo.  

  ¶   1

Se ha hablado del temeroso. Es momento de hablar del ingenioso: en efecto, si la potencia sensitiva de un individuo es propensa al temor, su fuerza intelectiva está preparada para buscar y hallar los medios con que poder atenderse; este es, por su parte, el cometido del ingenio. De hecho, la prudencia lleva ligado un temor moderado que lo excita; así, el cauto es prudente; a su vez, quien actúa con cautela es porque sospecha que algo malo le puede suceder, y en esto consiste temer. Por tanto, como el temeroso y el ingenioso se derivan prácticamente de unos mismos principios, con razón se ha aducido el ingenioso después del temeroso. Pues bien, para proceder con cierto criterio, digamos en primer lugar qué es el ingenio y quién es el ingenioso; luego, partiendo de su definición, examinemos cuáles son las causas y propiedades del ingenio, y de qué manera acusa el ingenioso una carne muy húmeda y muy blanda, y no una buena complexión.



  ¶   2

El ingenio, según me parece, es la fuerza naturalmente otorgada al hombre mediante la cual este puede encontrar, analizar y tomar de manera adecuada, aguda y sutil los medios para llevar a cabo y a buen puerto un fin propuesto, tanto en obra como en pensamiento. El término ingenio es como si viniese de “nacido en nosotros” (lat. in nobis genitum), término que, a su vez, da nombre al ingenioso; asimismo, la perspicacia y la habilidad parecen un grado excelente de aquel.



[Qué es el ingenio]

  ¶   3

Alejandro Afrodíseo llamó ingenio a la presteza natural para reconocer lo que de cierto haya en cualquier cosa, aunque el ingenio también se aplica a la identificación del bien. Otros dicen que el ingenio es una fuerza dada que nos permite encontrar cuanto se puede indagar con la razón; mas donde no hay razón, no habrá ingenio, y no obstante, en la bestias, hablamos de ingenio generoso, como el del león, o cruel, como el del tigre. Pero también decimos que el ingenio se refiere al carácter y al modo de vida adoptado; con este sentido lo emplea Plauto: tiene el ingenio del padre 2-8, es decir se parece al padre en sus costumbres; y también: todavía no había reconocido el ingenio del ávido huésped 2-9, es decir todavía no había reconocido como debía el carácter y la naturaleza ávido y avaro del huésped; y lo mismo hace Livio, cuando dice que Apio empezó a vivir según su carácter, un carácter violento y malencarado. Por tanto, si se abusa del término ingenio de esta manera, resulta evidente que aquellas descripciones no comprenden de manera general todos los significados del ingenio. Dice Terencio: luchar contra semejantes ingenios 2-10, es decir contra semejantes hombres, dice Donato, y añade tú, además, hombres de tales costumbres; y no solo costumbres, di también semejantes hombres de por sí y de manera natural, para dar a entender que si acusan crueldad y tosquedad, no es por una afección, una enfermedad o una causa accidental, sino que lo hacen de por sí, por una causa natural e interna, en virtud de la cual son como son, es decir, para dar a entender que ello depende del temperamento natural de los humores y del cuerpo. Además, creo que o bien la palabra ingenio es un término totalmente equívoco, o bien debemos entender por ingenio humano una fuerza que se nos otorga para llevar a cabo nuestras acciones según una razón y una manera ciertas y determinadas, y que se trata de la misma fuerza que la índole; no en vano, la palabra griega εὐφυΐα se refiere a la buena índole y al hombre de buena naturaleza.



  ¶   4

Parece, pues, que Aristóteles se refiere a la buena disposición y presteza naturales para encontrar y analizar qué se ha de hacer, entender o finalmente preparar en cada circunstancia. Y lo mismo da a entender la palabra griega, que presenta al ingenioso como un individuo bien nacido o de buena naturaleza, sentido con que Horacio parece haber empleado la palabra cuando dijo: dio la musa a los griegos el ingenio de hablar con un estilo pulido 2-11, es decir tienen una excelente aptitud para la literatura, y esta les vino de la naturaleza. Parece que este mismo poeta distingue el ingenio del arte cuando dice: cabe preguntarse si es la naturaleza o es el arte lo que vuelve admirable un poema; yo no veo en qué pueden aprovechar ni la industria sin rica inspiración, ni un ingenio en bruto 2-12. Así pues, Aristóteles propone ahora algunas señales de este tipo de ingenio, que denota una presteza natural para encontrar y contemplar lo que se ha de hacer, entender o elegir en cada circunstancia, unas señales que nos permitirán reconocer esa cualidad.



  ¶   5

En verdad, si el ingenio es tal y como se ha descrito, a saber, una presteza natural para encontrar, contemplar y elegir lo más adecuado en cada circunstancia, desde un primer momento resulta evidente que en el ingenio se cuentan dos propiedades: una se encuentra en la acción, pues el hallazgo y la búsqueda constituyen, en cierto modo, un acto; la otra se encuentra en la pasión, pues la instrucción y el aprendizaje suponen un padecimiento. Así pues, ¿ el ingenio se compone en mayor medida de acción o de pasión? Ciertamente diría que la pasión es anterior en el tiempo, pues quien encuentra algo y efectúa su elección con perspicacia lo hace porque reconoce con exactitud las diferencias de las cosas, incluso las pequeñas, y se deja estimular por ellas; reconocer, a su vez, supone sentir y comprender, lo cual es cambiar y padecer; por consiguiente, encontrar es padecer o, al menos, no sucede sin padecimiento; por su parte, en el acto de aprender, puesto que se trata de pasar de la primera potencia a la segunda, se reconoce el padecimiento mejor que en ningún otro lugar; así pues, ambas partes del ingenio se localizan en el propio padecer, aunque este signifique principalmente su consumación. Además, si la ingeniosidad, por llamarlo de algún modo, esto es la habilidad de aprender y encontrar, es una pasión real y del propio compuesto, entonces se da en la materia, luego cuenta con una materia propia, de la que más abajo diremos alguna cosa.



[Si el ingenio consiste más en la acción o en la pasión]

  ¶   6

Estudiemos ahora qué señales acompañan al hombre ingenioso. Dice Aristóteles: los ingeniosos tienen una carne más húmeda y blanda que la de los robustos; tampoco tienen un aspecto corporal demasiado bueno, es decir son pálidos y enjutos, y no son demasiado gordos, pues los de cuerpo obeso, como dicen que fue Vitelio, suelen aquejar un ingenio tosco. La tercera señal dice que, si bien es cierto que los ingeniosos suelen ser enjutos, esto es más acusado hacia los hombros, el cuello y el rostro, como leemos que fueron, especialmente, Antonino Pío y su sucesor, Vero Antonino, llamado el filósofo. En cuarto lugar aduce unos hombros agarrotados, es decir, según creo, contraídos, no extendidos, sino convexos y curvados, casi en forma de una pequeña joroba; en efecto, la experiencia nos enseña que los hombres ingeniosos suelen ser así. En quinto lugar, partes inferiores relajadas y bien sueltas, algo que acusan tanto en manos y antebrazos como en las rodillas, y ello por la sola razón de ser hombres blandos. En sexto lugar, el ingenioso no debe tener ni la espalda ni las costillas carnosas. En séptimo lugar, un color blanco puro con toques de rubor, semejante a las rosas viejas que van perdiendo el color por fuera. La octava señal se toma de la piel, y consiste en su finura, suavidad y delicadeza; la novena, de los vellos, que no deben ser ni duros ni negros del todo, mas tampoco suaves, como en los temerosos, ni rubios, como en los iracundos, sino que se deben encontrar en un punto intermedio.



[Señales del ingenioso]

  ¶   7

Pues bien, estas son las señales que Aristóteles propone para el reconocimiento del hombre ingenioso. Apunto, no obstante, que no por acusar algunas de ellas ya se es ingenioso, y que tampoco ha de serlo por fuerza quien las acuse todas; por otra parte, quien no acusa ninguna no tiene por qué ser ingenioso, y quien acusa algunas lo mismo puede albergar algo de ingenio como no hacerlo; por tanto, si un hombre acusase una u otra señal, y luego otras contrarias a las demás, no habrías de llamarlo nunca ingenioso.



  ¶   8

Por lo demás, dediquémonos a explicar lo que dice Aristóteles y a buscar sus causas. Veamos, en primer lugar, cuáles son las causas naturales de la pasión propuesta, a saber, que los ingeniosos tienen una carne bastante blanda y húmeda. En efecto, si el ingenio consiste en lo que hemos dicho, a saber, una disposición y una presteza natural para encontrar los medios de los que servirse para actuar, contemplar y, de manera general, para todas las acciones y ciencias, un individuo con ingenio gozará necesariamente de una buena disposición para la comprensión y el aprendizaje, luego también acusará docilidad y memoria, como dice Cicerón; por su parte, quien acusa ambas cosas acusa por fuerza una cierta perfección natural en aquello que lo hace humano, a sber, lo que le permite razonar, así como reconocer y recuerdar las apariencias de las cosas, cosa que, en cierto modo, supone un padecimiento; por tanto, el compuesto cuya perfección y apariencia se ven determinadas por el propio padecer ha de contar también con una materia naturalmente dispuesta a recibir tal forma, es decir, capaz de recibir plenamente las impresiones externas y, por tanto, dispuesta por naturaleza a una sensibilidad absoluta, luego también pasible al más alto grado, y es que, como se ha dicho en otro lugar, la materia y la forma son relativas. Así pues, un cuerpo humano cuya apariencia esté ligada a un ingenio bueno habrá de ser por naturaleza plenamente sensible y, por tanto, plenamente pasible a lo externo, luego tendrá una carne más blanda, como también se dijo en el segundo libro del De anima; mas si la carne fuese bastante blanda también sería más húmeda, pues lo blando se asocia a lo húmedo; por consiguiente, quien tiene ingenio y es ingenioso, esto es quien acusa una cierta aptitud natural para servirse cómodamente de la razón, el discurso y la memoria, acusa también, por la misma causa, una carne bastante blanda y húmeda, y quien goce de afección de la carne será ingenioso.



[Por qué los ingeniosos son de carne blanda]

  ¶   9

Apunto, no obstante, que el cuerpo humano contiene dos tipos de humor: uno simple y otro compuesto; este último, a su vez, se divide también en dos clases: una de ellas es completamente heterogénea y se compone de partes diferentes, como la sangre de venas y arterias; en efecto, este humor, aunque parezca homogéneo a simple vista, no lo es en absoluto; además, también cuenta con dos tipos: uno natural y otro excrementicio: llamo humor natural al q ue está en las venas y arterias, compuesto de la mezcla de uno y otro, un humor que alimenta los miembros y da vigor a la vida del animal; llamo excrementicio al humor corrupto que produce fiebres y dolores, y al no corrupto, pero inútil, como el suero sanguíneo, la orina, el sudor, el moco y otros por el estilo, cuya presencia afecta o impide el proceder habitual de las acciones y cometidos humanos. En cambio, llamo humores simples a aquellos de que constan los compuestos; de entre estos, unos son naturales y otros artificiales: llamo naturales, por ejemplo, a la bilis, a la pituita, a la melancolía y a la sangre; en cambio, llamo artificiales a la corrupción de estos humores simples, a su tránsito hacia una disposición opuesta o intermedia, como cuando la pituita se vuelve agria o salada. Como la presencia de estos humores, según su emplazamiento, su cantidad y la variedad de su afección, afecta de modo diverso al cuerpo, órgano del alma humana, también suele agitar en el hombre afecciones diversas, y lo lleva a juzgar, pensar y actuar de diversas maneras. Ahora bien, no vayas a creer que alguno de los humores que hemos llamado simples ha de ser como el aire puro o como el agua elemental, cuerpos sencillamente sencillos, si es que acaso existen; antes bien, si los humores de que hablamos se llaman sencillos es porque con ellos se forman los que hemos llamado compuestos.



[Apunte]

  ¶   10

La segunda señal de los ingeniosos es un aspecto no bueno, si bien es cierto que esta señal no se da siempre. Ahora bien, que de cuando en vez un mismo sujeto acusa un aspecto no bueno e ingenio lo corrobora el ejemplo de algunos enfermos, pues cuando están próximos a la muerte gozan de unos sentidos más agudos que cuando estaban sanos, especialmente el oído. Conscientes de ello, Homero, primeramente, y luego también Virgilio pintaron escenas en que los moribundos formulaban vaticinios; Homero presentó así a Patroclo, y Virgilio a Orodes quien, expirando su alma, decía a Mecentio: no te alegres demasiado: también para ti reserva el destino algo semejante, y pronto te llegará esta misma tierra 2-13. Arriba, por otra parte, se dispuso que los individuos con sentidos muy agudos acusan un ingenio más sobresaliente, luego acertamos al decir que es posible encontrar a un sujeto dotado, a un tiempo, de ingenio y de un aspecto no bueno.



[El ingenioso no goza de buen aspecto]

  ¶   11

Ahora bien, no dice mal aspecto, sino no bueno, que es algo así como un punto intermedio entre el bueno y el malo. Por tanto, si el buen aspecto es el que se da en los hombres robustos, dotados de carne firme, color impuro y temperamento sanguíneo y melancólico, por el contrario, el aspecto no bueno es el de los hombres pálidos, enjutos, débiles y de carne flácida y blanda; de hecho, si un buen aspecto implica carne dura y vigor de las fuerzas, de alguien que no tiene vigor de las fuerzas ni carne sólida y dura no se dirá jamás que presenta un buen aspecto.



  ¶   12

Algunos modernos parecen querer justificar el aspecto no bueno de los ingeniosos como sigue: los ingeniosos tienen los poros de la carne dilatados, y por estos se evaporan los alientos más gruesos; a su vez, quienes pierden por evaporación los alientos más gruesos y no conservan sino los delicados acusan un aspecto no bueno; por tanto, los ingeniosos acusan un aspecto no bueno. En cuanto a mí, me muestro escéptico respecto a la proposición mayor: en efecto, si por unos poros dilatados se evaporan los más gruesos, ¿cómo no se van a evaporar mejor con mayor facilidad los más delicados? De hecho, si por un agujero de dos pies de ancho se escabuyen un perro o una oveja, más fácilmente saldrán por él un ratón o un lagarto, pues son animales más pequeños. Así pues, creo que esto no implica lo arriba propuesto, sino más bien lo contrario: así, los de poros bastante dilatados expulsan los hollines y los excrementos con relativa facilidad, y los de poros más estrechos y pequeños expelen alientos delicados, mientras que los gruesos se quedarán dentro, de ahí que sean más robustos los de poros menos dilatados.



[En razón de qué son los ingeniosos de aspecto no bueno]

  ¶   13

Así pues, es posible corroborar esto mismo con otro criterio, motivo puede confirmarse todo plenamente de otra manera, así: y es que el ingenioso tiene una carne bastante húmeda y blanda; quien aqueja una carne como esta no goza de un buen aspecto; así, el ingenioso goza de un aspecto no bueno. La mayor se d eja confirmar, pues si el robusto tiene una carne dura, unos músculos firmes y una sangre densa, y además viniese a gozar de un buen aspecto, el de buen aspecto tendría carne dura y, por tanto, quien no la tuviese dura tampoco gozaría de un buen aspecto; por su parte, no la tiene dura quien la tiene bastante blanda y húmeda; luego quien aqueja una carne blanda y bastante húmeda goza de un aspecto no bueno. La menor se demostró más arriba. Además, hemos dicho que el individuo ingenioso supone una cierta consumación del alma humana: cuanto más perfecta es el alma humana, tanto más consuma al hombre; el hombre más consumado es el animal más consumado; la consumación de un animal consiste en su razón y esencia, que es el sentido y el sentir; así pues, un animal muy consumado sentirá con suma precisión, y sobre todo con el sentido que caracteriza el animal, el primer sentido de todos; se trata del tacto; luego el hombre ingenioso gozará un tacto exquisito al más alto grado. Por su parte, tocar supone padecer y verse afectado, luego percibirá al punto cualquier cosa mediante el tacto, lo que implica ver sus límites naturalmente determinados por los límites ajenos, de modo que será bastante húmedo y blando; mas si ha de padecer fácilmente lo externo, como se ha apuntado en la descripción de su cualidad, será enfermizo y, por consiguiente, acusará un aspecto no bueno. Pues bien, el ingenioso acusa un aspecto no bueno, que es lo que había que demostrar.



[Por qué lo ingeniosos no gozan de buen aspecto]

  ¶   14

Ciertamente, si el ingenioso no goza de buen aspecto tampoco se alimenta bien, y si no se alimenta perfectamente tampoco puede ser gordo, ya sea por efecto de un calor no suficientemente intenso, por la laxitud de la piel o por su obstrucción, y es que a los ingeniosos los suele afectar este mal. No en vano, hemos dicho que son melancólicos, y estos son bastante fríos, de vasos angostos, generan muchos excrementos, causa de las obstrucciones y del aumento el calor impropio; por esto mismo nos enseña la experiencia que, por regla general, albergan un estómago débil y anhelan más alimento del que pueden digerir, y a ello se debe que las indigestiones y el flato produzcan ruidos intestinales en los hipocondrios.



[El ingenioso es enjuto]

  ¶   15

Esta era la tercera señal. La causa de que tengan los hombros, el cuello y el rostro bastante enjutos podría ser la siguiente: que si los ingeniosos acusan un hábito melancólico, luego seco, no pueden ser gordos; especialmente seca es la melancolía sometida al calor, la que aplica a los ingeniosos, y lo está en los instrumentos y principios del sentido y de la razón, luego junto al corazón y al cerebro; así pues, con razón son enjutas las partes próximas al corazón, como los hombros, y las vecinas al cerebro, como el rostro, y el cuello, común a ambas zonas. Sin embargo, yo me inclino a creer que si los ingeniosos tienen el rostro enjuto es porque lo tienen seco; a su vez, está seco porque el cerebro se asocia a una cierta melancolía natural, y da en calentarse por el continuo movimiento de los alientos: en efecto, donde hay movimiento abundante, hay calor, y donde hay calor constante termina por aparecer la sequedad, y la sequedad produce delgadez; así pues, como el ingenioso no deja de barajar en su cabeza muchas agitaciones, fruto de los frecuentes pensamientos propios y particulares del individuo ingenioso, el cerebro tiene que calentarse, y es probable que las partes próximas al rostro se mantengan despiertas, se sequen y, finalmente, se vuelvan enjutas, y por esta misma causa dicen que las preocupaciones, las vigilias, el amor y la envidia vuelven pálidos y enjutos a los hombres.



[Hombros, cuello y rostro delgado]

  ¶   16

Dice Aristóteles que los de rico ingenio acusan tres partes enjutas, a saber, el rostro, el cuello y los hombros. Ya se ha hablado del rostro; es posible que la delgadez del rostro responda a la misma causa, y es que es habitual que junto al corazón se produzca una agitación del espíritu, un espíritu melancólico y bastante seco, digo, motivo por el cual las partes próximas dan en calentarse, de modo que se secan y acusan menos cantidad de carne. Diremos, mejor, que los ingeniosos tienen los hombros desprovistos de carne porque acusan un aspecto no bueno, luego no se nutren perfectamente ni cuentan con mucha carne; en efecto, todos los que digieren y se nutren con perfección y eficacia gozan de un aspecto lozano, a menos que padeciesen mucho y se viesen agobiados por muchos negocios y preocupaciones; a su vez, los ingeniosos tienen una sangre delicada y sutil, luego no potente, de modo que tampoco generan una carne sólida, sino una suelta y flácida por cualquier causa, tanto externa como interna.



  ¶   17

Mas ¿por qué sucede esto en la zona del cuello y los hombros antes que en la del pecho o las mamas, o en la zona de las piernas y las caderas? Además, son muchos los ingeniosos de gemelos, caderas y nalgas muy poco carnosos; añade, además, que no habrás de llamar ingeniosos a los de piernas, caderas y nalgas obesas. En verdad, diremos que el calor, los alientos y la sangre delicada y con cierta tendencia a la sequedad ígnea, mas no en exceso ni contraviniendo el dictado de la naturaleza humana, tienen su origen en el corazón, cierto es, pero en origen, como cualquier otra cosa, no acusan tanta potencia ni vigor como cuando se dirigen hacia las venas y las arterias de la clavícula para ascender a la cabeza por el cuello, como les sucede al viento y a la piedra que rueda cuesta abajo, que van tomando impulso a medida que avanzan. Por este motivo, pues, podrá tener el ingenioso alguna que otra vez mamas carnosas, pero no así los hombros ni el cuello, pues el calor, contenido en vasos muy angostos y moderadamente alejado de su origen, se manifiesta con mayor intensidad.



[Por qué las partes superiores de los ingeniosos son más enjutas]

  ¶   18

Por este motivo se suele decir que los individuos cuya garganta no produce hendidura alguna junto a la clavícula son hombres insulsos, toscos e indolentes, y cuando vemos a alguien de cuello obeso y gordo lo llamamo popularmente buey y tosco. Por su parte, quienes ven sus miembros superiores enchidos por una buena cantidad de calor y sangre delicados tienen esos miembros superiores enjutos, y por el mismo motivo quienes ven sus miembros inferiores enchidos por un calor bastante abundante tienen piernas escuálidas y pantorrillas poco carnosas, de modo que quienes se dan a los placeres de la carne más de lo deseable tienen las piernas y las pantorrillas enjutas; y así como los primeros son ingeniosos, estos últimos son lascivos, y se ven agitados por la abundante libido que albergan, y si se entregasen en exceso al placer carnal, al evaporarse y debilitarse el calor, se producirían muchos alientos; de aquí se sigue que, en primer lugar, el estómago se debilite, mientras que las partes íntimas crecen cada vez más. En cambio, si el calor se viniese a dispersar tanto por los miembros superiores como por los inferiores, al punto identificarás a ese hombre como ingenioso y mujeriego, y perspicaz y dispuesto, ante todo, una vez entregado a estos placeres.



[Los de cuello obeso son toscos]

  ¶   19

Ahora bien, no se ha de creer que el rico en calor goce de una cocción plena y perfecta, y sea por tanto robusto y carnoso; en efecto, esto no es ni cierto ni necesario, pues la carne abundante y la gordura son más bien producto del calor atemperado y apocado que no del intenso. Además, apunto que existen dos tipos de calor: uno aéreo y húmedo, que hace crecer mucho a quien lo contiene en abundancia, le da mucha carne y se deja gestionar bien; el otro es el que tiende a una disposición algo ígnea y seca, y a tal punto es incapaz de formar hombres carnosos que más bien calienta su hábito y su carne, como les sucede a quienes adolecen durante mucho tiempo de fiebre héctica o tifus.



[Fuerza y obra del calor intenso]

  ¶   20

Ambas disposiciones se echan de ver en las aves, como las gallinas, los gansos, las palomas y tantas otras: cuando abundan en calor húmedo son más hermosas y canturrean, y buscan el contacto carnal con gracia y deseo; luego, cuando comienzan a poner huevos, disminuye la humedad y aumenta el calor ígneo, y entonces adelgazan; y las gallinas, que ponen en más de una ocasión, apenas ponen un huevo pierden toda su masa; acto seguido, ya disuelto el humor y acentuada la humedad, el calor se vuelve más intenso; así, débiles y febriles, se disponen a incubar, y entonces, mientras incuban los huevos, acusan un hábito muy seco, de modo que se sienten muy cálidas y casi febriles; y así, al acentuarse también la sequedad, se vuelven más agudas, ingeniosas, iracundas y osadas, y tienden a herir con su pico a los extraños, y no quieren que se las toque; a su vez, comen poco, pues por efecto del alimento, como sucede con quienes padecen fiebre, las partes internas, desprovistas de su calor natural, acumulan más excrementos, y su presencia merma el apetito. Por otra parte, vemos que quienes padecen fiebre tienen los sentidos más agudos, y que algunos captan las cosas con mayor viveza, a menos que la materia se desplace hacia la cabeza, como se ha advertido en las aves mientras incuban los huevos; en efecto, aun siendo en otros momentos ignorantes y medrosas, mientras crían a sus polluelos e incuban los huevos se muestran sagaces y más fieras. Así pues, estos razonamientos y otros semejantes permiten corroborar la tercera señal que denota el ingenio.



  ¶   21

Mas se planteará una nueva cuestión: ¿cómo puede ser que los ingeniosos sean cálidos y ricos en melancolía, y que a su vez suelan ser temerosos y débiles, por acusar un aspecto no bueno? Esto, dicho así, parece una contradicción: de hecho, si los ingeniosos son cálidos y melancólicos, luego secos, sabiendo que los ingeniosos son débiles y no robustos, habrán de ser cálidos y secos, no sanos y robustos; pero decíamos más arriba que la razón de ser del robusto consistía en el calor y en la sequedad. Además, si los ingeniosos acusan una carne blanda, y al mismo tiempo los melancólicos se asocian a la tierra, que es dura, los ingeniosos, al ser melancólicos, habrán de acusar necesariamente una carne dura. En tercer lugar, para confirmar que los ingeniosos no tienden en modo alguno a la melancolía se puede aducir que son blandos, y no innobles, ni antipáticos, ni muy obstinados ni testarudos, pasiones todas estas propias de los melancólicos; por tanto, no has de atribuir la melancolía al vigor ni al ingenio, pero más arriba afirmamos lo contrario.



[Cabe preguntarse si los ingeniosos son cálidos y melancólicos]

  ¶   22

Como respuesta a esta cuestión diría yo que los robustos y los ingeniosos, aun siendo melancólicos los dos, guardan diferencias, pues los tipos de melancolía que se dan en uno y otro son muy diferentes; de hecho, los primeros tienen vellos ásperos, un cuerpo erguido y potente, extremidades robustas y grandes, un cuello fuerte, un pecho carnoso y ancho, piel dura, carne sólida, ni blanda ni flácida, una sangre potente y densa; en cambio, en los ingeniosos se da todo lo contrario, pues sus vellos son suaves, la carne y la piel flácidas, delicadas, el cuerpo débil, no robusto, las extremidades mediocres, enjutas, el pecho ni carnoso ni demasiado ancho, completamente lampiño, la sangre líquida, sin apenas vigor. Así pues, parece que el humor melancólico es, en los hombres, causa y materia de la audacia y del temor, del ingenio y de la indolencia, del vigor y de la debilidad, del vicio, de la prudencia y del furor.



[Diversos tipos de melancolía]

  ¶   23

Entonces, ¿acaso una misma causa puede producir efectos diversos? Ciertamente cabe decir que una misma causa, afectada de modos opuestos y diferentes, produce efectos opuestos y diversos; un mismo sol, dispuesto de modo contrario, trae ora el día, ora la noche, ora el invierno, ora el verano; un mismo hierro quema cuando está candente y, tras sumergirlo en el agua y extinguirlo, transmite frío. Así, aunque la materia prima sea una sola, en virtud de las diversas disposiciones que el agente le otorga y le inculca, las apariencias resultantes son muy numerosas y diferentes, bañadas en colores de toda clase y condición 2-14.



[Una misma causa para cosas contrarias]

  ¶   24

En el párrafo primero de la trigésima sección de los Problemata, Aristóteles nos enseñó mediante el ejemplo del vino negro de qué modo la afección de la melancolía diversa resulta en una diversidad de afecciones y naturaleza en los hombres, e hizo lo propio con el ejemplo del hierro. Al primer vistazo y al primer contacto el hierro es frío, duro, pesado, oxidado, inútil para la acción y el arte. Así mismo, un hombre afectado por el humor melancólico, especialmente en las zonas próximas al corazón, y a menos que generase calor o se entrenase, se mantendría inculto, malvado, inútil para él mismo y para los demás; y así decimos que se genera un temperamento frío y seco, y llamamos melancólico al hombre en quien prevalece la tierra o el humor que en el hombre se asocia a la tierra, no solamente según la materia, sino también según la fuerza, en tanto que la naturaleza humana padece. Por consiguiente, el de un temperamento semejante resulta avaro, medroso, impuro, tosco e indolente, duro, obstinado, poco aplicado, incivilizado, reacio a seguir el ejemplo de los demás; este, por su parte, acusará carne dura y piel bastante áspera, mas no será robusto, pues no abundan en él ni el calor natural ni alientos que puedan excitar la materia, enrarecerla o calentarla; y como consecuencia de esto tampoco se alimenta adecuadamente, de modo que aquejará debilidad en las fuerzas del cuerpo. Y aun siendo así, no por ello será ingenioso, pues carece de calor y de alientos, y este temperamento frío se dará en el cerebro y en las zonas vecinas al corazón; un hombre como este, a su vvez, albergará sangre acuosa y recordará al género estúpido de gansos o burros.



[Ejemplo de cómo la melancolía produce efectos opuestos]

  ¶   25

Mas si el hierro se sometiese al fuego, primeramente se elevaría un cierto vapor humeante e ingrato, y el hierro se volvería más negro. Del mismo modo, si la melancolía próxima al corazón viniese a aquejar un cierto calor, producirá un hombre un tanto más carnoso y robusto que el anterior, poco más audaz, muy orgulloso y pendiente de su solo bienestar. Aun teniendo una piel y una carne más blandas que antes, por estar un poco más lleno de jugo, y habiéndose vuelto, por consiguiente, un poco más ingenioso que antes, no siempre gozará de la misma agudeza mental, y parecerá servir solamente para el objeto de su ejercicio. Apostado a un calor más intenso, el hierro se desprende de su negrura y se vuelve sensiblemente rojo; después pasa del rojo a la incandescencia, y entonces se muestra blando y listo para adoptar cualquier forma. Si en este estado dieses en sumergerlo en agua helada, se volvería muy duro y completamente quebradizo; si estuviese menos fría, sería también menos duro, y en función de la calidad de las aguas en que se tempera mostrará un color plateado, dorado o, en ocasiones, violáceo.



  ¶   26

Así, el jugo melancólico, según la razón que adquiere al calentarse, produce unas veces hombres ingeniosos, plácidos y humanos, otras veces tristes y solitarios, en ocasiones crueles, inmisericordes y durísimos, y en otras profetas, adivinos y ladrones; no en vano, es propio del calor disgregar y atenuar, mover y volver sutil la materia sobre la que actúa. La materia bastante sutil próxima corazón, una vez calentada, confiere agudeza de ingenio, como dice Galeno; y si el calor fuese moderado y los vapores cálidos y secos subiesen a la cabeza con moderación, al llegar más húmedos al cerebro, atemperados por su propio frío y humor natural, volverán al hombre cauto, prudente, dado a cuestionarse muchas cosas, indeciso, deseoso de conocer muchas cosas y conocedor de otras muchas, o mejor dicho lo disponen a lo anterior. Al aumentar todavía más este calor y subir el mencionado vapor cálido y seco a la cabeza de manera constante y uniforme, el individuo se vuelve vehemente y adquiere una clarividencia de gran sensatez, así como el entusiasmo apolíneo del que habló Plutarco, y baraja, piensa, emprende y lleva a cabo con arrojo no sé muy bien qué, pero por encima de sus posibilidades; se trata del ardor que, según Virgilio, les venía de los dioses a las mentes humanas. Y si el calor continuase creciendo cada vez más, llegase a calentar también las partes más fuertes y sólidas de la materia, y estas se evaporasen hacia arriba y llegasen al cerebro ardientes y tórridas por efecto de este calentamiento, nacerían el furor, la agitación exaltada y la locura, o al menos la afección sibilina que Virgilio describió en el sexto libro: Mas la profetisa, aún sometida a Febo, se entrega sin pudor al desenfreno, tratando de expulsar al gran dios de su pecho. Él tanto más se aplica a su boca rebelde, domando su fiero corazón, e insiste en someterla 2-15.



[Diversos efectos de la melancolía]

  ¶   27

A los hombres como estos los verás pálidos, enjutos, de carne laxa, ojos hundidos, secos, lúcidos, piel delicada, débiles, tranquilos, taciturnos mientras no arda la melancolía, mas colorados si diese en encenderse, de ojos centelleantes, osados, fieros, robustos y furiosos, especialmente en el cénit del ardor. Esta gradación la describió Virgilio en Amata; esta, primeramente, fue sucumbiendo poco a poco, pero luego, entregada al furor, comenzó a agitarse y finalmente se dio muerte; lo mismo se echó de ver en la Sibila y en Dido, y Séneca lo dijo de un Hércules enfurecido. Por tanto, se dirá que el jugo espeso y melancólico produce de por sí estas cualidades en las afecciones según la diversidad de la propia pasión que se padece tras la asunción del calor; así, este mismo jugo eleva al cerebro diversos vapores según sus diferentes niveles de calefacción y los mezcla con los alientos, y el cerebro se ve afectado y dispuesto de tal manera que el hombre se muestra muy distinto a como era previamente, pudiendo compararse al aire superior, que se muestra diferente en función de la variedad de los vapores que surgen de la tierra calentada por el sol. Si ante la consumación del calentamiento y la calcinación del humor se viniese a disgregar el calor, se sucederían el temor y la tristeza, el pesar por cuanto se hubiese dicho o hecho, y un cierto tedio de la vida, hasta que, reasumido el calor, el humor se volviese a agitar y volviesen a ponerse en movimiento los vapores cálidos y secos, semejantes al humo amargo de la madera seca, como la del roble o la del roble viejo; y lo mismo sucede con la osadía, con la fuerza y con la locura. A la luz de este razonamiento resulta comprensible que Alcmeón y Oreste sucumbiesen a la agitación bajo la influencia de las Furias, y que fuese Alecto la que incitó a Turno.



  ¶   28

Esto sucede como sigue: cuando ha entrado y se ha imprimido en los alientos la imagen de algo muy triste y molesto, como era para Turno el hecho de perder a su amada esposa y el reino heredado que ya había conquistado en espíritu, surge al punto la ira y el deseo de apartar lo que hace daño; por tanto, se produce una agitación y una conmoción vehemente de los alientos; a raíz de este movimiento se genera un calor en la sangre, y principalmente en las zonas vecinas al corazón; acto seguido se elevan los vapores, primeramente los más densos y fríos, de modo que en un principio parece que uno sufre pausadamente y con moderación. Con el paso del tiempo, al volverse más agudo el calor, son también más agudos y ligeros los vapores que llegan y estimulan los ventrículos y los huecos del cerebro; entonces se elevan más todavía las iras crueles; luego, tras mucho sufrimiento y habiendo planeado con mucha agudeza qué hacer, el calor se abre paso y crece, y el individuo sucumbe a la furia, mientras que si el calor merma, este se vuelve incapaz de llevar a término lo que con acierto y gran industria había tramado; y entonces, desespera, guarda silencio y sufre. Cuentan algunos historiadores modernos que algo así le pasó hace tiempo a un príncipe italiano: este, agobiado con asuntos de máxima importancia y apurado económicamente por su implicación en varias guerras, discutía las propuestas haciendo gala de buen sentido y deliberaba con muchísima prudencia qué hacer; no obstante, cuando llegó el momento de aplicarlo, desechó los mejores consejos y optó por la peor opción, que previamente habían rechazado en consejo; y fue este el único aspecto en que se asemejó a las mujeres quienes, según se dice, se decantan siempre por la peor opción.



  ¶   29

Al parecer, son muchos los que, gozando de agudeza de ingenio, ejecutan sin arrojo lo que con arrojo determinaron. El caso es que el calor escasea, y no se proveen alientos para la ejecución del propósito, al haberse consumido casi por completo en la reflexión; en efecto, es difícil que un mismo calor se mantenga durante tanto tiempo, tan ordenado y uniforme que pueda satisfacer tanto al urdimiento de un propósito prudente como a su consistente ejecución. Además, existen diversos tipos de humor melancólico; así, uno es afín a la naturaleza, recibe el nombre de humor negro y forma parte de la sangre, es bastante espeso, seco y frío, y vuelve a los hombres robustos y estables; en caso de encenderse provoca las afecciones que Aristóteles repasa en el primer problema de la trigésima sección de los Problemata, y entonces es contrario a natura; Hipócrates lo denomina agua, y vuelve a los hombres pálidos, enjutos, débiles, temerosos, pero ingeniosos, si este humor diese en generar un calor moderado; en caso de generarlo escaso los volvería plenamente toscos, lentos, ineptos para la acción y para el conocimiento. Pues bien, a la luz de estas cosas queda demostrado de qué manera pueden recibir el nombre de melancólicos los valientes y los temerosos, los toscos y los ingeniosos.



[Por qué muchos llevan a cabo sin arrojo lo que con arrojo determinaron]

  ¶   30

Se confirma que es cierta la cuarta señal del hombre ingenios; en efecto, si el ingenioso es débil, y el débil no es fuerte, y este último tiene hombros anchos, separados y no demasiado encogidos, es probable que el ingenioso, que no es bravo ni demasiado robusto, tenga los hombros encogidos; no en vano, la naturaleza ha determinado que a las cosas contrarias les correspondan, por regla general, cualidades contrarias, en tanto que son cosas contrarias. Digamos ahora en qué consiste tener los hombros encogidos, y cómo y por qué el individuo ingenioso acusa una afección como esta.



[Hombros encogidos]

  ¶   31

Llamo hombros encogidos a los que la naturaleza no ha modelado con precisión, a los que no son anchos ni rectos, ni están definidos, sino que aquejan una figura un tanto convexa y como jorobada. A su vez, si los hombros encogidos permanecen bastante agarrotados es bien por la moderación del calor natural, bien por la escasez de tierra en el cuerpo compuesto, o bien porque todo el calor se aplicaba a algún otro menester, por ejemplo, a la formación de las partes internas, que gozan en el individuo ingenioso de una perfecta elaboración.



  ¶   32

Volvemos a caer una vez más sobre los mismos problemas: y es que si el ingenioso es melancólico y, a su vez, cálido y seco, ¿cómo puede tener un calor débil o moderado, si la sequedad se conoce como asperón del calor, al que vuelve potente y bravo? ¿Cómo llamaremos incapaz e impedida a la fuerza formadora del cuerpo, que ha formado los hombros encogidos e informes, si esta no es otra cosa que calor intenso? Y si el hombre es melancólico, ¿cómo va a tener una sustancia cerebral débil, como dice Galeno en el Ars medica? Y si tiene una sangre y una materia cerebral delicadas, ¿cómo puede abundar la melancolía si, tal y como se recoge en la trigésima sección de los Problemata, la sangre melancólica es espesa? Esta, a su vez, no puede ser por sí misma ligera y espesa, cálida y fría, robusta y débil.



[Si acaso el ingenioso alberga un calor débil]

  ¶   33

Esta cuestión se la planteó en otra ocasión un doctísimo alemán y, sorprendiéndose por su dificultad, extraña que nadie la haya advertido hasta el momento; ahora bien, la solución es más que evidente a la luz de lo dicho más arriba, tanto en razón de la duplicidad del humor melancólico como en virtud del calor, que podemos llamar intenso por extenso e intenso. Digamos, en efecto, que existen dos aspectos para considerar y llamar melancólico o pituitoso a un hombre: bien según todo el cuerpo, bien según sus partes principales, como el corazón, el cerebro y el hígado; y si es melancólico, puede serlo por melancolía natural o contraria a natura, y la contraria a natura podría deberse tanto a la bilis amarilla como a la sangre o, finalmente, al humor negro tostado, que se puede ver afectado y estimulado por un calor abundante, escaso o moderado. Además, dice este hombre: a lo espeso se opone lo delicado y lo sutil; la delicadeza toma su nombre del humor acuoso y graso; la sutileza denota la penetración y la agudeza del fuego.



  ¶   34

Partiendo de esta base, respondamos a la cuestión que el individuo ingenioso no es cálido y seco en función de toda su materia corporal, sino solamente de la zona del corazón y de los llamados hipocondrios; digamos que tiene también una sustancia cerebral delicada y sutil, casi reblandecida, como antaño obserbó un doctísimo hombre en la anatomía de insignes y muy astutos ladrones; por su parte, cierto es que la melancolía que abunda en dichas partes es natural, pero por regla general tiene algunas partes generadas por el calentamiento de la bilis amarilla o mezcladas a esta. El que llaman robusto y vivo, en cambio, es melancólico en su totalidad, y todo su cuerpo es rico en melancolía natural, esto es en sangre densa y fibrosa, afectada por un calor abundante más por extenso que por intenso. El ingenioso, a su vez, alberga en todo su cuerpo un calor débil, y especialmente junto al estómago; sin embargo, junto al hígado suele ser más cálido de la cuenta por intenso, y junto al corazón la sangre hierve debido a las numerosas obstrucciones que suelen aquejar todos los ingeniosos, pues su calor, que se hace venir del estómago a las demás partes, produce una cocción viciosa, haciendo que la pituita y el humor crudo resulten molestos, humores que, según Horacio, suelen martirizan a los sabios. El ingenioso, por su parte, tiene una sustancia cerebral delicada, mas no de delicadeza acuosa, sino más bien aérea; no en vano, a quienes acusan una sustancia cerebral densa y terrena, dotada de poco calor, los llamamos torpes y obtusos, y es que la sangre del hombre estúpido, tosco, torpe, perezoso y de ninguna valía es densa, pituitosa y fría, y recuerda a los bueyes, a los ancianos o a los corderos.



  ¶   35

El hombre robusto, vivo y, como se suele decir, vigoroso, alberga una sangre ciertamente densa y fibrosa, además de cálida, que recuerda a la tierra y al fuego, y no al agua mezclada con la tierra, como sucedía en el caso anterior; y el cerebro de estos individuos es firme, robusto y sólido, y tiende a una cierta negrura, cualidad que el trabajo de un noble anatomista advirtió muy acusada en el cerebro de un ladrón muy fiero y osado; estos individuos son semejantes a los toros y a los leones. Por su parte, quienes están llenos de sangre delicada y cálida, asociada al aire, son bondadosos, amigos del juego y de la risa; ahora bien, como su calor no es vehemente y los espíritus que semejante sangre eleva junto al cerebro no lo estimulan o excitan, resulta que no parecen demasiado ingeniosos; a su vez, los individuos de sangre delicada, aun tostada y atravesada por un calor intenso, especialmente junto al corazón, si esta sangre acusase un sedimento moderado, cuando esta sangre calentada y, por usar el término químico, fortalecida junto al corazón, eleva unos alientos y vapores ordenados, uniformes y moderadamente secos, y estos, ligados por efecto de esta sequedad, vengan a dirigirse a un cerebro de sustancia delicada, a estimularlo y excitarlo con moderación, el individuo, primeramente, se vuelve ciertamente muy capaz de sentir y, acto seguido, de investigar, hallar y juzgar; por su parte, estos alientos, al ser sutiles, acostumbran a hacer al hombre inconstante y en ocasiones obstinado por su orgullo, como dice Scaligero. Pues bien, este razonamiento parece dar respuesta probable a la cuestión planteada, y explica de qué manera es melancólico el ingenioso, y cómo esta melancolía se calienta junto al corazón, sin necesidad de sangre fibrosa, densa y terrena, que el robusto tiene en abundancia.



[Quiénes son más ingeniosos, y quiénes menos]

  ¶   36

Como más arriba se ha dicho, por miembros inferiores podemos entender las extremidades como las manos, los pies y las rodillas. Digamos, pues, que el hombre ingenioso tiene flexibles los miembros inferiores, esto es las extremidades del cuerpo alejadas del tórax, flexibles, esto es no agarrotadas ni fuertemente ligadas entre sí; antes bien, tiene unas articulaciones capaces de volverse con facilidad en cualquier dirección. En efecto, vemos que los tiernos adolescentes acusan articulaciones bastante flexibles, y ligadas con tal laxitud que el extremo del pulgar puede tocar fácilmente tanto la parte superior del radio como la inferior o interna.



[Extremidades flexibles]

  ¶   37

Por tanto, el ingenioso tiene extremidades ligadas con laxitud. La causa es que el ingenioso es blando, rico en humedad natural y su masa no abunda en tierra; un individuo como este acusa unas extremidades flexibles; por tanto, el ingenioso tiene extremidades ligadas con laxitud. La mayor se reconoce en virtud de la propia humedad; no en vano, si lo húmedo se opone a lo seco y lo seco es duro, lo húmedo será blando, y esto se moldea, se contrae y se extiende con facilidad; lo que acusa tales cualidades se denomina flexible; por tanto, con razón decimos que el blando y rico en humedad natural tiene las extremidades flexibles, y sobre todo los miembros inferiores, como los pies, las articulaciones de los pies en dedos y talones y la articulación de las rodillas.



  ¶   38

Mas no se ha de creer que la blandura y la humedad abunden en el ingenioso de manera absoluta, sino tal y como se echan de ver en la cera roja recién elaborada, dúctil y bien compuesta, y capaz por tanto de adoptar las apariencias de todas las cosas. Creo que esta comparación nos permite comprender fácilmente de qué manera el hombre robusto no es ingenioso de todo, y cómo el joven y blando, por su parte, es apto para aprender y recordar, mientras que al anciano, incapaz y olvidadizo, le cuesta aprender, si bien retiene cuanto aprendió de joven. Imagínate, pues, que la cera es la melancolía, que la resina del terebinto representa la bilis mezclada con moderación a la pituita, y que la sangre es el cinabro, que vuelve roja la cera. El cometido del cinabro es dar color y amalgamar la mezcla; por tanto, si se encuentra en exceso, la cera encuentra dificultades para adoptar la forma de las cosas, se rompe, no es dúctil, sino que se queda muy dura por efecto de la sequedad; si el terebinto resulta excesivo, la cera se pega a todas las cosas, se funde con ellas y no consigue mantener las formas que adopta; en cambio, si la composición fuese moderada y conveniente tomaría las formas de las cosas y las retendría como debe. Así como la cera bien elaborada adopta las formas sin pena, el humor en cuestión acusará las mismas afecciones si se ve agitado por el esfuerzo y la disciplina, y reproducirá la imagen de las cosas con celeridad. Cuando la cera tiene ya un tiempo no adopta nuevas imágenes, sino que conserva durante muchísimo tiempo las que adoptó tiempo ha: de igual modo recuerdan los ancianos lo antiguo y olvidan lo reciente, como escuché decir muchas veces a un noble hombre que aseguraba poder recitar de memoria y con mucha diligencia los versos de Virgilio que había aprendido de niño, al tiempo que olvidaba continuamente los nombres de sus sirvientes e incluso los de sus hijos.



  ¶   39

Es esta la última parte de la quinta propiedad o señal que Aristóteles reconoce en el individuo ingenioso, a saber, que tenga la zona de las costillas bien suelta. Por la zona de las costillas ( lat. ea quae circa costas) entiendo yo las propias costillas y el esternón o hueso del pecho, y el giro griego lo reconozco al comienzo de l De interpretatione: son, pues, las cosas que están en la palabra ( lat. ea quae sunt in voce), es decir las propias palabras son los indicios de los conceptos; y en el primer libro de la Physica: cabe determinar las cosas que atañen a los principios ( lat. ea quae sunt circa principia) de la ciencia natural, lo cual significa que deben declararse en primer lugar los principios naturales. Pues bien, de este modo dice ahora : la zona de las costillas debe estar bien suelta; esto es las costillas deben estar bien sueltas.



[Las costillas bien sueltas]

  ¶   40

También quedó explicado más arriba qué debemos entender por “suelto”, cuando se expusieron las propiedades del hombre robusto, cuyos hombros, decía Aristóteles, debían ser anchos, distantes, ni muy encogidos ni sueltos del todo, pues decíamos que los hombros sueltos y mal ligados y articulados son los que parecen desprenderse y estar unidos al cuerpo o al tórax como por accidente, pudiendo considerarse ajenos a su dueño, pero ligados a él por un sentimiento de afecto recíproco. En efecto, esta disposición denota el predominio del humor y una abundancia superflua o una excesiva cantidad de materia que cede fácilmente al calor, el cual, no obstante, lo domina de manera impotente y desordenada, como cuando un hombre robusto intenta arrojar con fuerza una pluma. Así pues, volviendo al tema, digo que si bien es cierto que los hombros deben estar sueltos, no lo estarán del todo ni de cualquier manera, pues denota debilidad del calor, sino de convenientemente, esto es según la razón, el orden y una cierta perfección que, si bien consiste en el punto intermedio, se aproxima más a la soltura total que no a lo contrario, como también la bravura anda más cerca de la osadía y la generosidad de la prodigalidad. En efecto, los hombros del bravo acusan una disposición sencillamente intermedia, de tal manera que no aparecen ni encogidos ni sueltos; el ingenioso, en cambio, los tiene bien sueltos, esto es ligados de manera adecuada y no del todo, y de tal modo que esta soltura no les impide llevar a cabo su operación. Pues bien, así puedo decir que el ingenioso tiene hombros bien sueltos, esto es articulados o sueltos en su justa y necesaria medida, esto es ligados con laxitud, mas sin merma de su acción.



  ¶   41

En verdad, la causa por que el ingenioso acusa unos hombros como estos es que tienen una carne blanda. No en vano, en este sobra humor y junto al pecho se alberga un calor intenso en comparación con el resto de su cuerpo; por tanto, al dominar en esta zona el calor y el humor, siendo el calor y el humor las fuerzas activa y pasiva que forman el cuerpo, los hombros y las costillas de los ingeniosos obtienen una forma adecuada, y los hombros una estructura adecuada, sueltos por efecto del humor, pero sin excesos, gracias a la razonable prevalencia del calor sobre la materia, a la que controla, da forma y límites. Así es, pues, como la naturaleza ha hecho a los ingeniosos.



  ¶   42

Popularmente se denomina espalda a la parte del cuerpo humano que comienza bajo las escápulas y se extiende hasta el hueso sacro, pasando por donde las vértebras espinales se unen a los huesos del ilio; a su vez, el ancho de la espalda queda determinado por el punto en que comienzan a curvarse las costillas. Por su parte, cuando Aristóteles dice que el ingenioso no acusa una espalda carnosa creo que por espalda cabe entender principalmente la parte inmediatamente inferior a las escápulas, enfrentada por detrás al corazón y donde se insertan los músculos encargados de llevar los brazos hacia atrás. Prueba de ello es que los ancianos, que son más prudentes que los jóvenes, son menos carnosos.



[Espalda no carnosa]

  ¶   43

Añade que dentro de un mismo género, los individuos más obesos son también menos perspicaces y astutos; así, se echa de ver que las zorras y lobas delgadas son más astutas y fieras que las llenas, carnosas y gruesas, como a quienes la penosa rabia del estómago agita cegados 2-16. Ahora bien, esto también se puede corroborar mediante la razón: en efecto, si los ingeniosos son cálidos en pecho y corazón, albergan también humores delicados, siempre y cuando no se calienten; el caso es que se calientan a menudo, y entonces se vuelven densos, obstruyendo las venas mesentéricas, dificultando el paso de los nutrientes al hígado y provocando, a su vez, que se caliente todavía más; como consecuencia de este excesivo calentamiento, efecto de la transpiración impedida, el humor propio del estómago da en secarse y, por tanto, se enfría, impidiendo la digestión, y ante su impedimento no se produce ningún jugo de provecho, de modo que la nutrición queda reducida a la mínima expresión; de este modo se deduce que, por regla general, los ingeniosos no gozan de una buena nutrición; así, son delgados, ya en todo el cuerpo, ya precisamente allí donde más abunda el calor seco, a saber, la espalda junto a las escápulas y el pecho. Añade que los ingeniosos tienen la carne blanda, luego un tacto fino y, por tanto, un gusto sutil, lo cual enciende en ellos el deseo de toda una variedad de sabores y alimentos; por este motivo anhelan más de lo que pueden digerir, y comen muchísimo en cuanto tienen ocasión; así, hartos de comida y bebida dificultan la digestión y, por consiguiente, no se nutren, o como mucho generan un jugo pobre, fruto de la variedad de alimentos, y por eso dice el otro: ves que todos se levantan pálidos de una cena excesiva 2-17.



  ¶   44

Yo, en verdad, creo que el motivo de que la espalda del ingenioso no sea carnosa es el abundante calor tendente a la naturaleza ígnea que albergan su diafragma y su hígado; por su parte, el calor intenso seca mucho, y quien acusa sequedad por efecto del calor no tiene mucha carne; y por este motivo los ingeniosos tienen poca carne. A propósito de la abundancia de calor ígneo en el cerebro, el transverso y el corazón de los ingeniosos ya nos hemos pronunciado más arriba. Así pues, queda demostrado que la espalda de los ingeniosos no es carnos, y por qué.



  ¶   45

También esto se requiere para la constitución del hombre ingenioso. En primer lugar, por cuerpo blanco con un toque de rubor entiendo la piel; ahora bien, no toda ella, pues la frente no debe acusar rubor, y la piel de las mejillas es más rubicunda que las demás zonas del rostro, mientras que la del pecho suele ser más blanca que la que de los costados y el hígado, y la del dorso de las manos no requiere rubor alguno. Digo, pues, que el hombre ingenioso requiere un cuerpo blanco, esto es un predominio absoluto de la blancura, pero a este se le debe venir a sumar el rubor en según qué partes del cuerpo, poco en unas, mucho en otras, y en ninguna debe estar del todo ausente. En efecto, aunque la frente deba ser cándida, como las manos y los dedos, el ojo debe poder advertir una cierta traza y un toque de rubor. El motivo es que estos miembros están vivos y, por consiguiente, cálidos, con sangre y aliento delicados.



[Cuerpo blanco, rosado y puro]

  ¶   46

Pues bien, si el ingenioso tiene un toque de rubor, todas las partes del cuerpo se ha de dejar adivinar sutilmente un cierto rubor. Mas cuando digo que el ingenioso es cándido con un toque de rubor, creo que se ha de entender especialmente en relación al rostro; no en vano, lo más natural es que acuse un rostro cándido, unos labios rojos y una barbilla cándida con un poco de rubor, sin que la nariz se llegue a ver más púrpura que la barbilla, y que las mejillas imiten el color de la rosa. Además, lo del color le viene al ingenioso de su propio temperamento, pues durante su adolescencia predomina en él la bilis natural junto con un subdominio de la pituita ligada a la melancolía, humores de calor delicado. Tibulo describe este color al hablar de Apolo, diciendo: Su candor era como el que refleja la luna llena, y el tono purpúreo de su cuerpo níveo... 2-18.



  ¶   47

Mas surgen cuestiones por varios frentes. En primer lugar, si esta pasión es propia del ingenioso, quien no la acuse no debería ser ingenioso, pero son muchos los hombres amarillentos e ingeniosos. Además, vemos que muchos de quienes acusan ese color son estúpidos y torpes; a su vez, es el color propio de los niños que, por su parte, no están en condiciones de investigar, efectuar hallazgos ni analizar, distinguir y juzgar lo hallado, algo propio del ingenioso. Asimismo, los alemanes y polacos acusan un color blanco y rosado, pero los vemos mucho más simples y menos astutos que los italianos. Los árabes y los etíopes, los españoles y los cartagineses son ingeniosos, esto es sagaces y astutos, y es imposible que acusen candor con toques de rubor, pues son prácticamente negros, y algunos recuerdan al carbón consumido. Por último, si acusan subdominio de la melancolía son terrenos, luego serán negruzcos o amarillentos, nada que ver con el candor. Estas cuestiones y otras por el estilo podrían debilitar la sentencia de Aristóteles.



[Cuestión: si los ingeniosos son blancos y rosados]

  ¶   48

A modo de respuesta, digamos en primer lugar que si bien esta es una pasión propia del ingenioso, no los concierne a todos ellos, ni les es exclusiva, ni se da siempre, esto es, esta cualidad no caracteriza al ingenioso como la risa hace con el ser humano; antes bien, cuando decimos que el color cándido con toques de rubor es propio del ingenioso, se ha de entender como cuando decimos que es propio del hombre ser médico o bípedo. Pero esto tampoco es del todo cierto, y es que esta señal, por ella misma, desligada de otras, no es índice de nada; es en combinación con otras como conduce a la constitución del ingenioso. De hecho, describiendo al hombre según este criterio, diría que es un animal sin plumas, bípedo y con uñas anchas; de tomar cualquiera de estas condiciones separadamente, ninguna representaría al hombre; en cambio, tomadas en conjunto sí lo caracterizan.



[Solución]

  ¶   49

Y al primer frente de la cuestión respondo que ni todo individuo ingenioso es cándido y rosado, ni cualquier individuo de tales características es ingenioso, como tampoco todo animal sin plumas es un hombre ni el hombre puede describirse ciertamente por su falta de plumas, dado que la privación presupone un hábito. Presentaré como probable que esta pasión acompañe al ingenioso, mas no necesariamente a todos ellos; además, ello no aplica a la inversa. A su vez, el ingenioso cae en dos categorías: el que lo es por naturaleza y el que los es por accidente. Como el ingenioso por naturaleza alberga sangre sutil en la cabeza, que llaman sangre biliosa o bilis natural, así como muchos alientos, y no carece de pituita, en este clima en que vivimos es probable que sea cándido y rosado; en cambio, el individuo sagaz y agudo compuesto por bilis tostada y pituita con melancolía lo es a ratos, más bien, y no siempre; el primero se mantiene siempre igual y constante, es muy sociable y bondadoso; el segundo se contradice a menudo y no es coherente, y su ingenio no demuestra siempre una fuerza equivalente. Por tanto, esta pasión denota principalmente el ingenio en tanto que señal del buen temperamento del hombre y de su disposición conforme a natura.



  ¶   50

Por su parte, es probable que los estúpidos y lentos que vemos dotados de candidez y rubor deban su color a la abundancia de pituita ligada a la sangre; ahora bien, la abundancia de sangre se limita a la superficie, mientras que escasea en el interior; o bien la sangre es pura, no sutil ni biliosa, y ya he dicho que para que alguien sea ingenioso la pituita no toma su color de la sangre pura, sino de la biliosa y cálida o melancólica natural, y es que según Galeno, es la sangre melancólica la que da a la masa sanguínea su color rojo vivo. De todos modos, no cabe inferir que por ser así el ingenioso, también haya de ser ingenioso quien así sea; en efecto, no es en la cara donde la sangre melancólica se ha de mezclar a los alientos y las partes más sutiles de la melancolía, sino en la zona del corazón, y es en el cerebro donde la pituita natural debe hacer lo propio. Y si los niños suelen acusar este color y no son ingeniosos, es que no abunda en ellos la sangre melancólica, sino la pura, y su calor no es tan intenso como para calentar los humores y elevar los alientos de manera uniforme y continua; antes bien, estando disipados, siendo diversos y disintiendo entre sí, semejantes al humo que se levanta nada más prender fuego a un haz de ramitas, resulta que son incapaces de mantenerse quietos, y ora lloran, ora ríen, ora cantan, ora callan, ora quieren lo que no tienen o desprecian lo que han conseguido.



  ¶   51

Respecto a lo que se dice de germanos, polacos y sármatas, tal vez cabría descartar que sean pueblos ingeniosos, pues son robustos y belicosos; ahora bien, de otra parte, a ellos se deben los más importantes hallazgos del ingenio humano: en primer lugar, pues, se les atribuye la invención de los relojes, así como de las bombardas y, lo más importante de todo, la tipografía y el arte de imprimir libros supera todo hito del ingenio humano; también se les atribuye la invención de los órganos y de algunos instrumentos de viento que usan los músicos modernos. Así pues, no hay motivo para negarles su ingenio. Acaso no sean dados a la contemplación, ni sobresaldrán en ella; el motivo es que no abundan en humor melancólico, o que este humor no se calienta en ellos como en los italianos o españoles. Por su parte, son muy fieros cuando se les calienta la bilis, y si parecen albergar pituita, índice de lo cual sería el color cándido, su predominio es mayor en la superficie que no en las partes internas del cuerpo. Y si bien es cierto lo que se dice a propósito de etíopes y árabes, que no con cándidos, pero sí ingeniosos, y que cuanto más negros más agudos son, y ello gracias a su suelo natal, Aristóteles se refiere a quienes habitan los climas quinto y sexto; además, los árabes y etíopes no carecen completamente de rubor, y quienes lo acusan gozan de una disposición más acorde a la naturaleza humana.



  ¶   52

No encuentro en ningún autor qué es lo que quiere decir Aristóteles con este término. Ahora bien, creo que la sentencia dice que el cuerpo del hombre ingenioso ha de ser cándido por fuera, con toques de rubor y puro, palabra esta que, a mi entender, descarta a algunos hombres ciertamente cándidos y de rubor purpurescente, pero que además del rostro y de las manos, en ocasiones tienen también otras partes del cuerpo tocadas de alguna peca o piel muerta, amarilla, cenicienta u oscura, indicio del tueste de la bilis amarilla o negra, como diremos en su momento. De ahí les viene la iracundia y la obstinación, la testarudez, la dureza, la incredulidad y la aspereza; no en vano, quienes visten una piel como esta parecen poder asociarse en cierto modo a las serpientes y a las víperas.



  ¶   53

Pues bien, el de cuerpo y piel impuros, aun cándidos y con toques de rubor, no será ingenioso, luego el ingenioso tendrá un color puro. Así, Tibulo acertó al atribuir a Apolo, en tanto que ingenioso, el color que los lirios que las niñas trenzan con amarantos, el rubor que acusan los frutos cándidos en otoño 2-19, y lo mismo dice el poeta del cuerpo níveo, que tenía toques de púrpura. A la luz de todo ello, pues, queda demostrado que es ingenioso quien acusa un color puro en su níveo cuerpo, esto es, sin mácula.



  ¶   54

La penúltima señal del ingenio se toma de los pelos. Ya se ha dicho más arriba qué es un pelo. Que así son los pelos de los ingeniosos lo demuestran los zorros, las comadrejas y el género de bestias que se juzga más ingenioso que el resto. [*]
Entre las aves también parecen más industriosas las de plumas más blandas, tanto a la hora de formar sus nidos y de cuidar de su prole como a la hora de proveerse a sí mismas y de abastecer a sus polluelos, cosa que se dice del ave trepadora y de la suavecísima ave del paraíso, y de otras tantas enumeradas por el excelentísimo ornitólogo boloñés.



[Pelos no duros, no negros]
[*][Aldrovandi, autor ornitólogo]

  ¶   55

Así pues, en primer lugar, los pelos del ingenioso no pueden ser demasiado duros al tener una carne blanda, y además puede albergar alientos suaves y humores bastante delicados en comparación con otros hombres; por su parte, los de carne blanda y sangre bastante delicada no pueden tener pelos gruesos, luego tampoco duros; por consiguiente, el ingenioso no tendrá pelos duros. Antes bien, aun si fuesen un poco gruesos por la blandura de la carne, cuyos poros podrían estar bastante abiertos, atendiendo a la materia de que surgen no podrán ser duros. Se ha dicho que no habrán de ser demasiado duros, y es que no serán ni excesivamente blandos como los de las liebres, ya que es indicio de un temor exagerado y de la debilidad del calor, ni serán como las cerdas de los jabalíes, sino que gozarán de una disposición intermedia: bastante gruesos por la laxitud de los poros y bastante blandos por la materia, obteniendo así un término medio entre lo duro y lo blando.



  ¶   56

Estos pelos tampoco han de ser excesivamente negros, pues denotarían el tueste del humor melancólico y la excesiva densidad de la sangre. En efecto, un humo bastante espeso es bastante negro; el más próximo al fuego, por su parte, se vuelve más blanco, como advertiremos al prender fuego a la pez, a la resina o a la colofonia. También una antorcha y un madero de pino, al primer contacto con el fuego, emiten un humo negro como este, tenaz, espeso y viscoso; y algo muy semejante se echa de ver en las demás maderas, y es que el primer humo que de ellas se levanta aparece bastante espeso y negro; no en vano, cuando la mezcla de tierra y agua se somete al fuego se ennegrece en un primer momento, hasta que la consumición del humor da paso a un color blanco o amarillento, o a algún otro color, como se advierte claramente en los ladrillos que se cuecen en el horno y en el fango que se deja secar al sol.



  ¶   57

Pues bien, no son excesivamente negros porque el pelo suele ser semejante a la piel; a su vez, la piel del ingenioso no es negra, sino cándida y rosada; por tanto, tampoco aquellos serán negros. Además, si decimos que son ricos en una sangre pituitosa, temperada con bilis y melancolía natural, y próxima a la sangre pura, sabiendo que semejantes individuos no albergan naturalmente humores negros ni tostados, tampoco tendrán pelos negros. Ahora bien, tampoco cándidos, porque esto es propio de la pituita que, como ya se ha dicho, vuelve insensatos y estúpidos a los hombres; tampoco amarillos, pues eso es propio de la bilis; ni dorados, como se lee del emperador Cómodo, cuyos cabellos parecían cubiertos de virutas doradas, y es que semejantes cabellos denotan la acción moderada del calor sobre la bilis y la sangre pura. Mas dado que para merecer el nombre de ingenioso por fuerza uno ha de acusar permanencia y observar el orden y la firmeza en las contemplaciones, debe albergar también un calor suficientemente intenso como para volver los humores un poco más densos y elevar los alientos de manera continua y uniforme; a su vez, como esta acción requiere sangre melancólica, es decir más densa, los hollines que se elevarán en consecuencia, de los que nacen los pelos, contraerán una cierta negrura. Y por esto mismo se consideran hermosos los cabellos dorados y rizados en sus extremos, pero un tanto negros junto a la piel, de un color semejante al de la castaña madura que se recoge del árbol a principios de noviembre. Por este motivo, pues, los pelos de los ingeniosos no deben ser ni demasiado negros ni demasiado duros; en caso contrario no denotarían ingenio.



  ¶   58

La naturaleza del ojo ictérico ha quedad explicada en la descripción de los fuertes. Añade, siguiendo el Thesaurus de la lengua griega, que se llama ojo ictérico al agradable y alegre; además, los griegos llaman ictéricos quienes proyectan en su rostro la alegría del corazón. Esta pasión parece convenir ciertamente al ingenioso, pues el ingenioso goza de una disposición conforme a la naturaleza humana, y como está lleno de alientos, sus ojos aparecen felices y alegres. Por su parte, este color recibe entre los latinos el nombre de garzo, como atestigua Aulo Gelio, y se encuentra entre el amarillo y el verde, con un poco de brillo. Dice Luciano que estos ojos son propios de los individuos hermosos y fuertes, y ambos coinciden en su adecuado temperamento y disposición, si bien es cierto que en el ingenioso esta característica atañe más bien al alma y a la forma, y en el bravo y el robusto se asocia más bien a la materia y al cuerpo bien conformado. Homero atribuye ojos ictéricos a los leones, y con este mismo nombre se refiere Plutarco en la Vida de Mario a los ojos de los alemanes; su traductor lee terroríficos, como si infundiesen temor a quienes los mirasen.



[Ojo ictérico o garzo]

  ¶   59

Lo cierto es que yo, cuando antaño pude observar atentamente el lomo, los pelos, los ojos y todo el cuerpo de un león, no pude apreciar semejanza alguna entre su color y el de los ojos de los alemanes; en efecto, la piel del león era completamente amarilla, y sus ojos resplandecientes parecían reflejar un color un tanto ígneo, mas oscuro, colores los dos que no advertí en los ojos de los alemanes, que más bien imitan el color de la flor del lino o el del cielo. Así pues, por ictérico entendería yo el dichoso, alegre y bondadoso, como el de los individuos ricos en alientos sutiles y sanguíneos, propiedad que más arriba hemos reconocido en los ingeniosos. Pues bien, si el ingenioso es rico en alientos claros, suaves y cálidos, al estar dotados de un ojo alegre e hilarante, hilaridad fruto del calor y la humedad, de la suavidad y la iluminación, tenga una coloración garza o no la tenga, este color y este aspecto recibirán el nombre de ictéricos.



  ¶   60

No obstante, me parece que lo dicho hasta el momento a propósito del ingenio no está libre de cuestiones, y tampoco veo muy claro, a la luz de lo precedente, si esta pasión de que hemos tratado es propia de la sangre espesa y melancólica o, por el contrario, de la sutil y biliosa, ni si acaso la propensión ingeniosa requiere como materia esta sangre o aquella otra, o algún otro humor. De hecho, en el trigésimo libro de sus Problemata, Aristóteles parece entender que los ingeniosos acusan un temperamento melancólico y que, por tanto, la sangre melancólica es la materia del ingenioso, como más arriba hemos apuntado; a su vez, según se ha dicho, Galeno, sin duda el príncipe de los médicos, opinó que el ingenio residía en la sangre cálida y suave; otros dijeron que se trataba de una cualidad de la sangre y de los alientos ígneos, lo cual no parece probable, pues día a día se advierten ingenios obtusos y densos ricos en sangre y alientos abundantes, mientras que, por el contrario, existen también algunos individuos muy ingeniosos e industriosos cuyo rostro y temperamento no traslucen sangre alguna, y se podrían estimar camaleones. Por todo ello, ya que se vuelve a ofrecer la ocasión para hablar del ingenio, habiendo dicho ya en qué consiste, procuremos ahora explicar cómo es, y cuántos tipos existen, y a qué se deben tantas diferencias. Espero no resulte pesado para el lector lo que resulta ligero al que escribe.



[Cuál es la materia del ingenio]

  ¶   61

Algunos opinaron que el ingenio es tan propio de las bestias como de los hombres, y que uno y otro no difieren más que en su capacidad. Plutarco parece no haber descartado esta opinión en el libro que tituló Que los animales se sirven de la razón, donde discute con exactitud lo ingenioso de sus acciones y su criterio y modo de protegerse. De hecho, como aquellos reconocían la esencia o el cometido del ingenio en el propio hecho de buscar, encontrar y juzgar la utilidad del hallazgo, consideraron dotados de ingenio e incluso de razón a los seres en que advirtieron semejantes cosas o trazas de ellas; y se convencían todavía más al ver a algunos hombres tan toscos, lentos e inútiles que bien podrían pasar por tocones o peleles antes que por hombres. Además, veían que los niños, cuya razón e intelecto están todavía por formarse, se desempeñaban tan mal en el conocimiento, el reconocimiento, la búsqueda, el hallazgo y el juicio de la utilidad o inutilidad de las cosas que muchos animales les parecían dotados de muchísima más inteligencia, juicio y prudencia que ellos; y al ver que los niños hacían muchas cosas sin ápice de razón, llegaron a plantearse la conveniencia de llamar bestias a los niños, antes que hombres.



  ¶   62

Algunos consideraron que o bien el ingenio era parte de la potencia concupiscible, o bien no existía sin esta; en verdad, el ingenio puede actuar como en la contemplación, donde no entra en juego el apetito concupiscible. Algunos bastante recientes, considerados grandes filósofos, han opinado que el ingenio es una pasión de la potencia irascible y que no puede existir sin lo irascible; ahora bien, en tal caso todo ser viviente acusaría ingenio, pues incluso los animales tienen un apetito irascible; a su vez, hemos dicho que el ingenio existe junto con la razón, pero esta razón no se da en los animales. Además, si quienes albergan ira también acusan ingenio, también los niños pequeños detentarían ingenio, pues su ira es cierta y manifiesta. Por último, si es propio del ingenio buscar y encontrar, mientras que lo propio del apetito irascible consiste en rechazar y repeler lo malo y lo que hace daño o se piensa que puede traerlo, resulta evidente que estas potencias tienen objetos diversos y que, por tanto, difieren plenamente entre sí; así pues, será la potencia racional, y no el apetito ni el principio motor o vegetativo aquello a lo que se asocie la habilidad que damos en llamar ingenio. Su puesta en acto pasa por que el hombre, primeramente, reconozca mediante el sentido y el intelecto; luego por que, partiendo de lo que conoce, tire de ingenio para discernir y hallar cuanto se pueda hacer remontar a lo ya conocido, y por que determine sus hallazgos mediante el juicio. En efecto, así como es propio de una misma potencia ver colores, concebir la existencia del color y juzgar que percibe un color, también será propio de una misma potencia buscar, encontrar y juzgar qué es lo cierto y bueno, o lo contrario. Así pues, todo ello corrobora que el ingenio es una fuerza y una potencia del alma racional asociada al intelecto.



[Que el ingenio no es apetito]

  ¶   63

Asimismo, parece que el ingenio y el juicio son una misma cosa en acto y difieren en razón; no en vano, esta fuerza es ingenio en tanto que encuentra, y en tanto que juzga lo hallado se denomina juicio. Pues bien, si el ingenio es como lo hemos definido, hemos acertado al decir que consiste en una virtud y una cierta potencia, pues hay veces en que el hombre usa el ingenio y el juicio, y hay ocasiones en que no lo hace; por consiguiente, o bien está en la materia, o bien no existe sin ella, pues donde hay potencia, hay materia. A su vez, si emplea las partes del cuerpo, estas pueden ser semejantes o disemejantes: ciertamente no serán disemejantes, pues no parece una potencia orgánica, y el hombre no usa los ojos ni las orejas para señalar, sino para ver y oír, y lo mismo aplica a la mano y al pie; ahora bien, tampoco semejantes, como la sangre, los huesos, el nervio, la carne y demás, pues es evidente que todo ello no participa en el hallazgo ni el juicio. Así pues, no parece que el ingenio disponga de instrumento preciso alguno ni de una materia propia y determinada, sino que o bien el hombre investiga y juzga con todo su cuerpo, o bien lo hace con ciertas partes internas, cuya naturaleza será ahora nuestro objeto de estudio.



[Diferencia entre el juicio y el ingenio]

  ¶   64

En verdad, si en cierto modo la investigación consiste en actuar, penetrar, referirse a diversas partes y juzgar, ello supone conocer realidades opuestas; esto, a su vez, consiste en captar; así, la potencia que investiga y juzga debe ser capaz de reconocer; ahora bien, reconocer supone aprehender las formas de las cosas reconocibles; por tanto, esta potencia ha de verse despojada de toda contrariedad y, a un tiempo, distar y permanecer desligado de todo. Pues bien, como potencia que todo lo reconoce, careciendo de todo, adoptándolo sin pena y reteniendo cuanto adopta, será seca y húmeda, y no seca y no húmeda, de hecho, distará igualmente de ambos extremos: se erige, pues, en término medio de lo pasivo.



[La materia del ingenio]

  ¶   65

Ahora bien, en tanto que busca e investiga, debe penetrar y separar cada una de las cosas que naturalmente están separadas y que, en acto, se confunden entre sí; sugiere, pues, una naturaleza cálida e ígnea, al denotar una cierta presteza al movimiento, la cual se asocia al fuego. Así pues, acaso las pasiones del ingenio prudente no estén muy alejadas de las cualidades del fuego, que Virgilio atribuyó a Eneas diciendo: y conduce su raudo espíritu ora en una dirección, ora en la otra, lo lleva a distintas partes y lo hace rodar por doquier 2-20.



  ¶   66

Lo cierto es que como el ingenioso reúne y acumula a un tiempo muchos predicados, y esto es propio del frío, no se verá desprovisto de esta cualidad: se erigirá, pues, en término medio de lo activo, y por tanto el individuo prudente es serio y no se precipita en sus acciones. Así pues, el ingenio no es una potencia que requiera materia sutil, cálida, penetrante ni dada al movimiento; antes bien, su naturaleza le debe permitir reunir y retener lo que capte, permaneciendo inalterable; no en vano, los ingenios que carecen de potencia retentiva parecen en un primer momento muy acertados en su discernimiento, pero al poco tiempo aquejan confusión y no disponen ni retienen ni lo primero ni lo último. En verdad, lo que da estabilidad y firmeza en las acciones es lo pesado y lo seco, y esto equivale, por analogía, a la tierra.



  ¶   67

Pues bien, los alientos de que se sirve el ingenioso, la materia del ingenio, son ígneos y terrenos, pudiendo emprender una investigación, consumar un hallazgo a fuerza de constancia y retener lo encontrado. Ahora bien, son estas dos cualidades contrarias, distantes y extremas en todos los aspectos, imposibles de aunar sin el auxilio de los elementos intermedios; estos son el aire y el agua; por consiguiente, la materia y sustancia que sostiene la razón del ingenio ha de incluir agua y aire, o bien las fuerzas y potencias de estos mismos elementos, a saber, la humedad, para adoptar las formas reconocibles, y la frialdad, para hacer confluir y reunir todo lo reconocido. Así, partiendo de las cuatro cualidades que reponden a estos cuatro elementos, y con ayuda del calor natural animado, en nuestro cuerpo se constituye y se conforma una determinada medianía, es decir, un cuerpo delicado y sutil, capaz de erigirse, de mover y penetrar, de tomar y retener, de mantenerse uniforme, de volverse aquí y allá, rodar por doquier y adoptar cualquier forma, como Proteo; y este es el sujeto y la materia de que proviene el instrumento de la virtud que damos en llamar ingenio.



  ¶   68

Si en un primer momento atendieses al origen, en el caso de este compuesto será una masa de humores naturales dispuesta de un cierto modo en los vasos, principalmente junto al corazón. Esta masa toma la penetración y la acidez de la bilis; la firmeza, de la melancolía natural; de la sangre y la pituita, que atemperan el exceso de la bilis, tanto de la amarilla como de la negra, toma la presteza en adoptar y recibir. Y así como la tierra caldeada por el sol emite alientos cálidos, rápidos, secos, dispuestos a cuanto requiera vehemencia, celeridad y violencia, como los torbellinos de aire, los truenos, los rayos, los cometas, las estrellas fugaces y demás, también la sangre melancólica próxima al corazón, al caldearse y tosta rse, emite unos alientos que excitan y agitan al hombre no menos que los vientos y los torbellinos agitan el aire. Así pues, también estuvo acertado en cierto modo un filósofo moderno que disertó a propósito del alma cuando dijo que el ingenio era un don de la sangre; de hecho, si bien es cierto que en principio no se encuentra en la sangre, sí se da en el fruto de la masa sanguínea.



[Qué conforma este punto medio, cuáles son sus causas]

  ¶   69

Pues bien, la descripción material del ingenio podría ser como sigue: el ingenio es una fuerza y una potencia consistente en un cuerpo sutil y halitoso que, por obra del calor natural del corazón, es elevado en ascenso uniforme desde la masa sanguínea hasta el cerebro. Así, como proviene del corazón, es cálida; como llega al cerebro, que es frío y húmedo, se templa al punto de ergirise en término medio de lo activo, y como adopta y retiene, lo es también de los principios pasivos. Es un cuerpo alejado de todos los extremos, resultando así una especie de cuerpo sutilísimo que no cabe llamar ni cálido ni frío, húmedo o seco, duro o blando, pesado o ligero, pues dista en igual medida de todos los extremos. Y así hemos dado con la materia del ingenio y con su causa eficiente, que tendrá por forma y límite la propia alma humana que, mientras permanece ligada al cuerpo, no obra más que por la especulación de las ideas y por los órganos.



[Descripción material del ingenioso]

  ¶   70

Ahora bien, la causa de este cuerpo sutil, que le permite percibir las imágenes de todo lo sensible y que carece por tanto de todos los principios de lo sensible, al tiempo que los acusa todos y cuanto de ellos se deriva; la forma propia y natural de este cuerpo es la razón y proporción propiamente denominada ingenio, esto es la habilidad y aptitud que resulta de la cierta y armoniosa proporción de los mencionados humores, proporción con que discernimos correctamente lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo, proporción con que juzgamos y elegimos. Esto es, pues, el ingenio, y estas son sus causas próximas.



  ¶   71

La primera, ciertamente, es Dios, de quien procede todo lo óptimo, pues todo don perfecto y óptimo desciende del Padre de las luces. Aristóteles enseña en el tercer libro de la Ethica que el ingenio y el intelecto son algo óptimo y perfectísimo, refiriéndose a ellos como el más bello bien que el hombre posee de manera natural, un bien que no se puede recibir ni aprender de ningún otro modo, pues el ingenio no se fragua mediante el estudio o el arte, antes bies, es una fuerza que Dios nos otorga en virtud de su bondad; de ahí que los filósofos veraces y los teólogos cristianos se hayan referido al intelecto y al recto consejo como dones del Espíritu Santo. Dicen los árabes y los astrólogos que la segunda causa universal es un determinado aspecto de los cielos, que da en disponer la materia de un modo concreto para obtener la disposición natural, esto es la que procede de Dios, autor de la naturaleza.



  ¶   72

Pero al margen del cielo y de los aspectos celestes, es a la fuerza formadora a la que se ha de atribuir la formación, como causa más cercana a la disposición material que adopta naturalmente la forma perfecta del ingenio. En efecto, decía Aristóteles que el hombre engendra al hombre, pero que una cama no engendra una cama, y es una única fuerza humana la que lo pone en movimiento y lo engendra. Así, con ayuda del calor materno, proporcional al calor solar, estímulo de la fuerza interna de las semillas arrojadas a la tierra y germen de las plantas, es la fuerza propia de la semilla la que, en el momento mismo de formar al hombre, mezcla, altera y dispone los cuatro humores, los primeros cuatro principios materiales del hombre, para formar una masa en principio sanguínea, que le da la vida, y ya luego un órgano capaz de albergar el intelecto y de ejercer las operaciones derivadas de la adquisición del intelecto.



  ¶   73

Al margen de la voluntad de Dios, creo que puede señalarse una única razón por la que, siendo una sola la apariencia del hombre, el ingenio de todos los hombres no sea uno solo y el mismo: la diversa disposición y la mayor o menor alteración de la antedicha materia, la primera en adoptar la forma del ingenio; así, por ejemplo, puede dar la impresión de que un mismo músico toca la flauta unas veces mejor, otras peor, y no siempre es él la causa, sino que ha de achacarse a la flauta y a la cítara, que están mejor o peor formadas, según la ocasión, o provistas de mejores cuerdas, pues hay un tipo de cuerdas (que llaman falsas) que resulta imposible afinar con las demás, sin importar el empeño que se les dedique; del mismo modo, el hecho de que una única y misma alma esté dispuesta de modos muy diversos y que en ocasiones no sea coherente consigo misma ni convenga con las demás no ha de atribuírsele a esta, sino a la diferente disposición de los órganos y, especialmente, al cuerpo que, como arriba se ha dicho, sirve de instrumento; tal vez esta variedad de la disposición nazca de causas accidentales, pues un padre y una madre dispuestos de maneras distintas (en razón del espíritu o del cuerpo, o por afecciones y pasiones como la alegría, el miedo y otras semejantes; o por la alimentación, los lugares y regiones o las estaciones del año) producen y engendran una semilla diferente, luego es probable que la fuerza de una semilla diferente o tocada por distintas afecciones sea diferente y se disponga de manera distinta, razón por la cual resulta que un hermano difiere sorprendentemente del otro, y que uno prefiere holgazanear, jugar y acicalarse a las ingentes riquezas de Herodes, mientras que el otro, rico pero severo consigo mismo, se ocupa de sol a sol del campo silvestre con fuego y hierro 2-21.



[Por qué es tan grande la diversidad de ingenios]

  ¶   74

Conocemos las causas del ingenio y por qué difieren entre sí como lo hacen. Veamos ahora sus pasiones y propiedades. Y supongamos en primer lugar que el juicio y el ingenio no difieren entre sí en materia, sino solamente en razonamiento y consideración; supongamos además que la elección y el juicio se sigu en mutuamente en acto, de modo que al darse uno se dé el otro y marchándose uno el otro desaparezca. Ahora bien, aunque el ingenio y el intelecto guarden una mínima relación con el cuerpo, como también opinaba Sócrates, según Jenofonte, sí padecen la debilidad y la mala disposición del cuerpo; en efecto, si acusase un mal temperamento la masa en cuestión, que llaman materia o sujeto sede el ingenio, impediría a la mente consumar su cometido, y es que en ocasiones una inusual disposición del cuerpo es fuente del olvido, la furia, la rabia, la obstinación, la flaqueza de espíritu y la desesperación, y en otras ocasiones también de un determinado movimiento o extensión del espíritu. Por tanto, un mismo cuerpo aquejado de malas afecciones impedirá al ingenio y la mente que de él se sirven buscar y encontrar adecuadamente, juzgar lo encontrado, elegir lo juzgado y acometer lo elegido.



[Sobre las pasiones de los ingenios]

  ¶   75

Así pues, los de alientos delicados, cálidos y moderadamente secos serán prontos en comprender, encontrar y buscar; son, pues, rápidos en la percepción y el cambio de imágenes, en girarlas y regirarlas, de modo que las imágenes no están quietas; a su vez, la quietud de las imágenes percibidas constituye la memoria; por tanto, con razón se ha dicho que los individuos cuyo ingenio predispone a la comprensión y al juicio no gozan de buena memoria; no obstante, no hacen mal uso de la reminiscencia, pues lo cierto es que consiste en un razonamiento, o al menos no hay reminiscencia sin razonamiento; así, los de juicio e ingenio perfectos se sirven de un razonamiento excelente; su culmen, como ya se ha dicho, son el juicio y la elección, fruto del calor y de la bilis pura.



[Los ingeniosos son olvidadizos. Quiénes son los agudos]

  ¶   76

Por su parte, los de ingenio lento y aprendizaje impedido albergan alientos menos delicados y rápidos; además, están bastante próximos a la quietud, de modo que retienen lo adoptado, y por eso se dice que gozan de mejor memoria que los anteriores, y en ellos es mayor el dominio del humor negro y recuerdan a la tierra. Dice Calcidio que Platón opinaba esto mismo; de hecho, llama ingenio a una fuerza del alma muy semejante a la cera que, en caso es perfecta, dota a los hombres de agudeza para la comprensión, rapidez para el aprendizaje, industria para el juicio y perspicacia para reconocer lo útil, cierto y bueno de cada cosa. Como ya se ha dicho, la naturaleza de la cera parece explicar las cualidades generales del ingenio: a una cera bastante dura, por ser más dura, le cuesta más adoptar las imágenes de las cosas, pero una vez asumidas las conserva durante más tiempo; en cambio, una demasiado blanda adopta las imágenes muy rápidamente, pero al retirarse el impresor se lleva la imagen y la borra, como sucede en el agua y en la cera roja con demasiada terebentina, pues si bien es cierto que se imprime fácilmente, su propia blandura la adhiere al sello, de modo que la impresión no queda marcada. Pues bien, así las cosas, resulta que ciertos individuos ingeniosos son olvidadizos y algunos hombres estúpidos y lentos tienen poca memoria por no adoptar las imágenes: los primeros se denominan olvidadizos por no retener, los últimos, por no percibir.



[Los lentos son de buena memoria]

  ¶   77

A su vez, parece sensato que el olvido acompañe a los hombres sin ingenio por surgir del frío y de la humedad; en efecto, aquel no recibe bien, y la humedad no retiene, como se echa de ver en el agua o en el cieno congelado, pues el hielo conserva la forma asquirida un corto espacio de tiempo. En cambio, el ingenio parece encontrarse en un temperamento de cualidades óptimas, luego no puede ser ingenioso quien, dentro de la raza humana, no acuse un calor vigoroso. Por tanto, aunque los individuos con ingenio y juicio no gocen de buena memoria, no se sigue que los de poca memoria sean ingeniosos, ya que una consecuencia no se puede aplicar a la inversa: así, los olvidadizos por el frío no son ingeniosos, sino estúpidos; en cambio, los olvidadizos por el calor, por la extrema rapidez y la agitación de las imágenes sí pueden ser ingeniosos.



  ¶   78

En consecuencia, al abundar en calor intenso y agitar diversas imágenes, queda demostrado lo que decía Platón, que era difícil encontrar a un hombre ingenioso que, a su vez, no estuviese falto de mansedumbre y modestia. Esto lo hemos visto en ingeniosísimos pintores, escultores y algunos poetas de nuestro tiempo, que eran airados y fieros, soberbios e inmodestos, y que a su vez brillaron de manera sorprendente en algunas artes o ciencias, sin estar privados de los mayores vicios pues, como más arriba se ha dicho, las mayores virtudes están, por lo general, rodeadas y sometidas por los mayores vicios. Creo que la causa es que la mansedumbre y la modestia, el compañerismo y la placidez, la humanidad y la bondad y algunas virtudes de carácter son puntos medios y tienden a no sé qué tipo de temor; mas la mediocridad rechaza el exceso de calor y el temor se asocia al frío, luego el modesto y el manso no tienen exceso de calor, mientras que el ingenioso se excede en calor seco, como el que se eleva de la tierra quemada, y muchos alientos van a su cabeza desde las zonas próximas a su corazón; por tanto, un hombre semejante rara vez puede ser modesto y manso, tal y como también atestigua Aristóteles en la sección vigésimo novena del séptimo libro de los Problemata, diciendo que los individuos dotados de ingenio y de formación son por esos motivos más injustos que los demás, pues persiguen y buscan con mayor agudeza y sutileza los placeres y la felicidad, lo cual rara vez o apenas si pueden obtener sin ofender a los demás, y perseguir con agudeza y poder encontrar con sutileza las diferencias y cualidades de las cosas es tarea del ingenio y del hombre que abunda en muchos alientos.



[Los ingeniosos son inmodestos]

  ¶   79

Buena parte de su variedad le viene del lugar y la región; no en vano, son de ingenio ferviente, soberbio y fiero quienes habitan regiones muy frías, pues el frío circundante provoca la concentración del calor e impide que los alientos puedan escaparse. Por tanto, al igual que una olla llena de líquido y puesta al fuego, de estar bien cubierta, hierve con mayor intensidad y expulsa espuma y líquido con mucho estrépito, por el mismo motivo cuando el frío circundante obstruye los poros de la piel y aumenta el calor interno, empujado hacia el interior y constreñido por el frío, los alientos vehementes, perturbados y ardientes dan en dirigirse hacia la cabeza; así, cuando hablan o tratan de cualquier otro asunto, parecen sacudidos como por una furia. Pues bien, semejantes hombres son belicosos, obstinados, duros, soberbios y bravos; y por esto mismo acusan un cuerpo grande, blanco con toques de rubor y musculoso, a menos que habiten en el círculo polar, ya que en estos lugares han contraído a causa del frío extremo una cierta impureza y aquejan un cuerpo mediano, aun siendo bastante anchos de hombros y robustos, como también decía Aristóteles en los Problemata.



[La categorización de los ingenios según el lugar]

  ¶   80

Acaso esta misma razón podría venir a confirmar lo que afirmó un escritor francés al investigar la causa de que los franceses y los alemanes hagan frente a sus enemigos con un cierto desprecio hostil, tirando de petulancia y de un cierto tono procaz, la causa de que, tras haberlos vencido, los insultan, los raptan, los hieren y los desmembran, como en gesto de burla. Por otra parte, los del sur, como los africanos, los árabes, los españoles, los egipcios y los sirios, se enfrentan a los vencidos con cierta iracundia triste y agrio amargor; así pues, estos blanden la espada con ira y dolor, mientras que aquellos derraman la sangre del enemigo con petulancia, odio y placer.



[Por qué los del norte y los del sur sucumben a la ira de modo distinto]

  ¶   81

Este hombre lo atribuía a las diferentes complexiones. Yo, en cambio, me inclino a pensar que el asunto merece una consideración más profunda y, suponiendo que esto fuese cierto, diría que se debe a que los del sur son melancólicos y ricos en humor tostado, y sus partes internas están frías al pasar muchísimo calor las externas, de modo que el calor sale a la superficie; por tanto, como en presencia del objeto se enciende este humor melancólico interno, austero y acerbo, que exhala tristeza todo él, ejercen su crueldad con tristeza y un cierto dolor. Por el contrario, los franceses y alemanes, cuyas entrañas son ricas en calor intenso y se asocian a la sangre abundante y biliosa, como corroboran su piel y todo su cuerpo, dan rienda suelta a su crueldad con placer y hostil socarronería.



  ¶   82

Por su parte, confirmará la opinión del francés quien lea las crónicas italianas y observe cómo se ensañaron antaño con los italianos los franceses, alemanes, godos, vándalos y lombardos, y cómo los sometieron los griegos, mauritanos, sarracenos y árabes. Además, buena parte de Italia ha estado sometida tanto a franceses como a españoles: los propios pueblos de esa región podrán probar a qué trato los sometieron unos y otros.



  ¶   83

Julio Materno dice que los escitas acusan un ingenio fiero y soberbio por ser biliosos y melancólicos. Acaso con escitas se refiere a los que nosotros llamamos tártaros o moscovitas; en efecto, por regla general se los ve dotados de un temperamento bilioso y melancólico, pues son negruzcos e impuros, y albergan sangre densa en abundancia, ya por beber leche cuajada con sangre de caballo, ya por alimentarse a base de mucha miel; o bien porque el extremo frío exterior llena sus entrañas de calor intenso, calentándose por consiguiente la bilis y la sangre, que se vuelve mucho más espesa que en los alemanes, mientras que mortifica, tensa y vuelve impuras las partes externas.



  ¶   84

Llama estúpidos y fanfarrones a los franceses, cosa que no comparto. Se vuelven estúpidos los de alientos sanguíneos y pituitosos, de rostro purpúreo con cierta blancura, pero como apocado; así son los niños y las mujeres. Por su parte, verás que muchos franceses son muy agudos y prudentes, y que les son propias la vehemencia y la disposición a la acción, frutos del hábito bilioso y de la sangre sutil, y es que todos ellos gozan de un color un tanto rosado, cabellos dorados y amarillos y ojos alegres y encantadores.



  ¶   85

A los italianos los llama agudos, y en especial a los sicilianos y a los del reino de Nápoles. Creo que los italianos son muy diferentes entre sí, ya sea porque la mayor parte de Italia se localiza bajo el cuadragésimo quinto grado o en su cercanía, ya sea porque la variedad de montes, estanques y lagos, así como la diferente exposición al sol y al cielo y la diferente naturaleza de las aguas y los alimentos los afectan de manera tan diversa que los hombres a un lado y otro del Apenino no parecen de una misma región, sino de regiones muy remotas, motivo que me parece más razonable. Antaño se tenía a los sicilianos por débiles; Quintiliano los llama lascivos y mordaces; un compatriota suyo los llama inestables, blandos y sediciosos, cosa probable, pues la bondad y riqueza del cielo y de la tierra los vuelven blandos de cuerpo, lo cual parece venir a confirmar su riqueza en humor nutritivo, como dice Alberto Magno; así pues, son blandos y recuerdan a las mujeres; son, por tanto, inestables, ya que los blandos son muy propensos a padecer; padecer, a su vez, consiste en ser movido, y los que se mueve con facilidad es inestable; además, si son inestables parece razonable que también sean sediciosos, pues quienes no guardan la debida lealtad a sus príncipes no dudan en suscitar sediciones, y es esta una cualidad que acusan ciertamente quienes se muestran móviles, contenciosos entre sí y alborotadores, condiciones todas ellas que aquejan en su razón de ser inconstancia e inestabilidad.



  ¶   86

Ese mismo autor llama avaros a sirios, árabes y fenicios. Sustento de tal afirmación es que los fenicios se aplicaron antes que nadie al comercio y a la navegación; es posible que lo hiciesen con la intención de aumentar su hacienda, lo cual deja traslucir un aire de avaricia, pues se dice de los avaros que están ávidos de cobre. Los sirios, por su parte, serán avaros por temerosos; y si albergan temor es porque también aquejan frío interno, que hemos atribuido a casi todos los sureños y a quienes habitan cerca del trópico, en razón del calor externo. Los árabes, a su vez, y algunos otros pueblos, se dan al latrocinio y viven del asalto, bien obligados por la esterilidad de la región que habitan, bien por ser más secos y menos fríos que los fenicios; por su parte, caso de que un melancólico dé en calentarse, le es propio desear con vehemencia y buscar sin afán, algo que también acusan a todas luces quienes habitan los desiertos de las Áfricas Cesariana y Tingitana.



[Los ingenios de sirios y árabes]

  ¶   87

Se dice hoy y se ha dicho siempre de los persas que son jactanciosos y acusan un espíritu altivo, principalmente los que habitan el Taor, y que los asirios son voluptuosos. Esto tal vez no les venga a los persas de la naturaleza del lugar, sino de haberse acostumbrado a mandar durante mucho tiempo, mientras que los medios y bactrianos se han acostumbrado a obedecer; por tanto, aquellos son jactanciosos, altivos y soberbios, mientras que los medios, habituados a obedecer, bajo no sé qué influjo servil son parcos en el placer carnal y en el beber. Ahora bien, en muchas instituciones populares y antiguas de estos pueblos esta propensión natural se muestra dominada, ya reflejen aquellas virtud o vicio: así pues, para el ejercicio de la prudencia y de la ciencia, esto es para la consumación de contemplaciones y acciones ciertas y correctas se requiere un ingenio y un juicio ciertos, y para ello la masa sanguínea ha de gozar de una determinada disposición.



[Los ingenios de los persas]

  ¶   88

Pero, ¿por qué cada uno acusa unas costumbres y habilidades? Pues porque el ingenio es el descubridor de la medianía, ya que sin medianía no ha lugar el oficio de la razón. Es el sentido el que provee de medianía. En lugares diversos existen cosas diversas y diversamente afectadas, luego también apariencias diversas y, por consiguiente, opiniones diversas, y además costumbres y habilidades. La prudencia y la ciencia, por su parte, comprenden la razón en su definición. Mas al caso: un ingenio capaz de encontrar, agudo y sutil tiene un cuerpo profundamente sensible; el dispuesto a la acción es más rico en bilis y en sangre pura; y el que se aplica con mayor facilidad a la especulación y la ciencia es más melancólico; no en vano, el saber consiste, en cierto modo, en guardar reposo, y la ciencia es un reposo, como se dice en el primer libro del De anima, mientras que actuar y la acción son movimiento y mover.



[Por qué unas cosas corroboran otras]

  ¶   89

Resulta que los hombres hábiles en las acciones rara vez lo son en las contemplaciones, y viceversa, pues lo que está dispuesto al movimiento es menos capaz de guardar reposo. Así como un cubo de piedra y una esfera difieren en tanto que el cubo es perfecto para guardar reposo y la esfera parece naturalmente dispuesta al movimiento, y no obstante coinciden en la materia pétrea, los activos y los contemplativos parecen coincidir en que ambos albergan melancolía; ahora bien, los contemplativos la tienen de por sí, de modo que sus alientos se mantienen uniformes y reciben y retienen con cierta quietud las imágenes que han de estudiar; en cambio, los dados a las acciones se vuelven melancólicos por accidente, cuando la bilis se tuesta y la sangre se vuelve más densa, y por esto mismo se dice quienes fueron ingeniosos indagadores de jóvenes gozan, en su vejez, de un juicio exacto. En efecto, uno y otro se han vuelto bastante secos, mas no de manera absoluta: los que se han secado en la zona del cerebro se muestran bastante agudos, y una parte no pequeña de la prudencia, de la ciencia o perspicacia y del juicio perfecto parece residir en la sequedad, como atestigua Heráclito quien, según dicen, solía afirmar: “la sabiduría habita en la luz seca”, es decir que la fuerza del ingenio y la agudeza del juicio residen en los alientos tenues y luminosos, y no en los oscuros y fríos, sino en los secos. También consideraba que la sabiduría del alma iba muy a la par con la salud del cuerpo, al depender de la humedad la existencia de ambas.



[Por qué quienes sobresalen en las contemplaciones no valen para la acción]

  ¶   90

A mí, en cambio, me parece que al sujeto y a la materia susceptibles de ingenio les sobrevienen algunas cosas a modo de pasiones, y precisamente en este orden: estupor, tosquedad, lentitud, ambigüedad, diversidad, inestabilidad; a estas se oponen los hábitos contrarios, y en función de estas se dice que los hombres son furiosos o están dotados de ingenio férvido y turbulento. El prudente e ingenioso, por su parte, está situado en el medio. El alejamiento de la prudencia y el acercamiento al estupor o la furia se derivan de la disposición del calor en tanto que agente instrumental y de los humores del corazón y de su combinación en tanto que causa material, según se acerquen más o menos al temperamento arriba mencionado.



  ¶   91

En efecto, en caso de prevalecer la pituita y el frío se forma el estupor. Mas si junto con el frío predominase la melancolía se generaría una tosquedad propia de los burros y una cierta indocilidad. Si prevaleciese el humor melancólico con calor moderado y bilis amarilla aparecería una cierta lentitud de ingenio, como la de Catón, pero posible de someter al estudio. Y si el jugo melancólico diese en calentarse más por el aumento del calor de la edad es probable que por este mismo se eleven alientos que provean de materia a la severidad, la prudencia y los deseos honestos. Y si prevaleciese la pituita con un subdominio exacto de sangre y bilis negra podrías advertir una cierta ambigüedad y una continua hesitación respecto de todo, al punto de que quienes acusan semejante temperamento, llenos de dudas, lo consultan siempre todo, no afirman nada ni sostienen siempre lo afirmado, como los discípulos de Pirro, y como nuevos Arcesilaos no saben qué afirmar ni qué negar. Mas si sobresaliese la bilis amarilla con subdominio de la sangre, esto proporcionaría un ingenio diverso y mutable, femenino, y formaría unos instrumentos tan inútiles para la inteligencia que los hombres con un temperamento como este se mostrarían más frágiles, inestables y volúbiles que un pajarillo cualquiera. Y si en lugar de la bilis dominase el humor negro con subdominio de la sangre y un poco de bilis surgirían la perspicacia y la sutileza para la investigación junto con cierta agudeza, si bien es cierto que, por regla general, lo bien encontrado, correctamente discernido y agudamente juzgado se ejecutaría de modo inoportuno, inepto y sin sentido. Y semejantes ingenios parecen ser más idóneos para la erudición y la doctrinas que para la acción y los negocios.



  ¶   92

Ahora bien, en estos temperamentos se ha de suponer que el calor natural, como un cémbalo, movido por el alma y por la voluntad, a modo de mano y música, actúa, cambia, altera y se aplica de maneras diferentes; y que la materia de los humores, como las cuerdas de la lira o de la cítara, por diversos motivos, razones y ocasiones va cambiando continuamente según la imagen de las cosas percibidas por los sentidos, hasta establecerse y tomar una forma y un hábito que valen al hombre el nombre de prudente, de sabio, de perspicaz o de inepto e inerte.



  ¶   93

Mas si viniesen a predominar la bilis y la melancolía, ambas naturales y ligadas armoniosamente entre sí, como más arriba se ha dicho, de tal modo que fuesen dos cosas y una sola; y si su sequedad se atemperase por acción de la pituita y de la sangre, al guardar estos dos humores una proporción de tres a dos se generaría la materia del individuo prudente. Así pues, si un calor mediocre, moderado y bondadoso diese en encender esta materia o masa de humores próxima al corazón y a sus alrededores, se elevarían unos alientos que, que el cerebro formó mediante un frío adecuado, esto es benigno y natural, harían del hombre un individuo sensato, prudente, modesto y justo, esto es naturalmente apto y dispuesto a la adquisición de esas virtudes. Individuo este que, además, también podría con todo lo contrario.



  ¶   94

Si el intelecto de semejante individuo, con una conveniente dotación instrumental, viniese a aplicarse a los mejores ejercicios y disciplinas, se echaría de ver la divina y cierta imagen de Dios. Ahora bien, si de esta masa de humores bien templada se fuese evaporando gran parte del primer humor, durante mucho tiempo, en gran cantidad y a causa de la continuada acción del calor, nacerían la astucia y agudeza, con la principal prevalencia de la sequedad y del calor; asimismo, si la bilis fuese más escasa y el calor se mantuviese inalterado, el predominio de la melancolía haría brillar la seriedad y la estabilidad junto con la severidad, como dicen que fue Fabio Máximo. Por su parte, podrías llamar astuto a Aníbal, a Eumeneo y a Lisandro, cuyo ingenio resuelto, ejercitado y muy dispuesto a la acción, como se cuenta que fue el de Julio César, quien supeditaba a la celeridad todas su esperanzas y su capacidad de gestión, ha de asociarse al predominio de ambas bilis junto con un subdominio moderado de la sangre y de la pituita. Quien gozase de un ingenio y un temperamento como estos, en caso de irritarse, sería salvaje y no estaría dispuesto a perdonar a sus enemigos, a menos que el hábito, la disciplina o la disimulación le hubiesen brindado una disposición a la clemencia y la mansedumbre, disposición adquirida y no natural, de la que, según algunos, carecía naturalmente Pompeyo, pues contaba Cicerón que enfrentándose a César ya afectaba los usos de Sila, esto es ya mostraba inclinación a la crueldad y a la maldad, y empezaba a actuar como Sila y a barajar la proscripción de ciudadanos.



  ¶   95

Por otra parte, si el calor se elevase cada vez más sobre este temperamento de los humores, se generaría un ingenio un tanto férvido, proclive a todo lo malo, un ingenio cruel, poco manso y muy arrogante, como pintan el de Aquiles, hijo de Tetis, y el de Mario el Viejo. A su vez, si fuese la melancolía la que, junto con bilis abundante y poca sangre y pituita, predominase punzantemente, al aplicar calor a esta masa verías que el hombre se llenaría de furia y, como la Sibila, sería incapaz de conservar el gesto y el color, o el orden de sus cabellos; y al tostarse ambas bilis más de lo habitual por un calor muy intenso, aquel se volvería robusto, agudo, industrioso, adivino del futuro y de lo ignoto, profeta, poeta, capaz de improvisar versos, un maniático profundo, como pintaba Horacio a aquel insano poeta a quien los enterados temen tocar y esquivan, a quien atienden los niños y siguen los incautos 2-22; y los antiguos los solían creer presa del delirio y poseídos por un espíritu. Retirándose de ellos el calor el vapor ígneo deja de hervir, y parecen incapaces de moverse del sitio y de sostener su cuerpo, incluso de recordar cuanto hubiesen dicho o hecho. Pues bien, a la luz de estas cosas queda claro qué son el ingenio y el juicio, y cuál es su materia, y cómo el intelecto sirve de instrumento, y cuáles son sus pasiones y cualidades.



  ¶   96

Asimismo, queda probado que la suavidad de los alientos que hemos tomado por materia del ingenio hace a unos individuos más ingeniosos que otros. Así, quienes habitan en lugares más saludables y de aire más puro y delicado también suelen desarrollar naturalmente un ingenio y un juicio más agudos; y decimos que esto es así por lo general, y es que no por ello se está negando que los más grandes y modélicos hombres puedan nacer | en la patria de las ovejas y bajo un aire impuro 2-23; en efecto, nada hay tan arduo ni tan difícil que impida a los mortales actuar según su voluntad, pues un gran esfuerzo lo supera todo 2-24.



  ¶   97

Al margen de las señales aristotélicas que dan prueba de un ingenio bueno, excelente y fecundo, otros apuntan que el cuerpo no ha de ser demasiado grande ni demasiado pequeño; en efecto, un hombre alto raramente merece el nombre de sabio, y uno pequeño difícilmente podrá discurrir con acierto, pues en un lugar pequeño no se pueden desplegar ordenadamente un gran número de cosas ni un razonamiento extenso. Los cabellos han de encontrarse exactamente entre los blandos y los duros, entre los negros y los rubios, demostrando así el predominio de ambas bilis con moderación natural. Los dientes, de varios tipos, unos anchos y otros estrechos, antes delgados que no gruesos, y pequeños que no grandes. Una lengua mediana y delicada, no larga; y es que los de lengua larga y delicada son de ingenio cruel y malvado, pues se asocian a las serpientes. Las manos, gráciles, pues los ingeniosos no gozan de buen aspecto y, por tanto, sus extremidades son gráciles; también tienen las manos blandas, porque su carne es blanda y blanda es su materia, y la vehemencia del calor natural no es extensiva, sino más bien intensiva; así pues, los dedos son largos y gráciles, ya que si fuesen largos y gruesos serían robustos. Algunos llaman ingeniosos a los de muslos carnosos; yo diría que los de nalgas planas y muslos de carne escasa y laxa, blanda y flácida son más ingeniosos que quienes acusan la disposición contraria, y ello por la sola razón de que los débiles y de aspecto no bueno son ingeniosos, como más arriba de ha demostrado.



  ¶   98

Ciertamente, cuando Porta apunta que los ingeniosos tienen los ojos oscuros viene a contradecir a Aristóteles, pues este decía más arriba que el ojo del ingenioso era garzo y húmedo. Este ojo lo pintábamos lleno de alegría y esplendor, porque decíamos que la cabeza y el cerebro del ingenioso estaban llenos de alientos abundantes, suaves y puros; así, si el ingenioso alberga alientos abundantes y puros no tendrá ojos oscuros o, como se dice popularmente, mortecinos. El mismo autor dice que los ojos han de ser grandes; en cambio, según refiere Diógenes, Aristóteles los tenía pequeños, él, que superó en ingenio a todo el género humano y apagó todas las estrellas como el etéreo sol al salir 2-25. Yo me inclino a creer que los ojos han de ser ser medianos: las zorras, que son maliciosas y muy astutas, los tienen pequeños, y la astucia, por su aprte, parece un cierto exceso de ingenio.



[Opinión de Porta]

  ¶   99

Apuntan algunos que la frente ha de extenderse a lo recto. Yo diría que ha de ser grande y cuadrada, pero tampoco demasiado grande; no en vano, si los de frente pequeña son indisciplinados, como más abajo dice Aristóteles, quienes no la tienen pequeña no serán indisciplinados, sino dóciles, y es que la docilidad es la principal pasión de los ingeniosos. Así pues, la frente ha de ser cuadrada, y no convexa, ni mucho menos cóncava, sino plana y uniforme, ni fruncida, ni nebulosa ni triste, sino moderada en todos esos aspectos.



[Cómo es la frente de los ingeniosos]

  ¶   100

Los cabellos no muy erizados; de hecho, los cabellos erizados denotan un cierto exceso de fervor, y el buen ingenio precisa moderación; no gruesos, no rectos, pues unos cabellos como estos serían duros, como cerdas. Mas ciertamente, los de buen ingenio suelen ser de tacto delicado, pues son débiles; por consiguiente no tienen un rostro demasiado gordo, y es que una gordura notable denota un calor un tanto apocado y escaso. Antes bien, los de buen ingenio albergan calor en abundancia, bastante templado, es cierto, pero más proclive al exceso que al defecto; eso así, como hemos dicho a menudo, más por intenso que por extenso.



  ¶   101

Porta apunta, además, unas cejas grandes, escasas y comedidas. No queda claro qué entiende por grande: si quiere decir pelos largos, coincide con un adagio de los venecianos, pues consideran juicioso, ciertamente prudente y astuto al hombre de cejas largas y erizadas, en tanto que tendrían mucho calor en la parte delantera de la cabeza; ahora bien, si por “grandes” entiende extensas, largas, anchas y gruesas, es falso de toda falsedad, pues tal accidente denota la existencia de un algo oscuro, terreste y bestial en sus alientos. En efecto, los pelos surgen del hollín, parte excrementicia del sustrato de los alientos, de modo que, siguiendo la opinión de los médicos, el excremento revelará la naturaleza de lo que haya generado tales excrementos. Así, si las cejas son escasas, el hollín es escaso, y escaso es el excremento, luego los alientos son también más suaves. Y si los pelos son largos, el calor es uniforme, y sería más intenso si viniesen a erizarse, principalmente en su extremo. Además, parece no convenir consigo mismo, ya que en ese mismo capítulo dice que los ojos del ingenioso son oscuros, y un poco más abajo los refiere brillantes; dice también allí mismo que el rostro ha de ser bastante grácil, y poco más abajo, mediano y un poco relleno; añade también manos gráciles y blandas, y un poco más tarde, articulaciones fuertes y bien sueltas, pero si fuesen fuertes, serían robustas, luego duras, y en tal caso no serían blandas, como él dice, y acaso tampoco estarían bien sueltas.



[Se estudia la opinión de Porta]

  ¶   102

Afirma también que el ingenioso acusa ojos grandes; por el contrario, en el primer capítulo del libro tercero, siguiendo igualmente la autoridad de Aristóteles, critica los ojos bastante grandes, y los asocia a los bueyes, por denotar pereza, lentitud e inercia, como confirma el ejemplo de Domiciano. Mas en verdad, como los ojos grandes denotan la presencia de un humor abundante y excedente en el cerebro, y como la abundancia de humor no favorece la bondad del ingenio, no veo motivo para que el tamaño de los ojos pueda señalar al ingenioso, especialmente cuando el propio Aristóteles defiende los pequeños: no en vano, el ingenio es una virtud, y toda virtud reside en la moderación.



  ¶   103

Mas dirías: "Los ojos de Sócrates eran grandes, y sin embargo gozó de un ingenio brillante". A esta objeción respondo de dos maneras. Por una parte, decimos que el ingenioso acostumbra tener unos ojos medianos, pero ello no impide que de cuando en vez se puedan dar ingeniosos de ojos no mediocres, sino grandes o pequeños; en efecto, pues no sigue necesariamente que por ser ingenioso haya de tener ojos medianos, ni que por no tener ojos medianos no haya de ser ingenioso. Además, ¿quién dice que Sócrates fuese ingenioso? Yo he leído que un fisiónomo lo juzgó estúpido, lento, ebrio, libidinoso y de divertimentos condenables, cosa que ni él mismo negó, admitiendo haber superado sus malas inclinaciones a fuerza de doctrina.



[Los ojos de Sócrates]

  ¶   104

Añaden algunos una risa modesta y breve. Porta también apunta el llanto y una burla moderada, pero esto no está claro del todo; en efecto, si el ingenioso tiene alientos ligeros, puros y espléndidos, estos se asocian ciertamente a la sangre; esta sangre abundante, recogida en los ventrículos del cerebro, provoca un delirio acompañado de risa; por tanto, el ingenioso parecería próximo al delirio. Además, si la risa consiste en calor y humor, como sugiere el hecho de que los antiguos poetas concibiesen a Venus como amante de la risa, a ella, que precisa calor y humor, motivo por el cual se dice que nació en el mar, entonces ¿por qué los ingeniosos no se dan a la risa? ¡Tanto más porque darás con pocos ingeniosos que no sean buenos amigos del placer carnal!



  ¶   105

Tal vez quepa responder que el ingenioso, de adolescente y en un principio, antes de que el mucho calor haya hecho crecer la melancolía, es distendido y risueño, como dice Horacio de sí mismo; en cambio, más entrado en años, cuando la masa de sangre y de humores del corazón viene a calentarse, volviéndose la sangre más melancólica y espesa, la risa va menguando. Además, es propio del ingenioso preguntar y pensar; por su parte, los pensativos demuestran seriedad, y no risa, y si no me equivoco son más proclives al llanto que a la risa, y es que los pensativos y estudiosos de lo elevado llevan aparejado más bien el llanto que no la risa; en efecto, durante el estudio se dirigen al cerebro los alientos agudos y, por consiguiente, todo el calor se dirige hacia arriba; así, los humores se calientan y se vuelven salados, y al bajar estimulan los ángulos de los ojos, haciendo brotar lágrimas en los contemplativos y en quienes meditan algo con detenimiento. Asimismo, se lee que los más santos y más serios hombres rara vez rieron, mas lloraron muy a menudo; y si Demócrito se reía de las preocupaciones y de los placeres del pueblo, lo hacía por considerarlos inepcias y tonterías que los hombres evitaban o ansiaban impotentemente. Por su parte, los hombres ingeniosos no se ríen de los demás, su naturaleza no los impelen a burlarse de nadie, ya que esta pasión es propia del ignorante y del insensato, no así del ingenioso. En efecto, el ingenioso juzga con sutileza y penetra muchas cosas que otros tachan de malas y punibles con sus risas, y como comprende que él mismo alberga cosas peores y más graves, prefiere excusarlos y compadecerse de ellos que no reírse de las imperfecciones ajenas o condenarlas. Valga todo lo dicho a propósito de los ingenios y de sus señales.



Capítulo ix

Capítulo ix    Del insensato

orig:   (16.)

Señales del insensato: la zona del cuello y de las piernas carnosa, fornida y compacta; acetábulos redondos; hombros contraídos hacia abajo; frente grande, circular, carnosa; ojo pálido, obtuso; piernas gruesas, carnosas, redondas hacia el talón; mandíbula grande, carnosa; espaldas carnosas; piernas largas; cuello grueso; rostro carnoso, bastante alargado; el movimiento, el aspecto y el carácter que aparece en el rostro los toma según semejanza. 

  ¶   1

El traductor de Aristóteles llamó insensato o insensible a quien nosotros llamamos tosco y absorto. Esta disposición se opone al ingenioso; por su parte, dos opuestos se reconocen de una misma manera; existen, pues, motivos para haberlas colocado una tras otra, y a la luz de lo anteriormente expuesto resultará sencillo entender cómo es esta pasión. Así pues, digamos en primer lugar qué es la absorción y la tosquedad del ingenio; luego, de dónde procede; y partiendo de esto expondremos cuáles son sus pasiones.



  ¶   2

Si el ingenio absorto se opone al agudo y fino, y el hábito merece el nombre de fino por naturaleza, la absorción consiste en una cierta privación, una disposición contraria a natura, como la sordera o la ceguera. Por tanto, si los opuestos acusan cualidades y definiciones opuestas, sabiendo que al definir el ingenio nos referimos a él como una fuerza y una potencia en virtud de la cual un hombre puede buscar, aprender y hallar lo bueno o cierto de cada cosa, diremos que la absorción del ingenio consiste en una impotencia natural, según la cual el hombre es incapaz de buscar, aprender, encontrar o juzgar lo cierto y bueno de las cosas.



  ¶   3

Por consiguiente, el ingenio pertenece al segundo tipo de cualidad, al igual que la absorción, la tosquedad y la agudeza del ingenio; y del mismo modo que la blandura implica una incapacidad para ofrecer resistencia, y la dureza denota aquello capaz de ofrecer resistencia a un aserrador, también la agudeza del ingenio se refiere a una potencia, mientras que la tosquedad y la absorción implican una impotencia e incapacidad. Quien la padece aqueja dificultades para indagar, y al discurrir malamente, aprende y capta mal cuanto le enseñan, y soporta con dificultad la que llaman pasión perfectiva; y como no aprende de los demás ni halla por sí mismo como debería, comparte disposición natural con quienes se ven impedidos por una afección, pues a estos las pasiones les vienen a oscurecer e impedir su juicio, mientras que a aquel el error le sobreviene por principio natural, esto es interno. A ello se debe que, de manera general o universal, todas las fuerzas y operaciones del ingenio de un individuo sean débiles, de modo que ni indaga por sí mismo, ni aprende de otro ni es capaz, al fin, de hallar nada ni de juzgar si lo hallado por otros es cierto o bueno, o no lo es. Alguna que otra vez da en hallar algo con acierto; no obstante, lo aprende mal o lo juzga peor. A la luz de estas cosas queda probado, pues, qué es la absorción del ingenio y cuántos tipos conoce.



  ¶   4

Y si la finura del ingenio y la absorción son cosas contrarias, entonces versarán sobre el mismo sujeto, al igual que la ceguera y la visión versan sobre el ojo, mas aquejando aquel una disposición contraria, ya que la forma resultante ha de ser la opuesta. Así pues, la absorción del ingenio reside en la masa de los cuatro humores de las cavidades del corazón, así como en los alientos que se elevan de ellos por efecto del calor natural, y que se dirigen por las arterias al cerebro y a los ventrículos del cerebro; no en vano, esta es la materia del ingenio agudo. Por tanto, si cuando esta masa estaba armoniosamente dispuesta y caldeada, como arriba se ha dicho, engendraba agudeza, al mezclarse ahora sin orden ni concierto la bilis amarilla y la negra, imponiéndose los extremos sobre el punto intermedio, se provocará una absorción plena, a la que habrán de acompañar las señales enumeradas por Aristóteles. Así pues, llamarás materia propia de la absorción a la pituita abundante, unas veces, y junto a la melancolía, en predominio sobre los dos humores restantes, y especialmente sobre la bilis natural, que llaman flor de la sangre; y otras veces mezclada con la sangre, superando a los demás humores; por esto mismo los insensatos se muestran ora pálidos y tiznados, ora gruesos y rubicundos. Hemos dado, pues, con la materia y la forma de la absorción: así, un temperamento bueno y consonante demuestra y denota ingenio, y uno malo y disonante demuestra y denota la ineptitud del ingenio. Esta incapacidad no conoce propósito alguno, pues el propósito es algo bueno, no así la privación; además, nadie sino un estúpido o demente ansía la tosquedad del ingenio o la ceguera, y lo bueno, en cambio, es aquello a lo que todo tiende.



  ¶   5

La causa eficiente de esta tosquedad es la deficiencia y la debilidad de la fuerza y el vigor natural, impedido acaso por una materia rebelde, o bien, al fin, la debilidad del calor natural, o el impedimento que encuentra para actuar y operar según los requerimientos de la naturaleza humana. Pues bien, queda claro qué es esta pasión, y por qué se produce, y cuáles son sus causas universales. Investiguemos ahora las causas de las pasiones que propone Aristóteles. La primera de ellas dice así:



  ¶   6

Así pues, la proposición que hay que demostrar dice: el tosco e insensato tiene un cuello carnoso, esto es la nuca, principalmente. Que la proposición sea cierta lo evidencia algo que se apuntará más abajo, que un cuello como este es propio de los toros; estos, por su parte, son toscos e insensatos; esto es, los animales semejantes a toros y bueyes no merecen el nombre de astutos ni agudos. Además, no llamamos ingeniosos ni sutiles a los hombres obesos, como fueron, según cuentan, Dolabela y Antonio, a quienes César reconoció la ausencia de medio; sí lo hacemos con los pálidos y delgados, como Casio y Bruto. Entonces, ¿por qué tiene el insensato un cuello grueso, esto es lleno de carne y grasa abundante? ¿Acaso por acusar el ingenioso la disposición contraria? Lo cierto es que responder tal cosa no es dar un motivo, sino plantear lo evidente.



[Cuello y piernas carnosas]

  ¶   7

Cabe apuntar, pues, que el insensato puede albergar calor abundante y grande por extenso, mas no por intenso; en efecto, no tiende a lo ígneo, sino que es propiamente aéreo y terreno, ya que son los ingeniosos quienes albergan un no sé qué de ígneo. Por tanto, si el calor de los insensatos no es ígneo, sino apocado, quien acuse un calor como este no albergará alientos ígneos, delicados y agudos, sino apocados, densos y obstusos; por su parte, si bien es cierto que un aliento y un calor como estos conducen el alimento y la sangre, aplicándolos al cuerpo, el cuerpo no se distiende por la aplicación del alimento, ni lo vuelve carnoso y grueso una distensión a base de calor ígneo y abundante; así pues, el cuerpo del insensato será carnoso y, por consiguiente, también el cuello y las piernas. Mas dirás: ¿por qué refirió Aristóteles el cuello antes que cualquier otra parte? Su intención, creo, era demostrar que los alientos que se dirigen a la cabeza tienen un calor apocado; no en vano, cuando suben hacia la cabeza atraviesan el cuello y las venas yugulares, de modo que si ya entonces, antes de entrar en el cerebro, dan señales de un calor apocado y no se muestran sutiles ni agudos, tanto menos lo serán tras haber entrado en el cerebro y haberse retraído por su frío natural.



[Por qué el cuello es carnoso]

  ¶   8

La misma pasión que conviene al cuello se aplica también a las piernas. Así pues, las piernas del insensato son carnosas, y lo arriba expuesto lo confirma. En efecto, si el ingenioso aqueja una carne blanda, es de aspecto no bueno y enjuto, el de carne no blanda, sino dura, llena y de buen aspecto no será ingenioso, sino más bien insensato; por su parte, el de carne dura es robusto; las piernas del robusto son bastante carnosas, pues son musculosas, firmes y están contraídas hacia arriba; por tanto, se ha acertado al decir que las piernas de los insensatos son carnosas. Mas ahora nos interesa el porqué, y ciertamente la causa parece ser la misma, y es que el calor, al difundirse desde su origen, esto es desde el corazón, siendo grueso de por sí, mas no terreno, ni tampoco ígneo, y semejante al aire meridional y vaporoso, ciertamente está en condiciones de digerir el alimento, aplicarlo y llenar espacio con él, pero su intensidad no basta para distender. Pues bien, así como vemos que los vapores meridionales llenan la cabeza, reducen la agudeza del sentido, provocan sueño y entorpecen la mente o la agudeza de la mente, lo mismo sucede con este tipo de calor, que si bien rellena las partes del cuerpo y las vuelve carnosas, su grosor y humedad reprimen la agudeza del espíritu, pues decíamos más arriba que tanto el vigor del espíritu como la salud de la mente residen en lo seco.



[Piernas carnosas]

  ¶   9

Ambos términos parecen usarse como sinónimos, y esta pasión no la atribuye únicamente a las piernas, sino también a manos y brazos; y acaso no sin tino pues, a falta de un impedimento contrario a natura, una misma razón y causa alimentan tanto brazos como piernas. Sin embargo, no creo que “comprimido” y “ceñido” sean exactamente las mismas palabras; me inclino a creer que el término comprimido se aplica a los gemelos y las piernas, y es que la tonicidad de estos músculos no basta para dejarse ver como sí sucede, según hemos dicho, en el bravo; antes bien, en el insensato decimos que aparecen comprimidos y unidos entre sí, de modo que no se advierte su distinción. Al llamarlos ceñidos doy a entender que son prácticamente incapaces de obrar y moverse; así, se atribuían al bravo unos hombros no del todo ceñidos, listos para abordar cómodamente su cometido; también así llamo ahora ceñidas a las partes de las piernas, porque los insensatos son lentos e ineptos para el movimiento y las obras, y por esto mismo se muestran ceñidos y como impedidos los instrumentos encargados del movimiento en brazos y piernas, que son propiamente los músculos. Pues bien, así como se puede considerar buen asserrador a quien tiene una buena sierra, no será bueno el que acostumbra desempeñar su labor con una sierra no buena. Por tanto, a la luz de testas cosas queda probado que el insenstato acusa un cuello carnoso, así como piernas y brazos comprimidos y ceñidos, y por qué.



[Piernas comprimidas]

  ¶   10

Mas cabe plantearse si acaso el fuerte y robusto es insensato y, en sentido opuesto, si el insensato es robusto. Y es que a primera vista parece que el fuerte y el insensato desembocan en lo mismo, pues quienes comparten señales parecen compartir igualmente las consecuencias de estas señales. Por tanto, si las señales del bravo y las del insensato son las mismas, es probable que todo insensato sea bravo y que, en sentido contrario, el fuerte y robusto sea también insensato.



[Se debate si el robusto es insensato]

  ¶   11

La mayor no parece plantear duda alguna, pues la señal y lo señalado son cosas relativas, y si los efectos de alguna cosa son idénticos, idénticas serán las causas de las pasiones y afectos; cuanto comparte idénticas causas y principios es idéntico en sustancia. La menor queda corroborada, en primer lugar, por Aristóteles: de hecho, uno y otro acusan pelos ásperos, y ambos son de pies grandes; esto mismo se advierte en el cerdo, también él tosco, insensato y fuerte; el cuello del bravo y del insensato es asimismo grueso y carnoso; ambos son de carne dura, pues si la del insensato no fuese dura, sería blanda, y el insensato sería ingenioso. Por su parte, la razón nos convence de lo contrario: en efecto, lo que conozca acciones diferentes tendrá diferentes principios y causas, y lo mismo cabe decir de sus esencias; por tanto, bajo ninguna circunstancia son una misma cosa el insensato y el robusto. Además, tampoco es cierto que las señales de uno y de otro sean las mismas, al menos tomadas en su conjunto, pues las de uno no se darán a un tiempo en el otro; resulta evidente, pues, que ni todos los fuertes son insensatos, ni todos los insensatos fuertes; ahora bien, es perfectamente posible que alguna que otra vez, mas no siempre, se den de manera simultánea.



  ¶   12

Y cabe señalar que dos pueden ser las causas del absorto y del insensato, una de las cuales reside en los alientos y la otra en el cerebro y en los instrumentos que atienden a las potencias del ingenio. A su vez, dos son también las causas por que los alientos producen la absorción: bien son densos porque son gruesos en virtud de la pituita y del frío, y estos individuos nunca son fuertes o robustos; bien lo son por la densidad de la sangre natural, de la que se elevan; y en ta caso pueden verse afectados por mucho calor o por poco: si es mucho, son insensatos, robustos y osados; pero en caso de acusar un calor moderado formarían a un hombre ciertamente insensato y robusto, mas no osado; por último, si los alientos pecasen del extremo opuesto y fuesen más delicados de la cuenta también formarían a un insensato, pero no de manera absoluta, sino a un hombre precipitado, que emprende muchas cosas y de muchas cosas se ocupa, que todo lo promete y nada hace, prácticamente sin juicio y ridículo. En cambio, de ser así por una mala disposición del cerebro, con un exceso de pituita, con las vías obstruidas o mal formadas, o con más melancolía de la razonable, cierto es que también sería tosco e insensato, pero en modo alguno fuerte o robusto. Y todas estas particularidades dispositivas se dejarán advertir plenamente mediante señales propias.



  ¶   13

Por tanto, al argumento aducido en contra ha de negársele la menor; para demostrarlo conviene recordar que cuando se dice que ambos son de pelos duros, carne dura, cuello carnoso y extremidades grandes, es posible que el insensato lo deba a los alientos o instrumentos; a su vez, quien lo debe a los alientos puede caer en dos categorías, según lo deba a los melancólicos o a los pituitosos: quienes lo deben a la densidad de los alientos elevados por la pituita, semejantes a la neblina otoñal que vemos sobrevolar los pantanos, no tienen pelos duros, sino lisos y blandos, y en ocasiones delicados, fruto de la obstrucción de las vías respiratorias, y estos individuos no acusan rastro alguno de bravura; en cambio, los que se deben al humor melancólico son gruesos y duros por falta de calor, como es el caso los burros, y tampoco estos acusarán traza alguna de noble bravura, aun demostrando algunas señales de paciencia y tolerancia.



  ¶   14

Además, la advertencia de una única señal de bravura en el cuerpo no implica ni demuestra necesariamente bravura y vigor. Tampoco es cierto que la carne del insensato sea siempre dura, pues los insensatos suelen ser en cierto modo edematosos, y estos no son de carne dura, sino laxa, tanto que nada hay más laxo y blando. Tampoco son iguales los cuellos del robusto y del insensato; de hecho, el cuello del insensato no solo es carnoso, sino que está cubierto de mucha grasa; en cambio, el robusto tiene un cuello ancho y amplio, no graso, sino más bien óseo, y su amplitud no responde a la acumulación de carne o grasa, sino al gran tamaño de vértebras y ligamentos. Creo, pues, que a la luz de estas cosas queda probado que no todos los robustos son insensatos, ni todos los insensatos son robustos, y qué insensato viene a ser, a su vez, robusto.



  ¶   15

Pese a todo, antes de continuar cabe advertir que algunos leen que el cuello y las piernas han de ser firmes y comprimidas, y que lo entienden, como Polemón, aplicado precisamente a los vasos; así, el sentido vendría a decir que los hombres insensatos tienen escondidos y prácticamente imperceptibles los vasos del cuello, los de la carne de las piernas y los de las propias piernas; así, pues, están comprimidos y ceñidos por la carne, al punto de no dejarse ver ni distinguir. Me inclinio a pensar que la causa es la que aduje más arriba, esto es el calor apocado de la sangre y de los alientos, que ni dilata ni abre los vasos como requeriría la recta y perfecta constitución del hombre.



  ¶   16

Algunos consideran errado el texto de Aristóteles, pues dicen ignorar qué guardan en común el ingenio con los acetábulos de las caderas; creen que en lugar de acetábulos cabría leer κότιδα, esto es occipucio, sonando la sentencia de Aristóteles como sigue: el insensato tiene un occipucio redondo y prominente, algo que parece compartir con el robusto, pues denota una gran fuerza y una eficiente disposición del cerebelo, luego un eficiente origen del movimiento, mucho más potente que su propio sentido. Por su parte, si ciertamente hemos de leer κότιδα, y no acetábulo, este accidente resulta sencillo de justificar pues, como he dicho, denota naturalmente el vigor de las fuerzas. Así pues, parta la explicación de este mismo principio.



[Acetábulos redondos]

  ¶   17

Los de occipucio redondo tienen un cerebelo bastante amplio; estos, a su vez, acusan una parte de los nervios motores o un principio motor proporcionalmente mayor al principio sensitivo; por esto mismo son más propensos al movimiento que al sentido, luego son menos sensatos, y su carne no es demasiado apta para padecer; si son incapaces de padecer también son incapaces de sentir; estos, por su parte, reciben el nombre de insensatos; así pues, los de occipucio prominente y con una redondez más grande de lo natural son insensatos. Por tanto, cuando veas a alguien con la parte posterior de la cabeza prominente y con cierta redondez, dirás que goza de buenas fuerzas corporales, como era el propósito de esta demostración; en cambio, supondrás que aqueja un ingenio pobre.



  ¶   18

Es esta la tercera señal del insensato, o la cuarta, si se prefiere, en caso de tomar separadamente las piernas y el cuello. Por lo demás, ha quedado declarado más arriba qué entendemos por la contracción de los miembros: llamamos contraídos a los miembros que, por oposición a los demás, la naturaleza no formó, distinguió ni elaboró con perfección y eficiencia. No en vano, comúnmente se dice que un hombre está contraído o retraído de frío cuando sus pies y manos no se pueden abrir por el frío. Entonces, si la contracción de los hombros denota la debilidad y la imperfección del calor innato, especialmente junto al corazón, fuente y origen de todo el calor y la fuerza, los alientos habrán de ser un tanto fríos, luego ni agudos, ni rápidos, ni delicados. Así pues, es probable que los de hombros contraídos hacia arriba, gruesos y en cierto modo jorobados aquejen unos alientos ni agudos, ni cálidos, ni rápidos, sino densos y lentos; por su parte, estos merecen el nombre de insensatos; así pues, todo esto permite deducir que la mala disposición de los hombros, así como la mala formación y la fealdad de los miembros provocan ciertamente la falta y la tosquedad de los ingenios, no porque hayan de ser inmediatamente insensatos quienes tengan unos hombros como estos, sino porque, por lo general, los de hombros contraídos hacia arriba, no desplegados, no extendidos, parecen insensatos y dotados de un ingenio no sutil.



[Hombros contraídos]

  ¶   19

La cuarta señal se toma de la frente. Lo cierto es que todas las señales que denotan la agudeza o la obtusidad del ingenio se suelen tomar de la cabeza o de las partes próximas a la cabeza, pues el cerebro o bien es el sujeto del ingenio, o bien es el principal instrumento de quien actúa conforme al ingenio; lo cual tiene visos de ser cierto, pues el hombre ingenioso se sirve del ingenio y del cerebro como hace con la salud y el cuerpo quien goza de buena salud.



[Frente grande, carnosa]

  ¶   20

Dice la sentencia de Aristóteles que la frente grande, carnosa y redonda denota la absorción del ingenio, pues los bueyes y los asnos, de frente grande, lo demuestran en parte. Algunos neotéricos que trataron sobre estas señales creen que una frente pequeña es indicio de indocilidad, mientras que la grande denota lentitud y la redonda, en cambio, de absorción; sin embargo, a mi entender, no resulta sencillo hallar el porqué de estas pasiones. Procuraremos, no obstante, aducir algo, para no faltar a nuestro cometido; y lo primero será por qué el insensato tiene una frente grande.



  ¶   21

Se llama frente a todo el espacio que empieza en las cejas y se extiende hasta la parte delantera de la cabeza, hacia la sutura coronal, donde comienzan las raíces de los cabellos; y esta área se denomina ancho de la frente. La longitud, en cambio, va de una sien a la otra, hacia la sutura próxima a los huesos petrosos, zona que también alcanzan los cabellos, cercando así la frente por tres flancos y dejando a las cejas cerrar el cuarto; y esta es la llamada longitud de la frente, un espacio comprendido entre ambas sienes, a lo largo del cual se advierten marcadas algunas líneas y señales, en virtud de las cuales algunos adivinos, que se arrogan falsamente el nombre de fisiónomos, creen poder predecir algo cierto a propósito de los eventos futuros de las contingencias y de cuanto depende del libre albedrío, o al menos intentan convencer de ello a los idiotas. Por su parte, la piel de la frente es la única de nuestro cuerpo que se mueve de manera natural: puede fruncirse de las cejas hacia el hueso sincipitial, del hueso sincipitial hacia las cejas y también, tercer modo, hacia la nariz. Así pues, una frente grande es aquella que se excede en longitud y ancho. Alberto y Al-Razi la llaman desmedida, y creen que denota absorción, algo que corroboran partiendo de que quienes acusan una frente como esta se asocian a los bueyes, caso de ser robustos.



  ¶   22

Porta se interesa por la causa, y dice que se trata de la materia abundante, o bien de la que desobedece a la acción del agente, o bien que la parte anterior del cerebro es más pituitosa. En verdad, de estas tres razones que aduce Porta, la primera no parece de mucho peso, pues no es cierta la proposición que dice: donde la materia es grande y abundante hay imperfección y vicio; de hecho, una nariz grande tiene materia abundante y, sin embargo, denota la bondad de las costumbres, un ingenio agudo y un juicio puro; igualmente, una cabeza grande alberga más materia que una pequeña, y mientras que los médicos nunca llaman buena a la pequeña, no siempre llaman mala a la grande. Además, no veo que la siguiente sentencia se siga lógicamente: la frente es grande, luego la materia abunda en la cabeza, luego desobedece a la causa eficiente.



  ¶   23

Por tanto tal vez quepa decir: los de frente grande tienen también un hueso grande; a su vez, bajo un hueso grande existe un espacio amplio y un cerebro grande, y este alberga mucho frío, cualidad de la que es origen, al igual que el corazón lo es del calor; por consiguiente, a menos que el pecho sea amplio y, en consecuencia, abunde el calor, es probable que los alientos, al llegar a la cabeza, se enfríen demasiado, y que por eso mismo no sean punzantes, ni cálidos, ni agudos, ni penetrantes, en cuyo caso permitirían un discurso agudo y sutil, y un ingenio perspicaz y punzante.



  ¶   24

Así pues, diremos: los de frente grande tendrán también un gran hueso sincipitial, luego será grande el lugar atribuido a la imaginación; por su parte, en un lugar grande y desproporcionado, la fuerza, el aliento y el calor se disipan, como se echa de ver cuando los vapores escasos suben a las partes altas del cielo y, por su escasez, no forman nubes ni se asientan; los alientos disipados son más débiles, y en consecuencia pierden capacidad de penetración, resultando asimismo menos sutil la agudeza del ingenio.



  ¶   25

Mas cabe considerar que si el calor natural del hombre no fuese firme ni eficiente, bajo un hueso grande podría darse una masa cerebral tosca y en bruto, dotada por tanto de una potencia y una fuerza imperfectas. Resulta que como aquella capta las imágenes de las cosas de un modo un tanto imperfecto y tosco, el intelecto, que no obra mientras no existe en un cuerpo, salvo que especule con ideas, decidido a contemplar esas imágenes no alcanza a cumplir su cometido, pues son imperfectas y confusas, y el hombre merece entonces el nombre de tosco y absorto. A la luz de lo dicho, pues, queda claro que una frente grande es señal del tosco, y por qué es posible afirmar tal cosa con probabilidad.



  ¶   26

Este mismo insensato tiene una frente redonda, que el traductor ha dado en llamar circular. Por redonda entiende alguno de los modernos convexa y proyectada hacia afuera; Porta dice que es propia de los burros, pero también él advirtió el siguiente problema: ¿cómo puede ser la frente grande, carnosa y, como dicen algunos, plana, y al mismo tiempo abultada y convexa? En efecto, si es plana, no es convexa, y si es convexa, no es plana, pues son dos cosas meridianamente opuestas. Como solución propone la existencia de dos partes: una inferior y próxima a las cejas, parte propiamente grande, plana y carnosa en los rústicos; y otra parte superior, unida, dice, al hueso sincipitial, parte que, de ser redonda y abultada, denotaría la tosquedad del ingenio y a un hombre insulso e inepto. Según él, lo dicho se echa de ver en la frente del burro, pues la parte de la frente del burro que se encuentra sobre los ojos es plana, mientras que la que asciende hacia el hueso sincipitial es redonda. Así, si fue una fuerza propia del burro la que formó el cuerpo del burro e imprimió en él estas y otras cualidades semejante, quien acuse tales propiedades albergará probablemente una fuerza semejante a la de la naturaleza del burro; a su vez, admitiremos que un individuo con las cualidades corporales propias del burro dejará brillar en su alma otras semejantes.



[Se debate el modo en que la frente es plana y abultada]

  ¶   27

Ahora bien, no resulta sencillo decir por qué el insensato acusa una frente redonda en tanto que es insensato; no obstante, la causa anterior permite deducir que la proposición inversa es cierta. En efecto, cuando alguien tiene mucho espacio bajo el hueso sincipitial la fuerza no lo acompaña, y es susceptible de albergar mucha materia en bruto; si resulta que su corazón acusa un calor moderado o apocado, sabiendo que el de frente redonda y principalmente convexa dispone de mucha capacidad y mucho espacio bajo el hueso sincipitial, y que requiere mucho cuerpo y muchos alientos para llenarlo, resulta evidente que el de alientos y calor escado, de tener una frente grande y convexa, también será tosco e insensato, pues los alientos conducidos hacia allí se enfrían y se debilitan por su dispersión. Ahora bien, no todos los toscos e insensatos serán siempre así, pues los alientos en que reside la razón de la absorción pueden ser fríos y densos, y la frente puede ser ni grande ni prominente; esto se echa de ver en los cerdos, de frentes pequeñas y hundidas, mas no por ello ingeniosos o astutos.



  ¶   28

La tercera propiedad que denota al insensato es la carnosidad de la frente. Así pues, los individuos de piel bastante gruesa, y con la zona de las sienes bastante rellena y dotada de mucha carne tienen ingenios toscos y densos, señal del calor apocado en esa zona y de alientos densos; por tanto, como el calor apocado puede ciertamente atraer y apostar, pero no disgregar ni consumir, resulta evidente que estos individuos acusan una frente carnosa y sienes carnosas. Resulta evidente, pues, que al insensato lo representa la frente carnosa, grande y redonda, y por qué quienes aquejan tales pasiones afectan también absorción y tosquedad de ingenio.



  ¶   29

La quinta señal se toma de la misma fuente. Para demostrar que el ojo del insensato es pálido, esto es casi adormecido y como el de los convalecientes de coma o letargo, basta razonar del siguiente modo: el ojo del ingenioso es risueño y vivo, luego por el contrario el ojo del insensato será turbio, afligido y pálido. Yo lo asociaría al color de ojos de bueyes y ovejas, pues estas, profundamente insensatas, acusan unos ojos pálidos o acuosos y obtusos como estos, es decir, de una tristeza y un gesto de temor que no llego a identificar.



[Ojo obtuso o somnoliento]

  ¶   30

Además, resulta sencillo referir la razón de esta afección. En efecto, si el insensato alberga alientos densos, acuosos y fríos, y un cerebro afectado de igual manera, puesto que según sean cerebro y los alientos cerebrales tal serán la sustancia, el color y el aspecto de los ojos, resulta evidente que el insensato tendrá ojos semejantes al agua mezclada con poca tierra, y desprovistos de alientos; a su vez, semejantes ojos reciben el nombre de pálidos por la naturaleza del humor, y el de obtusos por la falta de alientos. A la luz de estas cosas queda probado que los insensatos acusan unos ojos como estos, y por qué.



  ¶   31

Es esta la sexta señal que acompaña a los insensatos. Por su parte, los insensatos tienen todo el cuerpo completamente lleno de carne, y ciertamente de la pituitosa; de hecho, tienen pituita en abundancia y melancolía moderada con subdominio de la sangre, de modo que tienen cuerpos carnosos y gruesos pues, como se ha dicho, su calor natural es apocado. Hemos dicho que los tobillos son las partes que se encuentran junto a los pies, donde los huesos de la tibia se unen al pie. Así pues, si las partes cercanas a los pies fuesen carnosas, redondas y gruesas, denotarían al hombre insensato, y es que semejantes tobillos son propios de las mujeres, y especialmente de las de mucha carne y humores acuosos en abundancia.



[Piernas carnosas junto a los tobillos]

  ¶   32

La causa de estas pasiones, creo, es la misma que más arriba: en efecto, el insensato alberga una gran cantidad de sangre pituitosa con calor moderado; quien acusa esta temperatura tiene carne abundante en sus miembros, luego también tiene gemelos y brazos carnosos; si son carnosos, son gruesos, y como los tendones degeneran en carne también son más húmedos de lo conveniente, y por tanto la parte inferior de sus piernas se muestra redonda. Mas me parece que comparten esta señal con temerosos y mujeres, en tanto que es propio del temeroso y del insensato tener moderado y apocado el calor que forma la carne y la aplica a los lugares mencionados. Creo que la redondez, pasión femenina, se debe a que los tendones son muy blandos y están cubiertos de carne abundante, de modo que la parte naturalmente redonda de los tendones, caso de añadírsele materia blanda por encima y alrededor, infunde comprensiblemente una apariencia redonda.



  ¶   33

Asociarás a los burros a los de mandíbulas grandes, según sus huesos, y carnosas, según la materia que viste y recubre los huesos. Por mandíbulas entenderemos la parte inferior en que se encuentra la barbilla; son las únicas que se mueven al masticar en la práctica totalidad de los animales perfectos y respirantes, con la salvedad del periquito y del cocodrilo. Por consiguiente, si las mandíbulas son grandes, y también son grandes los huesos de la cabeza, es igualmente probable que el hombre tenga la cabeza repleta de elemento terrestre; ahora bien, una cabeza carnosa tendrá un calor moderado y unos alientos apocados y próximos a la naturaleza del aire, que no a la del fuego; mas lo cierto es que semejantes alientos no producen el ingenio agudo, como más arriba se ha dicho. Se echa de ver, pues, por qué el insensato tiene la mandíbula inferior carnosa y grande.



[Mandíbulas grandes]

  ¶   34

En cuanto a su espalda, hemos dicho que el ingenioso no era carnoso, sino enjuto; por tanto, es probable que el de espalda carnosa, y especialmente en la zona de la baja espalda, sea insensato. Decíamos que la causa de que el ingenioso fuese delgado en la espalda y la baja espalda era que el calor en la zona del corazón es abundante e ígneo; así, de no ser abundante ni ígneo, produciría una baja espalda carnosa y gruesa, como cabe advertir en los cerdos castrados despiezados en invierno. En efecto, sus lomos, tras haber perdido el calor, son gruesos y gordos; estos, como ingieren mucho alimento en la tranquilidad del día, engordan mucho, sobre todo en la baja espalda. Por tanto, quien acuse un calor moderado y no ígneo, sino vaporoso, tendrá una baja espalda carnosa y gorda; a su vez, quien alberga un calor semejante es insensato; por tanto, los insensatos tienen una baja espalda carnosa.



  ¶   35

Ya se ha dicho más arriba qué es la baja espalda. Algunos dicen que no solo la baja espalda es carnosa, sino toda la espalda y las partes a las que se aferra el diafragma. A mí, en cambio, me parece que casi todas las partes posteriores, de ser más gruesas de la cuenta, son índice válido para esta cualidad, y especialmente las nalgas, tanto más si, como ha quedado dicho, la carne fuese bastante pituitosa y blanca, y el calor apocado.



  ¶   36

Algunos no reconocen esta señal y la creen espuria, y sustituyen largas por cortas, suponiendo la existencia de una errata. Leen, pues: los de piernas cortas y sutiles son indóciles, porque les falta calor natural; de hecho, se asocian a las aves, algunas de las cuales son así.



[Cuestión]

  ¶   37

A mí, en cambio, esta propuesta no me parece del todo cierta. En efecto, en primer lugar, dentro del género de las aves son mucho más indóciles e insensatas las de patas largas y gráciles que las de patas cortas; vemos, pues, que muchas de las aves que habitan los lagos, como cigüeñas y gruyas, ardeas y cualquier otra de patas largas y sutiles, al margen de las que pueblan los lagos, son muy difíciles de domesticar; pertenecen a este grupo todas las que carecen de cola. Por tanto, de ser así, la brevedad de las piernas no sigue a la indocilidad, pues vemos que es su longitud la que la acompaña. Añade: Selim, primer emperador de los turcos, tenía piernas cortas, mas nadie diría que fue insensato, sino cruel, soberbio, belicoso y desconfiadísimo. Así pues, creo que las piernas largas y gruesas son señal del insensato, y creo que se aplican llanamente al hombre insensato. Ahora bien, en primer lugar precisaré cómo han de ser estas piernas del insensato; luego expondré por qué las creo así.



  ¶   38

Por regla general llamamos insensatos, indóciles, incapaces de investigar, hallar, imitar y juzgar a quienes responden a esta descripción con sus piernas y con los miembros que van de las rodillas a los dedos de los pies, es decir, a quienes tienen los huesos de las piernas largos, gruesos, mal articulados y con una carne de idéntico aspecto en todas partes, lo mismo en las rodillas que abajo de todo, en los tobillos, de modo que los gemelos no parecen tales, sino un saquito de carne picada, de harina mal empaquetada o de huevos batidos con mantequilla. La zona de los tobillos y la del principio de los pies son vastas, imprecisas y mal formadas, y estas partes inferiores son, en consecuencia, mucho más gruesas que las superiores, próximas a las rodillas; los pies son anchos, vastos, de mucha carne, planos, casi iguales entre sí, no bien articulados, especialmente en la parte que llaman cuello del pie, hundida e idéntica a la parte próxima a los dedos; los dedos, cortos, débiles, mal articulados, con uñas delicadas: así pues, unos miembros como estos denotan al hombre insensato y estúpido, indócil y despreciable. Y la razón viene a corroborarlo, pues en todas partes solemos hacer burla de semejantes hombres, por lentos y estúpidos, y un cierto proverbio italiano toma por idiotas, indóciles y viles profundos mayormente a aquellos cuya parte próxima a los tobillos está repleta de carne gruesa, mal articulada, blanca y cercana a la redondez. Añade que los nuestros también los llaman afeminados, impuros y desvergonzados, p ues ofrecen en estas partes un aspecto propio de las meretrices.



  ¶   39

No en vano, caso que las piernas fuesen vastas, largas y gruesas, ciertamente sería mucha la materia sobrante y en prevalencia, y se acusaría un predominio de los humores que responden a los dos elementos inferiores; asimismo, también decimos de estas piernas que aquejan una mala formación y una falta de articulación, de modo que denotan la debilidad del calor y de la fuerza formadora, así como la ineptitud y la desobediencia de la materia. Por su parte, una pierna muy gruesa junto a los tobillos, índice de una disposición contraria a natura, no puede denotar nada bueno; a su vez, cuando estos lugares son ricos en carne y humores denotan que la intensidad del calor no bastaba para disgregar la mucha humedad, y que los humores son densos y muy fríos. En cuanto a los de los ingeniosos, no hemos dicho que fuesen así: en verdad, no carecían de melancolía, pero esta era natural y, en combinación con la sangre, albergaba calor abundante; en cambio, la que pudiesen acusar estos hombres toscos consistiría en un cierto sedimento terrestre partícipe de la pituita. Estamos pues en condiciones de afirmar que tanto los ingeniosos como los carentes de ingenio albergan melancolía, pero que en los primeros prevalece por su fuerza y en tanto que es seca, mientras que en los toscos y estúpidos se refiere según su masa y en tanto que es fría. Así pues, a la luz de lo dicho queda claro que los hombres estúpidos e insensatos tienen piernas largas, gruesas y carnosas, y por qué.



  ¶   40

Más arriba, en la primera señal, se dijo prácticamente lo mismo; además, lo que se explicó entonces pudo referirse también a la zona del cuello. Ahora se habla del cuello como un todo. Dice, pues: es insensato quien tiene un cuello grueso, mas no por el grosor del hueso, de las vértebras o de unos músculos definidos y robustos, sino por el grosor de la carna blanda y de la grasa. La causa es evidente; en efecto, quedó dicho más arriba que esta pasión denota la debilidad y remisión del calor ígneo, que disgrega y atenúa por naturaleza; por tanto, quien acuse un cuello como este no albergará alientos delicados ni acusrá agudeza alguna de ingenio.



[Cuello grueso]

  ¶   41

Mas cabe preguntarse si un cuello grueso denota en verdadla absorción. Cierto es que los de cuello grueso también lo suelen tener corto; un cuello corto, por su parte, significa una osadía bastante apocada, como vemos en los toros; donde existe un temor moderado también se acusa prudencia, mas no rudeza. Cabe señalar que un cuello grueso no es corto de por sí, sino que es una ilusión causada por su grosor: de hecho, cuando los hombres altos vienen a engordar, parece que su altura, no sé muy bien cómo, también disminuye, cuando en realidad es la misma; lo mismo sucede con una puerta o una habitación: cuanto más ancha es aquella y más amplia y mayor es esta, tanto menores parecen su altura y su elevación. Lo corto y lo grueso, en verdad, difieren enormemente; no en vano, lo corto suele ser consecuencia de los huesos y de la delicadeza y humildad de las vértebras del cuello; el grosor, en cambio, puede ser efecto de los huesos, pero en este caso se debe a la acumulación de carne y a la grasa abundante que, por la remisión del calor, cubre y ocupa esta zona.



[Cuestión]

  ¶   42

También quiedó dicho al principio del capítulo que el rostro del insensato es carnoso. En efecto, un calor moderado y una sangre menos delicada y biliosa que la masa sanguínea del ingenioso generan carne en la cabeza o en el rostro; este calor, al no ser vehemente, no puede disgregar; por tanto, el rostro resulta carnoso y blanquecino, lo cual denota el dominio de la sangre pituitosa. Por “bastante largo” entienden algunos un rostro semejante al de los bueyes, grande, largo y ancho; así pues, si realmente un rostro grande es indicio de pereza, lo cierto es que esta, a su vez, denota lentitus e ineptitud de movimientos; cualidades estas que siguen a la remisión del calor; un calor apocado eleva pocos alientos, y no demasiado agudos; en ausencia de estos se echa en falta la agudeza de ingenio, y en su lugar se produce la absorción; por consiguiente, el de rostro grande será absorto y tosco.



[Rostro carnoso, largo]

  ¶   43

Hay dos caminos para deducir que el rostro grande es indicio de pereza. Primeramente, porque si un rostro es grande también lo serán los huesos de debajo, de modo que esta cabeza alberga una gran parte terrestre; así pues, la tierra predomina según la masa, y su prevalencia en masa y fuerza aporta un frío y una ineptitud como los que aquejan asnos y bueyes. La otra razón es que aquellos a quienes su disposición ha dado un rostro grande también suelen tener carne abundante; así, como esta denota un calor apocado, es cosa cierta que el hombre estúpido viene marcado por esta señal. Además, hemos dicho que había de ser un poco largo, y un rostro como este es viril.



[Rostro grande, indicio de pereza]

  ¶   44

Respondo que el rostro viril acusa una longitud moderada; en cambio, el excesivamente largo se asocia al asno y al buey. Así pues, digo: si los de rostro redondo, por ser bastante cálidos, son furiosos, creo probable que quienes acusasen una disposición contraria no alberguen calor abundante; por tanto, si el calor abundante se dirige a todas partes y viene de todas partes de manera uniforme, cuando no abunde se dirigirá a una sola parte, a la más accesible. El calor no abundante moverá la materia de la cabeza solamente a lo largo, dando lugar al rostro que hemos llamado largo y bovino; por tanto, siendo este rostro señal del calor apocado, denotará también un ingenio tosco y absorto. Mas dirás: he leído “un poco largo”, y este término restringe su longitud. Respondo que se le añade la palabra “bastante”, que aumenta la disposición de la longitud.



  ¶   45

Muchos se preguntan qué quiso decir Aristóteles en este lugar. Porta dice que el texto está bastante corrompido, y que a duras penas se deja entender. Yo me inclino a creer que se puede explicar como sigue: el movimiento local, ya sea progresivo, ya de las partes del cuerpo, toma como modelo la figura y el gesto, esto es recuerda y se asemeja a la figura y al gesto, esto es a la cualidad del rostro, como diciendo: el movimiento del insensato se asemeja a la figura y disposición del rostro; y si su rostro refleja una cierta pereza y lentitud, y un sentido un tanto adormilado, también en su movimiento será lento, tardo y irresoluto, y no dará muestras de saber o de distinguir qué ha de hacer, aceptar o rechazar.



  ¶   46

Porta sugiere leer a Aristóteles de tal modo que venga a decir lo siguiente: así como el rostro y la boca del absorto son estúpidos y pasmados, bostezan y se vuelven a todo con cierta admiración y estupor, quiere que así sea también su movimiento. Ahora bien, me parece a mí que esto, más que explicar la intención de Aristóteles, es inventársela. Por tanto, digamos nuevamente que el movimiento es una operación propia del cuerpo en tanto que es cuerpo; y que el movimiento progresivo de un animal le es propio en tanto que es animal; no en vano, como se apunta en el octavo libro de la Physica, le es propio desplazarse por principio interno y por instinto. Además, un animal determinado acusa, dentro de su especie, un movimiento propio de su especie; en efecto, el movimiento natural del hombre es distinto al del buey y al de un ave; a su vez, cada hombre particular se diferencia de los demás por cualidades accidentales que llaman individuales, luego también acusarán movimientos propios y privados, idénticos en especie, pero distintos en función de algunas cualidades accidentales. No en vano, así como Sócrates es distinto a Platón, también los movimientos de Sócrates acusarán distinciones particulares que los distinguirán del movimiento de Platón.



[Explicación de Porta]

  ¶   47

Así pues, como el hombre ingenioso y el absorto se distinguen por cualidades accidentales, es problable que también se distingan sus movimientos. En efecto, si el movimiento local y corporal de un animal es obra del alma, que lo mueve mediante el calor natural y los alientos, como un hombre mueve una piedra con un bastón, es probable que según sea el movimiento sean también el calor natural y los alientos que mueven los miembros. Por su parte, el estúpido e insensato alberga un calor natural apocado y alientos lentos y densos; por tanto, también los movimientos del absorto serán lentos y perezosos, y cuando veamos a alguien moverse lenta y perezosamente, con gestos irresolutos y sin propósito, le atribuiremos un ingenio absorto, tosco y estúpido. Pues bien, a mi entender, dice Aristóteles que los movimientos se guían por el insensato, y se asemejan a las pasiones de su rostro, conviniendo todo entre sí: si el rostro es estúpido, la boca se queda abierta y el ojo medio cerrado, también el movimiento de un hombre con semejante rostro habrá de referir todas estas cualidades. A la luz de estas cosas, pues, queda claro quién es y cómo es el insensato a juicio de Aristóteles.



  ¶   48

A las propiedades aristotélicas vienen a añadirse otras que también permitirían reconocer al insensato. Primeramente, dice Porta que las piernas del estúpido han de ser cortas, y que el texto griego de Aristóteles debería traer μικρὰ, y no μακρὰ, y que el error viene de una única letra. Pretende que las piernas pequeñas y cortas denoten la imperfección y tosquedad de la naturaleza y de la fuerza formadora, y lo supone corroborado por quienes, bajo la autoridad de Adamantio y Polemón, atribuyen al insensato articulaciones pequeñas y un cuello corto.



  ¶   49

Ahora bien, esta propuesta se ha rebatido más arriba; además, no he leído piernas pequeñas ni cortas, sino sutiles y delicadas, si bien es cierto que algunos, en los huesos de la tibia, las tienen más carnosas y jugosas. Sean como fueren, las piernas y los gemelos más largos o más cortos de la cuenta, o más gruesos o más delgados, no son de admirar ni demuestran nada bueno. En efecto, todo extremo es vicioso, y todo vicio es malo; el ingenio, en cambio, y el buen juicio son virtudes, pues quienes los acusan se mantienen alejados de los extremos y gozarán de una disposición conforme a natura, y ninguno de sus miembros sobrepasará en demasía el término medio, y es que toda virtud es una medianía natural. Por su parte, si el insensato hubiese de tener piernas cortas y pequeñas, entonces estas no deberían haberse atribuido al lujurioso, al ímiprobo ni al temeroso, pues quien acusa semejantes cualidades no será jamás insensato, o rara vez. Además, si replicase aquel que la delicadeza no implica brevedad, sino sutileza, ya se ha dicho más arriba, y la autoridad del propio Porta lo corrobora, que el insensato y tosco tiene unas tibias gruesas y unas piernas carnosas, de modo que no puede entender por delicadas ni gráciles ni sutiles. Pues bien, por este motivo creo que el texto no aqueja error alguno, siempre que se entiendan las palabras de Aristóteles como más arriba hemos tratado de explicar.



  ¶   50

También se les añade el color muy blanco con carne abundante, color próximo a la blancura de la leche recocida cuando empieza a agriarse; no en vano, este color denota escasez de alientos y abundancia de pituita. Ahora bien, a juicio de alguno, el color muy negro no se opone menos al ingenio; antes bien, téngase presente que de advertirse en regiones donde los hombres acostumbran nacer blancos, como en Italia, Francia o Alemania, y en las zonas circundantes, este color negruzco podría denotar una incapacidad de ingenio. Para algunos, la causa es que tanto el color muy blanco como el muy negro son contrarios a natura en nuestro clima. Pues bien, así como considero que el color muy blanco se ha de asociar a la pituita sin aliento ni color, también creo que el negro sin brillo ni luz, semejante al color de un ladrillo que ha permanecido mucho tiempo bajo agua estancada, se ha de asociar a una melancolía sin calor.



  ¶   51

Mas alguno seguirá sin estar convencido, y es que más arriba se dijo que los cartagineses, los etíopes y los egipcios eran hombres agudos, ingeniosos, astutos y engañosos, siendo a un tiempo de color negro, oscuro o negruzco; por tanto, el color negro no denota un ingenio tosco. Tampoco salvarías la cuestión diciendo que un color un tanto impuro, de darse en pueblos naturalmente blancos, es índice de fatuidad, pues no es en absoluto cierto. Está escrito que Octaviano Augusto era mooreno, y Trajano era oscuro, hombres por lo demás óptimos, ingeniosos y prudentes como el que más.



[Si el negro es índice de un ingenio absorto]

  ¶   52

Por tanto, y en primer lugar, creo que poco es lo que se ha de atribuir al color; en efecto, son muchas las cosas muy cálidas y blancas, como la cal viva y el afronitro, y la nieve y el nenúfar, de lo más frío, son igualmente cándidos; asimismo, hay cosas negras cálidas, como la pez, el betún o la pimienta; y las hay frías, como la pulpa del hojasén y de los tamarindos. Así pues, el color no demuestra por sí solo la naturaleza de una cosa, cosa que apuntamos más arriba: que en los trópicos viven hombres negros y oscuros, y que son así por el tueste del calor; y también son oscuros, como los Tártaros, los últimos pueblos escitas y los de las islas Orcadas, y quienes viven bajo el círculo ártico. Me inclino a decir, pues, que tanto los blancos como los negros pueden ser ingeniosos y toscos: el blanco con rubor, índice del predominio de la sangre sutil, señalará al ingenioso; el blanco pálido, en cambio, señal de un exceso de pituita, al tosco; el negro por el tueste del calor señala el ingenio; el que se debe a la melancolía con frío denota la absorción.



  ¶   53

Por último, si la razón del ingenio requiere calor y su absorción requiere frío, sabiendo que la blancura y la negrura pueden venir lo mismo del frío que del calor, cualquiera admitirá que no cabe otorgar demasiada confianza al color, sino que se ha de atender a la causa del color, y formular el juicio según sea esta. Así pues, si la causa de la blancura fuese una pituita pura, vítrea y densa, en ausencia de un calor suficiente, ¿qué cabría esperar sino una total tosquedad y absorción? En cambio, si una sangre pura o una bilis se combinasen son una pituita moderada y natural, entonces ya se puede esperar una nota de ingenio. Asimismo, si el negro fuese fruto de una melancolía pura y contraria a natura ligada a una pituita moderada, en ausencia de calor y de alientos, verás a un hombre duro, áspero, absorto, tosco y rústico, y no te atendrás a nada bueno, sino que además de la tosquedad obtendrás una maldad densa y casi ridícula. Un ejemplo de ello se echa de ver alguna que otra vez en los campesinos que, tras haber cometido un robo sin tacha, son incapaces de ocultar y disimularlo. Yo, ciertamente, creo que la principal señal del rostro de un hombre tosco, fatuo e ímprobo es la que se muestra como sigue: frente dura y áspera; ojo tenebroso, pequeño, seco, cóncavo, de mirada atenta y fija, en cierto modo absorto en un único punto. Baste lo dicho a propósito del insensato y tosco.



Capítulo x

Capítulo x    Del desvergonzado

orig:   (17.)

Señales del desvergonzado: ojo abierto y brillante; párpados sanguíneos y gruesos; un poco encorvado; hombros elevados hacia arriba; de porte no erguido, sino un poco adelantado; precipitado en sus movimientos; rojo de cuerpo; color sanguíneo; rostro redondo; pecho contraído por la parte de arriba.  

  ¶   1

La razón del insensato implicaba una cierta impasibilidad, pues los ingeniosos eran bastante blandos y sensibles. Según apunta Aristóteles en el segundo libro de la Rhetorica, en esta misma impasibilidad reside la desvergonzonería. Así pues, compartiendo género y ligados de este modo, con razón se ha asociado el desvergonzado al insensato. Por mi parte, me parece muy acertado haber colocado al desvergonzado tras el insensible, pues aquel se encuentra más lejos de las cualidades naturales y elementales que el insensato. Y tal vez a esto se refería el Suessano al apuntar que algunos hacían depender la vergüenza y la desvergonzonería del hombre no ya de sus principios elementales o de las cualidades de estos, sino de una propiedad desconocida; no obstante, no me termina de convencer, pues no hay en el hombre pasión ni hábito de la materia, necesitados de una materia determinada, que a su vez no surjan de los elementos propios del hombre y de que consta su cuerpo, o que no los sigan. Para poder demostrar razonablemente cuanto se dice, expondremos en primer lugar qué es la desvergonzonería, y cuáles son sus causas; acto seguido procuraremos explicar las propiedades aristotélicas del desvergonzado y algunas otras que aducen los autores clásicos.



  ¶   2

Aristóteles, donde más arriba quedó señalado, llama desvergonzonería o impudicia a la impasibilidad y el desprecio de los males infamatorios; por tanto, es desvergonzado quien no teme la infamia, o quien no se ve concernido por ella, no importándole lo más mínimo. Y así como llamamos robusto a quien no padece ante el aire, el viento o las tempestades del exterior, o lo hace muy poco, también solemos llamar desvergonzado a quien no reacciona ante la infamia, o apenas. Así, se trata de una afección o, más bien, de una indolencia, una privación de la afección conocida como pudor o vergüenza; y no ha de causar sorpresa que durante el estudio de la desvergonzonería se haga mención de la vergüenza y el pudor, pues es muy habitual, al punto que la privación se reconoce mediante el propio hábito; de hecho, no te sería posible reconocer el silencio ni las tinieblas de no ser por contraste con la luz y el sonido; comprensiblemente, pues, se ha de traer a colación el pudor para reconocer la impudicia. Dicho lo cual, queda claro qué es la desvergonzonería, esto es la ausencia de miedo y de atención a la deshonra.



  ¶   3

Escrutemos ahora las causas propias. Si el pudor es una afección, también lo será la impudicia; ahora bien, toda afección y pasión animal consiste en una fuerza y cualidad corporal; así, ambas pasiones, tanto el pudor como la impudicia, compartirán una misma materia, pues los contrarios comparten materia y género, mas en disposición opuesta.



  ¶   4

Mas, ¿cuál es la materia del pudor? En verdad, el pudor, según dice él, se encuentra en tránsito y transformación, se mueve rápidamente y rápidamente se esfuma y desvanece; por tanto, no se dará en las partes sólidas. Ahora bien, tampoco en el solo humor melancólico, pues este responde a la tierra, y la tierra se mueve con dificultad; además, si esta afección se alojase en la melancolía daría en ruborizarse allí donde imperasen la melancolía y la edad fría y seca, como la de los ancianos. Pero lo cierto es que se trata de una pasión propia de la adolescencia y de los niños, luego es poco probable que esta afección encuentre acomodo en la materia sólida, como la carne y los huesos, o en el humor melancólico. Acaso en la pituita; pero los pituitosos son blancos y fríos, toscos e insensatos, mientras que los pudorosos se ruborizan, se calientan y llegan a reconocer lo que conviene y lo que no; además, a los pituitosos y a los de edad muy avanzada solo les interesa lo útil: no les importa lo que los hombres piensen de ellos y no prestan atención al honor; así pues, los pudorosos y los pituitosos o ancianos parecen acusar disposiciones dispares, de modo que la pituita tampoco es la causa material de esta afección.



[Cuál es la materia del pudor]

  ¶   5

En tal caso, ya solo pueden ser la sangre o la bilis. Mas pongamos que es la bilis: ciertamente parecería ira, pues el movimiento de la bilis parece ira. ¿Qué será, entonces, sino la sangre? Ahora bien, se ha dicho en otro lugar que las afecciones de la sangre pura son la risa y la felicidad, y que la ocupan como su materia propia. Así, me parece que la vergüenza no reside ni en la sola bilis ni en la sangre pura, sino que se sirve de ambos humores como sujetos, no sin echar mano de la melancolía. No en vano, el vergonzoso sufre y da vueltas en su espíritu a un desprecio aparente o presente; por su parte, quien la padece hace hervir la sangre biliosa junto al corazón; por tanto, el pudor no existe sin humor bilioso. No obstante, existe una diferencia, y es que en el hombre airado la bilis se calienta junto al corazón, mientras que en el vergonzoso bulle por el rostro, las sienes y las orejas.



  ¶   6

A Gías, el general virgiliano, la ira le encendió en los huesos un calor intensísimo 2-26, y creyéndose abandonado y engañado por su timonel Menetes, lo arrojó al mal en un arrebato de ira. En cambio, Lavinia, viendo arder la batalla por su culpa, y teniendo ante sí a Turno, su amado, a quien veía sucumbir en la batalla, se fundió en lágrimas de dolor; no obstante, como temía dar una mala imagen ante sus conciudadanos, se reprimía con pudor, y así, por efecto del fuego, se encendió en ella un rubor que recorrió su rostro ardiente, como si alguien profanase el marfil con púrpura de sangre 2-27. En esto consiste, pues, la diferencia entre la ira y el pudor: la ira es una ebullición de la sangre biliosa junto al corazón, mientras que la materia del pudor parece asentarse junto al rostro, las sienes y las orejas, mostrándose como una emersión de la sangre a la superficie; por el contrario, en un primer momento, quienes sucumben a la ira parecen empalidecer, pues la sangre se dirige al interior. Ahora bien, la sangre biliosa no es la única materia de esta pasión, pues en tal caso los jóvenes, en quienes más hierve la bilis, deberían ser más susceptibles que los niños a esta pasión, lo cual, no obstante, parece falso.



  ¶   7

Además, quienes se sonrojan fácilmente son proclives a toda clase de virtudes, y especialmente a la templanza, de ahí que se tomado el pudor como el color de la virtud, cosa que no cabe decir de la ira. Por tanto, la materia propia del pudor parece consistir en una combinación de bilis y de sangre pura, mas no en proporciones equivalente, pues en tal caso no podrían mezclarse, sino con un cierto predominio de la bilis sobre la sangre pura, de modo que si alguien viniese a probarla, no percibiría amargor, sino una cierta acritud; no en vano, quienes se sonrojan sienten sed en la boca, no amargor, que sí aprecian junto con la sed quienes sucumben a la ira. Así pues, diremos que la sangre se ve ciertamente superada por la bilis en armónica proporción, a distancia de tono o semitono. Dicho lo cual, el pudor es más propio de la infancia, pues es entonces cuando prevalece esta clase de materia; y si en presencia de la materia acusase un poco de fuerza la causa eficiente, aun poca, el efecto se seguiría de manera inmediata.



[El pudor es el color de la virtud]

  ¶   8

Ahora bien, no creo que la melancolía esté totalmente ausente, pues quienes se sonrojan temen la infamia. El temor no existe sin frío, o sin el principio del frío. Nosotros albergamos dos principios materiales del frío natural: la pituita y la melancolía. No puede ser la pituita, pues por su culpa los hombres se vuelven estúpidos y lentos, y por su culpa no son ingeniosos; quienes se sonrojan, en cambio, sí reconocen qué conviene y qué no, luego no son insensatos. Además, de subir a la cabeza, la pituita produciría sueño y pesadez, y quienes sienten pudor o se sonrojan no aquejan nada de esto; por tanto, no albergarán pituita, sino parte de melancolía. Y con razón, pues quienes se ruborizan de niños, cuando la sangre y la bilis se imponen a la melancolía, con el pasar del tiempo se vuelven biliosos con subdominio de la melancolía, como hemos pintado a los ingeniosos y los naturalmente proclives a la virtud verdadera. De hecho, la sangre de entonces se vuelve melancolía por efecto del calor, y esta, más crecida y mezclada con bilis, emite alientos sutiles, agudos, estables y eficaces. Pues bien, si es cierto cuanto hemos dicho, cabrá afirmar que la materia fuente de la afección del pudor, sede de la potencia de sentir vergüenza, por llamarla de algún modo, consiste en una combinación de bilis natural y sangre, en armónica conveniencia y con subdominio de la melancolía natural; y esta masa es la materia del pudor.



  ¶   9

Pues bien, si el calor viniese a agitar esta mezcla, calor fruto de un sentimiento de deshonra presente o inminente, o de su sospecha, y esta materaia, una vez agitada, se dirigiese a los ojos, las orejas y la cabeza, produciría un rubor en el rostro; y esta es la causa eficiente. Una y otra demuestran, a su vez, la forma y la razón del pudor, que se encuentran en la agitación y la confluencia de la materia en cuestión, estimulada por el calor y desplazada al rostro ante una sospecha de deshonra.



  ¶   10

Ahora bien, no creo que el propósito de quien aqueja pudor sea dar fe de su temor a la deshonra ni de su decencia, como pretenden algunos. Antes bien, el fin propio de quien lo padece es dirigirse hacia el bien, alejarse del mal o enfrentarse a él para rechazarlo; no obstante, el pudor no supone un movimiento hacia el bien ni desde el mal, sino que ha de ser contra el mal. Por tanto, ante la presencia y amenaza de un mal externo que llaman deshonra, los alientos, el calor y la sangre le hacen frente de alguna manera; por su parte, la deshonra, el honor y la infamia los reconocen la razón y el juicio, que actúan en la cabeza, y en su desempeño afectan y hacen padecer a esta parte del cuerpo, que necesariamente se calienta ante tal padecimiento; y como es propio del calor atraer las cosas, y los alientos y la sangre corren a reunirse en la parte afectada, la sangre y el calor se reúnen en rostro y ojos, viniendo a sonrojarse el rostro y las mejillas de quienes sienten pudor.



  ¶   11

A su vez, apartan la mirada, pues temen la deshonra y se estremecen ante el juicio de los presentes; y su temor se debe a que la sangre en cuestión, que se ha ido al rostro, contiene parte de sangre melancólica y fría. Alguna que otra vez también se les saltan las lágrimas por el dolor, que caldea los alientos y los humores reunidos en los ojos, volviéndolos punzantes y capaces de irritar una fuerza repulsiva. Quienes se ruborizan tampoco osan abrir la boca o hablar, y es que la agitación interna y la perturbación de la masa de alientos y sangre entorpece los instrumentos. Yo creo que toda afección envuelve la mente en nubes y tinieblas, y especialmente el temor y el pudor, como le sucede a Andrómaca, pues cuando Eneas le pregunta si había guardado fidelidad a Pirro, abrasada por el pudor bajó el rostro y habló a media voz 2-28. Pues bien, ¿por qué no hablan quienes se sonrojan? Porque son presa de la afección, y toda afección turba la mente, y con la mente turbada, sobre todo temerosa de la deshonra, y padeciendo la cabeza o cuanto en ella existe, el hombre no se atreve a hablar, pues teme equivocarse y procurarse más motivos de pudor y dolor. Por lo demás, una vez expuesto qué es el pudor y cuáles son sus causas y sus principales pasiones, digamos unas pocas cosas a propósito de la impudicia en cuestión.



  ¶   12

Ya hemos dicho que el pudor es el temor frente a una deshonra aparente, o el dolor que provoca la perturbación del espíritu ante una infamia o deshonra aparente. Si esto es cierto, la impudicia será una cierta seguridad, un desprecio por la deshonra aparente o una impasibilidad frente a ella. Así pues, el hombre púdico se ve perturbado por una deshonra aparente, mientras que el impúdico no se emocionará, ni dejarán de obrar según su voluntad su mente ni su razón mientras la materia de esta pasión se mantenga estable y muy alejada de la emoción y la pasibilidad.



[Qué es la impudicia]

  ¶   13

Pues bien, el principio de la estabilidad será la melancolía, de modo que esta masa, materia de la impudicia, acusará una disposición contraria a la materia del pudor. Así, diremos que la materia de la impudicia es, primeramente, la melancolía ligada a la unas cantidades equivalentes de sangre y pituita con un mínimo toque de bilis. Podemos confirmar que es cierto, pues quienes acusan predominio de la melancolía no se mueven con facilidad, y en estas regiones inferiores toda quietud y estabilidad depende de la tierra y del humor que se le asocia. Asimismo, los impúdicos son impasibles, y la impasibilidad se asocia a la sequedad; la tierra es el príncipe de los secos, y en los hombres llamamos tierra a la melancolía. Esta masa contiene también sangre pura, pues los impúdicos se ríen, hacen caso omiso de quienes pretenden vejarlos con infamia e ignominia, y no prestan atención a lo que el pueblo piensa de ellos. Se ha dicho que esta masa contenía una mínima cantidad de bilis; en efecto, los impúdicos discurren perfectamente y comprenden qué es lo que deben hacer, y es que albergan alientos sutiles que se dirigen a la cabeza. La sutileza de los alientos les viene de la bilis, pero esta no basta para romper a hervir junto al corazón ante un desprecio desatendido por el impúdico, de modo que no sucumbe a la ira. Queda demostrado, pues, que hay bilis, aunque poca. Todo esto nos ha permitido dar con la causa material y formal de la impudicia. Ahora bien, la causa eficiente es la ausencia o impercepción de lo que provoca pudor.



  ¶   14

Por último, el impúdico, en su cualidad humana, emplea la impudicia como un hábito con que derribar y apartar los obstáculos que se pudiesen oponer a sus pasiones abominables; el impúdico blande obstinadamente su impudicia como un escudo con que apartar la deshonra, la infamia y la ignominia, evitando que el hombre honesto se interponga a sus pensamientos y obras abominables y bestiales; y esto es lo que les ha valido el nombre de perros, que no de hombres, pues no lo merecen. Queda expuesto, pues, qué es y cómo es la impudicia. Veremos ahora si somos capaces de explicar las pasiones aristotélicas.



  ¶   15

Es esta la primera señal de la impudicia, tomada con razón de los ojos, pues la impudicia ha de aparecer donde se suele observar el pudor. No en vano, son cosas contrarias, y las cosas contrarias afectan naturalmente a un mismo sujeto; un mismo sujeto es un mismo y único cuerpo que existe en un mismo lugar. Así pues, decíamos más arriba que un hombre afectado por el pudor agachaba los ojos, como vino a corroborar el ejemplo de Andrómaca. La causa, decíamos, es que la sangre mezclada con bilis y poca melancolía corría a reunirse junto a la cabeza y los ojos, zonas especialmente afectadas por la vergüenza, volviendo a su vez más pesadas las partes que alcanzaba, de modo que daban en inclinarse y volverse hacia la tierra. Pues bien, ahora, al contrario, la sangre del impúdico y desdeñoso de la honra no se dirige a la cabeza ni a los ojos; a quien esto no le sucede, probablemente tampoco se le vuelvan pesados los ojos, o al menos no por este motivo, luego tampoco se le cierran y, por consiguiente, permanecen abiertos; así pues, el impúdico mantiene los ojos abiertos.



[Ojo abierto]

  ¶   16

Ahora bien, ¿acusa el despectivo alguna propiedad que permita deducir esto mismo? En efecto, el impúdico desprecia la deshonra, luego no tiene cuenta de los presentes ni estos le infunden miedo alguno, ya que los observa sin pasión, manteniendo por tanto los ojos abiertos, como es propio de quien observa algo que cree inofensivo para él y sus ojos. En cambio, el polvo, el humo o el sol los vemos con los ojos entrecerrados, temiendo o suponiendo no sé qué perjuicio; lo mismo sucede en situaciones pudorosas, y es lo que lleva a los niños a taparse los ojos con las manos cuando sienten pudor, como si no pudiesen soportar la mirada de los presentes. Además, los impúdicos son de ojos brillantes; no en vano, como ya se ha dicho, albergan melancolía abundante, y cuando esta se calienta son muchos los alientos que suben a la cabeza y hacen brillar los ojos. Semejante pasión se echa de ver en los enfermos de melancolía, de la llamada pasión hipocondiaca; de hecho, se advierte en ellos unos ojos brillantes y muy abiertos. En el día a día, vemos que también los niños se miran con los ojos abiertos de par en par cuando se desprecian unos a otros, como si con esa mirada los hiciesen tan de menos que, despreciados y obviados, los terminan viendo incapaces de dañar incluso un miembro muy noble y plenamente expuesto a las ofensas, lacerado a menudo por mosquitos y átomos de polvo. Por este motivo me inclino a creer que el impúdico tiene ojos abiertos, absortos y brillantes, y que la disposición corporal contraria acompañará a la afección contraria; y si por este motivo el vergonzoso acusa semejantes cualidades, el desvergonzado acusará las contrarias por el motivo opuesto.



  ¶   17

Los párpados son unas delicadísimas coberturas que revisten los ojos durante el sueño e impiden que se lastimen sus pupilas. Estos llevan insertos unos pelos rígidos y rectos que, a modo de muro, repele todos los agentes externos que pudiesen lastimar la superficie ocular. Prueba de ello es que, de perderse, el ojo sufriría por el más mínimo polvo, la luz y prácticamente todo cuanto se le acercase, como corrobora la experiencia en quienes han perdido todo el vello a raíz de una infección venérea.



[Párpados sanguíneos]

  ¶   18

Pues bien, son sanguíneos y gruesos los párpados ricos en sangre, principalmente melancólica; por tanto, los de párpados gruesos y sanguíneos tendrán un cutis rico en sangre melancólica: son gruesos por la presencia de jugo melancólico; por su parte, son sanguíneos porque el humor melancólico, de ser natural, refiere el color púrpura de la sangre; y si la piel contiene una sangre como esta, también lo harán las venas superficiales de la cabeza y, probablemente, también las internas. A su vez, quienes se nutren con sangre melancólica, asociándose esta a la tierra y acusando un sabor astringente, es probable que aquejen unas potencias cerebrales asociadas a la tierra y a la cualidad de la tierra. La tierra es inmóvil y seca, y se resiste a adoptar las impresiones externas; por tanto, es impasible; luego los de párpados sanguíneos y gruesos albergan alientos terrenos y prácticamente impasibles; y esta es la pasión que acompaña al impúdico.



  ¶   19

Además, el impúdico no estima el honor, desprecia la dehonra y no se preocupa de dar una buena impresión. Un individuo semejante no pretende dominar sobre los demás, estar a su mando ni destacar sobre ellos, no busca la alabanza; así pues, no es rico en bilis. Como acusa la disposición contraria y parece imitar a la tierra con su dureza, obstinación y apocamiento, tenemos motivos para afirmar que alberga melancolía en la cabeza y, por tanto, en los ojos. De ser esto cierto, es probable que también los ojos estén llenos de este humor y que, por consiguiente, los párpados sean sanguíneos y gruesos, segunda señal del hombre impúdico.



  ¶   20

Es esta la tercera nota con que reconocemos a los impúdicos. Quedó dicho más arriba qué entendemos por hombros. Por su parte, los hombros elevados no son los contraídos, sino los que se elevan prácticamente hasta la altura del hueso hioides; en efecto, si trazases una línea transversal desde el ángulo externo del hioides, paralela a las orejas, en estos individuos en particular pasaría cerca de la parte superior del hombro. Así pues, sea un hombre de disposición natural, con los brazos extendidos hacia las rodillas y posición erguida: si trazases una línea recta por el centro de la cavidad superpuesta al esternón o hueso del pecho, popularmente denominada fuentecilla de la garganta, situada entre ambas clavículas, los extremos de esa línea caerán sobre el extremo de los huesos del hombro, donde el final de las clavículas se articula con los extremos de los huesos de la escápula; esta será la disposición natural de los hombros, y no se tacharán de demasiado ligados ni de completamente sueltos. En cambio, si la disposición natural de un hombre hiciese que esta misma línea, trazada desde el extremo de las escápulas, viniese a caer sobre el ángulo del que llaman hueso hioides, al que se adhiere la lengua y gracias al cual esta se saca o se guarda, diremos que un hombre con semejante disposición de hombros es impúdico, y juzgaremos que lleva los hombros elevados hacia arriba.



[Hombros elevados]

  ¶   21

Me cuesta identificar la causa de esta afección, la que vuelve impúdico a un individuo con semejantes hombros; no obstante, se debe intentar aducir alguna probabilidad. Pues bien, primeramente podría decir alguien que el bravo tiene unos hombros anchos, ni demasiado ligados ni sueltos del todo, esto es de disposición intermedia. El temeroso, en cambio, es de hombros estrechos, contraídos y mal articulados, pues la pasión propia del temeroso es la avaricia, y los avaros y los agarrados e incapaces de rechazar nada con firmeza contraen los hombros; no en vano, dilatar es propio del calor, y del frío contraer. Así pues, el ingenioso tiene hombros enjutos y de un ancho moderado, pero ligados; el insensato, en cambio, contraídos hacia arriba. Por su parte, el insensato es incapaz de comprender, y no emplea sus sentidos con acierto; en cambio, el sensato comprende adecuadamente. Asimismo, los inteligentes eran blandos, esto es muy pasibles, de modo que los insensatos son impasibles; ahora bien, los impasibles también son desvergonzados; por tanto, si el insensato y el desvergonzado comparten la afección de la impasibilidad, sabiendo que una misma afección se suele derivar de una misma causa, la causa de la impasibilidad del insensato lo será también en del impúdico. Existe, empero, una diferencia: el insensato es impasible a la verdad y a las imágenes de las cosas, pues carece de juicio o ingenio; el impúdico, en cambio, es impasible a la honestidad o deshonestidad, que no lo afectan en absoluto, o muy poco. A su vez, la causa de la impasibilidad del insensato era el predominio de la pituita ligada a la melancolía y agitada por un calor moderado, abunancia de melancolía que también advertimos en el desvergonzado y el impúdico, aun con un calor más intenso. Aplicando el mismo criterio, digamos ahora: el insensato lleva los hombros contraídos hacia arriba, y esta misma pasión se da en el impúdico; es por tanto probable que se deba a una misma causa, especialmente por ser el insensato también impúdico, que a su vez parece insensato por no querer reconocer sus errores.



  ¶   22

Decíamos, pues, que la causa de que el insensato tuviese los hombros elevados era la falta de fuerza y agudeza del calor, así como la rebeldía y dureza de la materia, incapaz de dilatarse. En cierto modo se advierte ahora la misma razón: la materia del impúdico es impasible; lo impasible no se dilata; lo que no se dilata está contraído; lo contraído se eleva; por tanto, la materia del cuerpo del impúdico parecerá contraída, difícil y dura, y lo hombros, que están formados de esta materia, tampoco estarás bien articulados, sino contraídos y elevados hacia arriba.



  ¶   23

Ahora bien, me parece, en verdad, que cabe formular una exposición diferente, pues no es frío lo que reconozco en el impúdico, sino impasibilidad con arrogancia. Pues bien, esta impasibilidad, efecto de una dureza fruto, a su vez, de la sequedad, implica necesariamente un predominio del príncipe de lo seco en este individuo; implica también melancolía, ciertamente tenaz y rebelde de por sí, de modo que también habrá pituita, que hace lo mismo que una mezcla de agua y tierra sometida a un fuego intenso, y es que el fuego vuelve a la tierra totalmente impasible, como se echa de ver en los ladrillos y en las ollas cocidas en el horno. Por tanto, cuando a una materia como esta se le aplica mucho calor, del que es propio elevarse, sabiendo que la materia se muestra dura y rebelde en la formación, ciertamente no producirá unos hombros bien extendidos ni articulados; ahora bien, como el calor es potente y es propio de él elevar las cosas, arrastrará consigo la materia y le imprimirá la huella de su operación. Así las cosas, los hombros del impúdico estarán contraídos y elevados hacia arriba.



  ¶   24

Por consiguiente, el silogismo dirá como sigue: el impúdico es impasible en virtud de la materia que lo forma y de la masa sanguínea de que nacen los alientos; en virtud de su forma, en cambio, es arrogante, se gusta a sí mismo y se cree libre de tacha. Un individuo como este aqueja una materia rebelde y desobediente, y mucho calor, eso sí, ígneo y contrario a natura; quien debe semejante disposición a su materia tiene los miembros contraídos y no bien articulados, luego unos hombros igualmente contraídos; ahora bien, por efecto del calor ígneo que empuja hacia arriba los llevará altos y elevados; por tanto, el impudente tiene unos hombros contraídos y elevados, que es lo que había que demostrar.



  ¶   25

A su vez, si los hombros están elevados hacia arriba, es probable que un hombre con semejantes hombros se encorve un poco; no en vano, si los hombres se mantienen erguidos cuando sus hombros acusan una disposición afín a natura y no se muestran contraídos ni elevados hacia arriba, su elevación o contracción hará que el hombre no aparezca erguido. Además, si los hombros están elevados, los huesos de las clavículas habrán de ser un poco más cortos, y los extremos de las escápulas darán en contraerse; ello forzará la elevación de la parte opuesta, esto es la de la espalda, sobre las costillas; a su vez, el hombre que lleve las escápulas elevadas de este modo se mostrará curvado y, por su apariencia, dará la sensación de estar jorobado.



  ¶   26

Algunos, a su vez, se preguntan cómo y cuál será la diferencia entre el impúdico y el bravo, pues sus formas los muestran totalmente diferentes. En efecto, en primer lugar, la definición de cada uno deja claro que son diferentes: no en vano, el bravo puede enfrentarse a los peligros con ánimo sosegado y buen criterio, y aun repelerlos; en cambio, el impúdico desprecia por igual la ignominia y el honor, convencido en su espíritu de conocer la opinión que merece a los demás. Asimismo, el bravo es bueno y recibe alabanzas, es útil y provechoso pasa los demás; el impúdico solo actúa en su provecho, es arrogante y se atribuye más de lo que merece, luego es soberbio. El fuerte, por su parte, es noble; el impúdico se alaba, se jacta, no por tener en estima el honor o preocuparse por él, sino porque desprecia a los demás; cualidades todas estas notablemente ajenas al bravo, y es que este es tácito, como dice Homero de los griegos: estos, según cuenta, se aceraban y avanzaban hacia los troyanos con espadas estrechas y rostros tácitos que exhalaban vigor.



[Se busca la diferencia entre las señales del impúdico y del osado]

  ¶   27

Por otra parte, no parece haber diferencia alguna entre el bravo y el impúdico. En efecto, en primer lugar, el bravo es de carne dura y sangre fibrosa, llena de humor melancólico y pituitoso; si alberga mucho calor, si sucumbe a la ira y se enajena, si desprecia los peligros y la mierte, en verdad no parece distinguirse del impúdico, pues el impúdico aqueja también una materia rebelde y desobediente, un cuerpo duro, en consecuencia, y sangre melancólica. Y como el impúdico no atiende al honor ni a la ignominia, despreciará también otras cosas de menor importancia, como los peligros y las heridas; no en vano, parecen ser aquellos los más grandes males a juicio de todo el mundo, incluso de Horacio, cuando afirma que el beneficio escaso y el rechazo vergonzoso 2-29, fuente aparente de deshonor e ignominia, se tienen por los mayores males.



  ¶   28

Pues bien, si el impúdico y el bravo no se diferencian en materia, en causa eficiente ni en accidentes, ¿por qué se colocaron estas dos propensiones bajo dos encabezamientos distintos? El propio Aristóteles afirma en la primera sección de este libro que el bravo y el impúdico comparten unos mismos accidentes, si no todos, al menos algunos; allí, partiendo de que las señales del impúdico y del bravo son las mismas, determina cómo cabe distinguir estas propensiones unas de otras; dice, a su vez, que unos y otros tienen un rostro intrépido, miran fijamente y acostumbran expresar su pensamiento con arrojo.



  ¶   29

Cabe apuntar, como solución a esta cuestión, que no sería de extrañar advertir dos o varios accidentes en cosas diversas o ligados a cosas opuestas, pues los opuestos pertenecen a un mismo género, y cada género tiene sus propiedades, que se aplican por igual a todos los elementos del género que se describe. Asimismo, creo que se ha de suponer la existencia de dos o más tipos de calor: uno elemental, una fuerza ígnea, instalada en una cierta sequedad; y otro proporcional al elemento de las estrellas; el primero corrompe y destruye el sujeto en que se encuentra, el último lo conserva y consuma.



  ¶   30

Este supuesto no parece disentir con las bases aristotélicas: quien leyese atentamente lo que dice el De partibus animalium leerá que el calor recibe muchos nombres, pues también son muchos los modos en que algo puede estar bastante caliente, por así decirlo: de manera extensiva, esto es que dura bastante y tarda bastante en enfriarse, criterio según el cual el oro candente es más cálido que el hierro; o de manera intensiva, que arde con mayor vehemencia y actúa como el hierro candente que, de venir a tocar el cuerpo humano, lo lastimaría horriblemente, dejando marca, cosa que, dicen, no sucede con el oro candente. Este último calor es benigno, vigoroso por extenso y potente en el bravo y el robusto; es el motivo de que no sea precipitado, sin llegar a demostrar tampoco desinterés o desprecio por la gloria humana, sino dulce y plácido. De hecho, su calor es como el que afecta al buen mozo que trabaja al sol en pleno verano: cierto es que su cuerpo se calienta y se tuesta, pero se trata de un calor delicado, no demasiado molesto al tacto, incluso moderado.



  ¶   31

El otro tipo de calor es intenso e ígneo; este representa el calor febril, ingrato y seco que vuelve áspera la piel, como en los casos de fiebre ardiente; actúa por extenso, mas no dura demasiado, a menos que dé con una materia apta, como el hierro. En su caso, se trata de la melancolía tostada y contraria a natura que, como la fiebre héctica, permite el asentamiento de un calor agudo a los sentidos, desproporcionado y molesto. Pues bien, creo que es este el calor propio del impúdico y del arrogante, como permite corroborar, a mi entender, un ejemplo sensible. En mi región natal soplan el céfiro y el subsolano; en un primer momento, y al primer contacto, ambos parecen igualmente moderados, serenos y plácidos, parecen apaciguar el calor y refrescar los cuerpos; la realidad, no obstante, es muy distinta: en efecto, el subsolano ocupa la cabeza, provoca catarros, absorbe los sentidos, vuelve nebuloso el aire, genera óxido, agota los cuerpos y, al fin, lastima casi todos sus frutos; en el céfiro advertimos los efectos opuestos, que listó y explicó con mucha diligencia el muy docto Fabrizio Padovani de Forlì en su De ventis. Y en consecuencia, mis paisanos pretenden que el céfiro expira flores, y lo representan con rostro pueril; en cambio, al subsolano le atribuyen una apariencia salvaje, y lo pintan exhalando nieve, tempestades y nubarrones.



  ¶   32

Así pues, queda demostrado que tanto el calor como la causa eficiente distinguen a insensatos, impúdicos y bravos. Ahora bien, también lo hace la materia, pues la melancolía conoce dos variantes. Una es natural, aunque un tanto gruesa, y va acompañada de una pituita ligada, a su vez, a la sangre pura; esta, al calentarse moderadamente, constituye la materia que da forma al bravo, ciertamente sólida en su carne y en su cuerpo, pero semejante al oro, y no al acero o al vidrio, y es que el oro, aun siendo muy duro y resistente al fuego, es flexible y finamente maleable. La otra, por su parte, es una melancolía fruto de una bilis amarilla tostada o de un jugo melancólico quemado; esta, de ligarse a una pituita muy densa e impura, resulta en una mezcla semejante en cierta medida a la naturaleza de las piedras de río, en tanto que conserva el calor durante mucho tiempo; al calentarse esta materia próxima al corazón provee de alientos al impúdico en función de sus propensiones. Pues bien, sabiendo que el impúdico y el bravo difieren entre sí tanto en causa eficiente como en materia, no ha de resultar extraño, a la luz de lo expuesto, que también se distingan por su apariencia, su razón y sus señales.



  ¶   33

El impúdico no goza de un cuerpo recto, acaso por el motivo que hemos venido repitiendo: que si las escápulas están elevadas hacia arriba y los hombros contraídos, es imposible que goce de un porte recto. Además, hemos apuntado que la materia de impúdico no obedece al calor, aun si este fuese intenso; no en vano, parece contrario a natura en comparación absoluta con la naturaleza de un hombre atemperado, luego es probable que la fuerza formadora lo haya movido de manera desigual; lo que se ha movido de manera desigual no es recto, pues lo recto se encuentra a medio camino entre sus extremos, y lo que no se encuentra en el medio tampoco es recto. Así pues, el cuerpo del impúdico no es recto en absoluto.



[De porte no recto]

  ¶   34

En un primer momento cabe preguntarse por qué ha de acusar el impúdico un cuerpo un poco encorvado, si son los que se ruborizan quienes apartan la mirada, agachan el rostro y fijan la mirada en el suelo, encorvando así su cuerpo, esto es, inclinándolo hacia el suelo. De hecho, si el pudoroso y el impúdico son cosas contrarias, y el pudoroso acusa esta disposición, el impúdico debería presentarse de modo contrario. Se responderá, no obstante, que las cualidades de las cosas opuestas no son siempre opuestas, sino que a menudo son incluso las mismas: el calor y el frío son opuestos y, sin embargo, los dos reúnen cosas, los dos secan la hierba; en cuanto al blanco y al negro, de ser muy fuertes, ambos molestan a los ojos y, pese a ello, son opuestos. Así pues, no es imposible que el pudoroso y el impúdico compartan una misma pasión, pero esta no acusará una misma disposición; en efecto, el calor y el frío reúnen cosas, pero ni reúnen las mismas cosas ni lo hacen del mismo modo, y si bien es cierto que ambos secan, no lo hacen igual: el frío solo priva al humor de su acto, y el calor lo priva de acto y de potencia, como se echa de ver en el barro secado por el calor y por el frío.



[Un poco encorvada]

  ¶   35

Esto es, pues, lo que sucede ahora; en efecto, cuando el pudoroso se sonroja lleva su mirada al suelo, incapaz de soportar el rostro de quien algo le reprocha, o de quien tieme tácitamente un posible reproche, como quien huye de algo que le inflige dolor o cree que puede hacerlo. Por tanto, cuando alguien se sonroja inclina su rostro y su gesto hacia el suelo por accidente. En cambio, el impúdico no inclina el rostro hacia el suelo, no lo agacha, no mira el suelo; antes bien, es su cuerpo el que está inclinado y curvado por el predominio de la melancolía y la rebeldía de la materia; y esta curva afecta a la zona de las escápulas las vértebras de la espalda de manera natural, mientras que cuando alguien se sonroja solo inclina hacia adelante el cuello y mira al suelo.



  ¶   36

Además, ¿por qué no habría de derivarse de dos opuestos una misma cosa, si aquellos caben bajo un mismo género? No en vano, así llamamos mortales tanto al bípedo como al cuadrúpedo, al racional y al irracional; y tanto el fuego como el agua son cuerpo, elementos y materias sencillas. Por tanto, no sería absurdo que el impúdico y el pudoroso aquejasen un cuerpo no recto, si bien es cierto que, como he apuntado, el impúdico lo acusa por sí mismo, y el pudoroso por accidente; ahora bien, los tipos de curvatura son completamente diferentes. Aduce ahora también lo que había dicho un poco más arriba, que el impúdico acusa un porte no recto, sino un poco inclinado, esto es que se encorva hacia adelante, pero poco. A su vez, recuerdo haber leído que así fue Heliogábalo, el más impúdico y vergonzante de todos los hombres; y como Suetonio dice que Nerón tuvo la nuca obesa, es probable que la señal del impúdico se hubiese unido a la del insensato.



  ¶   37

La quinta señal que denota la impudicia es la propia del individuo precipitado en sus movimientos, que se mueve sin consideración, o al menos eso parece; que tropieza incluso en los terrenos llanos y eleva sus pies de manera irregular; que mueve las manos sin razón, que no considera ni lo que hace, ni lo que precisa, ni lo que tiene. Estas pasiones parecen depender de los principios del impúdico y del insensato; no en vano, hemos dicho que el impúdico era cálido y abundaba en aliento ígneo, pero denso; y es que su aliento y su calor se asemejan al que se deja sentir en agosto hacia las ocho de la tarde, cuando en el cielo, en el aire denso, nebuloso y oxidado, se eleva un vapor denso y en un primer momento cálido, un vapor que vemos hervir y abrasarse sobre las espigas de los cereales y sobre los tejados de las casas y en sus extremos.



  ¶   38

Así pues, de ser cálido será también rápido en sus movimientos; en cambio, al ser impasible, duro y obstinado, es probable que no goce de mucho ingenio, luego será irreflexivo; llamamos decimos del irreflexivo y pronto a la acción que es precipitado; por tanto, el impúdico es precipitado en sus movimientos, mas no solo en sus movimientos, sino también en sus resoluciones, elecciones y acciones; no en vano, el impúdico, seguro como está de lo que los hombres piensan de él, acostumbra prestar atención a pocas cosas y emprender precipitadamente cuanto le sugieren la afección y la voluntad. Así será, pues, el impúdico.



  ¶   39

Creo que no es esta una pasión de los cabellos, sino del cuerpo y, especialmente, del rostro. Este era el color de Domiciano, a quien Suetonio pinta petulante y muy impúdico; recuerdo a algunos otros de rostro rojo, impúdicos como perros o moscas. Y parece convenir con las palabras de Aristóteles el término con que nos referimos al impúdico, pues decimos que es un hombre de frente fruncida: en efecto, si alguien frunciese la frente y el rostro, el calor, estimulado por la fricción, podría atraer sangre hacia el rostro, haciendo que se ruborizase.



[Rojo de cuerpo]

  ¶   40

Ahora bien, si replicases que tanto los vergonzosos como estos son un poco rojos, y que si ruborizarse es propio del vergonzoso, también los modestos acostumbran acusar un color rosado, yo podría responder, antes de nada, que una cosa es ruborizarse y otra muy distinta acusar continuamente un color rojo: los modestos se ruborizan, y los impúdicos muestran siempre un mismo en sus rostros. Además, existen muchos tipos de rubor; de hecho, llamamos rojo al color granadino, que toma su nombre de la monda de la granada; uno más suave se denomina rubicundo, mientras que el vermellón tiende más al fuego; asimismo, el más diluido, el sanguíneo, el rosado y el purpúreo caben también bajo la denominación de rojo. Digo, pues, que los impúdicos acusan un color rojo, esto es granadino, y que los modestos muestran uno rosado; así, cuando advirtieses de los corales o de las granadas en el rostro de alguien, y especialmente en su frente, dirás de él que es impúdico, petulante, cruel y desleal, sin duda alguna.



  ¶   41

Al margen de todo lo dicho, considero impúdico al de cuerpo plagado de pecas rojas, como granos de cereal, o mejor dicho anaranjadas, color este, el anaranjado, presente en algunos bueyes, en las flores de la caléndula y en el aire límpido, al que se refiere Terencio cuando llama anaranjado a Geta. En efecto, semejantes individuos albergan bilis abundante mezclada con pituita escasa y no sin melancolía tostada, una disposición de los humores que hemos asociado a la impudicia. Por otra parte, ha quedado reflejado en un proverbio que quienes acusan unas pecas como estas son procaces e impúdicos, especialmente las mujeres, pues dicen los italianos que jamás hubo un anaranjado bueno, salvo uno. Así pues, queda demostrado que los de cuerpo anaranjado o rojo merecen el nombre de impúdicos.



  ¶   42

Lo que ahora se dice me convence de atribuir al cuerpo del impúdico un color anaranjado, y a su rostro uno sanguíneo, fenicio o granadino; opinión suscrita por el autor del Thesaurus de la lengua griega, pues cita este pasaje de Aristóteles y traduce “cuerpo de un tono anaranjado”. Así pues, tiene un cuerpo de tono anaranjado, a juzgar por la carne, plagada y tocada de pecas, como hemos descrito la piel de Nerón; tiene asimismo cabellos naranjas, semejantes a las flores de la caléndula; por su parte, el rostro toma un color sanguíneo, propiciado por la sangre melancólica que ocupa la cabeza, el cerebro y el rostro. Por tanto, si el impúdico alberga esta sangre en abundancia, con un poco de pituita y de bilis, es probable que este mismo color sanguíneo o granadino se advierta en el rostro del impúdico.



[Color sanguíneo]

  ¶   43

No encontrarás a nadie de rostro redondo y sanguíneo y cabellos anaranjados que sea bueno y modesto, a menos que hubiese corregido su propensión natural mediante la razón y la elección. Asimismo, se suele decir que los hombres de rostro virginal se vuelven serpientes malignas, y así se acostumbra pintar el rostro del engaño. Así pues, a juicio de Aristóteles, el impúdico acusa un rostro redondo; ahora bien, lo cierto es que debería ser lo contrario, ya que si una muchacha es lo más pudoroso y vergonzoso que hay, siendo su rostro redondo y rosado, la redondez y el tono rosa del rostro deberían denotar la modestia y el pudor, no la maldad ni la crueldad. No obstante, Aristóteles opina lo contrario, como el dicho popular y la propia experiencia: fue muy cruel un tirano de nombre Ezzelino da Romano, y tenía un rostro redondo y sanguíneo, afección que también padecía Domiciano; Otón, de rostro redondo, fue pródigo y procaz; Cómodo tuvo una cabellera tan amarilla que sus cabellos parecían nacer cubiertos de virutas de oro, y acusó un color purpúreo en el rostro, como si mezclase cándidos lirios a diversas clases de rosas, y no solo fue impúdico y desvergonzado, que también fue cruel y estuvo colmado de toda clase de vicios. Lo mismo cabría afirmar de Carino, Diadumeno y tantísimios otros que, con rostro hermoso, rosado y virginal, fueron los peores de todos.



[Rostro redondo]

  ¶   44

El fundamento de esta pasión no reviste menos dificultad que el de la anterior. Así pues, ¿será impúdico quien tenga un rostro hermoso y redondo? Diremos que el rostro viril es naturalmente alargado, y el femenino redondo; y que si un hombre acusa un rostro redondo, contraviene la naturaleza, de modo que no es indicio de nada bueno. Ahora bien, esto no basta para determinar el fundamento de esta pasión, y cabe seguir buscando. Conviene recordar, pues, que Aristóteles determinó que los impúdicos eran precipitados en sus movimientos y que acusaban un color sanguíneo; por tanto, si son precipitados en sus movimientos, albergan alientos muy cálidos y agitados, luego es probable que la cabeza sea estrecha y pequeña; por su parte, si así es la cabeza, también el rostro parecerá pequeño y como contraído en sí mismo, luego no alargado, sino redondo. Así pues, es probable que el impúdico acuse un rostro redondo y, en sentido inverso, que merezca el nombre de impúdico quien acuse un rostro semejante.



  ¶   45

Ciertamente, cabe considerar que la redondez de un rostro se debe a la fuerza formadora y a la materia. Por tanto, si la materia del impúdico, como hemos dicho muy a menudo, es de por sí poco pasible, luego dura y rebelde, y la fuerza formadora o calor, por su parte, se asemeja al vapor ardiente del mes de agosto, denso, cálido y ardiente, la materia del embrión no responderá con obediencia a los movimientos de la fuerza generadora y formadora, situada en su centro, sino con impotencia e imperfección, dando como resultado un rostro, una cabeza y un cuerpo orbiculares, tanto como la apariencia del hombre lo permita. Por consiguiente, las escápulas se elevan y el cuerpo se encorva, pues el dominio de la fuerza formadora sobre la materia no puede llegar a extender la barbilla a lo largo y, a su vez, formar una cabeza adecuadamente comprimida. Sea A el calor situado en medio de una masa material BCDE; pongamos que la mueve y la agita: como esta opone una resistencia uniforme, los puntos B, C, D y E se alejan del centro A de manera equivalente, y B y D no ceden más que C y E, de modo que el rostro se mantiene redondo; ahora bien, si la materia de los puntos C y E, naturalmente enfrentados de manera longitudinal, fuese menos rebelde y opusiese menor resistencia, se movería con mayor facilidad que los puntos B y D, enfrentados a lo ancho; en efecto, vemos que así es como actúa la naturaleza.



  ¶   46

El pecho acorde a natura es plano y moderado; si viniese a alejarse de esta forma, podría adoptar cuatro formas sencillas. En efecto, podría ser cóncavo, y en tal caso denotaría el temor, la pusilanimidad, la avaricia y la abyección. La disposición contraria se asocia a las aves, de pecho convexo y propiamente abombado, pues cuando digo convexo no me refiero al redondeado; quienes acusan un pecho como este son locuaces, charlatanes, ávidos de novedades, aduladores y blandos. Por su parte, si la parte inferior fuese tuberosa y estuviese más abierta que la superior, dicen que denota una cierta maldad, pero no sé de dónde lo toman quienes lo afirman, pues no aportan ninguna justificación para confirmarlo. En cambio, si esta apertura se diese junto a la fosa clavicular y junto a las clavículas del cuello, y además esa zona fuese más prominente que las inferiores y se proyectase por delante de ellas, dicen que esta disposición denota da desvergonzonería, pues supone un vicio en la formación.



[Pecho contraído hacia arriba]

  ¶   47

Pero lo cierto es que si un vicio en la formación del pecho puede denotar impudicia, yo no veo por qué un pecho deprimido, cóncavo y jorobado no ha de señalar impudicia y arrogancia, si también supone una mala formación. Por tanto, creo que se llama contraído al pecho estrecho y comprimido; no en vano, el término “contraer” parece venir a decir esto mismo, y cuando algo se contrae juzgamos que se comprime y mengua. Así pues, yo diría que los impúdicos acusan un pecho contraído hacia arriba, esto es que tienen la zona del pecho próxima a los huesos de la fosa clavicular más estrecha de lo que suele ser en los hombres de forma correcta y conforme a natura; y es que así, al llegar a este lugar el calor, también los alientos se ven oprimidos, y suben más cálidos y densos, luego también más secos y, por tanto, menos aptos para padecer y recibir las delicadas impresiones del exterior.



  ¶   48

Esta, por su parte, era la razón de ser del impúdico, a saber, mantenerse impasible ante las imágenes del honor y de la ignominia, mucho más delicadas que las que mueven el sentido y la fantasía en razón del deleite y la molestia, de lo útil o lo inútil. En efecto, me parece que este es el orden normal de los objetos que suelen afectar a los hombres. Así, en primer lugar reaccionan y se mueven más que ninguna otra las que llevan aparejada una apariencia de deleite o molestia, de ahí que no solo todos los animales, sino especialmente los niños y adolescentes, cuya vida es, en todos los aspectos, animal, se dejen guiar por el placer y la molestia, como opinaban los epicúreos al decir: ¿a caso no veis que la naturaleza no busca más nada que alejar el dolor del cuerpo y hacer disfrutar a la mente con sentido deleitoso y desembarazándose de las preocupaciones y los males? 2-30 En segundo lugar, las imágenes afectan a los hombres en función de su utilidad o inutilidad, pues esta idea está menos alejada y distante del sentido, aunque se refiera al futuro; y por esto mismo los ancianos y quienes albergan poco calor buscan la utilidad y son avaros, temerosos de llevar una existencia difícil y ardua si viniesen a carecer de los medios para sacar adelante su vida; y a estos los mueven cosas como el oro, la plata, las ropas, las propiedades y otras cosas por el estilo más que las alabanzas, las coronas y las estatuas. Según mi parecer, quienes corren tras estas cosas proyectan su atención al futuro más que quienes ansían distinciones.



  ¶   49

De hecho, todos buscan el bien y desean vivir cómodamente; y como esto supone el mayor se los deleites, proclamando falsos argumentos y perversamente engañados, terminan por convencerse de que el placer es el mayor bien, no este ni aquel, sino todos. A ello se debe que los adolescentes y los hombres banales, que viven al día, no ansíen sino el placer, y a menudo se engañan, tomando lo falso por cierto. Por su parte, quienes se sirven de la providencia para procurarse una vida cómoda corren tras las riquezas como instrumentos de la buena vida, considerando que la virtud, la fama, el honor, lo divino y lo humano bien valen las bellas riquezas, y quien viniese a atesorarlas será bravo, sabio, hermoso y, en fin, rey de reyes 2-31; ignoran, empero, que para construir una mesa o un arca, además de herramientas como la sierra, el hacha o el hacha doble, también se precisa oficio, y que sin este último nunca se podrá construir una mesa o un arca. En cambio, los más sutiles y capaces de prever más a lo lejos, buscan primeramente la virtud, a la que siguen el honor y el buen nombre, a la que todo le viene luego por añadidura; no en vano, como dice el otro, en verdad la única senda de la vida tranquila pasa por la virtud 2-32.



  ¶   50

Por tanto, quienes mucho se preocupan por el honor y la ignominia también deben ser más agudos y de alientos más delicados y, por consiguiente, más razonables que quienes atienden a la pobreza y la riqueza; en cambio, tienen algo de animalesco quienes solamente se guían por el placer y la molestia, como apunta Aristóteles en el primer libro de la Ethica. Pues bien, como los impúdicos no se interesan por el honoy ni la deshonra, con razón los tacharemos de irracionales, y acusarán en su cuerpo las pasiones que denotan esa falta de raciocinio, a saber, un pecho de estructura estrecha junto a la fosa clavicular del cuello, pues cuando este lugar es estrecho comprime y aprieta necesariamente los alientos y el calor, de modo que irrumpen en el cerebro con violencia y tumulto; así, toman o rechazan sin demasiada reflexión lo primero que se les presenta, y no los mueve la utilidad ni la utilidad de la deshonra o del honor, más grande o más pequeño.



  ¶   51

No obstante, bajando al detalle y buscando la causa de esta pasión en función de lo que le es propio, digamos: la estrechez del pecho junto a los huesos de la fosa clavicular denota la debilidad del calor natural o bien la desobediencia de la materia próxima a la fuente del calor; ciertamente, el calor natural del impúdico no es débil, sino más bien robusto, de modo que la desobediencia de la materia habrá de ser intensa, y también su resistencia y, por tanto, su sequedad e impasibilidad; de esta última decíamos que era la pasión propia del impúdico. A su vez, es impasible porque es melancólico, y la melancolía, como se ha dicho a menudo, se asocia a la tierra, el príncipe de los secos, que ofece a cuanto nos rodea un límite propio. Así pues, siguiendo la opinión de Aristóteles, queda probado por qué los impúdicos tienen el pecho contraído hacia arriba, y cómo son los impúdicos en cuanto a sus cuerpos.



  ¶   52

A estas pasiones corporales aducidas por Aristóteles añade algunas otras Porta, y otras Polemón, como que el impúdico tiene la nariz gruesa en su extremo; también una mirada procaz, esto es que reafirma y fija su mirada en sus interlocutores y cuando escucha que lo corrigen o le dedican alguna ignominia, y los mira osadamente, con cierta irrisión iracunda; esto viene corroborado por la razón, pues si quienes se ruborizan acostumbran apartar la mirada, lamentarse o llorar, probablemente acusará el impúdico una disposición contraria y reafirmará su mirada, observará desafiante o se reirá de quien lo juzga; no en vano, reírse de alguien supone despreciarlo, y el desprecio es algo propio del impúdico. Una cabeza afilada y proyectada en su extremo; cejas largas y gruesas; nariz grande y aguileña ya desde la frente; cosas todas estas que denotan el dominio de la melancolía mezclada con pituita en la cabeza. Una risa fuerte y grande, que llaman carcajada, índice de alientos abundantes, cálidos y turbados; esta risa acompaña a una cierta dificultad para respirar, consecuencia de la depresión del pecho junto a los huesos de la fosa clavicular. Se me escapa si acaso los impúdicos tienen pantorrillas carnosas y gruesas; de hecho, si el impúdico guarda semejanzas con el insensato, cierto es que el insensato tiene las piernas largas, pero no por ello carnosas; en cambio, si lo asociases más bien al bravo o al robusto, las pantorrillas deberían estar contraídas hacia arriba, pero no por ello habrían de ser carnosas ni, por el contrario, habrían de estar desprovistas de carne. Yo me inclino a creer que si el impúdico acusa un hábito melancólico y alberga calor abundante junto al pecho y el cerebro, gozará de unas pantorrillas moderadamente carnosas y bastante flácidas, efecto de la sangre melancólica tostada, pero privadas del humor melancólico que compone la carne y el cuerpo de los bravos.



[Otras señales del impúdico]

  ¶   53

Un pecho lampiño, acaso por la densidad de la piel; y es que no puede ser de otro modo, pues recuerdo haberlo advertido como señal del impúdico en muchos individuos muy impúdicos y de pecho lampiño y sin pelo; y cabe suponer que así fueron los cuerpos de Calígula, Nerón, Heliogábalo y Galieno, si bien es posible que Heliogábalo no hubiese alcanzado la edad en que suelen nacer los pelos del pecho pues, según dicen, fue asesinado a los quince años. Los dedos de pies y manos cortos, y las uñas curvadas, todo ello en relación con la naturaleza de la materia y el calor mencionado más arriba, ya que es propio del calor excesivo secar y contraer lo terrestre, como las uñas. Hablan de ojos ardientes, a veces grandes y ansiosos, y proyectados hacia afuera, esto es muy abiertos; en efecto, los impúdicos desprecias, y cuando se desprecia se abren bastante los ojos y se observa con los párpados separados al objeto de la burla o del desprecio; además, secos y brillantes, pues estos alientos son fruto del humor melancólico tostado; asimismo, sus ojos se mantienen quietos y se muestran inmóviles, efecto de la impasibilidad del humor. Elevan las cejas pues, como hemos dicho, quienes desprecian miran con los ojos muy abiertos, lo cual resulta prácticamente imposible son elevar las cejas, como la práctica confirma. Dicen algunos que suspiran; yo no lo veo, ni le veo fundamento.



  ¶   54

En otro orden de cosas, la impudicia y otros hábitos semejantes, cuyos principios se denominan potencias o impotencias naturales, son fuerzas de la materia, pues son pasiones naturales; por tanto, la definición de la impudicia y de otras afecciones habrá de dar cuenta necesariamente de la razón de la materia, así como de su forma y causa eficientes. Esta función la desempeña la materia corporal y, en definitiva, del cuerpo; así, la materia de una pasión o potencia viene definida bien por un cuerpo, bien por una disposición corporal: decimos, por ejemplo, que la ira consiste en la ebullición de la sangre. En cambio, lo que sigue a la forma es menos corpóreo y acusa de por sí menor sensibilidad, y por eso mismo se ha presentado como pasiones que siguen a la materia; estas, por su parte, nos permitieron reconocer una materia determinada en el cuerpo de Sócrates o Calias, y como una materia determinada implica una forma determinada, pudimos deducir también que Sócrates acusaba impudicia o una propensión a una afección semejante que le valía el nombre de impúdico.



  ¶   55

Veamos ahora lo que sigue a la forma del impúdico según el libro de los Characteres de Teofrasto. A juicio de Aristóteles, la razón del impúdico consiste en que no teme hacer, padecer ni escuchar cosas despreciables; en efecto, si él mismo afirma que el pudor consiste en temer y evitar la ignominia, quien lo la evita ni la teme es impúdico. Teofrasto, por su parte, añade “por un provecho despreciable”, precisando que el desdén hacia una fama más favorable ha de fundamentarse en un beneficio despreciable, apunte con el que parece convenir Platón en su Hiparco; no porque no existan otros tipos de impudicia, sino por ser esta la más cierta y habitual, y es que son muchos quienes se desentienden de la fama por un provecho, como nos viene a confirmar el famoso ejemplo de una princesa. Hubo una princesa, una preciosísima esposa, a la que tanto su marido como todo el mundo creía extremadamente pudorosa y santa. Un bufón hacía burla de ella, y no la creía tan honesta y pudorosa como los demás. Para ponerla a prueba, el bufón le preguntó un día si se entregaría a quien le ofreciese mil monedas de oro. La mujer lo negó y se ruborizó. Molesto con su respuesta, añadió el bufón: “Claro, es poco y despreciable. ¿Y si fuesen dos mil monedas de oro?” Volvió a negarse. Viendo que proponía tres, cuatro y llegó al cabo a cien mil, replicó, riendo: “Es tanto lo que podrías ofrecerme que, al fin, me dejaría convencer”. Queda claro, pues, que el provecho ostenta una enorme fuerza, y que el ánimo de lucro es terriblemente poderoso; por esso mismo habló Teofraste de “olvidarse de una fama mejor por un beneficio despreciable e incluso pequeño”. Ahora bien, de contemplar esta precisión, habría muy pocos pudorosos y vergonzosos pues, creo, se daría con pocos que no se dejasen convencer de cualquier cosa con una enorme cantidad de oro; en efecto, si el oro se prueba con fuego, no es menos cierto que el hombre se prueba con oro, como dice el otro: es cierto que el camino se volvería seguro y despejado al tornarse el dios es oro; al oro le encanta abrirse paso entre los centinelas y volar las rocas con más fuerza que el rayo 2-33.



  ¶   56

Así son, pues, la razón y la forma de la impudicia. Por tanto, si el impúdico desprecia la fama y la buena opinión que de él puedan tener los hombres, estará dispuesto a hacer burla de los demás, pues solo se preocupa por ellos en tanto que le puedan resultar provechosos a él mismo. Es egoísta, luego ni ama ni sabe amar, o al menos fingirlo, y parece demostrar la apariencia de un hombre noble, cuando en verdad no lo es, y merecería más bien el nombre de malicioso y molesto; además, como desprecia a los demás y hace mofa de ellos, tampoco es amado ni se gana el voluntarioso favor de los hombres, salvo que lo hagan movidos por alguna esperanza, y se dan a su empeño sin pasión. Asimismo, al no preocuparse por nadie y despreciarlos a todos, no dudaría en acudir a quien hubiese engañado o injuriado para pedirle algo, en préstamo o en propiedad; y de recibir una negativa, fingiría orgullosa indiferencia, y de obtener lo requerido, humillaría al susodicho y se reiría de él, tomándolo por bobo. También acudirá gustoso a cenar en casa de un amigo o conocido, aun sin haber sido invitado, y entre carcajadas volcará se volcará en las mangas de la túnica las bandejas de postres o dulces, beberá sin medida y se dirigirá a los siervos con procacidad y petulancia, como si fuese el anfitrión de la cena o el señor de la casa. También responde a este perfil quien acude a cenar a casa de un amigo y entrega al siervo las sobras para llevárselas a casa, al tiempo que se llena los bolsillos; acostumbra invitar descaradamente a terceros a casa de sus amigos, y llevar consigo a muchos gorrones; demuestra una cierta soberbia y arrogancia para con los demás, como si él fuese un príncipe y los demás sus súbditos, indicio cierto todo ello de un hombre que se estima en demasía y a todos desprecia, salvo a sí mismo.



  ¶   57

No debe extrañar que Aristóteles no dedique parte de su discurso al vergonzoso y pudoroso, pues a dos cosas contrarias les basta con una sola explicación, y resulta sencillo reconocer una tras haber estudiado la otra. Sin embargo, hemos presentado como pasiones contrarias al ingenioso y al insensato, al temeroso y al bravo, y más abajo tomaremos por contrarias la iracundia y la mansedumbre, la tristeza y la alegría, y no obstante Aristóteles disertó sobre cada una de ellas.



  ¶   58

Por tanto, me inclino a responder de otro modo, y digo que Aristóteles solamente elabora unos rudimentos que nos permitan dar con algunas señales corpóreas con que reconocer las pasiones y las potencias naturales del espíritu, mejor o peor dispuestas, así como sus inclinaciones a la producción de determinadas acciones, afectos o hábitos. Ahora bien, esta introducción se fundamenta en las pasiones de muchos casos particulares, reunidas indistinta e indeterminadamente según van apareciendo; por tanto, no nos debería extrañar que algunas afecciones sí se hayan tenido en cuenta, mientras que otras se han pasado por alto, pero es que el propósito contemplado no requiere un registro exhaustivo de todas las inclinaciones naturales ni de todos los principios de los hábitos. De todos modos, alguien podría replicar que a la impudicia se enfrenta la modestia, que se explica a continuación; y en verdad, si bien es cierto que la modestia no es pudor ni el modesto es pudoroso, tampoco parece libre de pudor o vergüenza.



[Solución]

Capítulo xi

Capítulo xi    DEL MODERADO

orig:   (18.)

Señales del moderado: lento en sus movimientos y de discurso lento; voz lenta, llena de aliento y dulce; ojo alegre, no brillante, negro, ni muy abierto ni cerrado del todo, de parpadeo lento: y es que de entre los ojos que parpadean con rapidez, unos señalan ciertamente al temeroso, y otros, en cambio, al lúcido.  

  ¶   1

El término con que Aristóteles designó la pasión o potencia que pretende describir ahora con sus señales corporales lo entendieron unos como modestia, y otros como moderación. Propiamente, a mi entender, la palabra κόσμος denota al distinguido, esto es a quien todo lo hace correcta y ordenadamente, a quien acusa unas costumbres adecuadas y obedece las leyes. En efecto, la palabra de que se deriva significa orden, adecuación y equilibro con elegancia y decencia. Otros creen que las señales aquí expuestas corresponden al atemperado, y otros, al dulce. Porta opina que estas señales denotan al vergonzoso.



[Movimiento lento]

  ¶   2

En primer lugar, no puedo convenir en absoluto con Porta. Si cree que el vergonzoso y el desvergonzado son opuestos, cuanto siga al desvergonzado, o gran parte de ello, se debería oponer a lo que, a su juicio, acusa el vergonzoso; y si lo que se expone en este capítulo sigue al vergonzoso, debería oponerse a lo dicho más arriba, y nada de esto es cierto. No en vano, y antes de nada, no todo lo que enumera Porta en el capítulo dedicado al impúdico entra en conflicto con el vergonzoso ni con el pudoroso; por ejemplo, llama perro al impúdico, y se refiere a su carácter propio como naturaleza canina, cuando en verdad nada hay más proclive a la adulación ni más apegado a sus dueños, cualidades estas dos que jamás acusará el impúdico, como más arriba hemos dicho. Dice que los impúdicos estánun poco encorvados, pero los pudorosos tampoco están erguidos; le atribuye al immpúdico una nariz gruesa y corva, pero tampoco tiene el pudoroso una nariz pequeña ni delicada; según Porta, el impúdico tiene un pecho lampiño, pero el del pudoroso no es velludo, pues ningún niño, naturalmente vergonzosos, por ingenuos, muestra un pecho hirsuto; Porta da al impúdico un rostro largo, y Aristóteles uno redondo: ¿cuál dará, pues, al pudoroso? Ninguno, o uno a medio camino entre el largo y el redondo. Además, es un hecho que cuando se ha dicho en el capítulo precedente no se opone a lo que se escribe en este, y es que no se advierte oposición alguna, salvando las cualidades del movimiento y de los ojos, pues el impúdico es de movimiento apurado, y al que ahora describe Aristóteles se le atribuyen movimientos lentos.



  ¶   3

Mas de ser la impudicia lo que se opusiese a la potencia que estudiamos en este capítulo, sabiendo que esta última, por consistir en la medianía, es una afección loable, su movimiento debería estar a medio camino entre el apurado y el lento. En efecto, el valiente, que es loable, se sitúa entre el osado y el temeroso; y si se advirtiese que el osado es apurado y propenso a la acción, no por ello se seguiría que el valiente hubiese de ser lento o demasiado transigente, sino que habría de acusar unas afecciones moderadas, no sería ni demasiado apurado ni demasiado lento, sino que evaluaría el momento de entrar en acción y se enfrentaría a los peligros cuando se presentase la ocasión. Por tanto, no creo que aquí se hable del vergonzoso ni que sean sus señales las que aquí se declaren.



  ¶   4

Ahora bien, alguien podría replicar: entonces, ¿por qué algunas pasiones de los ojos que aquí se exponen se oponen a las aducidas más arriba? Podríamos decir que son muchas las señales que, tomadas separada e individualmente, pueden darse en muchas potencias; en cambio, de mostrarse todas conjuntamente en un único individuo y acompañar a una potencia, de ninguna manera lo harían con la otra. Además, ¿por qué no habría de seguir una misma cosa a otras dos, ya no solo diversas, sino opuestas? El concepto “animal” sigue tanto al hombre como al caballo, y tanto un cuerpo vivo como uno muerto constituyen sustancias, y tanto un animal como una planta son seres animados y se alimentan, pero nadie dirá que un animal y una planta son una misma cosa. Además, se ha dicho más arriba que el moderado es vergonzoso, y que la vergüenza es una pasión del moderado, de modo que no sería absurdo encontrar en el moderado algunas cualidades meridianamente opuestas a las del desvergonzado, en tanto que este último se asocia al desmesurado; no en vano, la misma relación que guarda la vergüenza con el moderado la guarda, a su vez, la impudicia con el desmesurado. Por tanto, sabiendo que no es posible aplicar el término griego al vergonzoso, quienes traducen “dulce” ignoran que es lo mismo que “manso”, y que ambas palabras son sinónimas, y lo cierto es que del manso se hablará más abajo. De modo semejante, quienes han traducido “atemperado” no advierten que la lentitud de movimientos y de palabra no es una pasión del atemperado. Además, se aduce el parpadeo lento como señal de la pasión intermedia entre el temeroso o indolente y el raudo, ágil y vehemente; ahora bien, no es la vergüenza lo que se encuentra entre estas pasione, y podemos afirmar con argumentos razonables que este capítulo no trata del vergonzoso ni expone sus señales. Diremos, pues, que tampoco trata del modesto, sino del moderadoo. Veamos primeramente cómo es cada uno de ellos; luego, expliquemos de qué manera convienen estas cualidades al moderado; en tercer lugar, por qué las acusa.



  ¶   5

“Modesto”, según Francesco Patrizi, pontífice de Gaeta, y “modestia”, según Nonio Marcelo”, se derivan de “módico”; según Cicerón, de “modo”. Los filósofos acostumbran llamar modestia a una virtud que Aristóteles dejó sin nombre, relativa a los honores e ignominias medianos; una virtud que es a la magnanimidad lo que la generosidad es a la magnificencia. Suelen definirla como una virtud que lleva a los hombres a buscar pequeños honores y a evitar o soportar las pequeñas ignominias al dictado de la recta razón. Otros dicen que la modestia es la virtud que obliga a los deseos a someterse a la razón, pero en tal caso la modestia sería, lisa y llanamente, una virtud, o al menos sería lo mismo que la moderación y la templanza; en efecto, Piccolomini da este nombre a la virtud moral en general, y afirma que es la que dicta su conducta a los deseos. Pues bien, si por modestia entendiésemos la virtud que Aristóteles definió tras la magnanimidad, nada tendría que ver con la moderación; se encuentra a medio camino entre la ambición y el desprecio de los honores debidos, y vale Pomponio Ático como ejemplo de ella, tan modesto que siempre vivió ajeno a su suerte, y no quiso parecer ni más ni menos de lo que era. Por tanto, si nos referimos a esta modestia, y no a la que se define en el segundo libro de los Magna moralia, a todas luces es algo distinto a la moderación, y aquí no se trata de ella, sino de la moderación.



[Qué es la modestia]

  ¶   6

La moderación es una virtud que mide y dirige las acciones humanas para que no ignoren o transgredan muy de largo los límites que prescribe la honestidad. Por tanto, como dice el otro, enseña a preocuparse de uno mismo y a atender los asuntos de uno; y es que pretender ataviar al buey como a un caballo y que el caballo tire del arado es propio del desmesurado, de quien no sabe ponerse límites a sí mismo ni a sus deseos. Así pues, será moderado quien sea capaz de cohibir la ira, como Filipo el macedonio cuando perdió un ojo; la libido, como Escipión en Hispania, cuando le ofrecieron una hermosísima muchacha; y la ambición, como cuando este mismo se oyó llamar rey. Asimismo, según el dicho popular, es propiamente moderado quien sabe soportar y renunciar, y mantener un ánimo tranquilo en la adversidad, y libre de gloria insolente en la prosperidad. Ahora se trata, pues, de esta admirable moderación, y de la potencia en virtud de la cual se dice que un hombre está dispuesto a esta virtud. Y ahora se enseñará cuáles son las señales que suele acusar el cuerpo humano a raíz de esta habilidad o potencia; no todas, ciertamente, pero sí algunas, las suficientes para satisfacer los requerimientos de una introducción como la pretendida. A la luz de todo esto, pues, queda claro qué es la moderación, qué es el moderado y que existen señales de todo ello. Son como siguen.



[Qué es la moderación]

  ¶   7

Si es moderado quien pone a sus acciones los límites que enseña la recta razón, y si la moderación es una cierta mediocridad en las acciones, resulta evidente que esta pasión no tiene más materia que la masa en la que reside el natural temperamento del hombre; así pues la materia que sirve sencillamente al hombre perfecto y dispuesto según natura, materia a partir de la cual se generan alientos equidistantes de todos los contrarios, será también la materia que habrá de sostener la razón de la moderación. Esto es, la moderación consist irá en una mezcla de los cuatro humores templada según la naturaleza del hombre, de tal modo que se establezca una mezcla equidistante de todos los contrarios y capaz de soportar y sobrellevar en potencia todas las cosas. Cuando el calor viniese a agitar esta masa impresionada por acción de objetos externos y de imágenes, se elevarán alientos iguales y templados que, obedeciendo pulcramente a la razón y siguiendo las prescripciones de la razón, no se darán al libre albedrío ni cometerán repugnancia alguna, de donde resulta que el hombre alcanzará sin problema su objetivo, que es la virtud u obrar y vivir de acuerdo a la virtud, que es comportarse bien, beata y felizmente, y desempeñar las acciones de la vida según la prescripción y la norma de la recta razón. Si esto es así, es evidente que el moderado será lento, pues es reflexivo; luego tampoco será apurado ni raudo en sus acciones. Es reflexivo porque es templado, y es así porque está constituido según la natural temperie del hombre.



  ¶   8

Mas digo lento no solo en el desplazamiento, por tener un calor moderado y templado, sino que por este mismo motivo también se aplicará con templanza a todas las acciones; y por tanto también habla lentamente pues, si hablar es mover la lengua y el movimiento del individuo moderado es lento, entonces también será lento en el hablar. Y advierte que no solo será lento para hablar, es decir, no solo le tomará mucho tiempo producir los sonidos y hablará lento, sino que también pensará largamente lo que dice, algo propio del hombre moderado y modesto. Y parece que esto mismo lo enseñó la naturaleza, que puso a la lengua un freno natural y le antepuso dos muros, uno de hueso, otro de carne, para que los hombres reflexionasen una y otra vez antes de hablar. El moderado no quiere enterarse de lo ajeno, pues quien hace tal cosa es charlatán; no indaga en los secretos ajenos, oculta sus acciones y no se vanagloria de sus estudios ni recrimina los de los demás. Y esto es lo que quiere decir "habla lentamente", pues considera qué ha de decirse antes de abrir la boca; y "voz lenta", es decir, que mientras habla produce los sonidos con lentitud y emplea mucho tiempo en hablar y en pronunciar, pues sus movimientos son lentos.



  ¶   9

Además de ser lenta, la voz del hombre moderado tiene otra característica, y es que está llena de aliento. No es un hilo de voz, como la voz de los enfermos que, aun lenta en ocasiones, es más aguda y ciertamente débil; este, en cambio, imita la voz del toro, que es grave, motivo por el cual la llama lenta y llena de aliento, es decir, que mueve mucho aire por extenso. Creo que la causa es que, al mantenerse el individuo moderado alejado de toda afección vehemente y albergar muchos alientos, estos no están agitados, luego no mueven el aire con agudeza y celeridad, que es de donde nace la agudeza de la voz; sino que, al moverse lentamente y ser muchos, en virtud de esta lentitud de los espíritus que mueven mucho aire, resulta que la voz es grave, que él describe como "llena de aliento". Dice un cierto poeta italiano que esta es una voz regia, y otros la llaman tranquila, y Virgilio presenta a Latino hablando con "corazón tranquilo". Queda claro, pues, que la voz del individuo moderado es lenta, tranquila y llena de aliento, y por qué motivo.



[Voz lenta, llena de aliento]

  ¶   10

Algunos consideran que esta pasión se aplica al hombre, y otros, a la voz. Yo, aunque creo que todo individuo moderado es dulce, pues de no ser dulce no sería moderado, creo que puede aplicarse a la voz y que es adjetivo de la voz. Digo que es una voz dulce la que es suave, no ronca, no desigual, no estridente, no aguda, que no representa ira, molestia, odio o alguna otra afección. [*]
Porta no reconoce esta cualidad en su individuo vergonzoso, que describe prácticamente con estas cualidades aristotélicas.



[Dulce]
[*] [Porta]

  ¶   11

He dicho que esta pasión es propia de la voz; pues si se enumeran aquí las señales del cuerpo, al entender "dulce" con su significado propio, no creerías que se trata de una pasión del cuerpo, luego ha de referirse a la voz; y se entenderá como suave y plácida. Luego la voz del hombre moderado será suave y dulce, no intensa ni muy apocada, ni un hilo de voz ni un vozarrón. El motivo es que su voz es lenta y llena de aliento, luego grave; por consiguiente, es uniforme y constante, y por ello mediocre, luego acorde a natura, y todo lo acorde a natura es agradable y suave, luego la voz del individuo moderado es dulce y suave. No sin motivo me parece que este término, dulce, debe asociarse a la voz y ser tenido por accidente de esta, pues la partícula conjuntiva liga tanto el sentido como las palabras, y los accidentes y los atributos que liga los asocia a un mismo nombre sustantivo, como lo llaman.



  ¶   12

Enumera cinco atributos de los ojos del hombre moderado, de los cuales tres se enuncian de manera afirmativa y dos de manera negativa. Consideremos qué es cada uno de ellos y por qué se dan en él.



  ¶   13

Ojo alegre. Se llama alegre al hombre que demuestra en su rostro gozo y felicidad, y propiamente esa alegría se llama jovialidad, la cual reconoce y juzga el sentido en el rostro y en los gestos del hombre. Así Cicerón, en su libro De finibus. Así pues, se llama propiamente alegre al ojo jovial para quienes lo observan y que despierta en ellos la esperanza en el amor y el bienestar. Luego tres son las cosas que deberán darse en este ojo: primeramente, que tenga un tamaño natural, ni grande ni pequeño. En segundo lugar, que la parte blanca sea cándida y medianamente seca, pero que la pupila sea completamente negra: pues de esta próxima disposición de los contrarios resulta lo mismo que vemos en algunos dibujos que popularmente se llaman en blanco y negro o en claroscuro, y es que mediante una acertada disposición entre sí de estos contrarios se dejan distinguir las partes sólidas de los miembros, unas que parecen sobresalir y otras que parecen hundirse. El tercer requisito es la abundancia de alientos claros, que aportan a los ojos una cierta cualidad indescriptible, según la cual se aleja y se diferencia sin ápice de duda el ojo dormido y el somnoliento del avisado y despierto, y el vivo del muerto.



[Ojo alegre]

  ¶   14

Se demuestra que el moderado tiene los ojos alegres porque ha nacido el moderado para la virtud, luego bien templado; por consiguiente es también ingenioso, luego tiene muchos alientos claros que se dirigen al ojo por el cerebro, y decíamos que esta era una causa de la alegría de los ojos. Además, si el individuo moderado es templado y dispuesto acorde a natura, también así serán sus partes, afines a natura tanto en cantidad como en cualidad, luego todo el ojo será hermoso; a su vez, las cosas hermosas son de aspecto jovial, y se observan con alegría; luego el ojo del moderado se muestra alegre.



  ¶   15

En los ojos suele aparecer de vez en cuando un cierto brillo que denota furias y la combustión del humor bilioso. Es semejante al fulgor que muestra el cielo nocturno, entre púrpura y brillante, del que hizo mención Aristóteles en el primer libro de la Meteorologica. Este brillo nace en el ojo de los vapores secos y claros que se unen a los alientos de la visión, y estos vapores se elevan de la bilis amarilla, cuando se calienta. De aquí resulta que los de ojos semejantes sean muy propensos a la ira; mas puesto que el moderado no tiene bilis amarilla en abundancia, sino que se mantiene templado, sus ojos no abundan en tales vapores, luego ni brillan con ígneo fulgor, como los de los lobos y perros, brillo que, por ser contrario a natura, infunde más temor que deseo; ni son en absoluto oscuros, como suelen ser los ojos de los criminales, los de los hombres atormentados por la mala conciencia o los de los muertos, sino que tienen exactamente el brillo necesario para alegrar los espíritus de quienes los observan y para cumplir con la operación de la vista, que requiere necesariamente algún brillo de su propia naturaleza o algún despunte de esplendor, pues un ojo es en potencia como es en acto algo diáfano que viene a ser movido y estimulado por los colores. Luego el ojo del hombre moderado no brilla como lo hace el del lobo o el del perro, sino que es lúcido y da muestras de alegría y de composición de espíritu. Esta es la segunda pasión del ojo, expresada esta de forma negativa.



[No brillante]

  ¶   16

Tercera condición de los ojos del moderado: que sean negros; en efecto, el ojo, es decir, la pupila, se muestra negra en el individuo moderado; la causa es que el templado alberga aliento y sangre benigna en abundancia, luego tal será el cerebro, luego también las meninges: siendo partes de estas, la córnea y la úvea confirman la naturaleza de los principios de donde nacen. También digo que el ojo del moderado es negro porque el hombre es un animal diurno, naturalmente dispuesto para obrar con luz y amar la luz y, como el ojo negro ve mejor durante el día que durante la noche y, por el contrario, los cerúleos y celestes ven por la noche mejor que los negros, ha de deducirse que el ojo del hombre templado y dispuesto acorde a natura es negro. Así pues, el moderado, que es templado, tendrá un ojo negro, lo cual no sucede a quienes viven en los polos o cerca del polo ártico, cuyos ojos son celestes por regla general, ciertamente porque allí las noches son muy largas y los días turbios y oscuros.



[Negro]

  ¶   17

La cuarta propiedad que atañe a los ojos de los moderados está expresada de manera negativa, como la segunda. Los extremos que se le rechazan al ojo son los siguientes: que esté demasiado cerrado, como lo están generalmente los ojos de los cerdos; ni del todo abierto, como los de los conejos, que incluso duermen con los ojos abiertos, según cuentan. Podríamos decir que la causa de esta pasión es que el moderado o modesto es templado, luego ocupa un lugar intermedio como un todo, luego también en cada parte; por consiguiente, las obras y disposiciones de las partes mantendrán una cierta mesura. Así pues, el ojo no se mostrará ni más cerrado de lo conveniente ni más abierto ni expandido de lo debido.



[No cerrado, no abierto]

  ¶   18

Además, si el conejo es temeroso y tiene ojos grandes y expandidos, es evidente que los ojos grandes, siguiendo a Porta, que dice basarse en Aristóteles, no pueden ser propios del moderado, y que por moderado no ha de entenderse vergonzoso. En efecto, Porta, cuando expone qué denotan los ojos grandes, dice que señalan la envidia, la impudicia, la pereza y la desobediencia; ahora bien, no dice en ninguna parte por qué. Por el contrario, quienes llevan los ojos cerrados, apenas los abren como para dejar ver su blancura y los cierran continuamente reciben el nombre de venéreos, locos, vanos, voraces, injustos y fieros. Por tanto, al no encontrarse el individuo vergonzoso a medio camino entre estos, no coincido con el Suesano, que dice que Aristóteles trata aquí del vergonzoso, y no del moderado. Y no puedo no sorprenderme cuando el mismo Suesano dice qu e ahora explica Aristóteles la naturaleza de aquellos en quienes predomina el frío, y que frío es el vergonzoso, pues es temeroso; y es que si la sangre del temeroso se reúne en las zonas cercanas al corazón y sus alientos se dirigen de la circunferencia hacia el centro y, por el contrario, en el avergonzado y ruborizado se desplaza la sangre del centro a la circunferencia, no puedo no considerar pasiones opuestas el temor y la vergüenza, a menos que consideremos una misma cosa el día y la noche por depender del movimiento del sol y, por depender de una misma causa, consideremos que no hay diferencia alguna entre el calor y el frío, la luz y las tinieblas.



  ¶   19

Luego, ¿cómo puede depender del frío la pasión o accidente que aquí se expone si la voz de este hombre del que hablamos es sonora y llena de aliento? Y si se apunta que, como dice aquel, la suavidad viene del frío, yo no veo qué quiere decir con eso ni de dónde lo saca: pues si lo propio del frío es estrechar y ceñir, es difícil de entender por qué motivo está llena de aliento la voz producida por el frío y, en condiciones frío extremo, volviéndose el aire más denso y más inmóvil, suena menos razonable; por el mismo motivo resulta que, cuando nieva, apenas se percibe el sonido de las campanas. Además, como la voz y el sonido son movimiento o no existen sin movimiento, y como todo movimiento lleva en su naturaleza producir calor, y como todo cuanto produce calor alberga calor en acto o en potencia, es evidente que el movimiento surge del calor, luego también el sonido, y cuanto mayor fuese el calor en movimiento o más fuese incitado al movimiento por un agente motor, tanto mayor será probablemente el sonido. Así, notamos que el viento austral, muy vehemente y cálido, suena más que el aquilón; así, las armas de bronce, cuando abren fuego, suenan con mucha vehemencia, pues el elemento que se mueve lo hace muy rápidamente y al máximo; por su parte, el elemento móvil es el fuego, el príncipe de los cálidos.



  ¶   20

Y respecto de lo que añade al final, que no se puede aducir causa alguna por la cual representen estas señales la vergüenza o la modestia, creo yo que habría hecho mejor en admitir que no la encontró; y es que no hay efecto natural alguno, solo por ser efecto, que no tenga causa: en caso contrario, no sería un efecto natural, pues el efecto y la causa son relativos. A su vez, cuando dice que estas propiedades son solamente apariencias y observaciones, al igual que se hace en la astrología, creo que se equivoca, pues en la astrología no se puede aducir causa alguna por la cual de dos individuos nacidos con Saturno o a Júpiter en lo más alto del cielo, sea aquel triste, severo y curioso, mientras noble y afortunado este; en cambio, de lo que yo he dicho puede aportarse, si no me engaño, razón cierta o, al menos, probable.



  ¶   21

Esta, propuesta también de manera afirmativa, es la última pasión de los ojos que señala la moderación. Parpadear consiste en cerrar y abrir alternativamente los párpados de los ojos, aunque más bien se refiere a cerrarlos o a tener una cierta propensión a cerrarlos y, por extensión por parpadear se entiende no ver. Así pues, el parpadeo es una pasión de los ojos, que no denota sino el natural movimiento de los párpados mediante el cual se abren y se cierran un instante los ojos de los individuos despiertos; al ser esta pasión un movimiento, se menciona su lentitud o celeridad, su frecuencia o infrecuencia. Llama Aristóteles moderados a aquellos cuyos ojos no se cierran y parpadean con frecuencia, sino rara vez y con temple. Justifica la veracidad de esta pasión, diciendo: quienes parpadean con prisa son temerosos o bien apurados y cálidos, es decir. más o menos férvidos de lo que conviene al templado; y es que los ojos del temeroso se cierran al punto ante la falta de calor, y los del apurado se abren con prisa ante su exceso. Añade a esto que los moderados no son ni temerosos ni férvidos o apurados, pues en tal caso no serían moderados; por consiguiente, los moderados no parpadean rápidamente, luego lo hacen con calma y sin demasiada energía. Mas ¿por qué parpadean con calma los moderados? Ya nos consta que esto es cierto: investiguemos ahora por qué llega a suceder.



[De parpadeo lento]

  ¶   22

Ciertamente, parpadear lentamente consiste en mover rara vez los párpados de los ojos; por consiguiente, no se da la causa que hace que se muevan con frecuencia, luego estará presente lo contrario de esa causa, acaso su privación. Cierran y mueven los párpados con frecuencia quienes son enérgicamente cálidos y de manera intensiva; luego quienes parpadean poco no son cálidos de manera intensiva, esto es, no son ígneos y biliosos; no obstante, podrán albergar mucho calor de manera extensiva y pueden aguantar mucho rato en sus acciones. Así pues, este parpadeo frecuente se produce por respecto de la causa motriz, que es robusta y potente, a saber, un calor ígneo sutil y bastante móvil por sí mismo; es como una llama, incapaz de mantenerse quieta; y quien parpadea con semejante frecuencia es apurado y cálido, como dice Aristóteles. Y así nos pronunciaremos cuando reconozcamos que esta pasión depende de una causa eficiente.



  ¶   23

Mas puesto que el mismo efecto puede resultar de una causa material y de la cosa puesta en movimiento, y en tal caso indica temor, digamos cómo sucede esto. Pues bien, si lo que se pone en movimiento fuese pesado, de tal manera que apenas lo superase la fuerza motriz, se produciría entonces un movimiento interrumpido, lo cual nos enseña Galeno al señalar la causa de la palpitación y del temblor de los miembros: pues cuando una fuerza motriz supera unas veces y es otras superada, se echa de ver que un miembro se tensa e inmediatamente se relaja y distiende, movimiento interrumpido que se denomina temblor. Así pues, al existir poco calor en el temeroso y estar comprendido este las más veces junto al corazón y abandonar las áreas externas, como son los párpados de los ojos, resulta que por la escasez de calor estos parecen abrirse y cerrarse súbitamente. Mas en el hombre moderado no se da una escasez de calor, pues es templado y está dispuesto acorde a natura; por tanto, el moderado no parpadeará con frecuencia: entonces, si el parpadeo rápido no le sobreviene ni por la causa eficiente o la material, entonces le sobrevendrá uno lento, que se opone al frecuente. Luego el moderado parpadea lentamente y con poca frecuencia porque tiene el calor innato suficiente y suficientemente solvente y robusto como para poder ejercer completamente y según natura todas las operaciones de la vida, y disponerlo todo de manera correcta y exactamente como prescribe la razón. Luego así como la afirmación es la causa de la afirmación y la negación lo es de la negación, también, caso de que la negación fuese causa de la afirmación, la afirmación causará negación, luego si el defecto o el exceso de calor lleva a un parpadeo frecuente, en grado intermedio producirá un parpadeo no frecuente.



Capítulo xii

Capítulo xii    Del jovial o bondadoso

orig:   (19.)

Señales del agradable: frente enorme, carnos y lisa; a zona de los ojos se muestra más humilde, y el rostro muy somnoliento, de mirada ni firme ni perdida; será de movimiento lento y desgarbado; respecto a la apariencia y el gesto de su rostro no se mostrará desconsiderado, sino bueno.  

  ¶   1

Quienes han interpretado la palabra εὔθυμον, empleada por Aristóteles, la han traducido de diversas maneras: p ues unos dicen animoso, otros jovial, algunos alegre y feliz; los hay que proponen benigno, y los hay que seguro y tranquilo; y ciertamente, según el diccionario que llaman Thesaurus, la palabra εὔθυμος significa tranquilo y benigno, es decir que tiene un espíritu bueno y dispuesto a hacer el bien a los demás.



  ¶   2

En primer lugar, no puedo admitir "animoso", pues su significado es incompatible y las señales aducidas por Aristóteles en modo alguno pueden convenir al movimiento del espíritu: es animoso quien alberga en sí una vehemencia de espíritu; Cicerón opina en las Tusculanas y en Pro Milone que bravo y animoso significan prácticamente lo mismo, y nosotros llamamos también animoso al soberbio, al engreído y al iracundo. Así, dice Ovidio: Pirro, animoso a imagen de su padre Aquiles 2-34, es decir, soberbio e iracundo a semejanza de su padre Aquiles. Y llaman animosidad los latinos al arranque del espíritu y a la vehemencia que tiene su sede en el corazón, que Espeusipo define como un arrebato violento de la parte irracional del alma que desemboca en la acción sin orden de la mente. Y si la animosidad es lo que hemos dicho, ¿cómo podría ser el individuo animoso lento en sus movimientos?, ¿cómo podría tener un rostro muy somnoliento cuando, por el contrario, es plenamente férvido y dispuesto a la acción? Por tanto, no diremos que Aristóteles aduce ahora las señales del animoso.



  ¶   3

¿Y del jovial o del feliz? En verdad, el feliz no es somnoliento ni de movimientos lentos, pues vemos que los felices bailan, saltan y son incapaces de mantenerse quietos, como sucedió a Clinias de Terencio, de quien cuenta Siro que, llevado por la alegría, estaba fuera de sí y no conseguía cohibirse. Añade que quienes experimentan gran alegría o placer necesitan mostrarlo y comunicárselo a sus amigos, pues al haber aumentado el calor necesariamente aumenta la fuerza motriz del animal, la cual, una vez ha aumentado, se vuelve también el animal más dispuesto al movimiento. Luego no diremos que es jovial quien acusa las señales que presenta Aristóteles, a menos que por jovial entendamos benigno, humano y dispuesto a no perjudicar a nadie, sino a beneficiarlos a todos; tranquilo y seguro como quien, al no perjudicar a nadie y saberse inocente de todo, vive con espíritu tranquilo y ocioso. Por tanto, soy yo de la opinión que se trata aquí del hombre tranquilo y benigno, es decir, del que tiene una disposición natural tal que es tranquilo, benigno y humano, para nadie perjudicial, nunca agitado por la ira, la ambición o la libido.



  ¶   4

El motivo por el que se ha mencionado a semejante hombre después del moderado parece ser la afinidad de estas dos palabras pues, prácticamente, quien es moderado también es benigno y tranquilo, ya que si el moderado no transgrede los límites de la recta razón, hace lo que conviene y es de alabar, luego no ofende a nadie y, con probabilidad, a nadie temerá, luego vivirá seguro y tranquilo; y es que además, estando dispuesto conforme a natura, es natural en el hombre ser humano y benigno, luego será moderado y benigno.



  ¶   5

Llamamos pues benigno y tranquilo, próximo tema del discurso, a quien detenta buen ánimo para con todos los hombres; y este individuo es plácido y alberga una propensión amigable para con todos, luego no tendrá bilis en abundancia, pues esta es amarga; ni melancolía, pues es ácida y austera; luego abundará en sangre y pituita. Así pues, al individuo en cuyo corazón y ventrículos predomine la sangre pura con subdominio de la pituita natural lo llamaremos benigno y tranquilo; y es que recordará al aire y al agua, que apenas tardan en adoptar y olvidar las cualidades ajenas.



[Quién es benigno]

  ¶   6

Llamo frente inmensa a la que se extiende mucho a lo largo y ancho. Dice Galeno que este tamaño de frente denota indolencia y lent itud. Porta, siguiendo a Aristóteles más adelante, asocia el fragmento a los bueyes, y ciertamente esto puede defenderse así: si la frente es grande, son también grandes los huesos de la parte delantera de la cabeza, luego también será grande el cerebro, por lo que también es grande el origen del frío y del humor natural, luego ambos se encontrarán en gran cantidad. Por consiguiente, el animal será también lento en sus acciones, tranquilo, no férvido; luego no será iracundo ni fiero, luego benigno y tranquilo. En virtud de lo cual, como el benigno no es iracundo, ni fiero, ni dispuesto a perjudicar, con razón tendrá una frente grande, pues tendrá grande la parte delantera de la cabeza, luego grande también el cerebro, y por ello tendrá preparado el instrumento con que se templarán el fervor de la bilis, la dureza, la austeridad y el amargor de la melancolía y el aliento vehemente que suele elevarse de ambas cuando se calientan.



[Frente inmensa]

  ¶   7

La frente es también carnosa, porque partimos de que todo el cuerpo contiene en abundancia sangre pura y pituita natural, dos humores estos que constituyen y abastecen en gran medida la carne del cuerpo.



[Carnosa]

  ¶   8

Llamo suave a la piel lisa y que no se muestra áspera al tacto, como hace la carne de los viejos campesinos y de quienes atormentan su cuerpo con muchos trabajos y muchas vigilias. Digo pues que la frente del benigno es suave porque el benigno es carnoso y tiene sangre pura y pituita en abundancia, y es propio de la pituita conceder a las cosas una cierta suavidad; no en vano, lo suave se asocia a lo húmedo, así como lo áspero a lo seco, luego la piel de quienes tienen mucha abundancia de pituita natural con sangre pura es suave y delicada y uniforme al tacto, como se echa de ver al tacto de las muchachas voluptuosas, cuyas carnes son de lo más suaves.



[Suave]

  ¶   9

El Suessano entiende que Aristóteles quería decir que el benigno lleva las cejas y los párpados caídos. Yo, ciertamente, creo que así como el soberbio lleva las cejas erguidas y levantadas, el benigno, que es manso, tiene las cejas naturalmente hundidas, mas no contraídas, como las contrae en arco quien demuestra sorpresa, sino que baja las cejas de manera natural como suelen bajarlas quienes tienen sueño y no consiguen mantener los ojos abiertos. Por consiguiente, así se muestra bastante humilde la zona de los ojos, esto es los párpados, las cejas y las mejillas; es decir, están un poco más hundidas y bajadas de como se muestran naturalmente y por regla general en los hombres dispuestos acorde a natura. Creo que el motivo es que esas partes son carnosas, ricas en pituita y bastante laxas, dotadas de alientos mediocres y bastante distendidos: por tanto se caen y se bajan, por lo que se muestran bastante humildes.



[Ojos bastante humildes]

  ¶   10

Así pues, si las cejas están bajadas y los párpados se cierran, ciertamente el rostro se muestra somnoliento, pues quienes tienen sueño y se acercan al sueño se ven afectados de este modo. Mas la causa de que sean propensos al sueño y sean de sueño más intenso y profundo es que son un tanto pituitosos y tienen un cerebro un tanto húmedo y frío, motivo por el cual se suele conciliar bien el sueño, como sucede con los niños y con quienes, aquejados de letargo sufren por una excesiva abundancia de pituita en el cerebro, que es más fría y más húmeda de lo conveniente.



[Rostro bastante somnoliento]

  ¶   11

Quienes miran fijamente acusan impudicia o admiración. Impúdicos, puesto que reconocen despreciar a quienes observan, mirándolos fijamente con los ojos abiertos, como más arriba se ha dicho. Mas quienes son presa de la admiración, contraídos por dentro sus alientos y pendientes del objeto admirable, como si convulsionasen sus ojos y párpados, sus nervios se retraen hacia su origen, siguiendo los alientos que se reúnen por el centro del cerebro o en el lugar donde se observan los fantasmas, y así también ellos mantienen los ojos fijos como suelen hacer los estupefactos.



[De mirada ni firme ni huidiza]

  ¶   12

Mas los ojos de los benignos y de quienes viven con tranquilidad no pueden fijarse de este modo, pues no son presa ni de la impudicia ni de la admiración, ni miran más apocados ni entrecerrados de lo oportuno, pues son los tocados de vergüenza quienes suelen mirar así. Los benignos, pues, se mantienen alejados de ambos extremos, pues no son impúdicos ni se sonrojan. Mas si llevásemos la cuestión al principio material, observaríamos que este es efecto de la sangre y de la pituita y de los alientos que surgen de una masa semejante, y quienes son tranquilos y no tienen preocupación alguna se muestran por lo general dispuestos de este modo, pues no aquejan fervor alguno en la zona del corazón, como los furibundos; ni una sangre tan fría que parezcan insensatos o absortos.



  ¶   13

No creo que solo deba contemplarse aquí el desplazamiento, sino cualquier movimiento espacial sin distinción, ya lo efectúe el hombre tranquilo con los pies o con las manos. Por su parte, existe una diferencia entre el movimiento o desplazamiento lento y el indolente, pues se llama lento el movimiento que precisa mucho tiempo para desplazarse un poco, del mismo modo que se llama rápido el que en un corto espacio de tiempo recorre una larga distancia; y el movimiento indolente se opone al enérgico: el caracol y la tortuga pueden moverse de manera enérgica o indolente, pero siempre lo harán despacio. Y este movimiento indolente del que ahora se trata parece recibir ese nombre en comparación con el precedente, luego será indolente el movimiento en cuya ejecución deposita el sujeto móvil menos aliento y menor diligencia, a la vez que ansía con menor interés que antes el fin al que se dirige el movimiento; cuando, por el contrario, deposita en ello mayor interés y mayor esfuerzo e industria, el movimiento se denomina enérgico.



[Movimiento lento e indolente]

  ¶   14

Pero como parece moverse más deprisa quien pone mayor dedicación en su movimiento, decimos a menudo que correr con mayor energía es lo mismo que apurar el paso, y caminar con indolencia lo mismo que moverse lentamente; sin embargo, hablando con propiedad, estos dos términos, como ya se ha dicho, se distinguen entre sí, luego el sentido del texto parece ser el siguiente: el benigno es de movimiento lento, es decir no se mueve rápidamente al caminar ni al hacer cualquier cosa; a su vez, es indolente en su movimiento, es decir no deposita mucho interés ni mucho esfuerzo ni energía en llevar a cabo lo que inició con el movimiento, sino que se desempeña con calma y tranquilo en todo cuanto decide hacer, aspecto en que parece asociarse al buey, que se mueve con calma y lentamente, aun cuando está libre de trabajo y se dirige a comer o a beber.



  ¶   15

Ciertamente, este movimiento parece depender de los principios propios del bondadoso pues, si es cierto que el bondadoso es de temperamento sanguíneo con subdominio de la pituita, ciertamente no será ni rápido ni enérgico, ya que la celeridad y el movimiento enérgico son efecto de la bilis amarilla y del abundante calor intenso, efecto que no se encuentra en el bondadoso. Además, el pituitoso es frío, y el frío no es rápido, sino lento, y los animales de abundante pituita con cualidad terrestre, como los caracoles o los lirones y las serpientes en invierno, se mueven con gesto lento y agarrotado; no en vano, es propio del frío mantenerse quieto e inducir quietud, del mismo modo que el calor tiende a agitar y a producir movimiento. Vemos pues en el día a día y en las acciones humanas que quienes son de espíritu tranquilo y ocioso se mueven con paso indolente y lento; pero que, en caso de preocupación o negocio, se apuran y agitan, y vemos además que se mueven de manera más enérgica y rápida, como si pretendiesen desprenderse de la carga más rápidamente, como se echa de ver en los portadores, pues muchos de ellos, a mayor peso de la carga, se mueven con paso más rápido y enérgico, y prácticamente rompen a correr, pues piensan que así sienten menos la carga y menos dura el trabajo. Así, se dice con acierto que el paso y el movimiento de estos hombres son lentos e indolentes, que es lo que había que demostrar.



  ¶   16

Dicen los filósofos que la figura es un tipo de cualidad; los matemáticos la definen como una superficie delimitada por una o varias líneas; en este sentido llamamos figuras al círculo, al triángulo y demás formas de este estilo. Pero también se llama figura a la circunscripción externa que delimita los cuerpos inanimados. Simplicio, por su parte, opina que puede hablarse de figura tanto en las cosas animadas como en las inanimadas, y que es propiamente una cualidad, de modo que la figura y la forma accidental son una misma cosa. Por su parte, esta forma accidental es una cualidad que delimita y circunscribe los cuerpos naturales y artificiales mediante extensiones y colores determinados, en función de lo cual suelen recibir las cosas naturales el nombre de hermosas o deformes: de estas líneas y colores de las partes resulta la belleza o la fealdad, atendiendo a su mayor o menor adecuación a la costumbre y la proporción natural.



[Adecuado según la figura y apariencia del rostro]

  ¶   17

Es propio de las formas que se dejan ver en el cuerpo, y sobre todo en el rostro, que unos gusten y otros no; que unos lo hagan en general, y otros solo a algunos; y de entre los que gustan, unos infunden honor y reverencia, como se lee de la forma de Príamo; otros despiertan amor y deseo, como se escribe de Elena y Paris; otros gozo y una cierta felicidad o deleite, como se dice de Alcibíades; otros, amor con un cierto temor noble, como se cuenta de Escipión Africano, de Agesilao y de Alejandro Magno, cuyo aspecto generaba en sus soldados una cierta alegría y felicidad. Algunas otras especies y formas generan odio, y algunas desprecio y risa, como se apunta de Filopemén, general de los aqueos, que era tan feo y deforme que alguna mujer lo habría tenido por un lacayo, mozo de caballos o siervo raso. A la luz de todo esto, pues, queda expuesto qué ha de entenderse por la figura que se deja ver en el rostro, cómo nos llamamos hermosos o deformes según ella y de cuántos tipos puede ser. Con este sentido existen algunos versos antiguos que hablan de la forma y la figura accidental de los dioses e insinúan sus cualidades: el aspecto de Mercurio puede agradar, el aspecto de Apolo mueve al deseo, también se pinta hermoso a Lieo, y es de todos el más hermoso Cupido 2-35.



  ¶   18

Es propio de esta forma dejarse ver y ser percibida principalmente en el rostro, en los ojos, las mejillas y la frente. Además, la costumbre de la que habla Aristóteles suelen definirla algunos como un hábito bien asentado según el cual hacemos o padecemos algo prontamente. Varrón llama costumbre a una institución del espíritu a la que debe seguir un uso habitual; por su parte, Feseto llama costumbre a una institución relativa a la religión y al culto de los dioses; así pues, parece que la costumbre precede, y que luego se sigue el uso habitual, y se dice costumbre ( lat. MOS) como quien dice modo (lat. MODUS), por síncopa. Mas puesto que al obrar uno según una costumbre o hábito, como cuando se enfada, o se compadece, o ama, o desea, dispone su gesto y su rostro de una manera determinada y los varía y altera, resulta que nos referimos a esta disposición como costumbre que aparece en el rostro, es decir como señal de la costumbre, nombrando con una misma palabra la señal y lo señalado. Como al enfadarse un hombre se giran sus ojos, se frunce su frente, se ruborizan sus mejillas y se tensan sus labios, si identificamos tal apariencia o disposición en un rostro, diremos de este que tiene el gesto dispuesto según la costumbre del enfadado, aunque no aqueje ira alguna; del mismo modo, si viésemos que alguien agacha el rostro y suspira con suavidad, cierra levemente los ojos y aparta la mirada, diremos que se dispone según la costumbre del misericorde.



  ¶   19

Así pues, dice Aristóteles que en el rostro del bondadoso se dan una figura y una costumbre de este tipo entendidas en este sentido. Por tanto, el sentido dice así: quien es bondadoso y plácido tiene el rostro dispuesto y delineado de una manera determinada, de modo que en él aparece y brilla una cierta bondad y consideración en sus acciones, conque nunca se precipita, ni hace a las bravas nada que pueda pesarle más adelante. Ahora puede indagarse sobre el motivo de ello, y es que si el alma es una causa según el triple tipo de causa, como se ha dicho en el segundo libro del De anima, y las potencias fuesen sus accidentes, siendo cierto que todo agente asimila el paciente en que actúa en tanto que es capaz de padecer, y buscando un fin hace lo necesario para tal fin, es probable que el alma misericorde, o iracunda o bondadosa, es decir propensa a estas cualidades según las potencias naturales que llamamos del segundo tipo, tenga también un cuerpo y unos órganos y partes del cuerpo dispuestos a actuar con misericordia o con ira; y si la naturaleza busca el fin de la ira o de la misericordia y no actúa sino por instrumentos corporales, sin adminículo alguno, los miembros del cuerpo han de estar dispuestos a compadecerse y a enfadarse; por tanto, también es razonable que aparezcan y se dejen ver en el cuerpo trazas de aquellas pasiones o potencias que llegan más que las restantes al acto segundo. Así, si alguien quiere cortar, necesita proveerse de una sierra, y esta sierra debe aplicarse de algún modo al fin al que se dirige y para cuyo uso se ha preparado.



  ¶   20

Mas se planteará alguno cómo ha de ser por naturaleza el rostro compuesto según la costumbre de un hombre bueno y no apurado. No dirás que hermoso, pues hay muchos hombres hermosos y muy malos, como se lee de Cómodo, del hijo de Macrino y de Absalón; no dirás que feo, pues la fealdad es odiosa: no llamarás bueno a lo odioso, pues lo bueno es amable, mientras que nada odioso sugiere afecto; y no dirás que a medio camino, pues muchos de estos han resultado malos, buenos y ni una cosa ni la otra.



[Cuestión]

  ¶   21

Diría yo que, en nuestras regiones, el rostro de un hombre bueno y joven sería algo así: frente blanca, uniforme, cuadrada, no hundida, no inflada, no abombada; sienes delgadas, ojos medianos, cóncavos, plácidos, de mirada no amenazante, no turbios, no brillantes, pero tampoco oscuros; nariz recta y redonda en su extremo, ni chata ni aguileña, medianamente blanca; mejillas rosadas, rostro más bien largo, labios delicados, con un rojo uniforme y coherente; dientes pequeños, blancos, separados solo un poco; boca mediana, pero más bien hacia grande que hacia pequeña; barba bronceada, no escasa, no rizada, que cubra las mejillas y la barbilla; mentón amplio, bífido; los huesos de las mandíbulas medianos, no grandes, pero tampoco más pequeños de lo debido; mirada contenida, bondadosa y fácil, próxima a una cierta humildad, de manera que no se distinga en el rostro soberbia ni jactancia alguna, sino tan solo placidez y una cierta propensión a bendecir y favorecer a los demás.



[Respuesta]

  ¶   22

Digo que este rostro, compuesto según esta costumbre y apariencia, resulta de un alma con una propensión y una perfección semejantes porque encuentra el temperamento del cuerpo y la mezcla de los cuatro humores más adecuada para el desarrollo de esta operación que para la opuesta. Así, si alguien me pregunta por qué para cortar madera uso una sierra antes que una azuela, habré de responder que porque la sierra la tengo a mano, y la azuela no, y por tanto diré que vale para serrar. En cuanto a por qué dispongo de tal mezcla y temperamento, eso ya solo depende de la voluntad de Dios, y no hay fuerza humana que pueda averiguarlo; por su parte, quienes lo atribuyen al cielo, a las disposiciones de los cielos o a las afecciones del padre o de la madre, son semejantes a aquellos que, cuando se les pregunta por quién esculpió una estatua, responden que son obra del martillo y del cincel.



  ¶   23

Así pues, llamamos bueno al hombre perfectamente dispuesto acorde a la naturaleza humana y con un temperamento equidistante de los extremos; moderado, por tanto, luego también bondadoso. A su vez, el bueno lleva en su rostro la costumbre y el aspecto del bueno, luego también el bondadoso ostenta la costumbre del bueno, que es lo que debía probarse.



  ¶   24

Mas parece digno de cuestión si acaso todos los hombres buenos llevan en el rostro la figura y la costumbre del bueno, o acaso ninguno, o acaso solo unos y otros no. En primer lugar, pues, que todos los buenos habrán de tener en el rostro una costumbre y una figura de su disposición puede confirmarse mediante el razonamiento superior, pues si el hombre bueno está dispuesto acorde a natura, será coherente en todos los aspectos: luego el rostro también estará dispuesto acorde a natura, luego en el rostro se dejará ver la figura de la bondad, luego todos los hombres buenos tendrán en el rostro una imagen de bondad, como el dorso de una moneda, mediante el cual se reconoce cuánto valen. En efecto, rara vez sucede que los hermosos no sean buenos y, como dice Plutarco, quien critica la belleza también litigia contra el alma, en tanto que causa de la belleza humana; y ciertamente, como decía Platón, la belleza es una cosa bonita de ver, agradable de oír y que ayuda, capta y liga todos los sentidos. Y un cierto pitagórico antiguo llamaba hermosos a los dioses o a las estatuas de los dioses, pues los demás hombres los admiraban; por el mero hecho de ser hermosos, no les reclaman a estos las gracias si acaso les hubiesen sido de ayuda, sino que consideran agradecimiento suficiente que hayan soportado dejarse ayudar.



[Cuestión: si acaso el rostro del hombre bueno demuestra la bondad que hay en el alma]

  ¶   25

Luego si el hombre hermoso es tal, con razón todo hombre hermoso será bueno y todo hombre bueno será hermoso: y es que aquello que a todos gusta es bueno, y si a todos gusta una apariencia hermosa y todos disfrutan de la belleza y desean resultar gratos al hermoso, entonces todos los hermosos son buenos, y no podría ser bueno quien no fuese hermoso, pues si se ama a quien se admira y son admirados quienes gustan, y son los hermosos quienes gustan, luego se ama a los hermosos. Mas si algunas muy buenas personas no son hermosas, entonces habrá algunas muy buenas personas que no son amadas: lo que no se ama no es admirado ni bueno, luego las muy buenas personas no serán amadas a menos que sean hermosas; si no son amadas no serán tenidas por admirables ni buenas. Luego con razón los hermosos son buenos y los buenos hermosos, y quienes son de otro modo no se llamarán ni buenos ni hermosos. Por otra parte, quien dedicase un pensamiento a la eximia belleza de Elena y de Paris, único motivo por que casi se hunden Europa y Asia, enfrentadas en largo combate, verán que a esa belleza nada bueno se liga. Fue muy hermoso el hijo de Maximino, fue muy hermoso Diadumeno, y no fueron menos hermosos que ellos Adonis, Atis y Ganimedes, Endimio, Narciso, Hilas y Faón, por cuyo amor moría Safo; mas con su belleza jamás merecieron el nombre de hombres buenos. Pues si es propio del hombre bueno actuar bien, es decir obrar según la recta razón y ser alabado por ello, no consta que ninguno de estos haya hecho nada bueno, sino comportarse como animales en el desenfreno y la suma lascivia, lo cual nunca llamaríamos actuar o vivir bien.



  ¶   26

Así pues, no todos los buenos son hermosos, ni ha de creerse que por ser alguien hermoso también ha de ser bueno, ni que si es bueno habrá de ser por ello hermoso. Pues, ¿quién ha habido más feo que Esopo?, ¿quién más horrendo y enclenque que Epitecto? ¿quién más feo que Aristóteles, de quien dicen que fue medio calvo, de frente amplia, ojos pequeñísimos, rostro pálido, barba escasa, vientre hinchado y piernas escuálidas, hasta el punto de vestir siempre por pudor una túnica larga? Mas si fueron feos tantos próceres de la sabiduría y de la bondad, la belleza no parece tener nada que ver con la bondad, ni puede razonarse así: "es hermoso, luego es bueno", ni así: "si es bueno, entonces es hermoso", pues se encuentran hermosos malos y malos que son feos, y algunos buenos hermosos y algunos feos malos. Parece, pues, si no me equivoco, que la razón dice lo siguiente: que hay muchos más feos buenos que malos, y ya se ha dicho más arriba que los hermosos, por regla general, son malos, no solo por naturaleza, sino también por hábito y costumbre.



  ¶   27

Además, la naturaleza de las cosas hace que cuanto existe entre nosotros no sea absolutamente bueno, pues todo participa de la materia, que es la raíz y el principio de toda imperfección; pero tampoco del todo malo, pues todo posee una forma, que alberga la razón de lo bueno, según la comunión de la cual recibe esto o aquello el calificativo de mejor o peor, en su especie o de manera general. Por ejemplo, que el hombre es sencillamente mejor que los demás animales, pues participa más de la forma y del propio ser; en su género, en cambio, Sócrates parece mejor que Calias, y el hombre mejor que la mujer, pues en él brillan más las obras y virtudes de la razón. Así pues, es cierto que entre nosotros no puede haber nada plenamente bondadoso, luego en todo sujeto natural susceptible habrá algo que tenga la razón de la bondad y algo que pueda llamarse malo.



  ¶   28

Mas Sócrates no será bueno y malo en una misma parte de su sujeto ni según una misma consideración, por tanto si la belleza es una cierta bondad y, además, es exterior, no por ello debe darse también en el interior; y si las partes internas están bien formadas, no necesariamente estarán también bien elaboradas las partes exteriores. Mas aquel individuo cuyas partes internas no estén dispuestas según la razón no será bueno por naturaleza, sino que habrá de volverse tal mediante el ejercicio y la disciplina; así pues rara vez, si acaso alguna, darás con un hombre que sea hermoso y bueno a un tiempo, ni con uno bueno que sea hermoso; y es que la naturaleza no puede hacerlo sencillamente perfecto, sino que, al perfeccionar una parte, descuida otra, luego si la parte que se forma con mayor cuidado ha de ser más perfecta, la que presenta la materia, por el contrario, aparecerá por lo general mal tratada, pues estará menos elaborada. Esto se constata con un ejemplo tomado de prácticamente cualquier especie de cosas, pues toda especie tiene dos extremos de los que uno alberga la razón de la perfección y de la bondad, mientras que el otro la razón de la privación, de la imperfección y de la maldad, como se puede observar en los colores, los sabores, los olores y, en fin, en toda la naturaleza, por tanto si cuanto se compone de estas cosas es perfecto por una parte, es evidente que no puede serlo también por la opuesta.



  ¶   29

En efecto, esto es muy cierto es los frutos. Si unos melones tuviesen una pulpa muy buena y sabrosa, tendrán por regla general semillas débiles y estériles; si, por el contrario, estuviesen llenas de semillas muy buenas, serían insípidos y no valdrían para el consumo. De modo semejante, las manzanas, las peras y las ciruelas que por dentro han sido carcomidas por los gusanos y están llenas de huecos y podredumbre se muestran por fuera muy hermosas y aquejan una madurez precoz, parecen más olorosas y sabrosas. Luego ni lo bueno es hermoso ni lo hermoso es bueno, sino que se diría que una cosa atañe a la apariencia y a los sentidos, mientras que la otra a la esencia y al intelecto; una a la sustancia, otra al accidente; una a la parte interna, otra a la externa: cada una de las cuales se diferencian entre sí y son plenamente diversas. Propiamente, lo bueno se demuestra mediante el intelecto; la hermosura la juzga el sentido, la visión y el oído. Si hablamos de lo hermoso, nos referiremos a lo que se encuentra en la superficie de los cuerpos naturales, pues la hermosura es la disposición de las partes externas de un cuerpo, en sustancia, cantidad, cualidad y posición, siguiendo al máximo grado los requerimientos de su naturaleza; así pues, llamamos hombre hermoso a aquel cuyos miembros, siguiendo estos postulados, estén dispuestos al mayor grado según los requerimientos de su naturaleza.



  ¶   30

Así pues, a este planteamiento ha de responderse que la bondad del alma es doble, una natural y otra adquirida. Los hermosos de cuerpo, es decir quienes están dispuestos conforme a la naturaleza según los requerimientos del cuerpo, tienen por regla general una bondad natural; esta consiste en una cierta propensión y habilidad para seguir el imperio de la razón: en efecto, al ser la naturaleza un agente interno y que empieza a actuar en el centro y se desplaza hacia la circunferencia, es probable que, si las partes externas son perfectas, sean las internas mucho más perfectas. Y es que en caso contrario, sería ridículo adolecer de lo necesario y, en cambio, buscar con ahínco lo innecesario. Por su parte, la bondad que se persigue con el uso, el ejercicio y la disciplina no se encuentra ni en el hermoso ni en el feo a menos que uno y otro se la procuren mediante el esfuerzo y la dedicación.



[Solución]

  ¶   31

Sucede además por lo general que los hermosos, como de niños son amados por sus padres y por aquellos a quienes se confía su cuidado, son corregidos con suavidad y apenas se les suelta reprimenda alguna, luego de alguna manera, como se escribe de Alcibíades, al permitírseles hacer cualquier cosa, los hermosos se vuelven y resultan insolentes, soberbios, petulantes, lascivos, belicosos, creyendo que por su belleza todo les viene bien y que no deben explicarse por nada. Así resulta, pues, que por regla general los hermosos de rostro sean malos en hábito. Quienes son feos y horrendos, por el contrario, reciben de niños continuas riñas, amenazas, reprimendas, bofetadas y en cierta medida se despeñan violentamente en la vía de la virtud, y no son estimados ni admirados por nadie a menos que sean buenos. Por este motivo resulta que los feos no son buenos por naturaleza, sino por hábito y educación, lo cual queda patente con el ejemplo de Sócrates. Mas de esto ya se ha hablado bastante en otro lugar.



  ¶   32

Así pues, los hombres no son naturalmente ni buenos ni malos, como sí son hermosos y feos; ahora bien, lo cierto es que algunos están más dispuestos a actuar bien y otros menos, según tengan unos órganos naturales más o menos impedidos. Mas tanto los feos como los hermosos están en mano de su albedrío, y todos los hábitos según los cuales el hombre recibe el nombre de bueno, malo o de disposición intermedia dependen de la elección y de la voluntad humana, como se ha dicho en el tercer libro de la Ethica; y nosotros somos el principio de nuestras acciones, de ahí que no debamos culpar a la fortuna si acaso hiciésemos algo malo o si nos sucediese algo adverso, sino que son nuestra ignorancia y maldad las que han de condenarse como auténtica causa de estos males, cuando nosotros mismos nos procuramos los males mediante nuestras costumbres inicuas, nuestra imprudencia, envidia, ambición, ira y seiscientos otros vicios, y cuando por un insano amor por nosotros mismos ponemos excusas y defendemos nuestros crímenes y pretendemos parecer del todo justos, buenos y santos: y es que no fue Júpiter quien abró la caja de Pandora, sino Epimeteo. Queda con esto patente que los hermosos no son siempre buenos, y cómo a veces lo son.



  ¶   33

Mas volviendo sobre la naturaleza del bondadoso, si ciertamente es a quien definimos más arriba, es decir, quien tiene buen espíritu con todos, demuestra una cierta propensión a la benevolencia para con todos los hombres y está dotado de un temperamento sanguíneo con pituita, en verdad ya es cierto que será plácido y manso, no iracundo; no malhumorado, sino afable y gentil. Mas puesto que no tiene bilis en abundancia ni un exceso de calor, no será muy osado, sino que demostrará un temor moderado; será templado y contenido en los placeres carnales, pues no es osado ni inmodesto; mas como, según cuentan, es propio del vientre bastante frío que le apetezca alimento y bebida, y en ocasiones más que la que puede digerir, por este motivo se volverá somnoliento y le pesará la cabeza, y se creerá que acusa un ingenio no muy despierto ni sutil; y siendo pituitoso, no será ni audaz, ni magnánimo, ni magnífico, sino conforme con la mediocridad y modesto, más bien blando antes que trabajador, pues con gusto evita el trabajo, pues es pituitoso y un poco frío; blando porque es plácido y no piensa en desagradar a nadie; y siendo blando, no siempre es veraz, sino que prometerá más de lo que dará o podrá dar; luego gozará entre muchos de mala reputación, como hombre de mente ágil y sagaz, cuando por el contrario es imprudente, indicio de lo cual es que, siendo pobre, nunca se volverá rico y que, si ya lo fuese, no ampliaría el haber familiar.



  ¶   34

También será vano, y barajará muchas cosas que no pondrá en marcha; también olvidadizo, pues frío e incapaz de trabajar; por vano, publicará y dirá muchas cosas, y prodigará con futilidad sus secretos pues, abundando en pituita y sangre, será incapaz de guardarse para sí lo que sepa; y puesto que es charlatán, también preguntará por los asuntos ajenos, no por perjudicarlos, sino solamente para poder hablar, pues busca material de charla; y como el charlatán es dado a la pregunta, también será fatuo, pues es pituitoso y sanguíneo: no en vano, la pituita es agua, y el agua no retiene las formas que adopta; la sangre se asocia al aire, la cosa más móvil de todas y plenamente versátil; y puesto que tiene tal temperamento será también por sí mismo ineficaz en sus acciones, pues la eficacia resulta del calor abundante y de la sangre biliosa y melancólica, luego no sabrá pedir un favor ni replicar a quien se lo negase, ni será capaz de negarse si se le pide que haga algo que no quiere, pues hemos dicho que carece de audacia y calor.



  ¶   35

El individuo que tenga por propias semejantes obras será de ingenio lento, pues será pituitoso y muy frío, y también de verbo lento, pese a ser locuaz, pues no tiene mucho calor, luego no será clamoroso ni belicoso, pues es bondadoso y calmado y un tanto frío y lento; amigo del juego, pues le gusta el tiempo libre, pues aborrece el trabajo y no le agrada ejercitar la mente; pero la victoria le traerá una alegría moderada, pues es sanguíneo, pero no ambicioso y, siendo calmado, será también misericorde y pío, no envidioso, no maledicente, pues es benigno; más crédulo de lo conveniente, pues esto es propio del temperamento sanguíneo y pituitoso asociado al agua y al aire; y al ser crédulo, es también complaciente y se dejará convencer sin esfuerzo, pues no es ni sagaz ni astuto; y puesto que es así, es muy sospechoso; al ser pituitoso, es indolente y somnoliento; no es avaro ni deseoso de ganancias, sino servil, luego ni engreído ni soberbio; y olvidadizo, por lo que no es apto para el estudio de las ciencias, pues no tiene alientos sutiles, uniformes, abundantes, cálidos y estables, como se requieren en quienes se aplican a las ciencias.



  ¶   36

Estos, pues, y otros semejantes parecen ser según la razón los accidentes del hombre que hemos llamado bondadoso y jovial o de buenas costumbres o plácido, y del que en este momento habla Aristóteles. Mas me parece que bajo ninguna circunstancia puede llamarse jovial el aquí descrito, pues un vino no es agradable con tal que sea suave y tenga dulzor: en tal caso hasta el agua dulce sería jovial y suave. Llamamos suave al vino porque junto con el dulzor lleva un algo de nobleza y cierta astringencia blanda y no desagradable; así, el hombre jovial no es el sencillamente blando y complaciente, sino el que junto con la complacencia y la placidez y la humanidad lleva cierta virilidad y agudeza mental, mas reconoce bien la diferencia entre una monea auténtica y una falsa 2-36, y sabe con precisión a quiénes debe conceder favores, de quiénes debe cuidarse y cómo ha de tratar con cada uno de ellos, y lo que sabe lo pone en práctica mediando no obstante cierta razón y manera.



Capítulo xiii

Capítulo xiii    DEL TRISTE

orig:   (20.)

Señales del triste: rostro arrugado y ojos demacrados, abatidos; mas el abatimiento de los ojos significa dos cosas a un tiempo: por una parte, denota lo blando y femenino; por otra, lo apocado y triste; y de apariencia humilde y de movimientos indolentes.  

  ¶   1

El triste y antipático se opone en cierto modo al bondadoso y afable, por lo que habiendo hablado de uno, decidió Aristóteles decir alguna cosa del otro. Se llama triste tanto a lo que provoca tristeza como a lo que padece tristeza. En el primer sentido dijo así aquel: cosa triste es el lobo para los establos 2-37, y tristes son las iras de Amarilis 2-38, y triste es el destino de Minerva 2-39; mas con el segundo sentido llama triste a Aristeo y a Palinuro. Luego, la tristeza parece ser una enfermedad del espíritu debida a la presencia de un mal, y en verdad la enfermedad habla de una cierta contracción, luego a quienes se lamentan y están tristes se les contraen el calor y los alientos junto al corazón, por lo que empalidecen.



  ¶   2

Mas a mí me parece que los tristes se dividen en dos grupos: unos lo son por causa y afección y otros, en cambio, lo son por hábito, y quienes lo son por hábito, bien natural, bien adquirido. Llamamos triste y afligido por afección a quien tiene presente el mal que lo aflige y se ve mal afectado; en cambio, recibirán el nombre de tristes por hábito aquellos cuyos pechos, como dice Séneca, están aturdidos por males duraderos y que ya han contraído el hábito del doliente, hábito con el que Virgilio describe a los compañeros de Eneas, a quienes este llama a la esperanza tras haber sido arrojados sobre la costa de Libia; así, triste por hábito, llama a Aquémenes, pues era, según dice: la nueva forma de un hombre desconocido, consumida al máximo, que movía a compasión 2-40, y poco después: atroz descompostura y barba indomable 2-41. Por otra parte, son tristes por naturaleza quienes, habiendo contraído el rostro en un gesto severo, son agrios, antipáticos, vueltas sus espaldas a toda felicidad y amabilidad, sin causa externa alguna, como dicen que fue Casio, uno de los asesinos de César, y Catón Uticense. Aristóteles habla, pues, de quienes son tristes por naturaleza o por disposición natural.



  ¶   3

Así pues, la tristeza es una cierta contracción del calor y de los espíritus hacia el interior, y se opone a la felicidad y al hábito feliz, que consiste en una cierta extensión. Por otra parte, así como la felicidad consiste en sangre pura, la tristeza se ve asociar un humor melancólico que, al encenderse por efecto del calor abundante, provoca sed, suspiros y amargor en la boca y, al producirse entonces un vapor salado que se dirige a la cabeza y al cerebro, estimulando a este último, expulsa lágrimas. Queda expuesto, pues, qué es la tristeza y cuál es su materia. Mas la causa eficiente primera es el mal presente o el pensamiento de este mal presente; mas quien es triste por naturaleza tiene como causa interior un humor melancólico, triste y oscuro que le aporta continuamente vapores enfrentados a los alientos naturales, con los cuales, viéndose afectado contrariamente a natura, se considera en cierto modo desgraciado y, manteniéndose afligido, no sabe ni qué quiere ni por qué se lamenta.



  ¶   4

Se dan en el cuerpo algunas señales ciertas del espíritu triste, de las cuales recoge aquí Aristóteles unas cuantas. La primera es un rostro arrugado que, si no me equivoco, es una señal propia de los tristes, pues la vejez es triste, y es también arrugada: así pue, el triste está arrugado. Mas también la razón lo demuestra, pues la tristeza es una especie de contracción, luego el triste también está contraído; mas a quien se le contrae el cutis le salen arrugas y se vuelve arrugado, luego el triste está arrugado; y es que volviéndose la sangre y el espíritu al corazón, las partes externas y principalmente el rostro se quedan pálidos y privados de aliento y de sangre, luego también se muestran arrugados, que es lo que había que demostrar.



[Rostro arrugado]

  ¶   5

Así, como quienes son tristes por causa de una afección tienen un rostro arrugado, quienes son propensos a esta pasión por causa natural muestran un hábito semejante, y no solo tienen el rostro arrugado, sino también los ojos demacrados, propiedad que viene producida por los mismos principios, pues si el rostro está arrugado en los tristes a falta de jugos, y estos se echan en falta porque el calor y la sangre se contraen a las partes internas, también los ojos habrán de carecer de jugo, luego se muestran demacrados. Además, o bien están demacrados los ojos por el llanto, o bien poque los tristes duermen poco, pues son bastante secos; o porque, como cosnecuencia de un calentamiento excesivo, no consiguen nutrirse. Sea como fuere, reproducen esta pasión, pues quienes por algún motivo padecen tristeza durante mucho tiempo tienen una frente arrugada y los ojos hundidos. Luego, quienes presentan estas señales, aunque no estén afligidos, es probable que alberguen esa misma propensión a la tristeza y aflicción: tales son quienes sufren de bilis negra, luego con razón podemos decir que la bilis negra es la materia de la tristeza, y especialmente la que no se calienta o la que se ha producido a partir de la calefacción de los demás humores, especialmente de la bilis amarilla. Así pues, aquellos en quienes esta se encuentra y predomina son afligidos; aquellos en quienes se echa en falta y acusan predominio de la sangre, que se calienta a menudo aun teniendo un poco de melancolía natural, son felices, alegres, llenos de una magnífica esperanza, risueños y joviales.



[Ojos demacrados]

  ¶   6

Algunos leen torcidos, pasión que sucede generalmente en quienes lloran y son presa de una profunda aflicción. De esta pasión hace mención Hipócrates en el primer libro de la Prognostica: pues si se voltean o están demasiado hundidos opina que son una señal funesta, ya que parece suceder cuando los músculos que mueven el ojo se vuelven y se retraen, lo cual, si acaso sucediese por causa de la sequedad, sería ciertamente horrible; mas si sucediese a causa de un vapor agrio y salado, como son los que se elevan de la bilis negra calentada junto al corazón y que hubiese concebido un cierto calor contrario a natura, ciertamente no sería indicio de una muerte próxima, sino que denotaría en verdad un temperamento seco y un hombre triste y, como dice aquel, holgazán, semejante a Timón, odioso para los hombres y cuya muerte desearían su mujer, su madre y su padre. Semejantes ojos, pues, le vienen naturalmente al triste por este motivo.



[Abatidos]

  ¶   7

Mas quienes leen "abatidos" o "gachos" lo interpretan caídos y vueltos sobre sí mismos, lo cual sería comprensible derivar de la misma pasión: y es que los tristes y afectados junto al corazón por la bilis negra evitan con moderación la luz, las cosas alegres y todo cuanto tiene la fuerza de dilatar y calentar, como si se tratase de algo contrario a sus alientos internos, luego apartan y cierran los instrumentos mediante los que captan la luz, es decir, los ojos; y prefieren caminar por la noche antes que durante el día, pues lo semejante gusta de lo semejante, pues ello lo conserva, al igual que lo contrario lo perjudica. De ahí que digamos que tienen los ojos abatidos y gachos, cerrados y girados hacia adentro, de manera que puedan evitar más fácilmente la luz de frente, meridianamente contraria a las tinieblas internas que custodian los alientos vitales.



  ¶   8

Es decir, el abatimiento y el decaimiento de los ojos es una pasión que se da en el hombre de dos maneras: o bien porque es blando y afeminado, o bien porque es apocado y afable. El Suesano dice que esta enseñanza es evidente de por sí. A mí me parece que encierra mucha dificultad. Y es que, en primer lugar, no precisa qué es el ojo abatido; además, no explica cómo puede ser que una misma señal sea indicio de dos cosas y señale dos causas; por último, debería haberse presentado la razón que demuestra sin ápice de dudas que el abatimiento de los ojos indica una y otra pasión y por último cómo podemos nosotros reconocer si representa la blandura o la tristeza. Cosas estas que, no habiéndolas hecho él, intentaremos hacer nosotros del todo, que no las vemos evidentes.



  ¶   9

Hemos dicho que el abatimiento de los ojos significa un cierto decaimiento y una cierta constricción o connivencia. Esto sucede en las mujeres que, siendo honestas y pudorosas, o fingiendo serlo, agachan los ojos y los reprimen, y no emiten luz, sino que miran hacia la tierra y, enseñándola apenas, mueven su pupila hacia el estrecho rabillo del ojo, y así ven discretamente; así ven a veces las muchachas a sus amantes. De este modo habrá de responer Dido, por ser muy honesta, a Ilioneo: entonces habló brevemente Dido, escondiendo su rostro 2-42. Este ocultamiento y abatimiento de los ojos puede sospecharse en Sinón y en Aquémenes, y también en el mismo Eneas, cuando intentó hablar a Dido en los infiernos. Ciertamente, así lo sugiere Sinón: Así pues, cuando se paró inerte y desarmado, a la vista de todos, y observó con sus ojos las tropas frigias, dice: 'Ay, ¿qué suelo, qué mar sabrá acogerme?' 2-43. Eneas, a su vez, vertió lágrimas y dijo así, con dulce voz enamorada 2-44, para mostrar cierta conmiseración y tristeza. A la luz de estas cosas, pues, queda claro qué significa el abatimiento de los ojos: significa, pues, retraer los ojos hacia sí e impedir la mirada, que es probablemente lo que hizo Sinón cuando por primera vez observó las tropas troyanas.



  ¶   10

Resulta evidente, a su vez, que una misma señal puede denotar también dos cosas opuestas, pues también dos causas opuestas pueden producir un mismo efecto; y es que tanto la pobreza como la riqueza pueden provocar la felicidad: la pobreza, estando ausente; la riqueza, estando presente. Y también es un único movimiento del sol el que causa el invierno y el verano, el día y la noche; y una única y misma señal, como la palidez, puede denotar temor y amor. Luego no es absurdo que una misma señal denote dos cosas diversas y opuestas, ni que un mismo efecto pueda derivarse de diversas causas; por ejemplo, los árboles y las plantas se secan tanto con el calor como con el frío, y ante un mismo fuego se endurece el barro y se reblandece la cera. Así pues, el ocultamiento de los ojos y, como dice Aristóteles, su abatimiento representan una propensión blanda y femenina y un espíritu pávido y humild e, como suele ser el de las muheres. La causa es que tal ocultamiento es el efecto que producen quienes temen la deshonra y se ruborizan con facilidad, por dirigirse ciertamente a los ojos la sangre y los humores, y volviéndolos más pesados, por lo que se bajan; o que las mujeres no son audaces y sí son blandas, luego padecen y sufren fácilmente, luego se refugian; por consiguiente, quienes son blandos y misericordes y las mujeres también apartan la mirada, luego este abatimiento de los ojos denota un ingenio blando y femenino. La misma señal denota un espíritu triste, pues quienes están tristes albergan mucha melancolía junto al corazón, luego producen muchísimos vapores negros y los llevan a la cabeza; estos, al ser terrestres y pesados, vuelven los ojos negros, pesados, y los hacen aborrecer la luz, razón por la cual se apartan los ojos. Así pues, esta señal denota la tristeza y una cierta desesperanza del espíritu.



  ¶   11

En efecto, quienes son tristes, son melancólicos, luego se creen muy infelices y privados de todo socorro. Quienes así son, son abyectos, humildes y apocados, luego el abatimiento de los ojos representa un espíritu o bien femenino y blando o bien triste, pávido y abyecto. A su vez, reconocerás que esta pasión representa un espíritu femenino si la carne fuese blanda, la piel blanca con un toque de rubor, la frente sin arrugas, los labios rojos y las orejas delicadas y un poco rojas; por el contrario, dirás que muestra un espíritu humilde, triste y apocado si la frente estuviese arrugada, el rostro fuese delgado, el color pálido, los ojos hundidos, la voz temblorosa e impedida, los labios finos y blanquecinos. Así se diferenciará, pues, entre el espíritu femenino y el abyecto.



  ¶   12

Es este el último rasgo del hombre propenso a la tristeza, a quien veremos humilde y apocado en su figura, es decir en su especie, posición y hábito corporal; e indolente en sus movimientos, es decir en sus acciones, esto es lento, no obstinado, no dado a contradecir a los demás, indiferente a su posición. Un individuo semejante será triste, pues es temeroso, y todo temeroso teme por sí y no desea ponerse a los demás en contra; en cambio, quien es engreído muestra la figura del soberbio, la soberbia provoca el odio de los hombres y se los pone en contra; luego el triste no es engreído ni soberbio, sino humilde y apocado, luego el hombre triste reproduce la forma y la especie del hombre apocado y humilde. Mas que el pavor vuelve humildes a los hombres ya lo enseña el poeta cuando dice: el humilde pavor postró entre los pueblos los corazones mortales 2-45. Y en otro lugar Turno, vencido, tiende humilde y postrado la mirada y una diestra suplicante 2-46. Luego el triste es apocado en sus costumbres, es decir no tiene modos, porte, hábito del rostro ni del cuerpo, ni voces amplias y soberbias, no profiere amenazas, no blasfema, no se da a los vicios, sino que sufre o musita en silencio. Y todo esto se ha dicho del triste.



[Especie humilde y indolente]

  ¶   13

Mas se plantea si acaso es cierto que el triste es melancólico; y es que parece que no, pues los niños y las mujeres se afligen con facilidad, lloran y se lamentan, y sin embargo no son melancólicos. Además, tampoco parece cierto que los de hábito melancólico sean tristes, pues hemos conocido a muchísimos melancólicos que hasta tal punto eran alegres y joviales que las más veces degeneraron en bufones. Leemos que fue Francesco Berni de hábito melancólico, pero que siempre tenía un chascarrillo ingenioso o un juego de palabras; era melancólico Cicerón, de quien, no obstante, se leen muchos apotegmas suyos divertidísimos; y uno de nuestro tiempo que representaba comedias era muy simpático en escena, mientras daba vida a un personaje y recitaba en el teatro; pero él mismo, abandonado el personaje, era tan triste y apocado que habría podido suscitar tristeza a la propia felicidad, y decía no saber por qué, fuera del personaje, no le sobrevenía alegría y jovialidad alguna, mientras que, al meterse en el personaje, no dejaban de hacerlo y era arrastrado por un torrente que lo hacía bastante fervoroso a los chistes y las gracietas; en cambio, decía que al empezar a hablar en escena sentía un cierto espanto, unas veces mayor, otras menor.



[Cuestión: si acaso el triste es melancólico]

  ¶   14

Respondiendo a esta cuestión, en lo que a la primera parte respecta, digamos que los niños y las mujeres se afligen fácilmente no porque sean de hábito melancólico, sino porque son blandos, luego se ven afectados con facilidad y son incapaces de soportar el más mínimo dolor; y puesto que son blandos, también son húmedos, luego derraman lágrimas con frecuencia. En cambio, no todos los melancólicos lloran, pues no son blandos y, además, la melancolía se asocia a la tierra, que es el primero de los principios secos. Ha de notarse luego que la tristeza es doble: una se deriva de la afección y de una causa externa, y es así como se entristecen por regla general las mujeres y los niños que, a un mismo tiempo, ríen y lloran, semejantes a la tormenta de primavera, que en un mismo día trae sol y lluvia, calor y frío; la otra es una tristeza natural sin causa alguna, que más que auténtica tristeza se denomina propensión a la aflicción y la tristeza, y esta no se da ni en los niños ni en la mujeres: esta es la que nace del hábito melancólico. La primera tristeza, cuando saliese, se la llevan una risa y una broma; la segunda, en cambio, no la alegran por sí mismos ni una risa ni una broma.



[Respuesta]

  ¶   15

La segunda parte preguntaba por qué muchos melancólicos son tan festivos y simpáticos; ciertamente, parecería que debiera ser al contrario, pues los hábitos triste y jovial se oponen, luego si el jovial es festivo, cierto es que el triste y melancólico no puede serlo también. Ciertamente confirma la experiencia que muchos melancólicos son muy festivos. Ciertamente cabe decir que quienes gozan de un hábito melancólico se dividen en dos categorías: por una parte, cuando el humor se tuesta y calienta, y se elevan vapores y alientos sutiles y claros, y en tal caso son festivos, habladores y muy dispuestos al juego y a las gracias; por otra parte, retirándose ese mismo humor, ya frío, desaparece toda festividad y se esfuma toda gracia. Esto mismo lo hemos visto en otro lugar en uno que era presa del que llaman amor heroico, que se volvía loco por fases, especialmente hacia la noche: y es que en primer lugar hablaba seriamente y, encadenado, se lamentaba de su suerte y se decía infeliz; luego, ansioso y con un empeño un tanto vehemente, pretendía que los presentes escuchasen la historia de sus males, siempre la misma y narrada de un mismo modo y, prestasen atención o no, empezaba a maldecir a su amada; luego vociferaba, agitaba sus manos y sus pies, y agitaba su cabeza, y se encendía todo él: sus ojos brillaban, se le retorcía el rostro y la boca al punto de infundir miedo a quienes lo miraban; luego, tras haber sido perturbado mucho y durante mucho tiempo por las furias, acabado, terminaba empapado en sudor, caía rendido y expulsaba espuma por la boca; luego empezaba a hablar con sumisión, se avergonzaba de lo dicho y hecho, lo cual, por otra parte, decía no recordar sino entre confusas nubes. De este modo, probablemente, se veía también afectada la Sibila, que no conservó un rostro ni un color, ni compuesta su cabellera 2-47.



  ¶   16

Así pues, tales cosas suceden cuando se enciende y arde aquel humor; cuando se echa en falta, los rostros rabiosos se calman y cede el furor, y hablan tranquilamente quienes antes parecían embargados y furiosos. Así pues, si la sangre está fría junto al corazón, el hombre melancólico yace triste, apocado, despojado de buena esperanza, tácito, desconfiado y temeroso. Mas cuando los objetos externos y las imágenes concebidas de las cosas sensibles volviesen a llamar al calor, un calor que, emprendiendo la acción e incitando al movimiento, comenzase a agitar la sangre de los individuos de bilis negra, al calestarse esa sangre se elevarían vapores al fin claros, lúcidos, cálidos que, conducidos al cerebro, lo estimulan para consumar sus cometidos con exactitud, y entonces ordena el hombre que las esperanzas sean razonables, depone las exigencias del espíritu, canta, baila contento, se exalta como bañado en vino y ebrio, y entonces es locuaz y prolijo, jovial y festivo. Mas si a mayor calor sube más amplio y más férvido el aliento a la cabeza, este individuo no solo se vuelve confiado y audaz, sino furioso y dispuesto a pasar a la acción, y no se mantiene coherente ni se reconoce; finalmente, faltando este calor y no quedando sino la ceniza del humor ya consumido, el hombre vuelve en sí y, una vez fresca la sangre, se pone más triste y nuevamente se lamenta, y le pesan sus hechos y dichos como errores y muestras de locura. Así era el que sufría por amor pues, manteniéndose fría y quieta la materia cuya pasión y accidente era el amor, él permanecía quieto y consciente; mas en cuanto empezase a agitarse, entonces, elevados los alientos por la magnitud de la agitación, se precipitaba aquel en la furia y la rabia, lo cual hay que entender sucedió a Orestes.



  ¶   17

Prueba de que cuanto se está diciendo es cierto es que, evacuada la bilis negra y el humor “que peca”, o bien se vuelve plenamente a la primigenia salud, a menos que se haya producido una impresión en el cerebro y la causa del malestar ya se encuentre allí por esencia; o bien, al menos, la afección se mitiga bastante. Y no creo que diste mucho de esto la historia del comediante o actor arriba mencionado, pues aquel, así como una Pitia sin trípode, cortina ni sacrificio no habría podido practicar la adivinación, semejante en esto a quienes improvisan melodías, pues sin el sonido de la lira o de la tortuga son incapaces de iniciar el canto; así, las palabras de este actor, a menos que encarnase a un personaje, a menos que subiese a escena, no tenían gracia o ingenio alguno, incluso parecía que no sabía hablar, luego era presa de un cierto entusiasmo; y señal de esto es aquel escalofrío y aquel frío que él sentía penetrar por las articulaciones. Este, siendo de natural triste y por tanto melancólico, se paraba tácito; en cuanto encarnaba al personaje y bajaba a las tablas, como si le hubieran hecho una señal, el calor se adentraba en las partes internas, de lo cual era indicio aquel escalofrío y, recuperado el calor, aquella masa en la que prevalecía la bilis negra se movía según el hábito ya adquirido, y así subían a la cabeza los vapores cálidos y lúcidos, agitado por los cuales prodigaba aquel dichos ingeniosos y simpáticos; también así quien amaba, al venir unas horas determinadas en las que solía ver a su amada, era movido por la mente y, furioso, profería y hacía aquello de lo que más arriba se ha hecho mención. Y los demás amantes, incluso los que todavía no lanzan piedras, no sienten menos las horas y los instantes; pues cuando llega la hora en la que suelen ir a ver a sus amadas, la reconocen con diligencia, y esta no puede escapar a su memoria, aunque así lo quisiesen; y así como las piedras siempre tienden hacia abajo, al llegar este momento superan todos los obstáculos e impedimentos con tal de llegar hasta aquellas.



  ¶   18

Creo que la causa es que el hábito según el cual actúan es una cierta forma particular que existe en una materia determinada y definida, según la cual se compone un cierto compuesto particular, mas todo compuesto singular agente tiene un tiempo y un lugar determinados para su acción, luego el hábito emprende la acción y el movimiento del que es principio en un momento y un lugar determinados. Además si el hábito fue inoculado por acciones reiteradas que han imprimido una huella en la antedicha masa sanguínea, al tener aquellas acciones un tiempo y un lugar determinado para su ser, deben dejar también la impresión y señal del tiempo y del lugar en el hábito inoculado, pues lo que da forma también da cuanto se deriva de la forma que inocula.



Capítulo xiv

Capítulo xiv    Del invertido

orig:   (21.)

Señales del desvergonzado: ojo abatido, de rodilla flexible, una inclinación de la cabeza hacia la derecha, movimientos de manos supinos y sueltos, y un modo de andar doble: bien dejando la espalda suelta, bien manteniéndola firme; y movimientos de los ojos en derredor, como los del sofista Dionisio.  

  ¶   1

En este punto no creo que quepa entender por invertido al sodomita pasivo, sino al blando y “flojo”, como acostumbran ser quienes padecen tan despreciable vicio. Por su parte, de lo anteriormente dicho parece posible deducir el motivo de que Aristóteles se ocupe ahora de estos individuos, y es que habiendo dicho más arriba que el abatimiento o hundimiento de la mirada podían significar dos cosas, a saber tristeza y blandura, y habiendo expuesto cuándo y de qué manera denota tristeza y aflicción natural, ahora explicará el modo en que esta misma pasión denota blandura.



  ¶   2

Ahora bien, no llamo hombre blando al de carne bastante húmeda, al de tacto fino ni al bastante propenso a sentir y padecer. Llamo blando al hombre dado a los placeres, como los coribantes o los sacerdotes de Cibeles; a los de vello escaso, de cabelleras sueltas y perfumadas, que se arreglan y pintan la frente y el rostro, y se acicalan la melena con cuidado; a quienes reblandecidos por la lascivia son incapaces de soportar el más mínimo calor o frío, de caminar cien metros a pie, a quienes todo les molesta y recuerdan a nuestras mujeres, incapaces de caminar sin el apoyo de dos esclavos. Así se pintaba antaño a los sibaritas, y así pinta Numano a los frigios, según Virgilio, diciendo: estimáis las prendas teñidas de azafrán y púrpura brillante, estimáis la desidia, y os gusta distraeros con bailes 2-48; así pinta Homero a los pretendientes de Penélope, recordados por Horacio como glotones natos, escoria, prole de Alcínoo, una juventud obsesionada por el cuidado de su piel, sin reparos por la siesta ni por distraerse al son de la cítara 2-49; Apuleyo, en su libro El asno de oro, da una viva descripción de estos individuos, cuando se refiere a los sacerdotes de la diosa Isis, de vida muy deplorable y vergonzosa.



  ¶   3

Así pues, la blandura consiste en una cierta impotencia natural para soportar cualquier fatiga, y cuenta con una inclinación o tendencia muy pronunciada a toda clase de placeres corporales; supone, pues, una cierta intolerancia al sufrimiento, una propensión contraria a la transigencia; por su parte, son transigentes y pacientes quienes gozan de un hábito corporal sólido y robusto, o los de temperamento interno melancólico con subdominio de la bilis amarilla; así, por el contrario, me inclino a creer que los blandos aquejan un temperamento pituitoso con subdominio de la sangre y de bilis escasa, de modo que acusan un tono rosado y, a raíz de la bilis escasa, se encienden fácilmente y fácilmente se apaga también su ira. Esta inclinación natural no la veo mala de por sí; ahora bien, si se inspirase una educación o instrucción semejante a esta inclinación, creo que podría degenerar en el mayor de los vicios, pues en tal caso los hombres abandonan el esfuerzo por el placer. En efecto, así como la paja seca o la pólvora no arden de manera natural, pero sí se incendian al contacto de una llama, y se elevan ardiendo por los aires, si alguien con una disposición natural a la blandura viniese a inclinarse una sola vez a estos vicios y los disfrutase, hará como los perros, que no se privan de una zalea grasa.



  ¶   4

Pues bien, dice Aristóteles: el hombre blando tiene ojos gachos y abatidos, esto es bien dispuestos y vueltos sobre sí mismos; estos no se mueven sin ton ni son de aquí para allá, sino que observan en derredor de una manera particular, con cierta suspicacia, como los ojos de las meretrices que, las más veces, delicados y risueños, como los de los amantes, pretenden mirar con modestia y discreción a los transeúntes que observan o agasajan su figura. Se ha dicho que quienes acusan tales afecciones son blandos; repitamos ahora la causa, si bien es cierto que se puede inferir de los anterior. Los blandos son ricos en pituita y sangre; semejantes individuos son un tanto fríos y están privados de toda tolerancia, luego evitan todo esfuerzo posible, y prefieren sentarse ociosos y somnolientos; sus ojos, por consiguiente, son pesados y no están llenos de alientos abundantes; aquejados de tal afección, se vuelven sobre sí mismos y no se mueven de aquí para allá, disposición esta propia del airado, como atestigua Virgilio con el ejemplo de Dido que, presa de una ira ardiente, llevaba sus ojos de aquí para allá, y todo lo observaba con ojos tácitos. Así pues, los hombres blandos tienen los ojos vueltos sobre sí mismos y gachos, luego abatidos, que es lo que había que demostrar; por su parte, a los ojos gachos y vueltos sobre sí mismos también los llamamos más arriba abatidos.



  ¶   5

Se trata de un giro griego, o bien de una sinécdoque poética. Se llama rodilla a la parte con que el hueso de la pierna se une al hueso del muslo; sobre ella se encuentra la rótula, el huesecillo redondo al final del muslo y al principio de la pierna; podríamos decir que la rodilla es la articulación que liga los huesos de los muslos y de las piernas.



[Rodillas flexibles]

  ¶   6

Algunos pretenden que su nombre (lat. genua) se debe a que, estando el feto en el vientre materno, se apoyan sobre las mejillas ( lat. gena); pero esto parece rotundamente falso, ya que las rodillas del feto ni alcanzan ni pueden alcanzar las mejillas ni el rostro. Algunos dicen que lo toman del verbo “generar”, ya que en ellas se encuentra la fuerza generativa, lo cual me parece absurdo; si bien es cierto que en situaciones de temor, desfallecimiento o desmayo y en algunos encuentros sexuales las rodillas vienen a fallar, no por ello diremos que albergan la fuerza vital o generativa; antes bien, la causa es que esta parte no cuenta con sangre y sostiene el peso de todo el cuerpo, y si se viese privada de una buena cantidad de alientos y calor habrán de flaquear y temblar. Ahora bien, si quisiese investigar con mayor detenimiento el origen de su nombre, aunque poco importa, diría que les viene del término griego. Por su parte, llamamos flexible a lo que puede doblarse con facilidad; así, llamamos flexibles a los dedos que se doblan sin pena y a los hombres a quienes nada o casi nada cuesta convencer. Así pues, la flexibilidad de las articulaciones implica la laxitud de los ligamentos; la laxitud se debe a la abundancia de humor; el humor abundante reblancede el cuerpo; por tanto, como los de cuerpo blando y delicado aquejan articulaciones débiles, también tendrán unas rodillas muy flexibles, y no solo hacia adelante, sino también hacia los lados.



  ¶   7

Tachan algunos de invertidos y propiamente depravados a quienes les crujen las rodillas al caminar, si bien tras ello no hay más que la blandura: en efecto, con una articulación tan laxa los huesos terminan por salirse un poco de su sitio, por arriba o por abajo, y parecen dislocarse ligeramente; luego, cuando vuelven a su lugar, se escucha este ruido. Y resultan ridículos quienes creen que las rodillas de los sodomitas pasivos están sueltan y producen este ruído por haber fluido hacia allí su semen, pues no hay modo de corroborar tal cosa.



  ¶   8

No me termina de parecer posible aducir con certeza una causa natural para esta afección; de hecho, es probable que los blandos inclinen la cabeza, pero no veo que la vuelvan más a la derecha que a la izquierda. Además, recuerdo haber conocido a dos reputados médicos, uno de los cuales inclinaba la cabeza a la derecha y el otro a la izquierda; con todo, ninguno era blando en absoluto: uno era ambicioso, zorro viejo, ocultador, inamistoso, egoísta; el otro, soberbio, arrogante, creía ser el único con conocimiento, divulgaba sus bondades y saberes, pero se mostraba crítico con los ajenos; era, no obstante, benévolo y complaciente con sus amigos, pero bastante iracundo y cruel. Este último vino a morir por una enfermedad de la bilis negra, y el otro finó por un apocamiento del calor a causa del agua intracuténea. Pues bien, como dice el Suesano, nada parece indicar que la inclinación de la cabeza a la derecha sea indicio de blandura. Yo prefiero leer, como Adamantio, que su señal es la sola inclinación del cuello, a menos que justifiquemos esta tendencia a la derecha frente a la izquierda por relajarse más fácilmente los músculos del lado izquierdo que los del derecho, al ser la parte izquierda más débil que la derecha, en tanto que se nutre peor por ser menos cálida, cos que le sucede por moverse y ejercitarse menos.



[Inclinación de la cabeza hacia la derecha]

  ¶   9

Mas evaluando nuevamente el teorema en cuestión, veamos por qué los blandos inclinan el cuello a la derecha o a la izquierda. En primer lugar, no pueden hacerlo hacia atrás, pues lo impiden las vértebras y los fortísimos músculos que se aferran por delante a los salientos de los huesos yugulares y pectorales. Por su parte, vuelven e inclinan la cabeza hacia adelante los tristes y cogitabundos, evitando la luz o temiendo que sus pensamientos se distraigan con la visión del mundo. Así pues, nos queda que los blandos, con músculos laxos y un humor excesivo, inclinen la cabeza a la derecha o a la izquierda, como los somnolientos; añade que sus cabezas, ricas en humor excrementicio, no pueden sostenerse sin inclinarse de este modo, y tal vez tiendan a la derecha frente a la izquierda por el motivo aducido más arriba.



  ¶   10

Añadiría yo, además, lentos y tardos, como corrobora la experiencia; en efecto, advertirás que los blandos y los que aquí se describen mueven las manos con tal lentitud y tardanza que resultan terriblemente ofensivos y desagradables. Dice, pues, que los blandos tienen movimientos de manos supinos y sueltos. Por movimientos de manos entiendo los que efectúan los hombres al hablar o tratar de algún asunto; popularmente se denominan gestos y, de ser excesivos, se tacha a los hombres de gesticuladores. Por supinos entiende Porta lánguidos, y con razón, a mi entender, pues cuando se los llamó supinos se usó el término “supino” de manera aproximada e impropia; no en vano, esta palabra denota propiamente aquello que yace boca arriba, de ahí que tender supinas las manos al cielo, en palabras de Virgilio, valga volver las palmas al cielo; no obstante, se usa con el sentido de ocioso, inerte e indolente, como hicieron Juvenal y algunos otros. Así pues, por movimientos de manos supinos yo entendería ociosos, inertes, indolentes y apocados, cualidades todas ellas que, como fruto de un temperamento blando y un poco frío, también habrán de acompañar al hombre que ahora nos ocupa. Esto se demuestra como sigue: si el hombre es blando, será pituitoso, luego un poco frío y, por tanto, lento, luego inerte e indolente en sus movimientos, ni rápido, pues, ni vehemente, sino supino y apocado, que es lo que había que demostrar.



[Movimientos de manos sueltos]

  ¶   11

Resulta más sencillo imaginar la idea de Aristóteles que no entender cuanto apuntan y sugieren sus comentaristas y traductores. Yo prefiero explicarlo como sigue, según he visto en algunos individuos blandos, y es que su modo de caminar parece combinar dos cualidades, pues cuando ves que quieren iniciar un movimiento, no te queda claro si pretenden hacerlo hacia la derecha o hacia la izquierda; luego, cuando ya están caminando, mueven y retuercen los hombros aquí y allá, imitando con los hombros el bailoteo dubitante de un berbiquí metálico aplicado a una olla y de los vasos rotos apañados con hilo de hierro. Recuerdo que este movimiento y modo de caminar lo acusaba un hombre muy blando que más tarde murió proscrito. Este es, a mi entender, ese doble modo de andar, a saber, un modo compuesto, que traza una línea curva, como cuando las culebras se mueven sobre arena o la que dibuja la letra griega ξ, o también la S. Aristóteles, cuando explica cómo se producen los dos modos de caminar expuestos, dice que nacen como un único modo que arranca de un lado, por ejemplo el derecho, gesto propio del hombre que pretenda inclinar y volver su cuerpo a la izquierda, y añade que cuando el cuerpo se comienza a inclinar a la izquierda, parece surgir un segundo movimiento desde los músculos dorsales de la parte derecha, que retienen y tiran de la espalda y del hueso del muslo derecho, ya escorado a la izquierda, movimiento este que, si no me equivoco, cabe atribuir enteramente a los músculos del sexto y séptimo par de nervios, que mueven de manera desigual la espalda y el cuello.



[Modo de andar doble]

  ¶   12

Por su parte, este movimiento no ha de ser ni rápido ni apurado, pues en tal caso no denotaría la blandura que ahora nos ocupa; por el contrario, ha de ser lento y poco uniforme. La causa de este movimiento es la blandura y una cierta distensión de los músculos; en efecto, son tan blandos y tienen unos tendones y unas fibras tan débiles que no consiguen moverse en línea recta ni de manera natural, y lo hacen como los ancianos o los enfermos, que arrastran el cuerpo más que conducirlo o moverlo. Pues bien, así hay que entender a Aristóteles, creo, cuando dice que los blandos y apocados demuestran un doble modo de caminar. Apunto, de todos modos, que algunos leen aquí “bien frotándose la espalda”; no obstante, el término griego parece significar más bien “gobernar” o “dominar”. Así pues, el sentido pinta el siguiente modo de caminar: cuando el muslo derecho se empieza a retorcer hacia la izquierda y también el cuerpo tiende a esa parte, los músculos dorsales derechos vencen ese movimiento y retienen el muslo y el cuerpo, evitando que se vuelvan a la izquierda, esto es, adonde parecían dirigirse.



  ¶   13

Es esta la última señal de los delicados, que así como retuercen el cuerpo al caminar, hacen lo propio con los ojos; y esto es a lo que se refiere ese doble movimiento de ojos que se atribuye a los delicados y blandos, a saber, que lo mismo van a un lado que al otro. Como advertirá sin problema quien estudie la mirada de los delicados y blandos, este movimiento suele ser así: mantienen la cabeza inclinada hacia un lado, bastante estable, pues no suelen mover ni retorcer el cuello, ya que evitan todo esfuerzo; así, con el cuello y la cabeza inmóviles, llevan los ojos semiabiertos y como fijos en el suelo; acto seguido, vuelven la pupila y el ojo aquí y allá, con tal ternura y delicadeza que parecen aquejados de fatiga. Tasso, el poeta italiano, pintó a una mujer toda lascivia y encantos, y dijo que movía los ojos de esta manera.



[Ojos que miran en derredor]

  ¶   14

La causa de este movimiento es la blandura y la excesiva humedad excrementicia, pues esta lastra los músculos y les impide levantar miembros pesados y moverlos con dominio y rigor. Por su parte, como los blandos y delicados buscan placeres por doquier, y el ojo es un instrumento adecuado para ello y se mueve sin mucho esfuerzo, resulta que mientras buscan algo de su agrado retuercen los ojos aquí y allá sin mover la cabeza. Dice Aristóteles que así fue un sofista de nombre Dionisio, un hombre célebre en aquellos tiempos que acusaba las señales referidas por Aristóteles; no he hallado noticia de este individuo, pues los muchos Dionisios que menciona Suidas son posteriores a Aristóteles, y ninguno llevó una vida delicada, salvo un tirano, y no es probable que sea este al que se refiere Aristóteles, pues no habría llamado sofista a un tirano.



  ¶   15

Asimismo, además de estas existen otras muchas señales corporales que permiten reconocer a los blandos y delicados. Una es propia de los delicados, y consiste en contraer a menudo la frente y las mejillas con las cejas inmóviles, un movimiento frecuente en algunas mujeres que se creen hermosas y delicadas; por su parte, este movimiento es tan sutil que no lo advertirás a menos que prestes atención. La causa es que su blandura parece exponerlos a toda clase de repulsas o disgustos, luego contraen la frente y las mejillas para demostrar que han presenciado algo desagradable y ofensivo. Además, abominan las palabras y actos ajenos, y si viniesen a ver, oír o tocar algo feo, pútrido o en algún otro aspecto desagradable, lo maldices y van al río a lavarse, purgarse, enjuagarse y escupir, como si no pudiesen soportarlo, y con ello mueven a la risa e irritan a quienes los ven.



  ¶   16

Tienen también una voz débil, quebradiza, aguda, irregular, trémula y cantarina, como los ruiseñores o los jilgueros; no en vano, al ser blandos y delicados abren poco la laringe, albergan poco calor y, por tanto, mueven poco aire, y además de manera imperfecta, de modo que sale una voz débil y trémula. También llevan los pies abiertos hacia afuera, y las piernas vueltas al exterior, y las nalgas, por su parte, hacia adentro; y los italianos, cuando ven a alguien que camina así, con los pulgares de los pies proyectados hacia afuera, lo tachan con sorna de hombre blando y demasiado delicado. La causa de esta afección es una cierta distensión de los músculos que mueven el pie y tiran de él hacia adentro; estos músculos se distensan con más facilidad que otros, pues albergan menos calor innato por situarse sobre todos los demás y venir cubiertos únicamente por la piel, de modo que están más expuestos al frío externo. Tampoco tienen un cuello firme, sino que lo giran levemente a un lado y a otro con cierta tardanza temblorosa, reproduciendo el movimiento que de cuando en vez se echa de ver en algunos cantantes o instrumentistas del pueblo deleitados por su canto y su música que, enternecidos y embriagados por el placer, vuelven, lanzan y retuercen su cabeza y sus ojos a un lado y a otro. La causa de ello es también la falta de alientos uniformes y secos, como los que se elevan de la bilis negra natural; estos se echan en falta porque el temperamento de los blandos y delicados no es en absoluto melancólico.



  ¶   17

Porta añade la contracción de los labios. Yo hablaría más bien del hábito de morderse los labios, pues las blandas meretrices parecen jugar con sus labios continuamente y mordérselos con suavidad; acaso les venga de cuando se libran a la lascivia, pues jugueteando con sus amores acostumbran morderse y chupetearse los labios con los labios. En cuanto a la voz estrepitosa, sencillamente no la reconozco, pues este tipo de voz se asocia al águila y a los fuertes; cierto es, no obstante, que al enfadarse o fingir enfado producen un cierto sonido semejante al graznido de los estorninos, o al sonido que se emite al afilar una sierra, o cuando una lima agota su recorrido, un sonido que produce el aliento forzado con violencia por huecos estrechos; esta violencia, por su parte, viene de la ira, si en algún momento se enfuerecen. Por otra parte, no veo por qué los blandos habrían de tener una barbilla larga; en efecto, se asocian a las mujeres, y es propio de estas acusar un rostro redondo, y los de rostro redondo no tienen una barbilla larga, pues este miembro también integra el rostro. Que lleven melena y se la acicalen es señal cierta del espíritu blando; por eso mismo no dejan de sorprenderme algunos paisanos nuestros que, buscando una apariencia marcial y belicosa, cargando noche y día con una espada y tratando de infundir temor a todos, se dejan crecer la melena, llevan ricitos y se erizan las puntas de los cabellos, como meretricillas. Así pues, es probable que esta contradicción de las señales corporales la acusen igualmente en el espíritu; pero en verdad no es el caso, sino que imitan a Marte y viven como Baco o Venus. Apuleyo pintó un ejemplo de este hombre tan aborrecible con un soldado armado a quien un mercader propinó puños y patadas y dejó malherido, tanto que, de no haberse hecho el muerto, hubiera muerto realmente.



  ¶   18

También acostumbran suspirar, pero suspiros ni grandes ni densos. Según los antiguos, actúan como los griegos, y podemos entender por ello que retozan, pasión que definió Aristóteles en el libro de los Magna moralia diciendo que prefieren tirar de un palio que no trabajar la tierra, ya que evitan el trabajo duro y se comportan como enfermos; y ciertamente no se creen desdichados, pero lo son, dicen serlo y, en ocasiones, pretenden aparentarlo, creyendo poder ganarse así el amor de los hombres, por una especie de misericordia. Por último, les tiemblan los ojos, cierran a menudo uno de ellos, miran con dulzura, agitan los párpados continuamente, llevan las pupilas al rabillo del ojo y suspiran un no sé qué lascivo o acaso meretricio. Casi todas estas señales se echan de ver en quienes no esconden su sometimiento sodomita; lo que se nos esconde es si les vienen por naturaleza o por elección.



  ¶   19

Así pues, ¿acaso la naturaleza dispuso a alguien a la sodomía, como hace con la ira, la misericordia, el servilismo y la dominación? Ciertamente, si atendemos a la prueba vigésimo séptima de la cuarta sección del libro de las Problemata de Aristóteles, veremos que hay quien acusa una disposición natural a tal cosa; tal es el caso de qu ienes tienen obstruidos los meatos del pene y retienen y acumulan la materia seminial en su origen, en la próstata, y en la zona común al pene y al intestino grueso, pues la materia allí acumulada produce cierto prurito al provocar su excreción, lo cual los hace anhelar este vergonzoso concubi nato. Así son quienes se asocian al estado de los eunucos y castrados. Mas h uelga decir, en verdad, que someterse a la sodomía no es algo natural para ningún hombre, pues supondría infligir una injuria demasiado grande a la naturaleza viril, manchándola con un onerosísimo crimen, fruto de una costumbre pésima y muy injuriosa. En efecto, nadie hay tan ímprobo ni depravado que desee sufrir tales horrores, salvo en caso de grave enfermedad mental o corporal; y no creo que nadie se deje someter a semejantes afrentas sin el aliciente de un beneficio vergonzoso e infame; además, los hombres de bien lo tienen por un crimen tan horrendo y execrable que un santísimo sacerdote preferiría rendir sacrificios a los ídolos antes que someterse a la sodomía. Esto no contraviene la sentencia de Aristóteles, pues a quienes atribuye tal naturaleza les niega una disposición natural, y los tacha de monstruos, pues ciertamente lo son, y cabe decir que acusan una formación contraria a natura. Y así como los antiguos arrojaban a los andróginos al fuego o al mar, tanto más convendría arrojar a estos; no en vano, primero pierden o dan ocasión de perder cuanto tienen de humano; luego, se enfrentan a la naturaleza, pues esta los hizo hombres y ellos pretenden ser mujeres.



[Cuestión: si acaso hay quienes se inclinen naturalmente a la sodomía pasiva]

  ¶   20

Ahora bien, aun siendo vergonzosos y detestables quienes aquejan esta depravada costumbre, son mucho más detestables y merecen mayor pena e ignominia quienes se han vuelto así por elección y hábito; si estudiásemos sus costumbres, los juzgaríamos indignos de la sociedad y el comercio de los buenos y, sencillamente, de los hombres. En efecto, verás que escuchan tan mal como hablan, que ofenden a los demás con sus invectivas, que siempre dicen infamias, que no solo se exceden en los placeres, sino también en el comer y el beber, que piden dinero con arrogancia y procacidad: si se les concede, se burlan del donante, y de no recibirlo rompen todo lazo con aquel; hacen con gusto de alcahuetes, revelan lo que este o aquel otro les confió en secreto, roban si tienen ocasión, disfrutan jugando a los dados y no les pesa tirar de engaños; los verás insolentes, temerarios y arrogantes, pues si les viniesen a dirigir nombres cariñosos, en verdad se creerían amados y se las darían de grandes y honorables.



  ¶   21

Así pues, estos y otros mil son los vergonzosos vicios que señalan este género de los invertidos. Y no se imputará a la naturaleza la formación ningún hombre propenso a semejante vicio; lo cierto es que, como se ha dicho, al igual que tantos otros monstruos, en ocasiones nacen individuos con una disposición tan falsa como esta; no obstante, no los reconocerás a menos que se hayan vuelto así por hábito, y es que a base de repetir una obra vergonzosa, adoptan en acto una blandura contraria a natura y también en acto asumen las costumbres que se derivan de esta infamia. Mas acaso nos hayamos excedido hablando de estos y exponiendo sus señales y características, tanto espirituales como corporales. Pasemos ahora a la exposición del amargo o áspero, y de los indicios de la aspereza.



Capítulo xv

Capítulo xv    DEL ÁSPERO

orig:   (22.)

De rostro apocado, de color negro, enjuto, la zona del rostro, como afeitada; rostro arrugado; no carnoso; cabellos rectos y negros. 

  ¶   1

Aquí leen algunos amargo en vez de áspero, entendiendo la palabra no ya en sentido propio, sino metafórico. Propiamente, la amargura es un sabor hostil al gusto humano, en tanto que se opone al dulce, afín a nuestro gusto y nutritivo. En efecto, se cree que la práctica totalidad de los animales se alimentan con lo dulce, y que ninguno lo hace con lo salado o amargo; y si la codorniz consume eléboro y la cabra hojas de sauce, dos plantas de sabor no dulce, sino más bien salado y amargo, se dice que este tipo de sabor se usa como condimento, o que acaso lo que a nosotros nos parece ingrato les resulta a ellos y a su naturaleza grato y afín. La amargura, por su parte, se obtiene del tueste de la materia terrena seca, pues eso mismo le sucede a la miel, que se vuelve amarga cuando se quema, como lo que se seca y se pudre. Por este motivo los médicos llaman amarga a la corteza del ajenjo y a la savia del aloe, y es que en las dos predomina la sequedad sometida al calor. Asimismo, parece que lo salado es el camino a la amargura, y prueba de ello es que llamamos amargo al mar cuando, en realidad, es salado; y parece que la naturaleza, por principio, procede de lo agrio a lo salado, y de esto a lo amargo. Esto resultará evidente a quienes estudien el caso de la lejía: esta, en principio, es agua insípida; luego se calienta; tras haberle añadido un poco de ceniza acusa un cierto dulzor; luego se vuelve agria, al haber añadido más ceniza; a más calor y más ceniza se vuelve salada; por último, declina en amargor tras haberse calentado sobre maderos de roble hasta que conseguir la coagulación de su sal. A la luz de estas cosas, pues, queda demostrado qué es el sabor amargo, y cómo se obtiene.



[Indicios del áspero]

  ¶   2

Por extensión, también se aplica a las costumbres de los hombres; y así, Aristóteles, en su Ethica, llamó amargos a los de ira y fiereza excesivas, de modo que los de costumbres desagradables, importunas y soberbias, quienes arden en odio y sed de venganza, todos ellos merecen el nombre de amargos. Así, Virgilio llama amargos a los enemigos, y Mezencio da este nombre a Eneas; así, Plutarco llama amarguillo a Coriolano, con quien compartió costumbre Mario, sobre todo en su vejez, una costumbre que tampoco Sila aborrecía; en efecto, decimos que todos ellos fueron bastante amargos, cosa que también opinó Cicerón acerca de Pompeyo cuando, según él, empezaba a actuar como Sila, esto es a imitar su amargura y crueldad. Ahora bien, a mi entender, así como el sabor agrio y el amargo son dos cosas bien distintas, pues llamamos agrias a las uvas y manzanas tempranas o al zumo de los limones, y amargo al aloe y al ajenjo, también lo son el hombre amargo y el agrio: no en vano, el amargo se enfada de inmediato y se libra a la ira con mucha acritud, pero se aplaca y depone la ira rápidamente; el agrio no se enfada al punto, pero una vez airado desata su ira con mucha crueldad y no la depone fácilmente; este último es fruto del frío, mientras que el amargo es rico en calor. Pues bien, ahora, para describir al agrio, diremos que es aquel a quien le dura mucho el enfado, conserva durante más tiempo aún la sed de venganza y no parece deponer la ira sino tras haberse resarcido; y en la Rhetorica dice que el pecado del agrio consiste en su exceso ardor por desquitarse, y no se aplaca más que con la venganza. Por tanto, será posible definir la amargura de costumbres que, según creo, aquí se discute como una cualidad o potencia para asumir fácilmente la ira, retenerla mucho tiempo y no deponerla sino tras haber consumado la venganza.



  ¶   3

Por su parte, esta odiosa cualidad de las costumbres parece comprender dos variantes: una que vale una ira aguda, una fácil propensión a la ira, que lleva sin mayor esfuerzo a la exasperación del espíritu y al encendimiento de la ira, pero se depondrá sin demora, y parece tener algo que ver con la naturaleza del fuego; la otra, en cambio, es la que no se asume fácilmente, se depone con dificultad y no se alivia sino con venganza, y algunos opinan que se liga a la naturaleza de la tierra. A esta última la llaman agria, y a la primera, amarga; la segunda se asocia a la bilis negra, y la amarga más bien a la amarilla; darás sin problemas con muchachas amargas, pero no con muchachas agrias: la amargura es propia de los jóvenes, y la acritud más bien de los ancianos. Es evidente que Aristóteles no se refiere al primer tipo de iracundos, sino al segundo, esto es a los que son así por la bilis negra, como demuestra el hecho de que sean tristes, negruzcos y apocados, efectos todos ellos de la bilis negra. Queda claro, pues, qué es la acritud que ahora nos habrá de ocupar, y cuál es su materia, pues decimos que es la bilis negra encendida junto a un corazón que la sospecha de un desprecio con daño y dolor ha venido a calentar. De hecho, me parece que la acritud supone la consideración del daño, y he visto a muchos individuos agrios y malhumorados que no se encendían demasiado salvo ante la sospecha de un daño por desprecio, mas de reconocer su inexistencia, el dolor se apaciguaría y la ira se desvanecería. Ahora bien, aquí no estamos hablando de un acto, sino de una habilidad y una potencia que comparte materia con el acto, con la salvedad de que la habilidad requiere esa materia en potencia, mientras que el afecto no solo requiere la potencia, sino también el acto. Así pues, decimos que quienes acusan esta potencia o propensión a la acritud y al mal humor aquejan un temperamento melancólico con subdominio de la bilis, pues esta concibe el fuego y aquella lo conserva.



  ¶   4

Así pues, en primer lugar el rostro del agrio se muestra apocado, pues el agrio es melancólico, luego frío, y todos los fríos son apocados, de modo que el agrio es apocado. Efectivamente, la proposición menor no supone dificultad alguna; tampoco lo hace que el melancólico sea frío, pues tal es la razón de la melancolía; el frío, por su parte, es apocado, ya que el cálido es raudo y dispuesto. Llamamos apocado al de operaciones lentas e indolentes; por su parte, al de operaciones indolentes se le contrae el gesto del rostro y se le imprime en el rostro el carácter del espíritu.



  ¶   5

El agrio es de color negro; no digo que sea etíope, pero se lo comparases con otros de su misma regió o patria, verías que habría de ser más negro que ellos, y no solo en el pelo, sino en la piel del rostro, de las manos y de prácticamente todo el cuerpo; de todos modos, esta negrura tiende a darse especialmente en los hipocondrios, sobre todo en el derecho, lo cual puede parecer absurdo, ya que la bilis negra se forma en el bazo, situado a la izquierda. El motivo de que los hipocondrios sean bastante negros, según creo, es que en esta zona también se genera la sangre que, al ser más negra, oscurece estas partes; y esto sucede más a la derecha porque aquí se encuentra el hígado, fuente y origen de toda la sangre, la primera en volverlo negro. Así pues, si el agrio es atrabiliario y el atrabiliario es negro, al ser la bilis negra de este color, como su nombre indica, cabe inferir que el agrio acusa un color negro. Por regla general advertimos este color en los españoles, algunos de los cuales también es posible que acusen este vicio; no en vano, es propio del agrio no olvidar una afrenta y retenerla en el espíritu hasta que se presente la ocasión de cobrarse la venganza, pues nos on precipitados ni furiosos, como los franceses, sino que aguardan el momento y el lugar de consumar su voluntad.



[Color negro]

  ¶   6

Es esta la tercera pasión del agrio. No solo llamamos enjutos a quienes carecen de gordura y grasa, sino también a quienes están desprovistos de carne, a los de músculos sumidos y huesos apenas cubiertos por piel y fibras. La carne surge de la sangre calentada y transformada durante la tercera digestión en una sustancia que llaman rocío; este, rodeando las fibras y metiéndose entre ellas, forma la carne, y engorda y hace crecer el músculo. Por tanto, de ser esto cierto, cabe inferir que los agrios, al ser melancólicos, de calor suave y escaso humor dulce, se nutren mal; no en vano, los melancólicos, y especialmente quienes lo son por efecto de una melancolía fruto de la combustión, se nutren mal por naturaleza, y son todos ellos enjutos, como se advierte en los enfermos. Así pues, diremos que todos los agrios no solo son apocados y negros, sino también enjutos.



[Enjutos]

  ¶   7

Esto es, los agrios llevan prácticamente desnudas las partes y miembros del rostro que suelen cubrir muchos pelos en los demás, como la barbilla, las pestañas, las cejas, el extremo interno de las fosas nasales y los conductos auditivos; en efecto, vemos que estas partes del rostro acostumbran ser velludas en quienes gozan de una disposición conforme al temperamento natural, mientras que estos tienen francamente pocos pelos. Pues bien, en primer lugar, esto lo puede corroborar un proverbio popular italiano que nos recomienda evitar la ira de los barbilampiños y de piel oscura; el motivo es que son ricos en bilis tostada, y cuando conciben el calor de la ira lo conservan mucho tiempo. Cabe ahora exponer por qué sucede tal cosa. Ya hemos dicho que los agrios abundan en bilis negra y acusan un calor natural apocado; por tanto, se asocian a la tierra seca y fría, que apenas da hierba, como algunos lugares montañosos del Apenino que llaman popularmente salsas, terrenos áridos, sin verdor alguno; del mismo modo, tampoco este temperamento produce pelos. No en vano, sabiendo que los pelos nacen de un hollín viscoso y graso elevado por efecto del calor abundante, un hollín que se dirige hacia los poros de la piel, los atraviesa y, constreñido por el frío externo, se coagula en un pelo, donde no se dé un calor abundante tampoco se dará la causa eficiente ni, por consiguiente, el pelo; a su vez, el melancólico es pobre en calor natural fruto de la combustión, si bien es cierto que de cuando en vez abundan el ígneo y el externo; por tanto, tampoco se dará la causa efectiva de los pelos ni habrá pelos, sobre todo en el rostro, pues siendo enjuto y huesudo carece de la materia de que nace el pelo, a saber el hollín viscoso y graso; y en tales circunstancias, pues, se echa en falta la materia de los pelos.



[Rostro afeitado]

  ¶   8

Mas dirás: ¿de dónde les viene a estos atrabiliarios ser casi siempre cálidos y tener una nariz y una cabeza cálidas y grasas? Súmale a esto que también parecen delicados cuando, por ser fríos, debiera ser al contrario; y que siendo enjutos no pueden tener un rostro y una cabeza grasos; y que no deberían tener los poros relajados, pues son fríos, y es propio del frío atascar y constreñir, no relajar ni abrir.



[Cuestión]

  ¶   9

Se responderá que existen dos tipos de calor: uno natural, conservativo y proporcional al elemento de las estrellas; el otro, por su parte, es contrario a natura, destructivo para su huésped y responde al elemento del fuego, que todo lo mezcla y destruye, corrompe y trata de asimilarlo a su propia naturaleza, a saber, la ígnea. El melancólico carece del primer tipo de calor, y puede abundar por accidente en el segundo; así, la tierra no alberga calor por sí misma y, no obstante, en ocasiones es más cálida que el fuego, que tiene calor innato; por su parte, el melancólico abundaría en calor artificial con tal que el humor negro se calentase una vez y prendiese fuego. En tal circunstancia, y si el humor rompiese a hervir, se elevarían unos vapores agrios hacia la cabeza, impidiendo el sueño y relajando los poros; asimismo, disipado el jugo que debía nutrir el rostro y la cabeza por la acritud y violencia del calor artificial, el rostro se quedaría enjuto, los pelos escasearían y la nariz y la cabeza se volverían grasas, al haberse evaporado la parte destinada a la alimentación de los miembros superiores. Por este mismo motivo, aun teniendo una cabeza bastante cálida y quedándose calvos por regla general, estos hombres casi siempre padecen catarro: ciertamente pierden el pelo porque son secos y porque el vapor surgido de la bilis negra, en su camino hacia arriba, seca la cabeza y relaja los poros, de modo que en primer lugar no se da la materia de los pelos, y luego, si estos llegasen a aflorar, no se podrían sostener por la laxitud del conducto; se vuelven canos enseguida por la falta de humedad natural. En efecto, también las hierbas se secan ante la falta de alimento, y a medida que se secan se van volviendo blancas; además, las tienta el catarro, y es que es propio del calor artificial atraer hacia sí la materia y, acto seguido, no calentarla, sino licuarla, consumirla y no distribuirla por el cuerpo. Cuando sucede tal cosa, la materia se precipita necesariamente a las partes sujetas, pues el calor natural del cerebro no puede corregir los errores del fuego artificial; esta precipitación del humor excrementicio se denomina propiamente catarro o moquera, ya que fluye de arriba abajo. Suelen padecer esta enfermedad quienes aquejan la pasión hipocondriaca, y raro es a quien no vuelve calvo, cano o proclive a la moquera la obstrucción por humor espeso de los miembros principales, fruto de las indigestiones causadas por la debilidad del calor innato y el predominio del artificial. Así pues, de todo esto no se sigue nada absurdo, especialmente si se tiene en cuenta que el calor natural constituye una cierta medianía, cuyo exceso o defecto ya le vale el nombre de artificial.



[Respuesta]

  ¶   10

Esto no plantea ninguna dificultad, pues si el afligido tiene el rostro arrugado, también el agrio. En verdad, no creo que se refiera al rostro, sino con toda probabilidad a la frente, pues el hombre agrio acostumbra llevar la frente arrugada y contraída, pues todos los agrios son tristes, como he dicho, aunque no todos los tristes sean agrios. El motivo es el mismo que antes, y es que el agrio no alimenta su rostro ni su cabeza, y quien no se nutre tiene la piel arrugada, luego el agrio ha de tener el rostro arrugado, y especialmente la frente. Ahora bien, esta pasión parece propia de quienes agitan en su espíritu una venganza que no confían en consumar: no en vano, mueven su espíritu de aquí para allá, y su rostro, que sigue al espíritu, ora se contrae ante la adversidad y la dificultad, ora se distiende y borra sus arrugas cuando brilla alguna esperanza, pues quien vislumbra una esperanza habla de aguardar lo bueno. Esto, por su parte, supone una especie de felicidad, y la felicidad, a su vez, se liga al calor, del que es propio dilatar; de ahí la historia de aquellas dos mujeres que murieron de felicidad, como cuenta Livio, cuando de improviso vinieron a su encuentro los hijos que creían caídos en combate.



[Rostro arrugado]

  ¶   11

Mas parece no existir diferencia alguna entre el agrio y el triste, pues también el triste acusa un rostro arrugado, es enjuto y apocado, cualidades todas ellas que, como hemos dicho, se advierten en el agrio. Cabe señalar que ello no implica que el agrio y el triste sean una misma cosa en sustancia, aun si ambos acusan unas mismas características: también nos consta que son animales tanto el caballo como el buey, y que ambos son cuadrúpedos, pero un buen no es un caballo; asimismo, hemos dicho más arriba que todos los agrios son tristes, pero que no todos los tristes son agrios, y que de hecho abundan los tristes que ni son amargos ni agrios. Antes bien, a ambas pasiones las separa una gran diferencia, y se nos revelará al contemplar el acto de cada potencia o habilidad, pues la naturaleza y diversidad de las potencias se reconoce mediante las acciones y sus cualidades; así, distinguimos la potencia auditiva de la visiva porque una cosa es ver, y otra oír; una cosa es el sonido, y otra el color; una cosa atañe a los ojos, y otra a los oídos; y hay sordos que ven, y ciegos que oyen.



[Si hay diferencia entre el agrio y el triste]

  ¶   12

Así pues, están tristes quienes se afligen ante un dolor presente, la muerte de un hijo, la pérdida de sus bienes y el miedo a la muerte o a alguna otra adversidad. Son, por tanto, humildes y apocados, y en tanto que están tristes no buscan el perjuicio de nadie, antes bien, ora ruegan y suplican a unos, ora a otros, e imploran auxilio a diestro y siniestro, y muy en particular invocan suplicantes a Dios y la intervención de los dioses y, como dice Lucrecio, no obstante, los desgraciados, doquiera que estén, ofrecen sacrificios y degüellan ovejas negras como ofrenda a los manes divinos 2-50. Les es propio creerse muy desgraciados y lamentarse continuamente, presas del temor o de la envidia y, como dice el otro, lamentan revolverse entre tinieblas y fango 2-51. Por otra parte, la acritud es una afección de la ira y no persigue ni busca sino la venganza; así pues, no se lamenta por la suerte o la desgracia ajena en un momento puntual, sino por verse incapaz de consumar su venganza como a él le gustaría. Tampoco es humilde, sino arrogante, y se convence a sí mismo de que la abyección y humildad de espíritu son algo vergonzoso; jamás tendería a nadie sus manos en gesto de súplica, y menos a un enemigo: antes morir; y siempre baraja y anhela dañar a quienes lo hubiesen injuriado, y no recurre suplicante a Dios ni a las divinidades, pues siente una constante sed de venganza, ajeno en todo momento a las palabras del Señor: mía es la venganza, y yo habré de pagar 2-52. Pues bien, como los actos y las pasiones del agrio y del triste se distinguen plenamente entre sí, será razonable que también lo hagan las potencias y las habilidades que atañen a un acto y a otro, y por eso Aristóteles no insiste en ello; y tampoco cabe concluir que por convenir dos o más géneros de cosas en un accidente u otro deban ser al punto una misma cosa en sustancia y esencia.



  ¶   13

Ya se ha demostrado más arriba que el agrio no es de rostro carnoso, mas tampoco se puede decir que lo sea según su cuerpo entero. No en vano, se ha dicho que el agrio es de calor apocado y de temperamento melancólico, y que abunda en bilis negra tostada, inútil para la nutrición; por tanto, siendo así, el agrio acusa un temperamento frío y seco y, por consiguiente, ni cálido ni húmedo; mas si el agrio no acusa un temperamento ni cálido ni húmedo, sabiendo que el carnoso sí goza de uno semejante, pues la razón de la carne reside en el calor y en la humedad, en tanto que es fruto de la sangre, concluiremos que el agrio no es carnoso, que es lo que se había planteado. Y si no es carnoso, tampoco será musculoso ni robusto, sino de físico débil e incapaz de sobrellevar grandes esfuerzos; así pues, su voluntad será mayor que sus fuerzas, y anhelará más de lo que puede acometer, y superará de largo a sus enemigos en rabia y malevolencia, pero no se les podrá imponer en vigor ni en fuerza; y como no es carnoso ni sanguíneo, sino enjuto, no será hermoso, luego ni resultará amable a primera vista ni jovial de ningún otro modo, pues es triste.



[El agrio no es carnoso]

  ¶   14

Por rectos entiende el Suesano no erizados ni ondulados, sino extendidos. Yo creo que por cabellos rectos cabe entender erguidos, como los de quienes sienten miedo, pues a estos se les yergue el cabello. La razón parece venir a confirmar mi opinión, ya que a los agrios se les va la sangre junto al corazón, y esta no es abundante; el erguimiento del cabello se ilustra con el ejemplo de los temerosos, pues su cabello se yerge cuando el calor y la sangre se vuelven hacia las entrañas. Así pues, digamos: los agrios son melancólicos por efecto de la bilis tostada, lo mismo amarilla que negra, pues ambas se tuestan enseguida; estos individuos acusan pelos gruesos y ásperos; los pelos ásperos y gruesos son rectos; por tanto, los agrios tienen pelos rectos. Para demostrar la mayor basta aducir lo que ya se dijo, que los atrabiliarios suelen tener los conductos de la piel más abiertos y relajados que los demás, de modo que están en mejores condiciones de expulsar los pocos hollines que albergan, y los pelos, por consiguiente, nacen bastante gruesos, y al ser bastante gruesos son también bastante rectos. También podemos señalar al frío como causa de esta rectitud: en efecto, lo que se somete al efecto del hielo se liga, pues es propio del frío unir y constreñir; lo que se constriñe se endurece; lo duro es rígido; lo rígido, si nada se lo impide, adopta una forma recta; así pues, los agrios tendrán los pelos rígidos, al prevalecer en ellos un temperamento frío y seco. Queda probado, pues, que habrán de tener cabellos rígidos y rectos. Asimismo, negros, pues son atrabiliarios, y la negrura es propia de esta cualidad: así, este humor, negro y tostado, produce un hollín negro y tostado, luego también serán negros los pelos que surjan de él, como enseña la propia experiencia. Así las cosas, decimos que el agrio tiene cabellos negros y rectos. Pues bien, según Aristóteles, estas son las cualidades corporales que denotan y describen al agrio.



[Cabellos negros, rectos]

  ¶   15

A estas cualidades añade Porta una cabeza bastante pequeña; sin embargo, no veo cómo, pues una cabeza bastante pequeña alberga un cerebro igualmente pequeño, luego el principio del frío natural habrá de ser débil, pues lo pequeño acusa una fuerza menor, y más aún si se trata de un cuerpo homogéneo o se concibe como tal; por su parte, si la intensidad del frío es menor, será mayor la del calor, y los de cabeza pequeña serán inestables y volubles como las hojas. Ahora bien, hemos dicho que los agrios son atrabiliarios, y que estos son fríos y acusan una disposición contraria. Además, según el mismo Porta, que admite hacerse eco de la autoridad de Avicena, una cabeza muy pequeña denota la imperfección de todas las fuerzas, y que un hombre como este es pérfido y de ira fácil. El divino Tomás, según el propio Porta, llama impetuosos, violentos e inestables a los de cabeza pequeña; en otro lugar también los llama indecisos e irresolutos, y dice que no llevan a fin nada que hubiesen emprendido; no obstante, nada de esto se ajusta al agrio, que ahora nos ocupa: en efecto, no es impetuoso ni violento, sino que sabe aguardar el momento y el lugar; no es inestable, sino demasiado obstinado en su ira, más de la cuenta; tampoco es dubitante, sino demasiado decidido, tanto que no descansa hasta haber consumado su venganza. Así pues, no es correcto atribuir una cabeza pequeña al agrio ni al de ira cruel y duradera; y si apuntases que esta es indicio del demente, tanto menos le convendría al agrio, pues ciertamente el avestruz, al que se atribuye una cabeza pequeña, no acusa ira agria.



[Si acaso el agrio tiene la cabeza pequeña]

  ¶   16

Continúa: tiene una figura poco armoniosa; yo me inclino a pensar que esta apariencia denota ciertamente a los amargos, esto es a los de ira fácil, pero no así a los agrios; no en vano, he conocido a muchos hombres jorobados y contrahechos de ira cruel y pronta, mas no agria, como las que hemos descrito. Añade unas narices amplias; esta señal también es propia del iracundo, y decía que se asociaba a los caballos, a los enérgicos, que abren mucho las narices cuando se enfadan; ahora bien, esto también es indicio de un calor abundante, y decíamos que los agrios eran fríos y estaban sometidos al humor de la bilis negra; por tanto, unos hombres agrios como estos no albergarán un espíritu bravo, veloz ni recio, a menos que se vean dominados por la afección de la ira y les hierva la bilis negra al mismo tiempo, pues en tal caso se les pueden venir a calentar los alientos, y su respiración será recia y fuerte; de todos modos, nosotros analizamos al hombre en virtud de su potencia y habilidad para la acritud, y no si lo es en acto.



  ¶   17

Añade un discurso amarillento; esto tiene que ser un error, pues no veo cómo se puede llamar amarillo o amarillento un discurso: en efecto, cierto es que los sabores y los olores guardan alguna relación, y Cardano también atribuye colores a los sabores, aunque temerariamente, pero no he escuchado todavía qué tienen en común el color y el sonido como para que los colores puedan dar nombre a los sonidos y podamos decir que alguien tiene la voz blanca, roja, azulada o amarilla. Si hubiese que leer “fluido”, y se hablase de una voz fluida, esto es que fluye, lo cierto es que toda voz fluye, y que las palabras son aladas, y tan pronto como se emite vuela la palabra irrevocable 2-53, y no veo cómo se puede llamar fluidas a unas palabras y estáticas a otras. Tampoco leeremos “flácida”, esto es débil y sin energía, pues esta voz es la propia del invertido y del blando, mas no del agrio. Acto seguido propone ojos secos y sanguíneos, lo cual puede ser cierto; mas no sé por qué dice a continuación que los ojos son amarillos pues, ¿cómo van a ser amarillos si son sanguíneos, y el amarillo es el color del oro, de la melena del león o el que se echa de ver en la piel de las manzanas dulces doradas?; a menos que hable de ojos sanguíneos en tanto que su adnata esté plagada de venas sanguíneas. De todos modos, luego habría que declarar si al menos el ojo era amarillo en la pupila, y no creo posible admitirlo, pues él mismo, cuando expone los colores de los ojos en el capítulo undécimo, dice que un ojo brillante y sanguíneo es indicio de una osadía próxima a la locura; además, según el testimonio de Homero, es cierto que cuando alguien se libra con muchísima vehemencia a la ira tiene los ojos sanguíneos.



  ¶   18

Lo último que añade, “pálidos, rojizos, secos”, no queda claro si lo dice del cuerpo de los agrios o de sus ojos; en efecto, a primera vista parece hablar del cuerpo, pues más arriba había dicho que contraían las cejas y la frente, y que llevaban el cuerpo hacia arriba, operación que no parece posible asociar a los ojos, pues no están en condiciones de contraer el cuerpo por sí mismos, al no ser este su cometido, sino del hombre y de cuanto que tenga un cuerpo. De todos modos, si lo aplicases a los ojos, ¿cómo vas a llamar pálidos, rojizos y secos a los ojos del pálido, y un poco más arriba sanguíneos, y en otro lugar amarillos, si todas estas cualidades no se pueden dar a la vez, ni pueden significar una misma cosa, ni cabe asociar al agrio, en su opinión, algunos significados de estos colores? Así pues, y con perdón ante tan gran hombre, ciertamente no veo por qué motivo escribió lo que hemos dicho. Mas demos por concluido este tema.



  ¶   19

No obstante, por una cuestión de honor, el fisiónomo ha de cuestionar ahora tales palabras. A juicio del Suesano, los fisiónomos que andan tras la causa de estas señales actúan con impudicia, pues buscar tal cosa, dice él, supone sobrepasar los límites de la facultad fisionómica; apunta, además, que el fisiónomo ha de conformarse con reunir señales mediante la observación, y con poder asociarlas a la fuente de que se toman; asimismo, añade que Aristóteles determinó más arriba que la razón del fisiónomo consistía únicamente en tal cosa. Así pues, opina que el fisiónomo es una especie de empirista, mas no un científico, y no cree que se trate de una ciencia subalterna de la filosofía natural o que tome de ella sus principios; no obtante, aun habiendo vituperado de semejante manera la labor de la fisionomía, no le avergüenza haberse servido de los preceptos interpretativos de la fisionomía, ni que tamaño filósofo haya echado mano de un discurso irracional y haya prestado oído a las tonterías fisionómicas, como él las ve. De todos modos, este hombre ha rendido ciertamente flaco servicio a esta disciplina.



[Cuestión]

  ¶   20

Cabe decir, como hacen algunos, que la fisionomía, en tanto que se ocupa de lo particular y escruta sus propensiones, es una disciplina, si bien conjetural. Por su parte, si es una disciplina, y toda disciplina es un hábito dotado de recta razón, como la fisionomía goza de recta razón no puede proceder sin conocimiento de causa, pues la razón, el orden, la naturaleza y la causa o bien son una misma cosa, o bien no pueden existir uno sin el otro. Además, donde hay razón hay silogismo, luego por fuerza también lo universal, que no deja de ser una causa, como cuando se dice: soy bípedo porque soy un hombre. Y si esto es cierto, no diremos que el fisiónomo ignora las causas de lo que dice, pues toma sus principios de la filosofía natural.



  ¶   21

Acaso resulte más conveniente decir que no se trata sencillamente de una disciplina, pues casi todas las disciplinas producen algo que puede existir de otro modo, y la fisionomía no produce nada; sería preferible decir que se trata de una ciencia, ya que consiste en un hábito adquirido por demostración; la demostración, por su parte, puede ser de dos tipos, bien por qué, bien porque, y la fisionomía se sirve de la demostración porque. Diremos asimismo que se trata de una ciencia subalterna, y que demuestra el qué, si bien demuestra el por qué mediante los principios tomados de la fisiología o expuestos en ella; no en vano, es propio de lo sensitivo decir lo que hay, y es propio de algo superior decir por qué, como se apunta en el primer libro de los Analytica Posteriora. En efecto, la misma relación que guardan perspectiva y geometría o música y aritmética la conocen también la fisionomía y la ciencia natural; no se trata, pues, de mera conjetura, ni es una disciplina, sino una ciencia, aunque dé el qué, y no el por qué, salvo por mediación de la ciencia natural. Además, no supone un obstáculo que sus teoremas no sean necesarios, pues para la constitución de la ciencia basta que los teoremas detenten verdad por regla general, y que si carecen de necesidad, no lo hagan por sí mismos, sino impedidos por accidente y causa externa, como enseñó Aristóteles en el primer libro de los Analytica priora. En efecto, puede ser ciencia la demostración de que el ser humano tiene cinco dedos en la mano, aunque los haya de seis y de cuatro solamente.



[La fisionomía es una ciencia]

  ¶   22

Así pues, si la fisionomía toma sus principios de la filosofía natural y proporciona el qué, tomará el por qué de la fisiología, como se apuntó a propósito de la perspectiva y la armonía. Por tanto, el fisiónomo no transgrede los límites de su conocimiento por buscar la causa de sus señales, por establecer teoremas universales ni por plantear cuestiones que parecen venir a sacudir sus conclusiones. Tampoco se sigue que, por partir de principios segundos, no merezca el nombre de ciencia; y así como toda facultad racional cuenta con principios primeros y segundos, demostrando estos y suponiendo aquellos, también la fisionomía tiene principios primeros y segundos, y como tiene los primeros podrá aducir las causas de sus conclusiones; por tanto, no se contenta con el qué, sino que también podrá tantear el por qué.



  ¶   23

Tampoco supone un problema lo que se afirma en el primer libro de los Analytica posteriora, a saber, que los artesanos sensitivos enseñan lo que hay y los intelectivos el por qué; en efecto, como los conocimientos sentiviso e intelectivo se ligan en un solo ser, al igual que el sentido y el intelecto, la proposición universal y la particular, la mayor y la menor en la primera figura, el todo y la parte, no sería posible reconocer adecuada y perfectamente la parte sin el todo, la menor sin la mayor ni la singular sin la universal. Por su parte, toda disciplina y toda ciencia o conocimiento pertenece al género de los bienes honrados, luego puede ser del todo autosuficiente, y conseguirá el por qué, si no por sí misma, sí por intercesión de la facultad superior.



  ¶   24

Tampoco es cierto que Aristóteles afirme tal cosa; antes bien, la sentencia de Aristóteles sostiene que durante la labor de identificación de las señales y constitución del qué cabe echar mano del sentido, para venir a confirmar el postulado que dice que una determinada pasión del alma cuenta con una determinada señal en el cuerpo que la sigue: así como a un alma determinada la suele seguir un cuerpo determinado, pues un cuerpo de león no alberga un alma de oveja o de ciervo, sino de león, también el pavor o la osadía del alma cuentan con algo en el cuerpo que responde a la osadía o al pavor. Así pues, no se ha de tener tan mala opinión de la fisionomía natural como para tacharla de irracional y ajena a las causas; en cambio, sí cabe rechazar la que cree y promete afirmar certezas sobre las contingencias futuras, las acciones y los pensamientos humanos; esta, digo, se ha de rechazar de plano, pues no alberga nada cierto ni racional.



Capítulo xvi

Capítulo xvi    DEL IRACUNDO O AGRIO

orig:   (23.)

Señales del iracundo: de cuerpo recto, bien constituido en su figura, animoso, rojizo; hombros distantes, grandes, anchos; extremidades grandes y fuertes; suave en pecho e ingles; con buena barba, contorno capilar florido y vuelto hacia abajo. 

  ¶   1

Hemos apuntado que la amargura se subordina en género a la iracundia. En efecto, cuando alguien se enfada o es pronto a la ira puede concebirla y deponerla rápidamente, como los niños, y en tal caso recibe el nombre de amargo; en cambio, el que nos ocupó más arriba, que concibe la ira con o sin rapidez y la depone tras mucho tiempo, merece el nombre de agrio. Así pues, como ya se ha hablado del agrio, Aristóteles trata ahora del amargo, y así nos detalla el género completo del iracundo parte por parte. Por tanto, aquí entendemos propiamente por iracundo a quien acusa un aspecto amargo, esto es a quien sucumbe a la ira por nada y vuela a la venganza, pero al punto se calma y depone la ira, como dice Horacio de sí mismo, cuando se pinta de ira fácil, pero aplacable 2-54. A mí la ira de estos individuos me resulta semejante a la pólvora con que hacemos explotar los morteros de las bombardas; no en vano, esta se prende rapidísimamente, y asimismo se apaga enseguida, aunque se encienda con un fortísimo impacto, con un sonido y un fragor terribles, y lo llene todo de humo y llamas.



[Señales del iracundo]

  ¶   2

Al amargo le viene el nombre de una metáfora con el sabor amargo, pues este, nada más tocar la lengua y estimular el gusto, se escupe y asquea; así, en su cotidiana sociedad, al hombre de ira fácil le sucede lo que al sabor amargo con el gusto que lo aborrece y lo asquea al instante; de hecho, en cuanto se manifiesta, los hombres lo rechazan y no terminan de entenderse con él. También es posible que la presa de este vicio tome su nombre del predominio que en él ostentan la bilis y el humor amargo, fuente de esta pasión. Por su parte, la amargura consiste en un empuje vehemente de una bilis muy rápidamente encendida por la sed de venganza ante un desprecio aparente, por pequeño que este fuera; por tanto, su materia, de manera general, será la misma que la de la ira, esto es la sangre biliosa, pero más pronta en calentarse y más dispuesta a deponer el calor. Así pues, la bilis será muy delicada, pues si bien es cierto que lo delicado asume las improntas sin demora, como se echa de ver en el aire puro y sutil, también las depone rápidamente; y la sangre biliosa, pura de por sí y en razón de su naturaleza, es tan delicada y alentosa que se calienta y se enfría en un instante. Queda demostrado, pues, que se llama a amargura a la aptitud de la sangre biliosa muy delicada y abundante para hervir junto al corazón por la sed de venganza que un desprecio aparente ha infundido. Por tanto, queda claro qué és y en qué materia se produce, y cómo y por qué.



[Cómo es el hombre amargo]

  ¶   3

Así pues, de ser esto cierto, prácticamente toda la complexión de este hombre y todos sus alientos serán ígneos; por su parte, es propio del fuego elevarse recto, y también asciende en línea recta lo que el fuego eleva consigo; por tanto, la figura del amargo será recta, luego se ha dicho con razón que el hombre amargo tiene un cuerpo recto. La causa es la prevalencia del humor asociado al fuego; cuanto se asocia al fuego representa a su vez las acciones del fuego, como elevarse, esto es erguirse; por consiguiente, el amargo es recto de cuerpo.



[Recto de cuerpo]

  ¶   4

Otros leen “de buen costado”; sin duda, esta segunda lectura es más fiel al códice griego, pues el término διατεταγμένος significa precisamente “con buena disposición de las costillas” o “de costillas buenas y anchas”. A mi entender, sería posible interpretar que gozase de un pecho ancho y un gran tórax quien aquejase amargura y predisposición a la ira, esto es a la pasión que algunos llaman animosidad. Si cabe comprenderlo de este modo, la causa resultará evidente, pues el amargo alberga mucho calor ígneo junto al corazón y las costillas; es propio del calor abundante dilatar; así pues, con razón tendrá el amargo o animoso unas costillas anchas y firmes y un pecho amplio.



[Especie bien constituida]

  ¶   5

Es esta la tercera señal del hombre plenamente dispuesto a la ira. Ahora bien, si no me equivoco, me parece que este término, de uso entre los latinos, no refleja el significado de la palabra griega, εὔθυμος; en efecto, llamamos animoso (lat. animosus) a quien acusa vehemencia de espíritu, arrojo y una cierta violencia; en este sentido Ovidio llama animoso a Pirro, a imagen de su padre, magnánimo, valiente y constante, y en alguna ocasión iracundo. Ninguno de estos significados cabe en nuestro estudio, pues nosotros atendemos a señales sensibles que nos permitan alcanzar las insensibles, atendemos a accidentes corporales con que reconocer las pasiones del alma, atendemos a señales sensibles a las que respondan las propensiones del espíritu; en cambio, tomes el sentido de “animoso” que tomes, verás que no denota ningún accidente sensible. Considera, además, que ninguno de los capítulos propuestos contiene término alguno referido a una pasión espiritual.



[Animoso]

  ¶   6

Y si objetases que en el capítulo del modesto o moderado se lee que es dócil, un término que parece denotar un accidente del alma, respondería que aquel texto no se refería a un accidente del alma, sino a una cualidad de la voz, y que con el giro “voz agradable” de señala una cualidad juzgada por el oído, y es que allí no se apunta que el moderado sea de espíritu dócil, aunque sea cierto. Así, tampoco negaría yo que el término “animoso”, con que los traductores proponen ilustrar εὔθυμον, represente las pasiones propias del iracundo; sin embargo, lo cierto es que Arsitóteles pretende señalar algún accidente sensible que suela acusar el cuerpo de alma iracunda y proclive a la amargura. A juicio de Aristóteles, los accidentes sensibles comprenden tres categorías: una propia, otra común y una tercera accidental. Un accidente propio es, por ejemplo, el color o la blancura, si hablamos de la vista; uno común, el movimiento y la figura del hombre; uno accidental, la risa y la hilaridad del rostro: en efecto, tú adviertes con la mirada que Calías se ríe, que está feliz, mas no lo haces propiamente, sino tras haber reconocido de manera accidental un movimiento y una figura determinados. Por tanto, si el animoso no demuestra ningún objeto propio de los sentidos, y acaso tampoco uno común, sí acusará algún objeto accidental; en efecto, si yo escucho reír a Sócrates no es porque la risa sea un accidente sensible común, sino porque se reconoce mediante los accidentes comunes que sobrevienen a quien se ríe. Así pues, sabiendo que llamamos animoso al vehemente, al confidente, al alegre, al valiente y al magnánimo, así como al hombre seguro, agradable, feliz y de espíritu dispuesto, no creo que ninguna de estas significaciones sea más sensible que la vehemencia, la felicidad y la bondad que se echan de ver en el rostro, pues este gesto facial no es menos aparente que la tristeza, la lentitud del movimiento, la somnolencia o algún otro ejemplo de los que Aristóteles enumera en estos capítulos.



[Objeción]

  ¶   7

Digo, pues, que el iracundo o amargo es animoso, esto es que demuestra en su rostro vehemencia, alegría y una cierta bondad que muchos compatriotas nuestros pudieron reconocer antaño en un hombre muy noble, el más iracundo de todos. La causa consiste en que es amargo quien alberga una gran cantidad de humor bilioso junto al corazón; semejante individuo abunda en sangre sutil y cálida; la sangre sutil y cálida va seguida de una multitud de alientos, de felicidad y de la bondad que se muestra en el rostro; por tanto, cuando el iracundo y propenso a la ira amarga se encuentre apaciguado, diremos que está tan tranquilo y bondadoso como juzgan el mar quienes lo observan en calma y ajeno a los embistes del viento, pues entonces propicio y adecuado para todo, mientras que de verse agitado y turbado por los vientos se revelaría como un monstruo horrible e inefable, y presentaría tantos crueles rostros de la muerte como hidras hace silbar la Erinia 2-55. Así pues, a la luz de todo esto queda dicho qué se entiende por animosidad, y cómo y por qué aparece en los rostros del amargo y del iracundo esta costumbre animosa, esto es alegre y vehemente, con cierta confianza propia.



  ¶   8

He dicho, y ahora lo apunto, que el Suesano traduce animoso por alentoso, y al explicar su elección señala que es alentoso quien respira profunda y largamente, esto es quien así expira e inspira. Como causa, indica que el iracundo es tremendamente cálido en su corazón, y que por eso respira profundamente. Ahora bien, ¿qué impediría decir que este hombre respira e inspira profundamente por tener unas costillas anchas y amplias que, al formar una gran cavidad torácica y un gran pulmón, requieren mucho aire inspirado para llenar sus cavidades? De todos modos, así como no rechazo la opinión de este hombre, tampoco la comparto, pues no parece convenir en absoluto con la palabra de Aristóteles, y no recuerdo que los griegos hayan empleado jamás el término que llama aliento en lugar del que vale espíritu, o viceveersa, si bien es cierto que los latinos parecen haberlo hecho en alguna que otra ocasión, pues con “anima” no solo se refieren al principio con que vivimos, sino que también llaman “anima” al aliento y al aire expirado, como Virgilio: cuanto pueden el fuego y mi aliento 2-56, y Plauto: a tu mujer le huele el aliento 2-57.



[Apunte]

  ¶   9

El color rojizo es el que se encuentra a medio camino entre el oscuro y el rojo. Llamamos color oscuro al que tiende a la negrura; Claudiano llamó oscuras a las violetas; además, es el color propio de los indios y de los habitantes de la equinoccial, y también se llaman oscuros los egipcios; por tanto, el oscuro se obtiene del tránsito del azul o dorado al negro. Llamamos rojizo al que el oscuro impide ser rojo del todo, pero cerca le anda; a su vez, llamamos rojizo al color del cabello y la barba de algunos hombres que, por su semejanza con el color del bronce, reciben el nombre de enobarbos. Los rojizos no acusan tanta claridad, y recuerdan a una llama atemperada por un humo abundante, como la que se echa de ver en la punta de una llama efímera prendida sobre maderos viejos; este color puede llamarse propiamente rojizo, y el motivo de que el color rojo aparezca en parte de la llama en cuestión no es otro que el que lo genera en el hombre iracundo que nos ocupa. Ahora bien, ¿solo los pelos son rojizos o también lo son la carne y la piel?, ¿o acaso lo son unas veces los pelos y otras veces la piel? Yo creería que este color se advierte principalmente en los pelos de la barba y de la cabeza, si bien nada nos impide llamar iracundo a quien ostentase un color rojizo en su piel; en efecto, vemos que los de este color son profundamente iracundos, y tan propensos a la ira que apenas pueden soportar las sonrisas de sus amigos sin que se les revuelvan repentinamente los alientos. Así pues, digo que el iracundo, en primer lugar, es rojizo en sus pelos, y luego también en los pelos y en la cara; y digo que es iracundo, y que por efecto de esta ira es prácticamente un enajenado presa de la furia.



[Color rojizo]

  ¶   10

Pues bien, en primer lugar, la verdad de este planteamiento se puede ver corroborada por un dicho popular italiano, pues pretende que todo individuo rojo tiene un aguijón malvado, una metáfora tomada de las avispas, que hieren con su aguijón a quienes se les cruzan. Resulta sencillo demostrar por qué sucede tal cosa, y es que si el amargo o propenso a la ira alberga sangre biliosa y cálida en abundancia, sabiendo que esta produce los hollines rojizos que han de formar los pelos, parece razonable que el iracundo sea rojizo. La proposición menor de este silogismo no plantea problemas, pues el iracundo es rico en humor bilioso y, por consiguiente, en sangre cálida y seca. Por su parte, para demostrar que esta sangre genera hollines rojizos basta señalar que el color rojo les viene de la sangre, de un rojo intenso, y el oscuro, del tueste; a su vez, cuando algo rojo viene a tostarse se vuelve un tanto oscuro y rojizo, como se echa de ver en la madera del pernambuco, en el almagre y el ocre; no en vano, si bien este último es de un color casi dorado, verás que es rojizo cuando se quema, cosa que también advertirás en el almagre y en la madera mencionada, aunque no tan claramente.



[La piel del iracundo, rojiza]

  ¶   11

Así pues, cuando estos hollines llegan a los conductos cutáneos se transforman en pelos, luego es probable que los pelos sean como el hollín; por tanto, estos pelos, como indicio de la abundancia de sangre sutil y biliosa, señalan al hombre iracundo, pues no sería iracundo quien careciese de tal materia. Por último, si la carne o la piel y el pelo acusasen este mismo color, denotarían que toda la masa corpórea se alimenta de la sangre biliosa y que ninguna parte del cuerpo se mantiene ajena a la bilis; no en vano, si la capa superficial de la piel, de por sí templada o fresca, o al menos apocada por el frío exterior, no es capaz de transformar lo más mínimo la materia que la alimenta, por fuerza se ha de conceder que esta última es muy poderosa, más vencedora que no vencida. Así que cuando veas a alguien de rostro rojizo y cabellos del mismo color, dirás que es profundamente iracundo; en cambio, si fuese de color púrpura, sería sanguíneo; y si fuese rojo, bilioso; y caso de ser rojizo con un toque oscuro, esto denotaría la eminencia de un calor que prácticamente vendría a tostar la bilis, y estos hombres, al calentarse, se volverían propiamente amargos y furiosos, pues lo dulce, como la miel o el azúcar, se amarga cuando se pone al fuego.



  ¶   12

Si junto con esta bilis se viniese a mezclar una gran cantidad de pituita, resultando en consecuencia un color blancuzco y volviéndose brillante la piel, como ungida, semejante a la película que dejan tras de sí los caracoles sobre las piedras o el mármol muy añejo, los hombres en cuestión se verían hostigados por una rabia horrible, cruel y malvada, no habría mal que no les pareciese insignificante, se librarían a la furia por vaguedades y, abrumados por ella, no depondrían la ira sin un baño de sangre, una ira que apenas demostrarían, o solo un poco, pues la pituita infunde lentitud y la bilis despierta una férvida sed de venganza. En efecto, ya que por principio todo tiende a reproducirse si dispone de materia, como el fuego, que crece y crece cuando tiene leños cerca, también el calor de la ira se aviva con mucha vehemencia en presencia de una materia que la reciba, y la ira se mantiene viva mucho tiempo si encuentra algo que la conserve y aliente.



[Piel brillante]

  ¶   13

Recuerdo a un hombre de barba y cabellos rojos, rostro rojizo con cierta lentitud y ligereza, ojos ígneos; bajaba a menudo la mirada, no hablaba, invocaba a Dios con frecuencia y le daba las gracias; apenas miraba a su interlocutor, mantenía la calma cuando se quejaba de sus enemigos, no los maldecía nunca; tenía una frente rugosa y nebulosa con un rubor delicado. Pues era el peor de todos los hombres: no temía ni a Dios ni a los santos, abusaba del velo de la religión para engañar a los hombres; mató a su hermano y a su padre, violó a su hermana y acto seguido le dio muerte; maquinó astucias muy agudas contra familiares y amigos no menos que contra sus enemigos, cosa que a muchos les costó la vida, infamias o discordias intestinas. Así pues, queda de manifiesto qué es y cómo es este pelo rojizo, y qué supone.



  ¶   14

Quinta nota del amargo o iracundo, prácticamente idéntica en el valiente, como la siguiente. El motivo, creo, es que la ira, según dicen, es la piedra con que se afilan el valor y el vigor; así pues, el valiente y robusto ha de rondar muy de cerca la especie de iracundo, y en ausencia total de ira no merecería el nombre de valiente; luego Virgilio acierta cuando hace enfadarse a Eneas, diciendo: más alto se le elevan las crueles iras al general dardanio 2-58. Por tanto, si el valiente tiene hombros anchos, grandes y distantes, y el valiente es propenso a la ira, que discurre por los pechos de los hombres valientes más dulce que la miel, también el propenso a la ira tendrá hombros anchos, grandes y distantes, como se deduce racionalmente; en cambio, nadie merece el nombre de amargo o iracundo por el mero hecho de acusar tales cualidades. La causa es la misma, y depende de los mismos principios; y es que si el iracundo es rico en calor ígneo junto al corazón y al pecho, quien alberga calor abundante también alberga mucha fuerza expansiva y dilatadora; donde está esta fuerza se produce dilatación y extensión, a menos que algo lo impida; por consiguiente, al iracundo se le habrá de dilatar y expandir la zona del corazón y el diafragma; estas partes incluyen el pecho, los hombros y la espalda; por tanto, el iracundo y propenso a la ira suele gozar de hombros anchos y, por consiguiente, distantes entre sí, luego también grandes, pues tener un pecho grande consiste precisamente en que un hombro diste mucho del otro.



[Hombros grandes y anchos]

  ¶   15

Por extremidades fuertes entiendo robustas, pues la fuerza del espíritu es vigor en el cuerpo, al igual que la justicia del espíritu vale, por semejanza, salud en el cuerpo. Es esta la sexta señal, y también conviene al valiente, y su presencia en el iracundo se debe a la misma causa, y es que si el iracundo es cálido de manera intensiva y tiende al calor ígneo, sabiendo que es propio del calor abundante dilatar y atraer mucha materia, hemos de advertir tales afecciones en el iracundo, pues donde abunda la materia y la causa agente es potente y robusta se han de producir cosas grandes y robustas, esto es, listas para la acción.



[Extremidades grandes]

  ¶   16

En otro orden de cosas, acaso alguien se plantee si el animoso o amargo difiere del valiente y robusto; y parece que no, pues decimos que el amargo tiene extremidades fuertes y grandes, cosa que también se atribuye al valiente; además, decimos que tiene hombros grandes y anchos, como se le suponía al valiente. Por su parte, cabe señalar lo que una y otra vez se ha venido repitiendo, que aunque dos individuos compartan unos mismos accidentes, no por ello han de ser una misma cosa en sustancia o especie; en efecto, tanto el buey como el hombre se mueven y respiran, pero nunca se dirá que son una misma cosa. Por otra parte, bien cierto es que el valiente y el iracundo convienen entre sí en algunos aspectos de su definición, luego es razonable pensar que cuando dos cosas convienen en aspectos formales también hayan de convenir en los materiales, al ser relativas materia y forma. Así pues, como al hombre valiente le corresponde la ira y la valentía no puede existir sin esta, y es que no en vano Virgilio pinta iracundo a Eneas, y Homero pinta a Aquiles iracundo y agrio, si el espíritu del valiente y el amargo convienen an algún aspecto, es razonable pensar que sus cuerpos sean idénticos en algún otro; no obstante, el iracundo y el valiente se pueden distinguir como se distinguen la fuerza vegetativa y el sentido: la fuerza vegetativa puede existir sin sentido, pero no así la fuerza sensitiva sin la vegetativa; así, no hay valiente sin ira, pero sí iracundo y amargo sin valentía. [Objeción] Mas dirás que fue valiente Sócrates, y que se enfrentó con mucho arrojo a la muerte; dirás que fue valiente Escipión el Africano que, aun exiliado, no se libró a la furia contra el pueblo romano; y no fue menos valiente Sertorio, pese a ser muy bondadoso con todos, si exceptúas a unos rehenes íberos; y leemos que todos ellos fueron tan mansos y plácidos que rozaban la perfección.



[Cuestión]

  ¶   17

Podemos decir que existen dos clases de valentía: una consiste en una propensión natural a repeler los peligros que, además de daño, suponen deshonra, y esta siempre va ligada a la ira, pues su principal arma contra la aflicción es el vigor de la ira; la otra es adquirida y obra según la recta razón, y no se desvincula de la modestia, la mansedumbre ni la placidez. Esta última fue la de los hombres arriba mencionados; en cambio, Aquiles, Áyax y Telamonio acusaban la primera, la natural, y no la ejercían guiados por la razón, de ahí que Aquiles fuese cruel con griego y troyanos por igual, y que Áyax se terminase suicidando tras haber acabado con la vida de unas ovejas en un arranque de furia, jurando a gritos dar muerte a Ulises, Menelao y al propio Agamenón. También podemos distinguir la valentía en militar y civil. La primera es activa y necesita afilarse con la piedra de la ira, y se aplica contra los enemigos. La segunda no es sino padecer, se denomina constancia o paciencia, se suele aplicar en tiempo de paz con amigos y vecinos, y no precisa ira, sino más bien mansedumbre, y toda ira y amargura se mantienen alejadas y ajenas a ella.



[Respuesta]

  ¶   18

Yo, por mi parte, entiendo que el iracundo y el valiente difieren en cuerpo y alma, y también por razón y definición, pues al valiente lo hemos descrito de un modo, y al iracundo y amargo de otro distinto. Además, la materia del valiente es la melancolía natural con subdominio de la bilis amarilla, mientras que el iracundo requiere bilis pura con subdominio de la sangre; el iracundo es cálido de manera intensiva, pero se mueve, agita y extingue fácilmente, como una llama, mientras que el valiente es cálido de manera extensiva, y conserva el calor mucho tiempo, como un hierro candente; la ira se suele ejercer sobre los criados, los amigos más débiles que uno y los familiares, mientras que la valentía concierne a enemigos y desconocidos, y crece en la adversidad; la ira perturba, y no desempeña su cometido sin perturbar la razón, mientras que la valentía dista mucho de perturbar la razón en cualquier sentido. A la luz de lo cual, pues, queda claro que difieren en acto y en forma. Asimismo, difieren en cuerpo, pues el valiente es de carne robusta y dura, pecho velludo y piernas voluminosas, las carnes de la pantorrilla se le contraen hacia arriba, su cuello es grueso y no demasiado carnoso; en cambio, el iracundo es de pecho lampiño, carne y piel delicadas y cuello bastante largo y de buenas carnes. Así pues, resulta manifiesto que estas dos pasiones difieren plentamente entre sí, lo mismo en alma que en cuerpo.



  ¶   19

Se trata de la séptima nota con que reconocer al iracundo, y también nos permite distanciarlo del valiente, que tiene estas partes cubiertas de muchos pelos pues, como quedó dicho, abunda en materia lenta y viscosa. Así pues, diremos que es una pasión propia del iracundo o amargo tener el pecho lampiño, como las ingles, no un pubis sin pelo, sino las ingles, donde se encuentran los conductos depurativos del hígado, y que bajo las axilas, donde están los del corazón, nazcan pelos escasos y finos. El Suessano dice que la ausencia de pelo en estas zonas denota el predominio de la sangre en los miembros principales; ahora bien, ni él dice ni yo entiendo a qué se refiere, ni cómo pueden ser estas señales indicio de tal cosa, ni en qué sentido atañen al tema. Y en verdad, antes de nada, si esta ausencia de pelos denota el predominio de la sangre, ¿acaso ha de ser amargo e iracundo quien acuse un predominio de la sangre? Antes bien, es alegre, agradable y muy plácido. Además, quienes acusan predominio de una sangre pura y benigna muestran estas partes cubiertas de pelos, pues son cálidos y húmedos y, por tanto, cuentan con la materia y la causa eficiente para la generación de los pelos.



[Lampiño en el pecho]

  ¶   20

Así pues, creo conveniente aportar otra razón con que explicar la ausencia de pelos en el pecho y las ingles de los iracundos y amargos; y no creo que baste con leer lampiño, sino que se ha de entender también suave, esto es liso, pulido, desplumado, sin asperezas y agradable al tacto, de modo que el sentido lea: el iracundo y amargo tiene pocos o ningún pelo en el pecho, y no muchos en la ingle, y tiene estas partes suaves y pulidas, no ásperas, sino muy agradables al tacto, plácidas y uniformes. Para demostrar que el pecho carece de pelos y es prácticamente lampiño, y que la pies el suave, blanda y delicada al tacto, se puede aducir la causa material de los pelos y la causa instrumental, que se echa en falta. Así pues, si el de sangre delicada y mínimamente lenta acusa una carencia de hollines densos, lentos y viscosos, quien aqueje tal cosa albergará poca materia capilar; la falta de la materia hace desaparecer el efecto, luego el amargo e iracundo no tendrá muchos pelos, sobre todo si los poros de la piel estuviesen muy relajados, ya que en tal caso la materia se evaporaría y no quedaría nada con que poder formar un pelo; indicio de ello es que los amargos por naturaleza y de ira rápida tienen una espalda siempre cubierta de una grasa, y lo mismo aplica al pecho y a las ingles, pues la materia exsudada es ligera y los conductos están relajados. Por otra parte, que los poros del pecho y las ingles estén totalmente abiertos lo confirma el abundante calor ígneo que albergan estos hombres junto al corazón; este, a su vez, abre y dilata, pasión que afecta sobre todo a la piel suave y delicada, pues siendo suave y uniforme también podría ser delicada y tersa, luego por fuerza habrá de tener los conductos despejados; así, estas dos causas demuestran que el hombre de ira cruel y aguda tiene el pecho y las ingles lampiños, y la piel suave y delicada, sobre todo la de esas partes, lo cual se demuestra como sigue: primeramente, al tener una sangre ligera y cálida también aquejan una carne laxa y blanda y, por consiguiente, una piel suave, sobre todo allí donde abunda el calor, como el pecho y las ingles; esto confirma que son muy agudos en sus hallazgos y reflexiones, pero muy volátiles y de opinión cambiante, una pasión afín a su materia, y temerosos, demasiado, de hecho, con fantasmas y espectros nocturnos; también son excesivamente crédulos, y pretenden contar con la confianza de los demás, y se enfadan con quienes no se la conceden, como es propio de los hombres ricos en sangre biliosa y sutil y dotados de calor ígneo; a ello se debe que sean también muy vergonzosos, pues el iracundo aborrece el desprecio y, por tanto, anhela el honor y el decoro, luego cuando intuye una deshonra nace en él la pasión que llaman pudor.



  ¶   21

Mas también se podría preguntar alguien si acaso es cierto que la sangre y el calor del iracundo se reúnen y hierven junto a su corazón; y si esto es cierto, por qué los airados gritan tanto, se ponen rojos, e incluso sanguíneos, por qué son incapaces de contenerse, y parecen expirar fuego, por qué retuercen los labios como presos de la ira y no consiguen mantenerse quietos; estas son las señales de un calor que ya ocupa la parte externa del cuerpo. Además, si al iracundo se le vuelven junto al corazón la sangre y todo el calor, sabiendo que este recogimiento del calor y de la sangre entra en la razón del miedo, el airado sentirá temor, y entonces el temor y la ira compartirán una misma razón, pues ambas afecciones acusan un recogimiento, una contracción del calor junto al corazón. Esto, por su parte, resulta evidente, pues ambas afecciones llevan ligadas unas mismas pasiones, y es que tanto el individuo profundamente airaco como el temeroso o el que teme en acto sienten sed y guardan silencio, como si no les saliese la voz; muchos también pierden el color y la estabilidad de los pies; también los hay que, presas de una ira terrible, no consiguen contener sus excrementos, especialmente los menos sólidos; unos y otros suspiran y tienen la mente turbada, de modo que ignoran de plano o no pueden prever qué es lo que les conviene, lo que deben hacer ni lo que deben perseguir o evitar.



[Cuestión, si acaso al iracundo le hierve la sangre junto al corazón cuando sucumbe a la ira]

  ¶   22

Por el contrario, a mí me parecen la ira y el temor afecciones totalmente diferentes, y diversas me parecen las potencias de cada uno de ellos; no en vano, si las operaciones se distinguen por su fin diferente, y las operaciones diferentes requieren potencias diferentes, unas potencias diferentes que dependen de formas naturales diferentes, y sabiendo que también las formas diferentes acusan una materia diferente, y que una materia corpórea diferente ocupa lugares diferentes, el temor y la ira no pueden coexistir ni se pueden tomar como afecciones idénticas o al menos emparentadas, como la esperanza y el amor, donde uno, el amor, y hablo del amor venéreo, rara vez se desvincula de la esperanza, que algunos poetas llamaron pábulo del amor, que lo sustenta como los leños alimentan y conservan el fuego.



  ¶   23

Para resolver esta cuestión cabe suponer que los individuos de sangre biliosa, sutil y delicada gozan de una mejor disposición que los demás para soportar y atender a numerosas afecciones. En efecto, vemos que un individuo misericorde es iracundo y, a un tiempo, está muy abierto al amor, y cuando ama tiende a los celos y a la ira, es todo él esperanza y temor y, como quien dice, da vueltas y más vueltas entre la esperanza y el desasosiego, el temor y la ira 2-59; de hecho, no creo que haya quien albergue esperanzas y no tema, pues albergar esperanzas supone aguardar algo bueno, y esta espera supone una carencia, que implica sufrimiento, y quien sufre, a su vez, es propenso a la ira; además, quien aguarda algo bueno siempre teme el desengaño y ver frustradas sus esperanzas, luego no hay esperanza sin miedo, ni ira sin dolor; añade que tampoco habrá esperanza sin felicidad, pues tendemos a dar por presente lo que esperamos. Así pues, parece que muchas afecciones pueden compartir como materia la sangre delicada y el aliento, pero difieren en forma, toda vez que esa materia se ve afectada de maneras diversas y existe en diferentes lugares.



  ¶   24

En primer lugar, pues, admitamos que al airado se le vuelve la sangre al corazón, como al temeroso; de todos modos, difieren en gran medida: en efecto, al airado la sangre se le enciende y le hierve, generando muchísimo calor, y este tueste dilata y empuja el calor del centro hacia afuera, y con él, toda la sangre, de modo que la ira y el temor parecen compartir un único y mismo principio, y ambas afecciones parecen llevar la sangre y el aliento al corazón. Ahora bien, en el caso del temor se quedan junto al corazón, de hecho, el calor se termina reuniendo en las partes inferiores y el bajo vientre, soltando el vientre y la vejiga, pues el calor y los alientos dilataron y despejaron estas zonas; en cambio, en el caso de la ira el calor va del corazón hacia la zona superior, y la palidez del rostro que se advirtió al comienzo de la ira desaparece repentinamente, dando paso a mucho calor y rubor.



  ¶   25

También se pregunta por qué los airados gritan, maldicen, amenazan, se ponen rojos e ígneos, no consiguen calmar sus ojos, brillantes como el fuego, respiran con furia, retuercen los labios, son incapaces de quedarse quietos, echan espuma por la boca y resoplan con fuerza, excretan por los bajos, parecen atónitos, sienten sed, callan y pierden el color; todos estos accidentes se explican con una única y misma clasificación: y es que la ira se puede entender tanto en su principio, cuando empieza, como en su desarrollo y, al fin, en su consumación, cuando la llama que tuesta al airado ya está encendida; asimismo, la sangre y los alientos conocen dos clases de movimientos y dos estados: el primer movimiento supone un acercamiento al corazón, como cuando un daño real o un desprecio imaginado llevan los alientos y la sangre al corazón; el otro movimiento se produce cuando se los lleva del corazón al rostro y las extremidades; el primer estado consiste en su permanencia junto al corazón; el segundo se consuma cuando se encuentran en rostro, manos y pies, y ocupan todo el cuerpo. Expuesto lo cual, cuando se pregunta por qué los airados gritan, amenazan, giran los ojos, parecen furiosos y tienen el rostro encendido, resulta que se debe al tránsito apresurado de los alientos y la sangre desde el corazón hacia el rostro, llevando consigo la ígnea inflamación que prendieron junto al corazón y que durará mientras hierva. El mismo motivo, la agitación de los alientos y de la sangre muy sutil y cálida, los lleva a retorcer y morderse los labios, a lanzar manos y pies, les impide mantenerse quietos, pues el calor ígneo infunde movimiento, como el frío calma y reposo. Por su parte, el fuerte resoplar y los suspiros que acusa de vez en cuando el airado denotan que un calor abundante se gesta junto al corazón, y esta pasión se produce antes de que el calor y la sangre, reunidos junto al corazón, se marchen del todo a las extremidades del cuerpo. Alguna que otra vez expulsan espuma por la boca y orina por los bajos, cuando los alientos y el calor abandonan rápidamente el corazón y lo mismo se vuelven hacia arriba que hacia abajo, de modo que empujan, dilatan y abren cuanto se les cruza y, por tanto, se expulsa espuma, algunos también excrementos, otros sudor salado y bastantes lágrimas, también, como cuenta Virgilio sobre Gías: entonces le ardieron los huesos al joven con inmenso dolor, y no les faltaron lágrimas a sus mejillas 2-60, pues las partes delanteras del cerebro sufren el ataque de un calor punzante e inaudito, y las lágrimas se saltan. Por otra parte, si los airados se muestran a veces atónitos y muy pálidos, esto sucede al principio, cuando la sangre y los alientos se reúnen en el corazón, y entonces también callan, falta de alientos la lengua, pues se marcharon al corazón, junto al dolor, como pinta un poeta italiano al marido que sorprende a su mujer en flagrante adulterio, pues dice que ambos se quedaron pálidos, atónitos y mudos los dos.



[Cuáles son las pasiones de los airados, y por qué lo son]

  ¶   26

Así pues, cuanto el airado acusa en tanto que la sangre y el calor se le van al corazón, a saber, palidez, sed e incontinencia urinaria, también lo acusa el temeroso; no en vano, ambos deben semejante afección al admirable calentamiento de sus entrañas por volverse los alientos al corazón, pues a los dos les duele el corazón. En cambio, las pasiones del temeroso en tanto que la sangre y los alientos se le coagulan, densifican e instalan junto al corazón nada tienen que ver con el airado, y este no acusa lo propio del temeroso: si el temeroso, en alguna ocasión, pierde el control de su vientre, es que el calor se le ha instalado bajo el diafragma y el bajo vientre, y sus pies no consiguen mantenerse en el sitio, pues la naturaleza ordena y enseña qué miembros se han de activar de preferencia en casos de temor, y si el temor entorpece las manos, mientras que se agitan en el airado, a los pies les da alas. Así pues, resulta evidente que el temeroso y el airado difieren sensiblemente. Bien cierto es que los iracundos y temerosos comparten la disposición de la sangre al movimiento, y de cuando en vez el miedo lleva ligada la ira, y ambos luchan codo con codo y parecen nacer junto a una misma materia; no obstante, acusan diferencias, pues la sangre de los temerosos corre al corazón y, retenida allí, se dirige hacia abajo, mientras que la de los airados se reúne junto al corazón para dirigirse toda ella hacia arriba; asimismo, el calor de los iracundos es abundante, y el de los temerosos es escaso; en los temerosos, la delicadeza de la sangre se debe más bien a la delicadeza del agua, mientras que la de los iracundos se asocia al fuego y al aire. Pues bien, estas cualidades y otras semejantes son las que nos permiten distinguir estas pasiones y a quienes las acusan.



[Qué manías acusan el airado y el temeroso]

  ¶   27

Otros solo leen “con barba”, y no añaden el término “buena”. A mí me parece que Aristóteles quiso aducir una señal con que distinguir al iracundo amargo del agrio. Así pues, uno y otro, tanto el agrio como el amargo, son propensos a la ira, pero uno la depone fácilmente, y el otro no; así, no solo se han de distinguir mediante alguna señal del alma, sino con alguna otra del cuerpo. Las señales del alma incluyen que aquel sea inexorable y que la ira de este se apague sin pena; que aquel sea triste, y este feliz y agradable; aquel malvado, como cuentan de Tiberio, y este, cuando libre de ira, bondadoso y plácido, como Alejandro Magno. Asimismo, es probable que también difieran en cuerpo, pues el agrio es de rostro apocado y de color negro, mientras que el amargo es de porte erguido y color rojizo; los cabellos del agrio son rectos y negros, pero el que ahora nos ocupa los tiene dispuestos hacia abajo, y su contorno acusa un color florido, esto es dorado; los agrios son de rostro y barbilla lampiños, casi sin pelo, pero los amargos, meridianamente opuestos a aquellos en especie, tienen una barbilla cubierta de pelos y, por tanto, decimos que el amargo tiene la barbilla y las mejillas cubiertas con mucha barba, algo fácil de demostrar, pues los contrarios suelen implicar contrarios. El agrio y el amargo comparten género y se distinguen entre sí por cualidades opuestas: este depone la ira rápidamente, y el agrio la conserva mucho tiempo; el agrio acusa falta de pelo en la barbilla, tiene las mejillas lampiñas y es de barba pobre, mientras que el amargo, por su parte, es de barba cerrada y tiene la barbilla cubierta de muchos pelos.



[Con barba]

  ¶   28

La última señal del amargo se toma de los cabellos, habiéndose tomado la anterior de la barba. Llamo contorno capilar a la línea de la frente, las sienes y la nuca; la naturaleza de los cabellos implica una cierta negrura y oscuridad por dentro y un contorno de un color dorado que llama florido. Dicen algunos que llama florido a este tono cobrizo o azafranado por ser este color de pelo hermoso y adecuado, y pretenden que sea el color de la melena de los leones; Virgilio llamó amarillos a los que Venus dio a Eneas. Así pues, en estos cabellos se requieren dos cosas, a saber, color amarillo y longitud, dos propiedades que, ligadas a una tercera, resultan en una hermosa cabellera masculina: en efecto, los cabellos viriles han de ser negros o muy oscuros por el centro; luego, en los extremos, más rojos o, como hemos dicho, dorados; por último, un poco rizados, siendo esta tercera condición propia del hombre hermoso y manso, mas no del iracundo. Apuntemos ahora las causas.



[Contorno capilar florido]

  ¶   29

Cuanto se deriva de otra cosa da testimonio de la naturaleza de sus orígenes, luego también será el caso de los pelos y cabellos; estos nacen de la masa de humores cuando el calor eleva los vapores, luego reflejan los humores de los que nacen, que son la sangre y la bilis amarilla. Si estos humores, purpúreos y semejantes al oro ardiente, se hubiesen sometido mucho tiempo al calor producirían cabellos muy negros por dentro y más próximos por fuera al color del azafrán. Creo que la diferencia de color se debe a la distancia que separa el extremo del cabello de la humedad, pues en tales condiciones se vuelve seco y menos negro; en efecto, la naturaleza dispone que lo que se ennegrece al contacto con la humedad se blanquea al secarse, como se echa de ver en los ladrillos húmedos, las fibras y las hiebras que se empiezan a secar; así, pues, aun siendo más oscuros por dentro y junto a la piel, terminan por clarear en el extremo.



  ¶   30

Mas, ¿por qué al amargo no se le erizan, y se le quedan lisos y extendidos, si en verdad el calor abundante e ígneo debería erizarlos? En efecto, es propio del fuego y del calor ígneo erizar y arrugar lo que secan, como se echa de ver claramente en la corteza y el pergamino.



[Cuestión, por qué al amargo no se le erizan los cabellos]

  ¶   31

Diremos que un calor ígneo muy intenso eriza cuanto alberga mucho humor aéreo, viscoso y aceitoso; cuando este se eleva, para evitar el vacío, los conductos por que se extrajo el humor se han de arrugar por fuerza. Ahora bien, si el cuerpo al que se aplica el fuego no albergase humor y no hubiese humor que extraer, o bien, de existir, estuviese tan bien mezclado que no se pudiese extraer, el cuerpo no se arrugará, y tampoco lo hará si el calor no fuese tan fuerte como para secar el cuerpo del todo. Así pues, podríamos pronunciarnos del siguiente modo sobre los iracundos: las puntas de los pelos están secas, pero muy alejadas del calor vehemente capaz de secar; además, el calor del iracundo, aun intenso, tiene materia delicada, es él mismo delicado y se apoca fácilmente, luego es menos efectivo a medida que se aleja de su origen, como el calor de la llama, que es más suave que el de la brasa; por tanto, como en la punta de los cabellos la acción del calor es mínima, no los eriza, sino que los deja lisos. Mas acaso sea preferible decir que los cabellos se erizan cuando los conductos cutáneos están retorcidos; el amargo no los tiene retorcidos; por tanto, sus cabellos no están erizados. Y la menor se prueba sabiendo que el amargo alberga un calor muy intenso y sutil, de muy rápido tránsito por los poros de la piel, que abre y dilata, volviéndolos rectos; por tanto, los pelos son rectos, pues salen de conductos rectos.



[Respuesta]

  ¶   32

En verdad, esto me plantea muchas dudas, y es que el sentido y la razón parecen contravenirlo, pues he visto a muchos iracundos amargos cuyos pelos se erizaban en las puntas. Además, el erizamiento de los cabellos en las puntas es una pasión propia de niños y niñas, y estos son muy propensos a la ira, que deponen tan pronto como toman; téngase también presente que lo seco se eriza naturalmente y que, por tanto, como casi todos los cabellos son más secos en las puntas, no solo se erizan y contraen, sino que se abren y se vuelven más finos; así pues, cuanto más secos sean los cabellos de los iracundos, más rizados diremos que son.



[Cuestión, si acaso los iracundos tienen cabellos erizados]

  ¶   33

Entonces, ¿hay un error en el texto? En verdad, entenderemos que el contorno capilar dispuesto hacia abajo no implica que los hombres bastante iracundos carezcan de la afección que eriza los cabellos, sino que tienen una frente pequeña, y que el contorno del cabello tiende hacia abajo, esto es, hacia las orejas, la frente y los ojos, no por carecer de frente, sino por tenerla estos individuos más redonda y estrecha que los agrios y de ira duradera. Esto mismo parecen poder confirmar también las palabras de Aristóteles, que dice más abajo: los de frente grande son bastante lentos, pues se asocian a los bueyes. Así pues, quienes aquejan lo contrario serán de ira muy aguda y rápida, y casi precipitados en sus acciones, luego no podrán ser lentos; no tendrán una frente grande, luego será pequeña. Y cuando dice Aristóteles que el iracundo o amargo tiene el contorno capilar dispuesto hacia abajo, entenderemos que atribuye al amargo una frente pequeña y rematada por los cabellos en cuestión; y si lo entendemos así, no cabrá cuestionar que un contorno capilar dispuesto hacia abajo suponga una figura prácticamente semicircular, ni que la parte convexa del semicírculo apunte hacia la nariz, ni que el centro del semicírculo se proyecte hacia esta de manera perpendicular, mientras que sus extremos se unen al remate de las sienes. Esto también parece responder a la causa que otorga al iracundo una buena barba, pues un calor abundante eleva mucho vapor, y este, al incidir allí donde la piel no está del todo distendida, tiende a generar muchos pelos amarillentos, que él llama floridos, pues ese tono amarillo es como una flor de los cabellos, y se llamará florido por resultar agradable o por adornar los cabellos y la frente como una flor. Así pues, a la luz de todo esto queda manifiesto cómo es, a juicio de Aristóteles, el hombre iracundo y amargo.



  ¶   34

A estas señales añaden algunas otras Polemón y Porta. Polemón aduce un rostro redondo, pues parece algo propio de mujeres y niños, y parece deberse a una fuerza formadora rica en fuego, ya que un fuego al que se le impide ascender forma una figura de globo al volver sobre sí mismo; apunta, además, cejas vueltas, esto es cejas con tal disposición que sus pelos dibujan remolinos, giros y circunvoluciones; esto denota que la causa eficiente es bastante ígnea, pues es propio del fuego y de la llama hacer girar su extremo y cuanto ponen en movimiento, como podrá comprobar quien observe una llama encendida en una chimenea durante el invierno. [Narices anchas] En lugar de narices cóncavas yo leería anchas, como las de los caballos nobles e iracundos que llevan la cabeza erguida, pues les es propio, y denota el predominio del calor ígneo junto al corazón; por tanto, como requieren mucho aire para refrigerar el mucho calor del corazón, también se les asignan instrumentos capaces de inspirar mucho aire.



  ¶   35

Ten presente también una nariz afilada, pues quienes tienen afilada la punta de la nariz, según el propio Aristóteles, son de ira cruel y pronta; no en vano, el fuego acusa un remate agudo y, por consiguiente, cuanto nace de un fuego no impedido también reproduce una cierta agudeza. Aplicando este mismo razonamiento, los de dedos y cabeza muy afilados aquejarán una ira cruel. Dice de estos Aristóteles que tienen una cabeza apiñada, fijándose en el fruto del pino, y apunta impudicia; ahora bien, el impúdico no parece iracundo, pues el impúdico no atiende al honor ni a la infamia, que agitan sobremanera al iracundo; en verdad, diremos que el iracundo y el impúdico convienen en su común osadía y prontitud en la búsqueda y ejecución de lo emprendido; no obstante, difieren sensiblemente, pues el impúdico tolera la repulsa con espíritu tranquilo gracias a una mezcla de melancolía o pituita, y no se ofende ni por una primera respulsa ni por una segunda, mientras que el iracundo no puede soportar repulsa alguna. Pues bien, así como convienen en algún aspecto según su apariencia, no es de extrañar que también lo hagan según su materia y cuerpo.



  ¶   36

Porta añade muchas otras cosas: que la frente es circular, hundida hacia el centro, como apuntábamos más arriba, al explicar el texto donde Aristóteles hablaba de la disposición hacia abajo del contorno capilar; que la frente y las sienes están hinchadas, que las cejas son tortuosas, que los cabellos de la parte delantera de la cabeza forman un remolino y como una cresta, que el color de la carne es meloso o cítrico, aunque no creo que tales individuos puedan deponer fácilmente la ira, como hacen los blancos con toques de rubor; que los dientes son muy afilados y rectos, que la voz es grave al principio, luego aguda y afilada; el cuello un tanto grueso, largo, lleno de venas visibles; lengua rápida, pecho ardiente o rojo, garganta áspera y bronquio laringal o nuez prominente; también dice que le es propio interrumpir al hablar, mover mucho los dedos, tener ojos sanguíneos (diría yo rojos o ígneos, como los de los lobos y leones), brillantes y secos, siguiendo a Plutarco. El mismo Porta llama propensos a la iracunda a los de ojos salvajes, boca turbia y espumosa, a quienes gritan sin mesura, hablan con apuro y agitan sus manos; en cambio, no parece convenir con las descripciones de Aristóteles lo del rostro feo, pues el iracundo, según él, no es feo en absoluto.



Capítulo xvii

Capítulo xvii    DEL MANSO

orig:   (24.)

Señales del manso: aspecto grave; carnoso, carne húmeda y abundante, de buen tamaño y proporcionado; de figura encorvada, contorno capilar vuelto hacia arriba.  

  ¶   1

Aristóteles enseña a reconocer al proclive a la mansedumbre mediante cinco señales corporales; mas primeramente podría decir yo por qué se ocupa ahora de la mansedumbre. Ya se han escrutado las características del iracundo, ahora se vuelve al manso, pues son cosas contrarias; por su parte, los contrarios comparten razón y conocimiento, o ciertamente quien presenta el tema no necesita revisar cada aspecto de manera individual, sino que trata las que se le presentan; por su parte, son más los rasgos emparentados que los diversos, y están emparentadas las cosas relativas y cuanto pertenece a una misma clase, como los contrarios; así pues, con razón aduce algunas señales de la mansedumbre tras haberse ocupado de la iracundia y sus rasgos.



[Señales del manso]

  ¶   2

La mansedumbre es una virtud que modera y cohíbe el uso de la ira según la prescripción y el postulado de la recta razón. La recta razón es la que nos señala una causa loable y justa del enfado y del abandono de la ira; esto sucede si las circunstancias se consideran con acierto, por ejemplo, con quién se ha de enfadar uno, por qué causa, cómo, dónde, cuándo y hasta cuándo. En efecto, uno no se ha de enfadar con los ancestros y antepasados, ni con las cosas inanimadas o carentes de raciocinio, ni con quienes pecaron contra nosotros sin pretenderlo o sin saberlo. También cabe estudiar la causa del pecado ajeno, pues quien se opuso a Teófilo, emperador de Constantinopla, mucho tiempo ha, con muchas invectivas y contumelias, inconsciente como era de sus actos por efecto de su locura, no debió ser condenado a muerte, y de modo semejante tampoco tenían motivo para enfadarse los soldados romanos cuando, dispuestos a abandonar la causa romana, Escipión se les enfrentó con la espada desenvainada. También cómo y hasta cuándo, pues mortal como eres no has de albergar una ira inmortal, ni has de condenar al temible látigo a quien merece disciplinas 2-61. También cabe considerar el lugar y el tiempo, pues debemos adecuar nuestro comportamiento según nos encontremos en el templo, ante un príncipe y en casa propia o ajena, como ya se ha expuesto por extendo en otro lugar.



  ¶   3

Así pues, queda claro qué es la mansedumbre. Ahora bien, si pasamos a considerar la potencia, esto es la habilidad natural para adquirir la virtud de la mansedumbre que llamamos virtud adquirida, sabiendo que esta potencia es una cualidad natural, es también forma en la materia, y si es cualidad y forma cierta, parece requerir una materia cierta que sustente la razón y la fuerza que nos tilda de propensos y especialmente hábiles para adoptar el hábito de la mansedumbre. Por consiguiente, si la acritud reside en la melancolía y en la bilis, y la amargura, a su vez, en el predominio de la bilis con subdominio de la sangre, y la sangre hace que el ardor de la bilis no dure mucho tiempo, sino que, apaciguada su sequedad por la presencia de la benigna humedad de la sangre, se apaga enseguida, y el amargo se vuelve plácido, se deduce que la disposición intermedia no se encuentra en el predominio de la pituita, pues la pituita es insulsa; ni en la bilis negra con esa misma pituita, pues entonces se volvería insensato y plúmbeo, como un asno; por tanto, la razón del manso, que tiende a lo contrario de la ira, y al defecto más que al exceso, se situará en la sangre pura con subdominio de la bilis y de la pituita en igual proporción. Como la sangre es cálida, se puede encender fácilmente; pero como es húmida y aérea, también se enfría sin pena, y no es vehemente, pues el calor se licua con la sequedad y se densifica con la humedad; mas como no escasea la bilis, no le falta presteza en sus acciones, y no abundando la melancolía, no perduran la tristeza ni la acritud, antes bien, el mansueto olvida las injurias y no las persigue sino según el postulado de la recta razón.



  ¶   4

Y la causa eficiente de la mansedumbre es la que combina esta materia de los humores de tal manera que surja esta habilidad, y no la opuesta, ya tratada más arriba. Y como con todas las virtudes, también de esta habilidad es Dios la causa primera; son secundarias el cielo y las disposiciones del cielo, el lugar, la región, el temperamento del padre y de la madre, ya de manera absoluta, ya en el momento en que expelieron la semilla y engendraron al hombre; añade la comida, la bebida y los accidentes del espíritu; añade la educación y la formación, de suma importancia, y cuanto pueda alterar el temperamento del cuerpo humano y cambiar el espíritu. Sentados estos principios, digamos ahora cómo se pueden demostrar las pasiones que, según Aristóteles, se dan en el cuerpo del hombre naturalmente inclinado a adoptar y adquirir la virtud y el hábito de la mansedumbre.



  ¶   5

La mansedumbre que nos ocupa es una potencia natural para soportar con moderación las contumelias y las adversidades, y consiste en el reposo junto al corazón de la sangre pura y biliosa, de calor moderado. Será, pues, de aspecto grave, esto es su figura y el porte del cuerpo demostrarán una cierta gravedad. Advierto gravedad de costumbres en la apariencia cuando el rostro, el gesto y toda la persona acusan una cualidad que convence a los observadores de que ese hombre no abandonará su opinión propia salvo por consejo de la recta razón; por su parte, cuando ya se ha interiorizado recibe el nombre de firmeza y constancia de espíritu, y se deja ver en el rostro, el discurso, los movimientos y las acciones, y es propia de los hombres como la fiereza lo es de los jóvenes y la inconstancia de los niños. Con ello, pues, queda claro qué es el hombre de aspecto grave, y se probará que atañe al manso, pues el manso es aquel cuya sangre reposa tranquila junto al corazón, y cuyos humores no agita en los ventrículos del corazón el calor abundante; semejante individuo no cambia de opinión a la ligera, pues acusa constancia y firmeza de palabra y rostro; hemos dicho que esta cualidad se asocia a la gravedad; por tanto, el manso acusará una figura grave. Las proposiciones asumidas se confirman mediante las definiciones de los términos.



[De aspecto grave]

  ¶   6

La segunda señal dice que el mansueto es carnoso y tiene carne abundante y húmeda. Esto se deja corroborar, pues la carne es producto de la sangre, de la mejor y más naturalmente dispuesta, pues nuestro solo alimento es el dulzor, y el humor dulce del cuerpo es la sangre, luego donde abunda la sangre benigna también abundará la carne; así, sabiendo que el manso alberga sangre abundante y pura, como hemos dicho, resulta evidente que también será bastante carnoso. A su vez, como su temperamento se debe al predominio de la sangre con subdominio de la pituita, nos consta que la humedad detenta en él un puesto prevalente, de modo que este temperamento es un poco más húmedo, ya por la sangre, ya por la pituita; y como la carne responde al temperamento, el manso no solo ha de tener carne abundante, sino también bastante húmeda y, por consiguiente, no dura, luego el manso no es robusto; mas como existe humor en abundancia y un calor moderado, el manso está más próximo al insensato que al ingenioso, y es que, como quedó dicho, el ingenioso requiere alientos agrios.



[Carne abundante]

  ¶   7

Esta señal contempla dos aspectos: uno concierne a la cantidad, el otro a la cualidad. Así pues, el manso gozará de un buen tamaño, esto es de estatura mediana, y más bien grande que no pequeño, pues los demasiado grandes tienden a ser insensatos, como un tocón o un burro, de ahí el dicho: “el hombre alto rara vez es sabio”, y es que una gran mole no se puede mover con soltura; además, como el corazón se encuentra demasiado alejado del cerebro, los alientos se enfrían antes de alcanzarlo, y en un trayecto tan largo se fatigan, y no atemperan el calor del corazón como su propia natura prescribe; en cambio, si fuesen más pequeños de la cuenta, los alientos se mezclarían en un cuerpo chico y se calentarían más de lo conveniente. Así las cosas, la única opción es que el tamaño del manso deba ser moderado, y más próximo al exceso que no al defecto, pues son ricos en carne y alimento, distendidos y blandos; por su parte, la materia blanda cede fácilmente ante el calor; por tanto, el manso ha de tener un cuerpo medianamente grande, dada la prevalencia del calor moderado y su acción sobre un humor benigno y una materia obediente. Así pues, el manso es de buen tamaño.



[De tamaño moderado y proporcionado]

  ¶   8

Además, también proporcionado. Llamo proporcionado a aquel individuo cuyas partes del cuerpo guardan entre sí una proporción natural; tal es el caso cuando una parte es mayor o igual que otra según el habitual proceder de la naturaleza; así, pues, digo que el manso es proporcionado. La causa, creo, es que el individuo manso es aquel cuya materia obedece al calor natural, y se altera y se mueve sin pena conforme a natura; quien acusa una materia semejante sale proporcionado. Más arriba hemos visto confirmar la menor; la mayor es evidente, pues la desproporción del cuerpo humano o de otros animales, si se debe a una causa interna, se debe bien a la debilidad del agente, bien a la desobediencia de la materia, bien a ambos factores; por tanto, si la causa propuesta produce lo propuesto, es probable que la opuesta produzca lo opuesto: el desproporcionado es bravo, luego el manso es desproporcionado.



[Por qué es proporcionado el manso]

  ¶   9

Es la cuarta señal del manso. La curvatura se opone a la rectitud. Aunque la figura del hombre se puede retorcer tanto hacia los lados como adelante y atrás, no obstante, siendo más natural encorvarse hacia adelante que hacia cualquier otra parte, y sabiendo que el manso goza de una disposición conforme a natura, es probable que, de encorvarse, lo haga hacia adelante y no hacia atrás. Además, esta curvatura no será muy pronunciada, ni se dará junto a las escápulas, pues en tal caso parecería jorobado, y no encorvado; antes bien, suele encorvarse por la zona lumbar y las vértebras correspondientes, y donde las últimas costillas falsas se unen a la espalda o a la columna. Por su parte, la moderada corvatura del manso se echa de ver en los ancianos, pues son menos iracundos que los jóvenes y caminan encorvados; además, quienes sucumben a la ira yerguen la cabeza y parecen ponerse más rectos, al dirigirse hacia la cabeza y el rostro los alientos y el calor abundante; por tanto, quienes aquejen una disposición contraria también podrán aquejar afecciones corporales diferentes y opuestas; así, pues, resulta verosímil que el mansueto esté encorvado.



  ¶   10

Creo posible deducir la causa de lo dicho más arriba, pues si el manso suele acusar un cuerpo grande y blando, y un calor moderado, sabiendo que los individuos de tales características se encorvan de manera natural, diremos que el manso está encorvado. Conviene confirmar la mayor, que resultará evidente cuando consideremos por qué la figura de los hombres se encorva naturalmente: es cierto que los ancianos más grandes y altos se encorvan a medida que envejecen; por su parte, es cierto que los ancianos se vuelven naturalmente más fríos que en su juventud; por tanto, el cuerpo se encorva por la falta de calor. Asimismo, vemos que algunos adolescentes se encorvan cuando entran en la pubertad y dan el estirón, bien porque la materia del cuerpo es demasiado blanda, bien porque el calor natural no puede mantener recta toda esa masa corporal. Hemos leído y escuchado que el emperador Carlos V gozó de la compañía de un gigante de más de siete pies de altura; este apenas podía caminar y, encorvado como estaba, siempre llevaba en sus manos un bastón con que sostenerse. Así pues, la razón dice: los cuerpos altos y compuestos de materia blanda, de calor no excesivo, se encorvan, pues el peso se vuelve hacia la tierra, y el calor y el aliento son demasiado débiles como para sostenerlo y erguirlo; de ser esto cierto, el cuerpo no se encorvará por la sola impotencia del calor, sino también por la blandura de la materia. Por tanto, concluiremos que se acertó al decir que se encorvan los cuerpos altos según su figura, blandos según su materia y temperados según su calor; de ello se deduce que también el manso está encorvado según su figura, esto es que se encorva suavemente y sin estridencias, pasión esta que advertimos en muchos mansos, y prácticamente nunca hemos visto a nadie aquejado de tal afección que no fuese manso y moderado, a menos que su curvatura estuviese provocada por un catarro o por algún accidente externo.



[Por qué está encorvado]

  ¶   11

La última señal, que plantea no pocas dudas sobre su sentido, dice que el contorno capilar se vuelve hacia arriba. El Suesano, como de costumbre, solo apunta que esta señal se asocia a la liebre, al ciervo y a las ovejas, pero ni él, ni ningún otro, ni mucho menos yo mismo hemos dado con el motivo de que estos animales tengan los pelos retraídos hacia arriba; cierto es que el pelo de las ovejas está enredado y hecho nudos, pero el de las liebres y ciervos es liso. Otros, sencillamente, no apuntan nada. Mas si cabe formular suposiciones, recordemos que nosotros mismos hemos atribuido al iracundo y amargo, en su descripción, un contorno capilar dispuesto hacia abajo; por su parte, sabiendo que el iracundo es lo contrario del manso, admitiremos como razonable que el manso tenga los cabellos retraídos hacia arriba. Así pues, el razonamiento con que se expuso y confirmó la señal anterior valdrá también ahora, aunque aplicado a la inversa.



  ¶   12

Hemos dicho que el iracundo tiene el contorno capilar dispuesto hacia abajo, esto es que se curva y desciende hacia la frente, y que esta acostumbra volverse más estrecha en el centro, esto es donde surge la nariz; como razón adujimos que se echa de ver en leones y toros; y la causa es el mucho clor que se desplaza hacia esta parte, y es que como transporta abundante materia capilar y la piel no está muy ajada, pues así como el calor moderado dilata la piel, el abundante, mas no excesivo, la arruga, da en nacer aquí un cabello abundante y prominente; de ahí que nuestros jóvenes, cuando quieren parecer apuestos y nobles, adornen y afecten especialmente esta parte de los cabellos, creyendo parecer así más bravos y viriles. De ser cierto lo dicho, por la vuelta de los cabellos hacia arriba entenderemos, al contrario, que la frente es grande y los cabellos no bajan hasta la frente; a su vez, así como el iracundo tenía orientada hacia la nariz y los ojos la parte convexa del arco del contorno capilar, ahora será la parte cóncava la que se oriente hacia los ojos y la frente, y la convexa hacia el ápice de la cabeza. Entiéndase pues como sigue, que el contorno capilar, esto es el extremo de los cabellos donde empieza la frente, está vuelto o retraído hacia arriba, esto es dispuesto al contrario que en el iracundo y el amargo.



[Por qué a los mansos se les retraen los cabellos hacia arriba]

  ¶   13

Resulta evidente que el manso acusa esta característica, pues los animales de frente grande son mansos, como los bueyes, los ciervos y los conejos, y los animales que tienden a la mansedumbre no escapan a una frente de buen tamaño. Por su parte, como causa de esta pasión podemos aducir lo siguiente: en los individuos que albergan un calor moderado en el corazón, el rostro y el cerebro, no se eleva una gran cantidad de vapor de hollín; quienes acusan tal circunstancia, a su vez, carecen de materia capilar, y tanto más en las partes en que el ascenso natural de este hollín es menos acusado; estas partes son la frente y sus extremos, que canean y calvean los primeros; por tanto, el manso tendrá los cabellos retraídos hacia arriba y una frente grande, que es lo que había que demostrar.



  ¶   14

A todo esto añaden algunos una mirada constante, un movimiento lento y una voz grave, lenta y dulce. No tengo nada que apuntar sobre la mirada constante, pues es una pasión más propia del hombre impúdico que no del manso, que también suele ser modesto; a menos que por mirada constante entendamos la opuesta a la airada, en que se fragua la ira, mirada que Virgilio plasmó en Dido cuando, mientras escuchaba a Eneas, observa con mirada esquiva, volviendo los ojos aquí y allá, y vaga errante cono sus ojos tácitos 2-62. Por tanto, así como el airado suele llevar los ojos de aquí para allá, el manso, por el contrario, los mantiene quietos; y no digo que mantenga la mirada fija, sino que, adoptando una actitud intermedia, observa con calma lo que mira. El movimiento lento se debe al calor moderado, que también produce una voz lenta y dulce por efecto de la humedad, y además grave; no en vano, la gravedad se asocia a lo estático, como la agudeza de la voz al movimiento, pues lo que produce un sonido más grave se mueve más lentamente que lo que produce uno agudo; por tanto, como el manso alberga un calor templado con humedad, con razón le atribuimos también una voz dulce, lenta y grave.



  ¶   15

De todo modos, siempre cabe apuntar que una sola de estas notas, o incluso dos, no están en condiciones de determinar que un hombre sea manso; de hecho, no es lo que se pretende, sino que todos los mansos suelen acusar en su cuerpo estas cualidades y señales, que permiten reconocerlos. Y quienes contemplen todo esto pueden dar por cierto que algo hay en el cuerpo que responde a las pasiones del alma, y que así como un alma de caballo o de buey no tiene un cuerpo de perro o ciervo, sino que un alma determinada requiere un cuerpo determinado del que ser acto, también las pasiones e inclinaciones de un alma se procuran una determinada disposición corporal con que la pasión en cuestión se pueda sostener y aplicar, pues el cuerpo tanto es el sujeto del alma como el instrumento de sus potentias.



[Apunte]

Capítulo xviii

Capítulo xviii    DEL SIMULADOR

orig:   (25.)

El simulador: la zona del rostro gorda, y arrugada la de los ojos; el rostro acusa un gesto somnoliento.  

  ¶   1

Quien acusa la apariencia aquí descrita recibe en griego el nombre de εἴρων, y más valdría llamarlo disimulador, que no simulador, esto es, quien pudiendo ayudar a los demás, lo niega, quien, como dice Horacio, disimula su propia fuerza en su solo beneficio 2-63. No en vano, el simulador afirma que existe lo que no existe, mientras que el disimulador pretende convencer de que no existe lo que sí existe; a este se opone el insolente y arrogante, que pretende poder y saber lo que de ninguna manera puede ni sabe. Yo, sin embago, no creo que se describa aquí solamente al disimulador, sino también al simulador, al que atenúa lo propio y exalta lo ajeno con socarronería, perfecto embustero y charlatán, y a quien, con sorna, acostumbra entender las cosas y palabras en su peor sentido. Según Teofrasto, es capaz de acercarse a sus enemigos y hablar con ellos, y de agasajar en persona a aquellos contra quienes conjura; como escribe Suetonio sobre Domiciano, que llamó a su lado a un administrador la víspera de mandarlo crucificar, lo invitó a sentarse junto a sí y lo despidió seguro y feliz, agasajándolo incluso con parte de la cena; lo mismo hizo con otros hombres, y con un antiguo cónsul, y es que, estando este condenado a muerte al día siguiente, lo llevó en su carro y le profesó una estima más buena que mala y, con mirada acusadore, le dijo: ¿te apetece que escuchemos mañana a este despreciable esclavo? 2-64



  ¶   2

A la luz de esto, pues, queda claro quién es el disimulador y embustero. Ahora bien, ¿por qué se habrá acordado Aristóteles de la potencia o disposición de este individuo antes que de la de ningún otro? Dice el Suesano que hasta el momento había procedido por hábitos opuestos o disposiciones opuestas, y que ahora explica otro hábito sin más razón; pero no creo que quepa admitir las palabras del Suesano, suponiendo que el disimulador no tuviese un contrario, o que fuese el contrario del invertido, de modo que tampoco me vale como respuesta. Así pues, yo diría que Aristóteles no ha seguido orden alguno, y que ha ido tomando las cosas según se le fueron ocurriendo para conformar su exposición. O con mayor razón, sabiendo que las pasiones e inclinaciones del alma se dividen en las que dependen claramente de la masa y mezcla de los humores y las que lo hacen de manera oscura y parecen depender más bien de la razón o del uso y la formación, Aristóteles, tras haberse ocupado ya de muchas de las primeras, en un afán por dar mayor fuerza a su exposición, se vuelve a la enumeración y estudio de algunas otras que parecen afectarnos más por voluntad o costumbre que no por naturaleza. O también diremos que, dividiéndose nuestras pasiones en sencillas y compuestas, y habiendo enumerado ya algunas de las sencillas, aduce ahora alguna de las compuestas.



  ¶   3

A mí, por otra parte, me parece que la materia de las pasiones o potencias bien se puede comparar con las armonías, pues lo mismo son simples, como el diapasón o el diapente, que se componen de estas y en estas resuelven; también así la ira, la mansedumbre, la afabilidad y la justicia, el temor y la osadía y demás inclinaciones ligadas y semejantes a estas parecen ser sencillas en cierto modo, pues nacen de una determinada combinación de humores simples; en cambio, la disimulación, la veracidad, la propensión al juego, el deseo de lo ajeno, el amor por las riquezas y cuanto a estas cosas se opone no parecen surgir de un único humor ni de una mezcla de humores sencilla, sino compleja y compuesta. En efecto, advertimos que el amigo de las riquezas también acusa avaricia y ambición: la avaricia, en tanto que significa el miedo a prodigar su hacieda, aporta frío y bilis negra, pero según se refiere a la avidez por lo ajeno, aporta calor, pues lo cálido tiende a atraer; la ambición denota la osadía, contraria al temor, y el deseo de honores, incompatible con la avaricia. Convendremos por tanto con Plutarco, para quien la virtud era un equilibro y una cierta identidad que no admite en sí ningún contrario, mientras que el vicio suponía desequilibrio, composición y mezcla de opuestos. Dicho lo cual, tal vez podamos afirmar que tras haber enumerado las pasiones cierta y absolutamente dependientes de la materia, Aristóteles se dispuso a compilar las que requieren la composición de la materia; así pues, si el disimulador es tal y como lo hemos descrito, cabe buscar su materia, pues siendo una potencia natural es también una forma en la materia, pues más arriba quedó confirmado, siguiendo a Aristóteles, que todas las cualidades del alma, con que el alma ejerce sus operaciones propias, se encuentran en la materia y precisan una materia determinada en que poder existir; no en vano, es propio de toda forma natural ser acto y perfección de alguna materia. ¿Cuál será, pues, la de la disimulación? Tal vez se deje reconocer si investigamos en qué consiste y de dónde viene.



  ¶   4

Más arriba pintamos al disimulador y embustero, un socarrón que siempre saca lo peor de las palabras y los actos ajenos. Procuremos ahora dar su definición, que ha de ser el principio de las futuras demostraciones, y afirmemos que es disimulador quien niega poder hacer o decir algo que en verdad sí podría hacer o decir en provecho del prójimo, y ello no sin sorna, tácita o explícita; es, por tanto, un embustero. Como se ríe de los demás, muestra desprecio, y como no quiere ayudarlos, no es bondadoso, sino desvergonzado e inhumano; asimismo, como desprecia a los demás, tiende a despertar su ira y, por tanto, infunde odio; y como se ríe de los demás, tiene cierta gracia, y en ocasiones resulta agradable escucharlo, luego tiene mucho peligro, y como se ríe, nunca sabrías si dice la verdad o miente, si habla en serio o en broma; además, suele ocultar lo propio y propagar lo ajeno, desconfía de todos y duda de la amistad que se le profesa: no estimando a nadie, está convencido de que tampoco a él se lo estima. Así, por su parte, la naturaleza del hombre disimulador y embustero pasa por no decir nunca las cosas como son, sino exagerarlas, alterarlas o rebajarlas; siempre le sobran las excusas, opina de todo cuanto le atañe y no es coherente consigo mismo; así pues, el ingenio y la naturaleza de semejantes hombres no son simples ni claros, sino astutos y sagaces, prontos al engaño, luego los habremos de evitar con todas nuestras fuerzas, más que a las víboras.



[La materia de la disimulación, propiedades del disimulador]

  ¶   5

Pues bien, de ser así, como también opina Teofrasto, resulta evidente que esta pasión no puede existir sin bilis negra, pues esta se asocia a la tierra. Por su parte, así como existen muchas especies de tierra, como ya se apuntó en el primer libro del Liber caeli y en el cuatro de la Meteorologica, también son muchas las especies y cualidades del humor melancólico; a su vez, vemos que la tierra es oscura, pesada y fría, y alguna es densa, tenaz, de fruto esforzado, resulta engañosa e infunde falsas esperanzas en la abundancia. Así, en tanto que no es bondadoso ni humano y desprecia al prójimo, sus juicios y su buen nombre, alberga melancolía en abundancia, y especialmente la que nace de la bilis amarga y amarilla sometida al calor, pues de este modo recuerda la tierra tenaz, dura y salada que, al no contener ningún jugo dulce, no alimenta ningún género de planta.



  ¶   6

Este mismo razonamiento demuestra el predominio de la melancolía en este individuo, pues oculta lo propio y cubre de tinieblas sus actos y palabras, y es que la tierra es el único elemento oscuro y no diágano; y como se ríe de los demás, esto es, como cree hacer derrisión del prójimo, también se cree el único sabedor y, por tanto, cree estar por encima de los demás. Es, pues, soberbio, y por tanto también acusa el dominio de la bilis amarilla, de modo que entre las dos, la amarilla y la negra tostada, forman una mezcla irregular con que, prevaleciendo o concibiendo calor ya una, ya la otra, a veces parece un oscuro ocultador de lo propio, a veces un socarrón y simpático burlón de lo ajeno. Así pues, es probable que el calentamiento le infunda el predominio de estos dos humores, la melancolía y la bilis amarilla; indicio de ello es que, como vemos, los afectados por la pasión melancólica, cuando este humor rompe a arder, se ríen y se burlan de los presentes sin motivo, se prodigan mucho y desprecian con suficiencia a los demás; por su parte, y como se advierte, al igual que esto les sucede por accidente a los convalecientes, cuando los sanos se acercan mucho a la disposición de los enfermos cabe considerarlo consecuencia del temperamento natural, como se apuntó en los Prognostica de Hipócrates. Existe, pues, un predominio de la melancolía con bilis amarilla, dos humores que se ligan mediante una pituita densa, vítrea y fría; y quien acusa tal temperamento es malvado, tenaz en sus malos propósitos y reacio a seguir el dictado del frío, si bien, persuadido por la bilis, se cree muy capaz; por ello se dice popularmente que semejante hombre tiene un rostro vítreo, y por ello advertimos en su rostro una blancura con brillante palidez.



  ¶   7

A la luz de lo dicho se puede deducir sin ápice de irracionalidad quién es el disimulador, y cómo esta potencia reside en el predominio de la bilis amarilla amarga o vitelina, que se vuelve negra y agria al tostarse, con subdominio de la pituita vítrea; habilidad esta que se pondrá en práctica tan pronto como el sentido produzca ideas capaces de poner en movimiento esta potencia y, a menos que se lo viniesen a impedir la razón o la formación y la educación, tan pronto como se ponga en práctica, obrará, y de suceder con bastante frecuencia, se terminaría por infundir el hábito que vale al hombre los nombres de disimulador, embustero y charlatán.



  ¶   8

Dice Aristóteles que este hombre tiene gordas las partes de la cara, como las mejillas, la barbilla y el cuello o garganta; ahora bien, no diré la frente, porque esto se asociaba al insensato. Así pues, el ejemplo de Sócrates, que tenía este vicio particular, y el de Domiciano, permiten confirmar que el disimulador acusa tales rasgos; a su vez, ambos tenían un rostro, unas mejillas y una barbilla gordos, como también se echó de ver en Vitelio, que aquejaba el mismo vicio en cuerpo y alma, si bien a este, además de la gordura, le sobrevenía un cierto rubor que delataba su constante embriaguez.



  ¶   9

Llamamos gordo al individuo cuyo calor se atempera por efecto de la humedad abundante que lo alimenta; no en vano, si la exsudación que sigue a la ingesta alcanzase las membranas, recogida por el frío y la densidad de estas, se volvería gorda, luego la parte del cuerpo que decimos que engorda se ha de ver atemperada por un humor abundante y un calor moderado; de ahí que los animales engorden en estado de reposo, pues el calor se apoca si se ingiere una cantidad adecuada de alimento y este no se viene a digerir. Así pues, sabiendo que es disimulador y embustero quien acusa prevalencia de bilis tostada y pituita, su calor natural habrá de ser un tanto apocado, y al ser desvergonzado, su rostro no albergará ni recibirá mucho calor, de modo que el rostro del disimulador y embustero acusa reposo; cuando una parte del cuerpo acusa reposo también alberga un calor moderado; por su parte, de ser este calor tan grande como para atraer cosas, digerirlas y ligarlas, pero no como para desligarlas, hace engordar la parte en que se encuentra; por tanto, el disimulador acusa esta cualidad en el rostro. O más brevemente, acaso: el disimulador y embustero es carnoso en la zona del rostro por albergar pituita abundante y densa, y según el movimiento y hábito de esta se inventa diferentes embustes, pues es propio del agua de densidad irregular no devolver las imágenes tal y como las recibe, y así las imágenes del aire y del agua difieren en uno y otro elemento. Así, pues, quien es disimulador y embustero tiene un rostro gordo.



  ¶   10

Dice que los párpados y las partes circundantes son rugosos. Una arruga es un pliegue de la piel debido a la retirada de lo que extendía la piel; esa sustancia es un humor o un aliento; así pues, quienes albergan pocos alientos o sangre sutil junto a los ojos acusan arrugas alrededor de los ojos y en sus ángulos, una pasión que se advierte en los ancianos, en quienes no han dormido bien, han llorado o se han dado al placer carnal, al faltarles humor, aliento o ambas cosas, sustancias que extendían estas partes anteriormente. Por tanto, si el disimulador o embustero acusa el temperamento antes mencionado, es también desvergonzado, luego no padece nada en el rostro; es probable que, por naturaleza, su cabeza alberge pocos alientos, y también es probable que sean pocos los que le llegan por accidente, y a ello se debe que tenga los ojos arrugados.



[Arrugado el contorno de los ojos]

  ¶   11

Mas cabe preguntarse si es cierto lo dicho; primeramente, que una parte que ni se mueve ni se ejercita es más gorda que la que sí se ejercita y se mueve, pues parece falso, ya que la mano derecha se ejercita y se mueve, mientras que la izquierda descansa, y no obstante la izquierda es siempre más delicada y menos gruesa que la diestra. Se responderá lo que apuntamos más arriba, a saber, que un calor idéntico alojado en unas mismas partes, a igual movimiento y uso de estas, y manteniéndose lo demás uniforme y afín a natura, alimenta y hace crecer estas partes de manera idéntica; en cambio, si el movimiento de una única parte aumentase de manera desigual, esta se alimentaría en mayor medida, y la otra conservaría su estado. Ahora bien, apunto que el movimiento se puede entender de dos maneras: o bien es proporcional al instrumento y miembro que se mueve, y en tal caso el miembro ejercitado termina creciendo; o bien es desproporcionado y excesivo, y entonces resulta imposible que el miembro gane disposición o robustez, sino que parece más delgado y delicado, algo que, según escribe Livio, advirtió Asdrúbal en los caballos y soldados de Claudio. Así pues, mientras el movimiento de la diestra le fuese proporcionado, el calor se volvería más robusto y, por tanto, atraería más, digeriría mejor y haría crecer el miembro, pues no sería tan intenso como para deshacer y extenuar el alimento. Además, con este postulado coincide la opinión de los médicos, pues dices que las fricciones, en un principio, calientan los miembros; luego, a medio camino, los rellenan; por último, tras una fricción excesiva, los consumen.



[O practicaron el coito]

  ¶   12

Mas dirás: si el humor atraído hacia los ojos no se termina de desligar, ¿cómo es que tienen rugosa la zona de los ojos? Hemos dicho que no son muchos los alientos ni muy intenso el calor que sube a la cabeza, y especialmente a la parte delantera y los ojos; por su parte, los que consiguen ascender se debilitan con el paso del tiempo, produciéndose así las arrugas; no en vano, al alojar el corazón mentira y perfidia, todos los alientos que allí se encuentran se vuelven hacia las entrañas, quedándose la parte externa sin ellos y dando lugar a las arrugas junto a los ojos, como se ha dicho. Así pues, parece probable que el embustero tenga arrugas en torno a los ojos, una pasión que se echa de ver en los meditabundos y afligidos.



  ¶   13

Dice Aristóteles que el rostro de disimuladores y embusteros acusa un gesto somnoliento; no que sean somnolientos e insensatos, cosa que nunca es cierta, sino que el embustero y disimulador lleva en su rostro el gesto y la figura del somnoliento. Veamos, pues, cuál es la figura del somnoliento: en primer lugar, el somnoliento lleva los ojos prácticamente cerrados, y si observa algo apenas los abre, luego los lleva semiabiertos y, como quien dice, observa de reojo y con ojos achinados; además, inclina la cabeza hacia el suelo o hacia los lados, ora a uno, ora al otro; no escucha ni atiende, o pretende no escuchar ni atender; y demuestra una cierta palidez brillante. Digo, pues, que el hombre disimulador, falaz y embustero tiene un rostro como este; la causa es la llegada a la cabeza un vapor pituitoso ligado a la bilis negra, que provoca en él un rostro como afectado por el coma vigil. Por su parte, al ser embustero y consciente de sus embustes, suele evitar no sé muy bien cómo la mirada ajena y la luz, acaso en concordancia con aquellas divinas palabras, quien obra mal odia la luz 2-65; por su parte, quien peor obra es quien miente, pues la mentira es un mal por sí mismo, y todo embustero es malo, y el enemigo de la verdad es enemigo de Dios, pues Dios es la verdad misma, y enemigo de todos los hombres, el peor, según Teofrasto. Por tanto, si quien obra mal odia la luz, y quien odia la luz cierra los ojos o los baja al suelo, y a su vez es esta una costumbre del somnoliento, el disimulador y embustero, que obra mal, también llevará en su rostro el gesto del somnoliento, que es lo que afirmaba el postulado.



[Rostro somnoliento]

  ¶   14

Algunos añaden a estas señales una mirada y un rostro elegante, como el que se atribuye a Domiciano; en cambio, Tiberio, el mayor simulador y disimulador de la historia, tenía un rostro lleno de verrugas; ahora bien, en tanto que gozan de ingenio adulador, también figurarán un rostro honesto, y una voz igualmente apocada y lenta al pronunciar las palabras, pues la bilis negra lleva aparejada pituita, que aumenta el frío natural, y de acción lenta, en tanto que tiende al reposo. Por su parte, si el individuo que nos ocupa es capaz de adoptar fácilmente cualquier rostro y tiene un andar y un movimiento variables, desiguales y versátiles, esto no le viene sino de la bilis amarilla y de la pituita, pues esta última actúa rápidamente, y la primera es naturalmente más pronta que el aire a padecer y a retener las pasiones, y ello por ir ligada a la bilis negra.



  ¶   15

Se ha apuntado que quienes agitan seguido las manos al hablar suelen ser mentirosos, y especialmente si apoyan el dedo índice en la boca, pues se ve en ello indicio de que piensan una mentira o falacia con que engañar al oyente, y esto parece deberse al movimiento que efectúan en su interior mientras inventan mentiras. Otra de sus pasiones propias es caminar de modo irregular, a veces con paso lento, otras apurado. Además, tienen los ojos pequeños, cóncavos y blancos, como se puede leer a propósito de Aristóteles en la obra de Diógenes Laercio; la causa, creo, es la misma que apuntamos de manera semejante más arriba, la falta de alientos y la mezcla de bilis tostada con buena sangre y humor acuoso; por su parte, acaso hubo quienes creyeron que los ojos grandes y saltones denotaban al simulador y al disimulado r; no en vano, existen dos clases de embustero: uno zorro y astuto, de ojos pequeños; en cambio, del de ojos muy grandes dirás que es un hombre embustero en ocasiones, pero más bien vano, bajo y charlatán que no falaz ni engañoso.



Capítulo xix

Capítulo xix    DEL PUSILÁNIME

orig:   (26.)

El pusilánime: de miembros pequeños y articulaciones pequeñas, enjuto, de ojos pequeños y rostro pequeño, como fue Leocadio de Corinto.  

  ¶   1

Al pusilánime se le opone el magnánimo; este, ciertamente merecedor de grandes cosas, se sabe digno de ellas; en cambio, llamo pusilánime a quien cree merecer menos de lo que realmente merece. El motivo por que ahora se ocupa del pusilánime se puede esclarecer igual que arriba, y es que se trata de una pasión compuesta de temor, vacuidad de la ambición y fatuidad, pues carece de ingenio y de juicio, incapaz de reconocer su propio valor y distinguir lo cierto y lo falso; a su vez, teme dar mala imagen y afectar más de lo que debe; por tanto, desea el honor pero, al igual que los estúpidos, por evitar un vicio cae en el contrario. Su materia es la misma que la del temor, es decir la bilis negra de por sí y natural, con poco calor y poca bilis amarilla; gracias a esta contempla los honores, pero la ausencia de calor se erige en impedimento, y no hace lo que debe ni cree merecer lo que en verdad merece. Dice Aristóteles que así fue Leocadio de Corinto, pero si en aquel entonces estaba claro quién era este individuo, a mí me resulta, a día de hoy, muy oscuro; de todos modos, en su lugar podemos mencionar al emperador Claudio César que, según Suetonio, fue muy temeroso, pusilánime y totalmente fatuo.



[Señales del pusilánime]

  ¶   2

Así pues, sabiendo que el pusilánime es de temperamento melancólico y que, a su vez, alberga poco calor, su cuerpo se ha de distender y dilatar poco por la debilidad de la causa agente y por la dureza, la sequedad y la resistencia de la causa material; por consiguiente, es pequeño, y es que dentro de un mismo género cualquier elemento más pequeño que los demás es también mucho más temeroso: así, un perro pequeño es más temeroso que uno grande, y un niño es más temeroso que un hombre. Por su parte, si el cuerpo de los pusilánimes es pequeño, sus miembros también han de ser pequeños, pues dado que el cuerpo se compone de miembros, de ser grandes los miembros el cuerpo no podría ser pequeño, suponiendo que guarde una proporción y una simetría natural. A esto parece haberse referido también Horacio pues, siendo de cuerpo muy pequeño, dice albergar también un espíritu pequeño; no en vano, dice que es de cuerpo exiguo, y en otro lugar: bien obraros los dioses al hacerme de espíritu pequeño y débil 2-66. Así, pues, el pusilánime es de cuerpo pequeño y miembros pequeños.



  ¶   3

Los nudos y coyunturas de los miembros los llama Plinio articulaciones, entre ellos, los nudillos de los dedos, de ahí que la dolencia que afecta a nudillos y coyunturas de los miembros y a los huesos se denomine articular. Dice, pues, que el pusilánime tiene articulaciones pequeñas, y si el cuerpo es pequeño y pequeños son los miembros, con razón tendrá también articulaciones pequeñas; en efecto, si tuviese articulaciones grandes sería valiente, como más arriba se advirtió, pero el pusilánime siente temor y no es valiente, luego no puede tener articulaciones grandes. Ahora bien, si un cuerpo pequeño y unos miembros pequeños viniesen a acusar articulaciones grandes, semejante individuo merecería el nombre de monstruo, que no el de hombre, y no convendría con regla alguna. Así, pues, el pusilánime tendrá un cuerpo y unos miembros pequeños, pues también tiene un espíritu pequeño; por su parte, es probable que su forma siga a la materia y consienta con ella.



[Articulaciones pequeñas]

  ¶   4

Segunda señal del pusilánime; se llaman enjutos los animales delicados y pequeños. Algunos creen que esta palabra ( lat. macer) sale de un término griego que significa largo, pues lo delgado y pequeño parece más largo; en cambio, Varrón la hace derivar del término marchitez ( lat. marcor), pues se dice enjuto como quien dice marchito; se marchita lo que ya se acerca a la corrupción y, como dice Plauto, acusa una mísera condición, todo pellejo y huesos; cuanto acusa estas cualidades no se alimenta. Esta cualidad se suele deber a alguna de las tres causas siguientes: bien a la debilidad del calor innato, incapaz de alterar, digerir y asimilar el alimento, o a la insumisión, dureza y obstinación del alimento, que no se deja alterar, todo lo cual se resume en una única causa, a saber, la desproporción del agente respecto del paciente; en segundo lugar, se suele deber a un exceso de calor, que reblandece los miembros y la carne como cuando uno tiene fiebre; por último, a la obstrucción de los vasos, que impide que el calor se disperse por el cuerpo. Por su parte, como el hombre pusilánime acusa un cuerpo pequeño y miembros pequeños, es probable que la enjutez de su cuerpo no se deba al exceso de calor ni a la obstrucción de las venas, sino a su propia debilidad, seguida, a su vez, de la obstrucción.



[Enjuto]

  ¶   5

Mas acaso sea esta pasión propia de cuantos acusan un temperamento frío y seco, pues si la gordura reside en el calor y en la humedad, la enjutez, opuesta a aquella, se encontrará en el frío y en la sequedad. Así pues, sabiendo que el pusilánime es melancólico con poco calor, acusará prevalencia de frío y sequedad; en cambio, quien acusa prevalencia de sequedad y frío carece tanto de carne como de la causa de la carne, luego es enjuto; por tanto, el pusilánime es enjuto. Y si llevásemos esta pasión hasta sus causas, concluiríamos que no depende sino de la debilidad del calor y de la desobediencia de la materia.



  ¶   6

El cometido del calor es extender, y el del frío arrugar, y la materia terrestre es fría y seca, y se dilata con dificultad, luego el melancólico dotado de poco calor tendrá todos los miembros pequeños, incluidos los ojos; por su parte, el pusilánime es melancólico y alberga poco calor; se sigue, pues, que tenga también los ojos pequeños, y no solo pequeños, sino secos y un tanto inmóviles y pasmados, de modo que, por su estatismo, color y sequedad, recuerdan a los ojos de las langostas y las cigarras, que se pintan duros.



[De ojos pequeños]

  ¶   7

La última pasión de los pusilánimes; su causa es la misma que la de las demás, y es que siendo pequeños todo su cuerpo y todos sus miebros, también el rostro ha de ser pequeño, si es que el rostro es un miembro del cuerpo; además, el melancólico alberga poco calor, luego no puede tener grandes extremidades y, por consiguiente, tampoco la nariz, la boca ni, por último, los ojos, ni las mejillas, la barbilla o la frente, luego todo el rostro será pequeño. Mas dirás: si el rostro pequeño acompaña al hombre voluble y móvil, ¿cómo puede acompañar también al pusilánime? Pero, como quedó apuntado, no resulta absurdo que una misma señal acompañe a dos potencias. Además, como el pusilánime es temeroso, cambiará rápidamente de opinión, empeorándolo todo en cualquier ocasión, casi siempre dubitativo y desesperado, luego no es absurdo que también acuse la señal de la volatilidad.



[Rostro pequeño]

  ¶   8

Una vez más se cuestiona que el pusilánime pueda ser melancólico, pues si bien es cierto que el pusilánime es volátil, el melancólico no lo es, sino que es obstinado, pues recuerda a la tierra, dura y seca, de modo que el pusilánime no es melancólico. Cabe responder que el melancólico, antes de recibir ninguna impresión y mientras está abierto en potencia a impresiones opuestas, cambia de opinión sin mayor dificultad, y como la especie anterior todavía no se le ha adherido, se deshace de ella con facilidad, pues se muestra reacio a su adopción; en cambio, cuando hubiese adoptado consistentemente una opinión, la retiene durante mucho tiempo. Así, pues, mientras el melancólico no está convencido de veras, aunque se lo parezca a los demás por no mostrar reticencias, cambia de opinión sin mayor problema; ahora bien, cuando está ciertamente convencido, aun no pareciéndolo, difícilmente podrá cambiar de opinión. También podemos decir que el melancólico no cambia fácilmente aquello con lo que tiene alguna conexión, y así no pasa fácilmente del dolor y la tristeza a la esperanza y la felicidad; por el contrario, adopta sin pena aquello hacia lo que está inclinado, pues abandona la esperanza sin mayor problema y asume fácilmente el temor, la desconfianza y el lamento. Asimismo, también podemos decir que no es la melancolía, sino la pituita que viene ligada a la melancolía, la causa de que el pusilánime cambie a menudo y sin pena, pues es temeroso.



[Si acaso el pusilánime es melancólico]

  ¶   9

No puedo dejar de pensar que hay un error en el texto pues, ¿quién es este Leocadio de Corinto? Ambos nombres son, ciertamente, gentiles, uno tomado de una ciudad, y el otro de la isla que, según algunos, se llamó en otro tiempo Neritón, aunque Virgilio parezca discrepar. Sea como fuere, esto en nada atañe a nuestro propósito.



Capítulo xx

Capítulo xx    DE LOS AFICIONADOS A LOS DADOS

orig:   (27.)

Aficionados a los dados: con un brazo más corto de lo deseable, disfrutan de la victora obtenida.  

  ¶   1

Esta parte la interpretan de diversas maneras diversos traductores, y no se puede negar que el texto está errado, el griego no menos que el latino. El Suesano opina que son tres condiciones del pusilánime, a saber, jugar a juegos de azar, tener un brazo excesivamente corto y ser amigos del baile; se pronuncia a este respecto con notable vacilación, pues más arriba se apuntó que estamos buscando señales del cuerpo que respondan a las inclinaciones del alma. Yo, por mi parte, le preguntaría si cree que los jugadores de dados se pueden reconocer mediante un rasgo sensible del cuerpo cuando beben o dormitan y, acto seguido, cómo pretende que los jugadores de dados sean pusilánimes; a mí me parecen excesivamente osados y precipitados, y llegan a jugarse toda su hacienda en un momento. También le preguntaría de dónde saca que el término griego γαλεανκῶνες significa lo que él interpreta, a saber, que tienen un brazo corto, y en tal caso, por qué no los dos; luego le preguntaría qué tiene que ver esta señal con el pusilánime, cuando lo que denota, a todas luces, es tendencia al hurto. Por su parte, si los amantes del baile fuesen pusilánimes, o acaso él los vio de cuerpo pequeño, yo tengo el recuerdo de muy hábiles bailarines corpulentos, muy osados, arrogantes y soberbios, y creería que es una pasión propia de quienes practican el baile y enseñan a bailar y dirigir los corros. Por tanto, no convengo con él.



[Jugadores de dados]

  ¶   2

Porta opina que Aristóteles adujo en este epígrafe tres figuras, a saber, la del jugador de dados, la del amante de la gloria y la del bailarín, pero cree que las señales se han perdido y solo se nos han conservado los títulos de los capítulos. Ahora bien, ¿de dónde se habrá sacado que cabe entender γαλεανκῶνες como amantes de la gloria? Yo creo que este término nada tiene que ver con la gloria, pues popularmente se usa para decir que alguien tiene los brazos excesivamente cortos. Pues bien, siguiendo a Polemón, dice que cabe leer aficionados a los dados, esto es deseosos de lucro, pues el deseoso de lucro y el aficionado a los dados comparten las mismas pasiones. Yo, así como no convengo en absoluto con el Suesano, prácticamente iletrado en griego, sí coincido en parte con Porta. En efecto, creo que el texto tiene un error, que está deturpado y manco, y que el título “de los aficionados al juego” es el único que existe, ya sean aficionados a los juegos de azar o jugadores de dados; y digo también que Aristóteles solo aduce una señal corporal de esta pasión; respecto a lo que sigue, “que disfrutan de la victoria”, creo que es el título de otro capítulo, en que Aristóteles exponía las señales de quienes ansían superar y dominar a los demás, que llaman dominantes. Ahora bien, no reconozco lo que apunta a propósito de los aficionados al baile y a los corros; si alguien adujese algo más fiable, gustoso convendría con él.



  ¶   3

Así pues, son aficionados a los juegos de azar, esto es que disfrutan en exceso con ellos, como se escribió a propósito del emperador Vitelio, quienes con injusto fundamento pretenden obtener un beneficio indebido de quienes no deberían, de modo que también se los llama ávidos de lucro. Acusan la siguiente pasión: tienen los brazos excesivamente cortos, esto es la articulación, la parte que va desde el codo hasta el pericarpio, el punto donde se unen el cúbito y el radio, es corta en comparación con otros hombres de su misma estatura. Esto se deja demostrar del siguiente modo: los aficionados al juego son ávidos de lucro y no buscan un lucro justo, luego son ávidos de monedas y riquezas y, por tanto, deseosos de lo ajeno, parcos con lo propio, luego contraídos, con un cuerpo poco dispuesto a dar; quienes acusan tales cualidades tendrán, probablemente, articulaciones pequeñas, pues cabe asociar esta pasión a la melancolía difícilmente extensible y calentada por un calor escaso y seco; así pues, los aficionados a los dados y ávidos de lucro acusarán probablemente esta brevedad de los brazos y, en sentido inverso, los de brazos cortos serán ávidos jugadores. Ciertamente, recuerdo haber conocido a dos adolescentes con esta disposición de los brazos, y ambos eran muy ávaros y avidísimos jugadores, tanto que no pensaban sino en el juego y los dados.



  ¶   4

A todo esto añade cabellos densos, rectos y negros, nada de lo cual aduce Polemón en la figura del ávaro; ahora bien, pueden ser densos los cabellos y densa la barba, pero no creo que los pelos sean negros, pues el color de su piel es rojizo. Porta añade ojos grandes, brillantes y amarillentos, pero no me parece defendible; Polemón, en lugar de amarillentos, lee deslumbrantes, cosa que me parece más probable.



  ¶   5

Por otra parte, donde hemos leído “disfrutan de la victoria obtenida” algunos leen “bailarines”; en verdad, no veo por qué se ha traducido tal cosa, y es que el término griego, aun deturpado, nunca podrá denotar al hombre que disfruta con la victoria, sino al bailarín. Creo ciertamente que todas las señales de este título se han perdido; por tanto, si nada hay y nada añadimos, me parece que quienes disfrutan con el baile y los corros son amantes de las mujeres, lascivos y, en consecuencia, admiradores de la forma; me parece que tienen cabellos rubios, un rostro noble, rosáceo, una nariz larga, un poco más gruesa en la punta; que tienen ojos risueños, medianos, húmedos; y que gozan de una complexión cálida y húmeda, siendo que el calor supera al humor y, sometiéndolo, le infunde un cierto sabor salado.



[Señales de los aficionados a los corros]

Capítulo xxi

Capítulo xxi    DE LOS AMANTES DE LOS FAVORES

orig:   (28.)

Amantes de los favores: los de labio superior elevado, forma inclinada y rubicundos.  

  ¶   1

El título latino nada tiene que ver con el término griego, y las señales que se aducen en el texto no se atienen a la versión griega ni a la latina, hasta tal punto está todo incompleto y mútilo, mezclado y confuso. El término griego significa generoso, dispuesto a dar; algunos traductores propusieron amante de los regalos, entendiendo no ya que quiera dar, sino recibir, y que es avaro y ambicioso; en verdad, bien podría haber sido este el título elegido por Aristóteles; ahora bien, el término que leemos no significa nada de esto. Me parece que así como el título o el epígrafe del hombre generoso carece de señales, las siguientes señales carecen de todo título, y creo que cabe imponer a la señal mencionada el título de "amante de las controversias y las disputas", como veo que han hecho algunos traductores del texto aristotélico; se me esconde, no obstante, de dónde lo han sacado.



[Señales de los ávidos de regalos]

  ¶   2

Asimismo, si cabe aducir algunas señales del amante de los favores, esto es del generoso y deseoso de dar y asistir a los demás, diremos: si quienes dan con gusto y se sienten satisfechos por haber asistido a los demás son generosos, también serán plácidos y bondadosos y, por tanto, agradables y dispuestos a amar; ahora bien, se ha dicho que el amor reside en el calor, la humedad y la sangre; así pues, serán sanguíneos con subdominio de la pituita, luego acusarán un color blanco y tendrán ojos grandes y húmedos, cabellos amarillo claro, una frente grande, dientes raquíticos, articulaciones distendidas, especialmente las de manos y pies, y uñas largas y blancas.



[Señales y propiedades del generoso]

  ¶   3

Por el contrario, quienes aman los favores, esto es quienes desean recibir regalos y favores llevan la avaricia ligada a la ambición, y acusan una disposición contraria, pues su bilis amarilla lleva la negra mezclada a partes casi iguales, y digo bien bilis amarilla, y no sangre biliosa, lo cual los empuja a querer destacar sobre los demás, ser honorados y adulados, de modo que reclaman regalos como muestras de honor; y sabiendo ques on tenaces y duros por efecto de la bilis negra, y que también anhelan lo ajeno, pues son avaros, desean recibir regalos, y si ven que sus iguales los reciben, sienten envidia, sufren y lamentan revolverse en tinieblas y cieno 2-67. Así pues, a raíz del predominio de las dos bilis, verás a un hombre velludo, cabellos y barba prolijos, pues la bilis amarilla se mueve, mientras que la negra se deja mover; un rostro oscuro, ojos cóncavos, medianos, secos, brillantes; cejas arqueadas: no en vano, estos son los efectos de un temperamento semejante; una boca más bien ancha que estrecha, pero fea y entreabierta, como la de un niño que ansía y espera algo que echarse a la boca; hombros encogidos y contraídos hacia el cuello, un pecho medianamente ancho, abombado, como el que vemos en las aves, y un cuerpo completamente erguido y un poco inclinado hacia adelante, de tal manera que no lo puedes reconocer a menos de lo observes con detenimiento, una señal asociada a la pasión y al hábito que acusan los hombres cuando reciben regalos, pues se inclinan un poco y su rostro trasluce una cierta deferencia, como si, encomiando a quien se lo entrega, demostrasen su alegría por el regalo.



[Señales de quienes desean recibir]

  ¶   4

Añaden algunos que estos hombres tienen unas orejas, una nariz y unas manos bastante pequeñas, y que recuerdan a los lobos o a las aves rapaces. Añade como señal propia de esta pasión una tez oscura o cetrina, brillante, y unos ojos de rubor ígneo, pues un color y un hábito como estos, fruto de ambas bilis, son los propios del género de los turcos o de los moros y de los meridionales, que son los mayores amantes de los favores, y tanto los anhelan que supone sacrilegio presentarse ante los príncipes y nobles turcos, moros, persas y árabes con las manos vacías, como sucede con los reyes de los persas, pues cuando uno pretende presentarse al rey y entrevistarse con él ha de llevar siempre algo que ofrecerle. A la luz de tales cosas, pues, puede quedar de manifiesto cómo son quienes ofrecen y quienes reciben favores.



  ¶   5

Mas cabe plantearse cómo puede suceder y cómo puede ser cierto lo dicho, a saber, que el temperamento del pusilánime nace del predominio de la bilis negra, si al mismo tiempo decimos que el amante de los favores acusa ese mismo temperamento y, lo que es más, hemos dicho que el amargo es bilioso y soberbio y, un poco después, misericorde. Esto es ciertamente imposible pues, ¿cómo puede tener una única materia varias formas a la vez? Y, ¿cómo no van a tener unas formas diversas una operación y una materia diversa? En efecto, se ha dicho que la materia y la forma son relativas, luego un cambio en una de ellas implica necesariamente un cambio en la otra.



[Cuestión, si acaso el ávido de favores comparte temperamento con el pusilánime]

  ¶   6

En verdad decimos que la ira, la misericordia, el amor, el odio y este tipo de pasiones se pueden considerar de tres maneras. Se pueden considerar en energía y en operación, y en tal caso se habrá de producir una única operación particular, y la materia, al caso, la bilis amarilla, se habrá de ver afectada de un único modo particular y determinado, y se habrá de tostar por efecto del calor encendido ante un desprecio aparente y una ofensa inminente, permitiendo así a los órganos del cuerpo repeler la fuente de la molestia con mayor prontitud y viveza; y en ausencia de esta materia, de la bilis amarilla junto al corazón, aun encendiéndose el calor, aun advirtiéndose un dolor y un desprecio, el ofendido no se levantaría para repeler lo que provoca el dolor. No en vano, vemos que quienes albergan demasiada sangre, estúpidos como son, aun sabiéndose despreciados y ofendidos, y aun lamentando en ocasiones verse ofendidos, se ríen y no se enfadan por su falta de bilis; esto mismo se advierte en los letárgicos, a quienes los médicos tratan de provocar para desembarazarse de los alientos o vapores pituitosos que ocupan el cerebro y las partes internas del cuerpo. Así, pues, cuando las afecciones están en energía, la materia en cuestión no se encontrará afectada de manera absoluta, sino de un modo determinado junto al corazón y en sus ventrículos, y solo así concebirá su calor.



  ¶   7

También se podrían dar en entelequia y hábito, y entonces no denotarían más que la prevalencia de la materia que suele albergar la razón propia de aquella afección. Así, por ejemplo, si reconozco en alguien el hábito de la iracundia, diré que es rico en humor bilioso y sutil, pues este es la sede de ese hábito, esto es: el alma, cuando está airada y actúa guiada por la ira, recurre a los alientos nacidos de este humor para sus operaciones iracundas, como un carpintero recurre al hacha o a la sierra para partir un madero, y así, cuando pasamos a la energía para consumar una tarea solemos recurrir a un único instrumento: al ojo para ver, a la lengua para saborear, y mientras saboreamos, no hablamos; en cambio, mientras no cortamos ni partimos, nada nos impide recurrir al hacha y a la sierra para alguna otra tarea, como para pulir o incluso para repeler a un enemigo que nos quiera atacar.



  ¶   8

Ahora bien, si no observásemos la ira, el odio y demás pasiones semejantes ni en energía ni en entelequia o hábito, sino solamente en tanto que las llaman potencia, inclinación y propensión en distintos grados, pues todos albergamos todas las potentias e inclinaciones naturales al hombre, ya que el hombre puede llegar a ser y hacer cualquier cosa; si —digo— entendieses la ira y el odio como potencias e inclinaciones, no determinarían para sí una materia cierta y propia, antes bien, estando ellas mismas en un estado de incoación y rudimento común, también manejan una materia común, no determinada ni enfocada a una forma antes que a otra, aun pudiendo adoptar una más fácilmente que las otras. Así, por ejemplo, si yo viese en el taller de un carpintero muchas vigas y muchos maderos, nunca diría que son arcas o bancos, solo diría que esa materia es más adecuada para fabricar arcas que algunos otros maderos; así, cuando veo en Calia unas señales determinadas, como una nariz aguda y unos ojos ígneos, digo que alberga una materia mejor dispuesta para concebir el hábito de la iracundia que no el de la mansedumbre o de la generosidad. De todos modos, como es posible que el carpintero no use aquellas vigas para fabricar arcas, y que prepare una nave o una mesa en su lugar, el intelecto y el alma, partiendo del temperamento de los humores, pueden adoptar a voluntad una u otra forma u obra, con tal que los humores sean partícipes de esas formas y la materia de los humores responda a la naturaleza humana y esté en condiciones de adoptarlas todas naturalmente.



  ¶   9

No en vano, este temperamento natural de los humores recuerda al órgano musical, y se asemeja al instrumento que llaman popularmente clavicordio. En efecto, este contiene muchas cuerdas afinadas entre sí de un modo determinado, pero no suenan a menos que se pellizquen, y cuando el músico las hace sonar con acierto nacen modulaciones diversas a gusto del instrumentista; así, cuando el intelecto y la voluntad se aplican al temperamento de los humores guiados por la virtud despiertan hábitos armónicos y producen acciones loables. A su vez, así como unos músicos frecuentan más a menudo la parte de las voces agudas y otros la parte grave, algunos hombres recurren más a los alientos biliosos y otros a los melancólicos; y así como unos instrumentos son más adecuados para el sonido agudo y otros para el grave, unos cuerpos humanos son más idóneos para ejercer unas afecciones y operaciones, y otros otras. Además, así como un mismo instrumento musical puede producir en manos del artista músicas y melodías diferentes, e incluso en algún modo opuestas, no es absurdo que el alma humana emprenda a voluntad acciones y afecciones variadas y completamente diversas partiendo del instrumento corpóreo constituido de tal manera. Así pues, mientras nos atengamos a este razonamiento no se derivará nada absurdo; además, sabiendo que una única y misma alma produce acciones diversas en virtud de diversos instrumentos externos, tampoco es de extrañar que esta misma considere operaciones diversas y opuestas en función de la diversidad de los instrumentos internos y no visibles.



Capítulo xxii

Capítulo xxii    DE LOS AMANTES DE LAS CONTROVERSIAS

orig:   (28b.)

Amantes de los favores: los de labio superior elevado, figura inclinada y rubicundo.  

  ¶   1

Quedó dicho por qué vuelvo a usar el título que dice "amantes de los favores", y es que las señales aducidas no convienen ni al amante de los favores, esto es al generoso, ni al deseoso y ávido de riquezas. Añade que algunos textos latinos leen este título, lo cual me ha llevado a pensar que los títulos precedentes carecían de señales y que estas señales carecían de título. Además, parece que la disputa, la controversia y el enfrentamiento significan, si no lo mismo, al menos algo semejante. Según Plauto, una controversia es un enfrentamiento o pelea entre ciertas personas a propósito de alguna cosa, bien por una opinión, un provecho o ventaja, o incluso un deseo, pues en ocasiones también esto es motivo de enfrentamiento y pelea entre los hombres, si bien es cierto que debería ser una pasión más propia de los animales que del hombre. Así pues, si quienes se pelean tratan se imponerse y superar al contrario, y no hay enfrentamiento sin ira, ni ira sin bilis, es probable que el amante de las controversias sea bilioso y, como no está dispuesto a ceder, también es probable que sea obstinado, pues si cediese, no pelearía. Por tanto, tampoco carece de bilis negra, luego existe un dominio de ambas bilis con subdominio de la sangre, motivo por el cual se muestra exultante en la victoria, y es que esta pasión es propia de los jóvenes, y en los jóvenes, a su vez, la sangre es pronta. Pues bien, siendo tal el amante de las controversias, como era también el Aquiles que, según Homero, describe Agamenón, siempre amigo de los enfrentamientos, las peleas y las guerras, es probable que este hombre sea soberbio, inexorable, agrio, iracundo, impúdico, inoportuno, amargo, y en ocasiones también disimulador y simulador, según parezca convenirle. Creo que a la luz de esto queda claro quién es el amante de las controversias y las riñas, y cuál es su temperamento.



  ¶   2

Por otra parte, podría preguntarse alguien: ¿acaso existe quien encuentre gratas las disputas? En verdad hay quien disfruta con las disputas, pero no de por sí, sino por accidente, y es que de por sí lo que busca es superar y estar por encima de los demás. Al querer lo que también otros desean, se da en decir, por accidente, que disfruta con los enfrentamientos y que es amigo de las disputas.



[Si acaso hay quien disfrute con los enfrentamientos]

  ¶   3

Aristóteles les atribuye tres señales. La primera es que tienen el labio superior elevado, señal que, a mi parecer, cabe asociar ciertamente al tipo de pasión que existe en acción, pues si contemplases a los contendientes advertirías que, en lo que escuchan al adversario y preparan su réplica, abren la boca y levantan el labio superior. En verdad, no hay disputa sin ira, o no sin un poco del calor de la ira; la ira no es más que la ebullición de la sangre junto al corazón, cuyo calentamiento eleva una cantidad de vapores y alientos hacia las partes superiores, pues siendo ígneos, es seguro que se dirigen hacia arriba; así, como vemos, quienes sienten una ira incipiente levantan los brazos, y otros, como se lee de Sócrates, lanzan las manos y se mesan el cabello; Virgilio pinta a Dido golpeándose el pecho con las palmas de las manos y arrancándose sus doradas cabelleras. De ser esto cierto, es también probable que el labio superior se eleve y que, por hábito, se permanezca elevado. Valga la siguiente demostración: los amantes de las discordias y los enfrentamientos son propensos a la ira; a semejantes individuos les hierve fácilmente la sangre junto al corazón, y una gran cantidad de alientos cálidos se les sube a la cabeza; estos, a su vez, levantan los miembros, y cuanto sucumbe a tal afección sigue el movimiento de los alientos; tal es el caso d el labio superior, las manos y los ojos; por tanto, los amantes de los enfrentamientos tienen naturalmente el labio superior eleva do, y también yerguen la cabeza y lanzan las manos, y por esto mismo acusan un tono rojo el rostro, y por los muchos alientos biliosos tienen los ojos rojos, pequeños y ardientes, y un rostro próximo a la redondez; no en vano, como más arriba se apuntó, este es el efecto de la bilis.



  ¶   4

Es esta la segunda señal del hombre contencioso. Porta se refiere a esta propiedad de otro modo, y dice que los contenciosos acusan una forma y especie precipitadas; Aristóteles, a mi entender, quiso decir que los contenciosos tienen un rostro y una figura que transmiten a quienes los contemplan una cierta propensión y prontitud a precipitar todas sus acciones, inmodestia, temeridad y contumacia, y una petulancia un tanto vehemente e indomable. Esta pasión brilla con mayor frecuencia en los adolescentes nobles y ricos, pues llevan la cabeza erguida, se burlan de los demás, o bien los maldicen; además, ajenos al pudor, creen poder permitirse lo que ellos mismos tacharían de vicio en los demás, silban a quienes los demás miran con respeto, actúan y hablan con desmesura para atraer todas las miradas; asimismo, frecuentan a quienes no conocen, o a quienes ofendieron tiempo atrás, o a quienes desean ofender, e insisten en pedirles favores, como que les presten un caballo, una túnica o unas monedas y, si viniesen a negárselo o asegurasen no poder satisfacerlos, se sienten ofendidos, los maldicen a ellos o a los presentes y juran venganza; por último, advertirán en él los mismos vicios y cualidades que apuntó Teofrasto en el libro De characteribus. Así pues, resulta ridícula la excplicación del Suesano a este epígrafe, pues dice que los amantes de las riquezas acusan figuras inmodestas, como si quienes desean recibir favores hiciesen gestos inmodestos con la boca y el rostro, cuando ha de ser al contrario, ya que pretenden agradar, no irritar a los hombres de quienes esperan recibir favores. Ahora bien, según creo, lo único que quiere decir Aristóteles con esta segunda señal es que los contenciosos tienen una boca y un rostro que transmiten crueldad a quienes los observan, una cierta petulancia y una temeridad precipitada.



[Forma y especia inclinadas]

  ¶   5

La tercera señal con que se reconoce a los contenciosos es que son rubicundos; no de un rubor como el de la rosa, sino del que se echa de ver en la monda de las granadas, y este color no solo lo acusan las mejillas, sino también la frente y el pecho. La causa es que, como se ha dicho, son ricos en bilis y sangre con subdominio de la melancolía, de ahí que su rubor tienda a una cierta oscuridad y recuerde a la monda madura de las granadas.



[Cualidades corporales de los contenciosos: el rubor]

  ¶   6

Esto es lo que propone Aristóteles; añadamos, por qué no, algunas otras señales con que describir al amante de los enfrentamientos, de las disputas y de las injurias, para poder evitarlo y rehuirlo como a un buey peligroso.



[Propiedades del contencioso]

  ¶   7

Sus cabellos, muy negros, canean enseguida y bajan hasta la mitad de la frente; frente arrugada, Porta dijo fruncida, muy tensa, marcada con muchas líneas; orejas medianas, pero amplias y desproporcionadas; ojos ígneos, brillantes, secos, ni grandes ni pequeños, de mirada inmóvil e intensa; cejas elevadas, casi unidas, grandes, en forma de arco, fruncidas; mejillas no menos rojas que la frente; nariz también roja, afilada en su extremo, con alas amplias; cuello no menos carnoso que el rostro, que cuenta con una cantidad razonable de carne; la barba, mencionada más arriba, pobre, dispersa, oscura con toques de amarillo; cabeza erguida, rostro ancho; barbilla gruesa, carnosa y corta; manos gruesas, dedos cortos, uñas redondas y pequeñas; brazos más cortos que largos; el cuerpo, en su conjunto, recto, pero las escápulas elevadas figuran una pequeña joroba en la espalda; voz grande, grave e irregular al principio, aguda al final; por su parte, las señales más importantes son un silbido al final de las frases y una procacidad insolente y cruel que se deja ver en el rostro.



  ¶   8

Conocimos a un hombre así, amante sin parangón de las controversias, las contumelias y las disputas, que habría muerto de no haber podido contradecir a los demás, un monstruo, como dice el otro, al que odia su propio padre, Plutón, y odian sus hermanas del Tártaro 2-68.



Capítulo xxiii

Capítulo xxiii    DE LOS MISERICORDES

orig:   (29.)

Los misericordes: los hermosos y de color blanco, de ojos grandes, narices amplias por abajo, de llanto constante; asimismo, son amantes de las mujeres y padres de hembras, y en cuanto a su carácter son propensos al amor, de buena memoria, ingeniosos y astutos; quedan expuestas sus señales. El misericorde es sabio, temeroso y modesto; el inmisericorde, ignorante y desvergonzado.  

  ¶   1

En su Rhetorica, Aristóteles define la misericordia como el dolor que se produce al advertir un mal que corrompe y daña a quien, a nuestro juicio, no lo merece, un mal al que nos vemos potencialmente expuestos, nosotros o nuestros allegados, al punto de sentirlo próximo. Vives, en cambio, no cree que la misericordia se deba a los solos males que llaman corruptivos y dañinos; antes bien, dice que cualquier tipo de mal, sea como fuere, puede suscitar misericordia. En efecto, sentimos misericordia de los deformes, de los lentos, de los incultos y de los estúpidos, y ninguno de ellos sufre dolor; sentimos misericordia de los simples, de los niños, de las mujeres, de los ancianos y de los enfermos, que vemos desvalidos frente a los males que soportan o que se ciernen sobre ellos; y de quienes han recibido un duro golpe de la fortuna, y de quienes, aun siendo buenos hombres, no pudieron cumplir con sus votos como es debido; no en vano, no hay quien no profese misericordia por Bruto, Casio, Catón, Sertorio, incluso por Gneo Pompeyo y su hijo Sexto. Así, según me parece, la misericordia se extiende a conocidos y desconocidos, a presentes y pasados, a quienes han sufrido y quienes han de sufrir o sufren ahora. De hecho, hasta Dido se compadece de los troyanos caídos ante toda clase de peligros; Eneas sintió misericordia cuando halló a Deífobo en el infierno, consciente de que nada malo le volvería a suceder, e incluso por Dido, a quien perseguía en lágrimas sin obtener respuesta, ajena como permanecía a sus palabras. Con esto queda claro qué es la misericordia y de quién es propia.



  ¶   2

Agesilao negaba que un hombre bueno pudiese ser sabio y sentir misericordia a un tiempo, y así los estoicos procuraban extirpar esta afección de las almas humanas, como todas las demás; ahora bien, si no me equivoco, según opina un escritor italiano, nada hay más humano que sentir misericordia por los afligidos, pues esta nace de la congruencia y la semejanza de los espíritus humanos. En efecto, si el precepto de sabiduría máxima y de máxima bondad es que los hombres se amen entre sí, y que cada uno estime a su prójimo como a sí mismo; y si el apóstol Juan, caro a Dios, solo decía y repetía una y otra vez “amaos, hijos, los unos a los otros ”; y si a la mujer pecadora, por haber amado mucho, se le perdonaron muchos pecados; en fin, si amar es lo mejor, sabiendo que quien siente misericordia no puede no amar, sentir misericordia también será lo mejor, y el hombre bueno profesará misericordia por los males ajenos, los errores, infortunios y estupideces, y no se reirá de ellos como Demócrito, antes bien, dando muestra de mayor humanidad, romperá en llanto, como Heráclito. Saca la misericordia de las almas humanas, ¿qué pondrás en su lugar, sino ferocidad, bárbara e inhumana crueldad? Por tanto, sacar la misericordia de las almas de los hombres supone extirpar les su humanidad y convertirlos en fieras; luego compadecerse de quien sufre, llorar con quienes lloran y asistir en lo posible al afligido es un cometido propio del hombre bueno y afín a natura; esta es, pues, la más mansa de las afecciones, y dispone los espíritus a la amistad y a las buenas acciones; así pues, la misericordia es una especie de plácida blandura, pues duros y crueles son quienes ni lloran ni sufren por los males ajenos, quienes soportan, presencian y contemplan sin emoción alguna cómo las mayores miserias, los tormentos y los fuertes dolores afligen a un hombre al que no juzgan malo, a un hombre que nunca los ofendió y al que saben hornado. Esta blandura de corazón y esta conmiseración ceden a la ira, al odio, a l hábito de ensangrentarse y de ser cruel, como en el ejército. Asimismo, es la más baja condición, la más apocada, expuesta a todos los males, te llegarías a creer libre de cualquier mal mayor; y es también la más alta condición, pues te creerías ajeno a los asuntos humanos y a salvo de todo daño.



  ¶   3

Siendo así la afección de la misericordia, creo que se ha de encontrar en la sangre pura y dulce, mas con subdominio de la bilis, también pura y natural; y quien acuse semejante temperamento y sea, por tanto, sanguíneo con subdominio de la bilis pura y natural, esto es, de la llamada sangre sutilísima, será propenso a la misericordia y, presa de esta conmiseración, romperá en llanto, y no soportará el perjuicio ajeno; prueba de ello es que los niños, las niñas y las muchachas, que suelen ser más proclives a este temperamento, son también más propensos que los demás a la conmiseración. Además, si el amor es una pasión de la sangre, y esta afección se da especialmente en quienes aman, es probable que el amor y la misericordia compartan una misma materia; por su parte, como las presas de la misericordia también se enfadan e indignan con quienes parecen ser la causa del dolor, no puede haber misericordia sin ira, y esta, a su vez, no existe sin bilis, luego la bilis habrá de detentar el subdominio en el individuo misericorde; ahora bien, demuestra conmiseración quien teme ser víctima de algo semejante, él o sus allegados, consciente de su condición humana, de modo que también alberga el principio del temor y, por consiguiente, el temperamento del misericorde también albergará un poco de melancolía; por su parte, el temor se asocia al frío, luego quien profesa conmiseración no acusa un calor intenso, y prueba de ello es que los airados y furiosos, como en la guerra, no suelen sentir misericordia. Tenemos las causas de la conmiseración. Expongamos ahora las señales de Aristóteles.



  ¶   4

Llamamos hermosos a quienes tienen un cuerpo lo más afín a natura en cantidad y calidad; por su parte, la hermosura del cuerpo consiste en su disposición lo más afín a natura para el perfecto acometimiento de todas su s tareas naturales; esta disposición no es más que la recíproca proporción entre unos miembros perfectamente formados en lo que a colores, distancias, figuras y movimientos naturales respecta. Así, los misericordes son hermosos, pues son hombres muy humanos con prevalencia de la sangre y subdominio de la bilis; a su vez, dispuestos como están conforme a natura, son hermosos, pues la naturaleza del hombre reside en el calor y la humedad, y en el calor moderado. Pues bien, siendo así los sanguíneos, y siendo estos hermosos a su vez, diremos con razón que los misericordes son hermosos.



[Los hermosos y blancos son misericordes]

  ¶   5

Ya he dicho que los misericordes son hermosos; ahora bien, en los climas quinto y sexto, los hermosos son blancos con un rubor rosado; por tanto, los misericordes son blancos. De ahí que un noble autor noble tache a árabes, etíopes y libios de crudelísimos y salvajes, pues albergan mucha bilis negra y poca sangre, si no es tostada, luego conservan la impresión que hubiesen recibido una sola vez, y si conciben odio o ira, no los deponen si no es con el exterminio de aquello que que odian, y por eso cuando se comportan de manera cruel y salvaje, lo hacen con cierto reparo y dolor; por contra, los del norte hacen sorna y celebran el mal ajeno entre risas y muestras de alegría, y se comportan con cierta crueldad, pues no consideran que algo semejante les pueda suceder a ellos, curtidos como están por el hábito del ingenio y su mala educación.



  ¶   6

El Suesano lee de párpados inflamados, esto es con conjuntivitis o propensos a ella; él mismo podría advertir si lo hace con razón : dice, pues, que los misericordes tienen los ojos inflamados por tener el cerebro húmedo, como si hubiese visto algún cerebro seco; pero, ¿cómo van a ser los misericordes hermosos y padecer conjuntivitis a la vez ? Y si la conjuntivitis es una enfermedad, superada esta, dejarán de ser misericordes. As í pues, dejando a un lado la explicación del Suesano, y también la popular, que dice que los ojos de los misericordes son gruesos, digamos con Favorino y Budé que el misericorde acusa tres propiedades nacidas de un mismo principio: la primera es que sea de hermoso, festivo y de aspecto agradable, y lo que popularmente se dice dulce y plácido; la segunda es que acuse una mezcla equilibrada de blanco o cándido y rosa, color propio de las mujeres hermosas, cuyas mejillas suelen enrojecerse como las manzanas blancas en otoño; la tercera, a su vez, es que tenga ojos hermosos, plácidos y brillantes. Estas tres pasiones dependen de un mismo principio, a saber, un os alientos sanguíneos con bilis escasa dirigidos a la cabeza y los ojos, de ahí la festividad, la placidez y el color que brilla y se advierte tanto en las manzanas como en los ojos.



  ¶   7

Porta lee separadas por arriba; no entiendo qué quiere decir, pues si las narices estuviesen separadas por arriba serían anchas, y las narices anchas denotan al hombre iracundo y salvaje; en cambio, si quiso decir separadas hacia arriba, esto es retraídas hacia arriba, esta señal es propia del burlón y de quien desprecia las acciones y palabras ajenas. Si dijeses que el término griego significa hacia arriba, y no hacia abajo, en primer lugar respondo que no sería este el único error del texto; digo, además, que de seguirse correctamente el texto griego, no se advierte error alguno, pues pretende que los misericordes tengan las narices pulidas, esculpidas, rematadas y bien formadas y hermosas por arriba, esto es en la parte orientada a los ojos; y con razón se ha de entender de este modo, pues el misericorde es hermoso y de ojos especialmente festivos y lozanos, luego también serán delicadas las partes situadas bajo los ojos, donde empieza la nariz, como pulidas y en cierto modo desbastadas y excavadas, formando algo así como una cavidad, una figura que se suele advertir en las mujeres de nariz larga, recta y hermosa. La razón es que el misericorde es hermoso de rostro y, por tanto, tiene una nariz bien formada, y las partes de las narices próximas a los ojos bien hechas y esculpidas, blandas, delicadas y como desbastadas, cualidades todas que parecen caber en el término griego sin detrimento alguno de su significado propio.



[Narices bien formadas]

  ¶   8

No se ha de entender que los misericordes lloren en acto, pues en tal caso serían demasiado infelices y no desprenderían la más mínima belleza o lozanía; antes bien, si se dice que siempre lloran es que su rostro recuerda no sé cómo el aspecto de un hombre proclive y dado al llanto; o bien se dice que siempre lloran queriendo decir que siempre son propensos a las lágrimas, y que lloran con la misma facilidad con que se ríen, pues su sangre abundante los dispone a ambos estados por igual; e sto resulta evidente en las muchachas, que lo mismo ríen que lloran por cualquier nimiedad. Por su parte, la inclinación de los misericordes al llanto se debe a su humedad y moderado calor, y es que en tales condiciones es fácil que esta humedad abundante emita vapores que, al llegar al cerebro, se vuelvan agua y lágrimas, luego son de lágrima fácil. Mas como dije, parece una pasión propia de los muchachos y muchachas enamoradas, y prácticamente de cuantos albergan mucha humedad, luego también de los pituitosos, siempre que la pituita sea natural y dulce; a poco que conciban un calor más intenso romperán en llanto, y es que al adquirir la pituita cierta salinidad por efecto del calor, picotearía las membranas inferiores del cerebro y saldría en forma de agua por ojos y nariz.



[Con gesto lacrimoso]

  ¶   9

No me parece esta una señal corporal susceptible de ser reconocida mediante los sentidos, como las que recopiló más arriba, antes bien, ser amante de las mujeres parece más bien una propiedad del misericorde. Por amante de las mujeres entiendo a quien se siente inclinado a las mujeres, se deleita con su compañía, las obsequia, se muere de amor por ellas, y con ellas trata y se junta gustoso; a diferencia del lascivo y el libidinoso, pues el lascivo es el de vida y discurso blando s, de más ternura y blandura que no robustez y virilidad, y se llama lascivia a la blandura de un espíritu que, con petulancia, no atiende a la virtud o a la bondad, sino que, con procacidad, solo se preocupa del placer; el libidinoso desea por igual a hombres y mujeres, no por amor, sino por el solo afán del placer, luego por libido se entenderá un cierto deseo irrefrenable del placer venial; en cambio, llamamos amantes a quienes desean a unas mujeres determinadas, y las aman y persiguen con locura y ardor, mas con deseo contenido, sufren su ausencia y disfrutan enormemente de su compañía, luego el amor de que hablamos será un deseo máximo por gozar de la compañía de la persona amada y de obtener de ella todo el placer anhelado; así pues, los amantes buscan merecer la gracia de sus amadas, algo indiferente y sin interés para los lascivos. Por tanto, digo que los misericordes son de este tipo de amantes, amantes de las mujeres, que no de los niños, pues quienes aman a los niños aquejan una disposición contraria a natura, y son muy melancólicos, fríos y horrendos, cualidades todas ellas ajenas al misericorde; así, aman a las mujeres y disfrutan enormemente de su compañía, pues son cálidos y húmedos.



[Amantes de las mujeres]

  ¶   10

Así pues, valga el siguiente razonamiento : los misericordes son cálidos y húmedos, y acusan una disposici ón plenamente conforme a natura; en los cálidos y húmedos con calor moderado se da una propensión al amor de las mujeres, indicio de lo cual es que tras haber en el cuerpo amado, siendo el semen cálido y húmedo, el amor se extingue o se debilita; por consiguiente, los misericordes son proclives a amar a las mujeres. Además, la misericordia y el amor acusan un muy alto grado de afinidad, pues los amantes no buscan sino la compasión de sus amadas y les suplican misericordia; así, según Virgilio, Dido no anhela sino la misericordia de Eneas, que se compadezca de su hogar amenazado y abandonde la cruel idea de marcharse, y hace a Anna repetir una y otra ver las mismas palabras para ganarse la misericordia de su amado Eneas; así pues, la naturaleza dispuso que el amor despertase la misericordia y que la misericordia fuese el camino al amor.



  ¶   11

La segunda propiedad de los misericordes es su natural predisposición para engendrar mujeres antes que hombres. L a causa, creo, es que albergan mucho semen por efecto de la humedad pero, siendo su calor moderado, no pueden calentar suficientemente tan gran cantidad de semen; este, por tanto, a medio calentar, engendra de manera más imperfecta; a su vez, la naturaleza de la mujer es más imperfecta que la del hombre, y requiere menos calor; así, por este motivo, los amantes de las mujeres y los muy amigos de l sexo no engendran, o solamente engendran mujeres; lo mismo se advierte en los individuos muy débiles y fríos, a menos que el temperamento de la mujer altere el semen y, si es posible, ayude a engendrar un macho, que habrá de ser muy semejante a la madre en todos los aspectos.



[Padres de mujeres]

  ¶   12

Así pues, me parece que los misericordes son hombres blandos y afeminados, más próximos a la mujer que al hombre. Entonces, ¿por qué Virgilio presenta en llanto al héroe Eneas?, pues dice que cuando vio a Dido en la selva entre otros tantos que, impotentes, se habían dado muerte por amor, rompió en llanto; y en otro lugar dice del mismo: su mente permanece inmóvil, se le caen inútiles las lágrimas 2-69. Diremos que el poeta pintó a Eneas pío y humano al más alto grado: dice que llevó consigo a los penates patrios, que cargó a hombros a su padre, impedido por la edad 2-70; pero dado que el héroe es un hombre colmado de virtudes, también está colmado de humanidad, y sufre por los males ajenos, y en ocasiones sucumbe a la misericordia de un modo heroico, como hace con la ira; también se compadeció de Lauso, enemigo suyo e hijo del crudelísimo Mecencio. Así pues, el héroe padece misericordia en tanto que es muy humano; en cambio, su mente permanece inamovible, y la misericordia no l o desvía de la recta razón : resulta verosímil que Agamenón sintiese compasión por su propia hija, no obstante, cuando lo creyó de provecho para el estado, la ofreció a Diana y se la sacrificó sin atender al dolor propio o ajeno. Creo, pues, que a la luz de lo anterior puede quedar bastante claro que los misericordes son amantes y padres de mujeres.



  ¶   13

Tercera pasión que acompaña a la naturaleza del misericorde, pues el misericorde es propenso al amor, esto es, por su naturaleza ama a los demás y profesa humanidad y placidez. No en vano, se ha dicho que goza de una disposición plenamente conforme a la naturaleza humana, y la naturaleza del hombre es la humanidad, luego profesa la humanidad de manera natural; como el individuo con humanidad es plácido y está dispuesto a hacer el bien, y a su vez hacemos el bien a quienes amamos, un hombre como este tendrá costumbres amatorias y será propenso al amor; de hecho, amar es querer bien, y cuando queremos bien a alguien procuramos serle de ayuda, y cuando lo somos nos alegramos; y es este un cometido propio del hombre oficioso y del que, como he dicho, goza de una disposición plenamente conforme con la naturaleza humana, pues el hombre es un ser civil y social, luego no puede existir sin los demás y, por tanto, no vive ajeno a la opinión y la voluntad ajena, de modo que es complaciente y humano : así pues, hay motivos para ubicar su razón y temperamento en la humedad y el calor en relación con e l aire; a su vez, lo cálido y húmedo es propenso al amor y a la unión con los demás; por tanto, el misericorde es propenso al amor. El efecto del calor y la humedad sobre el amor se ilustra con el ejemplo de la primavera, pues es la estación del amor, la procreación, la unión y reunión, y por ello está consagrado a Venus, y también en su honor se ha nombrado el mes de abril; así, pues, los hábitos de los misericordes acusan una disposición natural al amor, esto es, a la placidez y la humanidad.



[Propensos al amor]

  ¶   14

Esto puede significar que sean de memoria pronta, o bien que recuerden prontamente los actos y palabras propios y ajenos, o bien que sean agradecidos y recuerden los favores; ahora bien, la segunda sentencia parece ser la más afín al postulado de Aristóteles, y también a la naturaleza del misericorde; y es que este, como un anciano, admira el tiempo pasado, y cualquier tiempo pasado, bueno o malo, le parece le parece más grande que el presente; t ambién es cierto que es agradecido y recuerda los favores recibidos. Así pues, en primer lugar, es posible demostrar que el misericorde goza de buena memor i a, esto es que es capaz de recordar : en efecto, tiene aptitud para la memoria quien es capaz de recibir y retener con facilidad las imágenes de las cosas sensibles externas; por su parte, este individuo ha de ser húmedo, pues es propio de la humedad recibir, y también requiere un calor moderado que lo contenga; el misericorde acusa una disposición como esta; por tanto, el misericorde goza de buena memoria. Además, siempre revive alguna cosa, pues el misericorde acusa disposición a padecer, luego siente compasión y, dada la facilidad e intensidad de su padecimiento, alberga muchas impresiones; quien alberga muchas impresiones y fantasmas también aprende muchas cosas; por su parte, aprender y referir los sucesos pasados es hacer memoria; por tanto, el misericorde siempre puede relatar alguna cosa, luego se dirá que tiene buena memoria.



[De buena memoria]

  ¶   15

Aduce aquí dos pasiones, una del alma, otra del cuerpo. En verdad, n o es seguro que el misericorde sea ingenioso, pues es húmedo y goza de buena memoria, y hemos situado el ingenio en la sequedad; d iremos ciertamente que el misericorde es ingenioso, pues es blando, y el de carne blanda tiene una mente capaz, y su blandura responde a su disposición a padecer. Cabe apuntar, pues, que el ingenio contempla dos razones : una ligada a la observación, la recepción y, finalmente, el padecimiento, y otra a la búsqueda, el juicio y el acto. El misericorde es ingenioso a la hora de recibir, aprender y reconocer, pero no es tan perfecto cuando se trata de investigar y juzgar por sí mismo lo necesario. ¿ Y si dijésemos que tiran de ingenio para la acción, pero no tanto para la contemplación? Pero más vale demostrar la primera respuesta.



[Astutos, ingeniosos]

  ¶   16

Es esta la segunda pasión, corporal esta vez. El misericorde tiene los miembros del cuerpo cálidos al tacto, y es que no podría profesar misericordia a menos que el calor se extienda por los miembros externos del cuerpo, pues la compasión consiste en sufrir los males ajenos y desear asistirlos; como todo deseo supone un movimiento al exterior, es probable que el calor vaya d e dentro afuera; así, a quienes profesan misericordia se les calientan las partes externas del cuerpo durante el acto de la conmiseración, a menos que viniese a impedirlo un temor ligado puntualmente a esta pasión, como les sucede a los airados, que también albergan mucho calor en las partes externas del cuerpo. Pues bien, siendo cálidos quienes profesan misericordia en acto, a los propensos a la misericordia se les calentarán fácilmente las partes externas del cuerpo, y se resultarán bastante cálidos al tacto.



  ¶   17

Ahora, a modo de epílogo a lo anterior, recuerda haber explicado las pasiones y señales corporales del misericorde; y no porque no haya más, pues el misericorde, al ser blando, tiene las pantorrillas gordas y carnosas, el cuello inclinado, rodillas carnosas y femeninas, la frente gacha, los pies medianos y otras tantas cosas que convienen al blando; sino porque ya se han aducido las principales y más convenientes al propósito. Acto seguido, concluyendo lo dicho y cerrando e l capítulo, apuntará cómo son el misericode y sus pasiones también mediante opuestos; ahora bien, creo que aquí, especialmente, y en todo el libro, existen muchas lagunas, y que muchas cosas se han invertido, alterado, cambiado y suprimido, luego no habremos de esperar una continuidad en todas partes.



  ¶   18

Esto es sensato y cauto, no insensato, no precipitado, no demente, no furioso, pues no alberga bilis abundante, y la negra no se tuesta tanto como para afectarlo de tal manera, y es que siendo blando y húmedo no puede ser furioso ni precipitado; así pues, si es húmedo también es blando, luego sensato e ingenioso, luego cauto y prudente, esto es atento previsor, pues de poco vale el saber si no es en provecho de uno. E l misericorde también es temeroso, pues es un poco frío y blando de carne; a demás, el misericorde sufre cuando ve que alguien padece los males a que también él se cree expuesto; por su parte, cuando uno se cree expuesto a un mal siente miedo, luego el hombre misericorde es temeroso. Además, es modesto; llaman modestia a la moderaci ón de los deseos conforme a la recta razón, y de los deseos propios del hombre; así, no es ambicioso ni soberbio y, por otra parte, no desprecia los honores, aunque en verdad es modesto y ni lo hacen enfadar mucho los pequeños enfrentamientos u ofensas. La causa es su templanza, su humedad, su temerosidad y su prudencia; quienes acusan tales cualidades no son insolentes ni ambiciosos, sino moderados y templados; por tanto, los misericordes serán modestos; y como siempre, los llamo modestos no porque hayan obtenido el hábito de la modestia, siendo primeramente misericordes, sino porque son propensos a la misericordia y al lamento de los males ajenos, y porque también acusan aptitud y disposición al temor, a la modestia y a la prudencia. Prueba de ello es que...



[El misericorde es sabio, temeroso y modesto]

  ¶   19

Llamo ignorante al furioso, estúpido, arrogante y excesivamente confiado, cualidades que le vienen de un calor inmoderado en virtud del cual se agita y enfurece, luego un individuo como este es inmisericorde; y digo que lo sea no por efecto de la ira, d el odio ni de otra afección, sino que es su propia naturaleza la que lo vuelve impasible y lo hace disfrutar con los males ajenos. Esto mismo se lee a propósito de Calígula y Vitelio: este decía que un enemigo muerto desprende buen olor, y aun mejor un ciudadano, y plantado ante una sesión de tortura decía querer deleitarse e n la contemplación de los castigos; el otro ordenaba degollar a los suplicantes, para ver cómo empalidecía su rostro al morir. Quien carece de misericordia es t ambién desvergonzado, pues el desvergonzado, como hemos dicho, es pre cipitado en sus movimientos; e l misericorde no es tal; por tanto, el misericorde no es desvergonzado, y el desvergonzado no es misericorde. Así pues, el inmisericorde es desvergonzado, esto es, no siente vergüenza alguna, antes bien, como más arriba se ha dicho, es impúdico, procaz e indigno de la común sociedad de los hombres, pues quien carece de vergüenza no solo carece de virtud, sino también de propensión y habilidad para la virtud.



Capítulo xxiv

Capítulo xxiv    DEL VORAZ

orig:   (30.)

Son voraces quienes tienen el área que va desde el ombligo hasta el pecho más grande que la que va desde allí hasta el cuello.  

  ¶   1

No llamo voraces a los golosos, que solo pecan en cualidad y no quieren comer sino pavo o lagópodo alpino, antes bien, llamo voraces a quienes pecan en cantidad y cenan lo que saciaría a tres osos 2-71, como dijo Horacio sobre Menio. Esta pasión no solo atañe al espíritu, sino también al cuerpo, esto es, aunque todas las pasiones son propias del compuesto, cierto es que esta en particular atañe más al cuerpo que al espíritu.



  ¶   2

Así pues, los voraces, dice Aristóteles, son aquellos en quienes la parte delantera del cuerpo que se extiende desde el ombligo hasta el pecho, es decir, hasta el extremo del hueso del pecho que los griegos llaman esternón, los latinos tal vez hueso del tórax, donde se une el cartílago ensiforme, es mayor que las demás. Concibe una línea recta que atraviese transversalmente el ombligo, y llámala A; y otra línea que pase por el extremo del cartílago ensiforme, donde se une a la parte inferior del tórax, y llámala B; traza luego otra, la tercera, bajo los huesos del cuello que se unen al esternón, y llámala C. Tenemos, pues, tres líneas: A, B y C. Pues bien, si la distancia entre A y B es mayor que la de B a C, digo que este individuo es voraz y ávido de mucha comida. Esto se deja demostrar: en efecto, si el estómago se encuentra entre A y B y el lugar que lo alberga es grande, es razonable que también el estómago sea grande, y si el estómago es grande, siendo este el receptáculo del alimento, resulta evidente que un receptáculo grande podrá albergar mucho alimento; por tanto, quien tenga un estómago grande requerirá mucho alimento, y quien requiere mucho alimento es voraz, luego quien albergue un estómago grande será voraz; por su parte, quien acusa mayor distancia entre A y B que entre B y C tiene un estómago grande; así, quien acuse mayor distancia entre A y B que entre B y C será voraz; por consiguiente, es voraz quien acusa mayor distancia entre el ombligo y el inicio del esternón que entre este mismo inicio y los huesos del cuello o el extremo superior del hueso del pecho.



[Quién es el voraz]

  ¶   3

Así, pues, de un hombre como este dirás que es voraz; y no solo eso: de manera absoluta, quienquiera que tenga la parte en cuestión más larga y ancha que el tórax será siempre voraz; además, tendrá una boca grande y deforme, dientes grandes y feos, y una boca continuamente llena de pituita abundante, de modo que cuando hable escupirá saliva sobre sus interlocutores. Parece que cabe asociar esta clase de hombres a los lobos, a los cerdos y a los perros, de ahí que también los médicos se refieran al apetito morboso como hambre lupina o canina; por su parte, sabiendo que esta afección se produce cuando la bilis negra se regurgita hacia la boca, es probable que quienes afecten una propensión semejante de manera natural sean atrabiliarios y, por tanto, de estómago bastante frío, pues el estómago frío suele apetecer más de lo que puede digerir; y al ser atrabiliarios son también pálidos, delgados, de color amarillento y muy ricos en flato, ya por ser esta la pasión propia de la bilis negra, ya porque, al comer más de lo que pueden digerir, un calor diminuto se ha de desentender de gran cantidad de alimento, del que se habrá de elevar gran cantidad de vapor frío que llaman flato y que, por melancólico, terreno y astringente, encuentra dificultades para salir de los intestinos, que por regla general parecen hincharse y reventar. A su vez, al ir pudriéndose los alimentos, pueden heder terriblemente, no solo las heces y las flatulencias, sino también los pies, la cabeza, las axilas e incluso el aliento de la boca; si esta afección viniese a tocar a algún noble joven, nadie podría tratar con él o frecuentarlo.



[Señales del voraz]

  ¶   4

Tienen también la garganta o laringe bastante prominente, cediendo así mucho espacio al esófago, que habrá de recibir, a su vez, muchos alimentos; la voz es grave, lenta y débil, como si apenas moviesen el aliento y lo hiciesen con dificultad; costillas débiles, exiguas, delicadas; pecho lampiño y convexo, para poder alojar mejor el pulmón si este se retrajese por un exceso de alimento en el estómago y cediese su espacio al estómago elevado; las manos son gráciles, luego parecen largas y tortuosas, esto es distendidas; asimismo, los extremos de las articulaciones de los dedos están vueltos hacia arriba, consecuencia de una gran cantidad de pituita y sangre acuosa difundida por todo el cuerpo, que relaja las articulaciones y, acto seguido, retuerce y disloca los dedos, ya que un calor moderado digiere malamente un alimento abundante y copioso; los ojos también son oscuros a causa del vapor atrabilioso, y son grandes, tanto que prácticamente se salen de la cabeza, y su mirada es casi inmóvil; también este accidente parece deberse al impedimento de la respiración por el alimento excesivo, y es que las partes superiores se calientan, y los ojos parecen salirse y saltar con violencia hacia fuera. A la luz de esto queda claro quién es y cómo es el voraz.



  ¶   5

Por lo demás, un individuo como este es un hombre incapaz, por lo general privado de ingenio y memoria; vive falto de valor, magnanimidad, humanidad y toda costumbre loable, de manera que, molesto como es, tanto consigo mismo como con los demás, se gana el desprecio o el odio de todos, nacido solamente para consumir.



[Cómo es el voraz según su espíritu]

Capítulo xxv

Capítulo xxv    DEL LUJURIOSO

orig:   (31.)

Es lujurioso el de color blanco, y velludo, de cabellos rectos, gruesos y negros; de sienes velludas, ojo hinchado y lascivo.  

  ¶   1

Por lujurioso (lat. luxuriosus) no entiendo, como hacen los latinos, a quien vive con excesiva blandura y delicadeza. El término viene de “lujo” (lat. luxus), que vale una superflua y excesiva profusión de cosas mundanas; este término, por su parte, parece derivado de “luxación”, tomado este, a su vez, del verbo λύω, que vale desatar, y por eso decimos que un hueso está luxado cuando se ha movido, salido o soltado de su lugar; así, el lujo y la lujuria consisten en una vida apartada del recto modo y razón de vivir y rendida al exceso. Pues bien, el propósito actual de Aristóteles no es hablar de esta lujuria, sino del libidinoso, del que más arriba se opuso al amante, a saber, del que persigue y desea a todas las mujeres, del que anhela un idilio con cuantas ve y ansía lograr una erección y penetrarlas ardientemente, como el personaje de Boccaccio, el siervecillo de aquel impostor que solía engañar a su pueblo enseñándole carbones y plumas de periquito. Este tipo de lujuria, pues, consiste en un exceso de libido, en un ansia desaforada y desvergonzada por derramar la semilla en cuanto parezca prestarse a tal fin; por consiguiente, habrán de albergar una cantidad no pequeña de semilla, de modo que, si bien es cierto que son húmedos, también serán ricos en calor y en vapor de aliento y aire, luego también en humor salado.



[Señales del lujurioso]

  ¶   2

No en vano, todas estas condiciones se cumplen ciertamente en quienes atienden al sexo, pues si no tuviesen semilla, no tendrían qué eyacular; si escaseasen en aires, no lograrían una erección; si les faltase el calor, los vasos no se dilatarían ni saldría la semilla; y si no dispusiesen de humor salado, nada estimularía el sentido ni lo incitaría al sexo. Así, en razón de la semilla, el libidinoso ha de albergar calor y humedad en abundancia, si no de manera absoluta, al menos sí en las partes inferiores del cuerpo; ahora bien, en razón del aire y del humor salado, puede albergar bilis negra; por tanto, la razón del libidinoso que nos ocupa reside en la sangre con subdominio de bilis negra contraria a natura, producida y constituida por el tueste de la bilis amarilla o de la sangre. Pues bien, esta libido consiste en un enardecimiento de la masa sanguínea y melancólica como consecuencia del calentamiento del corazón y de los genitales ante un deseo de derramar la semilla a la vista de un placer aparente y efectivo que el hombre tentado por la libido espera obtener sin dificultad: así pues, al igual que abunda la esperanza también abundan la osadía y calor de la sangre, y nada de esto existiría sin calor; y si se advierte un deseo de derramar la semilla, también esta ha de existir; por su parte, uno procura desprenderse de lo que irrita, de lo agrio, amargo o salado; esto, a su vez, se debe a la pituita o a algún otro humor tostado; por tanto, el individuo que nos ocupa acusará todas estas cualidades de la materia.



  ¶   3

De lo anterior se sigue que el libidinoso ha de ser de color blanco; no porque la semilla sea blanca, como dice el Suesano, pues si todos los animales con semilla blanca fuesen libidinosos, en verdad todos los animales, por el hecho de tener semilla blanca, junto con las sandías y las calabazas, que también están repletas de semillas blancas, serían libidinosos, lo cual resulta ridículo; yo, en cambio, digo que el libidinoso es de color blanco, esto es que tiene un rostro pálido y ceniciento, algo habitual en quienes albergan mucho humor melancólico tostado, y es que al ser este tostado de por sí, como dicen los médicos, también produce este color en la piel; prueba de ello son algunas enfermedades cutáneas, como la lepra, un tipo de sarna blanca y la elefantiasis, pues si bien es cierto que todas ellas denotan abundancia de melancolía tostada, también demuestran blancura. Entonces, si el libidinoso alberga humor negro, tostado y salado en abundancia, sabiendo que quien está colmado de este humor acusa una piel cenicienta y pálida, el libidinoso tendrá un rostro pálido y ceniciento o blanco, que es lo que había que demostrar.



  ¶   4

Es esta la segunda característica de los libidinosos, y el único motivo por que los sátiros se representan velludos, es decir, con muchos pelos, es que son libidinosos; por su parte, se dice “velludo” ( lat. hirsutus) como quien dice “cubierto de cerdas” (lat. setis horridus ); por tanto, el libidinoso es velludo, y especialmente en piernas y genitales. La razón resulta evidente: donde abundan el calor y la materia fuliginosa también abunda el pelo; el libidinoso, por su parte, alberga en sus zona inferior mucho calor ígneo y artificial, no natural ni bueno, y también mucho hollín; así pues, el libidinoso tiene mucho pelo, luego es velludo.



[Los libidinosos son velludos]

  ¶   5

La mayor no plantea duda; la menor requiere demostración, y es que más arriba se ha dicho que en el libidinoso prevalece el humor melancólico y abunda el aire, el cual no puede proceder sino de un calor muy débil, luego parece razonable que no haya calor. Cabe apuntar que existen dos tipos de calor natural: uno aéreo y proporcional al calor celeste, que es escaso y motiva la producción de los aires; y otro ígneo, que abunda y produce los pelos. En el libidinoso no se da el primero, pero el segundo abunda; y como abunda, la sangre melancólica, caso de calentarse por efecto de este calor sobrenatural, produce mucho hollín, que es la materia de los pelos; y como la carne escasea y, por consiguiente, la piel se contrae sobre sí misma y se arruga ante el intenso calor, tanto las piernas como los brazos se vuelven muy velludos, y también los genitales y las nalgas, y no solo de vello se cubren los miembros, sino también de mucha piel escamada, fruto de una misma causa eficiente, a saber, un calor extraño y sobrenatural que da en calentar el humor salado; en cuanto a este, más arriba se ha dicho que abundaba en el libidinoso, pues es lo que estimula sus ansias de sexo.



  ¶   6

Atribuye tres características a los cabellos de los libidinosos: que sean rectos, gruesos y negros. No reconozco el erguimiento de los cabellos, pues es una señal más propia del hombre temeroso o, acaso, del que sucumbe a la ira; no en vano, sabemos de algunos que, al enfadarse, dejan ver cómo se les yerguen los cabellos gruesos y duros, como si fuesen cerdos o jabalíes. Por tanto, creo que en esta señal cabe entender que el libidinoso tenga los pelos rectos, esto es, como lo explican algunos, no retorcidos, no oblicuos, no erizados, sino planos y sin curvas; y es que me parece de sentido común que los libidinosos tengan unos cabellos como esos, en los que brille abundante materia melancólica y terrena, materia que los hace negros y duros, no menos que planos, como he dicho, y rectos. Así pues, si el libidinoso es rico en melancolía tostada y, por tanto, también en hollín, y alberga calor ígneo, se elevarán en él muchos vapores viscosos que, a su vez, habrán de producir muchos cabellos: gruesos, pues la materia es densa y la piel de la cabeza muy fina; negros, pues la materia es melancólica y negra; y rectos, esto es no erguidos, sino planos y extendidos, pues no abundan ni en bilis ni en sangre pura, sustancias que producen cabellos amarillos y rizados.



[Cabellos rectos y gruesos]

  ¶   7

Mas dirás: casi todos los etíopes y moros son melancólicos, y además tienen los cabellos rizados, y siempre negros. En cambio, responderé que se erizan por acción del calor externo, no del interno; además, vemos que esos pueblos son libidinosos y profundamente celosos, y cuanto más se acerca un pueblo al sur, tanto más sufre de celos; así pues, si esta pasión es propia del libidinoso, resulta evidente que el libidinoso tiene los cabellos negros y erguidos, esto es erizados, y erizados de tal manera que el extremo de los cabellos se vuelve hacia arriba, dando fe de la tortuosidad de la piel de que sale; por su parte, esta tortuosidad se debe las más veces al calor abundante que aprieta y arruga la piel, o bien a la densidad de la materia agitada por el calor, pues vemos que el humo de la paja, cuando se calienta, se eleva entre requiebros. Entonces, de tomar esta como la única señal del libidinoso, ¿qué pasaría con alguien que tuviese los pelos de la cabeza erizados, negros y gruesos? Pues, en verdad, es muy cierto que los cabellos, ya lisos, ya erizados, con tal que sean gruesos, duros y negros siempre denotan al libidinoso. Acaso se podría replicar lo siguiente a esta cuestión: los cabellos del libidinoso son rectos cuando el calor externo es escaso y el interno tampoco demasiado intenso; así, verás que los hispanos no tienen el pelo tan erizado como los moros, ni estos tanto como los etíopes; por su parte, en los lugares más próximos al norte la señal de la libido es la misma, aunque los cabellos no estén tan erizados, y es que el ambiente externo no es tan cálido como en los climas primero, segundo y tercero.



  ¶   8

La cuarta señal consiste en que el libidinoso tenga las sienes velludas, pasión que depende plenamente de las causas anteriores. Por sienes se entienden las partes localizadas sobre el hueso yugal de la cabeza, con a un lado la frente y al otro la oreja, y son las primeras zonas en volverse canas; el músculo temporal aquí situado se oculta bajo el hueso yugal; por este lugar suben algunas venas y arterias, cuyo pulso se deja percibir incluso al tacto. Así pues, las sienes de los libidinosos son velludas y están llenas de muchos pelos; la razón es la misma, y es que el su temperamento las provee de una materia abundante que alcanza, principalmente, los lugares regados por vasos bastante amplios, como las sienes, en cuya naturaleza está no perder el pelo nunca o casi nunca, salvo por una enfermedad de causa externa, como la peste francesa; así pues, digo que las sienes de los libidinosos son bastante velludas por su riqueza en sangre densa y melancólica, cuyos vapores, densos y viscosos, producen pelos abundantes al alcanzar estas zonas.



[Sienes velludas]

  ¶   9

Allí donde los traductores hablan de ojos gruesos y lascivos, Polemón y otros hablan de ojuelos hermosos, pero pasmados y no muy cuerdos; por “hermosos” diría yo trasojados, como fueron, según dicen los poetas, los ojos de Venus; y así es como la razón sugiere entender esto de que el lascivo y libidinoso tenga los ojos trasojados, esto es que se vuelven rápidamente aquí y allá, pues se llama trasojado al de ojos temblorosos y de giro pronto; pues bien, así es como decimos que se ha de entender el término griego que aquellos traducen como hinchado. Otro modo de entender trasojados es vueltos hacia arriba, pues es propio del ojo trasojado y venéreo volver la pupila hacia arriba, lo cual dio ocasión a Aristóteles de investigar en el libro de los Problemata por qué elevan los ojos tanto los que se entregan al acto sexual como los moribundos. La pasión que ahora nos ocupa se asocia a la propiedad de los primeros; existe, a su vez, una razón para que el libidinoso tenga los ojos trasojados, un poco vueltos hacia arriba y de movimiento fácil, y es que hemos dicho que son ricos en bilis negra con sangre moderada; cuando esta se calienta eleva muchos vapores cálidos y secos que, llegados al cerebro y, especialmente, a los ojos, donde se origina esta pasión, producen una impresión cálida y seca que convulsiona y contrae en cierto modo los nervios oculares que mueven la pupila, de modo que esta se gira hacia arriba; así, por esto dice Aristóteles que el libidinoso tiene ojuelos trasojados.



[Ojo lascivo, grueso, es decir trasojado]

  ¶   10

Otros leen lascivos; el Suesano, al explicar qué quiere decir Aristóteles con ojos locos, dice que se trata simplemente de unos ojos que se vuelven arriba y abajo, como suelen hacer los locos, cuyos ojos acusan una afección como esta; en cambio, Hesiquio interpreta el término griego como sinónimo de irreverente, salvaje y libidinoso en el mal sentido, coherente con el uso del diminutivo por parte de Aristóteles, que no habla de ojos, sino de ojuelos trasojados y locos, esto es de movimiento vehemente y lascivo, unos ojos que Ovidio reconoció en Elena, diciendo: me observas lasciva con unos ojos salvajes cuya mirada apenas pueden sostener los nuestros 2-72. Así pues, como el libidinoso alberga bilis negra en abundancia y esta ha concebido en el corazón un calor bastante intenso por el ardiente deseo de la mujer amada, los vapores y alientos ignitos, por así decirlo, se dirigen a la cabeza y a los ojos, que mueven y retuercen con vehemencia, y observan a sus amadas con un cierto esplendor turbio, indicio de unas lágrimas casi inminentes, como si se quisiesen salir de sus cuencas; tal es su ardor y tal su procacidad que no solo dan fe del fuego interno, sino que acusan las palabras y el rostro de quien algo busca y contempla, y la mano de quien tienta y roba. Esto se echa de ver cuando el amor se da en acto y la lascivia está muy caliente; por su parte, cuando un hombre no acuse sino una propensión o una disposición natural a esta pasión, estas señales aparecerán igualmente, pero mucho menores y más apocadas. Esta es, pues, la opinión de Aristóteles sobre el lascivo y libidinoso.



[Locos]

  ¶   11

A su vez, una de las notas principales de estos individuos es que los lascivos y entregados a los amores son muy pálidos, en palabras del poeta: pierda todo amante su color 2-73; la otra es que las cejas y pestañas se caen fácilmente, o bien, por último, que están cubiertas de pocos pelos. Asimismo, las piernas son delicadas y escuálidas, pues el alimento que debería haber formado la carne y los músculos de la pantorrilla se ha transformado en semilla; en cambio, son más gruesas las partes que van al talón; los dedos de los pies, cortos y separados. Esta pasión también la suelen acusar los calvos y de poco cabello, pues la sequedad es la causa de la calvicie, y los cuerpos se secan por el placer carnal; además, son ricos en humor salado, origen de la canicie y la calvicie precoz. Algunos pueden tener el rostro rojo, como pintan a Sileno, pero con el rubor en la frente, no en las mejillas, y bien delimitado en un espacio pequeño, con las partes circundantes pálidas, las venas de la frente claramente visibles y una estatura no muy grande. Conocimos a algunos de libido tan aguda que prácticamente nunca hablaban de nada que no fuese el placer carnal y el sexo, y sus pantorrillas y muslos eran tan peludos y escuálidos, y su carne tan blanda, que sería un milagro que pudiesen mantenerse en pie y correr seguido de aquí para allá. Entre los libidinosos se cuentan también los cojos y quienes no gozan de gran estatura, y acaso por la misma razón de más arriba, que el alimento que no se aplica al cuerpo o a la parte coja se convierte en semilla.



  ¶   12

Porta describe a la mujer lasciva y procaz como sigue: lívida o un poco oscura, como Safo, según Ovidio; grácil, no carnosa, de porte recto, pechos pequeños, de turgencia moderada; con pelos en las piernas, el pubis, las axilas, la barbilla e incluso el pecho y el trasero, negros, gruesos, duros y ásperos; cabellos negros, gruesos y cortos; voz no delicada, alta, gritona; mujer osada, ruidosa, soberbia, charlatana, cruel, amiga del beber y de menstruación escasa; añádele una nariz chata, de alas amplias y anchas, boca grande, labios carnosos, ojos ardientes, negros o azules, secos, risueños, marcados con venas sanguíneas. Además, es una mujer activa reacia a quedarse sentada, permanecer callada y ver la vida pasar en el gineceo, antes bien, disfruta con la acción y tratando negocios con los hombres; de ahí que muchas de las mujeres que los antiguos celebraron como guerreras y heroínas fuesen libidinosas, algo tan cierto entonces como ahora, y si observases a Semiramide, a Safo, a Atalanta o a casi todas las Amazonas, seguramente no darías con una casta y pudorosa, o acaso Zenobia. Creo que estas pasiones responden a una única causa, y es que son ricas en calor intenso y en bilis negra: de una de estas sustancias esta afección obtiene la materia, y de la otra, la causa eficiente. A la luz de lo dicho queda claro, pues, quién es el lascivo, cómo es y por qué es así.



[Cuál es la mujer lasciva]

Capítulo xxvi

Capítulo xxvi    DE LOS AMIGOS DEL SUEÑO

orig:   (32.)

Amigos del sueño: quienes tienen las partes superiores bastante grandes, de pies curvados, cálidos, con carne de buen hábito, de forma elegante y vientre velludo.  

  ¶   1

Esta pasión, cuyas señales pretende aducir ahora Aristóteles, guarda más relación con la materia y el temperamento corporal que las anteriores. En cuanto al sueño, no es más que un alto y un reposo del animal frente al sentido y cualquier función, actividades propias de todo animal, un alto y un reposo debidos a los vapores húmedos que elevó el calor al volverse hacia las entrañas y que ahora se dirigien hacia la cabeza y el cerebro; por tanto, parece que durante el sueño los alientos se ven obstruidos de cierto modo, y no pueden fluir adecuadamente por los nervios o articulaciones, y se acusa una cierta contención de los sentidos, aunque natural, con que se reparan las fuerzas y se elimina el cansancio. Así pues, son somnolientos quienes albergan en abundancia un humor pituitoso como este o quienes tienen la cabeza llena de vapor denso, como confirma el ejemplo de los letárgicos y de los afectados por dolencias y enfermedades soporíferas, pues todos ellos albergan pituita abundante en la cabeza y los ventrículos del cerebro, cuya purga les devolvería la salud.



[Quiénes son los amigos del sueño]

  ¶   2

Así pues, la primera señal de estos individuos consiste en tener bastante grandes las partes superiores del cuerpo, esto es la cabeza, principalmente; no en vano, así se ha dicho en el libro De somno, y además vemos que los niños y los enanos, al tener una cabeza grande, son dados al sueño. La causa, creo, es que los de cabeza grande la tienen llena de mucha materia y mucho vapor; este vapor abundante y esta materia responden al temperamento del cerebro; siendo este frío y húmedo, estos hombres tendrán la cabeza llena de mucho humor frío; a su vez, los de cabeza excesivamente húmeda son somnolientos; por tanto, los amigos del sueño tienen las partes superiores del cuerpo más grandes que las inferiores, y son somnolientos quienes tienen la cabeza más grande que el natural común de los hombres. Es probable que estos hombres sean indolentes y pausados en sus acciones, de bostezo fácil, sin ingenio ni valor, de modo que llevan en vida una vida casi muerta y roncan despiertos como cuando duermen; prueba de ello es que los hombres activos, grandes y belicosos, como se lee de Alejandro Magno, César, Marco Bruto y tantos otros, apenas dormían, pues como dice el otro, ¿qué es el sueño, sino la imagen de la gélida muerte? 2-74 Y es que las cosas buenas les pasan a quienes velan, no a quienes duermen.



[Las partes superiores bastante grandes]

  ¶   3

Segunda pasión o nota de los somnolientos, que el Suesano quiere asociar a los osos, que son dados al sueño. Me parece a mí que este no vio nunca los pies de un oso o que, si los vio, no reparó en si eran curvos o no lo eran; pero hay algo de lo que estoy seguro, y es que el término griego se ha de entender y traducir de modo muy diferente a como él lo hizo, pues ese término no denota al individuo de pie curvado, sino al de paso lento y pies cojos y contrahechos, como pone en el Thesaurus de términos griegos; y tampoco se puede aplicar a los buitres, como opinaban algunos, pues ¿qué tienen que ver los pies humanos y los de los buitres? Así pues, digo que el somnoliento es de paso lento y demuestra una cierta desgana y pereza en su andar. La causa es que el somnoliento es rico en humor, calor moderado y alientos densos y lentos; quien acusa tales cualidades dista mucho del calor y de la sequedad, causas por cierto de la vehemencia y de la celeridad, y es tardo y lento en su movimiento; por tanto, el amigo del sueño es tardo y lento en sus movimientos, y parece caminar dormido. Creo, además, que los de pies cojos y contrahechos son somnolientos y dados al sueño; la causa, creo, es que la parte del alimento húmedo destinada en principio a los pies secos o deficientes se dirige toda ella a las partes superiores, de modo que el cuerpo se vuelve más grande y húmedo, luego también más pronto a dormir.



[De pies curvados]

  ¶   4

También esta nota es propia del somnoliento, pero no termino de ver si se ha de asociar a todo el cuerpo o solamente a los pies. Algunos dicen que es una pasión propia de los amigos del sueño tener los pies calientes, y que no es posible dormir de otro modo, o que resulta muy difícil; yo, por el contrario, creo que la dormición consiste en la retirada del calor desde la circunferencia hacia el centro, luego las extremidades se han de enfriar por fuerza; y si se suda mientras se duerme, es porque el calor concentrado eleva un vapor abundante que se disemina por todo el cuerpo y, al llegar junto a la piel relajada, sale y se vuelve sudor; por tanto, creo que si los de pies fríos no pueden dormir no es por falta de calor, sino porque, presas de un sentimiento desagradable y doloroso, no consiguen relajarse, luego tampoco dormir, y es que el dolor es una especie de movimiento, así como el placer es reposo. Resulta evidente que el placer es reposo, pues consiste en la consumación de una operación natural; a su vez, toda consumación es un fin, y todo fin es el término del movimiento y es reposo; así pues, yo, más fiel al texto griego, según parece, diría que los somnolientos son de cuerpo cálido y resultan cálidos al tacto de quienes los palpan.



  ¶   5

Ahora bien, existen diferentes tipos de calor sensible al tacto: uno seco, otro húmedo, y cualquiera de ellos, además, blando o duro, ya al comienzo, ya al final, como se puede advertir en los diversos tipos de fiebres; así, el calor que afecta a los miembros de los amigos del sueño es blando y húmedo o vaporoso, como el de aquellos cuyo sudor empeza a acercarse a la piel, o como las manos de los adolescentes y los niños de buen hábito, o incluso de las mujeres tras haber trabajado un poquito. Me parece que la causa de esta pasión es la siguiente: los amigos del sueño albergan mucho humor; cuando este se calienta bastante por efecto del calor de las entrañas, muchos vapores cálidos y húmedos salen hacia todas las partes del cuerpo; al alcanzar la piel más externa del cuerpo le introducen este vapor cálido, de modo que los miembros de los somnolientos resultan cálidos al tacto, y quienes los tocan los tachan de cálidos. Asimismo, los somnolientos suelen tener los pies ciertamente cálidos, húmedos y, por regla general, malolientes, porque el cuerpo es todo él húmedo y el desplazamiento del calor hacia abajo deja frías las partes superiores.



  ¶   6

Tercera señal de la misma pasión: los somnolientos gozan de buen hábito, esto es, están en for ma; esta señal se deriva de la misma causa y razón del somnoliento. Pa ra entender esto, digamos en primer lugar qué es la carne de buen hábito, y así quedará clara su presencia en los amigos del sueño. Ya se ha dicho que la carne es un producto de la masa sanguínea, simplemente sangre que crece naturalmente alrededor de las fibras de los músculos, a los que da vigor ocupando y rellenando el vacío que existe entre sus fibras, al tiempo que les facilita consumar sus movimientos y operaciones y padecer menos el movimiento de las fibras; y la carne, propiamente hablando, es esta sustancia de los músculos, y no la de las glándulas ni la de las vísceras internas, que también llaman carne erróneamente. Las cualidades de la carne son diversas, pues hay una húmeda, blanda, escasa, laxa, esponjosa y flácida; y otra, en cambio, seca, dura, densa, compacta y firme; cada individuo de una misma especie puede acusar un tipo diferente en un mismo miembro, y sus cualidades dependen de la variedad de la sangre de que nace. Así pues, si la sangre, el tercer humor frente a los otros tres, gozase de una disposición conforme a natura, sería ciertamente cálida, húmeda y semejante al aire, y en el interior de las venas se impondría a los otros humores que responden a los demás elementos, ya en cantidad, ya en fuerza; por tanto, la carne que naciese de esta sangre sería también ella blanda al tacto, recordando así al humor, pero como el calor que le pone límites es el adecuado, los músculos se mostrarían repletos y llenos, y la carne no sería laxa ni flácida, sino compacta, firme y sólida.



[Carne de buen aspecto]

  ¶   7

Así pues, primeramente procederemos del efecto a la causa: y el individuo con carne de buen aspecto la tiene también blanda, pero compacta y firme; quien tiene una carne como esta alberga sangre cálida y húmeda, abundante y buena; por tanto, quien tiene una carne de buen aspecto alberga sangre abundante y mucho humor cálido y húmedo; asimismo, invirtiendo el razonamiento, el amigo del sueño alberga mucha sangre buena, húmeda y cálida; quien acusa esta condición tiene carne de buen aspecto; así pues, el amigo del sueño tiene carne de buen aspecto, luego es carnoso, y no enjuto o demacrado, como quienes no consiguen conciliar el sueño por preocupaciones o dolores.



  ¶   8

La cuarta nota de los somnolientos es gozar de una forma elegante. Los llamo hermosos ( lat. formosus), y no bellos (lat. pulcher), pues la belleza parece consistir más bien en la simetría y el tamaño de las facciones, mientras que la hermosura parece residir en las cualidades corpóreas, como la variedad de colores y una armónica disposición de las cualidades táctiles, motivo por el cual, siguiendo a Aristóteles, no llamamos bellos a los hombres pequeños, sino hermosos y elegantes; así pues, con razón parecen ser hermosos los amigos del sueño, y es que tienen una carne cálida y húmeda, luego rosada y de tacto medianamente firme y compacto. Atribuía uno este hábito a quienes abusan de la flor de la juventud, todos ellos, según él, somnolientos y amigos del beber, y también voraces, y desaconsejaba tentar a quienes no acusasen tales condiciones, pues no son de los que se dejarían persuadir por el horrible vicio ajeno; ahora bien, quien escribió tales cosas es un completo ignorante: si hubiese consultado a Aristóteles en la sección cuarta de los Problemata, no habría tenido en tan poca estima a los hermosos de hábito cálido y húmedo, pues el temperamento, como se ha repetido mil veces, no impone a los hombres ningún vicio o virtud, pues todo temperamento puede dar hombres buenos y malos, sino que solamente nos concede ciertas disposiciones y habilidades con que poder hacer, conseguir o padecer algo más pronta y perfectamente. Así, por ejemplo, las uvas crecen tanto en las colinas como en las llanuras, aunque se suelen dar mejor en las colinas, pero también se dan mejor en las llanuras que en algunas partes de las colinas, pues las uvas orientadas al norte o al oeste, plantadas en lugares muy altos o expuestas a demasiadas ráfagas de viento son mucho menos carnosas que muchas otras cultivadas y atendidas en lugares planos; así, se puede decir, en verdad, que toda tierra produce de todo 2-75. Las plantas y los árboles se someten al arte, al cultivo y al cuidado; los leones aprenden a obedecer al hombre con industria y educación, y no hay ingenio tan fiero que no se deje amansar con tal que preste oído paciente a la cultura 2-76.



[Los amigos del sueño son hermosos]

  ¶   9

Pero volviendo al propósito primero, si los somnolientos son elegantes y hermosos aquejarán un ingenio lento y no gozarán de un juicio agudo, y aunque gozasen de no mala memoria, no tendrían buena reminiscencia, pues esta es raciocinio, o bien su especie; por tanto, serán algo torpes con las letras; entonces, ¿son guerreros natos? En verdad, el hábito femenino, más de Venus que de Marte, reniega de las labores militares; así pues, estos hombres son civiles, y prefieren el ocio y la paz, saben atender la casa y a su familia, enseñar a su esposa y formar y educar convenientemente a sus hijos, como nacidos y naturalmente dispuestos para proteger el nido paterno y adorar a los lares.



  ¶   10

La última señal de los somnolientos es la vellosidad del vientre, pero no queda claro a qué vientre se refiere el discurso de Aristóteles: puede hablar del estómago, que llaman medio vientre, o vientrecillo, como dicen los médicos; también del bajo vientre, que alberga los intestinos y se extiende desde el ombligo hasta el vello púbico; al fin, cabría entender las palabras de Aristóteles referidas a uno y a otro, como también parece posible entenderlas. Yo, en verdad, creo que por vientre Aristóteles entendió vientre indistintamente la cavidad que contiene el estómago, el hígado y el bazo y las entrañas inferiores, ya que esta cavidad abraza todos los miembros de la nutrición y la reproducción con una única túnica, como un odre llamado peritoneo; no en vano, la membrana que llaman peritoneo es una especie de tela que rodea y sostiene el estómago, el hígado, el bazo, los riñones y los intestinos, tanto el delgado como el grueso, y según tengo entendido cierra el bajo vientre. Pues bien, de ser así, por vientre entenderemos la cavidad que contiene los órganos de la reproducción y la nutrición; asimismo, decimos que la piel superpuesta a este vientre es velluda en quienes disfrutan durmiendo mucho. El motivo es que en estos individuos esta parte es bastante cálida y húmeda; por tanto, para demostrar que los amigos del sueño tienen un vientre velludo se podrá formular un razonamiento como el que sigue: los amigos del sueño son húmedos y cálidos, especialmente en el vientre; a quien alberga mucho calor y humor en el vientre se le elevan muchos hollines y muchos vapores; quienes generan semejantes hollines producen muchos pelos; así pues, a los amigos del sueño les nacerán muchos pelos en el vientre, y serán velludos en el bajo vientre, el ombligo y la parte baja del estómago, pues este humor, junto con el calor, es especialmente vigoroso en los individuos de buen aspecto.



[De vientre velludo. Qué entiende Aristóteles por vientre]

  ¶   11

Alguien se preguntará cómo pueden acusar una misma pasión el libidinioso y el somnoliento: en tal caso también albergarían la misma causa y, por consiguiente, los mismos efectos; entonces, ¿por qué el libidinoso mira de reojo, tiene ojos lascivos, alegres y bastante móviles, mientras que el amigo del sueño, que duerme despierto, los tiene adormecidos, inmóviles y entrecerrados, como inmunes a la luz? Pero ya se ha respondido en varias ocasiones que no es absurdo que dos pasiones opuestas compartan un mismo origen, y tampoco es ridículo que una misma cosa acompañe a dos opuestas: tanto lo cálido como lo frío estimulan el tacto, y producen dolor y placer; luego tampoco es ridículo que el somnoliento y el libidinoso compartan unos mismos accidentes en tanto que coincidan en algún aspecto, aun sin nombre, como es tener uña sólida para el burro, el caballo y el mulo. Así, en tanto que el libidinoso y el somnoliento convienen en su abundante humedad, una humedad sustanciosa, que no puramente excrementicia, resulta que ambos acusan los mismos síntomas y tienen un vientre velludo. Además, apunto que nada tienen que ver el libidinoso y el somnoliento, pues el libidinoso es mucho más cálido que húmedo, y en el somnoliento, al contrario, el humor supera al calor; así, los pelos del libidinoso son duros, gruesos y negros, mientras que los del somnoliento son suaves, blanquecinos y delicados, con lo que tamibén se deduce que el somnoliento es miedoso, y el libidinoso, en cambio, bastante osado.



[Si acaso el somnoliento y el libidinoso comparten las mismas señales]

  ¶   12

Mas si es es cierto cuanto hasta ahora se ha dicho, dado que los hombres tienen cuerpos mucho más velludos e hirsutos que las mujeres, y los adultos más que los niños, también deberían aquejar más sueño; en cambio, la experiencia enseña que esto es falso, pues los hombres duermen menos que las mujeres, y los adultos menos que los adolescentes; también lo corrobora la razón, pues son más secos y la razón de la vigilia consiste en la sequedad, y la del sueño en la humedad. Ahora bien, se ha dicho que los más dados al sueño son bastante velludos, esto es que si comparases hombres entre sí, en igualdad de las restantes condiciones, los más velludos serán también más somnolientos; pero la razón de niños y mujeres es diferente, y ciertamente cabe argumentar de modo muy distinto, a saber: los amigos del sueño son bastante húmedos, y cuanta más humedad albergan, tanto más se inclinan al sueño, luego sabiendo que niños y mujeres albergan más humedad, también su propensión al sueño será mayor; por otra parte, de comparar individuos velludos entre sí, apunto que los más velludos serán más propensos al sueño, pero antes de entrar en la pubertad no se puede decir que los niños sean velludos ni lampiños y, por tanto, no pueden verificar el discurso aristotélico, como tampoco se puede decir que un perro sea ciego ni vidente mientras no cumpla ocho días.



[Cuestión, si acaso los somnolientos tienen el vientre velludo]

  ¶   13

Mas ¿qué decir de las mujeres? Y es que sabemos que las más velludas duemen menos, y según la opinión de Aristóteles deberían dormir más. Ciertamente, dentro del género de las mujeres, las más velludas son más cálidas, y las más cálidas, al prevalecer el calor, son menos húmedas, luego también son menos propensas al sueño. Prueba de ello es que también son más lascivas, de ahí que el saber popular recomiende evitar a las mujeres barbudas, y es que al prevalecer en ellas el calor, aquejan un ingenio turbado, y cuando sucumben a la furia y la ira no suelen abandonar sus propósitos. Por su parte, a las mujeres les crece barba cuando dejan de menstruar y cuando la piel de la barbilla y de los labios se les reseca en exceso y se vuelve más intenso su calor interno. Al mismo tiempo les nacen también pelos en el trasero, y entonces ansían a los hombres con el mayor de los deseos, pues la combinación de humor y vapor salados y agrios producen la hinchazón de las partes inferiores, y la materia que se pretende evacuar produce picor y un cierto cosquilleo; así, pues, las mujeres también se vuelven por accidente más despiertas que los hombres, y más prontas a la acción y al engaño.



[Qué denotan las vigilias en las mujeres]

  ¶   14

A todo ello añadiré alguna cosa más que te permitirá reconocer fácilmente a los somnolientos, no sin antes establecer una distinción, y es que parecen existir tres tipos de somnolientos: uno es de sueño fácil y siempre pronto a dormir, como los niños pequeños, que cierran los ojos y duermen sin mayor problema; después están los que, naturalmente y por costumbre, tardan sus horas en quedarse dormidos, pero una vez han cerrados los ojos no se despertarían ni aunque se hundiese el mundo, antes bien, duermen un sueño profundo y semejante a la muerte; los terceros son los que se duermen fácilmente y, una vez se han dormido, se despiertan con dificultad. Los primeros suelen tener una cabeza grande, pero también llena de calor abundante, luego tienen las mejillas coloradas, ojos alegres y carne blanda, cálida y vaporosa. Quienes tardan un rato en quedarse dormidos, pero cuando lo hacen duermen mucho tiempo, recuerdan a los borrachos, y su humor abundante recibe un cierto calor ígneo, no sin vapores de bilis negra; esta pasión toca a los afectados de hipocondría, y es que si bien es cierto que no se ven tentados por el sueño y pueden mantenerse despiertos mucho tiempo, cuando empiezan a dormir no hay manera de despertarlos, y se muestran como desvanecidos. En cambio, quienes siempre están durmiendo y a duras penas se despiertan tienen una cabeza grande y llena de pituita abundante, como los lirones, los osos y las marmotas; su rostro se muestra blanco, hinchado, los labios blanquecinos, los ojos adormecidos y todo el cuerpo aqueja la disposición de quien duerme; bostezan a menudo y se estiran alguna que otra vez, y buscan un lugar donde poder recostarse cómodamente.



[Cualidades de los somnolientos]

  ¶   15

A todo esto Porta le suma las ojeras. A mi juicio, esta pasión es más propia del borracho que del somnoliento; además, sé de muchos que tienen ojeras a raíz de vigilias demasiado largas, y no sin razón, pues indican que se ha producido una gran efusión de alientos y de humores, que arruga los ojos y toda la parte delantera, dando a su vez paso a las ojeras; esta pasión también suele acompañar a quienes se han entregado demasiado al placer carnal, y ello por lo mismo, y es que tanto seca el placer carnal como la vigilia, el estudio, las lágrimas y el dolor, al tiempo que estrecha los meatos y las venas, y bien cierto es que los de venas estrechas y constreñidas por carne abundante son muy dados al sueño, y cuando duermen no se les despierta fácilmente, como enseña Aristóteles en el libro De somno et vigilia.



[Porta]

Capítulo xxvii

Capítulo xxvii    DEL MEMORIOSO

orig:   (34.)

Memoriosos: los de partes superiores más grandes, bellas y bastante carnosas. 

  ¶   1

Es este el último epígrafe de la tan extensa exposición con que Aristóteles, como hemos dicho, pretendió demostrarnos que es posible reconocer las propensiones del alma mediante las señales corporales. En primer lugar se ha de apuntar qué es la memoria, cuántos tipos contempla, dónde reside, cuál es su acción y de quiénes es propia; luego demostraremos cómo es el individuo de buena memoria y, al fin, se cerrará esta parte.



[Señales del hombre memorioso]

  ¶   2

Toca decir qué es la memoria. La memoria implica fantasía; la fantasía, sentido; este, lo sensible. Ciertamente lo sensible es aquello que, al ser en acto lo que el sentido es en potencia, y ello fuera del alma y del propio agente sensitivo, se encarga de moverlo y traerlo al acto; por tanto, lo sensible es el motor del sentido en tanto que es sensible, pues son cosas relativas. Por sensibles propios se entienden los olores, los colores, los sonidos, los sabores y las cualidades táctiles y sus matices; las impresiones que produce la presencia de tales cosas se denominan sensaciones; la facultad que dispone el juicio y la distinción entre estas sensaciones y operaciones recibe el nombre de sentido común y fantasía, principio único y primero se la capacidad de sentir; por tanto, el sentido común se define como una fuerza del alma que percibe, distingue y juzga la variedad de las cosas externas. Pues bien, habiendo quedado en la primera sede de los sentidos restos de estas apariencias formadas por el acto y la operación de las cosas sensibles, se estimula la facultad llamada fantasía, idéntica al sentido común, pero distinguida por la razón; su labor es la de volver sobre los restos de los sentidos y unirlos, separarlos, darles la vuelta e imaginarse muchas cosas que nunca se han presentado a los sentidos ni lo harán jamás; a su juicio y fin viene unida la apetencia, de que nace, acto seguido, el movimiento progresivo.



  ¶   3

Por otra parte, así como el sentido comprende tres cosas, a saber la cosa sensible o sentida y la facultad de sentir, fuentes ambas de la tercera, que llaman sensación o acto de sentir; y así como se postula lo inteligible, el intelecto y la acción de entender, también existe lo imaginable, el sujeto encargado de estimular la fantasía, y consiste en las formas de lo sensible que se han quedado en el alma. La fantasía, a su vez, es una fuerza o facultad en cuya naturaleza está dejarse estimular por estas formas internas y recibirlas; existe también una tercera cosa, la operación, que se puede denominar imaginación, esto es un movimiento u operación de la fantasía sobre las imágenes de las cosas: así, al igual que los sensibles externos conciernen al sentido, los internos conciernen a la fantasía; sin los objetos externos no hay sensación, y sin los internos no hay fantasía. Por tanto, el sentido y la fantasía parecen ser una misma cosa para el sujeto, y su distinción parece depender de la sola razón; en efecto, ambas se ocupan de objetos sensibles, pero con una diferencia, y es que el sentido los necesita presentes para llegar al acto, mientras que la fantasía también puede operar en su ausencia mediante objetos internos y propios. Así pues, cuando el alma, una sola y siempre la misma, se ocupa de las formas de los sensibles externos y presentes, se dice que siente, y su operación es la sensación; cuando esta misma alma considera las mismas formas de lo sensibles ausentes se denomina fantasía. A la luz de estas cosas, pues, queda claro qué es lo sensible, el sentido y la sensación, y qué es lo imaginable, la fuerza imaginativa y la imaginación, que algunos llamaron fantasticación ( lat. fantasticatio).



  ¶   4

Pues bien, puesto que el movimiento suscitado por los restos de los sensibles preservados en el primer órgano de los sentidos se conoce como acto de la fantasía, y puesto que esta ha percibido estos movimientos y se ha realizado en acto, si se viniese a preservar y conservar la imagen de su operación hablaríamos de memoria. Así pues, la memoria consiste en la preservación de las imágenes, y se consuma a base de repetir la operación de la fantasía: por tanto, cuando el sentido común percibe, la fantasía evalúa y la memoria retiene; ahora bien, hablando con propiedad, la memoria, no es sino la representación en el alma de una cosa ausente mediante el reconocimiento de un tiempo pasado.



  ¶   5

Así pues, todas estas fuerzas del alma sensitiva consciente son una misma cosa para el sujeto, y solo la razón las distingue, luego no cabe asociar la parte anterior del cerebro con la imaginación ni la posterior con la memoria, antes bien, como he dicho, todas son una misma cosa para el sujeto. Sabiendo que las fuerzas existen en la materia, o no sin materia, es cosa cierta que, según la variedad de la materia y del sujeto a que se aplican, unas veces realizan operaciones mejores, otras veces peores y más imperfectas; por tanto, toda la fuerza sensible del cerebro entero parece ser acto y perfección, esto es, en tanto que es un principio pasivo sometido a una pasión perfectiva y puede percibir impresiones externas por medio de los alientos. Así las cosas, dijeron algunos que el cerebro, como cuerpo homogéneo, era el principio del sentido, y que como cuerpo heterogéneo y orgánico causaba el movimiento; estas funciones, a su vez, parecen efecto de la permeación de los alientos en el cerebro y de los cambios y elaboraciones que este les aplica, luego según sean los alientos que le llegan desde el corazón y según sea la elaboración a la que los someta el cerebro, así serán las fuerzas, así serán las operaciones. Prueba de ello es que el hombre airado percibe cosas diferentes a las que perciben el hombre enamorado y el tranquilo y libre de preocupaciones, y piensan distinto quien tiene el estómago vacío y quien está saciado, pues unos y otros reciben alientos diferentes.



  ¶   6

Pues bien, sabiendo que es propio de la memoria percibir y retener, y que para percibir hay que padecer, y para padecer hay que ser pasible, el principio memorativo ha de ser pasible, y ha de ser la fuerza y la entelequia de la materia pasible; por su parte, el principio de los pasivos es la humedad; por tanto, la facultad memorativa se hallará bien en la humedad, bien en un cuerpo constituido por la humedad, por ejemplo, blando e impresionable; así, un animal que deba recordar muchas cosas habrá de tener un cerebro blando, pero como debe retener también precisa sequedad, ya que las impresiones solo se retienen en lo seco o en lo que participa de la sequedad, por ejemplo, en lo duro o lo que ofrece al menos alguna resistencia. Por tanto, los niños no desarrollan la memoria por un exceso de humedad, y los ancianos por un exceso de sequedad, pero quienes gozan de una disposición intermedia sí perciben y retienen las impresiones de las cosas, como sucede con los adultos, siempre y cuando acusen una disposición natural y el temperamento natural de su cerebro no se haya visto alterado por ninguna fuerza externa o interna.



  ¶   7

En efecto, el cerebro o su sustancia es la sede de la memoria, y acaso también es el sujeto del alma sensitiva, o al menos su primer órgano; así, según su temperamento, cantidad y figura, junto con el aliento allí asentado, se dan en producir las operaciones y tareas del alma sensitiva, luego también una cierta blandura y dureza, y no de manera absoluta, antes bien, el calor y el frío son consecuentes ya con el propio cerebro, ya con los nervios y medios con que consuma sus propias operaciones, de modo que atiende sus cometidos con su auxilio a modo de causas concomitantes. Así pues, usará la memoria con provecho y podrá recordar quien tenga el cerebro dispuesto conforme a natura para poder percibir, retener y referir las imágenes de las cosas junto con un lugar y un momento; por tanto, resulta evidente que quien tenga las partes superiores bastante grandes, esto es la cabeza, estará mejor preparado para recordar, como confirma la experiencia, pues sabemos de muchos con muy buena memoria que tienen una cabeza grande y muy gorda. La causa, creo, es que quienes recuerdan con acierto deben manejar con orden las especies de muchas cosas; a su vez, para ello se requieren receptáculos y lugares idóneos en que poder hacerlo como es debido; así pues, es preciso un receptáculo grande donde muchos alientos se puedan albergar y mover en orden y sin confusión; es preciso, pues, un cerebro grande y, por tanto, requerimiento natural, una gran cabeza; la cabeza es la parte superior del cuerpo; por tanto, los de buena memoria receptiva y retentiva deben tener una cabeza grande con que poder percibir, retener y manejar ordenadamente lo previamente percibido. Ahora bien, aunque los de buena memoria tengan una cabeza grande, no por ello se ha de creer que todos los de cabeza grande vayan a destacar por su memoria, pues no cabe aplicar el argumento en sentido inverso.



  ¶   8

No creo que Aristóteles pretenda que el hombre de buena memoria sea bello de rostro, o como pintamos al hombre amoroso y blando; antes bien, creo que este hombre ha de tener las partes superiores bellas, esto es bien formadas y dispuestas conforme a natura, no monstruosas; no en vano, si la figura de la cabeza fuese asimétrica, aun siendo grande, no veríamos en ella un instrumento de buena memoria, pues sería indicio de que la materia, aun ciertamente abundante, permaneció indigesta, en bruto, sin someterse según la recta y natural razón a la fuerza formadora. Pues bien, si el individuo de cabeza grande e informe suele albergar un cerebro no muy bien afectado y, por consiguiente, sus acciones se ven impedidas, y quien ve impedidas las operaciones de su cabeza y su cerebro es incapaz de recordar, entonces quien puede recordar como es debido tendrá una cabeza bien formada; esto, a su vez, es ser bello; así pues, los de buena memoria tienen una cabeza bella y bien formada, ciertamente la parte delantera, pues tienen una frente amplia, una cabeza bien torneada y un occipucio posterior elevado, como he podido ver en muchas ocasiones. Así pues, los de buena memoria tienen las partes superiores bellas y más grandes que el común de los hombres.



[Las partes superiores bellas]

  ¶   9

Es la tercera señal, que también contempla la cabeza; en efecto, los de buena memoria tienen unas mejillas y unas sienes bastante carnosas, pues los memoriosos preservan sin pena las impresiones de las cosas; y si las preservan, por fuerza las perciben; quienes perciben con facilidad son húmedos y tienen un cerebro bastante blando; por tanto, los memoriosos tienen un cerebro bastante húmedo y blando. Donde abunda la blandura también abunda el humor; este, de seguir el dictado de la naturaleza, será bastante cálido; la materia cálida y húmeda que se dispone conforme a natura en el hombre produce carne sin demora; así pues, quienes alberguenn mucho humor y calor en la cabeza podrían tener las partes superiores llenas de carne; por tanto, cuando veamos a alguien con una cabeza bien formada, grande y carnosa, con razón lo veremos predispuesto a gozar de buena memoria y percibir, retener y aprovechar las imágenes de las cosas.



[Más carnosas]

  ¶   10

Otros añaden orejas grandes, pero si bien es cierto que no han de ser pequeñas, tampoco demasiado grandes, pues recuerdan a los burros que, aun gozando de una gran retentiva, a duras penas perciben; acusan, además, una boca bastante larga, barba escasa y pelos blandos, índice todo ello de un humor muy abundante; asimismo, sudan al poco y no soportan el calor. Por otra parte, aunque tengan carnosas las partes superiores, no están gordos en absoluto, pues la gordura es indicio de un calor apocado, algo ajeno al de buena memoria.



  ¶   11

Hasta el momento se ha demostrado, siguiendo a Aristóteles, que la unión de alma y cuerpo resulta en un compuesto tan unitario que padece conjuntamente, que el alma cambia según el movimiento y las afecciones del cuerpo, y que el alma, con sus afecciones, también da en alterar el cuerpo, y es que aun inmóvil de por sí, se acompasa al movimiento del cuerpo. Así, pues, la tristeza y las angustias del espíritu afectan al cuerpo, y un cuerpo abatido y mal dispuesto supone un obstáculo para el alma y las acciones del alma; ya decía el otro que Héctor, cuando Áyax lo hubo golpeado en el pecho con una piedra, yacía perplejo. Es por tanto probable que, partiendo de las afecciones corporales, podamos reconocer las disposiciones del alma, un conocimiento que recibe el nombre de fisionomía; además, de contar con ciertas reglas y preceptos, hablaríamos de un arte capaz de deducir las inclinaciones del alma mediante las señales del cuerpo.



[Epílogo a lo dicho hasta ahora]

Capítulo xxviii

Capítulo xxviii    SI ACASO LAS COSTUMBRES NACEN DEL TEMPERAMENTO

  ¶   1

Ahora bien, ya que me propongo poner punto y final a esta segunda parte del tratado aristotélico, creo necesario dar respuesta previamente a una cuestión que, a primera vista, podría venir a echar por tierra el arte que nos ocupa. Scaligero, gran hombre, ciertamente, y muy docto, que dejó por escrito sus discrepancias con el autor de los libros De subtilitate, opina que algunas costumbres no dependen en absoluto del temperamento de los humores que constituyen el cuerpo humano, y amenaza con sepultar a sus detractores bajo cantidad de objeciones y problemas.



[Cuestión]

  ¶   2

Y aun concediendo que el fundamento de la ira pueda provenir de la bilis y el calor, juzga imposible que el hábito de la ira dependa de este calor o humor; no en vano, si el calor y la bilis amarilla que arden junto al corazón no vuelven a un hombre iracundo, tanto menos la bilis negra refrigerada lo volverá avaro, temeroso y cruel, ni alegre la sangre, ni insensato la pituita. Así, según me parece, demuestra su tesis argumentando de mayor a menor, y afirma haber conocido a hombres muy cálidos y muy valientes, de hábito muy bilioso, que eran muy dulces y mansos, y apunta que César, Augusto Nerva y también Pertinax fueron hombres dulces, aun teniendo fama de aquejar hábito bilioso.



[Argumentos de Scaligero contra los fisiónomos]

  ¶   3

También la demuestra ab opposito: si lo frío es iracundo, y nada frío puede ser cálido, habrá ejemplos de iracundia no cálida, luego el calor no será la causa de la iracundia; en caso contrario, pues, depuesto el calor se desvanecería también la iracundia, que no podría perdurar sin calor. Asimismo, dice que los perros son muy iracundos y de temperamento gélido, algo razonable, pues adoran calentarse al sol, envejecen rápidamente y enseguida deponen la alegría y se irritan con facilidad, índice de que el frío va ligado a la sequedad; apunta también que una liebre alberga más calor que un macho cabrío y, no obstante, el macho cabrío es mucho más iracundo y mucho más violento que la liebre.



  ¶   4

De modo semejante, el odio, la envidia, la avaricia, la arrogancia, la maledicencia, el fraude y el latrocinio no dependen del temperamento de los humores, antes bien, son los hábitos de unas costumbres; por tanto, los hábitos morales no dependen del temperamento. La menor no plantea problema; se dedica en exclusiva a demostrar la mayor. Así, dice con sorna: ¿a qué humor estará sujeto el falsificador o el incestuoso?, y acto seguido: vemos que todo temperamento conoce virtudes y vicios, avaricia y generosidad, bondad y arrogancia, luego no cabe apelar al temperamento.



  ¶   5

Además, no se ha de atribuir al temperamento lo que viene causado y determinado por los astros, y lo cierto es que estas propensiones y costumbres vienen causadas por el cielo y las señales celestes, luego no dependen del temperamento, como tampoco cabe decir que, por ser el temperamento de una determinada manera, se hayan de dar unas determinadas costumbres; por tanto, el temperamento que conforma a un hombre determinado, dice él, viene determinado y precisado por estas propiedades, cuyas causas no puede indagar de ningún modo el ingenio humano.



  ¶   6

Al fin, proclamando que los elementos no detentan fuerza alguna, dice que Ptolomeo podría haber sucumbido a un placer carnal reprochable en un arrebato de locura, y que el elemento no deja ninguna huella con que se pueda reconocer al alquimista, al impostor, al charlatán o al artesano; y tampoco reconoce el valor probatorio de la región o la educación, pues dice que habrá un marinero que baje de los Alpes profundos, que un veneciano se aplicará a la equitación, este aborrece el queso, aquel las manzanas, otros el vino, y algunos el vinagre y el pescado; esto no puede ser cosa del temperamento, luego el temperamento no es la causa de las costumbres.



  ¶   7

Añade que algunos sienten aversión hacia los gatos, como dice Mattioli, y que a otros les dan tanto reparo los ratones que se quedan al borde del desmayo, a muchos les repugnan las rosas, y otros colapsan al olor del almizcle; y como esto no es cosa del temperamento, no dirás que es la causa de las costumbres y pasiones de un individuo.



  ¶   8

Por último, dice, si el calor engendrase crueldad, o el frío astucia, quien albergase más calor acusaría una mayor crueldad, y quien albergase más frío sería más astuto, y esto no solo aplicaría a la especie humana, sino también a los animales; no obstante, lo tacha de falso, al haber muchos animales muy cálidos sin ápice de crueldad, y muchos otros muy fríos, como la tortuga y el caracol, que no traman suspicacias. Añade en otra parte: si el hombre cálido y húmedo es el más afín a natura, y quien goza de una disposición conforme a natura es sabio, cuanto más cálido y húmedo sea el hombre más sabio será; por su parte, el muy cálido y muy húmedo solo atiende a sus anhelos corporales, y no sueña con otra cosa; por tanto, el hombre sabio será muy desmedido, y la mujer, que es más húmeda, será más prudente que el hombre, y el niño o el adolescente será más prudente y ducho que un hombre ya entrado en años, pues uno y otro son más cálidos y más húmedos que el anciano.



  ¶   9

En otro lugar, considerando el mismo planteamiento, dice que ni los sabios y buenos ni los malos e ignorantes lo son por naturaleza, sino que es algo que depende de la elección y la voluntad; de ser esto cierto, las costumbres y los hábitos no siguen al temperamento del cuerpo, ni podremos decir ya: este acusa un temperamento y un cuerpo determinados, luego también acusará tales costumbres; y como todo temperamento puede albergar virtudes y vicios por igual, el temperamento no resulta relevante.



  ¶   10

Poco después se carcajea a gusto de quienes creen que algo cambia en el alma ante un cambio del cuerpo, pues ve ridículo pensar que, por ser alguien jorobado, también su alma haya de estar jorobada y encorvada, y que de mantenerse recto, también haya de tener un alma recta; y entiende que, si bien es cierto que la forma, para sostenerse, requiere de una cierta combinación de elementos, cuanto sigue a la forma no depende en absoluto de la materia ni guarda con ella relación alguna. ¿Quién hubo más feo que Sócrates?, ¿quién más deforme que Esopo?, ¿quién más desgraciado que el estoico Epícteto, que era cojo, canijo, cheposo, tuerto y esclavo? No obstante, todos ellos, como astros, iluminaron al género humano con su sabiduría, prudencia y bondad; en cambio, Alcibíades era muy bello, Hylas muy hermoso, muy apuesto el hijo de Maximino, y nadie había de gesto más digno que Cómodo, Domiciano y otros mil, y todos estos, sin embargo, fueron muy crueles o carecieron de toda virtud. Tirando al fin de escarnio, llama bestias a los filósofos de poca monta y demasiado materiales que ligan las costumbres y los hábitos de los hombres al temperamento de los elementos y los creen nacidos de sus formas. Nuestro hombre pretende que la costumbre sea un modo y una cualidad del movimiento: el movimiento supone aquello de lo que depende, que es la naturaleza que llaman forma, luego el movimiento depende de la forma, y sin movimiento no hay costumbre, luego la costumbre, claro está, depende de la forma; ahora bien, la forma no es materia, y sí es materia el temperamento de los elementos; por tanto, bajo ningún concepto dirás que la forma es el temperamento de los elementos, o que lo sigue, luego tampoco dirás que las costumbres nacen del temperamento, o que se ligan a él de alguna manera. Todo esto lo desarrolla él por extenso.



  ¶   11

Y en otro lugar, tratando este asunto con un enfoque sobrenatural y metafísico, como él lo llama, dice que hay tres cosas a las que uno se puede referir como todo: una lo es todo en sí y por sí, y es Dios, que todo lo hace; la segunda es aquello que se puede volver cualquier cosa, en tanto que lo puede adoptar todo, y es la materia; la tercera es aquello con lo que Dios lo hace todo, pues Dios lo emplea como instrumento de su acción, y es el cielo. De ser esto cierto, cree posible deducir que los elementos no participan de las cosas o de sus formas, que Dios, como nos consta, imprime en la materia usando el cielo como instrumento; así pues, deduce que la forma se encuentra en la fuerza del agente, y no en la potencia del receptor; así, por ejemplo, la forma de ratón que puede adoptar el barro no se ha de atribuir más al barro que a la facultad del sol. Además, si la forma supone una consumación, y la consumación reside en el consumante más que en el consumado, admitiremos que la forma está y se encuentra en el sujeto que actúa y produce más que en la materia receptora y los cuatro elementos.



  ¶   12

Y cuando investiga si un compuesto acusa la forma de su elemento predominante, decantándose por la negativa, dice: si los compuestos acusasen la forma del predominante, todos los animales vivirían y no vivirían: vivirían porque su forma es el alma, y no vivirían porque acusarían la apariencia de la tierra, su elemento predominante, y esta no tiene vida; además, la práctica totalidad de cuanto nos rodea sería un único compuesto, pues en las plantas y animales, en las piedras y metales predomina la sola forma de la tierra. Si todas las cosas comparten una misma y única forma, todas las cosas son una única cosa, lo cual es falso, luego tampoco será cierto que los compuestos acusen una sola forma, antes bien, serán contrarias; por su parte, unos mismos principios no pueden derivar en dos cosas contrarias; así pues, no diremos que todas las formas de las cosas vienen de los elementos y siguen su naturaleza.



  ¶   13

Y si nadie da lo que no tiene, tampoco los elementos podrán dar un alma que no tienen; y si los elementos no son ni avaros ni ambiciosos, no podrán legar avaricia ni ambición a cuanto de ellos se derive; por tanto, no son las cualidades elementales las que hacen que el imán atraiga al hierro, ni que la comadreja entre en la boca del sapo, ni que el ruibarbo purgue la bilis, antes bien, estas pasiones les vienen de su propia forma, forma que recibieron junto con sus propiedades del propio sujeto agente y generador.



  ¶   14

Pero Alejandro, dice él, al ver que la tierra predominaba en muchísimos compuestos, y al creer que la forma de la tierra era su peso, pensó erróneamente que el peso era también la forma de los compuestos. Asegura Scaligero que este desliz de Alejandro, como él lo llama, del que confieso no tener noticia, se puede rebatir con dos argumentos: uno dice que el peso no es la forma de la tierra, pues las formas no conocen gradación, ni existen en mayor o menor grado en función del individuo.



  ¶   15

Asimismo, las formas de las cosas se nos esconden, pues son sustancias integradas en la materia, luego como el peso se deja sentir y es accidental no puede recibir el nombre de apariencia sustancial. Así pues, cabe decir que las formas derivadas comprenden las primigenias, al igual que los números más altos incluyen los más bajos, pues el ocho incluye el siete, el seis, el cinco, luego cabe decir que la forma de la carne no solo comprende la forma de la tierra y del agua, sino algo más; por tanto, si al caballo y al hombre se les han negado los cuernos no es por falta de materia, ni se les han concecido al ciervo y al buey por su abundancia, sino que está en la naturaleza de cada uno de ellos rechazarlos o requierirlos. Pues bien, a lo largo de todo el libro rebate con estos argumentos a Alejandro y a los filósofos que sostienen que las formas de las cosas naturales y de los cuerpos compuestos sublunares vienen de la potencia de la materia y de los elementos, y pretende, según me parece, insinuar y demostrarse a sí mismo o a los demás que las formas, todas ellas, no vienen de la potencia de la materia, antes bien, se le infunden.



  ¶   16

Mas como no falta quien ve afín a este argumento buena parte de lo vertido contra Empédocles en el segundo libro del De generatione, pasémosle revista, a fin de expulsar de las mentes de los hombres, si tuviesen a bien leer esto, cualquier reticencia que pudiese convencerlos de que mienten Aristóteles y los fisiónomos, y de que nada hay en esta disciplina de cierto o verídico. [Opinión de Empédocles] Decía Empédocles que los cuatro elementos eran eternos, y que se preservaban ya en la especie de la esfera, ya en la forma del mundo sensible, y que la naturaleza de las cosas no era más que la combinación y reunión de aquellos; por su parte, creía que los cuerpos mismos de los elementos eran inmutables e incorruptibles. Aristóteles lo critica muy por extenso en el segundo libro del De generatione.



[Argumentos de otros autores]

  ¶   17

Ahora bien, entre lo que de algún modo parece respaldar la opinión y sentencia anterior tenemos lo siguiente: si las cosas resultasen de la congregación y disgregación de los cuatro elementos, o de cosas y humores que guardasen proporción y semejanza con los cuatro elementos, y toda su fuerza dependiese de ello, las cosas se generarían por azar, y el hombre no siempre o casi siempre engendraría hombres, ni olivas la oliva; pero esto es falso, luego también aquello de lo que se deduce.



  ¶   18

Valga el siguiente razonamiento: si la identidad y las cualidades de los compuestos vienen determinadas por la sola congregación de los elementos, ¿por qué ha de nacer de un hombre otro hombre, y no una oliva? Si respondiese Empédocles al hombre y al fruto no los genera una reunión cualquiera de los elementos, sino una razonada y reglada, como se lee en el primer libro del De anima a propósito de los huesos, de boca del mismo Empédocles, cabría contemplar qué es lo que dispone los elementos según esta razón determinada, pues no es la suerte ni el azar, que son accidentales, causas de lo que sucede en contadas ocasiones. Y así como no fue el azar lo que reunió las piedras y los maderos para construir una casa, así como la razón de que el pórtico de mi casa esté caído o de que la puerta esté más floja que la de la tuya no se ha de achacar a las piedras, a los maderos o al cemento, sino a la causa eficiente y al arquitecto, o bien a una causa final, esto a un factor práctico, como que pueda entrar un carro, también será una causa cierta, y no los elementos, lo que determine la naturaleza de una cosa; y no se apelará al odio ni al amor como causas de la generación pues, aun siendo capaces de reunir los elementos, el odio y la concordia nada pueden hacer para que el producto sea de este modo y no del contrario, para que sea una oliva y no una castaña.



  ¶   19

Así pues, la causa y la razón de que un hombre sea risible, valiente o blanco no son la materia ni los elementos o la reunión de los elementos, sino la naturaleza y la forma, pues esta es la razón de que cada cosa sea como es, luego no cabe apelar a la combinación de los elementos: sin el auxilio de la forma, el odio y el amor no pueden ni producir cosas ni determinar su naturaleza.



  ¶   20

Mas cierto es que en nosotros no hay sino movimiento y reposo. En verdad, los elementos o su combinación no parecen causa de ningún movimiento, y es que la causa y el principio del movimiento es la forma, luego es la forma lo que causa el movimiento; por su parte, los elementos no son formas, pues se mueven, pero no mueven otras cosas, luego no causan movimiento y, por tanto, no nos causarán movimiento alguno de manera activa; así pues, tampoco a los humores que guardan proporción con los propios elementos les podrás asociar la causa de que un individuo se moleste y otro se horrorice o sienta compasión. Lo mismo aplica a cuanto se mantiene en reposo: llamo reposo a la blancura, al conocimiento y al hábito o disposición, límites de los movimientos; ahora bien, el límite del movimiento no es lo que se pone en movimiento, luego la materia no es ni el fin ni la causa de que algo tenga un determinado fin, pues toda materia puede existir igual e indistintamente en el término a quo y en el término ad quem.



  ¶   21

Por tanto, si la materia no es causa ni del movimiento ni del reposo, sabiendo que nada hay en nosotros sino movimiento o reposo, ni nada que no participe de una de estas dos cosas, resulta evidente que la materia no es la causa de nuestras afecciones ni diferencias; así pues, si no lo es la materia, tampoco lo son los elementos, en tanto que son principios materiales de los compuestos, luego tampoco los cuatro humores que componen al hombre, antes bien, cabe buscar otra vía y razón que causen nuestras pasiones, los movimientos y las cualidades de las pasiones. Según Empédocles, ni el movimiento natural es obra de la concordia, ni el opuesto lo es de la discordia, y es que como dijo Aristóteles en el segundo libro del De generatione, si el amor hace converger, el movimiento que genere se habrá de dirigir a un único punto, luego si el fuego asciende, ¿cómo se va a mover la tierra hacia abajo? Así, con los apuntes de Aristóteles resulta evidente que Empédocles no tiene manera de defender la posición anterior.



  ¶   22

En el cuadragésimo quinto texto del mismo segundo libro del De generatione añade Aristóteles algo que viene a confirmar plenamente la opinión de Scaligero; en efecto, demuestra imposible que el alma provenga de los elementos, luego si no nace de los elementos, tampoco sus obras vendrán causadas por los elementos, y tampoco haremos depender de los elementos o de sus cualidades cuanto el alma infunda en el cuerpo animado. Al ser incorpórea, resulta evidente que el alma no es un elemento y no proviene de los elementos; en cambio, lo que ahora nos ocupa son, precisamente, los cuerpos. Los cuerpos acusan afecciones corporales: calor, frío, dureza, blandura y cuantas se hacen surgir de estas en el cuarto libro de los Meteorologica; a su vez, estas cualidades no las acusa el alma, luego esta no es un cuerpo ni nada corporal, ni sus pasiones serán producto de los elementos o de sus propiedades, sino de la forma de la cosa y, de existir, del alma misma; no en vano, ser músico o geómetra, o ser proclive a unas u otras facultades no es algo que puedas deducir de la materia de los cuerpos, algo a todas luces imposible, luego el sujeto de la música es el alma, como el cuerpo lo es de la blancura y el animal de la salud, y si debemos el bienestar a la salud y al cuerpo, también debemos el canto a la música y al alma, a aquella como principio, a esta como sujeto.



  ¶   23

Veamos también de dónde resulta la combinación, y qué es lo que une y mantiene ligados los elementos. Diremos que se trata del movimiento del cielo, luego el cielo se aplicará de manera efectiva y, por fuerza, transmitirá algo al compuesto, bien la forma, bien algo derivado de la forma; así, cabe apuntar que no todos los componentes de un compuesto dependen de la materia o de los cuatro elementos ni de la causa material, es el cielo el que parece aplicarse plenamente a la estructura de los compuestos, imprimiéndole los cuatro elementos como un impresor estampa un sello en la cera. Por su parte, quienes creen oponerse a lo anterior con mucha diligencia y exactitud, apoyándose no solo en Aristóteles, sino en la verdad, deducen que la materia nunca es la causa eficiente de lo generable, luego tampoco puede causar de manera efectiva sus pasiones, ni podremos decir que la causa de una ira desenfrenada sea la bilis que crece junto al corazón del individuo o el enardecimiento de una sangre muy sutil.



  ¶   24

Además, es propio de la materia padecer y moverse; cuando es propio de algo padecer y moverse, este algo no actúa, ni mueve cosas ni induce pasión alguna por principio; por tanto, la materia no puede inducir pasión alguna en el compuesto; a su vez, los cuatro humores del hombre son materia; así pues, ninguna pasión del hombre podrá depender de estos humores ni ser efecto de ellos, luego ninguna de sus afecciones o hábitos se habrá de asociar a los humores ni al cuerpo, sino a la elección y a la voluntad, a la educación, a la formación y demás cosas por el estilo. Y si alguien, cuestionándose la mayor, apuntase que hay muchas cosas que actúan y padecen, que se mueven y mueven cosas, como el alma, que lo mismo mueve cosas que se mueve ella, y como el bastón y la mano, que también se mueven cuando mueven una piedra, respondería aquel que el alma se mueve por accidente, y no por sí misma; además, el movimiento con que la mano mueve las cosas nada tiene que ver con el movimiento con que ella misma se mueve, y es que cuando mueve un bastón, es el alma lo que la mueve a ella, luego no se trata del mismo movimiento. Por otra parte, decimos que lo que se mueve, en tanto que se mueve, no puede mover aquello que lo mueve, esto es, nada hay que pueda mover una cosa y ser a su vez movido por ella, pero sí puede mover alguna otra cosa sin problema; esto lo demuestra diligentemente Aristóteles en el octavo libro de la Physica, y es que en caso contrario el alumno enseñaría y el porteador sería cargado por lo que él mismo está llevando. Así pues, con razón se ha dicho que cuando es propio de algo padecer y moverse, este algo, en tanto que padece y se mueve, no actuará por principio sobre aquello que lo hace padecer ni moverá aquello que lo mueve.



  ¶   25

Una vez más, el razonamiento viene del mismo Aristóteles: la causa y la razón por la que algo es como es se denomina forma, y no materia; por su parte, los cuatro elementos o humores no son la forma del hombre, sino su materia; por tanto, los cuatro humores no se pueden aducir como causa de que un hombre sea como es, ni de que tenga las propiedades y los accidentes que tiene. Una vez más, casa cosa es como es por su propia forma y por la razón que la demuestra y permite reconocerla, pues conocer es reconocer una cosa mediante la causa de su existencia; ahora bien, esta causa no es la materia; así, la causa material no hace conocer y, puesto que nada nos enseña, no debemos ni podemos aducirla jamás.



  ¶   26

Decía Parménides, según refiere Alejandro, que el fuego y la tierra eran las causas de todas las cosas, el fuego cálido, que disgrega por principio, y la tierra fría, que tiende a reunir; y decía que era propio de ambos elementos generar movimiento; así, pues, creía que los elementos, que son causas materiales, eran creadores y motores, de modo que las cosas existían sin ningún otro auxilio externo, y creía que se formaban y producían por efecto de su calor y su frío internos. Contra este plantea dos razonamientos.



[Opinión de Parménides]

  ¶   27

En primer lugar, que quienes proponen tal cosa niegan la forma, acto y consumación de la cosa, y no dan la causa existencial de la cosa, pues pretenden que las potencias no sean sino instrumentos del agente; ahora bien, no podemos decir que los instrumentos sean el sujeto eficiente ni la causa existencial de la cosa; así, la relación que guarda la sierra con el corte, el banco y la estructura del banco también la contempla el calor con el calentamiento, el compuesto y la generación del compuesto; de todos modos, la sierra no es la causa existencial del banco, sino su instrumento; por tanto, tampoco reconocerás la causa primera en el calor, el frío o los cuatro elementos o humores. Así, quien dijese que un banco está hecho por la sierra o por el hacha estaría negándose a reconocer al carpintero como causa del banco, y del mismo modo, quien dijese que un animal o una planta ha sido generado por el calor y el frío estaría negando la naturaleza como causa primera de las cosas, que se sirve de estos instrumentos para producir el que llaman compuesto natural.



[Contra Parménides]

  ¶   28

El otro razonamiento que demuestra que los elementos, el calor y el frío no pueden ser las causas primeras de las cosas naturales dice así: cuando la causa primera actúa sobre algún género, lo que recibe su razón no actúa y padece en aquel, sino que solo actúa; en el género de las cosas naturales, el calor y el frío o el fuego y la tierra padecen, que no actúan; por tanto, no merecen ser identificados con las causas primeras que actúan sobre el género de las cosas naturales. En cuanto al fuego, si padece es porque participa de la combinación y se ve agitado de manera artificial, lo cual es, en toda regla, padecer.



  ¶   29

Pero alguno se preguntará cómo puede incluir Aristóteles las potencias en el género de la causa instrumental, sabiendo que los instrumentos parecen asociarse a la causa eficiente y que el instrumento, para actuar, puede entrar en acto, mientras que la materia y cuanto la acompaña, en tanto que es materia, no se pueden encontrar nunca en acto, sino en potencia.



[Cuestión]

  ¶   30

Porponen algunos la existencia de dos tipos de potencia: una activa, que no sigue a la materia, y otra pasiva, que siempre va ligada a la materia; yo, en cambio, creo que todas las potencias existen o con la materia o no sin ella, pues todas ellas, lo mismo calor que el peso, son propensiones a una acción o a un movimiento o padecimiento; ahora bien, estas no se realizarán sin el estímulo de algún agente externo, pues una piedra no caerá ni saldrá de su potencia accidental a menos que desaparezca aquello que la cohíbe y que ya merece el nombre de agente; así pues, el calor tampoco calienta a menos que haya un agente que lo use, como tampoco corta una sierra a menos que un carpintero la tome en su mano y la emplee. También podría decir que las potencias y de toda clase de instrumentos, en tanto que se deben a algo, como es propio de la materia, se asocian a la materia, especialmente si los instrumentos forman parte del compuesto y de lo que obra, como en los animales; y si replicases que lo eterno acusa potencia y no materia, responderé que cuando el De interpretatione habla de una potencia que siempre permanece en acto, emplea el término “potencia” de modo impropio, y nosotros hablamos de la potencia propiamente dicha.



[Respuesta a la cuestión]

  ¶   31

Para mayor claridad, podemos precisar que las potencias naturales cabe entenderlas de dos maneras: en tanto que están ligadas a su acto y existen en energía, en cuyo caso dependen de la parte eficiente; o en tanto que están separadas de su propia consumación y su acto, en cuyo caso atañen y siguen a la materia. También podemos decir que cuando salen al acto se llaman causas auxiliares e instrumentos: así, el calor es una causa instrumental del propio movimiento que produce el hombre, como puede ser la digestión; el alma, en cambio, es una causa primera, como dijo Aristóteles en el segundo libro del De anima, para quien el calor natural no es causa de la vida, sino causa auxiliar, como también apunta en el primer libro del De generatione, cuando reflexiona sobre el animal que crece a base de alimento, alma y calor, y sobre el barco que se mueve mediante el timón, el marinero y su mano.



[Segunda respuesta]

Capítulo xxix

Capítulo xxix    RESPUESTA A LA CUESTIÓN ANTERIOR

  ¶   1

Pues bien, con estos y otros razonamientos por el estilo intentaron algunos poner en apuros a los fisiónomos y, postulando el alma como causa primera de las afecciones humanas y la propia forma para las demás cosas, no así las potencias materiales, creyeron haber refutado la fisionomía.



  ¶   2

Mas yo, por mi parte, creo conocer unos argumentos con los que convencer a los hombres para que atribuyan a la materia y a los propios elementos si no toda, sí gran parte de la generación de los compuestos. En efecto, si la única diferencia entre la causa eficiente de una casa y la de un caballo es que la causa eficiente de la casa es externa y la del caballo interna, y que el caballo se engendra, sabiendo que cuanto se engendra no existe previamente, es evidente que el caballo, cuando se engendra, no existe, pero sí alberga en sí lo que lo engendra, un principio interno con que se engendra y se puede engendrar, pues no se engendraría de no tenerlo; sea este principio A, por ejemplo: será bien forma, bien materia; no dirás que es materia, pues la materia, según se ha planteado, es lo que se engendra y se mueve, no lo que hace ni mueve cosas; por tanto, será forma. Pero dirás: “no es forma, pues si A fuese forma, el caballo ya existiría en la materia del caballo, luego no se engendraría, y el planteamiento decía que se engendraba”. Podríamos decir que la materia alberga de manera absoluta una fuerza y una potencia para todas las formas, como apunta Virgilio cuando dice: infundida por los miembros, la mente da vida a toda la masa, y se une a un gran cuerpo 2-77; por tanto, diremos que en la materia del caballo, en su semilla, A es la potencia efectiva del caballo que, si nada se lo impide, producirá un caballo; esta, por su parte, es la forma de la semilla, cuya incumbencia es formar al caballo, al igual que el peso es la forma de la tierra, cuyo cometido es dejarse llevar hacia abajo; ahora bien el peso, para poder mover una piedra hacia abajo, necesita de algún elemento externo, y la fuerza de la semilla tampoco obrará a menos que algo la saque al acto; por tanto, los elementos y la materia albergan algo destinado a un fin preciso, que habrá de ser índice y principio de alguna obra.



[Argumentos en favor de la fisionomía]

  ¶   3

Además, el peso que mueve hacia abajo una partícula es el mismo que, acto seguido, la posa y la mantiene abajo; asimismo, la fuerza que mueve la semilla es la misma que hace al caballo y lo conserva; a su vez, parece claro que el cielo participa en esta obra, y que es mucho lo que confiere a las cosas, pero acaso su relación con las semillas sea como la que establece con el peso quien corta el hilo de que pende una pieda o derriba la columna que sostiene una carga. Además, si todo cuanto se engendra en el mundo, todo cuanto llaman apotelesmas de este, se deriva de los mismos principios que el mundo, sabiendo que el mundo está formado por cuatro elementos más el cielo, cada apotelesma estará igualmente constituido por los componentes del mundo o por algo que les sea proporcional; así, si los cuatro humores de los animales han de responder a los elementos, algo habrá que se asocie al cielo, y si el mundo acusa pasiones fruto de los cuatro elementos, y otras fruto del cielo, también los apotelesmas y, especialmente, los animales y las plantas, parecen acusar muchos accidentes derivados de lo proporcional a los elementos y a la materia, y muchos otros derivados de la causa eficiente y de lo que responde al cielo.



  ¶   4

Para dar una respuesta definitiva a la presente cuestión, y demostrar cómo acusamos frutos de la materia y de los cuatro humores, y cómo no, y cuáles son estos frutos, sentaremos en primer lugar unos principios; acto seguido evaluaremos la cuestión; en tercer lugar procuraremos refutar los motivos de la controversia.



[Respuesta a los argumentos aducidos en contra]

  ¶   5

Digamos, pues, en primer lugar, que todos los cuerpos naturales constan de materia y forma y que, siendo móviles, se dejan llevar a algún término, luego que nada hay en los cuerpos naturales de constitución afín a natura que no precise para su constitución materia y forma, una causa eficiente y una final. Ahora bien, existen dos tipos de materia: una es común a todos los cuerpos, otra particular de este o aquel; la materia común a todos lo es todo en potencia pura, esto es, carece absoluta e indistintamente de propensión a cualquier fin o término y, como Proteo, se puede volver y transformar en fuego, en una horrible fiera y en un río que fluye 2-78; en cambio, la materia propia puede generar alguna cosa particular, y la que es apta para la generación de un caballo o un perro viene determinada para esa forma equina o canina; la razón de la materia universal reside en carecer de todo y poder recibirlo todo indistintamente; en cambio, la materia particular acusa una forma, y esta forma la determina para generar bien un caballo, bien un perro. Así pues, la semilla del caballo alberga dos razones: una que le vale el nombre de semilla y acto de aquel, y otra, llamada potencia, con que se figura el caballo que ha de existir; en la práctica, no obstante, no son dos cosas, sino una sola, al igual que el punto C de una línea AB, aun siendo uno solo, es el principio del tramo CB y el fin del tramo AC. Por tanto, será cierto decir: “en esta materia no hay nada del caballo y hay un poco de él”; nada en acto, algo en potencia, como en el segundo libro de la Physica se dice que la forma y la privación son, en cierto modo, una misma cosa.



[Principios sobre la materia]

  ¶   6

Entonces, ¿por qué la semilla del caballo engendra un caballo y no un perro? Porque alberga en potencia la forma del caballo, y no la del perro, y la forma de la semilla del caballo es el principio del cuerpo equino. Por tanto, diremos como más arriba que la materia primera viene indefinida y abierta a cualquier movimiento, luego a cualquier término; por su parte, la materia y causa segunda, formada de formas imperfectas, como las de los elementos y los compuestos inanimados, viene definida para un término y un movimiento determinados; asimismo, la primera no se mueve por sí misma, sino que requiere absolutamente una causa agente común, mientras que la particular, a su vez, se moverá gracias a un agente particular, y se ve determinada a un movimiento y un fin concretos; y así como la materia universal alberga una potencia pura que lo puede generar todo, la particular detenta una potencia particular en que se deja advertir su posible producto.



  ¶   7

Cabe también sentar algunos principios sobre la forma. En primer lugar, llamamos forma a la razón y causa de que algo sea como es, acto y consumación de la materia; se asocia, pues, a la materia, que existe en virtud de la propia forma. A su vez, contempla dos clases: una común, con que toda la materia se consuma y sale al acto de manera universal, y una particular, que consuma una materia precisa; por su parte, esta consumación de la materia, a mi entender, no supone sino determinarla a un cierto movimiento, esto es inclinarla a este o aquel otro movimiento y término del movimiento; así, por ejemplo, la materia que podía ser una piedra, antes de adoptar el peso o la ligereza, se podía mover tanto hacia arriba como hacia abajo; en cambio, tras haberse sometido al agente y haber adoptado el peso a base de padecer, se volvió más propensa a dirigirse hacia abajo que no hacia arriba, y ello le vale el nombre de entelequia o consumación de aquella potencia primera que, por estar inconclusa y absolutamente indefinida, se vio determinar hacia abajo. Así pues, resulta evidente que la forma de la materia es, en cierto modo, una potencia, si consideras el futuro de la forma o el término natural de la cosa; ahora bien, como todas las formas naturales son hábitos y consumaciones de la materia, cosas que él llama potencia, siempre llevan ligada, a su vez, alguna potencia; por tanto, al moverse también mueven otras cosas, y esto puede suceder de dos maneras: una se entiende cuando en condiciones naturales se dirigen a un término y bajo la acción de una fuerza al contrario, como cuando el peso de la piedra, traído al acto por algún elemento, se dirige naturalmente hacia abajo, pero responde a la fuerza cuando la lanzan hacia arriba; la otra se entiende cuando las formas, en condiciones naturales, mueven las cosas en direcciones opuestas, como el alma, pues en caso de moverse y cambiar, movería el cuerpo animado lo mismo hacia arriba que hacia abajo, por la derecha y por la izquierda. Pues bien, como los cuerpos naturales comparten un principio material y toman de la materia y la forma una propensión natural tanto a ser tocados como a tocar, resulta que al moverse también mueven otras cosas, y actúan y padecen de manera recíproca, luego ninguno moverá ni cambiará nada a menos que se mueva, y no se moverá nada a menos se que pueda mover él mismo; por consiguiente, quien conoce esta potencia conoce también el modo en que la cosa se ha de mover.



[Principio sobre la forma]

  ¶   8

Así las cosas, digo: dado que para constituir un producto natural, llamado cuerpo compuesto, confluyen algo que alberga la razón de la materia y algo que llaman eficiente, algunos accidentes del propio cuerpo natural han de surgir de la materia previamente dispuesta, y otros del eficiente. Esto se puede corroborar con el ejemplo de los productos artificiales: un obrero construye una casa; si las paredes son duras, frías y difíciles de mover se lo deben a materia, a saber, a las piedras; en cambio, si son altas o bajas, anchas o estrechas, rectas u oblicuas y curvas, bellas o feas, todo ello depende del agente. Asimismo, algunas cualidades del caballo vienen de su propia materia, y otras de alguna otra causa; en efecto, si es corrompible, pasible y se encuntra en un lugar determinado se lo debe a la materia que lo forma; en cambio, si es veloz, robusto, capaz de transportar a un jinete, de asistirlo, todo ello depende de cuanto le dieron la forma y la razón que le valen el nombre de caballo. Por tanto, no es absurdo que el cuerpo acuse algunos aspectos derivados de la materia y otros de alguna otra causa.



  ¶   9

Además, si todo aspecto de un cuerpo natural se deriva de él, en tanto que es un compuesto y existe según lo que es, y supone a su vez su razón, que de ser física, según apunta Aristóteles en el primer libro del De anima, ha de tener materia y forma, resulta evidente que el compuesto natural no albergará pasión alguna de que se pueda decir que no le viene de su propia materia y forma, que son correlativas. Por su parte, la razón de los relativos es que si uno sufre un cambio siempre lo habrá de sufrir también el otro; ahora bien, el cambio se produce de dos maneras, bien según la sustancia, bien según los usos y las disposiciones: decimos que el compuesto acusa un cambio según la sustancia cuando se corrompe y deja de ser lo que era previamente, y según un accidente cuando el sujeto, aun conservando intactas sus cualidades, sus cantidades y su ubicación, sufre cambios; dicho lo cual, si una materia determinada sufre un cambio y se le viene a añadir o sustraer algo, también la forma cambiará de algún modo y, por consiguiente, el compuesto entero; pues bien, en este sentido hemos dicho que, de producirse un cambio en la materia, este también se advertirá en el compuesto, y que si algo pudiese venir a afectar a la forma también se comunicaría a la materia.



  ¶   10

Ahora bien, todos los compuestos son pasiones, y no formas; pero así como decimos que la estampa de un sello en la cera es más perfecta o más imperfecta, también decimos que la forma de Platón es más perfecta que la de Sócrates, ya no por la forma, pues es una e indivisible, sino por cuanto participa de la forma. Deduciremos, pues, que todos los compuestos, tanto naturales como artificiales, toman algo de la materia y algo de la forma, y que si bien no hay nada que surja de una sin participación de la otra, cierto es que todo responde más a una que a la otra, y ambas permiten reconocer el compuesto. Un reloj de arena toma de la materia ser pesado y combustible; en cambio, medir el tiempo, tenerse en pie y venir rodeado de columnas lo toma del eficiente que, cuando tuvo a bien darle la forma que tiene, le concedió necesariamente cuanto se deriva de aquella forma, y al haberlo construido con una materia determinada le impuso cuanto suele acompañar a esa materia. Esto me sugiere que todas las diferencias que se advierten en los cuerpos de una misma especie y permiten distinguir a sus individuos nacen de la diversa disposición y preparación de la materia. Así, por ejemplo, las diferencias que advertimos en las monedas de mismo cuño las atribuimos a la materia, y suponemos que un trozo de plata habrá ofrecido mayor resistencia a la causa agente, y otro menos, y tras haber recibido la forma impide a su cuerpo ya modelado satisfacer el fin por que existe, unas veces más y otras menos.



  ¶   11

Mas el cuerpo que nos ocupa es natural, luego siempre móvil; así, o bien se mueve por sí mismo, o bien por la acción de alguna otra cosa. Es evidente que cuanto se mueve por la acción de alguna otra cosa lo hace porque un motor externo actúa sobre él, directa o indirectamente, en un momento o en otro: así, pues, un hombre mueve una piedra con un bastón o con la mano, y cuando lanzó algo también lo movió hacia arriba y le dio la habilidad de ir allí adonde lo lanzó; por tanto, resulta evidente que tales cosas se mueven por la acción de alguna otra cosa, ya afecte este movimiento a la posición, la cantidad o la cualidad y, en cualquier caso, ya sea el agente móvil unívoco y por especie o equívoco y por potencia, pues el fuego lo mismo provoca fuego que dureza. A su vez, todo cuanto se mueve por sí mismo alberga un alma; además, no se moverá naturalmente por sí mismo a menos que el alma acuse un cambio previamente: no en vano, si Sócrates, que estaba parado, ha dado en salir, es porque escuchó a su padre que lo llamaba; así pues, el movimiento del alma ha de ir precedido por otros movimientos de su cuerpo. Pues bien, se podría decir que tanto lo que se mueve por sí mismo como lo que se mueve por la acción de otra cosa se mueve, en cierto modo, por la acción de un motor externo: lo que mueve otras cosas de manera natural las toca y afecta, y lo que se mueve por sí mismo toma el movimiento del motor, y la cualidad del movimiento, una y otra, peor o mejor, depende de la propia materia; así, por ejemplo, un mismo río desplaza dos bolas, una de hierro y otra de madera, pero la de madera flota y se desplaza con facilidad, mientras que la de hierro a duras penas la arrastra la corriente por el fondo, y esta diferencia no viene de la forma, sino de la materia. Resulta evidente, pues, que algunas pasiones de un compuesto dependen en mayor medida de la forma, y algunas otras de la materia, si bien ninguna de ellas existe separadamente, antes bien, todas unidas, en tanto que conforman un compuesto. Habiendo establecido estos principios, y a menos que me engañe, estamos en disposición responder a los argumentos aducidos en contra.



  ¶   12

En primer lugar, no decimos, como hacen los antiguos en el segundo libro de la Physica, que las formas y figuras de las cosas no vienen condicionadas por la materia; no decimos, pues, que las raíces se proyectan hacia abajo por ser más pesadas, o las ramas y las más altas hojas hacia arriba por ser muy ligeras, ni que los cimientos de una casa se han hundido por ser más pesados que las paredes, sobre las cuales se ha asentado la techumbre, de madera, luego más ligera. Ciertamente, no diremos tal cosa, sino que algunas características de una casa le vienen de su materia y algunas otras de su forma, y que son muchas las que se deben a la materia, mas no en tanto que carece de forma, sino en tanto que la sustenta; no en vano, ya hemos dicho que todos los accidentes son del compuesto entero, y no de la materia o la forma por separado, y que las pasiones ligadas a la materia no surgen de la materia primera, sino de la segunda, y no de la que existe en potencia, sino de la que ya tiene y conserva una forma en acto y merece el nombre de sujeto.



  ¶   13

Una objeción rezaba así: si el enardecimiento de la bilis amarilla junto al corazón no vuelve a un hombre iracundo, tanto menos lo volverá soberbio o generoso, y como lo primero es cierto, también lo será lo segundo, luego los humores no confieren nada a las costumbres; confirma su argumento, y dice haber conocido a hombres valerosísimos y muy cálidos que eran, al mismo tiempo, muy mansos, y por el contrario, a otros hombres fríos, pobres y ancianos que eran terriblemente iracundos. A ello responderé, en primer lugar, que nunca se ha dicho ni se dice ahora que las costumbres del espíritu sigan el temperamento del cuerpo, antes bien, se advierte que ante un cambio en el cuerpo también también acusa uno ya no la sustancia del alma, sino en sus funciones, en tanto que el alma su principio, de modo que esa misma alma ha de acusar alguna diferencia, pues son dos cosas relativas y, por tanto, comparten naturaleza, en tanto que uno mueve y el otro se deja mover, y como ya se ha dicho en otro lugar, han de convenir y padecer entre sí como parecen poder padecer las cosas incorpóreas.



[A la primera objeción]

  ¶   14

Además, cabe apuntar que el hombre, al margen del cuerpo, alberga tres cosas dignas de estudio: la sustancia del alma, inmutable de por sí; sus hábitos, ya intelectivos, ya activos, que reciben en mayor o menor proporción; y en tercer lugar están también las funciones y operaciones fruto de los hábitos, que cambian y se alteran siguiendo el cambio de los órganos, al igual que la actividad de un carpintero se adapta a las particularidades de sus instrumentos. Esto mismo es lo que decimos: cuando el cuerpo acusa un cambio, resulta que también lo acusan ya no la sustancia ni los hábitos del alma, sino sus funciones, como también una alteración en la sierra afecta al corte; ahora bien, nada impide que el aserrador siga siendo como es, y si el aserrador y la sierra constituyen una única herramienta para desempeño del corte, también el espíritu y el cuerpo funcionan como uno solo para llevar a cabo las funciones del ser vivo, y si el saber hacer del aserrador puede llegar a solventar los defectos de la sierra, también la recta razón apacigua las malas inclinaciones y, si lo desea, las elimina por completo. Asimismo, la variedad de los cambios que se advierte en las obras humanas no nace siempre de los humores o de su temperamento, sino que tienen otras muchas causas; así pues, si Sócrates alberga sangre, pituita y dos tipos de billis, es algo que le viene dado por la naturaleza y por el hecho de ser humano, pero si esos humores acusan un temperamento particular que, por ejemplo, se aleja del cuerpo templado y tiende más bien a uno cálido y seco en segundo grado, podría tratarse de algo fortuito o acaso cabría atribuirlo a las afecciones de la semilla y la sangre de los padres.



  ¶   15

En efecto, vinieron a nacerles a un mismo padre y una misma madre dos gemelos, uno varón, la otra mujer, el varón negro, la mujer blanca, el varón de cabello negro, la mujer de cabello dorado, y hasta hoy, que ya tienen diez años, se pelean tanto y tan a menudo que les resulta imposible compartir una misma habitación o comer de una misma mesa; el padre, intrigado por la causa de tal discordia, consultó a muchos médicos, creyendo que, al haber nacido de unos mismos principios, deberían compartir temperamento y, por tanto, convenir entre sí, que no disentir; unos lo achacaban al cielo, otros creían que eran diferentes porque haber sido concebidos en diferentes zonas del útero. Replicarás lo que tiempo atrás consideró un hombre muy docto y religioso: ¿cómo puede una misma semilla dividirse, terminar en dos células maternas y generar y producir dos fetos que no solo difieren en sexo, sino que acusan costumbres contrarias? ¿Puede la semilla tener partes diferentes? Creo, dice él, que es toda ella homogénea y que no se puede dividir, y que de venir a dividirse no se produciría una diferencia tan grande entre los fetos, antes bien, no los generaría o, al menos, no nacería nada consumado, sino mútilo; yo no entraré a considerar el cielo, pues como causa universal que es produce efectos universales, y cabe suponer que no nos puede hacer nada en tanto que particulares, o solo poca cosa, a menos que también pretendamos que el cielo se encargó del alumbramiento de cada cabeza de ganado, o de esta pulga y esta cigarra, o de aquel ratón que el propio sol produjo.



  ¶   16

Además, el cielo es una causa necesaria, y estas cosas inferiores son contingentes; si una proposición necesaria se aplica a una contingente, se sigue una conclusión contingente, como enseñó Aristóteles; por tanto, no señalaremos de manera absoluta al sol o al cielo como causa eficiente de las singularidades inferiores. Si insistieses, diciendo: “a Sócrates lo generan tanto el sol como Sofronisco”, lo cierto es que no se niega tal cosa, pero no por ello será el sol la causa propia y adecuada de la existencia de Sócrates, antes bien, el sol y Sofronisco son la causa de Sócrates en el mismo sentido en que una proposición universal necesaria aplicada a una menor contingente es la causa de una conclusión contingente: la mayor necesaria aplicada a una contingente no conduce a una cosa antes que a la opuesta, y el cielo junto con Sofronisco lo mismo puede generar a Sócrates que no generarlo.



  ¶   17

Nacieron en un mismo útero dos gemelos tan semejantes entre sí que dos huevos no se podrían parecer más; en cambio, en otro se concibieron dos fetos, un varón y una mujer, completamente diferentes. Yo me inclino a creer que al varón y la mujer no los engendró un mismo día un mismo tipo de semilla, y prueba de ello es que la mujer nació unas veinticuatro horas antes que el varón, más o menos; por su parte, nada impide, antes bien, es muy posible que la semilla que he expelido hoy sea totalmente diferente a la expulsada ayer, ya por el alimento o la materia de que proviene, ya por las disposiciones del espíritu y el hábito del calor natural; a su vez, un pequeño cambio en el principio puede, es más, suele ganar enormes proporciones al final, tanto es así que un mismo hombre puede engendrar incluso en una misma noche un feto masculino y uno femenino. En efecto, si la misma mano de un agricultor puede dejar caer uno junto al otro un grano de cereal y uno de cizaña, y ambos pueden crecer y desarrollarse, y aun nutriéndose con el mismo alimento siempre y hasta el último momento serán plantas diferentes, hojas, flores y frutos diferentes, es igualmente posible que dos partes de una misma semilla, expelidas separadamente por un único y mismo genital humano, alcancen un mismo hueco del cuerpo de la mujer y den lugar a la diferencia en cuestión, y es que la semilla solo es homogénea para el sentido, y por lo demás es heterogénea, luego alberga partes diferentes y opuestas que se separan por efecto del calor ambiental y producen fetos diferentes. Así pues, ¿qué impide que la parte de la sangre y de la semilla en que prevalece la bilis negra se haya separado de aquella en que prevalecía la amarilla con subdominio de la pituita? Como en una parte de la semilla predominaba la bilis negra se formó un niño melancólico, tranquilo, obediente, humilde, temeroso; en cambio, como en la otra parte de la semilla se imponía el humor bilioso con subdominio de la pituita, seccionada la semilla y constituidos principios diferentes, también el cuerpo materno proporcionó alimentos distintos y adecuados a cada semilla, de modo nacieron gemelos diferentes y discordantes, incapaces de estar tranquilos con una misma nodriza o en una misma cama, aborreciendo el varón la presencia de la mujer e intentando esta amenazar y golpear a su hermano de manera constante y horrible.



  ¶   18

Así pues, este temperamento, fruto del azar o de las causas mencionadas, no confiere al compuesto más que algunas inclinaciones que llaman potencias primeras, que de todos modos se pueden ver alteradas, retorcidas, desarrolladas y revertidas por el alimento, el lugar, las compañías, los estudios, las formaciones, las leyes, las costumbres, la voluntad, al fin, y la razón. El temperamento puede dar potencias e inclinaciones, pero los hábitos y costumbres, esto es atender a la inclinación y seguir el temperamento, ya depende de la voluntad y de nuestro albedrío; por tanto, las costumbres del espíritu no siguen el temperamento de los humores, sino que nacen de la multiplicación de los actos que la razón, la voluntad y la elección dan en repetir. Así, por ejemplo, mi temperamento me sugiere una propensión a la ira, y una consideración exterior me provoca y enardece tanto que termino por arrojar mi gorro al suelo, cosa que repito uno y otra vez, siempre que se me presenta ocasión, consintiéndomelo o no impidiéndomelo la razón; de este modo se inocula un hábito que acabará obrando aun contra mi voluntad. Así pues, queda claro que la costumbre viene de un principio interno que reside en nuestra voluntad; ahora bien, no se ha de negar por ello que, si el temperamento del cuerpo humano, que conoce unos límites determinados, viniese a excederlos fortuitamente, al punto de corromperse, ya no se hayan de seguir las operaciones que dependen de la materia, sobre las que la razón no detenta autoridad alguna, como cuando el cerebro se ve invadido por la bilis negra o amarilla y se producen manías, frenesíes y furores.



  ¶   19

Además, no sería de extrañar que alguien tachase de poco concluyente el argumento del docto hombre, pues si alguien negase la tesis, a saber que la bilis que arde junto al corazón no vuelve al hombre propenso a la ira, todavía quedaría por considerar su demostración: en efecto, dice aquel que conoció a hombres valerosísimos que eran, a su vez, muy blandos, de modo que no todos los hombres de corazón cálido son iracundos; no obstante, yo diría que estos individuos son dulces y demuestran una total mansedumbre siempre y cuando no vean la ocasión de irritarse y no les hierva la bilis junto al corazón; ahora bien, de presentárseles una ocasión capaz de provocarlos, sin duda verías que se enfurecerían muchísimo, como se escribe del rinoceronte; por su parte, es propio de los valientes y fieros no sucumbir a la ira salvo por una causa notable y, una vez concebida, conservarla durante mucho tiempo y ejercerla con muchísima vehemencia, pues su naturaleza recuerda al hierro candente.



  ¶   20

En segundo lugar, dice: “si lo frío es iracundo, el calor y la bilis, que es cálida, no engendran ira”. ¿Y si apuntase yo que el sílice y el acero, aun siendo fríos, pueden producir fuego?, ¿o que el fuego, aun no siendo duro, endurece el barro?, ¿o que la cal y el agua, aun siendo frías, pueden producir calor y fuego?; por su parte, no cabía ignorar o esconder que existen diversos modos de entender el frío y el calor, entre otros, por comparación: no en vano, decimos que el cerebro del hombre es frío, cuando en verdad es más cálido que cualquier viento estival, y decimos que el agua es muy fría, cuando la nieve y el hielo son mucho más fríos; por tanto, si él dice que las avispas y los machos cabríos son fríos y, a su vez, más iracundos que la liebre y las cabras, yo respondo que la comparación no es la adecuada. Para convencerte, bastaría con comparar los gamos con los gamos y los machos cabríos con los machos cabríos: en invierno, cuando están más fríos que de costumbre, los machos cabríos y las avispas apenas salen y, ante una ofensa, huyen, se esconden y se aíslan, mientras que en verano buscan con ansia a los demás y parecen enardecerse ante la ofensa; pues bien, así como cabra muy cálida es más vehemente que un ejemplar muy frío de su misma especie, el macho cabrío y la avispa criados al aire libre y en lugares bastante cálidos son más vehementes, iracundos y fieros que los que viven bajo las condiciones contrarias, cosa que también se advierte en las víboras y serpientes, pues en invierno apenas asoman la cabeza y con el sol de primavera o verano saltan muy fieras sobre sus enemigos. Asimismo, los ancianos, enfermos y abuelos son iracundos por su estrecho lazo con la ira, y es que conscientes como son de su impotencia, se molestan y se creen despreciados, lo cual les suscita calor junto al corazón, no uno natural, del que carecen, sino febril y artificial.



  ¶   21

Dice que el odio y la envidia, al ser hábitos de las costumbres, no dependen del temperamento; y para demostrarlo apunta que ningún temperamento le vale a nadie el nombre de falso o arrogante. Ahora bien, primeramente puedo refutar que el odio y la envidia, que hago depender del temperamento, sean un hábito, pues los hábitos son potencias segundas y entelequias, y cuanto depende del temperamento son potencias primeras; además, los hábitos pertenecen al primer género de cualidades, y cuanto surge del temperamento pertenece al segundo género. Asimismo, los hábitos salen al acto por sí mismos y sin un agente externo, pues el aficionado a la música y habituado a su práctica puede cantar siempre que quiera y nada se lo impida, mientras que las potencias fruto del temperamento necesitan de un agente consumador externo para actuar y no hacen nada por sí mismas, y es que si un niño, que puede aprender música, desease cantar, de no haber aprendido y adquirido el hábito previamente no podría cantar más que una liebre, que carece de tal potencia, o de hacerlo, lo haría muy mal, pues ninguna potencia primera se consuma sin agente ni motor. Lo mismo aplica a la falsedad y la arrogancia.



  ¶   22

Por otra parte, todas estas cualidades se pueden entender bien como hábitos, que nos suelen valer un nombre, bien como potencias naturales, que no nos lo valen: tomadas en el primer sentido no dependen del temperamento, pero nada impide que lo hagan si se toman en el segundo, esto es, nada impide que la combinación de humores y el cuerpo empleado por el alma acusen habilidad y disposición para adoptar arrogancia, falsedad y envidia, habilidad de que no gozan una piedra, un árbol o cualquier otra cosa carente de sentido; asimismo, entre los animales u hombres susceptibles a estas pasiones o hábitos, decimos que Sócrates es más propenso que Platón porque la materia de Sócrates susceptible a tales hábitos no rechaza la causa eficente externa con la misma naturalidad que la de Platón, luego resulta evidente que ninguna de estas cualidades viene impuesta en acto, sino que señala una cierta inclinación. Por su parte, más arriba quedó bien explicado que, en tanto que potencias indeterminadas, dependen del temperamento, y que este las inclina a una parte antes que a la opuesta, y quedó explicado por qué y cómo sucede tal cosa.



  ¶   23

En cuarto lugar atribuye estas disposiciones a los astros, negando que puedan proceder del temperamento. Mas yo, primeramente, negaría la consecuencia pues, ¿qué impide que el temperamento venga causado por el cielo y los astros y que, acto seguido, de este temperamento surjan las potencias e inclinaciones arriba mencionadas? Ahora bien, si decidiese yo negar el antecedente le resultaría difícil probar lo dicho, aunque pretenda que un futuro marinero habrá de llegar al mar desde los más altos yugos de los Alpes; como él mismo reconoce, es un argumento estúpido, pues si a este individuo lo causa y determina el cielo, lo mismo aplica al temperamento de ese cuerpo, y de todos modos ni el cielo ni el temperamento consumarán tal cosa a menos que se le presente la ocasión de ir al mar.



  ¶   24

Asimismo, cuando dijo que ninguna fuerza de los elementos pudo hacer a Ptolomeo tan propenso al placer deplorable, o a Heliogábalo y Cómodo tan feos, crueles e infames, coincido con él, y no digo que se hayan vuelto así por efecto del temperamento, antes bien, digo que los corrompieron las compañías, la mala educación y las viciosas costumbres de los aduladores, que el temperamento no supo repudiar, y que al fin adoptaron este ser, pues al margen como estaban de las leyes, pudiendo permitirse cuanto gustasen, se vieron inmersos en toda clase de vicios, empujados por los aduladores y no resistiéndose su naturaleza.



  ¶   25

Para demostrar su tesis apunta que hay quien teme a los gatos y quien teme a los ratones, y que algunos temen a todas las serpientes y se ponen a temblar solo con verlas, y defiende que todo esto no puede depender del temperamento. Ahora bien, yo no pretendo que todo se vea afectado por el temperamento o por la materia segunda, sino que algunas inclinaciones nacen de la materia segunda, no en tanto que es materia, sino en tanto que ya tiene forma y se puede llamar sangre o bilis, y no por esto estoy suponiendo que esta materia lo confiera todo, antes bien, también el agente aporta muchas cosas, como la forma y, junto con la forma, lo que la sigue necesariamente. Por su parte, no sería absurdo considerar que la aptitud de Sócrates a temer a los gatos ya existiese antes de haber visto ninguno, pues sin acusar tal aptitud no podría haber llegado a temer a un gato en acto. Y si te preguntases cuál es el temperamento de los cuatro humores que propongo como razón y causa de este efecto, y cómo y cuán grande es, así como afirmo que existe, no creo poder explicar cómo es ni cuál puede ser su nombre, y no es de extrañar, pues estas potencias suelen carecer de nombre en la materia; en verdad, se podría decir que una propensión como esta nace de una forma aplicada a una porción de materia dispuesta al contrario que la materia de que se elevan los alientos susceptibles de adoptar tal imagen espiritual: así, cuando se presenta la imagen de un ratón, los alientos se turban y se disipan ante tal imagen por el mismo principio por que se disipan las tinieblas al despuntar del sol y se agita el aire lleno de polvo ante la impresión de un espejo cóncavo iluminado por el sol.



  ¶   26

Apunta además: si el calor causase crueldad y el frío perfidia, cuanto más cálidos fuesen los animales, tanto más crueles serían, y cuanto más fríos, tanto más astutos; pero esto no es cierto, pues los caracoles son muy fríos, y también son muy frías las tortugas y las lombrices, y ninguno de ellos es un animal pérfido. Asimismo, dice, si el hombre cálido y húmedo sigue de cerca el dictado de la naturaleza, será sabio, luego cuanto más cálido y húmedo fuese, más sabio sería, y el más cálido y húmedo sería el más sabio, y en tal caso los bebés y los niños, por ser más cálidos que los adultos y ancianos, serían más prudentes y sabios que ellos. Ahora bien, todo esto tiene fácil respuesta, pues no es cierto que, por ser cálido el prudente, el más cálido haya de ser más prudente, ni que el más cálido sea también el más prudente, ya que de ser así, el fuego sería el elemento más prudente, y el hierro candente sería más prudente que el carbón; la causa es que toda virtud natural de animales y plantas consiste en la mesura y la templanza, no así en el exceso. Además, no hemos dicho jamás que el temperamento cause las costumbres ni que, por tanto, un hombre deba acusar unas determinadas costumbres por gozar de un determinado temperamento de los humores; antes bien, establecimos claramente que el temperamento de los humores de Sócrates lo hacía más propenso a unas costumbres y menos idóneo para otras; asimismo, dijimos que tras haberle inculcado la educación, la formación, el hábito, las leyes y su propia voluntad una cierta costumbre que lo suele conducir a la ira y al deseo, también habría sufrido algún cambio su temperamento, no de manera absoluta ni en todo el cuerpo, como si se hubiese de volver pituitoso y frío quien tenía un cuerpo bilioso y cálido, sino solamente en los humores de los vasos próximos al corazón, materia y sujeto de la costumbre y del hábito conferidos por la formación; además, no diremos que solo se ha alterado y transformado el humor, sino también, en cierto modo, el vaso que contiene el humor, pues una nueva forma implicará también un cambio en la materia.



  ¶   27

Tal fue, de hecho, el caso de Sócrates, pues antes de adoptar el hábito de la mansedumbre mediante su ejercicio gritaba por nada y solía matar a sus criados, y ahora, dulce, guarda silencio, porque al cambiar la obra y la costumbre también el sujeto se ha visto alterado; ahora la cantidad de bilis en el corazón y la cabeza es mínima y, si bien es cierto que existe, no se enardece como antes, luego ya no se enfada con facilidad y, de enfadarse por un motivo comprensible, actuaría siempre con delicadeza. Por otra parte, si algún iracundo se hubiese vuelto dulce de repente a causa de un letargo o de alguna otra dolencia pituitosa, no diré que se haya alterado su costumbre, y es que en cuanto se esfume lo que mantiene impedida la pituita volverá a ser como era; antes bien, diré que la función se ve impedida en la materia, bien por un obstáculo, bien por la ausencia de la bilis que, cuando ocupaba el corazón, constituía el sujeto y sustento de la costumbre. Algo así le sucedió a un conocido mío que, por una larga enfermedad y un dolor de cabeza constante, olvidó sin remedio aparente casi todo lo que había aprendido de joven; sucedió que, tras haber drenado el humor dañino y eliminado el impedimento, su cabeza recuperó su estado natural y todos sus recuerdos; por tanto, la afección de la materia no eliminó el hábito de la memoria, sino que su presencia impidió su operación.



  ¶   28

Además, yo no digo que una determinada fábrica de humores vuelva un hombre ni pérfido ni temerario; antes bien, afirmo que el pérfido o el temerario, quien puede adoptar estos hábitos sin mayor problema y les es mucho más pronto que cualquier otro, alberga en el principio de sus acciones una combinación y un temperamento de los humores que constituyen una materia adecuada para estas pasiones; y así como digo “si hay casa, entonces hay pared”, mas no al contrario, sino “si hay pared, entonces también podría haber casa”, también diré “si alguien ejerce el hábito de la iracundia, entonces le hierve la sangre en el corazón”, mas no al contrario, “si le hierve la sangre, entonces es iracundo”, antes bien, solo afirmo que es propenso a la ira, como la pólvora lo es a recibir fuego.



  ¶   29

Y como aquel pretende que los buenos y malos no lo son por naturaleza, sino por elección y voluntad, y que no se puede inferir que un hombre con un determinado cuerpo también haya de acusar unas determinadas costumbres, todo ello con el ejemplo del estoico Epitecto y de Sócrates, hombres muy feos pero excelentes, y el ejemplo de Cómodo, Domiciano y Heliogábalo, que aun siendo hermosos fueron malos, respondo que esto no viene a cuento: en efecto, el temperamento del cuerpo es una causa universal que inclina a unas costumbres antes que a otras, pero no impone ninguna de ellas; antes bien, son la voluntad y la elección las que forman las costumbres, pues nosotros somos dueños de nuestras obras, siempre que estemos dispuestos conforme a natura, no según una afección enfermiza, y no alberguemos un principio viciado; y si Epitecto y Sócrates fueron buenos, y Cómodo y Domiciano malos, cabrá imputárselo a ellos mismos: los primeros corrigieron su temperamento natural, y los últimos lo emplearon de mala manera, aunque no fuese malo de por sí.



  ¶   30

Nuevamente, reprobando a quienes afirmaban que las costumbres del espíritu siguen el temperamento del cuerpo, les enfrenta este razonamiento: la costumbre es un modo y cualidad del movimiento; por tanto, la costumbre supone un movimiento; a su vez, el movimiento es causado por la naturaleza, que es forma, y no materia; por tanto, la costumbre depende de la forma y del alma, que no de la materia. En verdad, también yo podría servirme del mismo razonamiento y decir: la costumbre es una afección del movimiento; el movimiento depende de la naturaleza; la naturaleza es materia; por tanto, la costumbre surge de la materia; ahora bien, si la costumbre es una pasión del movimiento o de aquello que tiene movimiento, siendo esto último un cuerpo, la costumbre es una pasión del cuerpo; por su parte, el cuerpo consta de materia y forma, y estas, como son relativas, no pueden existir ni entenderse la una sin la otra; por tanto, si según él las costumbres dependen de la forma, también dependerán de la materia, pues la forma sigue a la materia y la materia a la apariencia, y ninguna puede existir sin la otra. Por otra parte, cabe recordar que algunas afecciones del hombre siguen más de cerca a la materia, y otras a la forma, pero todas pertenecen al compuesto entero.



  ¶   31

Cuando eleva su discurso a lo sobrenatural y dice que existen tres cosas, a saber Dios, que todo lo hace, la materia, de que todo surge, y el cielo, con que Dios todo lo hace, concluye lo siguiente: así, los elementos no detentan fuerza alguna sobre las formas de las cosas, y la forma no depende de la materia, sino de la fuerza del agente. Yo me inclino a pensar que la consecuencia, a saber, que la materia lo recibe todo y que, por tanto, los elementos no detentan fuerza alguna, es falsa. Digo que existen dos tipos de materias, la primera y la segunda, que llamamos elementos; no en vano, si solo la materia primera recibiese y retuviese del cielo las formas producidas por Dios, las cosas no se diferenciarían en género, pero como una forma determinada requiere una materia determinada, los elementos, su combinación y atemperamiento preceden a la forma que la cosa habrá de recibir. Y no niego yo que la forma se encuentre en el agente consumador antes que en el sujeto consumado, antes bien, digo primeramente que la consumación contempla al agente consumador como principio y agente eficiente, y al consumado como sujeto: del mismo modo, nuestro bienestar contempla la salud como principio y el cuerpo como sujeto; por su parte, el alma es el principio de las costumbres, y estas, que existen y se encuentran en el cuerpo y el temperamento de los elementos, los contemplan como sujetos, pues los actos de las cosas activas se aplican al paciente que se les dispone, como se apunta en el segundo libro del De anima.



  ¶   32

Y como argumenta que un compuesto no acusa la forma de aquello que en él predomina, pues en tal caso todos los animales y plantas tendrían una única y misma forma, niega que el temperamento pueda venir a hacer nada. Yo digo que unas formas son universales, otras particulares y algunas últimas; y que si un número mayor contiene al menor, también la forma posterior contendrá la anterior; por tanto, es cierto que todos los compuestos con término propio acusan predominio de la tierra, al menos como masa, en tanto que se trata de una materia común; por consiguiente, todo acusa una misma forma y es una misma cosa. Se niega la consecuencia, y aun si fuese cierta, solamente lo sería al nivel de la forma universal: así, por ejemplo, nosotros y los caballos somos animales igualmente, pero luego nos distinguimos por una cualidad última, y es que nosotros somos racionales y los caballos irracionales; así pues, no es razonable sugerir que todos los animales son un único y mismo compuesto y que, por consiguiente, viven al tiempo que no viven. Respondo: son un único y mismo compuesto al nivel de la forma universal, y como inanimados que son, no viven, pero sí viven en tanto que tienen alma y son animales.



  ¶   33

Nada aporta lo que añade a continuación, a saber, que nadie da lo que no tiene, que los elementos no tienen ambición ni avaricia y que, por tanto, no proporcionarán tales cosas. Podría responderle yo con otros razonamientos semejantes: el sol y el movimiento no tienen calor, luego no darán calor, y el sílice y el acero no tienen fuego, luego tampoco darán fuego; el problema es que son insensateces: en efecto, por separado, la cal y el agua son frías y no dan calor, pero en contacto producen fuego; por separado, las piedras no se unen unas a otras, pero juntas conforman un muro; el agua y la harina no son pan, pero juntos hacen pan; asimismo, los elementos, por separado, no acusan avaricia ni ambición, ni pueden adoptar tales pasiones, pero juntos y convenientemente atemperados conforman un sujeto capaz de adoptarlas. En efecto, ni la tierra ni el agua pueden formar, por separado, una olla o un caldero, pero si se viniesen a unir y se dejasen elaborar, conformarían una masa y un compuesto capaz de adoptar la forma de caldero y de olla; del mismo modo, los elementos por separado no pueden adoptar la avaricia o la ambición, pero combinados y tratados de un cierto modo, formando un compuesto capaz de recibir un alma racional, se vuelven sujetos de la avaricia, la ambición, la generosidad y otras pasiones del espíritu; y esto aplica también a las pasiones de un imán.



  ¶   34

Por su parte, cuando critica los deslices de Alejandro, como él los llama, da por sentado que el peso no puede ser una forma sustancial, pues las formas no aceptan gradación, y el peso sí, de modo que no puede ser una forma. A mí, en cambio, siempre me ha parecido que las cualidades sustanciales, que llaman formas, sí admiten gradación, pues algunos individuos acusan una animalidad más pronunciada que otros, participando esta más claramente en unos y en otros de manera más velada; no en vano, si la esencia del animal consiste en el sentido, y especialmente en el tacto, sabiendo que al hombre se le ha concedido el tacto de manera muy evidente, y no tanto a muchos otros animales, queda claro que la animalidad, que es una forma, admite gradación, y si no por sí misma, al menos sí en función del sujeto, pues está más consumada en uno, y en otro menos, por estar su materia menos elaborada. Ahora bien, si dijeses que las formas son fines y, por tanto, indivisibles, luego sin gradación posible, respondería yo que las formas son fines si se entienden en sí mismas y de manera abstracta, y en tal caso detentan la razón de la indivisibilidad, pero cuando se dan en un sujeto sí parecen admitir gradación. Además, si todas las apariencias naturales y corrompibles merecen tales nombres por contemplar un contrario, y cuanto contempla un contrario admite gradación, pues la gradación consiste en padecer la mezcla del contrario, las formas naturales o lo que acuse formas en su materia habrán de participar en mayor o menor grado, según la materia ofrezca más o menos resistencia al agente y adopte las formas mejor o peor; y así como hay muchas cualidades que no aceptan gradación, pero sin duda las acepta lo que acusa estas cualidades, tampoco las formas de las sustancias admiten gradación de por sí, pero nada impide que quien las acuse, un buey o un caballo, lo haga en mayor o menor grado.



  ¶   35

Por su parte, cuando niega que el peso sea una forma, alegando que las formas de las cosas se nos esconden, digo que esto no aplica a todas ellas, sino solamente a las que están imbuidas en la materia y son formas últimas, y el peso, por su parte, no es una forma última del elemento. Además, si considerases la tierra en tanto que tierra, su razón sería la terrestridad, en tanto que se encuentra en un lugar determinado, el peso, y en tanto que es un elemento, la sequedad con frío; así, la forma del doctor, en tanto que enseña, es la doctrina, en tanto que es hombre, el raciocinio, y en tanto que es animal, su principal característica es el tacto, si bien es cierto que todo se ve determinado por su potencia y obra; pues bien, cuando algo contemple múltiples obras también contemplará múltiples razones, luego nada impide que algo sea una única cosa en sujeto y muchas en razón y forma. Mas te preguntarás si una única cosa pueden acusar múltiples formas. Respondo que no, pues solamente hay una forma última que contiene las demás, al igual que el cuatro contiene al tres y al dos. Sea la cosa EBCDF: digo que F es la forma y el término único; en cuanto a B, C y D, digo que se contienen en acto, que existen en potencia y que se denominan preparaciones de la materia. Por último, cuando decimos que algunas ovejas carecen de cuernos por falta de materia, no se han de comparar con caballos o perros, antes bien, cabe ceñirse a individuos de una misma especie; en efecto, las ovejas de la montaña tienen cuernos, no así campestres, pues carecen de la materia seca que forma los cuernos; además, opina aquel hombre que ninguna forma sale de la potencia de la materia, sino que todas se le aplican a ella: es falso.



  ¶   36

El primero de los argumentos tomados del segundo libro del De generatione dice: “si los compuestos nacen de la sola combinación de los elementos, ¿por qué de un hombre nace un hombre y de una oliva un olivo, y no alguna otra cosa?; podría replicar yo que el origen del olivo no es una combinación cualquiera, sino una combinación determinada. Acto seguido se pregunta por el agente: cuando una olivda nace de otra no sucede por azar, como decía Empédocles, sino por la naturaleza; a su vez, la causa que forma la oliva le confiere algunas pasiones derivadas de la misma forma que, no obstante, se podían haber acomodado en aquella materia determinada; esta determinada disposición de la materia acusa una dimensión, y en función de esta altera la operación que le llega de la forma. Por otra parte, quedó explicado más arriba que algunos aspectos del compuesto dependen de la apariencia y del eficiente, y otras de la materia.



  ¶   37

El segundo argumento dice que cuanto existe en nosotros es movimiento o reposo, y ni una cosa ni la otra es producto de los elementos ni de la materia. Respondo que la materia no causa nuestros movimientos de manera activa, sino pasiva, y que todas las afecciones de un compuesto las causa la materia, como materia que es, solo de manera pasiva, nunca activa; así, por ejemplo, la fuerza de la ira le viene al hombre del alma, pero poder enfadarse de una manera determinada le viene de la disposición de la bilis, y aplicar esta ira de un modo concreto es fruto de haberle inducido un hábito a la propensión. Así pues, las afecciones dependen de la materia de manera subjetiva; de manera efectiva, en cambio, dependen del agente o de la forma como principio.



  ¶   38

El tercer argumento: “si el alma no se debe a los elementos, tampoco las pasiones ni los hábitos que la acompañan, luego tampoco las costumbres”. Se ha respondido que algunas de nuestras pasiones existen en función de la forma, y otras en función de la materia; las primeras no nos las dará la materia, pero sí las segundas. Además, aun siendo cierto que el alma no se debe a los elementos, sí es susceptible de entrar en un cuerpo derivado de los elementos, luego este cuerpo también acusa las pasiones corporales recibidas en tanto que se pueden recibir; esto es posible gracias a la materia; por tanto, aunque estas pasiones existan por la forma, su recepción se debe a la materia; ahora bien, en ocasiones las cualidades de la materia hacen que se reciban de diferentes maneras y que operen según unas y otras o cuanto de ellas se derive. Así pues, aunque el alma no venga de los elementos, no es cierto que sus operaciones no se puedan ver alteradas por ellos; no en vano, el hombre no viene del hierro ni del acero, pero muchas de sus obras las consuman el fuego o el acero, y del mismo modo algunas operaciones del hombre las consuman órganos corporales que sí se derivan de los elementos.



  ¶   39

Se apunta que la materia no puede ser causa eficiente de lo generable; coincidimos plenamente, y tan imposible es defender lo contrario como sugerir que las pasiones del compuesto surjan de la materia de manera efectiva, como pensaban Demócrito y Anaxágoras. Lo propio de la materia es padecer y dejarse mover, y concurrir de manera pasiva, que nunca activa, como corroboran los argumentos siguientes, que rechazan ligar a la materia la causa de ninguna pasión o efecto; esto es cierto a nivel formal y efectivo, pero no lo es a nivel material y subjetivo, pues podemos advertir que muchas de nuestras alteraciones son fruto de cambios en los humores; por tanto, el argumento que se añade a continuación no contraviene nuestra posición, pues dice que la forma es la causa de la existencia de la cosa, luego también de la materia y sus afecciones: cierto es que la forma causa la materia en última instancia, ya que la materia existe gracias a la forma; ahora bien, aunque la trae a la existencia, no hace que exista de manera absoluta, y es que el primer cometido de la forma es activar la materia y traerla a la existencia.



  ¶   40

Acto seguido se apunta, siguiendo a Aristóteles, que las potencias de la materia son como una sierra en manos de un carpintero, y ello viene a confirmar plenamente nuestra posición: no decimos que un banco sea obra de una sierra o de un hacha, decimos que lo ha hecho un carpintero con estas herramientas; del mismo modo, también decimos que unas operaciones y unos efectos concretos son obra de unos miembros con una disposición determinada que, a su vez, suele responder a la habilidad de la materia que la recibió.



  ¶   41

Por último, no decimos que el calor y el frío sean las causas primeras generadoras de las cosas, ni que todo venga de estas dos cosas; antes bien, siguiendo a Aristóteles en el último capítulo del cuarto libro de los Meteorologica, sabemos que unos cuerpos compuestos son homogéneos y otros heterogéneos, y que los primeros nacen del calor y del frío; en cambio, los segundos, cuya materia son los cuerpos homogéneos, no nacen del calor, sino de la natraleza, del cielo o de alguna otra causa más grande y excelente que el calor o el frío.



  ¶   42

Creo que estas réplicas y otras semejantes pueden rebatir por completo los argumentos de quienes negaban que se pudiese afirmar algo cierto mediante las señales corpóreas que siguen a la complexión; mas no por ello comulgaremos con lo que Galeno procura demostrar con muchos argumentos y autoridades en un libro suyo, a saber, que las costumbres del espíritu siguen el temperamento del cuerpo, pues basta estudiar las opiniones atribuidas a Platón, a Aristóteles y a Hipócrates para constatar su plena afinidad con lo que hemos dicho. Nuestra posición sostiene que la combinación de los elementos forma el temperamento, y que este, acto seguido, conforma un cuerpo homogéneo del que vendrá a salir uno heterogéneo; de acusar este último armonía y razón, se vuelve capaz de consumar los cometidos del alma racional, y ante tal disposición natural se presenta un alma racional y se conforma un hombre, cuyas operaciones y funciones provienen del alma como principio; su mejor o peor consumación ya depende del cuerpo en tanto que materia y sujeto; por último, su ejercicio viene dado por el hábito, el afecto o alguna causa externa, lo mismo accidental que esencial.



  ¶   43

Estas y otras razones similares se pudieron enfrentar no sin razón al hombre mencionado más arriba, y no creo que diste mucho de nuestro parecer quien atacó esta opinión con tanta severidad y dureza, pues dice: “lo que consuma la carne es la forma de la carne, y la forma de la carne incluye la forma de la tierra, al igual que el cuadrado incluye al triángulo”. Por tanto, de ser cierto, así como una diferencia en el triángulo, según sea rectángulo o acutángulo, repercute en el cuadrado, volviéndolo un rombo o romboide, también las diversas formas de la carne, si no cambian, al menos sí alteran la forma del caballo y lo llevan a obrar de modo diferente; por su parte, si la forma de la carne es diferente, también se verá alterada de algún modo la forma de la tierra, luego se siguen mutuamente, y una operación alterada denota la alteración del agente subyacente que opera, y este, a su vez, ha cambiado por haber cambiado también en algún aspecto su razón; la razón no habría cambiado de no haberlo hecho también los fundamentos de la razón, q ue no cambian a menos que también lo haga la materia próxima sujeto, que requiere, a su vez, un cambio en los principios primeros de que se deriva, a saber, los elementos, en cuya combinación consiste la razón de aquella. Así pues, queda claro que la operación sigue a la forma y que la forma sigue a la materia, y en sentido inverso, una materia preparada de un modo determinado adoptará sin pena una forma concreta, y con esta forma consumará una operación precisa.



  ¶   44

En su ducentésimo cuadragésimo octavo ejercicio apunta que el hombre es el animal más prudente porque su cuerpo y sus principales miembros gozan de una tibieza muy acusada en comparación con los demás animales, de modo que el hombre es el animal de corazón más tibio, y lo mismo dice del cerebro. Asimismo, siguiendo la opinión de Aristóteles en la decimocuarta sección de los Problemata, dice que la mejor constitución corporal se atribuye al intelecto, y que así como los cuerpos difieren entre sí, también los entendimientos. Por tanto, si el entendimiento, como operación inmaterial y no combinada que es, sigue al cuerpo, también la costumbre y el afecto, que son una forma del cuerpo, habrían de reflejar su diversa disposición; así, cuando veamos que dos cuerpos acusan diferentes afecciones, cabría considerar que esos dos hombres también desean y saben cosas distintas.



  ¶   45

Nuevamente, refutando a Alejandro, apunta que las propensiones del hombre no las da el temperamento, sino las estrellas. Yo diré: si las estrellas confieren unas ciertas propensiones por conceder una forma determinada, sabiendo que al dar una forma también confieren una materia, pues una forma concreta requiere una materia determinada, son las estrellas las que determinan la materia, y esta, por su parte, es una combinación de los elementos, ya que estos conforman los cuerpos homogéneos, materia a su vez de los heterogéneos, según Aristóteles. Así pues, las estrellas producen una materia determinada y le confieren unas afecciones concretas, luego podemos inferir que según sean las afecciones de la materia también será su forma, de modo que según sea el cuerpo, así será el alma. Pues bien, una cierta combinación de los elementos toma una forma concreta, y una apariencia concreta produce unas operaciones determinadas, luego una cierta combinación de los elementos produce unas operaciones determinadas; a su vez, una determinada combinación lleva ligadas ciertas señales; así pues, resulta evidente que estas señales corpóreas permiten intuir las operaciones futuras de un compuesto, como atestigua incluso este individuo que tanto atribuye a los astros.



  ¶   46

Ahora bien, nuestras inferencias y argumetos detentarán necesidad cuando procedamos de las operaciones a la forma y de esta a la materia; en cambio, solo detentarán probabilidad y posibilidad cuando procedamos de las señales de la materia a la forma y las operaciones. Así, por ejemplo, si hay una casa, tendrá paredes, luego tendrá ladrillos duros y rojizos; por tanto, si me topase con un objeto duro, rojizo, alto y ancho, esto es semejante a una pared, es probable que se trate de una pared y, de serlo, es posible que haya una casa. Por tanto, nuestras inferencias detentarán necesidad cuando avancen de la forma a la materia, como se apunta en el segundo libro de las Physica, pero no lo harán cuando avancen de la materia a la forma.



[La ilación necesaria va de la forma a la materia]

  ¶   47

Asimismo dice aquel hombre: “de manera absoluta, el tacto exquisito consiste en una blandura ajena a la intemperanza animal y próxima a la medianía; por su parte, la blandura de niños y mujeres le anda lejos a la blandura atemperada de los hombres; por tanto, los niños y las mujeres no tienen el sentido del tacto tan elaborado, exquisito ni certero como el hombre consumado y adulto”. Él mismo está afirmando que un accidente del cuerpo viene a alterar las funciones y disposiciones del alma; por otra parte, ni Platón, ni Aristóteles ni Hipócrates parecen disentir de nuestro juicio, a saber, que las operaciones de los hombres padecen los cambios de los instrumentos, cuya diversidad puede venir causada tanto por el alimento como por los humores y otras tantas causas. FIN DE LA SEGUNDA PARTE



Capítulo xxx

Capítulo xxx    MÉTODO PARA LA IDENTIFICACIÓN DE LAS SEÑALES

orig:   (35.1)

Mas me parece que el alma y el cuerpo padecen de manera conjunta y recíproca: un uso alterado del alma altera, a su vez, la apariencia del cuerpo, y una apariencia alterada del cuerpo, por su parte, altera también el uso del alma. Y así, como los sentimientos de tristeza y de alegría residen en el alma, se echa de ver que los tristes demuestran un rostro afligido, y los contentos uno alegre. 

  ¶   1

He aquí la tercera parte del volumen, en la que Aristóteles nos propone un método y una especie de vía que nos enseñe a enunciar algo a propósito de las potencias y las cualidades de los hombres a partir de la adecuación aparente y la analogía con los animales salvajes. El modo en que parece poder convenir con lo anterior es el siguiente.



[Intención de Aristóteles]

  ¶   2

Más arriba se ha dicho que la fisionomía existe. Asimismo, se ha visto que nos es posible enunciar algo a propósito de ciertas pasiones del alma humana, y que hemos contemplado diversas maneras que, no siendo malas, sí serían imperfectas de tomarse individualmente. Sumaron siete, a saber: el movimiento, el color, la disposición del rostro, la cualidad tangible, la voz, la afección de las partes, la forma del cuerpo entero y de sus partes. Y mediante una larga disertación demostró que el fisiónomo suele formular sus juicios partiendo de estas fuentes o señales, y por medio de ellas, y que puede servirse de estas herramientas para pronosticar el futuro.



[Relación con lo anterior]

  ¶   3

Ahora, por su parte, se propone explicar la manera en que cada uno de nosotros puede identificar y localizar las señales que nos permitan afirmar algo a propósito de las inclinaciones de los hombres. En efecto, daremos la noticia por bien constituida y bien perfilada cuando hayamos conocido que existe y de qué se trata, y hayamos comprendido el modo en que ha de emplearse. Y es que así procedería quien quisiese transmitirnos los oficios de la construcción o de la costura, enseñándonos primeramente en qué consisten; luego, como estos oficios prometen construir casas y confeccionar ropa, nos confirmaría que así es, haciéndonos ver que construyen y confeccionan continuamente muchas casas y vestidos; acto seguido, y por último, daría por enseñado el oficio de la construcción o de la costura explicando la manera y el método con que se construyen y se confeccionan las casas y los trajes, y el modo de disponer de todo lo necesario para construir y confeccionar casas y trajes.



  ¶   4

Es evidente que Aristóteles ha procedido de la misma manera; en efecto, primeramente explicó qué es la fisionomía, y enseñó cuál es su propósito; luego, demostró mediante una larga disertación que nos es posible identificar las propensiones del alma a partir de señales corporales. Así pues, ahora se propone seguir con lo demás, y comienza indicando el modo y el camino que nos permitirán encontrar las señales y los medios adecuados para la formulación de los juicios. Y aunque existan múltiples modos, toca uno y otro, y ahora toca el principal, que se basa en la adecuación aparente; del otro, que procede por silogismo, hace una breve mención: no en vano, se trata de los modos más adecuados para esta disciplina y los más útiles para el filósofo natural.



  ¶   5

Y es que la fisionomía es una rama de la física, o le es subalterna: las disciplinas subalternas, como decía Aristóteles, son propias de las cosas sensitivas y se ocupan especialmente de las cosas sentibles, y atienden especialmente al que, dejando el por qué a las disciplinas superiores. Así pues, como la adecuación y la inadecuación con los animales en el cuerpo del hombre es algo aparente a los sentidos, optó, no sin razón, por este modo; a su vez, contempló también el que procede por silogismo, pues es el más necesario para el filósofo. Dicho lo cual, pues, queda claro cuál es el propósito de Aristóteles en esta parte, y por qué tiene este propósito. Escuchemos ahora de sus palabras cómo ha de alcanzar su objetivo.



[Las ciencias subalternas se ocupan del qué]

  ¶   6

Así pues, sabiendo que elige las señales partiendo de la aparente adecuación o disconformidad de los animales con el cuerpo humano, y que emite sus juicios en función de las elegidas, se dispone a confirmar este proceder como principio firme.



  ¶   7

Todo animal tiene dos tipos de operaciones: una propia y otra común. En el hombre se denomina común la que, además del hombre, ejercen y practican otros muchos animales; en cambio, se denomina propia la que conviene a una sola especie, como la humana, y a ninguna otra. La operación común se sirve de instrumentos comunes, mientras que la propia, por una parte, determina para sí un instrumento corpóreo propio y privado con el que ejercer; por otra, disfruta de un instrumento propio, una potencia propia y particular que es el acto, la razón y la consumación de aquel instrumento. Por ejemplo, la operación de cortar determina para sí un instrumento propio, como la sierra, pues no habrás de cortar con un martillo o un berbiquí. Esta sierra tiene una potencia propia de cortar, que es el acto primero que le da el nombre de sierra; de ahí que según sea la sierra, tal será su potencia, y según sea su potencia, tal será también la sierra. Así pues, esta potencia segunda o acto primero, el instrumento o parte operante del cuerpo y la operación parecen ser tres cosas que se siguen mutuamente por sí mismas y en función de lo que son.



[Cuál es la operación propia del hombre, cuál la común]

  ¶   8

Por tanto, para sentar el principio y fundamento de lo que vendrá, dice Aristóteles al inicio del capítulo: “... que el alma y el cuerpo padecen de manera conjunta y recíproca”. Y ya aquí señalo que nosotros hablamos de la parte del alma que está imbuida en la materia y que se sirve de instrumentos corpóreos.



[Nota]

  ¶   9

En cambio, la parte que no está ligada a ningún instrumento, llamada intelecto, del cual habló Aristóteles hacia el inicio del tercer libro del De anima, al ser inmaterial y permanecer desligada del cuerpo, no se ve afectada por las pasiones del cuerpo salvo por accidente. Sucede exactamente lo mismo cuando el hombre, en tanto que aserrador, se inclina hacia las afecciones de la sierra: del mismo modo el intelecto, en tanto que es una sustancia, no se inclina a las pasiones corpóreas; pero, en tanto que obra mediante imágenes e instrumentos corpóreos, y como alma, se dice que también padece conjuntamente con ellos.



[El intelecto no se ve afectado salvo por accidente]

  ¶   10

Por lo demás, ya se ha demostrado en el primer libro del De anima que todas las pasiones de los animales y seres vivos son comunes al cuerpo y al alma, aunque parezca que unas vienen del cuerpo y otras, en cambio, del alma. Por ejemplo: si alguien afectado por el dolor ante la muerte de un hijo viniese a contraer en el alma fiebre y atrofia, el germen de la enfermedad desarrollada fluye al cuerpo y se instala en él. Y asimismo, si alguien viniese a contraer fiebre por un exceso de calor y de trabajo, enseguida se pondrá también más triste, y sufrirá más temor y más angustia que de costumbre: decimos que esta pasión fraguada por el cuerpo termina en el alma y se le comunica.



  ¶   11

Se dice que padece de manera conjunta aquello que hasta tal punto se afecta mutuamente que, de cambiar algo en uno de ellos, por fuerza ha de producirse algo también en el otro. No importa si el cambio y la alteración no coinciden en dimensiones y aspecto, como vemos que sucede con los amantes, que padecen juntamente y, al cambiar algo en uno de ellos, se ve que sucede lo mismo, o al menos algo por el estilo, en el otro; como expresó muy elegantemente un poeta italiano, que aseguraba turbarse, alegrarse, entristecerse y lamentarse y sufrir mil cambios según viniese a cambiar el rostro de su amada. Este padecer de manera conjunta y recíproca es la primera pasión de las cosas que son correlativas y en tanto que son correlativas, y de las cosas que están unidas y conforman una unidad sin fisuras. A su vez, nada conforma una unidad más individual que aquello que nace de la materia y de la forma, y del alma y del cuerpo, luego no es absurdo que el alma y el cuerpo padezcan naturalmente de manera conjunta y recíproca al más alto grado.



  ¶   12

Por otra parte, dijo que, en cuanto a los correlativos respecta, al sufrir un cambio uno de ellos, por fuerza ha de producirse también en el otro, aun no siendo siempre de idénticas dimensiones, de idéntico aspecto ni género. Tal es el caso de la sierra y de la punta: si alguien corrompe el filo, por fuerza corromperá también la sierra o el hierro, en tanto que es parte de la sierra. Mas si las cosas que están unidas no son relativas más que por accidente, como un enemigo y su enemigo, también padecen conjuntamente en tanto que son enemigos, pero la pasión no tiene un mismo aspecto; y es que esta pasión le resulta grata a uno e ingrata al otro: Sócrates se regocija ante el cambio sufrido por Platón tras ser castigasdo con una fusta, mientras que Platón se aflige. En los correlativos, por tanto, en ocasiones ambos individuos padecen un cambio con un mismo aspecto, pero otras veces solo comparten el género del cambio.



  ¶   13

Según me parece, el alma y el cuerpo comparten sus cambios, pero en ningún caso con el mismo aspecto, pues uno de ellos es una cosa incorpórea, mientras que el otro es un cuerpo, y todo lo que se recibe depende del recipiente. En el cuerpo, las pasiones propias del alma no brillan en absoluto con el mismo aspecto. Por ejemplo, advertir y aprender son pasiones del alma y, en cambio, no se muestran en el cuerpo, aunque el cuerpo también participe necesariamente y sin él sea imposible que el alma sufra cambio alguno, pues sin las imaginaciones y los sentidos no podrá entender ni aprender; mas sentir es padecer, luego el alma sí padece juntamente con el cuerpo.



  ¶   14

Pero se planteará alguno: si sufrir es moverse y se mueve lo que es móvil, como el alma es incorpórea e inmóvil, no es posible que se mueva o que sufra. [*]
Pero se responderá que hay dos maneras de sufrir y de moverse: por uno mismo y por accidente. El alma no sufre por sí misma, sino por accidente, en función del movimiento del cuerpo y de sus pasiones.



[Cuestión. Si el alma sufre]
[*][Respuesta]

  ¶   15

Y nuevamente: si sufre por accidente y en función de la pasión del cuerpo, no sufrirá por sí misma; pero se ha dicho que existen, en primera instancia, algunas pasiones propias del alma, y que luego se comunican al cuerpo por medio del alma, como aprender y advertir. Además, acaso sea falso que el cuerpo sufra y se altere ante un cambio de los usos en el intelecto, pues se ha dicho que los usos del alma no alteran el cuerpo. En efecto, si el cuerpo se viese alterado por las disciplinas, ciertamente quedaría en él alguna huella del cambio, pero no es el caso, luego nada cambia por el hecho de que alguien haya adquirido un conocimiento.



[Cuestión]

  ¶   16

Tal vez en ocasiones cambia más aquello que sufre por accidente que lo que sufre por sí mismo. Por ejemplo: si alguien, como le sucedió a Orbilio, pierde todos sus recuerdos tras haber sido golpeado en la parte frontal de la cabeza, su cuerpo, ciertamente, se ha visto afectado por sí mismo, mientras que la memoria y el alma por accidente; no obstante, en esta última el cambio fue mayor que en el cuerpo. Por este motivo, pues, decimos que el alma sufre de vez en cuando, primero de todo porque algunas pasiones brillan más en el alma que en el cuerpo, aunque todas son siempre comunes a uno y a otro, en tanto que es el compuesto formado por ambos lo que sustenta aquellas pasiones. En cuanto a la segunda cuestión, digo que es imposible que se produzca un cambio en el alma sin que también se produzca alguno en el cuerpo. Ahora bien, de entre los que se producen en el cuerpo, unos son internos y no pueden verse, y otros son visibles. Si viniese a producirse un cambio en los usos contemplativos del intelecto, como no se sirven de ningún instrumento ni tiene fuerza sobre la materia, como se ha dicho, este cambio no se verá en el cuerpo, y entonces decimos que los cambios de los usos intelectivos no aparecen en el cuerpo, y que tampoco el cuerpo se mueve sensiblemente en función de su presencia. En cambio, tal vez sea falso que el cuerpo, sencillamente, no se mueve como consecuencia de la generación y los cambios de esos usos.



[Respuesta]

  ¶   17

Expuesto lo cual, declara, según me parece, que el alma y el cuerpo padecen de manera conjunta y recíproca, diciendo: “un uso del alma alterado viene a alterar la apariencia del cuerpo, y una apariencia del cuerpo alterada viene a alterar el alma”. Ciertamente, esta sentencia no plantea problema alguno, y bien puede tomarse como un razonamiento lógico, lo cual no es absurdo, pues también una sentencia es una especie de demostración cuando deduce algo partiendo de algo conocido previamente: esto es emplear la razón y el silogismo.



[Que el alma y el cuerpo padecen de manera conjunta y recíproca]

  ¶   18

Pues bien, para demostrar con ello lo dicho por Aristóteles, digamos en un primer momento que un uso es una disposición asentada. No obstante, un uso del alma es una consumación y una entelequia según la cual el alma, por medio del cuerpo, es capaz de hacer o padecer algo que no podía hacer o padecer propiamente antes de adoptar dicha consumación. Por ejemplo, el oficio de la carpintería o de la construcción son usos del alma, pues son una consumación gracias a la cual el alma, por medio del cuerpo y de herramientas corpóreas, puede construir casas y montar mesas que anter no podía construir o montar. Así pues, el alma toma de la naturaleza algunas potencias primeras en función de las cuales puede adoptar todos los usos; de estos usos se dice que son consumaciones y actos primeros de estas potencias. Por tanto, al introducirse estos usos en nosotros, por regla general, mediante el estudio y la disciplina, o bien mediante su descubrimiento e indagación, es evidente que son recibidos por el alma mediante los sentidos o no sin ayuda de los sentidos, y que se introducen en el dueño del alma. Sentir, por su parte, es un padecer corporal, luego los usos del alma no se introducirán en nosotros sin la ayuda de una pasión corpórea.



  ¶   19

Dentro de estos usos del alma se distinguen tres categorías: unos usos se llaman contemplativos, y según estos se nos llama doctos o indoctos; otros activos, y según estos se nos denomina buenos o malos; otros, ciertamente, son factivos, y según estos nos llamamos bien creativos, bien prosaicos e ineptos para el arte. No obstante, creo que aquí Aristóteles ha empleado el término “uso” de manera impropia, y que está entendiendo por “uso” toda afección y toda disposición del espíritu por la que el alma se ve afectada de una manera o de la contraria: así pues, ahora se ha entendido este término como una palabra para referirse tanto a una afección como a un uso propiamente dicho.



  ¶   20

Toca ahora hablar de la apariencia del cuerpo. El Suesano llama aquí temperamento a la apariencia del cuerpo, y esto parece un error; y es que un poco más abajo, cuando Aristóteles explica cuál es la apariencia del cuerpo que se ve alterada, dice que los individuos tristes son de rostro oscuro, y la palabra griega πρόσωπον se refiere propiamente a una apariencia accidental (que es el término de los seres vivos) del cuarto tipo de cualidad, de las que son reconocibles por los ojos. En cambio, ahora ha de entenderse que esta apariencia o forma corporal se altera cuando sufre algún cambio según todas sus cualidades sensibles o algunas de ellas: así como un individuo rubicundo se vuelve pálido, o uno gordo se vuelve flaco o delgado, y una piel blanca y tersa se vuelve áspera, blanquecina y arrugada, igualmente decimos que cambia la apariencia del cuerpo cuando, tomando como ejemplo por antonomasia el rostro, cambia bien según sus rasgos o la disposición de sus partes, bien según los colores.



  ¶   21

Para demostrar esta posición puede plantearse un razonamiento como el siguiente: el alma y el cuerpo son dos cosas afectadas de tal manera que, al producirse una alteración en el uso, también la apariencia del cuerpo se ve alterada y cambiada; mas dos cosas cualesquiera que se ven afectadas de este modo padecen de manera conjunta y recíproca, luego el alma y el cuerpo son de esas cosas que padecen de manera conjunta y recíproca.



  ¶   22

La mayor no parece plantear problema alguno; en efecto, ya hemos declarado que padecer juntamente no es más que sufrir uno mismo algún cambio ante un cambio producido en otra cosa. Esto puede demostrarse del siguiente modo, y es que las cosas que así son, son correlativas, y es propio de las cosas correlativas compartir naturaleza, luego también cambiar y mantenerse imperturbable, como se dijo en el octavo libro de las Physica. También confirma Aristóteles en su texto la menor, y ello mediante una señal: alegrarse y afligirse son usos del alma opuestos, pero sucede que un hombre o el alma de un hombre pase de estar feliz a estar triste, y de esetar triste a estar feliz; por tanto, sucede que los usos del alma vienen a cambiar, luego sí que se produce un cambio en los usos del alma. Ahora bien, según uno se alegre o se aflija, el rostro y el aspecto vienen a cambiar, luego el alma y el cuerpo son dos cosas afectadas de tal manera que, si la apariencia de uno viene a cambiar, también el otro sufra un cambio y se altere.



  ¶   23

Que esto es así resulta evidente a quienes estudien el caso: y es que los de espíritu feliz y alegre tienen, por regla general, un rostro igualmente feliz y risueño. Tal es el caso de Heleno, según Virgilio: reconoció a los suyos y los condujo feliz a las murallas 3-1. Tal es el caso de Anquises: regocijándose por la llegada de su hijo Eneas con un espíritu sorprendido y enormemente afectado, su rostro y su voz demostraron esa misma felicidad; y quienes se afligen, por su parte, tienen un rostro oscuro y triste, como vimos reflejado en Aqueménides y en Dido: según ardía de ira o de amor sentía cosas diferentes, decía cosas diferentes y su rostro adoptaba gestos diferentes, y tras haberse dirigido a su hermana, decidida a morir, se calla, y la lividez invade su rostro 3-2.



  ¶   24

Así pues, queda constatado que es cierto que el alma padece junto con el cuerpo y que ambas cosas padecen de manera conjunta y recíproca. La causa es que el alma es un acto y una entelequia de un cuerpo orgánico vivo: a su vez, todos los actos y aquello de lo que son acto son dos cosas afectadas a tal punto que, si una viniese a sufrir un cambio, por fuerza ha de producirse en la otra. En efecto, son como la materia y la apariencia, la última de las cuales siempre se encuentra en otra cosa, a saber, en la materia, que a su vez es un sujeto en el que se encuentra algo, a saber, la apariencia. Por tanto, queda claro que, según esta razón, ni la apariencia ni la materia subsiste ni puede encontrarse por separado.



  ¶   25

Apunto, por otra parte, que se denomina rostro alegre y feliz aquel que está lleno de sangre y aliento abundantes. Así se pone cuando vienen a confluir en él la sangre y los alientos: esto suele suceder cuando estos dos se desplazan desde el centro hacia la circunferencia, lo cual sucede para que puedan acercarse al bien próximo y allí presente. Esto es lo que se denomina alegrarse en función del alma, es decir, moverse hacia el bien presente para disfrutar de él y, en la medida de lo posible, unirse a él. Por este motivo, pues, se muestra alegre y sonriente el rostro en situaciones de felicidad y placer, y los ojos, a su vez, felices y risueños. Todo lo contrario se sigue en situaciones de dolor: en efecto, cuando en presencia de un mal inminente el calor y el aliento se vuelven hacia corazón, y lo mismo hace la sangre, la superficie del rostro, privada de calor y de sangre, se vuelve pálida y se frunce, y los rostros turbados vienen a dar prueba de la afección de un espíritu turbado. Por tanto, queda así confirmado que el alma y el cuerpo padecen de manera conjunta y recíproca.



orig:   (35.2)

Pues, ante un alto del alma, resultaría que la apariencia que se da en el cuerpo seguiría existiendo: ciertamente, también así el alma y el cuerpo padecerían de manera conjunta, aun cuando no colaborasen recíprocamente. Queda ahora manifiesto que ambas cosas se siguen.  

  ¶   26

En verdad, creo que en este pasaje hay un error, como se puede suponer a raíz de lo que dice Porta. En caso contrario, no parece que el pasaje tenga un sentido completo. [*]
Porta dice: cuando el alma está triste, el cuerpo muestra un rostro lúgubre; y cuando está feliz, muestra uno feliz: al detenerse la apariencia del cuerpo se detiene también el alma. [*][*]
El Suesano, primeramente, dice que en este pasaje Aristóteles responde a una objeción tácita, a propósito de que el alma y el cuerpo, aun padeciendo de manera conjunta y recíproca, no colaboran según una causalidad propiamente dicha, pues el cuerpo no es la causa del alma ni, por el contrario, el alma causa el cuerpo sin más, sino que son Dios y el hombre las causas básicas del alma y del cuerpo. De este modo, pues —dice él—, queda claro que sí se alteran de manera conjunta y recíproca, sean o no sean causa el uno del otro. Y poco más adelante dice que existe una segunda razón, y es que se demuestra la misma posición tratada más arriba, pues ante un alto del alma también se detiene la apariencia que se da en el cuerpo.




[*][Porta]
[*][*][El Suesano]

  ¶   27

Mas yo, ciertamente, no creo que Aristóteles responda a ninguna objeción, ni creo que puedan interpretarse así sus palabras por mucho que se retuerzan; tampoco sé si es cierto lo que dice, que el alma no causa el cuerpo sencillamente y por sí misma, pues en el segundo libro del De anima ya se demostró que es causa del propio cuerpo según tres géneros de causas. Además, demuestra que no entiende lo que Aristóteles quiso decir con eso de que el sol y el hombre generan al hombre, pues no pretendía sino dar a la generación de cada cosa una causa universal, que identificó con el sol, y una causa próxima y particular, que identificó con el hombre.



  ¶   28

A mí, en cambio, me parece que tal vez deba entenderse como sigue: ante un alto del alma, es decir, habiendo dejado esta de realizar sus operaciones propias, si no obstante viniese a conservarse la apariencia del cuerpo según la cual se lo considera cuerpo orgánico, aunque estas dos cosas no ejerciesen sus funciones de manera conjunta, por fuerza sí se verían afectadas de manera recíproca, al tener una la razón de la apariencia y la otra la razón de la materia. Por tanto, con más razón debemos decir esto mismo sabiendo que colaboran de manera recíproca; y si colaboran es porque una cosa existe en función de la otra, pues esto es propio de aquello que tiene la razón de la apariencia y de la materia. En verdad, según yo lo veo, todo esto podría tener más sentido si se leyese así.



  ¶   29

Digo que el alma está ligada al cuerpo en un grado máximo, y de tal manera que, si se diese un alma detenida y desligada del cuerpo y al mismo tiempo permaneciese la apariencia del cuerpo según la cual decimos que es un instrumento, se seguiría que el alma y el cuerpo no podrían no padecer de manera conjunta en sus operaciones. Mas si esto es cierto, con más razón diremos que padecen recíprocamente cuando sí estén unidas. La consecuencia, por su parte, se basa en que si se conserva la apariencia del cuerpo, por fuerza ha de permanecer la razón del instrumento; ahora bien, si este padece en tanto que es instrumento, por fuerza ha de padecer junto con él aquello de lo que es instrumento, a saber, el alma, del mismo modo que al padecer una sierra ha de padecer el aserrador mismo en tanto que es aserrador. Leámoslo así, suponiendo que es muy probable que el texto esté errado y que la opinión de Aristóteles fuese la propuesta. Si ante un alto del alma sucediese que la apariencia del cuerpo dejase de existir, el alma y el cuerpo padecerían de manera conjunta; lo cierto es que lo primero sucede así, luego también lo segundo.



  ¶   30

Y como le pareció posible a Aristóteles que alguien replicase: “entonces el alma es la causa del cuerpo y el cuerpo la del alma: si al apartarse uno se aparta el otro también, ¿por qué el cuerpo habría de causar el alma?”, [*]
respondiendo brevemente, como suele, a esta objeción, dice que colaboren de manera recíproca o no, cause uno al otro o no lo cause, de todos modos es evidente que estas dos cosas se siguen mutuamente y que padecen de manera conjunta y recíproca. Y si se leyese así, me parece que la sola adición de una parte negativa viene a solventar gran parte del problema.



[Objeción]
[*][Respuesta]

  ¶   31

Apunto, por otra parte, que es del todo imposible que ante un alto del alma se conserve la apariencia que existía previamente en el cuerpo y según la cual este se denominaba orgánico: así pues, cuando se habla de un cadáver como carne y hueso, necesariamente se habla con ambigüedad, y la apariencia previa no se conserva de ninguna manera, sino que se ha vuelto algo completamente distinto. En efecto, es imposible que la apariencia cambie y que se mantenga ninguno de los accidentes que acompañan a esa apariencia y que entran en el sujeto en función de esta, como se observó en el primer libro del De generatione. En verdad, las partes de este razonamiento que Aristóteles ha desglosado son bastante conocidas: y es que, ante todo, la consecuencia está clara, a saber, que si ante un alto del alma no se conserva la apariencia ni la forma del cuerpo, es que el cuerpo y el alma padecen conjuntamente, pues dos cosas cualesquiera con una relación tal que, ante la desaparición o el cambio de uno de ellos, cambia también el otro, estas dos cosas cambian correlativamente, luego padecen de manera conjunta.



[Observación]

  ¶   32

El supuesto de que ante un alto del alma se altere la apariencia del cuerpo no plantea problema alguno, pues la propia experiencia lo confirma. Además, decimos que aquella es un acto del cuerpo; el acto, a su vez, es apariencia, luego ante un alto del alma ha de cambiar por fuerza la apariencia que se da en el cuerpo. Apunto, igualmente, que cuando dice que “ambas cosas se siguen”, quiere decir que el alma y el cuerpo existen naturalmente a la par y se siguen mutuamente, como cosas relativas en esencia, como materia y apariencia, la existencia de cada una de las cuales consiste en referirse a la otra.



orig:   (35.3)

Quede meridianamente claro con el siguiente ejemplo: la locura parece darse en el alma, y los médicos, purgando el cuerpo con medicamentos y echando mano de toda clase de alimentos, cambian el alma y la liberan de la locura: mediante las curas del cuerpo se produce un alto en la apariencia del cuerpo, y el alma se ve liberada de la locura.  

  ¶   33

Demuestra ahora el mismo planteamiento mediante una señal, diciendo: si la locura es una enfermedad que aqueja el alma y la locura deja de existir en cuanto se ha curado el cuerpo y se ha visto alterado mediante purgas, entonces las pasiones y las enfermedades del alma cambian ante un cambio del cuerpo; mas las cosas que así son padecen de manera conjunta y recíproca, luego es muy cierto que el alma y el cuerpo padecen de manera conjunta y recíproca.



  ¶   34

Los médicos llaman locura a la alienación de la mente sin fiebre, aspecto en el que se diferencia del delirio, que siempre va acompañado de fiebre. Por su parte, Galeno opina que la locura, que podemos llamar demencia o, mejor, enajenación, es producida por un humor o un vapor que hierve en los ventrículos del cerebro y con materia en suspensión; y que por tanto, quienes padecen esta furia se enfrentan a quienes tienen cerca con disputas, gritos y muecas, con los dientes, las uñas y los puños; y así como la demencia pura, un tanto somnolienta, y la incapacidad las causa la pituita, por su parte, el humor segregado o el vapor cálido, elevados ya por la bilis amarilla, ya por la sangre pura, una vez cálidos y ardientes, dan lugar a la locura y la enajenación. Por consiguiente, si la causa es la presencia de vapores o humores en los ventrículos del cerebro, el objetivo del médico que pretenda curarlo será purgar y eliminar este humor o vapor, luego es evidente que la locura puede curarse purgando el cuerpo con fármacos que arrastren hacia abajo la bilis y mediante revulsivos. Una vez enviado hacia abajo este humor o vapor, es cierto que el cerebro vuelve del estado antinatural a su estado natural, luego es evidente que la salud llega a la locura y la sucede una vez se ha alterado el cuerpo y se ha curado. A su vez, que la locura sea una pasión del alma queda claro por la propia definición, pues dicen que es una alienación de la mente y una lesión de la parte más destacada del alma, prueba de lo cual es que sus operaciones se ven perturbadas. Por su parte, que la locura es un vicio de la mente y que se cura tras haberse curado el cuerpo lo enseña Horacio con estos estilosos versos: y no fue innoble Argos, que creía escuchar a admirables actores, a quienes contemplaba y aplaudía con gusto en un teatro vacío 3-3. Y poco más tarde añade que se habría de curar tras haber dado cura al cuerpo: entonces, recuperado gracias los cuidados y atenciones de sus padres, expelió con el eléboro puro la bilis y la enfermedad, y volvió a su estado natural 3-4. Queda claro, pues, que las pasiones del cuerpo y del alma son tan comunes que, ante la curación de una, sana el otro también, y que a la cura del cuerpo la sigue la salud del alma. Parece que por fármacos entiende aquellos medicamentos que purgan y arrastran los humores nocivos mediante el vómito o la excreción.



  ¶   35

Así pues, como la locura es una pasión de la mente y se cura tras haberse curado el cuerpo, es evidente que el alma y el cuerpo padecen de manera conjunta; y como la apariencia del cuerpo, es decir la constitución corporal, que consiste en una cierta razón de humores naturales que conforman el cuerpo, cambia y deja de ser lo que era previamente, también el alma ha de alterarse. Así se decía en el primer libro del De anima: Héctor yace perplejo, pues es cierto que, ante un cambio en el hábito del cuerpo, cambian también las pasiones y disposiciones del alma. Así dice aquel: los tiempos cambian y nosotros con ellos. Y cuando éramos niños percibíamos las cosas como niños, pero una vez adultos las percibimos como adultos.



orig:   (35.4)

Así pues, como una y otra se consuman, es evidente que se ayudan de manera recíproca.  

  ¶   36

En este epígrafe son tres las cosas que emprende Aristóteles. Así pues, primeramente, deduce a partir de lo anterior que el alma y el cuerpo se ayudan el uno al otro, es decir, se conducen en una dirección determinada para volverse una misma cosa, y uno viene a consumar al otro, y cada uno existe gracias al otro: así pues, ni uno podría operar sin el otro, ni uno podría ser algo muy propio del otro; y un cuerpo orgánico no existirá, ni se salvará, ni podrá salvarse sin el alma, y el alma, en tanto que es alma, no haría operación alguna ni podría hacerla sin el cuerpo, a menos que tuviese una operación propia que no necesitase de instrumento alguno para ser realizada. Luego si el alma y el cuerpo padecen conjuntamente y las cosas que padecen conjuntamente se conducen mutuamente al ser y al bienestar, es evidente que el alma y el cuerpo se conducen mutuamente, tanto en los que al ser respecta como en lo que atañe al bienestar. Así pues, ambas cosas estarán tan adaptadas la una a la otra que un alma determinada habrá de tener un cuerpo determinado y particular, y un cuerpo determinado se agenciará un alma determinada, y no admitirá ninguna otra ni actuará en función de ninguna otra, como tampoco un alma particular podrá entrar en otro cuerpo ni servirse de él; en cambio, como se ha dicho, cada una de estas cosas lleva determinada una sola correspondencia. En efecto, así como toda apariencia universal se asocia a la materia universal, y así como el alma, en general, se asocia al cuerpo que sustenta el alma, también un alma determinada determina para sí un cuerpo determinado.



[El alma y el cuerpo se conducen mutuamente al ser]

  ¶   37

Vemos también que las potencias del alma se agencian ciertas partes del cuerpo como herramientas propias: en efecto, la potencia visual ve gracias al ojo, y a nada más; de modo semejante, la auditiva se sirve de las orejas, y no de la nariz o de la mano. Por tanto, del mismo modo, un alma particular requiere un cierto cuerpo particular y propio para ejercer sus tareas, y no admite ni puede admitir ningún otro. El motivo es que el alma es el acto y la consumación del cuerpo del que es alma. Pues bien, con todo esto queda claro que el alma y el cuerpo se conducen mutuamente, luego también que padecen de manera conjunta, según parece, tanto en lo bueno como en lo malo.



  ¶   38

De todo esto deduce una segunda conclusión, diciendo que las virtudes del alma tienen en el cuerpo unas apariencias que se les adecúan, es decir, que las apariencias de los miembros de un cuerpo animado son semejantes a las potencias del alma que deben servirse de estos miembros a modo de herramientas propias para acometer sus tareas. Por apariencia corporal no entiendo solamente el temperamento del cuerpo, sino también la forma y la estructura perfilada por ciertas señales, ciertos rasgos, estigmas naturales y colores perceptibles mediante los sentidos. Así las cosas, cuando veo las patas y las zarpas fibrosas y delicadas de un perro de caza y conejero, digo que ese perro es veloz, pues las patas son las herramientas de un movimiento voluntario: pues bien, guiándome por estas considero que gozan de potencia motora, y así, como parecen muy aptas para ganar velocidad, se juzga que el perro es veloz. Por tanto, nuestra manera de proceder avanza desde la forma del órgano hacia el reconocimiento de su operación, y de esta hacia el de su potencia; y puesto que la potencia ya está determinada por sí misma, reconocemos entonces cómo ejerce el movimiento.



[Unas facultades precisas del alma determinan para sí una cierta forma de los miembros]

  ¶   39

Pues bien, digo así: según la forma de los miembros y la particularidad individual de cada miembro, existirá una particularidad individual equivalente que acompañe a esa operación. Del mismo modo que todos los ojos son capaces de ver, pero los grandes y blancos tienen una visión no muy aguda, mientras que los pequeños y cóncavos y oscuros distinguen con mayor agudeza y exactitud, también toda alma de un ser vivo tiene, como algo común a todas ellas, sus potencias y sus órganos, pero como rasgo particular, cada una tiene sus cualidades y diferencias, ya específicas, ya individuales, y según estas un alma se distingue de otra. Por este motivo, como los cuerpos del león y del burro son muy distintos y diferentes, decimos que también son diferentes su operaciones, luego también sus potencias; y es imposible que en un cuerpo de burro se encuentre un alma de león. Dicho lo cual, demostremos lo dicho por Aristóteles, que el alma y el cuerpo se conducen mutuamente para la consecución de las operaciones de un cuerpo animado. El términio medio es que se consuman mutuamente, es decir, establecen y son establecidos, apartan y son apartados.



  ¶   40

Valga el silogismo: dos cosas cualesquiera afectadas de tal manera que se aparten y se establezcan mutuamente, afectadas de tal manera que una no pueda existir ni entenderse sin la otra, estas dos cosas tienen operaciones comunes que son propias del compuesto constituido en esencia por cada una de esas dos cosas. Por su parte, el alma y el cuerpo orgánico, del cual aquella se denomina acto, son dos cosas afectadas de tal manera que se apartan y se establecen mutuamente, y una no puede existir sin la otra: por tanto, el alma y el cuerpo tienen operaciones comunes que son propias del compuesto conformado por el alma y el cuerpo, compuesto del cual el alma se denomina acto y consumación.



[Demonstración de que el alma y el cuerpo se conducen mutuamente]

  ¶   41

Así pues, cada uno no puede actuar como tal desligado del otro, a menos que el alma o el cuerpo tuviesen alguna operación propia que únicamente los concerniese a ellos, ya no según lo que son, sino de algún otro modo. Por ejemplo, así como el cuerpo de un animal se ve arrastrado hacia abajo ya no por el hecho de ser animado, sino por ser pesado, también se verá arrastrado hacia abajo aun cuando esté privado de alma; y si el alma también tiene alguna operación que no se sirva del cuerpo, como entender, también esta, cuando estuviese separada del cuerpo, podría obrar y entender. No obstante, un cuerpo conducido hacia abajo no obra ni se mueve como un cuerpo orgánico, ni un alma que se aplica al entendimiento lo hace como un alma, sino como intelecto.



[Corolario]

orig:   (35.5)

Además, queda claro que las apariencias del cuerpo se vuelven semejantes a las virtudes del alma; por tanto, todas las semejanzas que se dan en los animales declaran algo sobre cada uno de ellos. Haec vero minime.  

  ¶   42

A su vez, de esta conclusión que ha elaborado deduce Aristóteles una cosa más, y dice que las apariencias del cuerpo son semejantes a las virtudes del alma, es decir que las apariencias y las formas y disposiciones de los miembros corporales están afectadas de tal manera que pueden ejecutar con acierto aquella operación que la potencia tiene por propósito natural. Por ejemplo, si el alma de un gato o de un pero lleva aparejada una potencia, aquella la potencia de capturar a un razón, y el alma del perro, en cambio, la de encontrar una liebre o un gorrión, es necesario que la herramienta mediante la cual esta potencia ejerce su operación sea de tal manera que le convenga, y que, por ejemplo, la zarpa esté dotada de garras afiladas que puedan evitar la huida del razón, y que el hocico del pero sea capaz de percibir el olor de las liebres y de los gorriones. Y es que a falta de una herramienta adecuada, no habrá manera de que se lleve a cabo la operación; y si, a su vez, la operación no se lleva a cabo, la potencia se verá frustrada: por este motivo decimos que quien ha perdido los ojos carece de la potencia de la visión. Por tanto, si no me equivoco, esto es lo que hay que decir, y no se debe creer, en cambio, que los miembros sean semejantes a las potencias, es decir, que las potencias y los miembros participen de una misma cualidad: en efecto, esto es imposible, pues la potencia es incorporal, y el miembro, en cambio, corporal. Aquello cuyo sujeto es un cuerpo no puede encontrarse en algo incorpóreo, luego la cualidad que se da en el cuerpo no puede encontrarse también en algo incorpóreo, pues lo corpóreo y lo incorpóreo no pueden compartir nada con un mismo nombre.



  ¶   43

Y así se inferiría el corolario, a saber, que las apariencias y las formas de los miembros del cuerpo se adaptan y son como se las requiere para la consecución de las operaciones a las que las potencias están destinadas. El motivo es que hemos dicho que el alma y el cuerpo se conducen mutuamente y colaboran para llevar a cabo las tareas propias del animal. Todas las cosas que son así se adecúan entre sí, y la parte que sirve a la parte imperante está adecuada a sus usos y al fin: la parte que sirve es el cuerpo, luego los miembros del cuerpo que sirven a las potencias del alma deben estar adecuados y ser conformes a sus fines y operaciones.



  ¶   44

De esto se infiere el principio casi primero y único de todo lo que habrá de pronunciar Aristóteles: unos miembros cualesquiera que acusen semejanzas entre sí en los animales serán índice de que las almas de esos animales tienen potencias semejantes, y que también pueden ejercer operaciones semejantes. Esto, a su vez, depende de lo dicho anteriormente: y es que si los miembros corporales vivos se adaptan y se adecúan a las potencias que se sirven de estos miembros para efectuar determinadas operaciones, es evidente que según sea el miembro, así será la operación y la potencia, pues los miembros semejantes serán índice de potencias y operaciones semejantes, y los disemejantes lo serán también de operaciones y potencias disemejantes.



[Los miembros semejantes en los animales son señal de operaciones semejantes]

  ¶   45

La causa es que, así como toda el alma es el acto de todo el cuerpo, también cada potencia es acto de cada una de las partes del cuerpo; y así decimos que la potencia visual es el acto y la consumación del ojo, y la auditiva del oído, y que la potencia de caminar es el acto y la consumación de los pies. Por tanto, si la materia y la apariencia, el cuerpo y el alma son cosas correlativas, y uno va ligado a la existencia del otro, por fuerza han de seguirse mutuamente; y así como el cuerpo se dispone para el alma, así una parte del cuerpo lo hace para una parte del alma; y así como las partes del cuerpo son recíprocas, también lo son las partes del alma, luego unas partes del cuerpo semejantes son índice de potencias del alma semejantes, y unas partes del cuerpo disemejantes infieren potencias disemejantes, y si todo un cuerpo, comparado con otro, es disemejante del todo, se dirá que es probable que también toda el alma sea semejante o disemejante a toda la otra alma.



  ¶   46

Por tanto, nos será posible hacer avanzar los razonamientos partiendo del cuerpo y de las partes corporales en dirección al alma y a las potencias del alma. Sea la regla siguiente.[*]
Aquellos animales que tienen todos o algunuos de los miembros de su cuerpo idénticos o semejantes tendrán también idénticas o semejantes todas o algunas de las operaciones y potencias que se sirven de aquellos miembros para ejercer su propia tarea.



[Se procede del cuerpo a las potencias, y de estas a las operaciones]
[*][Regla]

  ¶   47

Así las cosas, partiendo de la apariencia, la forma, la disposición y el temperamento del cuerpo o de un miembro, procederemos al reconocimiento y estudio de la potencia; luego procederemos de la potencia a la inferencia de la operación. Por ejemplo: como el lobo tiene una boca muy ancha y un vientre grande, y se sirve de estos instrumentos para sacias su voracidad, de quien tenga una boca bastante ancha y un vientre amplio diré que alberga una inclinación a la voracidad, y será posible que sea voraz, a menos que la razón o la educación viniesen a impedirlo. Entonces, en este sentido dice Aristóteles que todo aquello que es semejante en los cuerpos de los animales es indicio de alguna cualidad idéntica en el animal que se haya aducido para la comparación.



  ¶   48

Estas palabras no se leen en el códice latino impreso en Basilea, y tanto en el códice aldino como en el de Insinsgrio están tan separadas de las palabras precedentes que nada tiene que ver con ellas. En verdad, me parece a mí que hubo en el margen una palabra con el sentido de "sección", y que el librero, al escribir, la introdujo en el texto. En efecto, en griego se lee τομὴ, término que significa división o sección, como si alguien hubiese anotado aquí diligentemente una división del texto; y es que, ciertamente, lo que sigue está completamente desligado de lo precedente. Añádele que la gramática no nos permitiría leer τὸ μή en neutro singular, al haberse expresado todo lo anterior en plural.



  ¶   49

Ciertamente, añadiendo esto ahora, Aristóteles vendría a destruir el principio propuesto al inicio, a saber, que los miembros semejantes de un cuerpo son índice de operaciones semejantes. Ahora bien, yo no niego que de cuando en vez unos miembros puedan ser semejantes y, no obstante, las operaciones puedan no serlo: en efecto, en ocasiones vemos a dos individuos de nariz muy afilada, y uno de ellos será iracundo, y el otro, muy plácido. Pero no creo en absoluto que sea esto lo que quiere decir aquí Aristóteles, luego tampoco creo que se hayan de añadir estas palabras. Apunto qué es la potencia, y cuántos tipos se contemplan, y cómo algunas vienen señaladas por los miembros corporales y otras, en cambio, no.



  ¶   50

Una potencia, como más arriba se ha dicho, es una cualidad según la cual se dice que los cuerpos naturales pueden hacer o padecer algo. Tales cosas, pues, pueden mover y ser movidas, luego son compuestos, de modo que una potencia es o bien una apariencia en la materia, o bien un consecuente de la apariencia. Una primera distinción divide las potencias en primeras y segundas.



[Qué es la potencia]

  ¶   51

Se denominan potencias primeras aquellas que necesitan de un agente externo que las consume antes de llegar a producirse en acto y operación. A mí me recuerdan a la lira o a la cítara, que están provistas de cuerdas, pero no afinadas y acordadas en armonía desde un principio, lo cual solo sucederá cuando un artífice externo venga y las tense o afloje hasta disponerlas según una cierta razón, a intervalo de octavas o de quintas, o según cualquier otro criterio del que resulte una armonía. Y cuando las cuerdas ya están afinadas, entonces se trata de una potencia segunda. Y si el alma fuese una lira, emitiría sonido, como cuentan que se escucha naturalmente donde resuenan las cuerdas mágicas en la mitad que queda de Memnón.



[Cuál es la primera]

  ¶   52

Esta es, pues, la potencia primera, y se dice que tienen una potencia primera aquellas cosas cuya naturaleza está constituida de tal manera que pueden consumarse por medio de un elemento externo y se dejan afectar según un criterio determinado para estar en condiciones de operar por sí mismas en ausencia de obstáculos; y esta potencia primera es como una materia y un sujeto igualmente dispuestos a recibir tanto una cosa como su contraria.



  ¶   53

Estas potencias primeras son ya intelectivas, ya sensitivas. Y las intelectivas, a su vez, reciben el nombre de factivas si pueden representarse en cualquiera de las artes; de activas, si admiten las virtudes intelectivas, como la prudencia, y sus contrarias, y penetran por todos los hábitos de las costumbres; y por último, de contemplativas, si reciben las ciencias y disciplinas y las disposiciones contrarias a estas. Por su parte, las potencias primeras sensitivas, es decir, las que se refieren a aquella parte del animal en función de la cual este se ve determinado, unas pueden asociarse a la parte cognoscitiva, y otras a la apetitiva, de modo que algunas de ellas pueden llamarse pasiones o accidentes.



[Tipos de potencia primera]

  ¶   54

Cuando vienen al acto y al uso son ya potencias segundas, y se denominan hábitos. En efecto, quienes ya de niños empezaron a disfrutar de las verduras y de las frutas no soportan las carnes, y quienes se han vuelto abstemios por costumbre aborrecen profundamente el vino. Así, el sentido lo tenemos en una potencia segunda, pero el modo de usarlo, de una manera o de la contraria, depende de la disposición arriba mencionada y de la razón de los cuerpos que establecen aquellas partes semejantes con que se forma el cuerpo de un animal.



[Cuál es la potencia segunda]

  ¶   55

Ahora bien, las potencias que se pretenden propias de la parte apetitiva son las mismas que las que admiten virtudes y vicios: y es que no adoptaríamos virtudes a menos que pudiésemos adoptarlas. En efecto, Aristóteles decía que se adoptaban mediante uso y disciplina; y son el uso y esa costumbre los que llevan aquello que opera de la primera potencia al segundo principio de la operación. Así pues, las potencias primeras son razones imperfectas e incoaciones indeterminadas; y así como las especies se determinan por medio de diferencias específicas, estas lo hacen por medio de sus propias consumaciones y de los actos que toman del agente externo que las mueve mediante la costumbre, la disciplina o ambas cosas. Los hombres tienen todas las potencias primeras por naturaleza, y no hay manera de que quienes carezcan de algunas puedan adquirirlas; en efecto, un perro, que no tiene la potencia de la múscia, no podrá aprenderla jamás, y del mismo modo es completamente imposible que un hombre, que no tiene la potencia de volar, se vuelva volador.



  ¶   56

A la luz de todo esto, pues, queda claro qué es la potencia primera, cuántos tipos se contemplan y cómo es cada uno de estos, y queda claro también que no puede consumarse sin el padecimiento, la alteración y el cambio real del cuerpo en el que se encuentra. De estas potencias primeras que se dan en los animales y especialmente en el hombre, algunas son muy oscuras, y no es posible percibir señal alguna de ellas en el cuerpo, e incluso parece haber rastro de la disposición contraria; otras, en cambio, son ciertamente oscuras, pero se consuman mediante el estudio, la disciplina y la costumbre, y de esta dificultad sí queda alguna señal, aunque oscura; por último, otras se consuman fácilmente, y se denominan aptitudes e inclinaciones naturales, y de estas se puede ver continuamente un rastro cierto en el cuerpo o en aquellas cosas que suelen seguir al cuerpo.



  ¶   57

En cambio, las potencias segundas son ya hábitos y consumaciones, son una especie de apariencias, ya naturales, ya adquiridas; y sean como sean, se denominan activas o pasivas; y sean como sean, se sirven de un instrumento corpóreo preciso o no.



[Consideración de las potencias segundas]

  ¶   58

Llamo potencias segundas naturales a las que no necesitan de ningún agente externo para venir al acto. Así pues, el hombre ve y oye aun sin haberle enseñado nadie a ver y oír; del mismo modo piensa y ríe; y estas cosas, como se ha dicho, pueden servirse de un instrumento determinado y preciso, y las cualidades de estas operaciones se reconocen según la disposición del instrumento: así pues, según veamos que es un ojo, supondremos que su visión y su potencia de la vista será de una determinada manera; y según sean las piernas, tal es también el desplazamiento y la potencia de moverse. Llaman hábitos adquiridos o potencias segundas no naturales a aquellas que se dan en nosotros por obra de la doctrina, la costumbre o cualquier otro medio; tales son la potencia de cantar, de leer, de tocar la cítara.



  ¶   59

Mas sean como sean, unas se denominan activas, pues su fuerza consiste en actuar y mover cosas; así, el arte de bailar, de pintar y de construir se denominan hábitos factivos pues, al tenerlos, y en tanto que los tenemos, hacemos algo o estamos en disposición de hacerlo: así, una explicación recibe el nombre de hábito de saber pues, al tenerla, sabemos. Se denominan pasivos aquellos hábitos o potencias en función de los cuales padecemos algo y, en cierto modo, nos vemos determinados: así, podemos llamar hábito pasivo a la templanza, pues la afección del individuo templado consiste en padecer y moverse con moderación ante la presencia o ausencia de los deseos corporales.



  ¶   60

En cuanto a estos, lo mismo si los llamas hábitos adquiridos o potencias segundas, sean activos o pasivos, digo que no es posible reconocer mediante señales corporales si acaso se dan en un cuerpo o no, a menos que se haga por accidente. En efecto, alguien, viendo unos brazos robustos, unas manos callosas y un rostro teñido de hollín, podría juzgar a este individuo como artesano. Ahora bien, esto no se puede hacer sin más, pues cuando la aptitud del alma fue llevada de la potencia primera a la segunda, momento en el que se formó el hábito, no se produjo un cambio sensible en los instrumentos corporales externos, luego este no puede reconocerse, y lo único que cabe contemplar es la aptitud. Y acaso dirá el fisiónomo que este individuo es más o menos apto que aquel otro para la potencia de la construcción o de la herrería, pero nunca reconocerá que sea constructor o herrero, a menos que lo haga a través de la propia operación.



[Las potencias segundas no se reconocen mediante señales corpóreas]

  ¶   61

A su vez, como unas se sirven de un instrumento determinado del cuerpo, y otras de uno indeterminado, las que se adjudican un instrumento determinado pueden reconocerse con mayor facilidad que las que se adjudican uno indeterminado. Por ejemplo, reconoceré más fácilmente a un bailarín o a un artesano que a un filósofo, un aritmético o un geómetra; y es que como las primeras potencias o hábitos se sirven de instrumentos determinados, estos se ven afectados por la operación llevada a cabo según el hábito, y adoptan una forma determinada que permite reconocerlos; por eso se reconocerá al herrero gracias a una determinada disposición de los brazos. Conocí yo a un hombre muy dado a gesticular con sus manos; ya muerto, un forense vino a extirpárselas. Tenía unos tendones tan claramente marcados y tan bien formados y desarrollados que cualquiera, aun no demasiado puesto en la materia, reconocería la mano de un gesticulador. Además, de entre las que no se sirven de un órgano determinado, algunas son especulativas, y estas son mucho menos reconocibles, a menos que se haga a partir de sus consecuencias; algunas son activas, y estas, como suelen consumarse mediante el uso y la operación, pueden dejar algún rastro en el cuerpo, mientras que los anteriores no dejan ninguno.



  ¶   62

Ahora bien, como he dicho, todas ellas consisten en unas ciertas razones de las activas con las pasivas: y es que la naturaleza siempre actúa de la misma manera, a menos que exista algo que se lo impida; y un hábito determinado contempla una operación determinada, y un hábito aislado puede llamarse razón aislada, y así como toda potencia es bien activa, bien pasiva, el hábito también es siempre doble, y comprende todos los demás, por lo que este puede hacerlo todo, y aquel, en cambio, puede volverse cualquier cosa. Así pues, del mismo modo que de un género muy general pasamos a los géneros subalternos, y luego, por medio de estos, a las especies muy especiales y finalmente a los individuos de los que son propias las operaciones; del mismo modo descendemos desde las potencias aisladas a estas o aquellas potencias que, luego, cuando vienen al acto, obran o se mueven de este modo o de aquel otro. Según su modo de obrar se distingue la potencia irascible del hombre de la del caballo, y luego también la de Sócrates de la de Platón. Este modo de obrar suele llamarse afecto particular; este, si permaneciese durante mucho tiempo, se llamaría propiamente hábito de la especie, a saber, un modo arraigado y una razón que contempla la potencia de Sócrates cuando sale al acto segundo.



  ¶   63

A la luz de estas cosas, queda claro qué es la potencia, cuántos tipos se contemplan, y cuáles pueden reconocerse mediante señales corporales y cuáles no; además, queda claro qué es una razón y de qué manera puede llamarse razón cada una de estas potencias.



orig:   (36.1)

Y de aquellas mediante las cuales obran los animales, unas son ciertamente pasiones propias de cada uno de los sexos de los animales, mientra que otras son comunes.  

  ¶   64

En algunos códices, en lugar del término “sexo”, como se lee en el mío, viene el término “género”, que es lo que traen los códices griegos. Así pues, esta lectura parece propia y más genuina que el término “sexo”, pues no se habla de sexo, sino de los géneros y las especies de los animales. Usando, por tanto, el término “género”, y no “sexo”, diremos que la intención de Aristóteles en este apartado es aportar una enseñanza como la que sigue.



  ¶   65

Las pasiones comunes del alma de los animales tienen señales comunes en los cuerpos de estos, aun si difieren en género; en cambio, las pasiones propias del alma de alguna especie tienen también señales propias en los cuerpos de los individuos de esa especie. Para facilitar la comprensión de esta posición o enseñanza declaro primeramente qué es una pasión, cuál es la común, cuál la propia de un género, de una especie, y cuál se llama individual; acto seguido trataré de confirmar la posición.



[Enseñanza]

  ¶   66

El término “pasión” es equívoco, y hablando con propiedad significa la impresión del agente en tanto que es recibida por el paciente; en el habla común, no obstante, la pasión también significa toda clase de accidente que existe en algún individuo, especialmente se dice de aquellos accidentes que existen por sí mismos, como consta en el primer libro de los Analytica Posteriora. Por tanto, la pasión es una cualidad que sigue a algún sujeto por sí misma y siempre, o las más veces, y en virtud de la cual ese sujeto merece el nombre que tiene.



  ¶   67

Y si dijeses que las potencias y las impotencias son cualidades, pero que no suscitan una denominación, [*]
respondo que esto es así porque carecen de nombre; ahora bien, si tuviesen nombre, no cabe duda de que suscitarían una denominación. Prueba de ello es que las que tienen nombre dan nombre al sujeto sin mayor problema, como aprendemos de Simplicio en los Praedicamenta: en efecto, se llama “volador” aquello que tiene la aptitud de volar, y lo que puede volverse sabio se denomina “capaz de los saberes”.



[Objeción]
[*][Respuesta]

  ¶   68

De entre las pasiones o propiedades que se encuentran en cada individuo, se dice que algunas pertenecen al género, y otras a la especie. Se dice que pertenecen al género las que se encuentran en muchísimos individuos que difieren entre sí por la especie; tales son la capacidad de desplazarse por sí mismo, de enfadarse o procurarse diversión; al encontrarse en caballos, bueyes u hombres particulares, las llamamos pasiones del género. A su vez, se denominan pasiones de la especie aquellas que se dan igualmente en los hombres particulares en tanto que son hombres, y son las mismas en todos; tal es el caso de la capacidad de los saberes, del apetito de honor y riqueza, que son pasiones del hombre en tanto que es hombre; por tanto, serán iguales en todo hombre en tanto que es hombre, y se encontrarán también en cada individuo único, por ejemplo, en Sócrates. Así pues, existen dos órdenes de propiedades: el primero, el del género; el segundo, el de la especie especialísima.



  ¶   69

Apunto, no obstante, que así como Sócrates puede clasificarse bajo muchos géneros, también puede tener múltiples propiedades: unas las tiene como animal, otras como ser vivo y en tanto que es cuerpo y sustancia. Y puesto que es un sujeto individual, pero de razón múltiple, sucede que en un mismo individuo se dan múltiples propiedades, de las cuales algunas le competen en tanto que es hombre, y algunas otras en tanto que es sabio y en tanto que es ateniense.



[Nota]

  ¶   70

De la confluencia de estas propiedades se establece la propiedad que llaman individual o individualizante, que consta del convenio de una cantidad de propiedades reunidas, reunión que te será imposible encontrar en ningún otro individuo. Y este es el único y verdadero modo de la propiedad individual que compete a un determinado individuo en tanto que es como es, propiedad que algunos parecen haber dado en llamar estidad.



  ¶   71

Se ha propuesto otro modo de la propiedad individual, ciertamente difícil de entender, pero asequible, y consiste en el modo determinado observado por la particular potencia de un individuo concreto cuando esta pasa al acto y a la energía. Por ejemplo, todos los hombres se enfadan ante un desprecio aparente, pero los jóvenes lo hacen de modo distinto a los ancianos; y entre los jóvenes, los ricos y poderosos no lo hacen como los pobres; asimismo, entre los ricos, los biliosos consuman su ira de una manera, y los melancólicos de otra; y entre los biliosos, quienes abundan en bilis natural se ven afectados de un modo, y de otro distinto quienes abundan en bilis sobrenatural; al fin, los jóvenes y ricos que abundan en bilis natural se diferenciarán también de cualiquier otro individuo que se les asemeje en virtud de todos estos aspectos, y es que la razón, la educación, la formación, las leyes y el aspecto externo dan lugar a una diferencia asombrosa.



  ¶   72

Por tanto, quienes consideran que todas las costumbres siguen al temperamento del cuerpo, si es que alguien lo hace, se equivocan rotundamente, como se suele decir. De modo semejante, si alguien creyese que el temperamento no nos ha conferido el principio de ninguna costumbre, este también estaría profundamente equivocado. Ahora bien, no siendo cierta ninguna de las dos opiniones, resulta que las particulares opuestas a cada una de ellas son ciertas: en efecto, algunas costumbres siguen a los temperamentos del cuerpo, y algunos no; por tanto, se sigue que algunas pueden reconocerse mediante señales, y otras de ninguna manera. A la luz de estas cosas, pues, queda claro cuáles son las pasiones del género y cuáles son las de la especie.



[Que no todas las costumbres siguen al temperamento]

  ¶   73

Aquí, según me parece, Aristóteles entiende por pasiones las potencias del alma; en efecto, lo que un animal emplea como principio primero para obrar es una potencia, y así se denomina potencia de la visión el principio gracias al cual vemos, luego es un sentido. De entre las pasiones que los animales emplean como principios para obrar, unas son propias de la especie bajo la cual se dice que están comprendidos los individuos que obran, de modo que no atañen a ningún otro individuo más que a los de esa especie; otras, en cambio, se dice que son comunes también a otros, de modo que no solo atañen a otros individuos de la misma especie que el que obra, sino también a muchos otros que difieren de este en especie. Y me parece que todo sujeto que obra, como un animal individual y único al que se atribuye propiamente la operación y la acción de obrar, pues las acciones son propias de los individuos, me parece, digo, que el animal que obra, en tanto que obra, consta de seis cosas, de las cuales tres existen por parte de la forma, y tres por parte de la materia, y todas ellas guardan entre sí la misma proporción y el nexo necesario que guardan la materia y la forma.



  ¶   74

Parece que las que existen por la forma son el alma, la potencia y la afección de la potencia; de la parte de la materia viene el cuerpo, cuya razón, de todo él, es el alma entera; el instrumento o la parte orgánica del cuerpo, de la que se sirve principalmente la potencia; y finalmente, la cualidad corporal y la disposición sensible, gracias a la cual reconocemos por regla general cómo se ha visto afectada la potencia. Por tanto, así como las cualidades corporales de los instrumentos son unas propias y otras comunes, parece también que algún temperamento de los intrumentos es propio y alguno es común. Pero el cuerpo es uno solo, y por tanto se adjudica una única alma; y a tal punto es uno solo que, aun partiendo de varias cosas, resulta propia, cierta y profundamente único. A su vez, así como el cuerpo consta de partes corporales, de las que unas son semejantes a las demás y otras no, y son semejantes según la especie o según el género; también así hemos de pronunciarnos a propósito de las potencias y de las afecciones de las potencias, de modo que, gracias a esta conexión esencial, tenemos justificado proceder de uno al otro, de las afecciones y partes corporales al reconocimiento de las afecciones y potencias del espíritu, y viceversa.



  ¶   75

Mediante la distinción de las potencias o pasiones propias y comunes que hemos expuesto, deduce lo que pretendía ante todo, diciendo: “en las obras propias del alma se reflejan las pasiones propias del cuerpo”, es decir: un animal que ejerce las operaciones propias de su especie con las potencias propias de su alma dispone también de un cuerpo, o de unas partes corporales, que emplea a modo de instrumentos para ejercer las operaciones propias de su especie, instrumentos señalados con cualidades propias que permiten reconocer las afecciones de las potencias para la consumación de esas operaciones. Esta proposición no plantea mayor problema si tenemos en cuenta lo que hemos dicho más arriba, a saber, que el alma y el cuerpo guardan una relación en la que uno de ellos detenta la razón de la materia, y el otro la de la forma y el acto. Por tanto, como aquello que es único lo es por obra de la naturaleza y por sí mismo, por fuerza el alma y el cuerpo, que conforman al animal, cuyas potencias e intrumentos se han constituido para las operaciones, han de trabajar juntamente, han de entenderse y depender uno del otro, y una vez reconocido uno de ellos, al ser relativos, también ha de reconocerse el otro.



  ¶   76

Y lo que hemos dicho de las operaciones propias vale también para las comunes, luego diremos que un animal que consuma operaciones comunes de su género con potencias comunes de su alma también tiene un cuerpo con el que las ejerce, señalado con algunas cualidades comunes que siguen a las partes del cuerpo, y en función de las cuales crea comunidad con otros de su género.



orig:   (36.2)

En verdad, son pasiones comunes la injuria y la que consiste en un desenfreno de los placeres: la injuria es común tanto a los jumentos como a los que no son jumentos; el hábito que atañe a los placeres es de los cerdos y de los asnos.  

  ¶   77

Aristóteles explica con dos ejemplos cuáles son las pasiones que llama comunes y cuáles propias de cada especie. Uno de los ejemplos declara cuáles son las comunes del género, y el otro, cuáles son propias especie. Pues bien, como casi todos o la gran mayoría de los animales sucumben a la ira, tienden a rechazar lo molesto y buscar el placer venéreo, se dice que el apetito venéreo y el rechazo o la repulsa de lo molesto son una pasión común; en efecto, conviene a animales de muy diversos géneros. Por tanto, también esta pasión tendrá algunas señales comunes en los cuerpos de los animales, así como algunos modos comunes, en función de los cuales habrá de venir al acto segundo; en efecto, la relación que el género guarda con la especie, y la especia con el individuo parece ser la misma que guardan las potencias con la afección o la costumbre, y estas con la operación particular.



  ¶   78

El género es universal, y viene a constituir la especie el verse dividido por diferencias propias: así, por ejemplo, la potencia irascible se ve determinada por unas ciertas costumbres y unos ciertos modos, de modo que una da en llamarse ira del león, y otra del perro; y la ira que es propia del perro y se consuma mediante una costumbre canina alberga también una cierta clase de distinción, según el cual se denomina ira canina y propia de este perro en concreto. Y el motivo es que la operación es algo propio de las singularidades, y estas, a su vez, se ven determinadas por diferencias propias e individuales, aun cuando esas singularidades también produzcan, alberguen y den nombre a diferencias que son propias del género y de la especie.



  ¶   79

Se dice, pues, que la injuria es común a los jumentos y a los que no son jumentos, es decir, que tanto los hombres como las bestias se irritan cuando se ofenden, y se rebelan para repeler la ofensa. Así pues, como son muchos los animales de distinta especie que comparten una misma operación, tendrán también una potencia similar; por tanto, todo animal tiene un apetito irascible, luego todo animal tiene también algún instrumento corporal con el que cuida de sí mismo y repele las ofensas, como decía él. Es propio del caballo agredir con el casco; del toro, con el cuerno; del león, con la garra: pues bien, todos necesitan agredir, luego también tienen en el cuerpo algún miembro con el que poder hacerlo. Este es igual en el género, y difiere en la especie y en el uso: y es que todas las cosas desean alejar de sí un mal molesto, cosa que hacen ya repeliéndolo, ya apartándose y encogiéndose; estos huyen, los otros ahuyentan o alejan; lo mismo sucede con el apetito concupiscente del sexo y la comida. Así, tratándose de una operación común, también se da una potencia común ligada al alma; además, se da también en el cuerpo algo así como un miembro común, y al igual que el género, este se ve determinado por algunas diferencias propias, como hace la potencia con sus propias afecciones y costumbres.



  ¶   80

Por otra parte, apunto que la costumbre y la afección son como un niño y un hombre adulto: la afección es una costumbre nueva, mientras que una afección arraigada se denomina ya propiamente costumbre, de la que más arriba hemos hablado. El caso es que tanto los hombres como las bestias claman venganza y reparan la injuria de manera semejante; por tanto, comparten una misma potencia según el género, y se sirven de unos instrumentos idénticos o semejantes; y como tienen instrumentos semejantes, sucede que también comparten unas mismas costumbres de la potencia en cuestión. Así, los cerdos y los burros sucumben al placer carnal de igual manera, es decir, nada les importa el lugar, la compañía y con quiénes retozan, sean sus madres o sus hermanas; por tanto, puesto que comparten una misma operación y la ejercen de un mismo modo, albergan una misma potencia, luego también una costumbre semejante, y las partes del cuerpo que se aplican a esta acción serán de lo más semejantes.



orig:   (36.3)

En los perros, lo propio es ser afrentosos; en los asnos, a su vez, indolentes.  

  ¶   81

Ha explicado mediante ejemplos las pasiones del género. Ahora expone las que son propias de la especie en el perro y en el asno, y dice que es propio de los perros ser afrentosos, y de los asnos, por su parte, ser indolentes. Pues bien, primeramente demuestro que esto es cierto, y por qué. Luego, cómo estos accidentes de esos animales tienen también señales propias en el cuerpo. Así, pues, se advertirá sin problema que las potencias del alma y las operaciones propias se ven acompañadas por señales y partes del cuerpo propias, que es el objetivo de este epígrafe.



[Que existen pasiones propias de la especie]

  ¶   82

Afrenta (lat. contumelia) viene de despreciar (lat. contemno). Así pues, es afrentoso quien desprecia; a su vez, despreciamos a aquellos que tenemos en poca estima, o a quienes consideramos incapaces de dañarnos, aun si viniesen a proponérselo. Por tanto, el desprecio se opone a la buena estima, del mismo modo que el deshonor al honor. Mas si las cosas contrarias se refieren a una misma cosa, en verdad no puede despreciarnos quien no está en disposición de tener una buena o una mala opinión de nosotros; luego quien no puede honrar tampoco puede despreciar, de modo que no se puede decir propiamente que alguien sufra el desprecio de un caballo o de un buey, pues no se podría dar por aludido. Pues bien, cuando se llama afrentosos a los perros no se habla con propiedad, pues quien puede engendrar una afrente también puede engendrar lo contrario a la afrenta; mas si el hombre es el único que puede tener una buena o mala opinión de mí, también será el único que pueda despreciarme. En cambio, llamamos afrentoso al perro por extensión, pues así como se denomina afrentoso a quien se enfrenta a los demás sin haber sido ofendido, los hiere y muerde sin motivo alguno, especialmente a quienes no pueden defenderse con la fuerza o de algún otro modo: y es que el afrentoso es vil y no poco temeroso, motivo por el cual no molesta a quienes considera más vigorosos que él mismo. En este sentido llamamos afrentosos a los perros; en efecto, un perro ataca a los viandantes aun no habiendo sido ofendido o provocado, y especialmente a los pobres, y a quienes ve más apocados y débiles, a animales pequeños o inocentes, incluso de su género; y los increpa con ladridos continuos y se les muestra hostil: en este sentido es, pues, afrentoso.



[Qué es la afrenta]

  ¶   83

Mas, ¿por qué es propia del perro esta pasión? Creo que depende directamente de su temperamento y su naturaleza. Dicen que el perro es cálido y seco, y lo sitúan más próximo a la sequedad terrestre que a la ígnea. Pues bien, se asocia a la tierra caliente, como la vemos en las zonas montañosas cuando la calima abrasa los campos: quien alberga tal naturaleza, por efecto del calor engendra un deseo de imponerse a los demás; luego es soberbio, procura sobreponerse a los demás; luego los desprecia y los increpa; luego es afrentoso, y especialmente para con quienes son desgraciados, débiles y no le suponen motivo de temor. Al ser seco y asociarse a la tierra, es cálido en virtud de algo ajeno, y no por sí mismo; por tanto, su confianza depende de otro, no de sí mismo, luego no responde a su virtud ni a sus propias fuerzas, sino al hecho de que aquel a quien dirige la afrenta sea débil, o de encontrarse en su casa y junto a sus dueños, y sentirse confiado por su presencia y su tutela. Creo, pues, que este es el motivo por el que el perro se muestra afrentoso ante los pobres y los viandantes, especialmente los que van mal vestidos: y es que su temperamento se inclina a lo terreno, luego no es naturalmente magnánimo, sino ciertamente vil y temeroso.



[Por qué son afrentosos los perros]

  ¶   84

En cambio, al asno lo llama Aristóteles indolente, pero no creo que por indolencia se refiera aquí a la carencia de sentido, sino a que el alma del asno no sufre ni padece envidia, ira, o temor ante la muerte o demás pasiones por el estilo que, según los filósofos, agitan al alma en su sede mediante la tristeza y la aflicción. Diremos que la indolencia es una obtusidad o una carencia de juicio, en virtud de la cual no distingue ni reconoce lo que le habrá de ser perjudicial o beneficioso. Así pues, orinará en la fuente de la que ha de beber, no le preocupará ver que el lugar donde ha de acostarse esté lleno de porquería, y no se moverá de su sitio aun a fuerza de latigazos, y rara vez se enfrentará a sus atacantes, acaso nunca. Creo yo que la pasión principal del asno es esta última, que es, en cierto modo, consecuente de las anteriores, de modo que lo propio del asno es no preocuparse en absoluto de lo que pudiese reportarle daño, deshonra o lo contrario. Así pues, no se ve afectado por ninguna dolencia, motivo por el cual se dirá del asno propiamente que es indolente y casi epicúreo, carente de todo sentimiento triste y privado de todo dolor.



  ¶   85

La causa de esta pasión creo que ha de buscarse en su temperamento, pues dicen que se trata de un animal frío y seco; tal es la opinión de Aristóteles y de Alberto. Mas lo seco difícilmente se adapta a un término ajeno, pues no adopta las impresiones externas ni las afecciones; por tanto, en cierto modo, recibirá el modo de impasible e indolente. Ahora bien, diría yo que el motivo de que el asno sea tan rudo y obtuso es que es frío y seco: es propio del frío contraer, reunirlo todo, y por tanto unirlo y ligarlo sin orden ni concierto, luego no distinguir, ni discernir, ni penetrar ni advertir; en cambio, es propio de lo seco no adoptar pasiones ni términos externos; de ahí que el asno sea obtuso e indolense. Pues bien, el hombre que albergue en el rostro y en la cabeza una cualidad semejante a la que se da en la cabeza y en el hocico del asno, albergará un instrumento semejante al instrumento con que el asno ejerce su indolencia y su obtusidad. Por tanto, convendrá con el asno en función del instrumento, luego también en función del modo de usar este instrumento, luego también en la propensión a una misma operación. Así pues, quien tenga un rostro de asno tendrá una propensión a la indolencia y, como he dicho, a la obtusidad.



[Por qué es indolente el asno]

orig:   (36.4)

Pues bien, se ha dicho cómo ha de distinguirse lo común de lo propio.  

  ¶   86

De lo anteriormente expuesto deduce la conclusión, y es que ya está claro el criterio con que conviene distinguir los accidentes genéricos de los accidentes propios. Los genéricos son los que se dan en muchos individuos que se diferencias por la especie; los específicos, en cambio, son los que se encuentran en muchos individuos que solamente se diferencian entre sí por su identidad. Los accidentes genéricos del cuerpo demuestran propensiones y potencias del alma comunes y genéricas; las específicas, en cambio, exponen tanto potencias como inclinaciones de la especie. Respecto al modo en que esto sucede, ya se ha explicado.



orig:   (37.1)

Mas si uno necesita desenvolverse con soltura y precisión en esta disciplina, necesitará mucha práctica.  

  ¶   87

Plantea aquí Aristóteles la enseñanza más importante, que no solo ha de tenerse muy presente al tratar de fisionomía, sino en todo oficio y toda ciencia. Dice, pues: quien quiere desenvolverse con soltura en la evaluación de todas las propensiones, cualidades y costumbres de los hombres necesita ejercitarse mucho, tanto en el reconocimiento de las naturalezas de los animales como en el estudio de las disposiciones de los hombres particulares, haciendo honor a aquello de que el ejercicio consuma la obra.



  ¶   88

Así, en la disciplina médica, quien pretende estar en disposición de diagnosticar todas las enfermedades y de curar a muchos hombres necesita haberse ejercitado mucho, y no basta con conocer las causas y las universalidades, pues el médico no cura al hombre como género, sino a Calias; antes bien, debe estar versado en los casos particulares. Algo semejante ocurre en las ciencias, como opinó Alejandro: en verdad, nadie se dirá sabio a menos que haya estudiado las universalidades y se haya ejercitado en la consideración de las particularidades. A esta experiencia la llaman paideía; esta, partiendo de muchos casos singulares, nos aporta lo universal, que es considerado el principio del saber; y este, acto seguido, nos aporta el porqué. Por tanto, primeramente procedemos a averiguar el porqué partiendo del qué, y luego, nuevamente, a averiguar el qué partiendo del porqué. Quien actuase de otra manera podría parecer que está en posesión de conocimiento, pero no podrá evaluar si sabe. De modo semejante, quien se ejercitase en los casos particulares podrá reconocer que una cosa es cierta, pero no entenderá nunca por qué lo es. Con esta posición parece convenir el popular dicho aristotélico, que el hombre inteligente ha de analizar las ideas.



orig:   (37.2)

Pues como se dice que cuanto se deja ver en los cuerpos se asocia a las semejanzas que guarda con los animales y las acciones, algunas otras propiedades vienen del calor y del frío.  

  ¶   89

Si hay una parte de este libro difícil e intricada, es esta. Diré primeramente cuál es su intención, que creo que es la siguiente: de los muchos modos en que ejercemos la fisionomía, el propósito de Aristóteles es demostrar que el mejor de todos, el más preciso, más fácil de encontrar y más adecuado para la práctica es el que dicen tomado de la adecuación aparente.



[El punto tomado de la adecuación aparente es el más apto para el ejercicio de la fisionomía]

  ¶   90

Así pues, se dice que los accidentes de los cuerpos humanos cuya presencia en el cuerpo humano se reconoce mediante los sentidos acusan semejanzas con los de los cuerpos de los animales, o bien se ven asociados a sus costumbres y operaciones, o bien, en tercer lugar, son propiedades que se producen en el cuerpo humano por obra del calor o del frío, del temperamento natural o artifical y externo.



orig:   (37.3)

Por otra parte, de estos accidentes que se dan en ellos, unos difieren poco entre sí, al punto de no poder distinguirse apenas, y usan un mismo nombre, como ocurre con los empalidecimientos producidos por el terror y por la enfermedad o el sufrimiento; los otros, en cambio, tienen nombres distintos y cuentan con diferencias grandes entre sí, como ser tuerto o ser ciego. Las cosas que guardan una pequeña diferencia entre sí se reconocen con dificultad, como cuando se intenta determinar si una palidez se debe al temor o a una enfermedad; no obstante, es necesario reconocer si este color es fruto del terror o de una enfermedad, valiéndote para ello del uso y de la familiaridad que tengas con aquello que sometes a juicio. En cambio, las pasiones y propiedades que difieren mucho entre sí se identifican fácilmente, y sus motivos se comprenden aun con mayor facilidad.  

  ¶   91

Una y otra se denominan adecuación aparente, y evaluar la naturaleza y las costumbres de los hombres partiendo de esta adecuación aparente es es modo mejor y más preciso de ejercer la fisionomía; y quien lo emplea puede reconocer fácilmente muchas cosas. Y este método no es solamente útil para reconocer las propensiones universales genéricas y comunes que siguen a las señales comunes, sino también las afecciones que siguen a las señales privadas de cada especie. Mas es preciso que exista esta adecuación entre la señal y lo significado, de tal manera que cada señal se adecúe a aquello que se significa; y si la señal fuese común, también será común lo significado, y si lo significado fuese propio, es razonable que también la señal sea propia.



[Recomendación del punto tomado de la apariencia]

Capítulo xxxi

Capítulo xxxi    BREVE REPETICIÓN DE LA EXPOSICIÓN ARISTOTÉLICA

  ¶   1

Retomando una vez más la exposición desde el principio, digamos que el propósito de Aristóteles es demostrar que el método del que habló más arriba, que llama método derivado de la adecuación aparente, es el mejor de todos. Para ello, enumera algunos otros y, finalmente, elige este.



[Propósito de Aristóteles]

  ¶   2

Mas declaremos en primer lugar qué es la adecuación aparente. Se dice que dos cosas de adecúan aparentemente cuando una y otra participan de una misma cualidad sensible, pues esa adecuación es aparente a los sentidos. Por ejemplo, si un hombre airado mostrase los dientes y los hiciese rechinar, como un perro, diremos que entre el hombre airado y el perro existe una adecuación aparente, en tanto que uno y otro, cuando se enfadan, hacen rechinar los dientes y llenan sus bocas de aire. Así, como el enfermo, el aterrado y el enamorado pierden el color, decretamos que se adecúan aparentemente. Pues bien, la adecuación aparente es un consenso mutuo entre muchos cuerpos que participan de una misma cualidad sensible.



[Qué es la adecuación aparente]

  ¶   3

Dice de este método, que hacemos depender de la adecuación aparente, que es el mejor, el más rápido y el más fácil de practicar; y su razonamiento es algo así: como el asno es obtuso e indolente, y tiene las mandíbulas inferiores grandes y anchas, y los labios gruesos y colgantes, y algunos hombres se adecúan a estos accidentes, según se manifiesta a los sentidos, es probable que se adecúen también en la obtusidad y la indolencia. Así, pues, la misma relación que guarda una señal con la otra la guardan también la costumbre interior del asno y su propensión con la propensión interior del hombre: por tanto, si no me equivoco, es sensato formular los juicios partiendo de la adecuación aparente.



  ¶   4

A su vez, el principio parece ser que la naturaleza siempre procede de una misma manera a menos que algo se lo impida, y un mismo efecto depende siempre de una misma causa. Por tanto, si en el asno y en el hombre se deja ver un mismo accidente, también se dará la misma causa, luego también el mismo principio del que depende. Y esta proposición antecedente la introduce mediante una partícula subcontinuativa (“así pues, puesto que...”, etcétera): el giro así pues no me parece adecuado, y creo de debería leerse: “mas puesto que lo que parece...”, ya que el término griego γὰρ, como allí se lee, puede entenderse así en algunas ocasiones. Por tanto, el sentido es el siguiente: puesto que de los accidentes que se dejan ver en el cuerpo humano, unos son semejantes a los de los cuerpos de los animales, otros se asocian a sus hábitos y costumbres, y otros, en cambio, son una suerte de propiedades que nacen del frío y del calor; y de los primeros, que se asocian a los miembros o hábitos de las bestias, algunos se adecúan tanto el uno al otro que apenas pueden distinguirse, mientras que otros se diferencias y se distinguen bien; se sigue que este método que resulta de la adecuación aparente es el mejor entre todos los demás, luego es el que ha de elegirse con preferencia. Y de esto se hablará más abajo.



  ¶   5

Antes de nada, pues, explico cómo se encadena el argumento: en lo expuesto previamente había dicho que el alma y el cuerpo sentían de manera conjunta; que las potencias, las disposiciones o propensiones y las costumbres tenían herramientas corporales propias, que también estaban afectadas de una manera determinada; luego se concluyó que era posible partir del cuerpo y de las afecciones del cuerpo para reconocer el alma, y las potencias y costumbres del alma. Acto seguido se había añadido que existían dos clases de accidentes: algunos comunes del género, otros propios de la especie; y se explicó el criterio con el que pueden reconocerse y distinguirse las genéricas de las específicas. En tercer lugar se demostró que las almas de los animales tienen potencias comunes y propias, luego también sus cuerpos tienen miembros propios y comunes, motivo por el cual nuestro razonamiento puede ir avanzando de uno al otro. Ahora, aunque existan otros métodos de ejercer la fisionomía, demuestra que este es el mejor y el más asequible de todos, y explica con qué criterio usarlo.



[Cómo se suma a lo anterior]

  ¶   6

Apunto una vez más que existen dos clases de accidentes que aparecen en los cuerpos de los animales, y gracias a los cuales se dice que pueden adecuarse entre sí: unos son sensibles, otros, en cambio, insensibles; y dentro de los sensibles, una vez más, unos vienen del alma, otros del temperamento. Expliquemos esta distinción considerando un par de cosas.



[Apunte]

  ¶   7

Cualquier accidente sensible que existe en un cuerpo animado en tanto que es animado puede indicar su afección. Estos van del alma al cuerpo o del cuerpo al alma; mas esto es necesario, pues cuanto hay en un ser animado en tanto que es animado, está en él por medio de la materia o de la forma, pues sabemos que se unen y conforman una unidad. Así pues, las cosas que están en él por medio del alma dependen del alma en función de lo que esta es, y son las potencias primeras o segundas de esta. Llamamos segundas potencias a las entelequias y a los hábitos, como la potencia de la visión o de la audición que, como se ha dicho más arriba, no necesitan de ninguna ayuda externa para operar, ya sean activas, ya pasivas. Ahora bien, cuando se ven determinadas a una obra y llegan al acto segundo, operan de manera diferente, según la diversidad de los instrumentos, la elección del operante o la variedad de la afección y del hábio adquiridos. En cambio, de entre las potencias primeras y habilidades, unas se acercan más a la segunda potencia o entelequia, y otras menos; por tanto, afectan al cuerpo en mayor o menor medida. Las que se acercan más se denominan propensiones, y el modelo que observan cuando se producen en energía se denomina costumbre; sean como sean, se dice que son accidentes propios del género o de la especie, según vengan de partes y potencias del alma comunes al género de los animales o propias de alguna especie.



  ¶   8

A su vez, los accidentes que se reflejan en el cuerpo a raíz de un cambio en el alma por causa externa suponen primeramente una disposición en el alma, pues si el alma no pudiese verse afectada, no se vería afectada; y tampoco Sócrates habría llegado a ser músico o carpintero a menos que hubiese estado en condiciones de llegar a serlo y de estudiar el oficio. Habiéndose empleado la disposición y habiendo pasado la parte del alma de la primera potencia a la segunda, es necesario, si la operación de estehábito ha de serivrse de un instrumento corporal, es necesario —digo— que ese órgano se vea afectado durante un tiempo. Así, quienes aprendieron baile caminan y mueven los pies de un modo muy diferente al que acusaban antes. Por tanto, el alma se ve alterada por una causa externa cuando pasa de la primera potencia al hábito o potencia segunda, y entonces se dice que se consuma según aquella primera potencia o propensión. Y esto se produce con mayor facilidad o dificultad según la potencia esté más cerca o más lejos de su cosnumación. Y cuando se ha producido este cambio se dice que se debe al hábito, y en tal caso dura mucho tiempo; o a una afección, y entonces desaparece rápidamente. A su vez, el hábito se introduce en el alma bien por elección, bien por una conducta imprudente e insensata; en efecto, quienes acostumbran a jugar, a robar, a mentir, mienten sin querer y sin reparar en ello.



  ¶   9

Pues bien, estas son las distinciones de los accidentes nacidos del alma que afectan al cuerpo animado, al punto de poder reconocerse gracias a ellos la costumbre o la afección del alma, como suele reconocerse lo significado gracias a la señal; y este es el método que de ahora en adelante hemos de seguir.



  ¶   10

La otra clase de estos accidentes nace del cuerpo y de los principios corporales y va a parar al alma, y la altera y afecta, como se ha dicho; esta puede venir del temperamento que nace de la razón de la mezcla de los primeros elementos del hombre, a saber, la sangre, la pituita y las dos bilis; mezcla que determina la identidad del cuerpo, según haya sido la victoria de las cualidades activas sobre las pasivas. Este temperamento también puede depender de los principios de la generación, de modo que si alguien fuese muy frío y seco, habrá de ser triste también; y también puede depender de una causa externa, como cuando la edad, una enfermedad, la eduación, los estudios o cualquier otro tipo de causa viniesen a alterar el cuerpo junto con el temperamento corporal, y la propensiones y los hábitos, o las costumbres que el alma o la potencia solían observar durante la ejecución de sus operaciones y tareas. Y este es el otro modo de ejercer la fisionomía, mediante el temperamento y la naturaleza del cuerpo, reconocidos previamente mediante señales propias de todo el cuerpo o de sus partes principales; acto seguido, una vez reconocido el temperamento del cuerpo, lo usamos a modo de causa para ejercer la fisionomía y predecir el significado de las costumbres, las propensions y las operaciones de cada uno.



  ¶   11

Por último, apunto que de entre los accidentes del cuerpo, unos difieren tan poco entre sí que, al compartir nombre y parecer prácticamente una misma cosa, la razón apenas consigue distinguirlos. Tal es es caso de dos tipos de palidez, una de las cuales es fruto del terror, que empuja la sangre y los alientos hacia el interior, haciendo empalidecer la zona exterior; la otra, en cambio, se debe a un exceso de trabajo, que disipó los alientos, disolvió la sangre más sutil y consumió la más densa. Así pues, ambas se adecúan en nombre, sujeto y apariencia, pero la razón viene a distinguirlas; y es que la razón de la primera es una, y la de la segunda, otra. El pálido por terror recibe este nombre de manera impropia; en efecto, como decía Aristóteles, no son las pasiones las que nos dan nombre: y es que nada más desvanecerse el temor, desaparecerá la palidez; en cambio, el pálido por trabajo o enfermedad conserva ese estado mucho tiempo y no lo perderá fácilmente.



[Apunte]

  ¶   12

Por otra parte, algunos accidentes, como son muy diferentes entre sí, se distinguen físicamente y reciben nombres distintos, se discriminan con mucha facilidad y los indicios que de ellos nacen no llevan a error; en cambio, con los accidentes muy semejantes cometeremos fallos de forma continuada, pues son demasiado semejantes, al punto de que tomaremos el uno por el otro, creyendo que Sócrates pierde el color por esfuerzo o enfermedad, cuando en verdad lo perdió por miedo. Así, un padre hospedaba a su hijo, estudiante de leyes, y a una hermosa muchacha; el joven, por amor y falta de sueño, vino a perder el color; el padre, en cambio, lo achacó al estudio de las leyes, y le prohibió acercarse a los libros; no obstante, como la causa de la palidez no dejó de existir al abandonar los estudios, tampoco dejó de existir el efecto hasta que se identificó la auténtica causa. Se proponen dos remedios a esta posible equivocación: uno por parte de la cosa, el otro por parte del evaluador. El primer remedio, que viene de parte de aquello que se somete a evaluación, parece buscar, dice Aristóteles, que no nos equivoquemos a la hora de formular un juicio ni tomemos una cosa por la otra.



  ¶   13

Debemos estar versados y familiarizados con la forma y el rostro del individuo en quien identificamos una señal determinada que nos servirá para formular el juicio; así, debemos saber si ya antes había adoptado un determinado color a menudo, o si lo había hecho pocas veces, o acaso nunca: y es que si le sucede pocas veces, es evidente que este color es fruto de alguna afección, como el terror, o de alguna causa semejante. Y esto es lo que dice: en función de tu familiaridad con la forma, el rostro o el gesto de alguien, cuando veas que su color se adecúa al de un enfermo o al de un muerto, sabrás si puedes predecir que habrá de enfermar en breve, si ha pasado la noche en vela trabajando o si acaso se dio a la bebida y a la carne más de la cuenta.



[Enseñanza]

  ¶   14

Propuso arriba otro remedio que parte del evaluador, y dijo que quien quiera juzgar rectamente y no confundirse debe estar muy versado y ejercitado, y haber observado muchas clases de señales en los animales, y saber en qué se adecúan a los hombres, y en qué difieren; y cuáles son propias del género, y cuáles de la especie; y qué señal se adecúa a cada movimiento y operación, para evitar llamar impúdico al valiente, o alabar al impúdico como hombre valiente y noble: sería ridículo que alguien formulase así sus juicios, y el deshonor y la infamia caerían injustamente sobre la ciencia fisionómica.



[Enseñanza]

Capítulo xxxii

Capítulo xxxii     QUE EL MÉTODO BASADO EN LA APARIENCIA ES EL MEJOR

orig:   (37.4)

Así pues, el método mejor y más rápido es el que se basa en la adecuación aparente, y quien se sirve de este método es conocedor de muchas cosas. Y no solo es útil para las generalidades, sino también para la elección de las señales singulares; en efecto, es preciso que algún aspecto de las señales elegidas cumpla los requerimientos del individuo elegido.  

  ¶   1

Esto es lo que dije que se infería de lo anterior; y todo lo dicho anteriormente ocupa el puesto de antecedente, y esto el de consecuente. Y dice: el mejor y más rápido método para evaluar las costumbres y operaciones de los hombres es el que se basa en la adecuación aparente que guardan entre sí las señales humanas y las de los demás animales.



  ¶   2

Ya he dicho que por adecuación aparente se entiende la semejanza y concordia recíproca de dos accidentes, uno de los cuales se encuentra en el hombre sometido a evaluación, y el otro en algún animal que hayamos reconocido; de tal modo que uno recuerda al otro. Por ejemplo, cuando veo la frente de Sócrates, me viene a la mente la frente de un cerdo; como a este último se le asocia una costumbre sucia, lo mismo diré de Sócrates. Y este método, como he dicho, se denomina “método basado en la adecuación aparente de los accidentes”; Aristóteles dice que es el mejor, pues es bastante racional, como más arriba hemos demostrado. En efecto, ya hemos dicho que según sea un instrumento, tal es su operación, su potencia, la afección y la propensión de la potencia; y también hemos dicho que es muy probable que unos instrumentos semejantes guarden semejanzas en lo que respecta a las potencias, a las disposiciones y costumbres de las potencias y, al fin, a las propias operaciones. Así pues, razonando así, se dice que este método es el mejor, si acaso viniésemos a compararlo con los que se mencionaron en el segundo capítulo de este libro: y es que unos ejercían la fisionomía en función de las solas señales del género, otros tomaban las señales solamente de los géneros, otros procedían de otro modo; métodos todos ellos tachados de insuficientes uno a uno más arriba.



  ¶   3

Pues quien pretende emitir un juicio no precisa de un discurso extenso, ya que no se aleja tanto de los sentidos; por tanto, y por este motivo, concluye su evaluación muy rápidamente, al contrario de lo que sucede cuando razonamos echando mano una y otra vez del silogismo y de las deducciones basadas en el temperamento. Pues bien, como todo nuestro conocimiento se origina en los sentidos, se consumará antes el que esté más próximo a las cosas sensibles y tenga mayor conexión con ellas. Así, es por todos conocido que el fuego es caliente, que el sol brilla; también que el hombre es capaz de cultivar oficios y ciencias, y que puede verse afectado por lo divertido y por lo útil; no en vano, estas cosas son evidentes. En cambio, entender que el alma es una sustancia incorpórea, inmóvil de por sí, indivisible, entender que mueve cosas y comprender el modo en que lo hace requiere dedicación, y no se muestra tan abiertamente como para percibirlo de manera inmediata.



  ¶   4

Como hemos dicho, recomienda este su método argumentando que este método hace conocer muchas cosas; es decir, quien quiere aprovechar bien este método debe haber reconocido muchos géneros animales y sus operaciones, y debe haber estudiado las costumbres y los modos que contemplan cuando se aplican a la operación. Así pues, reconocerá la parte del cuerpo sufre más con cada operación, por ser su instrumento, y sabrá que esa parte se ve afectada al operar, reconocerá el rastro que queda en la parte del cuerpo que opera, y la impresión que deja la operación; acto seguido, identificando la imagen y la semblanza de esta impresión en algún hombre, le asignaremos una costumbre y una operación similares, o al menos una semejanza en lo que respecta a la propensión y la disposición de la potencia de su espíritu. Y es que, como se ha dicho, la propensión es como una cualidad de la potencia primera, en virtud de la cual adopta sin problema el hábito y la consumación a los que viene naturalmente dispuesta.



  ¶   5

Y este método no solo sirve para reconocer las pasiones de los géneros y distinguirlas de las pasiones y accidentes de las especies, sino que también sirve para reconocer las propiedades singulares de las especies e individuos. Por tanto, quien emplee este método deberá haber estudiado muchos accidentes humanos y animales, y haber visto las operaciones a las que siguen, y cómo suelen responder a la ira los persas y los cartagineses, los alemanes y los escitas, pues todo ellos sucumben a la ira pero, como repara un autor, lo hacen de maneras muy diversas y contrarias; tanto es así que los del norte suelen vengar y atacar la causa de su ira haciendo mofa de la ofensa, mientras que los libios, etíopes y mauritanos se enfrentan a sus enemigos presos de una triste gravedad y una rabia cruel.



  ¶   6

En lugar de en efecto, yo leería no obstante, de modo que Aristóteles venga a apuntar algo, siendo lo que sigue: quien emplea este método para ejercer la fisionomía debe advertir que cada una de las señales elegidas, es decir de las señales que él mismo elige como medio para elaborar su juicio, …



  ¶   7

Es decir, deben adecuarse al individuo elegido, ser semejantes a él y convenir con él, entiéndase, al individuo que se ha de someter a evaluación, pues es esto lo que se decide evaluar y lo que el fisiónomo pretende evaluar. Repliquemos esta complicadísima enseñanza brevemente y ciñéndonos, en la medida de lo posible, a las palabras de Aristóteles. El método de ejercer la fisionomía basado en la adecuación aparente es el más rápido porque se sirve de medios sensibles y apenas necesita tiempo para desarrollarse. Es también el mejor porque hace conocer muchas cosas, o supone que quien lo emplea las conoce; que conoce y combina con acierto las diferencias y propiedades no solo de los géneros, sino también de las especies; y que sabe determinar qué cosas se adecúan a todos de manera universal, y cuáles a cada individuo en particular. Por otra parte, su elección debe contar con que todas las señales elegidas han de cumplir los requerimientos de la naturaleza que motiva su elección, es decir, que la señal ha de ser equivalente a aquello que queremos significar y evaluar; en efecto, a menos que los elementos centrales se adecúen a los extremos, no habrá adecuación aparente y no podremos pretender ejercer la fisionomía según lo que propone Aristóteles en el primer libro de los Analytica posteriora, a saber, que deben contemplarse los elementos centrales y los extremos de cada coordinación.



orig:   (38.1)

Mas ligando, por otra parte, la adecuación a los elementos que se adecúan, y ello según la elección de las señales y aplicando el silogismo, que ha de emplearse en cualquier ocasión; de modo que si alguien es desvergonzado y taciturno, habrá de ser también ladrón y avaro, siendo ciertamente ladrón como consecuencia de su desvergonzonería, y avaro por su taciturnidad. Por tanto, habrá que adaptar este método a cada caso.  

  ¶   8

Es este otro método de ejercer la fisionomía que, según Aristóteles, conviene mucho al filósofo; este modo procede por silogismo y, en verdad, parece el más adecuado al hombre cultivado. En efecto, tras haber cantado las alabanzas del método anterior, basado en la adecuación aparente, que se sirve de los accidentes que van del alma al cuerpo y se muestran en este último; ahora, como si viniese a considerar la otra parte de la distinción expuesta más arriba cuando, clasificando las señales aparentes del cuerpo humano, dijimos que unas iban del alma al cuerpo y otras del cuerpo al alma; dice que tenemos otro método para ejercer la fisionomía, aplicando el silogismo al temperamento y a la disposición del cuerpo y de sus miembros.



[Método de evaluación por silogismo]

  ¶   9

Como reza la opinión de Aristóteles, es posible llevar el ejercicio de la fisionomía por silogismo más allá de esta selección de señales y su identificación; deberás emplearlo cuando la ocasión se presente, y especialmente si pretendes pronunciarte a propósito de las pasiones y propensiones del alma partiendo del temperamento del cuerpo. Y este silogismo ha de aplicarse en cualquier ocasión, siempre que sea posible; no en vano, el silogismo es la razón de lo que se dice. Digo “en cualquier ocasión”, es decir, no solo cuando empleamos los accidentes que van del cuerpo al alma, sino también cuando empleamos los que van del alma al cuerpo; y ello ligando en todo caso lo adecuado con las señales que se adecúan; por ejemplo, la sequedad y calidez del cuerpo con la ira del alma, o la desvergonzonería de la boca con el latrocinio. Así es como se emplea el silogismo, ligando unos antecedentes adecuados con unos consecuentes adecuados, e infiriendo la conclusión propuesta.



  ¶   10

Mediante un ejemplo explica cómo hemos de usar el silogismo para ejercer la fisionomía a partir de las señales aparentes tenidas en consideración, y cómo hemos de ligarlas. El ejemplo dice así: si sabemos, por ejemplo, que Sócrates es desvergonzado y taciturno, de estas dos señales inferiremos que es ladrón y avaro. Y lo haremos por silogismo, del siguiente modo: Sócrates es desvergonzado y taciturno; todo individuo desvergonzado y taciturno es ladrón y avaro; por consiguiente, Sócrates es ladrón y avaro. La menor se basa en la apariencia: en efecto, se muestra a los sentidos que es desvergonzado y taciturno; la mayor, en cambio, se infiere mediante razonamientos y definiciones, y mediante aquellas cosas que siguen al individuo desvergonzado y taciturno. Y esto es emplear propiamente el silogismo.



  ¶   11

Ahora bien, apunto que por desvergonzado se está refiriendo propiamente al hombre que no se preocupa por el honor y la estima de sí, al hombre que se mantiene seguro oyendo hablar de él lo mismo bien que mal. Mas quien no se preocupa por el honor tampoco se preocupará por la virtud, luego no albergará bondad alguna ni, por consiguiente, generosidad; por tanto, es malo e injusto. Por su parte, al ser taciturno, y como no se calla por respeto a los demás (pues es impúdico), sino porque medita qué hacer, aunque mal, y al ser taciturno, es también frío y seco. Por tanto, temeroso, pues siempre alberga el temor de no contar con el sustento necesario; siendo así, se vuelve avaro. Luego, si es avaro, también es malo; el avaro y malo, a su vez, busca conseguir las cosas de mala manera: no por la fuerza, ya que es temeroso, luego con fraudes; y a su vez, quien procura ajenciarse lo ajeno con fraudes es un ladrón. Por tanto, de quien sea taciturno e impudente dirás que es ladrón y avaro.



  ¶   12

A mí, en cambio, no me parece que el taciturno sea propiamente temeroso o ladrón; antes bien, por taciturno creo que debe entenderse al hombre que habla con requiebros, que trata los temas de manera anfibológica, lo cual te impide saber qué quiere decir. Los italianos dicen que estos hombres hablan aglamónicamente, deformación de un término griego que denota un consejo o una palabra noble y célebre. Podríamos decir que hablan una jerga astuta y rapaz. Mas quienes hablan de este modo siempre están tramando alguna cosa mala, no sé muy bien qué; por tanto, por fuerza han de atravesar los límites de la recta razón, ya por lo irascible, ya por lo concupiscible. No lo hacen por lo irascible, pues hemos dicho que son temerosos y que no se preocupan por el honor; por tanto, exceden los límites de la razón por lo concupiscible. Así pues, podrían procurarse toda clase de comodidades y placeres en lo tocante al placer carnal, al comer y al beber, a la sed de riquezas; no obstante, rara vez se excederán en el placer carnal, a menos que hayan adquirido esa costumbre; y es que no son cálidos ni húmedos, sino fríos, como hemos determinado. Por consiguiente, solo piensan en codiciar los bienes ajenos, y maquinan continuamente el modo de hacerse con ellos, se vuelven solitarios, taciturnos, impúdicos, de discurso tortuoso y oscuro, sin llegar a exponer nunca abiertamente su intención o su propósito.



  ¶   13

Pues bien, el silogismo también podrá emplearse en el ejercicio de la fisionomía, y se trata del método mejor o más filosófico. Aristóteles opina que el latrocinio es consecuencia de la desvergonzonería, y que la taciturnidad viene de la avaricia. A mí me parece que el latrocinio nace de la unión de ambas pasiones, a saber, la taciturnidad y la impudicia. Si esto es cierto, tal vez el silogismo permita formular deducciones a partir de los principios internos del cuerpo; y en tal caso contaríamos con dos métodos: uno que emplearía las señales que se dan en el cuerpo por obra del alma, de sus potencias y sus afecciones; y otro que también contemplaría las señales corporales, pero las que existen en el cuerpo en tanto que cuerpo compuesto y, por tanto, moderado mediante un criterio determinado. Siguiendo esta última vía, si damos con un desvergonzado, diremos que es ladrón; y si damos con un taciturno, diremos que es avaro.



  ¶   14

Así pues, en primer lugar, yo me figuraría el temperamento de alguien, de Sócrates, por ejemplo, basándome en su impudicia, pasión aparente de su cuerpo; y partiendo de ese temperamento demostraría el latrocinio del siguiente modo: Sócrates es impúdico, luego es melancólico con subdominio de la pituita; por tanto, es frío y seco en primera instancia, y húmedo en segunda; por consiguiente, es tenaz, y no se deja modelar fácilmente por agentes externos. Un individuo semejante también codicia lo ajeno, y lo persigue con tenacidad; y lo que llegase a atrapar lo retendría y lo ocultaría consigo como hace la tierra pantanosa y tenaz. Así las cosas, se dirá que es ladrón, pues esta conducta parece propia del ladrón. Del mismo modo, pero sin tanta complicación, si es taciturno, es decir, si habla poco y bajo, se sigue que sea avaro; en efecto, quien habla poco es frío y seco, luego no es osado, sino muy temeroso; así pues, se cree desgraciado y pobre, y piensa que ha de caer en la necesidad. Por consiguiente, no comparte lo suyo con los demás, pues eso lo hacen quienes tienen en abundancia, no quien se cree en necesidad. De un individuo semejante decimos que es avaro; por tanto, el taciturno es avaro. Pues bien, me parece que este es el sentido de la enseñanza desarrollada en este capítulo. Expongamos resumidamente las enseñanzas de Aristóteles.



[De qué manera puede procederse por silogismo]

Capítulo xxxiii

Capítulo xxxiii     COMPENDIO DE LOS PRECEPTOS DE ARISTÓTELES

  ¶   1

En verdad, primeramente supone Aristóteles que todas las operaciones atribuidas al alma pertenecen al compuesto vivo; y supone que cuando se dice que el alma se enfurece, se desboca y siente deseos, es como decir que teje o hila. Por tanto, infiere que existen dos métodos para ejercer la fisionomía, uno de los cuales se deriva de la adecuación aparente, es decir, se apoya en la adecuación y la semejanza que tendrán entre sí dos cosas, de las que una, no obstante, nos resulta más conocida que la otra; el otro método procede por silogismo. El primero siempre dice lo que hay, pero nunca por qué; en cambio, el segundo, que procede por silogismo, también se interesa de cuando en vez por el por qué; así, estipula que el alma y el cuerpo se responden de manera recíproca mediante afecciones mutuas, y explica que se cambian y se alteran mutuamente, y que se siguen el uno al otro con conjunciones mutuas. Esto mismo lo infiere Scaligero cuando explica el pensamiento de Hipócrates en el libro De insomniis, y dice que los cuerpos están dotados de figuras e instrumentos adecuados y correspondientes a las potencias y a las virtudes del alma.



[Epílogo]

  ¶   2

De aquí infiere la tercera enseñanza principal: que todos los animales con formas y figuras semejantes, en los miembros y en el cuerpo entero, tendrán también almas semejantes y potencias del alma semejantes, luego también operaciones semejantes, surgidas de almas y cuerpos semejantes. Apunta en cuarto lugar que de entre las cualidades que existen en el cuerpo, unas se denominan comunes, pues se encuentran idénticas en muchos individuos de especies diferentes; a estas cualidades o pasiones comunes responden a su vez propensiones y potencias del alma comunes y universales. Por ejemplo, si los lobos y los osos tienen una boca muy grande, ambos son también propensos a la voracidad y comparten esta común propensión del alma. De otras se dice que son propias de una sola especie y, si bien es cierto que se pueden ver en muchos individuos, estos solo difieren en su identidad. Así, cuando repare yo en que Sócrates tiene una nariz muy afilada, y conozca su carácter de cruel y pronta ira, al ver que Platón está dotado de una idéntica nariz, probablemente será presa de una ira idéntica. En efecto, parece probable que unos individuos semejantes compartan costumbres y operaciones semejantes, y que los disemejantes, a su vez, als tengan disemejantes.



  ¶   3

Acto seguido advierte que se precisa de mucha experiencia y mucha diligencia para estar en disposición de discernir si acaso una señal del cuerpo es índice de una propensión del alma o de otra. Esto no plantea mayor complicación, como yo mismo expuse más arriba: así pues, veo una señal en Sócrates, por ejemplo, que su cabeza es muy prominente; esta señal es común al impúdico y al valiente; dudo si denota una propensión a la impudicia o más bien a la valentía. Por último, habiendo propuesto la distinción de las pasiones sensibles comunes al alma y al cuerpo, dice que de entre aquellas que se adecúan al cuerpo animado en tanto que es animado, unas pasan del alma al cuerpo, pues el alma, siendo una causa del cuerpo dentro de los tres tipos de causa, ha de afectarlo y volverlo semejante a sí misma; otras, en cambio, pasan del cuerpo al alma, como las que nacen del temperamento y de las cualidades activas y pasivas.



  ¶   4

Ahora bien, entre los métodos de ejercer la fisionomía hay dos interesantes, uno basado en la semejanza o, como él mismo dice, en la adecuación aparente; y otro que procede mediante el discurso. Pues bien, sin rechazar este último, se decanta por el primero, considerándolo el mejor y más elaborado. El mejor, en verdad, porque es probable que las fuerzas del alma dispongan de miembros semejantes que han de servirles de instrumentos a ella y a sus operaciones. Quien se decida a emplear este método ha de estar muy mucho en la materia, y deberá haber estudiado diligentemente muchas especies animales y sus obras, su manera de operar, los miembros con que lo hacen y el modo en que proceden.



  ¶   5

El último método, que procede por silogismo, es el más difícil de todos, ciertamente, pero también el más científico y sutil. Así pues, nosotros, ahora, deduciremos la semejanza de los miembros mediante la semejanza de los accidentes observada en los miembros, y ante la semejanza de los instrumentos diremos que también las potencias son semejantes; y si viniésemos a juzgar semejantes los instrumentos y las potencias, también llamaremos semejantes a las operaciones que estos ejercen. Llegados a este punto, pasaremos a emplear el silogismo para precisar las propiedades y costumbres que se siguen de las cosas que ya conocemos. Y es que se ha comprobado que las obras de los animales parecen estar tan conectadas como los miembros, y así como en el cuerpo existe un único consenso y una única colaboración, parece que también las potencias del alma se adecúan y colaboran entre sí de buen grado, de modo que si una se acerca más a la consumación y al hábito, también la otra, que se le asemeja y guarda con ella unas mismas proporciones, se vuelve más hábil para una determinada operación; en efecto, quien se vuelve avaro también se vuelve, al mismo tiempo, más temeroso y afligido. Pues bien, según Aristóteles, así es como debemos proceder si pretendemos reconocer las costumbres de los hombres mediante las señales corpóreas.



[Método de ejercer la fisionomía por silogismo]

  ¶   6

A su vez, me parece que el siguiente ejemplo puede explicar que la materia y la diversidad del cuerpo cambian las operaciones del alma, pero no así su sustancia y sus potencias, y de qué manera lo hace. El fuego existe en su propia esfera, y no brilla ni arde; no obstante, alberga la posibilidad de arder y brillar si se encontrase en un cuerpo combustible. Si este mismo fuego viniese a aplicarse a un cuerpo combustible, resultaría que el combustible en potencía pasaría a serlo en acto; por tanto, aquel fuego es el acto de un cuerpo que puede arder, y entonces el fuego arde y brilla en acto. Pues bien, cuando un madero o un combustible brilla y arde, esto lo toma de la presencia del fuego, que ejerce sus potencias en el cuerpo; asimismo, cuando un cuerpo animado vive y se nutre, siente y se mueve, esto lo toma del alma. Y el madero no arderá ni brillará sin fuego, ni el cuerpo ejercerá sus funciones vitales sin el alma; ahora bien, según sea el combustible, el fuego brilla y arde de manera diferente, pues a veces produce una llama verde o azul, como vemos en el azufre; a veces la vemos negra, como en la brea; a veces parece más cálida, otras veces más débil; unas veces arde más, otras menos; y según sea la materia ejercerá sus funciones de manera diferente: también así vemos cambiar las funciones del cuerpo animado según sea la cualidad y la afección del cuerpo. Así pues, que Sócrates viva, que considere, que se mueva, que juzgue, todo ello viene del alma; asimismo, que el combustible brille, que arda, viene del fuego. En cambio, que arda o brille de una determinada manera depende de la naturaleza del combustible, y de que el madero sea, por ejemplo, de sauce o de roble; del mismo modo, que Sócrates se mueva, opine o juzgue de una manera determinada se deriva de la naturaleza del cuerpo, que emplea como instrumento para vivir y operar.



[Cómo las diversas afecciones del cuerpo cambian las obras del alma, pero no la sustancia]

  ¶   7

Pues bien, esta disposición y afección corporal es la que podemos y pretendemos reconocer mediante los indicios del cuerpo; en efecto, esta es la que enseña cómo es el cuerpo, luego cómo sirve a su potencia, luego cómo es su operación. Por ejemplo, si te viese un cuando padecieses ictericia, diría que crees verlo todo azul; no en vano, según sea el instrumento, tal será el modo de la operación. Así, pongamos que te ves en un espejo determinado; si yo conociese el estado del espejo, me figuraría fácilmente el juicio que habrías de formarte sobre tu apariencia; en efecto, si veo que el espejo tiene la superficie irregular o que está mal hecho, afirmaría que tú creerías tener un rostro pálido y deforme. Así, viendo unas determinadas afecciones en los miembros que empleas para ciertas oepraciones, reconoceré con acierto lo que habrá de opinarse de la operación.



  ¶   8

Así pues, el alma anima el cuerpo, y se dice que este está animado por ella. En tanto que está animado, toma del alma unas potencias u otras. Mas dependiendo de las afecciones del cuerpo, unas potencias resultan más aptas para el ejercicio de su acto, y otras menos. A esta aptitud la llamamos propensión, y esta propensión viene del cuerpo, al igual que el corte de un carpintero es mejor o peor dependiendo de la sierra. Por consiguiente, esta puede reconocerse mediante los indicios corporales pues, en cierto modo, el cuerpo orienta las potencias hacia una operación antes que hacia otra. Así, si viese yo a dos hombres, uno de vientre hinchado y piernas gruesas y cortas, el otro con piernas largas, musculadas, muy delgadas, sin vientre y ágil, diría que ambos tienen la potencia de correr, pero que el primero demuestra más impotencia que el último.



[Qué es la propensión]

  ¶   9

Así pues, creo que todo esto deja claro qué es la costumbre y el modo, y cómo el cuerpo altera el alma, y cómo no la altera, al ser esta su acto. En tanto que esta es su acto, el movimiento y la alteración del cuerpo han de infundirle cambios en las partes que la hacen ser fuerza instrumental. Y se ve alterada, como se dice, en su operación, no en su esencia. De hecho, el alma siempre es una misma esencia, como la presencia del sol y la luz; en cambio, el calor y la operación varían según el medio en que se apliquen y con que actúen, y en función del aire, el calor se muestra a veces túrbido, nebuloso, y parece más cálido o más suave de lo que realmente es. Así pues, la potencia es la misma, pero no siempre opera ni se ejerce de una misma manera. Pues bien, el temperamento del cuerpo que identifico mediante las señales y los accidentes sensibles, temperamento del cuerpo entero o de sus partes principales, es el que me enseña el modo y la razón que guarda, que suele guardar por regla general o que guardaría en el caso de operar y venir al acto. Así, si viese a alguien con una cabeza grande y un cerebro pituitoso, diría que es olvidadizo y somnoliento, es decir, que es de los que usa malamente la potencia de la memoria, que ni guarda las imágenes ya osbervadas ni las recibe, y que disfruta del sueño.



  ¶   10

Pues bien, creo que con todo esto queda claro que es posible afirmar algo razonable a propósito de las costumbres del espíritu, esto es, de los modos que el espíritu emplea y guarda para consumar sus operaciones, que es lo que nos habíamos propuesto desde un principio; y queda claro también que nada de esto destierra el libre albedrío ni le resta poder alguno, como más abajo se dirá. Asimismo, creo que lo expuesto deja claro qué es lo que ha de responderse a Galeno y a quienes dicen que, en casos de frenesí, de mal de amores, de delirio y de la melancolía que llaman hipocondríaca, el alma se cura tras la sanación del cuerpo, y que por tanto ambos están ligados en esencia. El caso es que no es el alma la que enferma, sino el cuerpo, en tanto que es el instrumento de la operación en cuestión; por tanto, tras la marcha del obstáculo, el alma vuelve a ejercer sus operaciones adecuadamente, como antes.



Capítulo xxxiv

Capítulo xxxiv     SI LA DISPOSICIÓN DEL CUERPO ACASO IMPIDE EL LIBRE ALBEDRÍO

  ¶   1

Alguien creerá necesario volver a plantearse si, de ser así las cosas, acaso se revoca el libre albedrío, y acaso las acciones de los hombres existen por la necesidad de la materia y de los instrumentos. Es posible demostrar que se revoca y se impide, pues nadie será justo ni valiente a menos que tenga una propensión y una habilidad para la justicia y la valentía; por tanto, nadie debería ser alabado o condenado, pues no fueron buenos o malos por elección propia, sino por necesidad. Así pues, actúan injustamente los legisladores cuando condenan a quienes actúan por necesidad como si hubiesen pecado voluntariamente. Por el lado contrario, quienes atribuyen algo a las inclinaciones, a los instrumentos corporales y al temperamento del cuerpo, lo que hacen es urdir y preparar una excusa, un pretexo, un escudo muy vil, con los que se protegerían en caso de ser descubiertos en fragante delito, pudiendo alegar lo siguiente: “tal es mi inclinación”, “la naturaleza me empuja a actuar así y, por mucho que la repudie, termina volviendo”, “estoy libre de esta culpa”, “me pesa muchísimo”, y con otras tantas cosas por el estilo suelen excusar los idiotas y mequetrefes, con demasiado amor propio, sus vicios y malas acciones, principalmente.



[Planteamiento]

  ¶   2

Pero a este planteamiento ya se ha respondido en otro lugar; y ahora creo que es posible responder con argumentos más sólidos, además de aquello de que a quien dice que la naturaleza lo obliga a robar, a actuar injustamente, también podría decirle un juez que la naturaleza lo obliga a colgar a los ladrones, ajusticiar a los sicarios y exiliar a los injustos. Digo que el temperamento y los miembros del cuerpo pueden inducir una inclinación, pero nunca obligar, a menos que el temperamento de un cuerpo estuviese dispuesto de manera tan exagerada que el principio se viese profundamente viciado. Por lo demás, para poder entender todas estas cosas, digo que de entre las acciones y los padecimientos del hombre, unos no pueden no ser o no suceder, y esto de dos maneras: sin más o por suposición. Sin más no puede no morir un hombre particular, como Platón; no puede no encontrarse en algún lugar, no puede no pesar y no verse empujado hacia abajo, a menos que algo venga a impdirlo. Por suposición digo que Platón no puede no respirar, no puede no comer si quiere vivir; no puede no sentir si está vivo y es un animal. Y a propósito de estas cosas sí es posible ofrecer una razón cierta: por tanto, se dice que son necesarias.



[Respuesta al planteamiento]

  ¶   3

Otras son no necesarias, y tales son las que un mismo individuo puede tener y no tener, las que puede no hacer y hacer. Estas puede tenerlas muy a menudo, rara vez o de cualquiera de las dos maneras. Platón tiene y hace muy a menudo aquello para lo que tiene dispuesto un hábito y un instrumento; por ejemplo, ve, oye y habla porque tiene el hábito y el instrumento para oír, ver y hablar. Ahora bien, puesto que hablar y ver son de esa clase de cosas que no siempre están en energía, pues no siempre está hablando, no siempre está oyendo o viendo; partiendo de que cuenta con los instrumentos necesarios, si estos están en buen estado y dispuestos conforme a natura, diría yo que puede oír, ver y hablar, y sobre todo que puede hacerlo a voluntad; no obstante, si no estuviesen en buen estado o estuviesen mal dispuestos, al punto de no obedecer a la potencia de la que son instrumento, se podría decir con acierto que Platón no habla, o habla mal y ve mal, en tanto que el instrumento está mal afectado. En efecto, aquello con lo que cuenta Platón determina para sí unos instrumentos determinados, y nace de los hábitos y de las consumaciones de las potencias de las que son instrumento. El caso es que dependen de la voluntad de lo que las usa y ejercita, y en cambio, por regla general, se ven consumadas de una determinada manera dependiendo del instrumento que tengan.



  ¶   4

La segunda clase es la de los accidentes y acciones que se presentan de cualquiera de las dos maneras, las que Platón no solo puede hacer o no hacer, sino que no existe causa alguna para que obre de una manera antes que de la contraria. Estas operaciones son las que dependen de aquellas potencias que son solo aptitudes y potencias primeras, mas no consumaciones ni hábitos. Estas potencias, en verdad, no son acto principal y propio de una cierta y determinada parte de nuestro cuerpo, como sí es el caso de la potencia de bailar al ritmo, de la potencia de cantar y de tocar la cítara; son solamente aptitudes y habilidades del alma. Por tanto, tampoco tienen un instrumento concreto, sino que operan naturalmente gracias a algún miembro cuyo acto primero y propio es alguna otra entelequia que contiene en sí, en potencia, algunas otras facultades, como el cuatro contiene al tres y al dos. Por ejemplo, la fuerza motora contiene, en potencia, la gesticulatoria de las manos, que se ejerce con los dedos, y la del canto; si viniese al acto y se consumase según su hábito, aquella se serviría de las manos, y esta de la lengua; ahora bien, la mano está pensada en principio para procurar comida, y la lengua para saborear; en cuanto a las potencias en cuestión, se diría que estos miembros las acometen de manera secundaria y por accidente. Así pues, sabiendo cuál es el instrumento que emplean estas potencias, si acaso viniesen al acto, y sabiendo que según sea el instrumento, así será la operación derivada de la naturaleza y del temperamento del instrumento, juzgaremos la razón que habrá de seguir la operación, y si la potencia está próxima a la operación o alejada de ella.



  ¶   5

En verdad, como el alma humana lo es todo en potencia, y guarda en sí todas las disposiciones y los principios de todas las acciones y operaciones; si un hombre tuviese algún miembro que nos recordase el de un animal que, con ese miembro, ejerce naturalmente una operación concreta dependiente de un hábito concreto e innato de su alma, entonces diremos que ese hombre tiene esa potencia muy próxima al hábito, y que está más dispuesto a operar conforme a ella que conforme a la potencia opuesta. Por ejemplo, como el alma de Sócrates tiene, en primera potencia, todas las disposiciones y afecciones que tienen en acto primero y separadamente todas y cada una de las especies animales, resulta que también tiene, en potencia, la voracidad que el lobo tiene en acto y entelequia, voracidad que el lobo ejerce abriendo la boca de par en par, mostrando sus dientes grandes y firmes, que son los instrumentos propios que emplea para devorar. Así pues, si viese yo que Sócrates tiene una boca y unos dientes semejantes, diré que tiene la potencia de la voracidad muy próxima al acto primero, y que le resultará muy sencillo a Sócrates llevar esta potencia al acto; en cambio, no por ello diré que es voraz por hábito, ni que es imposible que pueda no ser voraz. En efecto, esto es falso, tanto porque esta voracidad, en Sócrates, está en potencia primera, como porque es de esa clase de operaciones que Sócrates puede hacer y no hacer; y así como en principio es fácil resistirse a llevarlas al acto, una vez hecho, es harto difícil impedir que obren ante la presencia del objeto y con la ocasión propicia; y así, lo que en un principio había sido voluntario, se vuelve luego prácticamente necesario, por así decirlo. Por tanto, Sócrates puede usar sus dientes y su boca de esta manera, y también no hacerlo; y el hombre, en principio, lo mismo puede mover una pelota o una rueda que no moverla; ahora bien, una vez la hubiese movido, no podrá detenerla con la misma facilidad; y Sócrates, una vez se hubiese habituado a usar sus dientes y forzar su gesto a la manera de un lobo, tendrá enormes dificultades para contenerse.



  ¶   6

En efecto, en estos se da el libre albedrío, y así el hombre que está dispuesto conforme a natura, y que no está fuertemente corrompido en sus principios, como sí sucede con quienes padecen de locura, delirio o furia, este —digo— opera a voluntad, y es dueño de sus operaciones. Cuanto más o menos se aproxime a la disposición antinatural de los instrumentos, tanto más o menos parece seguir la razón y su forma; por tanto, quienes tienen unos instrumentos profundamente corrompidos, aun deseándolo con fuerza, son totalmente incapaces de evitar desviarse por completo del fin natural.



  ¶   7

El tercer tipo de operaciones y pasiones que pueden no ser, de las que se dice que suceden en raras ocasiones, también depende de las potencias primeras del alma humana, y no tienen ningún miembro concreto en el cuerpo del que ser actos o formas. En este caso podrás juzgar más probable que las operaciones que de ellos dependen no se habrán de producir antes que lo contrario. Así, rara vez sucede que un hombre, como un pez, pueda manejarse mucho tiempo bajo el agua; no obstante, puede ser —digo— que viniese a predecirse esta rareza, pues entre los órganos humanos no hay ninguno que en verdad y propiamente esté dispuesto de manera natural para efectuar tal operación; mas si alguien hubiese consumado esta potencia mediante un ejercicio constante, el cuerpo que lleva a cabo esta operación de permanecer mucho tiempo bajo el agua se mostraría afectado de alguna manera.



  ¶   8

Así, pues, esta ciencia no establece nada necesario, ni erradica el libre albedrío o el consejo, pues cada quien es dueño de sus operaciones. En efecto, el principio está en potestad de cada uno, y lo mismo el instrumento, aunque su cualidad y disposición no dependa de nosotros; así pues, está en nuestro poder ver y no ver, cantar y no cantar, o cantar bien o mal, y de un modo determinado o del contrario. Esto se asocia principalmente al instrumento, que suele consumarlo, por regla general, mediante el uso y el ejercicio, en tanto que es una parte animada. Hasta aquí, pues, y a la luz de estas cosas, creo que queda claro que es posible figurarse las inclinaciones y costumbres de los hombres mediante señales, y que de esto no se deriva necesidad alguna, y que no podemos negar ser dueños de nuestras acciones.



Capítulo xxxv

Capítulo xxxv     DISTINCIÓN DE PASIONES Y HÁBITOS ANIMALES MEDIANTE LA COMPARACIÓN DEL GÉNERO MASCULINO Y FEMENINO

orig:   (39.1)

Mas ahora, en primer lugar, procuraré distinguir los géneros de los animales, y alterar sus adecuaciones, de modo que sean valientes y temerosos, justos e injustos.  

  ¶   1

De entre todos los métodos de ejercer la fisionomía, Aristóteles alabó más arriba y antepuso a los demás el que hemos dado en llamar, según su criterio, método basado en la adecuación aparente; es decir, cuando viésemos que dos animales o también dos hombres comparten una misma señal corporal, si supiésemos que uno de los que tienen semejante señal cuenta con una determinada propensión o costumbre, juzgaremos que esa misma propensión se da también en el otro individuo que tiene esa misma señal. Por ejemplo, veo yo que una zorra tiene los ojos muy pequeños y negros, y sé que es astuta; asimismo, veo que Calias también tiene los ojos pequeños y negros y, por tanto, diré que es astuto. En efecto, como la zorra y Calias comparten la misma señal, y como el fraude y la astucia se adecúan bien entre sí, al ver la misma señal en el cuerpo de Calias, supondré que también alberga en su espíritu el engaño propio de la zorra; y como ambos se adecúan en las señales aparentes, creeré que también lo hacen en las no aparentes.



[Explica el uso del juicio basado en la adecuación aparente]

  ¶   2

Habiendo dicho él que este método era el mejor, que era fácil y asequible —digo—, explica ahora el modo de emplearlo. Y comienza con la primera y más universal diferencia del sexo, que se da en todos los animales consumados; exponiendo según el cuerpo y también según el alma cuál es naturalmente macho, y cuál hembra; de modo que si diésemos en ver que un individuo macho o hembra tiene algunos accidentes sensibles propios, juzgaremos que su alma se ha visto afectada por una cualidad determinada, que suele ser algún accidente exclusivo del sexo masculino o femenino. Y por eso, dice: “ahora, en primer lugar, procuraré distinguir los géneros de los animales, y explicaré cuáles son los accidentes que conviene alterar”, es decir, aquellos que, sometiéndolos a alteraciones, podemos emplear para razonar; como queriendo decir: “y explicaré cuáles son los accidentes que pueden pasar de una especie a otra, o de los géneros animales a la especie humana, o de un individuo a otro de la misma especie; para poder reconocer entonces las cualidades del espíritu; por ejemplo, qué animales son valientes, cuáles temerosos, cuáles justos, cuáles injustos”. No es que yo crea que los animales sean capaces de justicia o de injusticia, o que tengan el sentido de la justicia; sino que, tirando de alguna semejanza, decimos que el camello es más justo que el perro o que el gallo, pues este no copula con su propia madre, cosa que sí hacen el perro y el gallo.



[Propósito]

  ¶   3

Pues bien, esto sería lo que se propone hacer ahora. Para conseguirlo, empezará dividiendo los géneros animales y considerando de manera general qué accidentes corporales concretos acompañan a un sexo determinado, y qué sexo tiene unas determinadas propensiones del espíritu. Si estas existiesen ligadas a una única señal, allá donde aparezca una será probable que se encuentre también la otra. No en vano, este es el fundamento de la naturaleza, operar siempre del mismo modo, a menos que algo se lo impida.



[La obra propia de la naturaleza]

  ¶   4

Apunto a su vez que Aristóteles adujo dos clases de pasiones espirituales, a saber, la valentía y la temerosidad, la justicia y la injusticia. Creo que lo hizo para indicar que el fisiónomo no solo puede pronunciarse sobre las propensiones de las potencias sensitiva y apetitiva, sino que también puede afirmar algo sobre las propensiones de la potencia racional: aunque no sin razón podría yo afirmar que la justicia no es una virtud del intelecto, sino moral; bien es cierto que toda virtud acompaña a la recta razón, luego quien alberga una virtud, alberga razón.



[Nótese]

  ¶   5

Ciertamente se ha de decir que es posible entender la virtud de dos maneras: propiamente, cuando se refiere a un hábito moderado creado mediante elección; esta, ciertamente, no se encuentra en los animales, y es exclusiva del hombre. Mas si hablando impropiamente entendieses la justicia y la valentía, en tanto que se refieren a unas inclinaciones naturales que reproducen la imagen de estas virtudes, claramente pueden encontrarse tanto en las bestias como en los niños. [*]
Pero sea como sea, el alma racional también tiene algunos hábitos y propensiones que acaso no podrían consumarse sin la ayuda de los instrumentos corporales pues, en tanto que el alma da forma al cuerpo, es incapaz de actuar sin instrumentos corporales.



[Objeción]
[*][Respuesta]

  ¶   6

Mas dirás: si hemos de poder figurarnos las operaciones y propensiones del alma racional mediante los accidentes corporales, o intuirlas de algún modo; entonces el alma racional será una virtud de la materia, y no carecerá de instrumento, como consideró Aristóteles en el tercer libro del De anima.



[Cuestión]

  ¶   7

Respondo que nadie puede reconocer de ninguna manera las pasiones, es decir, los pensamientos y planteamientos del alma humana; en cambio, que sí pueden reconocer las pasiones, esto es, las afecciones y disposiciones de los instrumentos destinados a formular tales planteamientos y propósitos; pueden reconocer si acaso están perturbados, bien o mal dispuestos para la consumación de una operación determinada o de la contraria. Por ejemplo, yo no conozco ciertamente lo que piensa un carpintero cuando está en su taller, pero si viese que toma un berbiquí o un martillo, no diría que pretende cortar un madero, sino taladrarlo o clavarle un clavo; y si viese que la broca está estropeada o rota, diré que el carpintero es un mal taladrador, y que no realizará bien esa operación.



[Si acaso el fisiónomo puede reconocer los planteamientos del alma racional]

  ¶   8

Así, yo no puedo saber si alguien es justo, es decir, si habrá de devolverme unas monedas mías que se encontró en la calle, o si piensa devolvérmelas o no: y es que solo Dios puede escrutar los corazones. En cambio, si al acercarme a él lo encontrase arisco, cruel, con rostro airado y perturbado, ¿qué habré de creer, si no que ha de transgredir la recta razón y ni por asomo ha de devolverme mis monedas? Por otra parte, si me encontrase con un hombre plácido y tranquilo, es probable que no viole la justicia. Así, pues, aunque el intelecto no sea de por sí una virtud orgánica, no obstante, para actuar sí se sirve de instrumentos corporales, y según sea el instrumento, tal suele ser la operación; por tanto, resulta que es posible figurarse de algún modo, partiendo de la disposición de los instrumentos, el fin que puede albergar una operación derivada del intelecto.



[Cómo se reconocen las operaciones de la mente]

orig:   (39.2)

Estableciendo una distinción en la clase de los animales.  

  ¶   9

La primera y más universal diferencia y distinción de los animales consumados los separa en macho y hembra; esta diferencia se denomina sexo. Así pues, me dispongo a decir qué es un macho, qué es una hembra; y por qué los animales consumados sufren esta distinción, y de qué manera un macho y una hembra pertenecen a una misma especie; acto seguido, digo qué se asocia a cada sexo, y por qué.



  ¶   10

La palabra sexo viene del término griegoἔξις, es decir hábito. Así pues, se trata de un acto primero o hábito que compete a los animales consumados en tanto que están consumados, distinguiéndolos en macho y hembra. Aristóteles llama macho al animal que lleva en su naturaleza engendrar descendencia dentro de otro animal de su misma especie; y llama hembra al que lo hace en sí mismo. Mas parece que el macho y la hembra se distinguen por potencia e impotencia, como dice Aristóteles. En efecto, el macho es quien tiene la potencia de elaborar, constituir y apartar su semilla, y de diseminarla en otro animal de su misma clase, gracias a lo cual podrá formarse otro de su misma especie; por el contrario, la hembra aqueja la impotencia de generar una semilla perfecta; en cambio, sí tiene la potencia de recibirla. Por tanto, el macho es el punto de partida del movimiento, y se asocia a la causa eficiente; la hembra, a su vez, a la materia. Dicho lo cual, queda claro qué es un macho y qué es una hembra.



  ¶   11

Mas puede recuperarse lo dicho por Aristóteles en el primer libro del De generatione animalium a propósito de por qué los animales consumados se distinguen en macho y hembra. Ciertamente, dice Aristóteles: “puesto que el macho es como un elemento móvil y un punto de partida del movimiento, y la hembra es como un elemento paciente y materia, que son las dos cosas necesarias en toda transmutación; pero como, a su vez, el agente y el paciente difieren tanto en la cosa como en su razón; por consiguiente, el macho y la hembra se distinguen tanto en la cosa como en su razón: aun siendo de una misma especie, se diferencian en función del todo o de muchas partes”. Así habla Aristóteles. Y cuando el macho y la hembra se unen, dice que se mezclan, que se vuelven como las plantas y que abandonan la labor propia del animal, que es conocer y percibir.



[Por qué una especie se divide en macho y hembra: qué dice Aristóteles]

  ¶   12

En verdad, lo mismo podríamos decir de cualquier clase de cosas, e incluso de cualquier naturaleza, como se dijo en el tercer libro del De anima: en esta existe algo que tiene la razón de lo eficiente; además, existe otro algo asociado a la materia, sobre lo cual lo eficiente actúa y opera. Por su parte, la clase de los animales consumados es un ente que, de albergar algo con la razón de lo eficiente, también ha de albergar algo asociado a la materia. Ahora bien, lo eficiente y lo paciente, lo móvil y lo movido puede estar afectado de tal manera que o bien lo eficiente y móvil se confunda con lo paciente y lo movido, o bien se distinga de ellos; y si reconocemos la existencia de uno de estos modos, habremos de reconocer también el otro. En cambio, en las plantas, en los animales zoófitos y en muchísimos insectos, como en las anguilas, lo eficiente y lo paciente se confunden, y los sexos no se diferencian; por tanto, también se reconocerá la existencia de una clase de seres vivos en la que sí se distinguirán, y esta es la clase de los animales consumados, es decir, aquellos cuya parte agente se denomina género masculino, que genera y actúa sobre otra parte y que, por tanto, tiene la razón de lo agente y de lo eficiente; mientras que la otra, la parte paciente, se denomina femenina, que padece y alberga la generación. Dicho lo cual, en una clase de seres vivos el macho y la hembra se confunden, mientras que en otra no: se confunden en los no consumados, se distinguen en los consumados.



  ¶   13

Queda claro, pues, cómo los animales consumados se distinguen por su sexo, y queda claro de qué manera el macho está más consumado y es más noble que la hembra, pues su relación con la hembra es como la de lo eficiente y lo móvil con la materia y lo movido, y como la de la parte imperante con la que obedece. Ahora bien, pertenecen a la misma especie, pues lo que nace de ambos pertenece a la misma especie, como también opina Aristóteles en ese mismo libro. En efecto, el macho no se distingue de la hembra ni por su esencia ni por su forma, y todos sus miembros son semejantes, con la sola excepción del útero, el pene y los testículos. Por este motivo dijo Alejandro Afrodisio que la diferencia entre el macho y la hembra era una pasión primera material, es decir causada por los accidentes de la materia; y es que si una determinada elaboración diese en participar, por así decirlo, en mayor medida de la razón de la forma, sería macho; y que en caso de hacerlo en menor medida, degeneraría en hembra, razón por la cual dijo en el primer libro de la Politica que tanto el monstruo como el inválido tienen juicio y capacidad de pensar. Si esto es cierto, con razón divide Aristóteles la especie humana en macho y hembra, tomando esta distinción como primera y universalísima afección accidental.



[Que el animal consumado distingue entre macho y hembra]

orig:   (39.3)

Dándole a cada forma lo que le corresponde. 

  ¶   14

Es decir, habiendo dividido la especie humana en una parte femenina y una masculina, nos queda enumerar de manera general qué disposiciones siguen a la figura masculina y cuáles a la femenina, es decir, la disposición y el hábito del sexo, según los cuales solemos decir que algunos, aun siendo hombres, tienen un aspecto femenino; por otra parte, llamamos hombretonas a algunas mujeres porque muestran una apariencia viril, aun siendo mujeres. Y aporta la razón de lo dicho, diciendo:



[Cuáles son las disposiciones del macho y cuáles las de la hembra]

orig:   (39.4)

Pues son semejantes.  

  ¶   15

Creo que esto quiere decir que las formas viriles y femeninas se parecen porque cada una de ellas tiene sus accidentes propios. Así pues, dice como sigue: añadimos a las formas del macho y de la hembra sus accidentes. En efecto, estas dos formas difieren entre sí en que cada una de ellas tiene sus propias afecciones y pasiones; en cambio, se parecen porque unas pueden aparecer en lugar de otras, de manera que algunos machos parecen tener accidentes, figura y forma femenina, y algunas mujeres, por contra, masculina, y pasiones masculinas.



orig:   (39.5)

Y las bestias que intentamos alimentar. 

  ¶   16

Aborda ahora Aristóteles los accidentes y las afecciones que siguen al sexo femenino, y las que aquí decide reunir suman cinco. Así pues, comparando de manera general el género femenino con el género masculino, dice: la hembra, no importa de qué clase, es más mansa que el macho, de espíritu más dulce, menos propensa a la crueldad y la fiereza, y menos robusta y audaz, y acostumbra a obedecer más fácilmente, y se deja domesticar, y es menos iracunda. Prácticamente las mismas afecciones las enumeró palabra por palabra en algún otro lugar, y especialmente en el primer capítulo del libro noveno del De historia animalium. Ahora que hemos terminado con todas las afecciones de las almas femeninas aquí expresadas por Aristóteles, veamos brevemente qué otras se le pueden añadir, según él mismo y según otros.



[Cualidades femeninas]

  ¶   17

En verdad, me parece que Aristóteles procede a posteriori, partiendo de las señales, como en las proposiciones que son prácticamente evidentes, de modo que su razón reza así: si las bestias que en ocasiones alimentamos y domesticamos fuesen del sexo femenino, se amansarían más fácilmente que los machos de la misma clase, y serían menos fieras y crueles.



  ¶   18

Y además, según yo lo entiendo, las mujeres son de alma más blanda, es decir, tienen un ingenio más dulce y flexible, y no tan truculento y fiero como los machos. Son menos osadas, más temerosas, obedecen sin rechistar, y terminan dejándose alimentar y domar; de esto se sigue que sean también menos iracundas que los individuos de sexo masculino de su misma clase. De ello infiere de las partes al todo: “por consiguiente, en lo que al espíritu respecta, tal es el género femenino en comparación con el masculino”. De las condiciones anteriores infiere, a su vez, que el género femenino es menos iracundo que el masculino; en efecto, si el género femenino es más blando, y más propicio a la docilidad y a la obediencia, entonces es naturalmente más propenso a la mansedumbre, luego lo es menos a la iracundia. Pues bien, el género femenino parece naturalmente menos iracundo que el masculino. He dicho “naturalmente”, pues si te topases con algunas mujeres más iracundas que los más iracundos varones, cosa que sucede de cuando en vez en la especie humana, dirías que están dispuestas sin conformidad a natura, y que son, en verdad, monstruos truculentos. En cambio, aprender, estudiar y habituarse a obedecer son un cierto tipo de mansedumbre.



[Las mujeres son más dulces y más temerosas]

orig:   (39.6)

Mas esto lo ve entiende cualquiera a juzgar por nosotros mismos, pues cuando sucumbimos a la ira, nos volvemos terriblemente testarudos, y estamos muy pendientes de que no llegue a pasar nada; no obstante, somos arrastrados a actuar con violencia y a acometer todo aquello a lo que la ira nos hubiese empujado.  

  ¶   19

Y lo que dijo por último, eso de que el género femenino es manso, y por tanto menos iracundo que el masculino, lo prueba mediante un ejemplo tomado de los propios hombres, procediendo ab oppositis. Si los hombres, presa de la ira, se vuelven terriblemente testarudos, no dan muestra de prudencia, pero sí de mucha osadía, y nada temen, antes bien, se ven arrastrados con violencia a acometer lo sugerido por la ira; entonces, por el contrario, quienes se dejan persuadir con facilidad y no son demasiado osados, y quienes sienten miedo y no se dejan arrastrar con violencia a cualquier osadía serán menos fieros y menos iracundos.



  ¶   20

Por su parte, el género femenino es de los que se amansan fácilmente y son menos osados, como se ha dicho. Por consiguiente, el género femenino es menos iracundo que su congénere masculino, y menos fiero y osado, como se lee en el capítulo primero del libro noveno del De historia animalium, donde dice: “las mujeres son de costumbres más blandas, se asustan antes, se dejan someter, aprenden e imitan con mayor ingenio”. Y tanto allí como aquí prueba su posición del mismo modo, pasando revista a las clases; tal es así que parece que este libro es realmente obra de Aristóteles, o bien que esta parte y la siguiente se han tomado del De historia animalium. Como el pasaje del libro De historia animalium está más claro y es más elegante, creo que no pasó de ese libro al nuestro, sino más bien de este al De historia animalium: en efecto, no es probable que un pasaje copiado se vuelva más oscuro y conciso que el del autor que lo redactó a propósito.



orig:   (39.7)

A su vez, me parece que las hembras son más malvadas que los hombres, más desmedidas y agresivas, y más avaras, y más impotentes.  

  ¶   21

Todo este capítulo está plagado de correcciones, y especialmente la primera parte y la que ahora se expone; esto resulta evidente si se compara con el manuscrito griego antiguo. En las ediciones latinas, algunos hacen que Aristóteles atribuya ahora al sexo femenino dos únicas condiciones, a saber, ser más malvado y más desmedido; otros cuentan cinco, y leen que el género femenino es más inicuo, más desmedido, más agresivo, más avaro, más impotente que el masculino.



  ¶   22

El Suesano y el texto con el que concuerda mi códice griego solo reconocen cuatro condiciones; una de ellas es que el sexo femenino es más malvado que el masculino, más propenso a actuar mal y a pecar. La segunda condición, a su vez, que los traductores interpretan como desmesura, diría yo que es la temeridad, pretendiendo así Aristóteles que las hembras son más temerarias, es decir que actúan de manera más inconsiderada, con menos razón y advertencia que la acostumbrada por los hombres. Y es que la temeridad parece convenir mejor al género femenino que la desmesura, si acaso este término se refiere a la propensión a ofender a los demás con improperios, de manera que se denomine desmedido a quien se lanza sobre los demás con arranque violento; y tanto más cierto es si la palabra desmesura se opone al pudor, como opina Cicerón, cualidad esta última que suele ser comúnmente el mayor y único ornamento del sexo femenino, especialmente en la especie humana. Las propiedades tercera y cuarta son la avaricia y la impotencia.



  ¶   23

Así pues, procediendo mediante comparación, enuncia estos cuatro predicados sobre todo el género femenino, a saber, que el sexo femenino es más malvado que el masculino, y más temerario, más avaro y más impotente. Aquí, por impotencia entienden algunos que quiere decir temerosidad, que son menos osadas que los machos; y ya más arriba se dijo que las hembras son menos valientes que los machos, lo cual, creo, viene a significar lo mismo. En verdad, cuando dice que las hembras son más impotentes, me inclino a pensar que las pretende menos tolerantes, menos pacientes y menos aptas que los hombres para soportar la fortuna como venga. Se llama impotente a Dido, que no pudo soportar la marcha de Eneas; decimos también que Cicerón sobrellevó con impotencia la muerte de su hija y el exilio, pues vivió estos infortunios con ánimo abyecto y afligido. La pasión de esta impotencia, entendida como aquí se ha hecho, conviene perfectamente al género femenino, y especialmente en los humanos.



  ¶   24

Pues bien, esta es, así lo creo, la opinión de Aristóteles a propósito del sexo femenino, al que atribuye estos cuatro predicados: que es más manso que el sexo masculino, que goza de un espíritu menos lento, menos audaz; que se doma con mayor facilidad, obedece y acostumbra a mantenerse calmado; y es menos iracundo. A estos les añadió enseguida otros cuatro, a saber, que es más malvado que el masculino, más temerario, avaro e impotente.



Capítulo xxxvi

Capítulo xxxvi     CAUSAS DE LOS ATRIBUTOS

  ¶   1

Disponiéndome a escrutar la causa de estos predicados, apunto que el primero tal vez sea cierto en el género de los hombres, pero no en todos los géneros animales. En efecto, ya Aristóteles hace una excepción con la osa y la pantera en el libro noveno del De historia animalium; otros añaden también a la tigresa. En el género de las víboras y de los áspides, dicen que las hembras son mucho más crueles que los machos, y que tienen un veneno más eficaz; y los hombres muy duchos en la caza dijeron que vieron a leonas muy fieras, y más fieras que los machos. [*]
Por otra parte, en el género de las aves, y especialmente de las rapaces, si confiamos en el excelentísimo autor de la Ornitología, diremos que las hembras gozan, ciertamente, de un cuerpo más grande; no obstante, son menos audaces, salvo cuando atienden a sus crías o incuban sus huevos: y es que en tal caso, muchísimas aves, como las gallinas de nuestros antepasados, los pavos, las águilas, los halcones, los búhos y las lechuzas, a fin de cuentas, aves rapaces nocturnas, son asombrosamente osadas. De entre los cuadrúpedos, a su vez, las hembras de los perros, de los cerdos y acaso también de algunas otras clases de animales son más osadas que todos los machos de su misma especie cuando tienen que amamantar a sus crías.




[*][Aldrovando]

  ¶   2

Así pues, no creo que exista una verdad perpetua que se pueda aplicar a todo el género femenino, pero ciertamente se verifican en la especie humana. Así, por ejemplo, parece que la forma del hombre es, en potencia, cualquier animal, y por tanto puede adoptar y referir los buenos y malos hábitos de todo animal; como de los hábitos de los animales unos son más perfectos y otros más imperfectos, también el hombre puede tenerlos más perfectos o más imperfectos; y como el hombre se divide en varón y mujer, y este, conforme a natura, es más perfecto, y ella más imperfecta, con razón se creerá que las potencias más perfectas se han albergado en el hombre, y las más imperfectas en las mujeres, o la mayor parte de ellas.



  ¶   3

Pero volviendo sobre nuestro propósito, estudiemos al fin por qué algunas mujeres tienen estas características u otras semejantes. Y supongamos que los machos y las hembras, como opina Aristóteles en el primer libro del De generatione animalium, se diferencian entre sí por una serie de distinciones o, como se suele decir, afecciones opuestas. Algo parecido sucede, por ejemplo, con los guantes o las túnicas, que tienen una parte exterior, mejor y más bonita, llamada anverso; y otra interior, menos vistosa, que llamamos reverso. Del mismo modo, tomando la especie humana como un todo, esta tiene una parte mejor, la exterior, esto es la que se muestra en público; y otra peor, la interior, y que debe reservarse para la propia casa de uno. Por este motivo, las mujeres deben quedarse en casa y ocuparse de los niños, mientras que los hombres deben investigar, marchar, comerciar, navegar y militar en el ejército.



  ¶   4

Asimismo, tal y como opinó Aristóteles, vemos que el varón y el sexo masculino se define por la potencia, mientras que la mujer por la impotencia; y vemos que el macho tiene la razón de la causa eficiente, mientras que la mujer tiene la de la causa material; por tanto, vemos que los machos son más cálidos, más perfectos y más nobles, pues su forma, lo que da la forma y el punto de partida del movimiento prevalecen ante sus opuestos. Así pues, de este modo, basándonos en el primer libro de la Politica de Aristóteles, el macho es, por naturaleza, mejor y más perfecto que la hembra de su mismo género; por consiguiente, esta debe obeceder naturalmente, y el macho, en cambio, mandar.



  ¶   5

Todo esto parece brotar de un mismo principio, y es que un macho es un animal que, dentro de su especie, y en lo que a la reproducción respecta, detenta la razón de la causa eficiente, cuya tarea consiste en expulsar la semilla y, tras haberla expulsado, introducirla en otro animal, y detentar el principio de la forma. [*]
Por este motivo, el mejor de los médicos modernos de toda Francia decía que el macho confiere al feto la forma y el alma, mientras que la mujer le confiere la materia y el cuerpo. Así pues, si la opinión de Aristóteles es cierta y, como dice Alberto, tal es la razón del macho, hemos de decir, por el contrario, que una hembra es un animal que, dentro de su especie, en lo que concierne a la operación de la generación, detenta la fuerza de la causa material; y su tarea consiste en recibir la semilla expelida por el macho y aportale materia.




[*][Fernelio]

  ¶   6

A la luz de estas cosas, pues, se demostrará sin problema la primera pasión, que dice que la hembra es más mansa que el macho; y es que la hembra se asocia a la materia, luego es más propensa a padecer, luego puede alterarse y recibir las impresiones externas más fácilmente. Semejantes cosas ceden sin mayor resistencia, y no pecan de obstinación; por su parte, así se dice que es el individuo manso y para nada fiero; por tanto, el sexo femenino, en comparación con el masculino, tendrá unos hábitos más ligados a la naturaleza de la materia, de la que es propio recibirlo todo y poder adoptar la forma de cualquier cosa. Y como de estas cosas nace la mansedumbre, diremos que la mujer es más mansa que el varón.



[Por qué la hembra es más mansa que el macho]

  ¶   7

Ahora bien, no ha de creerse que esta mansedumbre es la que trata Aristóteles en la Ethica, oponiéndola a la iracundia. En cambio, aquí entendemos por mansedumbre una cierta inclinación a abandonar una opinión y asumir una nueva, y a hacerlo principalmente cuando se es presa fácil del temor o de otras afecciones. Esto es, a todas luces, lo que pretende comunicar el traductor cuando dice que ese preciso género femenino maneja almas más blandas, es decir menos obstinadas.



  ¶   8

Asimismo, del mismo principio se sigue el segundo predicado: si el sexo femenino es más manso que el viril, entonces está dotado de un espíritu menos fiero y menos obstinado; en efecto, parece que lo fiero y obstinado se opone a lo manso. La naturaleza de los contrarios consiste en que al existir uno de ello en un sujeto, necesariamente el otro ha de estar ausente, pues no pueden darse a la vez. Por consiguiente, la hembra es más mansa, menos obstinada, menos fiera y menos osada que el macho, pues goza de un espíritu más blando, luego se ve afectado y alterado más fácilmente, pues no ofrece resistencia alguna. Esto, a su vez, le sucede porque es propio de la materia recibir sin problema las impresiones ajenas y ofrecerles poca resistencia. Queda claro, pues, por qué no es osada.



[Por qué es más tímida]

  ¶   9

Añade que la mujer es más temerosa que el varón porque todo su cuerpo es más frío y más blando; y es así porque, en comparación con el macho, ella tiene la razón de la materia, y él de la causa eficiente. Ahora bien, la eficiencia es movimiento, lo cual se atribuye al calor; por tanto, el macho es, según este principio, más cálido que la hembra, luego la hembra es menos audaz; a menos que entre en cólera, pues en tal caso se comporta como un torrente desbocado, que arrastra las plantaciones y los bosques, y arrasa campos, arrasa buenos cultivos y el trabajo de los bueyes 3-5. Antes bien, en tal caso, cuando la mujer subumbe a la furia, escapa, no sé cómo, a la naturaleza femenina, y recuerda a un mar embravecido, a un enorme fuego agitado por el viento, al mismísimo e inefabilísimo cacodemón; de ahí que el antiguo adagio dijese que el fuego, la mujer y el mar eran los tres mayores males.



  ¶   10

El cuarto predicado depende de estas mismas razones. En efecto, si el ingenio femenino es más manso que el viril, y menos audaz, entonces recibe las impresiones ajenas con mayor facilidad, y no se atreve a replicar tanto. Semejantes individuos se dejan domesticar más fácilmente, y como reciben las impresiones externas, acostumbran a obedeceer, como atestigua Aristóteles en la Politica: y es que opina que la hembra lleva la obediencia en su naturaleza. Además, por naturaleza es menos iracunda, pues hemos dicho que es más mansa; y esta misma idea aparece también recogida en un adagio popular, el cual dice que, si viésemos a un hombre modesto, plácido y apocado, habremos de decir que es más manso que su mujer.



[Por qué se deja domesticar más fácilmente]

  ¶   11

La mujer, además, es más malvada que el varón. También este parece ser un atributo propio de la materia; en efecto, como esta siempre lleva ligada una privación, al igual que la mujer una imperfección, el sexo femenino ha de llevar ligada una cierta propensión malvada. Ahora bien, no creo que por malvado deba entenderse más que una mayor propensión al pecado y al error en las mujeres que en los hombres. Errar, a su vez, es desviarse de la vía, de la fórmula y del método de la recta razón, lo cual es actuar mal y, por tanto, ser malvado. La causa, creo, es que su capacidad deliberativa cuenta con un arbitrio y una razón inválidos, como apuntó Aristóteles; esto les sucede porque son más imperfectas que los hombres. Por su parte, son así porque el sexo viril, hemos dicho, tiene la razón de la causa eficiente, y la mujer la de la materia; y la causa eficiente tiene una forma y, en acto, es tal como es la materia en potencia. Ahora bien, lo que tiene forma en acto es perfecto; mas lo que la tiene en potencia es, ciertamente, una especie de rudimento y comienzo de esa forma, pero no goza de perfección. Por este motivo dicen que la hembra es un mostruo, un macho incompleto o, como dicen algunos, imperfecto.



[Por qué es más malvada]

  ¶   12

A la mujer también se la llama temeraria y avara. Temeraria, ciertamente, porque opera al azar y sin mediación de la recta razón, pues tiene mermado su uso razón, luego hace muchas cosas de manera azarosa y fortuita. Esto, a su vez, es operar con temeridad, por lo que la fortuna desempeña un gran papel en su vida: en efecto, donde escasea el ingenio, la fortuna se aplica con frecuencia; y puesto que empieza y continúa muchas de sus acciones, casi todas, de manera azarosa, decimos que es temeraria, ya que actúa temerariamente. Mas actúa de este modo porque tiene un ingenio inválido.



[Por qué es temeraria]

  ¶   13

También es avara, pues es temerosa; y esto porque no es osada, sino fría. En efecto, carece de calor, que es donde hemos dicho que reside el principio de las operaciones.



[Por qué es avara]

  ¶   14

Además, es impotente. He dicho que este último atributo se refiere a la incapacidad y debilidad para soportar los sufrimientos, las tristezas, las aflicciones del espíritu, como he ilustrado con el ejemplo de Dido. Creo que el motivo de esto es que tienen un alma más blanda, luego se rompen con mayor facilidad, y son incapaces de sobrellevar los dolores, y pierden el arrojo, y se desesperan al poco; no en vano, son más temerosas que los hombres, como más arriba se ha declarado.



[Por qué es impotente]

  ¶   15

Por lo demás, al margen de estos atributos existen muchísimos otros derivados de la misma fuente, que emanan de estos mismos principios. Así pues, primeramente ha de suponerse que la hembra es naturalmente más imperfecta que el macho, de modo que no es ni perfecta, ni tal como la naturaleza de su especie requeriría. Por consiguiente, o se excede, o se queda corta; tanto es así que si siente deseo, suele sentir más del conveniente; si rechaza, desprecia con vehemencia; y siempre y en cualquier circunstancia actúa con exageración. En efecto, es este un carácter de la imperfección, alejarse del punto medio. Así pues, si resulta que alguna mujer tuviese una propensión a las ciencias o a la guerra, al ser mujer, sería incapaz de guardar una moderación; por tanto, se excede. Por eso mismo hubo mujeres valientes y guerreras, más valientes que muchos hombres, como se lee a propósito de Pentesilea y Camila, de las Amazonas y de una cierta muchacha francesa. Asimismo, si viniesen a caer en los vicios, son de un vicio abominable, y se desvían muchísimo del sendero de la recta razón; fueron testigos de ello quienes escribieron a propósito de Medea, de Clitemnestra, de Pasiafé, de Tarpeya, de Cire y Erífile, madre de Alcmeón. Por este motivo, como si necesitasen constante supervisión, se dan en custodia a los hombres, para que bajo su dirección aprendan a obedecer a la razón; si viniesen a pecar estado bajo su cuidado y mando, la culpa y la ignominia caería sobre los hombres, juzgándoselos incapaces de desempeñar el oficio del hombre, que es mandar sobre la mujer, gobernarla y atender a que no peque ni caiga.



  ¶   16

Un poeta italiano las llama, además, vanas, garrulas, insensatas, inicuas, ingratas, soberbias, importunas, maestras del amor, muy dadas al odio, obstinadas, viles, infieles, olvidadizas, glotonas, insolentes, sórdidas, lacradas de todo tipo de lujuria; amén de otros mil crímenes. Eurípides dice, por su parte, que no hay animal más monstruoso que la mujer, como también opina Virgilio, cuando dice: es bien sabido de qué es capaz una mujer encolerizada 3-6. Esto, no obstante, se corrobora en pocas de ellas, pues la mayoría son muy nobles. El motivo, creo, es que si se encuentra alejada del punto medio, es por acusar una razón inválida, por acusar una forma más imperfecta que la de los hombres y asociarse a la materia.



  ¶   17

Eurípides, pese a que tenía una cierta tendencia a opinar mal de las mujeres, parece decir, no sin razón, que la mujer que habla con dulzura trama alguna maldad. En efecto, si la que en otras ocasiones no suele hablar con dulzura viene a dirigirte inopinadamente dulces palabras, es probable que quiera de ti algo que antes no quería. Pues bien, así como resultan extrañas la felicidad espontánea y la risa infundada en los enfermos graves, también ha de desconfiarse de las dulzuras poco acostumbradas de las mujeres, tanto más si, creyéndose amadas por tí, se te mostraron anteriormente duras y graves.



[La mujer que habla con dulzura trama alguna maldad]

  ¶   18

Dice Sófocles que, en situaciones difíciles, siempre suponen un obstáculo para los hombres; en efecto, al ser temerosas e impotentes, la mujer pone trabas al hombre y a sus honestas reflexiones, al igual que el deseo hace con la mente, como ilustra clarísimamente el ejemplo de León el Armenio, emperador de Constantinopla. Este, habiendo condenado a muerte al convicto Miguel el Tartamudo, reo de su majestad, cedió ante su propia mujer y aplazó su muerte al día siguiente, pues esta se lo había solicitado con súplicas y apelando a su religión. El emperador le respondió: “Mujer, sea como pides; no tardarás en ver caer el peso de estos delirios tuyos sobre nosotros y nuestra descendencia”. Esa misma noche, Balbo, liberado de sus cadenas, asesinó al emperador León y a sus hijos, y se agenció el imperio. Mas creo que estas son las argucias malvadas propias de los lascivos.



[Las mujeres suponen un obstáculo en las situaciones difíciles]

  ¶   19

No en vano, ¿de dónde nos viene, si la mujer es causa de tantas y tan terribles calamidades para el hombre, y está llena de tantos vicios e imperfecciones, de dónde nos viene —digo— amarla tanto? Y es que, en verdad, solo se suele amar lo agradable, y las mujeres no son ni útiles ni agradables. A juzgar por tales cosas, ¿de dónde nos viene, entonces, tanto amor por ellas? Ciertamente, amarlas no es algo que sucede por azar, pues sucede muy a menudo; pero tampoco por elección. En efecto, por lo general, los amantes no pueden dejar de amar, aun sabiendo que aman algo malo y amándolo sin flaqueza, como dice Anacreonte; así, por ejemplo, Catulo, en el epigrama que se dedicó a él mismo, dice que se ve impelido a amar y odiar a un tiempo; como también refirió Homero, que llamó agridulce al amor y al placer carnal, pues la razón percibe lo amargo, y los sentidos lo dulce. Por tanto, ha de ser la naturaleza la que empuja a los hombres a tal cosa.



[Por qué se ama tanto a las mujeres]

  ¶   20

Diremos, como Platón, que la mujer es nuestra segunda mitad, aunque más imperfecta. En efecto, cada uno de nosotros, dentro de su especie, es un animal dividido en dos: a su vez, es natural que cada uno sienta amor por sí mismo, y de la unión de uno y otro resulta algo perfecto que, entonces, se encuentra en disposición de procrear. Por su parte, poder procrear es la principal señal de la perfección, pero la procreación no tiene lugar a menos que se den simultáneamente la parte imperante y la parte que obedece. Así pues, vemos que casi todas las semillas de las plantas están divididas igualmente en dos partes, y que forman algo común de lo que brota el germen.



  ¶   21

Pues bien, si la propia perfección es altamente deseable y agradable, y esta perfección se produce cuando estamos en disposición de procrear, y esto está en nuestra mano propiamente cuando nos unimos a las mujeres, entonces resulta muy deseable y agradable unirse a ellas. Mas si se busca esta conjunción, por fuerza habrá que desearlas, luego también desearles bien, para poder juntarnos con ellas a gusto; también queremos que sean hermosas, que estén sanas y felices, no por ellas o por su bien, sino por nosotros mismos. Y puesto que procrear es una cosa de lo más natural, es también muy agradable, pues toda operación natural, cuando se produce sin impedimento, es agradable; y todo animal, en tanto que es animal, busca el bienestar y el placer. Por tanto, busca procrear, o al menos practicar el acto que va unido a la procreación, al que se sigue el placer carnal; este placer lo unió la naturaleza a esta operación para que, atraídos por él, los hombres mostrasen interés por la procreación, la cual —si no me equivoco— no buscarían en circunstancias diferentes. En efecto, parece que esta, de por sí, produce una especie de rechazo en el hombre, en tanto que es hombre; por tanto, creo que el único motivo que lleva a los hombres a amar y seguir a las mujeres es el placer carnal, que los hombres, no sé por qué, se figuran mucho mayor de lo que es en realidad y de lo que la experiencia nos enseña. Mas si se ven impelidos a ello por la naturaleza es porque el deseo de existir es algo muy natural, y como los mortales no pueden lograrlo individualmente, al menos procuran hacerlo como especie y mediante la procreación.



  ¶   22

Ahora bien, a propósito de que los hombres amen más y deseen el ayuntamiento con mayor vehemencia que las mujeres, en verdad, tengo mis dudas acerca de que lo primero sea o no sea cierto. En efecto, como dice Lucrecio, no siempre finge sus amorosos suspiros la mujer que une a su cuerpo el cuerpo de un hombre 3-7. En cambio, creo que el amor la afecta menos que al hombre porque se la ata más en corto, con el lazo de la religión, del temor y del pudor; y se aplica mayor diligencia a evitar su pecado que el del hombre. Mas si hay algo que pueda corroborar que los machos desean el ayuntamiento con mayor premura que las hembras, es —creo— la naturaleza y el deseo carnal. El macho, por naturaleza, es más perfecto que la hembra, y procrear es una cosa de lo más natural; por tanto, con razón siente el macho un anhelo mayor que el de la hembra por el ayuntamiento venéreo y la procreación. Lo mismo del deseo carnal; en efecto, según yo creo, el deseo del hombre es mayor que el de la hembra, o al menos más intensivo, mientras que ella acaso disfrute más de manera extensiva. Así, también creo que el amor de los padres es más intenso que el de las madres, pues estas, tras contraer segundas nupcias, abandonan sin miramientos el nombre y el espíritu de madre.



[Si acaso los hombres aman más a las mujeres]

  ¶   23

Pero es más cierta y más verdadera la razón que lo explica por ser el macho más cálido, y tener, por consiguiente, una semilla más cálida; así, esta es más activa, luego picotea más las partes que atraviesa; además, al tener más alientos y ser más activa, es probable también que produzca un hormigueo mayor al transitar el propio cuerpo que uno extraño. En verdad, esta razón no puede aplicarse a la semilla femenina, más fría e imperfecta, y la semilla masculina, al adentrarse en los cuerpos femeninos, no puede afectarlos del mismo modo que hace con los propios por los que se mueve. No obstante, para este asunto, a saber, si el deseo de la mujer es mayor o menor que el del hombre, nos remitiremos a la opinión de Tiresias. Solo añadiré una cosa: si una mujer fuese de temperamento cálido, y no acostumbrase a conocer hombre, o bien amase con vehemencia al hombre con quien se ayunta, sería presa de un deseo tan fuerte que daría en gritar, morder al hombre, torcer los ojos, suspirar, perder prácticamente la conciencia y el sentido por causa del deseo y toda ella parecería entrar en convulsión; en cambio, si las condiciones fuesen menos propicias, apenas se movería, o apenas mostraría sentir deseo alguno. Baste, pues, lo dicho.



Capítulo xxxvii

Capítulo xxxvii     SE DEMUESTRAN LAS PROPUESTAS SOBRE EL SEXO FEMENINO.

orig:   (39.8)

Pues bien, bastante se ha dicho de las mujeres y las hembras de los animales domésticos; en cuanto a las que viven en el bosque, todos coinciden, pastores y cazadores, en que son como se han dicho.  

  ¶   1

Mediante el estudio de animales concretos dentro de diferentes géneros, domésticos y salvajes, explica que el sexo femenino es tal y como hemos dicho. En efecto, parece que las hembras de los animales domésticos, como los perros, los caballos, los bueyes, las cabras son así, y sabemos que lo son gracias al testimonio de los pastores. A su vez, los cazadores cuentan que muchísimas de entre las fieras de sexo femenino gozan de costumbres semejantes; por tanto, hemos de creer que así son. Cuanto ahora se afirma parece conforme al principio expuesto en el primer libro de la Ethica, que cada uno juzga con acierto aquellas cosas que conoce bien y en las que tiene experiencia; lo cual conviene con el dicho: confíese en los duchos en el oficio.



  ¶   2

Por su parte, parece identificar tres tipos de hombres, a saber, urbanos, pastores y cazadores. Los urbanos saben hablar de las hembras de especie humana y de algunos perros y caballos; los pastores, a su vez, del ganado, y de los animales propiamente llamados domésticos; en cuanto a los cazadores, formados en los bosques, es probable que conozcan a los animales salvajes mucho mejor que nosotros, que vivimos en ciudades y a la sombra. Ahora bien, puedo asegurar que les he oído a los cazadores que es más difícil dar caza a una zorra hembra que a un macho, y que esta no cae tan fácilmente en las trampas: acaso esto se deba a que el sexo femenino es más fraudulento y temeroso que el masculino.



orig:   (40.1)

Mas también queda claro que toda hembra, dentro de cada género, tiene una cabeza más pequeña que el macho, y un rostro más estrecho, y un cuello más delicado, y un pecho más débil y costillas más pequeñas.  

  ¶   3

Ya explicó el ingenio femenino y cómo es el alma del sexo femenino. Ahora explica este mismo sexo en función de su cuerpo, y explica su figura corpórea y sensible y sus cualidades, permitiéndonos reconocer que un individuo con estas señales femeninas o con los miembros dispuestos al modo femenino tendrá, probablemente, las costumbres femeninas expuestas más arriba, o parte de ellas. Así pues, en primer lugar explicaré qué partes atribuye Aristóteles a la mujer; acto seguido, intentaré perfilar a la mujer, refiriendo especialmente lo que tiene en su cuerpo y en su alma. Pues bien, así, reconociendo los instrumentos femeninos, podremos comprender más fácilmente cómo son las operaciones y los ingenios de las mujeres.



[Cómo es el cuerpo femenino]

  ¶   4

Así pues, propone que el sexo femenino, en comparación con el macho de su género animal, siempre tiene una cabeza más pequeña. Mas, en primer lugar, me pregunto si esto es una verdad cierta. El caso es que me parece que si la cabeza de la leona es menor que la del león, también debe ser mucho más osada la leona que el león, pues su corazón se refrigera menos. Y nosotros vemos, en el género humano, que los de cabeza más pequeña son más furiosos que los demás.



[Cuestión]

  ¶   5

En verdad, se ha de precisar que una cabeza más pequeña, especialmente en el género humano, puede entenderse de dos maneras. Así, si la vinieses a compararla con un pecho amplio, que alberga mucho calor, quien tuviese una cabeza más pequeña gozaría de mayor osadía y furor. En cambio, si la pequeñez de una cabeza se viniese a comparar con la estrechez del pecho, aquella no sería señal de osadía, sino de un cerebro escaso. Asimismo, pues, digo que una cabeza femenina puede compararse sin más con la de un hombre, y en tal caso siempre es más pequeña; en cambio, también puede compararse con la de otras mujeres, y entonces las que tienen una cabeza más pequeña que las demás son peores que estas, más osadas, más vanas y malvadas. En efecto, digo que el sexo femenino tiene un tamaño de cabeza menor que el del sexo masculino de su misma especie; si no siempre, al menos casi siempre, como se echa de ver en las vacas, en los caballos, en las ovejas y en las cabras. El motivo, creo, es que allí donde el calor natural y la virtud formativa son más débiles, también se produce una dilatación y una ampliación menores: en las hembras, en tanto que son hembras, el calor natural y la virtud formativa son más débiles que en los hombres, luego las hembras terminan aquejando una amplitud de cabeza menor que los machos de su misma especie.



[Las hembras con cabeza pequeña son peores que las demás]

  ¶   6

El sexo femenino tiene además un rostro más estrecho, más contraído y más redondo. Su rostro es más estrecho que el del macho porque su cabeza también es más pequeña, y es probable que en una cabeza más pequeña también se dé un rostro más pequeño; el rostro está más contraído porque es más estrecho; y los huesos son más pequeños porque no hubo un calor abundante que viniese a expandirlos, y el principio generador fue más húmedo que seco, de modo que le resultó más difícil asentarse, secarse y rematarse. Por otra parte, creo que el rostro de la mujer, o de las hembras en general, es más redondo dentro de su su género por la debilidad del calor. Así pues, cuando este es potente, se mueve y arrastra las cosas hacia arriba en línea recta; al no poder hacerlo o verse impedido, da media vuelta y forma un círculo, procudiente un rostro en forma más bien redonda.



  ¶   7

También atribuye a las hembras un cuello más delicado que a los machos, algo que se echa de ver abiertamente en las yeguas y los caballos. Pues bien, los toros no solo tienen un cuello mucho más grueso que las vacas, sino también más grueso que el de los bueyes, y no sin razón: pues si un cuello grueso y ancho es indicio del vigor de las fuerzas, un individuo de fuerzas débiles, como las hembras, no tendrá un cuello grueso, sino delicado. Y la misma fuerza formadora que formó una cabeza pequeña también hubo de formar un cuello delicado; en efecto, si el cuello fuese grande, ya no por la carne, sino por los huesos y las vértebras, también sería grueso y grande el principio de las vértebras; en cuanto al hueso calvario, si fuese grande, por fuerza lo seguiría una cabeza grande, mientras que nosotros habíamos supuesto que sería pequeña. Así pues, si la cabeza es pequeña, el cuello también habrá de ser delicado, luego las vértebras pequeñas, y la materia de la médula espinal escasa, los nervios delicados, luego débiles, ya que en un cuerpo pequeño suele darse también una fuerza motriz pequeña. Pues bien, así, con unos huesos pequeños y un calor natural débil, y con unos nervios que no son ni secos ni potentes, se sigue que el cuerpo femenino sea más débil que el del hombre, entiéndase, ciertamente carnoso, pero menos adecuado para el movimiento y el esfuerzo.



  ¶   8

Por el mismo motivo se sigue también que las costillas sean más pequeñas, pues el hueso calvario de las mujeres es más pequeño y delicado. En efecto, adopta esta forma porque todas las cosas dan fe de los principios que los generan; por tanto, como la cabeza es el principio de todos los demás huesos y nervios, así como del movimiento ideal, según sea la cabeza, tales suelen ser los huesos de los demás miembros y la fuerza motriz.



orig:   (40.2)

Las caderas y los muslos más carnosos que los machos.  

  ¶   9

Así lee mi texto; otro, en cambio, dice que la mujer tiene los costados más pequeños que el hombre, y los muslos más carnosos. Porta lee: las partes próximas al ilio más planas, ni protuberantes ni huecas. Pero yo me pregunto cómo puede tener la mujer unos costados más pequeños que el hombre, si tanto la experiencia como la anatomía nos enseñan que los huesos del ílio de la mujer están más abiertos y son más anchos que los de los hombres, para mayor comodidad del feto; y vemos, además, que incluso las mujeres más delgadas tienen estas partes más anchas que los hombres carnosos. Por este motivo, yo preferiría no alejarme del antiguo texto griego, que dice que las mujeres tienen más carnosas que los hombres aquellas partes que los griegos llaman isquios.



  ¶   10

Por isquios, siguiendo a Pólux, entendería yo auqellas partes carnosas situadas a cada lado del hueso sacro, y que parecen venir a formar la parte que llaman, según creo, nalgas; el autor del Thesaurus griego cree que los griegos les dieron este nombre por sostener al hombre cuando está sentado. Así, Aristóteles, en el cuarto libro del De historia animalium, entiende isquias en este sentido, es decir como nalgas; y el mismo autor dice en el segundo libro que los monos carecen de nalgas y de isquias. Por tanto, si damos en leer así, no hay inconveniente alguno para que la mujer tenga más carnosa y más ancha que los hombres la zona que se compone de las nalgas, los huesos de las caderas y el hueso sacro; ciertamente, no porque el hueso sea más grande o más robusto, sino porque está más abierto y cubierto de carne más gruesa.



  ¶   11

La causa es evidente, pues hemos dicho que la mujer es más húmeda y más blanda, luego también más carnosa. Además, puede razonarse ab opposito, pues si las nalgas de los machos y de los hombres valientes son ciertamente pétreas y duras, como se cuenta de Hércules, parece razonable que las mujeres que, como se ha dicho, están prácticamente dispuestas a la inversa de los hombres, tengan también huesos más pequeños, y las nalgas, las ingles y las partes circundantes más blandas y carnosas. Y el motivo es que si en alguna parte de la mujer abundan la materia y el calor, lo hacen precisamente donde vendrá a formarse el feto; y donde hay mucho calor y humor se produce también una gran dilatación y una gran concentración de carne. Por tanto, con razón son las mujeres, por regla general, mucho más carnosas que los hombres en la zona del pubis y de las nalgas.



orig:   (40.3)

Y muslos también más carnosos.  

  ¶   12

Por muslo entiendo todo el miembro que se extiende desde la ingle hasta la rodilla, miembro que las mujeres tienen cubierto con más carne: así, pues, debía ser más cómodo en quienes habrían de pasar su vida sentadas ociosas. En verdad, el motivo es el mismo que produce tran gran acumulación de carne en la cadera de la mujer: en efecto, ya hemos dicho que las partes próximas a la zona reproductiva de las hembras son más cálidas que en los machos, luego también se muestran más amplias, como más abajo confirmará, diciendo que las caderas y los muslos de los hombres son menos carnosos. Esto parece convenir con lo que solía decir un gran anatomista, que las partes superiores de los hombres eran mayores, y las partes inferiores de las mujeres, más gruesas; ciertamente, con esto no quería decir que los pies de las mujeres fuesen más grandes, sino que los hombres tienen las partes superiores al ombligo más fuertes que las mujeres y, por el contrario, que la parte que va del ombligo a los pies cuenta con mucha más carne en las mujeres que en los hombres.



orig:   (40.4)

A su vez, tienen rodillas flexibles y piernas gráciles.  

  ¶   13

También esta parte se explica de diversas maneras. Está claro que los griegos expresaban esto mismo con una sola palabra, χονόκροτα; y de esta misma palabra echó mano Aristóteles en el cuarto libro del De historia animalium para explicar el mismo concepto, que Teodoro traduce así: “Las rodillas de la hembra son más planas que las del macho”. En cambio, en Anacreonte, según cuenta Esiquio, denota al temeroso, como también apreciaron los latinos, cuando dicen que las rodillas les vacilan a quienes sienten temor. Así dice Virgilio: vacilan las rodillas, la sangre helada se petrifica por efecto del frío 3-8, y en otro lugar: mas vacilan lentas las rodillas del temeroso 3-9. Así pues, esta posición de las rodillas parece indicar una temerosidad innata, propia de las mujeres. En efecto, así explicaría yo que las mujeres tengan las rodillas más planas y blandas, de modo que no se percibe en absoluto el hueso que los anatomistas llaman rótula, lo cual sucede cuando el ligamento y esa articulación están cubiertos de carne abundante. Ahora bien, esto no puede suceder a menos que sea muy blanda, luego también muy laxa. Pues bien, en este sentido, creo, se dice que las mujeres tienen las rodillas más planas, es decir cubiertas de tanta carne que, por fuera, no se percibe marca alguna de la rótula, lo cual sucede al ser esta parte muy carnosa.



  ¶   14

Por el mismo motivo la articulación es más flexible que en los hombres, luego menos firme; y al ser así, resulta que se sienten flaquear y vacilar con mayor facilidad en situaciones de temor; y si hemos dicho que las rodillas de las mujeres son más flexibles es porque se mueven con mayor facilidad que en los hombres, a causa de su articulación más laxa. Tal vez venga se aquí la habilidad de nuestras campesinas para sentarse muy cómodas sobre sus zapatos, flexionando la parte posterior de los pies, algo difícil para los hombres, pues se lo impide la articulación más robusta y seca de sus rodillas.



  ¶   15

También esto es un atributo de las mujeres, tener unas piernas mucho más gráciles y delicadas que los hombres. Mas hablo principalmente del hueso, pues el peroné de la mujer es mucho más grácil y delicado que el del hombre; mas si queremos entender también la cobertura de carne, veremos que la pantorrilla, efectivamente, es menor y más delicada que las pantorrillas masculinas. Ahora bien, como he dicho, lo normal es que las piernas femeninas, en lo que a sus dos huesos respecta, a saber la tibia y el peroné, estén dispuestas de tal manera que sus dos huesos, tomados juntamente, tengan a todas luces menos cuerpo que los huesos de los hombres.



  ¶   16

Y el motivo es que si todos los huesos dependen del hueso calvario, como del corazón las arterias; así como un corazón muy débil y frío tiene arterias muy pequeñas, un hueso calvario muy débil producirá igualmente huesos muy débiles, pequeños y delicados. El caso es que hemos dicho que el hueso calvario femenino tiene estas características, luego con razón los huesos de la tibia y del peroné serán más pequeños de lo que son naturalmente en los hombres, que es lo que había que demostrar.



orig:   (40.5)

Tienen unos pies más bonitos, y una forma de todo el cuerpo más blanda que fuerte. En cambio, están menos musculadas, y son más blandas, pues están dotadas de cares más húmedas.  

  ¶   17

Mas en verdad, la palabra griega κομψοτέρους no significa más bonitos, sino más elegantes y redondos; y según me parece, así ha de leerse. En efecto, los pies femeninos, por ser pequeños, no pueden ser bonitos: ¿qué clase de hermosura puede darse en un cuerpo o miembro pequeño? Incluso Aristóteles da fe de ello, cuando dice que ciertamente existe lo bello, pero en ningún caso lo pequeño y bello. Antes bien, es un miembro bonito aquel que está dispuesto en máxima conformidad con su propia sustancia, pero ha de estar dotado de una cantidad y una cualidad natural exactamente medidas, pues en caso contrario no podría llamarse bello. Así pues, los pies femeninos serán elegantes, estarán bien formados en algún sentido, y acaso serán más agradables de ver que los masculinos, pues si estuviesen formados conforme a la naturaleza femenina, habrían de ser más blancos y tiernos que los de los hombres, siendo indicio a su vez de la blandura de las partes superiores. Que es más redondos lo que en verdad debemos leer nos lo confirma el refrán, que dice que el pie femenino es hermoso y digno de admiración si es pequeño, blanco y redondo.



  ¶   18

Ahora, pues, toca demostrar este predicado: los pies de las hembras son más pequeños y más redondos que los de los machos. Se confirma que son más pequeños porque los del hombre robusto y osado son más grandes; luego si la mujer y el hombre tienen razones opuestas, también tendrán pasiones opuestas; y como el hombre osado tiene extremidades grandes, al ser más cálido, las extremidades de una mujer débil serán pequeñas, pues es más fría: no en vano, las cualidades opuestas suelen nacer de causas opuestas. Pues bien, los pies de todas las hembras de cualquier género, y especialmente los de las mujeres, son más pequeños y más redondos que los de los hombres.



  ¶   19

Por forma no entiendo una razón sustancial, como la mente o el intelecto; llamo forma a la cualidad externa perceptible mediante los sentidos. Digo que esta es más blanda, es decir que opone poca resistencia al tacto, que no es dura, sino más suave, blanda, delicada y más agradable al tacto que la del hombre, que tiene un no sé qué áspero y duro que la vuelve desagradable al tacto. Pues bien, la posición que hay que explicar es la siguiente: el cuerpo femenino es mucho más blando que robusto.



  ¶   20

Se confirma porque el cuerpo femenino está dotado de carnes muy húmedas, y todo él es más húmedo que el cuerpo masculino; prueba de ello es la purga menstrual que, en las mujeres sanas, consiste en sangre pura con la sola falla de la cantidad. Mas el cuerpo dotado de carnes muy húmedas es menos robusto, pues el vigor reside en lo seco; y es más blando que el de carnes más secas. Por tanto, el cuerpo femenino es mucho más blando que el viril; en efecto, en las mujeres la blandura supera al vigor, y cuanto más blandas son, menos vigor albergan.



  ¶   21

Apunto no obstante que, aun siendo más húmedas las carnes de las mujeres que las de los hombres, y por tanto más blandas, no por ello se sigue que aquellas tengan una mente más preparada; antes bien, semejante blandura vuelve torpe la operación de su intelecto. Y es que existen dos tipos de blandura: una que es índice del predominio del agua, y es fruto de la humedad acuosa y pituitosa; esta se da en la carne femenina, y por ello tienen una sangre más pituitosa, así como una orina más blanquecina. La otra es la que se deriva de la humedad aérea, que se da en los hombres blandos; y al ser esta indicio de una abundancia de alientos, decimos de quien la alberga que tiene una mente preclara. Pero este asunto se ha tratado detenidamente en otro lugar.



[Apunte]

Capítulo xxxviii

Capítulo xxxviii     PASIONES DEL CUERPO MASCULINO

orig:   (40.6)

Los machos, en cambio, tienen lo contrario a todo esto, pues son de un género más valiente y más justo por naturaleza, mientras que las hembras son de natural más temeroso e injusto.  

  ¶   1

A la apariencia femenina contrapone Aristóteles la masculina, y dice que el sexo masculino goza de unas disposiciones corporales y de unas propensiones del espíritu contrarias a las anteriores, de manera que el cuerpo del macho tiene una carne más dura, unos miembros más grandes, más robustos; y un espíritu más iracundo, más audaz, con mejor disposición a la generosidad y a la nobleza. Como causa aduce que el sexo masculino, según su género, es decir de manera general, es más robusto y valiente que el sexo femenino, si juzgamos lo que atañe al cuerpo; y también más justo, si contemplamos el alma; el sexo femenino, por su parte, es más débil, más temeroso y más injusto que el masculino. Así pues, en primer lugar, ya se ha declarado más arriba que el sexo masculino es más robusto porque tiene una carne más dura; esto, a su vez, sucede porque es de un temperamento más cálido y seco que el femenino. Prácticamente la misma causa lo vuelve más osado, pues si es de temperamento más cálido, es más decidido, luego también más osado. Demostraríamos que también es más justo si primero dijésemos qué es la justicia, y de qué tipo de justicia habla ahora Aristóteles, o qué entiende por justicia.



  ¶   2

Aristóteles llama justicia a un hábito que permite a los hombres obrar justamente, desear y efectuar acciones justas; y por injusticia entiende el hábito contrario, que lleva a los hombres a efectuar y desear actos injustos, y a ofender a los demás. Por su parte, una acción injusta es aquella que se produce al margen de la recta razón y en detrimento de alguien. Pero no está hablando de este hábito, ni la propensión natural a este hábito; no en vano, si compara al sexo femenino de los animales con el masculino, lo hace en el nivel del género, y decimos que no hay ningún animal capaz de justicia o injusticia salvo el hombre. Por tanto, por justo e injusto entendería yo aquello de lo que en otro momento se ha dicho que estaba más o menos sometido a la perturbación. Así, el texto vendría a decir que el género femenino aqueja más perturbaciones que el masculino, y prueba de ello es que vemos a las hembras de cualquier clase más temerosas que a los machos, y con más amor por sus crías. Por consiguiente, en el género universal de los animales, es cierto que el sexo femenino es más injusto que el masculino, tomando el término en este sentido; y también es cierto que, ciñéndonos propia y sencillamente al género de los hombres, las mujeres son más injustas que los hombres.



  ¶   3

Es también evidente que el género femenino es más injusto que el masculino, es decir, que está más sujeto a las perturbaciones; en efecto, hemos dicho que es más húmedo y más blando y que, en consecuencia, puede moverse y cambiar más fácilmente, de ahí que acostumbre también a padecer más perturbaciones. De modo semejante, el género de la mujer tiene un juicio y una razón más incompetentes, pues lleva una vida menos acorde a la recta razón; y lo que así fuese es más injusto, pues más arriba se ha dicho que actuar con justicia es obrar al dictado de la recta razón.



[Que la razón de las mujeres es incompetente]

  ¶   4

Pues bien, resulta evidente que el género femenino es más injusto que el masculino, también en el género humano, que es lo que había que demostrar. Así, pues, la justicia, entendida en un sentido impropio y grosero, fruto de alguna semejanza, se suele asociar al género masculino antes que al femenino. Si se entiende como es debido, veamos que las mujeres son más injustas que los hombres, pues llevan una vida menos acorde a la recta razón. En efecto, son más avaras que los hombres, más temerosas, están más dadas al deseo y más sometidas a todas las perturbaciones.



  ¶   5

Mas dirá alguno: apenas hay mujeres homicidas, apenas las hay que roben, que ejerzan la piratería, apenas las hay sicarias, traidoras, que hurten, que expolien el patrimonio ajeno. Se responderá que no medimos ahora la justicia ni la injusticia según su efecto, sino según su afección. Y el motivo por el que la mujer no es sicaria, ni pirata, ni roba, ni hurta, no es que le falten ganas, sino que es temerosa y débil. Un anciano no se ve tentado por el placer carnal y, aunque no se arrime a las mujeres ni las corteje, no por ello decimos que es pudoroso, pues sabemos que si no lo hace es porque no puede, no porque no quiera; pues bien, tampoco diremos que la mujer es justa por no cometer esas horribles injusticias, pues si se refrena es por impotencia y por miedo, no por falta de ganas. Así pues, al ser demasiado temerosa, se cura en salud; mas si se ve en condiciones de perpetrar su engaño, daría en mezclar lo sacro a lo profano, cometería al punto las injusticias de que fuese capaz; no en vano, es falaz, astuta, embustera, si es cierto que cuando piensa ella sola, no piensa sino maldades, como plugo a Eurípides.



[Cuestión]

  ¶   6

Mas si dijeses que las mujeres son devotas, y muy religiosas, que rara vez acusan el vicio de la impiedad, o que este horrible crimen las atrapa en menor número que a los hombres; alguien replicaría lo dicho más arriba, que son así no por amor a la virtud y a la religión, no por bondad, sino por temor a la condena eterna. En efecto, hemos dicho que son temerosas, luego religiosas, y no solo eso, por regla general, también supersticiosas. A su vez, si vienen a alejarse de la religión, suelen degenerar en el vicio extremo de la impiedad, y en la demonolatría o adoración de los demonios. De aquí que casi todas las sagas y lamias, popularmente llamadas brujas, sean mujeres, y que rara vez sucumban hombres a la seducción de un demonio malvado. Acaso esto les sucede por una razón principal, y es que son más mutables e inconstantes que los hombres, pues son más blandas, y un ingenio blando y mutable puede verse persuadido y alterado más fácilmente que uno constante y duro.



  ¶   7

Mas cuando más arriba se dijo que las mujeres tienen un juicio deliberativo incompetente, y no se adujo razón alguna que lo probase, ciertamente alguien podría preguntarse qué significa esto, en primer lugar; luego, si acaso es cierto; y por último, por qué. En respuesta a estas cuestiones digo que se llama juicio deliberativo a una fuerza y potencia que se halla naturalmente en nosotros, en virtud de la cual contemplamos alternativas opuestas; y la preferencia razonada de uno de los dos opuestos constituye una elección; luego el fin del juicio deliberativo es la elección, y el acto de la elección consiste en poder aportar razones y argumentos para cada parte de la contradicción. Esta es la tarea del libre albedrío, principio de aquello que, se dice, está en nuestro poder.



[Cuestión]

  ¶   8

Esta potencia cuenta con dos disposiciones, una buena y perfecta, y otra no buena. Llamamos bueno al razonamiento silogístico que no falla en materia ni en forma. La disposición no buena es de dos tipos: una que puede volverse buena, y se denomina imperfecta; esta es propia de niños y jóvenes, que todavía no se han formado completamente, y se ven sometidos a normas a cargo de un tutor o un cuidador; ahora bien, con el paso del tiempo, llegan a la edad madura y desarrollan un juicio propio. La otra, a su vez, se denomina incompetente, y no puede consumarse ni desarrollarse con el tiempo; esta, según opina Aristóteles en el primer libro de la Politica, es propia de las mujeres, motivo por el cual se dice que siempre necesitan a un cuidador, y que se las puede engañar fácilmente.



  ¶   9

Con todo esto, pues, queda claro qué es el juicio, cuál es el válido y cuál el inválido, y cuál el imperfecto. ¿Tienen entonces las mujeres un juicio deliberativo incompetente? En verdad, la ley parece venir a confirmarlo, al impedirles toda administración o alienación de bienes, incluso de los suyos propios, sin la autorización del marido; y un decreto senatorial y un estatuto les prohíben expresamente la concesión, alienación o división de sus bienes. Y es que como las mujeres son frágiles y blandas, el legislador consideró que se las podía engañar fácilmente. Asimismo, Aristóteles lo afirma abiertamente: tienen un vínculo más fuerte con el deseo, luego hay motivos para decir que su razón y su juicio son incompetentes; en efecto, no es capaz de discurrir, deliberar ni elegir con acierto lo que se debe hacer. Ya está claro, pues, que tienen ciertamente una razón imperfecta.



  ¶   10

Mas, ¿por qué son así? Porque son más imperfectas*, luego su materia, menos elaborada, no llega a adoptar la forma que es la razón. Por su parte, esta imperfección existe porque la semilla ha experimentado algún padecimiento, y una alteración que era pequeña en un principio se volvió inmensa al final. Ahora bien, no creo que sea cierto lo que dicen algunos, que si la semilla fluye desde el testículo izquierdo se engendra descendencia femenina; y que si viene del derecho, masculina, por mucho que intenten demostrarlo con el ejemplo de los carneros o de las cabras. Creo que es falso —digo—, pues sé de un pintor a quien le extirparon un testículo ya de adulto y, no obstante, concibió hijos de ambos sexos, con cierto parecido a él; y oí lo mismo de un campesino que, careciendo de un testículo, criaba en su casa como propios a los hijos e hijas de su mujer. Pues bien, en verdad creo posible que del testículo derecho fluya una semilla más perfecta que del izquierdo, pero creo que ambos pueden engendrar indistintamente un macho y una hembra, dependiendo de si se topa o no con algún obstáculo. Este es el motivo por el que algunas mujeres imitan la naturaleza masculina en muchos aspectos, y algunos hombres tienen un cuerpo femenino, según la semilla haya sido más perfecta, más cálida o mejor elaborada, o todo lo contrario; y haya padecido mayores o menores dificultades accidentales en la matriz de la mujer, o haya recibido como nutriente fundamental una sangre más acuosa y más fría de lo conveniente, no pudiendo llegar a ser varón. Dicho lo cual, queda claro qué es una mujer, y cómo es, y según qué criterio acusa una razón imperfecta, y por qué.



[Por qué la mujer aplica la razón menos que el hombre]

orig:   (41.1)

Así las cosas, parece ser el león quien adoptó con mayor perfección la forma del macho.  

  ¶   11

Puesto que Aristóteles dividió en dos todo el género animal, en el sexo masculino y el femenino, propone ahora al león como espejo o imagen en la que reconocer la virilidad o las afecciones del alma y del cuerpo masculinos; y dice que este adoptó perfectamente la forma masculina. En cambio, a mí me parece que cualquier accidente que se encuentra en muchos individuos se produce en uno de ellos en su mayor grado de propiedad y suficiencia, mientras que en los demás lo hace según se acerquen más o menos a aquel, de modo que cada individuo parece participar más o menos de una forma materializada.



[Ejemplo del cuerpo masculino]

  ¶   12

El género animal goza de sentido, de oído, tacto, movimiento, de disposición masculina y femenina; los animales pueden reproducirse, pueden proteger su propia vida, ya evitando los males, ya rechazándolos: todas estas disposiciones las encontraremos en cada género animal, pero en uno las veremos más claras y brillantes, y en otros más oscuras e imperfectas. Así pues, Aristóteles no dice que el león sea el animal más perfecto de todos, pues no es así; dice que ha logrado la figura más masculina de entre todos los animales. Así pues, del mismo modo que se dice que el ser, primeramente y de por sí, viene de Dios, pues él es el único que existe, y en función de él han recibido el ser todos los demás; y del mismo modo que el sol es la fuente de toda la luz sensible, y se dice que las demás cosas son más o menos brillantes según se le parezcan más o menos; también es posible que algún animal goce de una vista idealmente perfecta, como es el caso del lince o del águila, la cual goza de semejante vista que no hay animal que pueda ver mejor. Lo mismo sucede con el oído: es posible que exista un animal con tan buen oído que ningún animal lo supere; es lo que se dice del zorro pues, apoyando las orejas sobre el hielo, reconoce su grosor, y si podrá sostener su cuerpo; y apoyando su oreja sobre el suelo, reconoce si hay o no hay ratones por debajo. Lo mismo del olfato: en efecto, dicen que los buitres perciben el olor de un cadáver a cien estadios de distancia, e incluso más. Julio César Scaligero otorga a las gallinas el primer puesto en cuanto al gusto. El tacto más refinado lo tiene el hombre, y tal vez porque en él reside la razón universal de los animales; no en vano, el animal se establece en el ser gracias al tacto, y por eso decimos que el hombre es el más perfecto de los animales.



  ¶   13

Y lo mismo que sucede con los sentidos sucede con las demás disposiciones. No en vano, tenemos al simio por el animal más lascivo, al zorro por el más astuto, al tigre por iracundo, por muy inconstante y móvil a la garduña, que llaman popularmente “faina”, por “haya” (lat. fagina) pues, según Alberto, suelen vivir en las hayas y alimentarse de sus frutos. Y así como estos animales, según su especie, se han ido ganando diversas disposiciones en lo más profundo de su ser, una cada uno, pero todos ellos todas; decimos también que brillan en el león la disposición y la propiedad masculina, y las del sexo femenino, en cambio, en la pantera, que llaman pardal. Y del mismo modo reconocemos la temerosidad en la liebre, la osadía en la comadreja, el veneno en el basilisco, que llaman “regulus”. Por su parte, Aristóteles demuestra que el león tiene una forma masculina diciendo:



orig:   (41.2)

Pues tiene el león una boca inmensa.  

  ¶   14

La disposición masculina, dice el Suesano, puede deducirse de los bienes corporales y de los bienes del alma, mas no de los bienes de la fortuna, pues el león no posee nada. Pero esto es absurdo: ¿qué tiene que ver, pues, el sexo masculino con los bienes de la fortuna? Más le habría valido afirmar que la afección masculina puede deducirse de las cualidades del alma y del cuerpo. Por otra parte, en muchas especies, el macho parece destacar en tamaño, vigor y hermosura; mas no en todas, pues en el género humano no es el hombre más bello que la mujer, ni son las vacas, por regla general, más pequeñas que los toros, y dice Aristóteles que la osa es más audaz y robusta que el macho. No obstante, esto suele ser así, y tal vez, a ojos de otros animales, resulte el hombre más bello que la mujer, aunque los hombres de todas partes admitan ser de la opinión contraria, considerando la belleza de las mujeres como una adecuación a los hombres, a modo de propia cualidad, fortaleza y dignidad.



[En el león se dan las afecciones masculinas, y la primera es una boca bastante extendida]

  ¶   15

Lo que el Suesano, bebiendo de Alberto, dice aquí a propósito del león, a saber, que padece de fiebre, que caza simios, que bebe sangre de perro, lo dice a todas luces sin razón, y la experiencia demuestra que es totalmente falso. Así pues, aplicándonos al tema, veamos por qué el género masculino, cuya representación ideal reconocemos en el león, tiene las propiedades que enumera Aristóteles, partiendo de lo dicho más arriba, que todo animal de sexo masculino, en comparación con las hembras de la misma especie, es más cálido y seco que ellas, luego más audaz y robusto.



  ¶   16

Pues bien, en primer lugar digo que el león tiene una boca inmensa, es decir una boca de apertura ancha. Y esta pasión es propia del macho, pues indica que el animal necesita mucho alimento, luego también que lo digiere en abundancia, por lo cual es rico en calor potente. Digamos que un individuo con la disposición del león alberga masculinidad; quien tiene esta última alberga mucho calor; y es propio del mucho calor abrir y dilatar, pues el calor separa lo disemejante, luego también separará y dilatará la boca durante el proceso de conformación. Así pues, el león, y por tanto el macho, tendrá una boca de apertura más ancha que la hembra; en efecto, el león tiene una boca inmensa, pero tal vez la tenga más ancha el lobo, precisamente por ser más voraz que el león. No en vano, parece que la principal señal de la voracidad es esta apertura de la boca y, dentro del género humano, quienes acusan una vehemente voracidad tienen una boca más extensa y amplia. Pues bien, de este modo se atribuye al macho una boca grande y de amplia apertura.



orig:   (41.3)

A su vez, un rostro más cuadrado.  

  ¶   17

Dice que tienen un rostro cuadrado el león y el hombre valiente y viril. Ahora bien, en verdad no se muestra cuadrado, sino alargado y rectangular: por tanto, o bien entendemos la palabra griega como “frente”, que el león tiene ciertamente cuadrada, en tanto que esa misma palabra designa el frente de una facción del ejército; o difícilmente se puede entender lo que quiere decir Aristóteles. Y en verdad, la palabra griega πρόσωπον, según Julius Póllux, solo se aplica al hombre, y es menos universal que rostro (lat. facies), según el parecer de Gelio. Hablando con propiedad, designa todo el espacio comprendido bajo las cejas y que incluye los ojos, la nariz, las mejillas y la barbilla. Este espacio difícilmente puede reflejar la forma de un cuadrado; es la frente del león la que podría ser más bien cuadrada, señal que Aristóteles también atribuye a los magnánimos. También es posible que Aristóteles haya hablado de manera general, y que haya empleado la palabra “cuadrada” sin la propiedad deseable, refiriéndose a una figura próxima a un rectángulo y opuesta a la figura redonda: de hecho, el rostro de las hembras es redondo, luego el de los machos no habrá de ser redondo, sino rectangular.



[Rostro cuadrado]

  ¶   18

Me resulta ciertamente difícil entender por qué un animal del sexo masculino y un hombre valiente tengan precisamente una frente o un rostro rectangular. Direms que es porque el género masculino es más perfecto que el femenino; por el contrario, dirás: entonces, ¿por qué no tiene una forma más perfecta, si lo redondo y circular es más perfecto en todas las demás figuras? Por aportar algo con sentido, tal vez podríamos decir que cada semilla tiene una fuerza innata para formar algo semejante a aquello de lo que nace; y para poder consumarlo mejor y con mayor exactitud se sirve de dos tipos de instrumentos, a saber, internos y externos. El principal instrumento interno y localizado en su interior es el calor natural y el aliento que arrastre consigo. El externo se supedita al cuerpo y al lugar en que se halla, y ello no solamente en los seres animados, sino que también se puede apreciar en las semillas de las plantas.



  ¶   19

Cuando todo se desarrolla conforme a natura, y esta acción no encuentra obstáculo alguno, sino que tanto los instrumentos internos como los externos responden al propósito natural, se produce una obra tal que, por ser perfecta y hermosa al más fiel dictado de la naturaleza, recibe la misma consideración. Así pues, como la semilla humana lleva en su naturaleza generar un hombre perfecto, si todo participa en la tarea, se dispone de los instrumentos necesarios, como debe ser; si la materia obedece y no se presenta ningún obstáculo externo, se forma un feto con la mayor conformidad a natura posible; por tanto, será macho, y vendrá señalado con los accidentes masculinos propios del hombre. Mas la cabeza de un hombre dispuesto conforme a natura reproduce la forma de una esfera sutilmente comprimida por ambos lados; esta compresión, efectuada a la altura de las orejas y de las sienes, vuelve el rostro un poco más largo, y en cierto modo más próximo, al menos, a un rectángulo. Pues bien, o lo entendemos así, o ciertamente será difícil encontrar otra razón por la que un hombre perfectamente dispuesto y con una máxima conformidad a natura tenga un rostro más bien rectangular que redondo; a menos que viniese determinado así por la naturaleza, como si alguien se preguntase por qué a los cangrejos no se les concedió una cabeza, o por qué tienen tantas patas, cuando el hombre solo tiene dos pies.



  ¶   20

Si bien es cierto que, no sé por qué razón, la mandíbula inferior resulta más potente si el rostro muestra una figura rectangular antes que redonda: en efecto, la mandíbula inferior de un rostro redondo es más pequeña que la de un rostro rectangular, y lo más pequeño suele tener también menos fuerza y menos potencia motriz; por tanto, también los instrumentos del movimiento, que son las fibras, suelen ser más pequeños, y también más pequeño suele ser el principio del movimiento, que es el cerebro. Esto lo determinamos claramente en el caso de las mujeres, cuya cabeza es más pequeña que la de los hombres.



orig:   (41.4)

No demasiado huesudo. 

  ¶   21

Hemos dicho que la forma del rostro masculino es más cuadrada, es decir más próxima a la forma cuadrada que a la redonda, como más arriba se demostró. Añade ahora “no demasiado huesuda”, es decir que no es como vemos que son las de los asnos. Estos, en efecto, son lentos, y son propensos a un temperamento frío y seco, y en ellos predomina sobre todo la materia terrestre. Pues bien: un rostro no demasiado carnoso y grueso, pero tampoco demacrado, sino con una disposición moderada, más próximo a la delgadez que a la gordura. En caso contrario, pues, como arriba se ha dicho que un rasgo característico del hombre valiente es el rostro rudo, y que el hombre valiente goza de un aspecto masculino, surgirá la duda de por qué conviene al macho un rostro más rudo.



[Rostro no huesudo del todo]

  ¶   22

No parece que los miembros de un individuo de rostro rudo terminen de nutrirse del todo, pues el calor vehemente vendría a disolver los muchos componentes del alimento; por tanto ha de tener un rostro demacrado y huesudo. Y creo que ese color rudo no indica más que la presencia de mucha bilis negra natural y la prestancia del calor: este seca los humores y los cuece, de ahí que aparezca el color a veces se deja ver en los prados y montes en el mes de agosto, donde la hierba tiende a un cierto color claro con cierto verdor y rubor, al color que suele darse en las hojas de los viñedos de las montañas tras la vendimia; un color verde claro, que tiende en cierto modo al azafrán.



orig:   (41.5)

Una mandíbula no prominente, sino proporcionalmente suspendida hacia abajo. 

  ¶   23

Todo este libro está tan corrupto que en muchos lugares apenas es posible discernir sentido alguno. Este pasaje se lee de diferentes maneras, y también se interpreta de diferentes maneras: algunos traducen mandíbula, otros mejilla; mas no veo cómo se puede hablar de mejilla superior e inferior, como se hace con la mandíbula, que también llaman maxilar. Porta lee así: “sin ser prominente la mandíbua superior, sino igual a la inferior”. Pero el Suesano lo hace de otro modo, a saber: “una mejilla superior no prominente, sino suspendida convenientemente hacia abajo”. Otros traductores discrepan entre sí. Yo, basándome en el texto griego más antiguo, me inclino a creer que puede traducirse así: “que la mandíbula superior no está proyectada hacia adelante, sino que responde en proporción a la inferior”.



  ¶   24

Es decir, según creo, si trazases una línea recta perpendicular comenzando desde la parte exterior del ojo, donde se articula el hueso llamado yugal, y la llevases hacia abajo, caerá sobre la mandíbula inferior, de modo que la superior y la inferior coinciden en que ninguna excede ni se ve excedida. Parece que esto conviene perfectamente a lo que más arriba se dijo de la figura cuadrilátera que refieren los rostros del macho y del león, afección a la que yo asociaría la misma causa: que el calor natural potente dilata todo aquello a lo que se aplica y, puesto que opera naturalmente, esto es con razón y orden, resulta que todas las partes conservan entre sí una proporción adecuada. Tal y como consta en el octavo libro de la Physica, son una misma cosa la razón, la proporción, el orden y la naturaleza; y si en algo difieren entre sí, de todos modos comparten un origen, y cuanto se produce conforme a natura se ve concernido por cierto orden y proporción.



orig:   (41.6)

Una nariz más gruesa que delicada. 

  ¶   25

Pero esto, en un primer vistazo, parece contravenir lo que afirmará más abajo cuando, al hablar de la nariz, dirá que una gruesa es señal de apatía, y asociará a tales individuos con los bueyes o los cerdos, ninguno de los cuales parece tener nada que ver con el león ni con el hombre masculino y valiente. Porta lee “una nariz más gruesa que grácil”, es decir mediana, ciertamente, pero más próxima a lo grueso que a lo grácil. Esto conviene también con el texto griego, que lee “una nariz más carnosa que grácil”; y en efecto, así parece ser en los leones, pues su nariz está más llena y es más carnosa; y los hombres que sabemos valientes tienen narices radicalmente diferentes de las de los niños, en tanto que son mas grandes y carnosas; lo cual también reconoce Aristóteles, atribuyendo más abajo una nariz redonda y obtusa a los valientes y magnánimos, y asociándola al león. Y también existen motivos para que la nariz deba ser así; en efecto, cuando el calor domina con fuerza sobre mucha materia produce también grandes miembros; y como el calor abundante precisa de mucha respiración y debe absorver una gran cantidad de aire, requiere también un gran instrumento; tratándose de la nariz, no faltan motivos para que sea grande y carnosa antes que pequeña y grácil, pero sin que el tamaño venga a sobrepasar una disposición natural.



orig:   (41.7)

Ojos claros, cóncavos, no demasiado redondos y demasiado prominentes. 

  ¶   26

Ya hemos expuesto en otro lugar, cuando estudiamos las señales del individuo valiente, qué se debe entender por color claro. El ojo claro es un dorado o azulado dotado de mucho brillo por la abundancia de alientos; a mí, en cambio, me parece que los ojos de los leones se acercan al color que tiene el oro incandescente: por qué este color se da en los fuertes y ciertamente en los machos quedó dicho allá.



  ¶   27

De cuanto se le atribuye, Porta no admite este concepto, ni atribuye en absoluto al león ojos cóncavos, sino que opina, siguiendo a Adamantio, que los ojos del león están dispuestos a medio camino entre la prominencia y la cavidad, no debiendo rechazar esta mediocridad, pues son índice de que el animal macho es conforme a natura. En una pasión propia del sexo masculino seguir más de cerca el dictado de la naturaleza que el femenino, luego también gozará de una mayor mediocridad; por tanto, no los tendrá cóncavos, pues son índice de una naturaleza astuta, opuesta a la magnánima; no prominentes, pues son fatuos, y se asocian a los burros, como confirma lo que se dice más abajo, cuando atribuye los ojos cóncavos a los magnánimos y los compara con el león.



  ¶   28

Tampoco deben mostrarse los ojos masculinos demasiado redondos, pues los redondos son propios de las hembras. Mas ha de advertirse que por “no redondo” no debemos entender el cuerpo del ojo o el órgano en su totalidad, que se compone de la aduata, de sus humores y túnicas; no en vano, en el hombre, este cuerpo es completamente redondo y forma una esfera perfecta. En cambio, entendemos por ojo no solamente el órgano de la vista, sino también el lugar donde descansa; y debe decirse que el ojo del león no es redondo, como el del gallo o el de muchas aves, que ciertamente reproducen un círculo; sino que la parte del ojo que se deja ver tiene una forma oblonga y dos ángulos, a saber, uno interior y otro exterior. Y esto es lo que quiere decir con que los ojos no se ven redondos, sino en forma de esfera sutilmente comprimida, mientras se encuentra en su lugar, figura que demuestra la apertura de los párpados. Por su parte, ha quedado dicho que no deben ser demasiado prominentes, pues esta señal es indicio de fatuidad, y semejantes individuos se asocian a los asnos.



orig:   (41.8)

En cambio, un tamaño moderado. 

  ¶   29

También es un atributo propio del sexo masculino tener un tamaño moderado. Y es que cualquier animal que, dentro de su especie, es más pequeño de lo normal tiene ciertamente probabilidades de ser, de cuando en vez, más iracundo que los demás, pero siempre más débil: en efecto, donde no se da el tamaño debido tampoco pueden darse de ninguna manera las fuerzas requeridas, como puede observarse en los cachorros de perro, en los caballos, en los bueyes y en los burros. Pues bien, los animales más pequeños de la cuenta frente a los demás de su propio género son menos competentes. Vemos, además, que casi todas las mujeres, aunque sean grandes, son más pequeñas que cualquier hombre mediano; y vemos que, en el género de los animales, las hembras son casi siempre más pequeñas que los machos, como constatará sin problema quien contemple las aves y los rebaños. Así pues, un tamaño de cuerpo que se queda por debajo de la mediocridad, siendo índice de debilidad, no puede concernir al león ni al género masculino. Pero el tamaño tampoco ha de resultar excesivo: en efecto, todo distanciamiento de la mediocridad es malo. Y se distancia tanto quien la excede como quien se queda por debajo; y es por todos sabido que los cuerpos más grandes y extensos tienen menos fuerzas, y a menudo no tienen gracia alguna 3-10. El motivo es que en un cuerpo tan grande el calor natural se pierde, al igual que un fuego pequeño se consume en una habitación grande; y el calor es incapaz de gobernar o sostener el cuerpo. Así vieron nuestros padres en Bolonia, junto con el emperador Carlos V, a un gigante de siete pies de altura; este tenía un cuerpo tan grande que, primeramente, le resultaba imposible erguirse, y para caminar necesaitaba apoyarse continuamente en un bastón; además, era de espíritu tan pusilánime, tan cruel y abyecto que no era capaz de mantenerse de pie él solo, pues no pensaba más que en beber.



  ¶   30

Pues bien, el macho precisa una figura de león y una talla mediana, pero más próxima al exceso que al defecto, de modo que si la medida de la talla exacta son cinco codos, son excesivos los seis codos, los siete y los ocho; y son deficientes, por el contrario, los dos codos, los tres y los cuatro. El sexo masculino valiente debería medir seis codos antes que cuatro, número este último más propio del sexo femenino que del masculino; y cuatro antes que ocho o más allá de ocho.



orig:   (41.9)

Unas cejas enormes, una frente cuadrada y más hundida por el centro.  

  ¶   31

Aristóteles propone aquí tres cosas y, en relación a la primera, yo no leo “unas cejas enormes”, sino de un tamaño moderado. En efecto, las cejas no deben sobresalir al punto de sumir prácticamente los ojos, pues ya hemos dicho que los ojos cóncavos no convienen en absoluto a esta apariencia.



  ¶   32

Se denomina ceja a la parte velluda sobrepuesta a los ojos, cuya función consiste en retener las partículas en suspensión que pudiesen caer en los ojos y afectar a su función. Así pues, en los animales dotados de apariencia masculina las cejas serán más densas, ya porque el hueso de la calvaria es más robusto, luego más grueso; ya porque el calor es más vehemente.



  ¶   33

Mas sabiendo que cada parte se nutre con un humor o un alimento proporcional, si una parte es, por ejemplo, más biliosa que las demás, o más pituitosa, acaso creeremos probable que en ese miembro se genere una mayor cantidad de tal humor, a saber pituitoso o bilioso, que del sanguíneo o melancólico. Así pues, si cada miembro del cuerpo animal se nutre ciertamente de todos los humores que recorren las venas, pero unos miembros beben más de uno que de otro (pues está claro que el pulmón se alimenta más de la sangre biliosa, y el cerebro de la pituitosa); cuando viésemos a un individuo de cabeza bien grande y bien dispuesta, diríamos que es rico en sangre pituitosa. Así, también, cuando demos en ver en alguien unas cejas gruesas, densas, carnosas, de pelos duros, gruesos y negros, puesto que esta parte se nutre principalmente de sangre densa y melancólica, probablemente ese animal será rico en ese tipo de sangre, especialmente en la cabeza y en la zona de la cabeza.



  ¶   34

Mas como el león y todo animal valiente y robusto está dotado de sangre fibrosa y densa, como opina Aristóteles en el cuarto libro de la Meteorologica, es probable que las cejas, los huesos y las partes del cuerpo que suelen nutrirse de esta sangre estén más llenas, sean más grandes y más robustas que las demás. Por tanto, si alguien pregunta por qué el león y el individuo dotado de una perfecta forma masculina tienen cejas grandes y densas, responderemos que es porque son ricos en sangre melancólica y fibrosa. Que el macho cuente con tales características parece verosímil, pues debe ser más robusto y gozar de un calor más intenso: el calor no se instala ni perdura salvo en la materia muy gruesa, y si la dureza no llega a los miembros, no puede darse el vigor. Con este razonamiento es posible demostrarse por qué los animales robustos tienen unas cejas bien grandes y gruesas.



  ¶   35

Apunto, no obstante, que no es posible aplicarlo en sentido inverso: en efecto, si los robustos y dotados de apariencia masculina tienen cejas grandes, no se sigue, por el contrario, que el de cejas grandes sea animoso, osado y robusto. El motivo, creo, es que el humor melancólico no siempre es cálido, ni siempre está encendido ni produce calor, sino que las más veces está frío y seco; por tanto, aunque pueda producir cejas grandes, como las demás cosas, en cambio, no responden en consonancia, y especialmente el calor, que es la causa eficiente, en ninguno de estos habrá huella alguna de vigor o del sexo masculino, ni brillará en ellos presteza alguna para la acción.



[Nótese]

orig:   (41.10)

Una frente cuadrada y cóncava en el medio.  

  ¶   36

Es evidente en qué sentido se habla de frente cuadrada, pues no se debe entender que forma un cuadrado, sino más bien un rectángulo o un paralelogramo; uno de sus lados mayores enfrentados se extiende por encima de las cejas hasta cada oreja, y el otro por el límite del cabello; en cambio, los otros dos lados enfrentados empiezan junto a los ángulos externos de los ojos y suben hasta cruzarse con los otros dos lados mayores, a los que se unen. No obstante, no ha de creerse que se forma un rectángulo perfecto; de hecho, la línea superior se curva un poquito por arriba hacia la zona del centro, y el cuero cabelludo desciende ligeramente; por el contrario, hacia los extremos, donde los lados mayores forman ángulo con los menores, los cabellos retrodecen un poco y, al retroceder, compensan en los ángulos la parte de la frente que ocuparon por el centro, de modo que, a fin de cuentas, es posible suponer un rectángulo perfecto. Esta es, ciertamente, una frente viril, masculina: en efecto, demuestra que la parte anterior de la calvaria está debidamente formada, que está delimitada al dictado de la naturaleza, y que las cualidades activas dominaron perfectamente a las pasivas, de modo que, no habiendo conocido impedimento alguno la fuerza efectiva natural, cada cosa ocupa el lugar que le corresponde.



  ¶   37

Esta, además, se mostrará hundida, es decir que dejará ver una cavidad muy sutil, pues los de frente muy hundida son más bien viles aduladores antes que magnánimos. La causa de esta mínima cavidad, creo, es que los extremos superior e inferior de la frente parecen proyectarse: no en vano, hemos dicho que las cejas, límite de la parte inferior, están más pobladas; y en el centro de la parte superior, por su parte, sobresale parte del cuero cabelludo, formando una especie de montículo, muy apreciado entre los italianos, donde se considera señal del hombre valiente.



[La frente hundida es señal del adulador]

orig:   (41.11)

Mas en la zona de las cejas y de la nariz, bajo la frente, se muestra como una nube.  

  ¶   38

Esta opinión la expone mejor más abajo, cuando dice: los de frente nebulosa son osados, pues se asocian al toro y al león. Y acto seguido se justifica, diciendo que el hábito nebuloso representa la osadía porque el sereno y alegre representa la adulación, del mismo modo que tiene un comportamiento adecuado quien goza de una disposición intermedia. La causa puede quedar clara a partir de todo lo anterior; en efecto, hemos dicho que las cejas, la frente y las partes frías se alimentan de sangre melancólica, y van llenas de aliento denso, cálido y seco, semejante al humo. Mas como todas las zonas dan prueba de sus principios, al tiempo que se alimentan de aquello de lo que surgen; y las cejas y la frente, por su parte, están llenas de este humor y de estos alientos, es probable que se origine una especie e apariencia triste y nebulosa. Por este motivo, pues, si el sexo masculino y el león, modelo ideal de esta figura, tienden al calor y a la sequedad, resulta verosímil que se forme un aspecto nebuloso, severo y, como opina Aristóteles en la Rethorica, un aspecto que provoca en quien lo observa temor y deleite a un tiempo; esto, por su parte, es la principal huella de la dignidad que conviene al hombre valiente. Esta misma señal, que Aristóteles llama niebla, se da en los hombres tristes, serios y cogitabundos, todos ellos melancólicos; por tanto, quien alberga en su cabeza y en sus ojos un dominio de la melancolía muestra también esta niebla; y como en los machos robustos y de hábito leonino predomina este humor melancólico, estos tienen una frente nebulosa. Ahora bien, no llamo humor melancólico al artificial, sino a la sangre muy densa y fibrosa, cuyo sabor, según dicen, está entre lo dulce y lo salado; sangre de la que también se acuerda Aristóteles cuando decía que casi todos los hombres grandes, sabios y nobles eran melancólicos.



orig:   (41.12)

Sobre la frente, junto a la nariz, tiene los pelos inclinados, como un templo.  

  ¶   39

Muchos intérpretes no traducen esta parte, ni incluyen el giro “como un templo” (lat. velut asylum); y lo mismo hace el códice griego. En cambio, en el códice impreso en Basilea sí se lee esta parte, cuyo sentido creo que difiere mucho del que propuso el Suesano. Y es que este dice que asylum se compone de la letra a, es decir “sin”, y de sylum, que significa ceja, como si los leones careciesen de cejas; pero él mismo dice que esto no se adecúa a la sentencia de Aristóteles. Y esto no era lo único que tenía que admitir: también debería avergonzarle que un hombre supuestamente ducho en griego pronuncie semejantes barbaridades. Dice acto seguido que συλὸν significa ceja, y poco después se corrige a sí mismo, diciendo que asylum significa tábano; pero lo cierto es que asylum, en neutro, significa el templo fundado por Rómulo.



  ¶   40

Pero, ¿qué se sigue de todo esto? ¿Acaso tiene el león un templo, un tábano o algo semejante en la frente? Dice, pues, que esto se adecúa a las palabras de Aristóteles; pero es absurdo, pues la diferencia entre un tábano y un templo no radica en que este sea neutro y el otro masculino; sino en que asylum es una palabra puramente griega, y se escribe con y griega, mientras que asilus se escribe con i latina, y es una palabra completamente latina, como confirma Virgilio en el pasaje aducido por el propio Suesano: nombre romano del insecto, que los griegos, traduciéndolo, llaman oestron 3-11. A la luz de lo cual, como la palabra griega no es asilus, en el sentido de tábano, queda claro que Aristóteles no pudo ni quiso referirse al tábano, como cree este; de hecho, nunca he leído que Aristóteles se haya servido de términos latinos, y menos aún cuando ya existían en griego.



  ¶   41

Creo que pueden darse dos explicaciones para esta parte. La primera consiste en leer lo que traen todas las traducciones latinas, es decir: el león lleva unos mechones inclinados sobre la frente, hacia la zona de la nariz, como quien no tiene cejas; para ello hemos de unir el giro velut asylum a esta cláusula, y entender asylum en el sentido que le dan los griegos, es decir no carente. Así, el sentido viene a decir que el león llevasobre la frente, hacia la zona de la nariz, unos mechones inclinados hacia abajo y bien poblados, como es propio de quien adolece carencia, sino que tiene la frente cubierta con pelos. Pero esta lectura no resulta convincente. Tanto más se confirma que hemos de leer el giro ut asylum completamente desligado de esta cláusula, de modo que, prescindiendo del giro ut asylum, el epígrafe en cuestión lea así: el león tiene unos mechones inclinados sobre la frente, en la zona de la nariz; es decir que el león y el individuo de forma masculina tiene un mechoncillo de pelo inclinado sobre la frente, en la zona de la nariz, es decir en la parte de la frente bajo cuya perpendicular se encuentra la nariz. Y vemos que esta pasión se da muy a menudo entre nosotros: quienes quieren parecer osados y guerreros se dejan crecer esta parte de la cabellera, y la inclinan sobre la frente, y la doblan por el centro para darle una apariencia abombada, como de media pelotita.



  ¶   42

Explicar la causa de esta afección, creo, es más difícil que demostrar que los leones no tengan cejas en la cabeza. Ahora bien, si en verdad hemos de justificar que aquí hay cabellos en abundancia y que crecen mucho, diremos que si sucede es bien porque la piel es más porosa, bien porque, además, el calor, que es la causa eficiente, es más intenso. Además, la piel de esta zona suele ser más rica en conductos, pues la piel que forma la frente es más gruesa que la que tiene músculo bajo ella, luego ni los pelos podían nacer en ella ni el calor podía evaporarse fácilmente. Mas cuando el aliento, que es la materia de los pelos, se encuentra por primera vez una piel repleta de poros, y cuando el calor se difunde en ese lugar, producen abundancia de pelos. Así, pues, en lo alto de la frente, en la zona de los ojos, nace este mechón de cabellos, poblado e inclinado, mas no rizado, pudiendo así dar fe de un calor moderado y dispuesto en estado natural.



orig:   (41.13)

Cabeza mediana, como un templo.  

  ¶   43

Los dos textos griegos que tengo conmigo, a saber, el Aldino y el impreso en Basilea, ligan el giro “como un templo” a la cabeza mediana y, si no me equivoco, es así como ha de leerse, de modo que lea: quienes tiene una forma masculina, como el león, tienen también una cabeza mediana, entre la grande y la pequeña, y como un templo, es decir, digna de reverencia, y con un no sé qué de reverente, como los templos de los dioses. Un templo es, propiamente, un lugar venerable y puro, cuya violación trae nefastas consecuencias, de donde no se podía sacar a nadie que hubiese buscado refugio allí; tal era el templo de Diana y el de Juno, que describe Virgilio. Se trataba de un lugar sagrado o de un templo dedicado a un dios determinado, de donde ni las leyes podían sacar a quien hubiese buscado cobijo allí: por este motivo Filón llama templos a los hombres inviolables y sacrosantos a los que no se puede ofender sin cometer un crimen, como son los caduceadores y como eran antiguamente los tribunos de la plebe.



[La cabeza del fuerte y del macho]

  ¶   44

Me parece que la sentencia de Aristóteles dice así: que el león tiene una cabeza mediana y como un templo, es decir, venerable y que infunde temor. Esta explicación no solo no contraviene, sino que coincide con lo que dice en el primer libro de la Meteorologica, cuando habla con Teodectes del hombre hermoso, de quien dice que es tan agradable a la vista que infunde temor cuando se lo contempla; lo cual, en verdad, parece propio del león, pues suele aterrar e infundir temor en aquellos a quienes se acerca. Así pues, el macho tiene una cabeza mediana porque su disposición sigue al pie de la letra el dictado de la naturaleza, y todas las cosas naturales gozan de una disposición intermedia; tiene también, como se ha dicho, un algo venerable y que infunde temor, pues refleja vigor, y lo vigoroso no invita a la ofensa.



orig:   (41.14)

Un cuello de buena longitud, grueso, comedido.  

  ¶   45

Por cuello de buena longitud no ha de creerse que Aristóteles entienda uno más largo de la cuenta; en efecto, más abajo dice que un cuello largo es señal de temerosidad, y que es una pasión propia de los ciervos, cuyo cuello es largo. En cambio, como demuestra el término “comedido”, significa de tamaño moderado, como también apunta el autor del Thesaurus griego, pues los griegos, precisa, dicen que es “bien grande” aquello que tiene un tamaño moderado y razonable. Creo que la causa queda clara con lo anteriormente dicho, y es que la figura masculina sigue de cerca el dictado de la naturaleza, y lo que hace tal cosa es perfecto; y lo perfecto ni excede ni se queda corto; nada le falta ni nada le sobra; y lo que así es goza del término medio. Pues bien, el cuello de la figura masculiina será comedido, de tamaño mediano; además, grueso, pues como la figura masculina y la del león suponen vigor, y el vigoroso tiene huesos y músculos grandes, luego fibras potentes, las vértebras del cuello, por las que va la médula espinal, han de ser grandes y potentes; luego también por este motivo ha de ser el cuello igualmente grueso y robusto.



[Cuello]

orig:   (41.15)

De cabellos rubios, ni lisos ni demasiado rizados. 

  ¶   46

Consciente de esta propiedad, Virgilio atribuye a Mercurio cabellos rubios; mas este color rubio es propio del león, al que Catulo, no menos que Virgilio, llamó también dorado. Mas creo que el rubio y el dorado no se diferencian tanto: propiamente, el color rubio parece más próximo al color de las espigas y de la paja; en cambio, llamamos dorado al oro, y se parece al color del azafrán. Así son los cabellos de los hombres jóvenes, que parecen surgir del vapor humeante que se eleva cuando la sangre viliosa viene a calentarse; da, por tanto, muestra de que la bilis y la sangre clara y sutil sufren calor, pasión propia de los hombres y de los animales robustos. Los cabellos no deben ser lisos, pues esto es propio de los temerosos y de quienes albergan poco calor; mas tampoco rizados, pues esto sería indicio de calor y bilis abundantes; y en quienes albergan mucho calor advertimos un exceso de presteza en las acciones y una temeridad desmesurada, lo cual se aleja mucho de la pretendida perfección natural que, hemos dicho, se da en la figura masculina y, a fin de cuentas, en el propio león, en el que reconocemos esta afección. Ahora bien, según me parece, el cabello rizado es también índice de temor: en efecto, vemos que la práctica totalidad de los etíopes y hombres meridionales tienen los cabellos muy rizados; y también lo vemos en las jovencillas, si están dispuestas conforme a natura; y también los tienen rizados los niños, que son siempre más temerosos que valientes u osados, y con un cierto rubor, cosa de que dan fe casi todos los fisiónomos, pues dicen que los cabellos bien rizados denotan al hombre medroso. Mas vemos que también todos los perros de pelo rizado y largo son mucho más temerosos que los demás, luego también tienen dientes más pequeños y desarrollan una mayor competencia intelectual, y aprenden más rápidamente cuanto se les enseña. Queda claro, pues, cómo son los cabellos de los machos.



[Cabellos]

orig:   (41.16)

La zona de las clavículas más bien amplia que contraída, hombros fuertes, un pecho juvenil y una espalda alta ancha.  

  ¶   47

Por la zona de los hombros y de las clavículas, como traen algunos textos, entiendo yo la parte superior del cuerpo que hemos explicado en el león y, más arriba, en la figura del valiente. Por tanto, quien tiene una figura masculina y es robusto, ya sea hombre, ya león, ha de albergar calor abundante junto al corazón; por tanto, y como es propio del calor dilatar las cosas, es probable que esta zona dominada principalmente por el calor sea muy amplia. Así pues, la parte superior del pecho anchea junto a los huesos denominados clavículas. Más arriba atribuyó Aristóteles al valiente los hombros anchos; y Virgilio, cantando las alabanzas de Eneas, dice que tenía los hombros anchos, y lo mismo Dares; esta misma propiedad la concedió Estacio a Tideo, de modo que todos la reconocen como una propiedad heroica. Las zonas de los hombros y del pecho deben ser amplias, y no contractas, como se ha dicho; y los hombros deben ser robustos, para poder atacar rápidamente y ocuparse de cuanto haya que empujar o arrastrar.



[Hombros]

  ¶   48

En lugar de juvenil leería yo recio, dotado de carne no enjuta. Y es que el término νεατικόν, que los traductores vertieron como juvenil, quiere decir también poderoso, potente, fiero e incluso enorme. Por tanto, cuando dice que el pecho ha de ser “juvenile”, entendería yo que habla especialmente del tórax y, al mismo tiempo, de la parte que llaman boca del pecho, que los griegos llamaron esternón. La sentencia, pues, dice lo siguiente: que el león y el animal macho, o dotado de forma masculina, tiene un costado grande, y un pecho poderoso y robusto, y que la parte delantera situada entre los pechos desciende hasta el principio del estómago.



  ¶   49

Phrenes es el nombre que dieron los antiguos al diafragma; se trata de un músculo membranoso que separa el sistema respiratorio del digestivo, motivo por el cual la parte de la espalda que se encuentra a la altura del corazón se denomina propiamente espalda alta (lat. metaphrenum), de donde nacen las costillas y las vértebras a las que se unen. Esta parte también será ancha por el mismo motivo, y es que el calor se impone al humor y la materia es obediente; por tanto, resulta que puede dilatarse sin problema y, una vez dilatada conforme a natura, se seca por acción del calor abundante y se vuelve potente y dura. Así, por este motivo, los animales robustos y de figura masculina tienen una espalda ancha.



orig:   (41.17)

Dotado de costillas robustas y de un dorso robusto y generoso.  

  ¶   50

Se aducirá la misma causa que para el epígrafe anterior, pues las costillas serían robustas y robusto sería el dorso si gozasen de unas dimensiones naturales, si tuviesen carne dura, si viniesen ligadas a sus vértebras con ligamentos potentes, si las vértebras fuesen grandes y estuviesen bien ligadas entre sí; pasiones todas ellas fruto del calor natural imperante, padre de la materia, al punto de que la naturaleza es incapaz de consumar sus operaciones y tareas por completo. Todo esto, más o menos, se expuso en la figura del valiente.



orig:   (41.18)

Nalgas no carnosas, y tampoco las caderas.  

  ¶   51

Los textos griegos no traen nada de esto, pero los dos textos latinos de que dispongo, junto con el autor del Thesaurus griego, leen así: que el león tiene una espalda a la que se atribuyen los tres predicados siguientes, que sea grande, de buenos costados y potente; en efecto, con estas tres palabras se describe una única y misma cualidad. Parece que se llama animal de buenos costados a aquel cuyos costados son firmes y potentes; mas en el hombre el costado es propiamente la parte del cuerpo que se encuentra bajo las axilas y sobre el fémur, donde ceñimos la espada. Así dice Virgilio: ciñe una espada argiva a su costado 3-12. Así dice Cornelio Tácito: extrajo el puñal de su costado 3-13. La firmeza de los costados se aduce como prueba de fuerza y espíritu; así, cuando veamos a alguien con voz grande y firme, diremos que tiene costados potentes. Ahora bien, no niego que quienes gocen de forma masculina tengan las nalgas cubiertas de carne no abundante y dura; de hecho, esto es cierto, y se constató más arriba. Ahora bien, propiamente se denominan caderas los huesos cubiertos de carne que, en los individuos robustos, son ciertamente gruesos y huesudos, no cuentan con mucha carne, no con tanta como las mujeres, y la que tienen es dura, fibrosa y está cubierta con muchos pelos, como señal de la potencia de las fuerzas.



[Caderas]

orig:   (41.18b)

Paso juvenil. 

  ¶   52

En mis textos latinos, en uno y otro, faltan cosas que sí se leen en el códice griego de Basilea. Dice así, literalmente, a partir de “espalda alta”: pecho juvenil y espalda ancha, de costados firmes y buenos, y potente. Además, las nalgas del león y huesos de sus costados están cubiertos con carne escasa, y también las caderas; tiene patas y zarpas robustas y fibrosas, y un paso juvenil. Hemos dicho que todo ello, ciertamente, se muestra en parte en la figura del valiente, tratada más arriba, y en parte se debe a lo que hemos dicho; estudiémoslo brevemente. Ya se ha explicado que por pecho juvenil ha de entenderse uno potente y vigoroso, afección fruto del calor intenso que se suele encontrar en los pechos de los individuos valientes y de los animales de forma masculina. También se ha expuesto por qué se le atribuye una espalda ancha, y qué es lo que ha de entenderse por espalda; además, se ha dicho qué significa lo de costados buenos, qué es el costado, y en qué sentido se dice tal cosa del león y del valiente.



  ¶   53

Además, ha de ser potente, es decir capaz de soportar padecimientos; esto será gracias a la carne dura y sólida, a los músculos potentes y fibrosos, al tamaño de las fibras, que comunica muchos alientos motores. Estos alientos son abundantes porque su abundante materia se ofrece al cerebro; esto, por su parte, sucede cuando el corazón genera muchos alientos vitales que transmite al cerebro por las arterias, y son muchos porque naturalmente se inspira gran cantidad de aire; también abunda la sangre, cosa que sucede cuando el corazón es cálido y activo, como sucede en los leones y en los auténticos machos en la flor de su edad.



  ¶   54

El león tiene unas naglas y unos huesos de los costados o ilios no cubiertos con carne abundante, al contrario de lo que sucede en las mujeres. La causa, creo, es que goza de más calor, incapaz de reunir y almacenar gordura bajo la piel ni carne blanda rica en humor excrementicio. Yo, por mi parte, añado que la carne no solo es convenientemente escasa, o que no es tan abundante en el sexo masculino como en el femenino; digo, más bien, que una y otra son completamente diferentes, pues la carne masculina es dura, fibrosa y un poco áspera, mientras que la femenina, por el contrario, es blanda, más delicada y suave.



orig:   (41.19)

Patas y zarpas robustas y fibrosas.  

  ¶   55

Por supuesto el valiente y el león precisan de tales cualidades, pues su mayor fuerza y potencia se encuentra en las zarpas y las patas traseras. De hecho, con un solo golpe de sus patas traseras arranca y estropea armaduras y corazas, y descuartiza al hombre que trató de herirlo con una lanza. Así pues, las patas y las zarpas son robustas, pues están fibradas y cuentan con grandes tendones y ligamentos muy firmes, como se puede suponer a juzgar por su garra tan robusta y firme; no en vano, las garras son los extremos de los tendones en los que degeneran los músculos y las fibras que toman su fuerza del cerebro.



orig:   (41.20)

Paso juvenil y todo el cuerpo definido y fibroso.  

  ¶   56

El Suesano lee base juvenil, y añade no sé qué acerca de una espina y una cáscara. Pero ¿hemos de entender por paso juvenil uno vigoroso y, como se suele decir, resuelto? Yo esto no lo asocio a los pies, sino al movimiento, de modo que avance y se garbee con vigor y potencia, como dice Virgilio a propósito de Eneas y Turno, cuando compara a este último con un león que observa desde su atalaya al toro que medita sobre sus batallas en el campo. Este paso es potente, rápido, exultante, parece que apenas toca la tierra con los pies; este paso, ciertamente, es indicio del vigor de la fuerza motora y de la prestancia del calor y de las fuerzas: en efecto, como la fuerza que mueve el cuerpo es potente, sostiene ascecuadamente el cuerpo y lo muestra tan ligero y ágil que apenas toca la tierra y, como dice el otro, podría volar sobre los cereales sin dañar sus espigas, sin ofender con su marcha los brotes tiernos 3-14.



  ¶   57

En este sentido decimos también que todo el cuerpo está bien definido y fibrado. Esta definición es la que perfila los músculos y tendones; en efecto, cuando vemos a un hombre o a cualquier otro animial con músculos bien definidos por todo el cuerpo, decimos que la naturaleza lo ha formado con acierto y perfección, pues cada elemento está bien formado y terminado, luego todo el conjunto es perfecto, y ello se asocia a la figura masculina. Por su parte, el cuerpo, al estar definido y musculado de esta manera, ha de estar fibrado por fuerza, pues son las fibras, que comunican los alientos y la fuerza motriz a los músculos, las que producen ese abultamiento que se levanta y se deja ver en las articulaciones y en los tendones.



orig:   (41.21)

Ni muy duro, ni muy húmedo.  

  ¶   58

También es una pasión propia del cuerpo masculino no ser ni muy duro ni muy húmedo, sino guardar un punto intermedio entre los extremos. Pero primeramente surge una duda: ¿por qué no han de ser muy duros el cuerpo y la carne del hombre? De hecho, ya hemos dicho que a Hércules, el más valiente de todos los héroes, se le atribuyeron unas nalgas óseas, y que por ello también recibía de cuando en vez el nombre de Melámpigo. Además, si tenía músculos grandes, como Entelo, ¿de dónde viene que el robusto y valiente sea de carne escasa, cuando el músculo es carne? Por otra parte, también la razón corrobora que la carne del robusto y del animal viril debe ser muy dura, pues si la carne femenina es muy blanda, y ya está claro que los contrarios y opuestos gozan de cualidades y disposiciones opuestas, es probable que los machos y animales viriles tengan una carne sorprendentemente dura. Además, más abajo, hablando de las nalgas, dirá que las nalgas óseas son indicio del valiente, y lo óseo es duro; por tanto, es probable que el león y el animal de forma masculina tengan una carne muy dura.



[Cuestión]

  ¶   59

En cambio, Aristóteles es de la opinión contraria, y tal vez también sea posible confirmar esta mediante la razón. En efecto, la figura del macho es perfecta en su especie; puesto que a lo perfecto nada le falta ni nada le sobra, como se ha dicho en más de una ocasión, se encuentra en un punto intermedio; por tanto, la figura del macho se encontrará en una cierta mediocridad, luego también lo harán sus apéndices; por consiguiente, la carne no será dura ni muy blanda, antes bien, gozará de una disposición intermedia. En cuanto a la cuestión, creo posible responder que, si por carne dura entendemos seca, términos en que se refiere Aristóteles a las nalgas de los simios, semejante carne no conviene en absoluto al valiente; y esto lo confirma el término opuesto que puso a su lado, a saber, "ni húmeda". Lo húmedo, por su parte, no se opone a lo duro, sino propiamente a lo seco; por tanto, según creo, ha de entenderse que la disposición del hombre valiente, del león y de cualquier animal con una figura y una disposición masculina dentro de su especie muestran unas carnes ni muy húmedas, como las de los niños, ni muy secas, como las de los simios; y es que las primeras son indicio de estupefacción, y las últimas de malicia y astucia.



[Respuesta]

  ¶   60

Ahora bien, cuando se dice que se le atribuían a Hércules carnes y nalgas óseas, no debemos entender que se refiera a una carne seca y ósea, sino a que tenía, ciertamente, unas nalgas grandes a causa de los huesos, pero cubiertas por poca carne; y que esta, en cambio, era musculosa y potente; y que tenía músculos grandes, de los que se atribuyen a los héroes, pero no por ello duros, es decir secos; de todos modos, si en alguna ocasión se dio en llamarlos duros, el término no vendrá a significar sino robustos y sólidos, no flácidos ni apocados, pasión esta última que es indicio de la inopia de los alientos; o bien puede hablarse de músculos duros y de carne dura si viniesen a compararse con los hombres vulgares que se van alejando de esta perfección. Y cuando se dice: “si las carnes femeninas son blandas y húmedas, las viriles deben ser secas y duras”, en verdad no es un buen razonamiento; mas si las carnes femeninas, tal y como son, pecan de vicio, pues acusan un exceso, es probable que las virtuosas gocen de una disposición intermedia. Queda dicho, pues, qué ha de entenderse por nalgas óseas.



  ¶   61

Mas se presentará otra duda: ¿en qué sentido se opone lo húmedo a lo duro? Más arriba dijimos que si se propuso tal cosa, fue para que entendiésemos que Aristóteles no toma el término “duro” en el sentido de que opone mucha resistencia al tacto, sino que lo entiende como desecado, de modo que el sentido de sus palabras reza que la carne de los músculos no ha de ser ni más seca ni más húmeda de la cuenta. Queda claro que la carne de los leones y de los machos debe ser así, y por qué lo es; y es que cuanto está dispuesto en perfecta conformidad a natura disfruta de la medianía. En verdad, los animales de naturaleza masculina son perfectos, luego disfrutan de medianía, tanto en todo su cuerpo como en cada una de las partes; por tanto, es probable que también la carne se mantenga alejada de ambos extremos, y que por tanto no sea ni dura ni blanda. Ahora bien, ha de apuntarse que cuando hablamos de medianía, no hemos de entenderla así sin más, sino dentro de la especie humana, de modo que el macho no sea tan seco como el Aqueménides de Virgilio, ni tan blando como Atis, el sacerdote de Cibeles.



[Cuestión]

orig:   (41.22)

De paso lento y porte magnífico, moviendo los hombros al andar.  

  ¶   62

Estas son pasiones propias del movimiento y del paso del individuo magnánimo que, según dice Aristóteles en la Ethica, avanza lentamente. En efecto, al estar pendiente de cosas grandes, no camina rápido; y es que si el calor está en la cabeza o en el corazón, no estará en los pies. Mas como se dice que el león es magnánimo, motivos tendrá para avanzar lentamente: dicen que, cuando caza, persigue a los animales a saltos, y que si no las atrapa al segundo o al tercero, abandona indignado; y escriben que, cuando se aleja de un peligro, avanza con paso lento y tardo, como si temiese el deshonor y la infamia de una fuga apresurada, única señal de dehonor y de infamia o, más exactamente, de culpa que debe temer el hombre valiente y bueno. Este modo de caminar, según creo, lo ilustró Virgilio con Eneas cuando, en el libro cuarto, lo compara a Apolo; así mismo se habla de Anquises, de quien dice que caminaba con mayor magnificencia que los demás. Por otra parte, es un hábito propio de quien nunca siente temor caminar con la cabeza erguida, y llevar la frente alta, y mirar a un lado y a otro con osadía; por el contrario, es propio de las mujeres mirar hacia el suelo y demostrar pudor. Y diría yo que este paso es el que llaman magnificente, o fruto de una costumbre magnánima: se lee que así dirigían las procesiones los antiguos sacerdotes, y se lee en Apuleyo que así caminó el que ofreció al otro las rosas, liberándolo de su apariencia de asno.



  ¶   63

Eso de que quienes caminan lentamente y con magnificencia menean los hombros, es decir que mueven alternativamente la parte derecha y la izquierda, movimiento que acompaña al de las piernas, puede observarse en la práctica en quienes participan en desfiles militares y ejercicios marciales. En efecto, verás que caminan moviendo el hombro derecho junto con la pierna derecha, y el izquierdo junto con el izquierdo; este modo de caminar se puede ver claramente en los gatos domésticos, cuando adoptan una actitud desafiante o pretenden amedrentar a un perro desconocido. Así pues, es cierto que esto sucede, pero se nos esconde por qué sucede. De todos modos, podría decirse que quienes se mueven con lentitud y vigor necesitan descansar todo su cuerpo primero sobre un pie y luego sobre el otro, de modo que cuando quieren caminar apoyándose en su lado derecho, no solo han de lanzar hacia adelante su pierna izquierda, sino que también han de girar su hombro izquierdo y llevarlo un poco hacia atrás; y así parece que mueven y retuercen los hombros a cada paso. También podría señalarse que un cuerpo robusto está bien compacto y fuertemente ligado, luego las partes unidas entre sí se mueven todas juntas; así pues, como las partes superiores están perfectamente ligadas a las inferiores, y tanto los leones como el hombre valiente las tienen muy firmemente unidas gracias a sus costados, resulta que al movimiento de las partes inferiores, las superiores responden retorciéndose, y los hombros basculan uno tras otro.



  ¶   64

Por último, existen algunas propiedades que siguen la naturaleza compuesta de cada elemento, y estas naturalezas no las toman de la materia ni de la forma propias, sino del lazo que guardan la materia y la forma. Esto se deja entender claramente en la mezcla de vino y agua: en efecto, según sea la combinación, el sabor del vino y del agua cambian a un tiempo en la mezcla, y ese sabor diferente de la mezcla no se debe al vino o al agua, sino a la razón o hábito con que se mezclan el agua y el vino. Del mismo modo, no ha de pretenderse que el león se mueva como lo hace por efecto de la materia o de la forma masculina, sino del lazo que guarda la forma masculina del león con su propia materia: cuál sea este nexo, y en qué consista se me esconde completamente, como sucede con tantas otras características de las cosas materiales. Pues bien, queda claro cómo es el cuerpo del león que describe Aristóteles, en el que, como hemos dicho, es posible contemplar perfectamente, como en un espejo, la forma y el hábito del macho.



  ¶   65

Para la descripción de esta figura, me parece que dedicó mayores esfuerzos a la cabeza y al rostro. Le atribuyó, primeramente, un rostro determinado; dos: cuadrado, no muy óseo, pero tampoco muy carnoso; tres: de mandíbulas iguales, de modo que la superior no exceda a la inferior; cuatro: una frente rectangular; cinco: más hundida por el centro; seis: sobre la frente, unos mechones ligeramente curvados y vueltos sobre la nariz; siete: enormes y densas cejas; ocho: sobre estas y bajo la frente se advierte una especie de nube; nueve: ojos azules admirables, cuya mirada apenas puedes mantener; estos, a su vez, no muy cóncavos ni saltones, muy oblongos, como se lee de Augusto*; en efecto, así se interpreta charopus, como que deleitan e infunden temor; diez: una nariz más gruesa y redonda que pequeña y delicada; once: una cabeza digna toda ella de reverencia, ni grande ni pequeña; doce: cabellos rubios, no lisos, pero tampoco muy rizados. Esto es lo que, según la concepción de Aristóteles, se asigna a la cabeza del león.



  ¶   66

En segundo lugar se ocupa del cuello que, según dice, debe ser de longitud moderada; dos: y grueso; tres: y comedido, con la debida proporción a la cabeza y al cuerpo a los que se asocia.



  ¶   67

En tercer lugar pasa a los hombros, al pecho y a la parte que va hasta las caderas, y apunta que los hombros deben ser, primeramente, amplios y anchos; dos: fuertes; tres: distantes; cuatro: un pecho juvenil; cinco: una espalda ancha; seis: costillas robustas.



  ¶   68

Ocupan el cuarto lugar los huesos de la cadera. Uno: grandes; dos: firmes; tres: nalgas no carnosas, sino potentes; cuatro: fémures grandes, duros; cinco: piernas robustas, fibrosas; seis: pies no más pequeños que las manos, robustos, bien compactos.



  ¶   69

En quinto lugar escruta todo el cuerpo. Uno: que debe ser de tamaño moderado, pues los enanos y los gigantes son, por regla general, furiosos o indolentes, y carecen de todo vigor corporal, a no ser que se trate de auténticos monstruos; dos: a su vez, articulado y fibroso; tres: de carne ni muy seca, ni húmeda y blanda.



  ¶   70

En sexto y último lugar pasa al movimiento, y dice que el león, primeramente, avanza lentamente; dos: añade que da grandes pasos; tres: se mueve con magnificencia y soberbia; cuatro: camina con poderío y con cierto porte juvenil; cinco: y al caminar menea los hombros uno tras otro.



  ¶   71

Pues bien, estas son las propiedades que, según apunta, afectan al cuerpo del león, de modo que si identificásemos todas o muchas de estas condiciones en un hombre, u otras semejantes, sabremos que este individuo se encuentra más o menos próximo a la figura propia del león o figura masculina, y juzgaremos que en su alma residen unas inclinaciones semejantes a las potencias de que se sirve el león para consumar sus propias operaciones.



Capítulo xxxix

Capítulo xxxix     PASIONES DEL ALMA MASCULINA

orig:   (41.23)

En cuanto al alma, agradecido  

  ¶   1

Ha descrito las propiedades corporales del león o del macho. Ahora enseña qué disposiciones del alma se pueden reconocer mediante las corporales. Y ciertamente no hemos de creer que vaya a abarcarlas todas, o que sea imposible deducir otras mediante las que sí comprende; en efecto, sirviéndose del silogismo, no es difícil averiguar muchas desconocidas a partir de las que ya se conocer. De hecho, la naturaleza determinó que pasásemos de lo conocido a lo desconocido que, por lo general, es muy evidente en la naturaleza; como hacen los enfermos que, aun no estando sanos del todo, usan sus partes sanas no peor que los que están en plena forma. Pues bien, veamos nosotros, en primer lugar, qué es lo que atribuye Aristóteles al macho o al león, y por qué; acto seguido estudiaremos qué se puede deducir de esos atributos.



  ¶   2

Pues bien, el primer atributo consiste en que el león y el animal masculinio son naturalmente solícitos, según lee el traductor latino. Yo leería, con Hesiquio, nobles y agradecidos; no en vano, el león parece ser en verdad un animal de espíritu agradecido, si creemos a Solino y a Plinio: cuentan, pues, que un individuo extrajo una espina del pie de un león con que se había topado en su camino, y que el león demostró su agradecimiento; y cuentan que le sucedió prácticamente lo mismo a Elpis Samio, a quien, recién desembarcado en África, se le plantó un león con las fauces abiertas de par en par: el hombre trepó a un árbol muerto de miedo, y el león se apostó al árbol, como suplicando; el otro, ya más confiado, y comprendiendo las intenciones del león, bajó y extrajo de los dientes de la bestia un hueso que se le había quedado atascado; el león, en deuda por este favor, no dejó de compartir con Elpis parte de su presa todo el tiempo que este permaneció en África. Por tanto, no parece que se deba poner en duda su gratitud. En efecto, la gratitud es una pasión propia del individuo digno y magnánimo, como atestiguan también Plinio y Solino, Eliano y Alberto en el libro De animalibus. Así pues, el león es un animal agradecido, y no olvida el favor recibido.



  ¶   3

Se denomina agradecido aquello que reconoce estar en deuda y procura, en la medida de lo posible, corresponder a un favor, o al menos de muestras de haberlo recibido. Entonces, ¿por qué tienen el león o el animal masculino un espíritu agradecido? ¿Acaso porque es magnánimo y presuntuoso? No parece ser tal, pues dice Aristóteles que el magnánimo prefiere hacer favores a recibirlos. Ahora bien, eso es una petitio principii, pues todavía no se ha demostrado que sea magnánimo, sino solamente agradecido. Así pues, ha de encontrarse otra razón; y tal vez sea que ello depende de la naturaleza y de la razón de la cosa: y es que decimos que el león y cualquier animal con una figura masculina perfecta se asocian, dentro de su género, a una cierta naturaleza ígnea y que, por tanto, participan en buen grado de la forma. Por su parte, es propio de la forma y del fuego tanto actuar como propagarse en virtud de la razón y la naturaleza de aquello que llega a alcanzar: en efecto, así como una vela encendida no solo puede comunicar su fuego a los demás, sino que lo hace sin sufrir pérdida alguna; también el animal perfecto devuelve el favor que recibe, pues es presuntuoso, luego con la misma confianza con que recibe un favor, lo corresponde.



  ¶   4

Creo, además, que la principal señal del espíritu agradecido es la que demuestra que un animal goza de una perfección plena y de una figura masculina óptima; esto consiste en tener un cuerpo mediano, todo él perfectamente articulado y proporcionado, y consiste especialmente en un rostro a la vez temible y amable, con esa nubecilla que denota una cierta y adecuada seriedad en las cejas.



  ¶   5

Es una señal del espíritu agradecido, noble o digno. Además, también parece ser una pasión propia de los iracundos, pues los ricos en la bilis que llaman sangre muy sutil, ciertamente purpúrea y florida, son muy dados al amor, muy generosos y, si reciben un favor, lo devuelven de muy buen grado. Esta, lo vemos, es la naturaleza propia de los jóvenes, propensos a la generosidad; los ancianos, por contra, son avaros y tacaños. Y es que el joven parece compartir en cierto modo la naturaleza del fuego, y tiende a atraer las cosas hacia sí, a volcarlas en sí, y disfruta comunicándose a las demás cosas. Por consiguiente, el león es agradecido, y esto demuestra por qué.



[Señal del espíritu digno]

  ¶   6

De alguna manera que desconozco, el hombre bueno y justo está próximo a esta naturaleza, pues goza de una disposición plenamente acorde a su esencia y a natura; gracias a ello es macho, luego también es bueno, y por tanto desea hacer el bien, y ser justo y agradecido.



  ¶   7

Otros leen acceptivum, es decir manso; pero esto podría rebatirse.



orig:   (41.24)

Generoso.  

  ¶   8

Es este el segundo atributo. Y ciertamente, si es agradecido, es probable que también sea generoso. Llamamos generoso a quien comparte su fortuna con los demás, o no toma de la fortuna que le ofrecen sino cuanto dicta la recta razón. Mas como ahora no hablamos de este tipo de generosidad, pues el león no tiene recta razón ni, de hecho, razón alguna, entendemos por generosidad una propensión natural a compartir nuestros bienes con los demás, lo mismo da que los hayamos obtenido por suerte, con trabajo o de cualquier otra manera. En verdad, en este sentido llamamos generosos a los niños que comparten sus nueces y su merienda con sus compañeros, y también solemos llamar generosos a algunos lobos que toleran que otros vengan a comer con ellos.



  ¶   9

Que los leones albergan esta pasión lo confirma Eliano, pues dice que, cuando se ven saciados, no impiden que otros animales se acerquen a los restos de su presa, como también recuerdo haber leído a propósito del águila. Y en este tipo de animales salvajes, la generosidad, a juicio de Solino, que a su vez bebe de Plinio, si no me equivoco, es la que lleva al león a no matar a mujeres ni a niños, sino a auyentarlos, a dejarlos ir ilesos, a menos que se estuviese muriendo de hambre. Queda claro, pues, cuál es la traza de generosidad que se deja ver en el león.



  ¶   10

Y no ha de sorprendernos que muchos animales se presenten como ejemplos o figuras de las virtudes y los vicios; de hecho, es razonable que cada una de ellas, en hábito y tomada desde la potencia de la materia mediante los principios internos, se encuentre en cada especie animal y que, acto seguido, deban encontrarse todas ellas, generalmente, en primera potencia y a un tiempo en un hombre que, a fuerza de intelecto y usando su libre albedrío, habrá de traer al hábito y a la energía las que mejor le parezcan. Y así como la forma de los demás animales se fundamenta en una cierta razón, la forma humana tampoco es más que la propia razón sin más. Esta forma sin más puede denominarse naturaleza y orden de todo lo que existe; no en vano, algunos de los antiguos dijeron que el hombre era un compendio del universo, y este ejemplo de la figura humana me trae a la mente aquel argumento de omni et de nullo, de donde se deriva la forma silogística, y de la cual toma su fuerza todo silogismo.



[Por qué las fieras sirven de ejemplo de las virtudes]

  ¶   11

Por otra parte, volviendo al tema, digamos por qué el león y el hombre masculino de verdad acusan generosidad. Me inclino a pensar que el motivo es que el león es valiente y robusto, luego no siente temor, antes bien, tiene fe en sí mismo. Quien confía en sí mismo y en sus fuerzas y no siente temor tampoco se ha visto oprimido por el hambre ni la pobreza, y un individuo semejante no es avaro ni desea la abundancia con fervor. En cambio, goza de una disposición generosa; en efecto, la propiedad de la generosidad consiste en no verse tocado por el deseo de las cosas materiales ni de las riquezas. Así pues, por este motivo, se sigue que el león y quien se asocie a la naturaleza del león, como el hombre masculino de verdad, sea plenamente generoso; y ello, a modo de señal, permite confirmar el predicado precedente, pues si es generoso, paga sus deudas de buen grado, y no olvida lo que recibe. Un individuo semejante es agradecido, luego el león es agradecido.



  ¶   12

Mas, a primera vista, alguien podría creer que, por naturaleza, ha de ser más desagradecido que agradecido. No llamo generoso a quien goza de la virtud de la generosidad, sino a quien sencillamente tiene una propensión a dar, por tener confianza en sí mismo y no sentir temor jamás. En primer lugar, ciertamente, esto puede confirmarse citando a Aristóteles, cuando dice que el magnánimo presta servicio de buen grado, pero siente vergüenza al recibirlo, y desprecia con naturalidad muchas cosas que otros ansían con fervor. Partiendo de aquí podemos demostrar con argumentos que el generoso no es agradecido: en efecto, si el magnánimo es generoso, pero el magnánimo se avergüenza de recibir un servicio, y quien siente vergüenza también se encuentra a disgusto, no puede ser agradecido quien lamenta haber recibido un favor. Queda probado que el generoso no es agradecido, y que, en verdad, tampoco el agradecido es generoso; y es que si fuese agradecido quien lamenta haber recibido un servicio, siendo propio del agradecido recompensar un servicio con espíritu alegre y risueño, es evidente que el agradecido no estará feliz por haber recibido un favor; a su vez, la felicidad y el dolor son cosas contrarias que no pueden hallarse a la vez en un mismo sujeto. Además, si el magnánimo lleva el desprecio en su naturaleza y se cree digno de cosas mucho más importantes que las que recibe, un individuo semejante no solo no quiere demostrar gratitud, sino que ni siquiera desea dar las gracias. Así pues, el generoso no será agradecido en absoluto.



[Cuestión]

  ¶   13

Ahora bien, por el contrario, la razón dice que sí: en efecto, es propio del generoso dar a quienes debe, cuando debe y como debe; ahora bien, ha de darle especialmente a aquel de quien ha recibido algo, luego el agradecido es generoso, pues la generosidad no consiste menos en recibir que en dar. Lo mismo opina Aristóteles en la Ethica, de modo que la gratitud y la generosidad son dos cualidades del mismo género exactamente.



  ¶   14

En respuesta a lo anterior diremos que el magnánimo, ciertamente, no recibe los favores con agrado, pues son como un testimonio de su imperfección; en cambio, demuestra muy a gusto su agradecimiento, pues demuestra que ni cede ni concede: en efecto, lo hace de muy buen grado, pero le pesa recibir un favor. Además, si se cree digno de cosas grandes y, por tanto, no aprecia en absoluto el servicio recibido, no se sigue que sea desagradecido: de hecho, del mismo modo que un hombre pudoroso no le pide a su amigo el dinero que le debe, pues aborrece tener que pedir y molestar a los demás, mientras que él devuelve con mucho gusto lo debido; así mismo un hombre magnánimo, aunque no reciba el favor con espíritu alegre, sí lo devuelve con un ánimo muy feliz, como quien paga una deuda, pues así cree, en cierto modo, recuperar su libertad.



[Respuesta]

orig:   (41.25)

Y magnánimo, y amigo de la victoria.  

  ¶   15

Añade a lo anterior dos cosas derivadas de la misma fuente y dependientes de los mismos principios. En efecto, si el león es un género animal agradecido y generoso, y su naturaleza, como hemos dicho, se asienta en el calor y la sequedad; siendo la razón del calor y de la sequedad prácticamente la misma que la del fuego, y siendo propio del fuego sobresalir por encima de los demás, contener los demás elementos y consumar, a modo de forma, lo que excede en los demás, el león es admirable y muy bueno, luego honorable, pues hace el bien, o puede hacer el bien. Se sigue, pues, que el animal generoso y el animal cuya razón se asienta en el calor y en la sequedad se vuelve bastante honorable; y un animal semejante es magnánimo, y solamente considera cosas grandes; por tanto, el león y el hombre que tenga un ánimo viril y ciertamente masculino es también magnánimo.



  ¶   16

Que la magnanimidad se da en los leones se puede confirmar apelando a la autoridad de casi todos los escritores, los cuales llaman magnánimo al león. Apunta Plutarco que Antonio, en su recorrido triunfal, llevó leones arrastrando de su carro, para demostrar que los magnánimos habían sucumbido a sus armas; y dice Solino que también el propio león, cuando es acosado por perros y cazadores, se aleja sin darle mayor importancia, disimulando su huida y su temor, si se ven acosados en un terreno abierto, queriendo evitar dar prueba de debilidad, como si tuviese sentido del honor. Así pues, pretenden que esta sea la labor y la propiedad del magnánimo, así como no herir a los seres inferiores, ni a los niños o mujeres, a las que desprecia cuando se las cruza. Con esto queda claro, pues, que sí existe en el león alguna sombra de magnanimidad, y por qué.



  ¶   17

Se dice también que es amigo de la victoria, y Aristóteles lo confirma en el libro De historia animalium; y cuando está cazando animales salvajes, los persigue con nobleza, a menudo con el único objetivo de la victoria. El motivo es el mismo de antes, pues si desea sobresalir, también desea vencer, luego es amigo de la victoria. Apuntan Eliano y Plinio que también es manso, si se ha domesticado previamente; y que disfruta de los juegos y los entretenimientos, si no está en ayunas, pues el estómago hambriento no está para juegos. Eliano recuerda que Berenice tuvo uno manso se la lamía y la limpiaba con su lengua; Hannón de Cartago adiestró a otro para ensillarlo y llevar su carga. Mas parece que el león se amansa porque es agradecido, pues a los agradecidos se los gana y se los atrapa con favores, y al disfrutar de tales cosas, se van volviendo mansos a fuerza de hábito. Lo anterior, pues, si es cierto tal y como se ha expuesto, deja claro que los leones agradecidos son generosos, magnánimos, y amigos de la victoria y mansos.



  ¶   18

En verdad, me parece que todas estas pasiones del león conciernen al apetito irascible, que goza en este animal de una disposición plenamente conforme a natura, del mismo modo en que, según el hábito de la recta razón, debería darse en el hombre, como si la naturaleza pretendiese ofrecerle al hombre un ejemplo acerca del uso del apetito irascible y del modo correcto de usarlo. En efecto, el objeto del irascible es el desprecio y la ignominia, y la pasión opuesta a esta es la buena estima y el honor, así como del concupiscible es la alegría y la molestia, cosas estas que siguen al deseo, o bien a la frustración o al cumplimiento del deseo. Así pues, estos hombres son como los mansos en virtud de una potencia irascible bien gobernada; los magnánimos reciben el nombre de deseosos de alabanza y de honores, luego también agradecidos y generosos; y es que al obrar así, se hacen un nombre y reciben alabanzas, cosa que desean fuertemente.



  ¶   19

Por su parte, parece que vivir más bien según el dictado del apetito irascible antes que del concupiscible adoptó la forma masculina, motivo por el cual decía Homero que la ira fluía en los pechos de los hombres valientes más dulce que la miel; y consideramos más digno de perdón a quien peca cegado por la ira que a quien descuida la rectitud del alma por sucumbir al placer. Los grandes hombres dicen que también las mujeres demuestran en casa un apetito concupiscible, mientras que los hijos y los jóvenes varones demuestran el irascible; la edad de los adolescentes, a su vez, es más propensa y está más dispuesta que las mujeres para adquirir la perfeca razón y orientar su vida al dictado de esta, pues ya hemos dicho acerca de estas, siguiendo a Aristóteles, que tienen un raciocinio impotente.



  ¶   20

Creo que la parte del cuerpo que goza de las mejores condiciones para constituirse en señal del deseo de victoria y de la magnanimidad son los ojos y el tipo de ceja descrito más arriba; pues recuerdo haber leído y haber visto a muchos hombres magnánimos y con muchas ansias de victoria con semejantes características, cosa que los escritores apuntan, especialmente, de Alejandro Magno, y también de Julio César y de Augusto: ojos lúcidos, claros, grises, casi brillantes, severos con cierta dignidad. Otras notas que Aristóteles le atribuye en el libro De historia animalium es que sea ciertamente noble, valiente, iracundo y temible ante la ofensa. No en vano, hemos dicho que es cálido y seco, luego iracundo; pero magnánimo, pues también es noble; y al ser tal, siente una total confianza por sus fuerzas; es probable, dice Plinio, que sea igualmente diligente, y bastante sencillo y ajeno a cualquier astucia o sospecha; y así como el caballo noble da pruebas de su espíritu con las orejas, él lo hace con la cola, algo propio del magnánimo, mantenerse alejado de las astucias y los engaños. En efecto, parece que nada tiene que ver el zorro con el león, luego como no esconde las afecciones de su espíritu, ha de manifestarlas mediante alguna señal.



orig:   (41.26)

Justo.  

  ¶   21

No hay motivos para creer que el león albergue justicia propiamente dicha; en efecto, dice Aristóteles en el primer libro de la Politica que solo el hombre tiene sentido de la justicia. Mas cuando llamamos justo al león, hemos de entender que las operaciones propias del macho demuestran trazas de justicia, y que su naturaleza las aproxima a las que desempeña el hombre justo.



  ¶   22

La propia razón de la justicia consiste en no perjudicar a nadie, y en no hacer al otro lo que uno no quiere para sí mismo, ambos preceptos divinos. En efecto, la justicia contiene en sí todas las virtudes; ahora bien, llamamos justo, más precisamente, a quien da a cada uno lo suyo, sin perjudicar a nadie, y a quien no hace a los demás lo que no quiere para sí. La historia nos demuestra que el león es así, pues leemos en Eliano que, una vez, un león actuó conforme a lo dicho. Había un hombre que criaba juntamente una osa, un perro y un león. Cierto día, el oso, en un gesto de procacidad e insolencia, mató y devoró a su compañero el perro. A la vista de ello, el león se vio horrorizado por tamaña crueldad, y descuartizó a la osa sin piedad. El mismo Eliano, coincidiendo con Aristóteles, demuestra la justicia del león, diciendo: si alguien se acerca a un león para atacarlo, este, primeramente, batirá su cola contra la tierra, y luego contra sus propios costados, como espoleándose e incitándose a la acción. Si él resulta herido el primero, ataca sin clemencia al atacante; si la cosa no es para tanto y, por ejemplo, la lanza yerra en su trayectoria, se contenta el león con someter y atemorizar al hombre: así mantiene la venganza en los límites de la proporcionalidad. Por su parte, cuando vemos que alguien sentencia condenas o recompensas con buen criterio y siguiendo el dictado de la recta razón, solemos decir que tal individuo es justo.



  ¶   23

Puede argumentarse de este modo la presencia de trazas de justicia en los animales machos, como el león. En efecto, hombres muy sobresalientes como Escipión el Africano, Tito Manlio, Furio Camilo, Agesilao, Arístides, Pelópidas, Epaminondas, Sócrates y, según algunos, Hércules llevaron la justicia ligada al vigor de su espíritu; así pues, diremos con razón que los hombres dotados de una prudencia y de una figura masculina de primer nivel albergan justicia. El motivo bien puede ser el siguiente: los animales que atienden con preferencia al deseo y a las afecciones de los placeres, como de echa de ver muy ciertamente en las mujeres y en los hombres vulgares, parecen ser más injustos. Y si la afirmación ha de ser causa de la afirmación, la negación lo será de la negación, luego si quien acusa un deseo abundante alberga poca justicia, quien acusa poco deseo gozará de justicia abundante.



  ¶   24

Así pues, como los animales ciertamente masculinos acusan poco deseo, y no se dejan arrastrar fácilmente por el anhelo de aquello que se les ofrece, estos animales ciertamente masculinos, como los leones, albergarán mucha justicia, en comparación con las hembras de su misma especie, precisamente porque parecen atender menos a los deseos. Este es el motivo que se aduce para justificar que los zorros macho son más difíciles de cazar que las hembras, pues no se dejan dominar tanto por el apetito, como tamibén se lee de los leones.



orig:   (41.27)

Y amigo de aquellos con quienes tiene trato.  

  ¶   25

En efecto, si es agradecido, si es justo, también ha de ser, por fuerza, amigo de aquellos con quienes tiene trato, pues guarda cuenta del alimento que de ellos ha recibido y se siente bien atendido. La causa, creo, ha de buscarse en su costumbre natural pues, al ser seco, si de pequeño se acostumbró a obedecer y a jugar con otros, muy probablemente tendrá ese hábito grabado a fuego, al contrario de lo que sucede con los simios y los lobos, en cuya mansedumbre rara vez puedes confiar. Mas ciertamente, si es cierto lo que escriben los más modernos autores a propósito de los leones, y especialmente Hasan León el Africano; y es cierto lo que les escuché a quienes estuvieron a cargo de leones, quienes trataron con ellos y les dieron caza, y quienes los domesticaron y dominaron, deberíamos decir que lo expuesto es pura fantasía y vaguedad, o bien que los leones han cambiado su naturaleza del todo, como algunos pueblos que, si antaño fueron muy fieros y valientes, y muy doctos, llevan hoy vidas bajas y abyectas, oprimidos por la pereza y la ignorancia. En efecto, vemos a los partos, a los griegos e incluso a los italianos muy distintos a como fueron otrora, con unas costumbres muy diferentes; del mismo modo, y a menos que pretendamos que Aristóteles haya errado en este epígrafe y en los libros de los animales, hemos de considerar que la naturaleza de los leones haya cambiado, hoy avara, injusta y cruel.



  ¶   26

Cuenta Hasan León que en los desiertos de Numidia hay leones muy fieros, que osan atacar a un centenar de hombres, raptan al primero que matan y vuelven a la carga; hacen trizas a niños y mujeres sin mayor reparo; luchan bravos entre sí en la época de apareamiento, cubren numerosos a una misma leona, y la siguen como hacen aquí los perros. Oí que un individuo crio a un león con el que solía jugar, y que parecía muy manso; finalmente, queriendo demostrar la mansedumbre del animal a los presentes, y hacer gala de sus licencias para con el rey de las fieras, se le acercó mientras devoraba una oveja y le tocó la cabeza con la mano; al primer contacto, el león, sin reparo ni demora, mató al pobre hombre de un zarpazo en el pecho y le sacó las entrañas, que devoró ávidamente, dejando a un lado la oveja que estaba comiendo. Otro ejemplo semejante de la virtud del león tuvo lugar en Florencia: un guardián solía proveer de comida a unos leones desde una alta ventana; los leones saltaban para recibir comida más rápido; uno de los leones, más impetuoso y robusto que los demás, llegó con esfuero al alféizar de la ventana, agarró al hombre y lo arrastró consigo a la jaula; acudieron corriendo cuantos leones había, y entre todos descuartizaron al probre guardia que siempre les había dado de comer. Esta es su justicia, este es su juego y su entretenimiento. Narra también el mismo autor el concepto de la nobleza en los pumas; dice, pues, que son tan bajos y cobardes que, como los lobos, solo osan acercarse a las ovejas, y se dejan gobernar por unos niños con bastón; tanto es así que, dicen, circula en África un proverbio, y es que cuando quieren tachar a alguien de temeroso y abastardado, suelen decir que es más noble y valiente que los pumas del Atlas, pues estos, como he dicho, se dejan golpear por hembras solas.



  ¶   27

Pues bien, lo que hizo Aristóteles fue guiarse por la definición clásica, y habló del león como lo hizo para ofrecer al ojo, por así decirlo, algunas señales corporales de los hombres valientes, las cuales, tras ser analizadas, permitirían reconocer al hombre masculino; del mismo modo, también suponemos en geometría que una línea mide dos pies, aunque no los mida en absoluto.



Capítulo xl

Capítulo xl     CUALIDADES DEL CUERPO Y DEL ESPÍRITU FEMENINO

orig:   (42.1)

En cambio, de entre los animales de apariencia vigorosa, la pantera acusa una forma más femenina, con la salvedad de las patas: con ellas desempeña sus tareas, y hace uso de la fuerza.  

  ¶   1

Creo que llama pardalis a la pantera, hembra de la especie del leopardo, a la que tiene, como a la osa, por más fiera que el macho de su especie. Digamos, pues, en primer lugar, cuál es el propósito de Aristóteles, por qué eligió a la pantera antes que a la leona o a cualquier otra hembra blanda, si lo que quería era representar el género femenino; acto seguido, digamos cómo son tanto la pantera como la mujer que se representa mediante ella.



  ¶   2

Recordemos que, como primera división, el género humano se dividió en macho y hembra, división común a todas las especies consumadas; acto seguido se enumeraron los aparentes indicios del cuerpo viril o masculino, así como los accidentes que suelen acusar en su espíritu los animales con semejantes señales corporales. Para poder recordarlos más fácilmente, nos propuso al león como modelo en que identificar todas esas señales del sexo masculino y, si además diésemos en escrutarlo, poder reconocer en su alma algunas propensiones o habilidades, gracias a las cuales, como aplicando un silogismo de la tercera figura, surgiesen al fin algunas proposiciones universales, que nos servirían de reglas en el ejercicio de este oficio. Así, por ejemplo, el de frente cuadrada, con pelillos o mechones de pelo muy rubios, naturalmente convexos y suspendidos sobre la nariz, ese acusa generosidad y magnanimidad; en cambio, el de paso lento con meneo de hombros acusa gratitud y justicia, y demás cosas por el estilo. Así pues, habiendo terminado con el sexo masculino, se vuelve ahora al estudio del femenino, con la misma intención, presentar como modelo de juicio a la hembra sencillamente más perfecta de todas.



  ¶   3

Mas se pregunta el Suesano por qué eligió a la pantera antes que a la leona, o a la yegua, o a alguna otra hembra, como la cierva, si esta es bastante temerosa, y el temor es propio de las mujeres. Y en respuesta a su cuestión, dice que se hizo así porque son tres las especies que existen bajo un mismo género, ciertamente muy homogéneo, pero sin nombre propio; se trata de las especies del león, la pantera* y el leopardo, las cuales, apunta, se cruzan como aquí hacen el caballo y el burro; y dice que el leopardo ocupa el puesto intermedio, y reserva los extremos para el león y la pantera; parece, pues, que estos tres animales pertenecen a una misma especie. Por otra parte, dice que si no eligió a la leona es porque participa demasiado de la naturaleza masculina; como queriendo decir que la pantera es prácticamente de la misma especie que el león, pero como el macho y la hembra parecen oponerse por sus cualidades, y la pantera guarda más diferencias con el león que la propia leona, opta por mencionar a la pantera, y no a la leona, porque aquella, según el propio Suesano, parece más blanda y menos valiente que la leona. Es como si dijese que de venir a comparar Aristóteles al hombre con un caballo, debería asimilar la mujer a una burra, pues es menos noble que la yegua.



[Cuestión]

  ¶   4

Mas su posición no es ceirta. En efecto, si hemos de acordarles alguna fe a Aristóteles, Eliano, Plinio y a otros más modernos, la pantera es un animal mucho más fiero que la leona, y no teme acercarse al león, ni enfrentarse a él por alimento o en defensa de su prole; tampoco se amedrenta en absoluto ante el tigre de Hircania, el más cruel y fiero de todos los animales conocidos, ni se cuenta, como la burra, entre las especies animales de pezuña sólida. Por tanto, me inclino a pensar que Aristóteles eligió a la pantera para demostrar cómo es una hembra de los animales dotados de valor y que reciben el nombre de nobles; y creo que eligió a la pantera para que tuviésemos un ejemplo muy perfecto de la valentía femenina en el sexo femenino. Y este ejemplo es la pantera.



  ¶   5

Así pues, Aristóteles no pretende describirnos simplemente a la hembra, sino a una hembra muy valiente, que sirva como modelo de las demás dentro del género de las valientes. Digo de las valientes, capaces de engendrar descendencia valiente y robusta; en efecto, los valientes nacen de valientes y buenos, y popularmente se dice entre nosotros que según sean las esposas, así suelen ser los hijos. Y la misma razón se aplica a lo no sensitivo; en efecto, aun naciendo de una misma semilla, los cereales que nacen en las regiones montañosas son completamente diferentes a las que germinan en regiones de campaña; tanto es así que su peso, su color y su sabor parecen no tener nada en común. Pues bien, Aristóteles no se decantó por el estudio de la pantera por ser más afeminada que la leona, sino por ser más fiera, más perfecta, más digna de ligarse y oponerse al león, como la hembra al macho.



[Cómo es la valentía femenina]

  ¶   6

Por tanto, habrá de considerarse que existe un género animal al que habremos de llamar valiente y robusto. Divídase este en macho y hembra: consideraremos que el macho más valiente sea como el león, y la hembra más valiente, como la pantera. En función de estos modelos superlativos del valor se identificarán los hombres y las mujeres que merecen el nombre de buenos; y si algún hombre o alguna mujer acusase estas señales, engendrarían hijos óptimos de ambos sexos, y perfectos de por sí.



  ¶   7

Pues bien, esta es, creo, la causa por la que Aristóteles optó por la pantera antes que por la leona o la osa, pues no termino de entender cómo gobierna la osa su cuerpo amorfo, inepto y torpe. La pantera, en cambio, es muy agradable de ver, lo cual parece ser la consumación propia de las hembra, y algunos pretenden que también huele bien; gracias a este aspecto y a este olor se dice que atrae a otras bestias, como ciervas y ciervos mulos, para luego devorarlos. Así, pues, con razón dijo Aristóteles que la pantera, dentro del sexo femenino, ostenta el primer puesto entre los que llaman animales valientes, osados y robustos. Demuestra que la pantera es el más perfecto de entre los animales robustos y osados del género femenino, y que todas sus partes gozan exactamente de la naturaleza femenina que les corresponde, con la salvedad de las patas delanteras, y es que al servirse de ellas con no menos potencia y empeño que el león, cuenta con un instrumento más bien masculino que femenino. En efecto, las patas y zarpas delanteras de la pantera son moderadamente gruesas, robustas, no carnosas, y están provistas de garras duras y potentes, al punto de que, cuando lucha, caza o se protege, nada tiene que envidiar al león.



  ¶   8

A su vez, la razón del temperamento femenino reside en el frío, y ello es para todo el cuerpo igual, aunque es posible que en alguna parte sea más intenso. La misma relación que guarda la mujer con el hombre en la especie humana la guarda, sin más, la pantera respecto del león en el género de los animales consumados, y especialmente en el de aquellos que reciben el nombre de osados y robustos; por tanto, así como el león es el modelo de la perfecta virilidad, nos propone a la pantera como el modelo perfecto del sexo femenino. Creo, pues, que esta es la opinión de Aristóteles. En efecto, De hecho, la pantera cumple con ese criterio, exceptuando las patas y zarpas delanteras, y el motivo de esta diferencia es que con ellas desempeña las labores que requieren fuerza, y es que con las garras caza y agarra muy fuertemente lo que hubiese alcanzado.



orig:   (42.2)

Tiene, pues, una cara pequeña, una boca grande.  

  ¶   9

La propia experiencia nos enseña que la pantera es así, a saber, de cara pequeña en comparación con el cuerpo, y también dan fe de ello quienes las vieron en persona. La boca grande es un rasgo común de todos los carnívoros; a ello añádele que se trata de la más osada de todas las hembras. En cambio, en el género de los humanos, todas las mujeres tienen naturalmente un rostro y una boca más pequeños que los hombres. El motivo, creo, es que gozan de un calor menos intenso en tales zonas, y que cuentan con una materia más escasa; por tanto, la cabeza es más pequeña, y lo mismo sucede con la boca, a menos que apremie la necesidad de alimento. Por tanto, como las panteras, atendiendo a su cabeza, deberían tener una boca más pequeña en comparación con otro género femenino, o al menos más pequeña que las panteras macho, la tienen igual de ancha porque la naturaleza de su alimento les exige una boca con semejante forma. Y aunque Porta sustituyó osadamente "grande" por "pequeño", creo que debe leerse tal y como está.



orig:   (42.3)

Ojos pequeños, hundidos, blancos.  

  ¶   10

Tres son los atributos de los ojos de este animal. Ser pequeños: y lo cierto es que no pueden ser grandes, pues la cabeza es pequeña, y el animal goza todo él de una apariencia hermosa. Plinio, por su parte, no solo los llama pequeños, sino semejantes a los ojos de los gatos, de modo que, por ejemplo, sus radios se abren o se cierran con la luna, menguan bajo el sol y brillan en la oscuridad; a su vez, imitan el color del aire o de del agua marina. Ciertamente, el único motivo para que los ojos sean pequeños es que la acumulación de alientos y el calor activo, ígneo y dilatador son mediocres, y no son ni tan grandes ni tan potentes como en los leones; o bien porque la pantera es un animal de cabeza y cerebro secos, como los gatos domésticos.



  ¶   11

Además, están hundidos, ya que son pequeños; en efecto, si fuesen grandes, serían saltones, pues en caso contrario una cabeza pequeña no podría albergarlos. Los cóncavos denotan un espíritu malvado, y ciermanete son estos dos síntomas fruto, según creo, de una misma causa: así pues, como los ojos son pequeños y están hundidos, existe sequedad, calor y una cantidad moderada de alientos, luego el movimiento del centro a la circunferencia es menor, y de ahí se deriva que los ojos se muestren más pequeños y menos saltones, pareciendo así más hundidos.



[Señal del malvado]

  ¶   12

Digo, además, que son blancos, es decir de color cian, semejantes al color del aire, como el que solemos ver en los ojos de los gatos. Y dijo Galeno en el libro de la Ars medica que este color se debe a la misma causa, pues la mediocridad de los alientos, sumada a una cierta sequedad y a una luz abundante, produce unos ojos como los que vemos en las lechuzas y en los gatos domésticos, cuyos ojos brillan en la noche. En cuanto a la escasez de humor y la luz abundante de sus ojos, el humor escasea porque el ojo es pequeño y, al ser pequeño, el humor cristalino es acuoso, vítreo y seco, luego es muy lúcido, de modo que gozan de mejor vista nocturna que los animales de ojos negros.



  ¶   13

Ahora bien, no ha de creerse que las panteras y demás animales de ojos azules, blancos o, como dicen, ojos de lechuza, gocen de mejor vista en la noche y en la oscuridad que en pleno día: en efecto, es falso, pues a media noche, en una habitación en penumbra, con las ventanas cerradas y la luz apagada, una lechuza ve casi tan mal como un hombre. [*]
Esto lo enseña la experiencia, y lo afirmó el muy sobresaliente autor de la Ornithologia. Por consiguiente, estos animales no suelen cazar en noche cerrada, sino con la tímida luz de los dos crepúsculos; en cambio, en plena noche, también ellos descansan; por eso creen los campesinos que es inminente la llegada del día cuando ven volar a las lechuzas y a los búhos también por la noche oscura.




[*][Aldrovando]

orig:   (42.4)

Y estos mismos muy inquietos.  

  ¶   14

La cuarta propiedad de los ojos de la pantera consiste en su inquietos, es decir, según creo, en su continuo movimiento y su aparente volteo. No en vano, recuerdo haber contemplado con detenimiento el ojo de esta bestia, y haber observado que nunca se mantiene quieto en su sitio, sino que se agita constantemente, del mismo modo que vemos parpadear y centellear de continuo las estrellas. Este movimiento y esta agitación le conferían un aspecto algo agrio y soberbio, en verdad amenazante y temible; tanto es así que no les faltó razón a Arsitóteles y a Eliano cuando dijeron que su aspecto infundía temor a las demás bestias. Acaso esta agitación tome su origen de los alientos ígneos y temperados con escaso humor; en efecto, la inquietud es agitación y movimiento, y el movimiento es indicio de la existencia de un motor; el motor es el aliento, y este, ya por su calidez, ya por su cambio constante, consecuencia de la muy alternante y caprichosa fantasía del animal, es el que provoca esa apresurada y continua agitación de los ojos.



orig:   (42.5)

Una frente muy larga, hacia las orejas más bien redonda que plana.  

  ¶   15

Leen algunos una frente más estrecha que la de los leones; pero a mí me parece prácticamente lo mismo, pues estos la tienen más cuadrada, y las panteras, más oblonga. Hay otro texto que lee “una frente larga y orejas pequeñas y redondas”, lección que Porta tacha de corrupta; no obstante, a mí me parece que la pantera tiene orejas pequeñas y muy redondas; asimismo, las orejas de cualquier mujer son más pequeñas que las del hombre, y además, más redondas; no en vano, también es más pequeña por naturaleza su boca, que responde a aquellas de algún modo. Digamos, pues, que la frente es más larga en comparación con la de los leones, no porque en verdad sea más larga, pues tal cosa es imposible, al tener una cabeza más pequeña; antes bien, parece más larga porque es más estrecha, al igual que juzgamos más alto a un hombre de cuerpo más sutil y delicado, aunque sea más bajo que el que está un poco más entrado en carnes. El motivo es que si la cabeza de la pantera es hermosa y simétrica, al ser más pequeña, mantendrá las proporciones y tendrá una frente más pequeña y estrecha, y por consiguiente más larga que su diminuto ancho.



  ¶   16

A su vez, redonda hacia las orejas, pues en esa parte se retrotraen los pelos de la cabeza. Mas no me parece que sea esto lo que quería decir Aristóteles, sino que la parte próxima a las sienes era más abultada y adoptaba una forma de esfera, de pelota o de sección globosa. De hecho, me parece haber comprobado que en estos animales la parte de la frente próxima a las orejas se mostraba un poco más temerosa, lo cual es índice manifiesto de una señal de la soberbia del osado dentro de su género. La pantera es osada, soberbia e impertérrita, como es propio de un animal que, según el testimonio del filósofo, no se deja alimentar, ni adiestrar o domesticar con obsequio alguno. Así, pues, yo me inclinaría más bien a leer antes que plana, de modo que la redondez no denote un círculo, sino un cierto abultamiento, como también indica el giro “no plana”: este, referido a una figura circular, sería prescindible; en este caso, no obstante, para que dar a entender su redondez, es decir su abultamiento, añade el giro “no plana”.



[Señal de la soberbia del osado]

orig:   (42.6)

Un cuello largo, y muy grácil.  

  ¶   17

Para ser sincero, yo no le veo esta pretendida longitud al cuello de la pantera. Ahora bien, no niego que en el género de las mujeres se dé este particular accidente de tener unos cuellos más largos y gráciles que los cuellos de los hombres, y más blandos por naturaleza. Creería yo que la causa de esta pasión es la debilidad de su calor; este, si bien es cierto que se mueve a lo largo, no puede hacerlo en toda la extensión, cosa que sí sucede en los machos, donde este calor es más vigoroso y potente.



  ¶   18

Mas dirá alguno: ¿cómo van a ser temerosas las panteras? ¡Si hemos dicho que son profundamente impertérritas y fieras! Partiendo de Aristóteles, se responde que también son temerosas en cierto modo, y ello se debe a su gran corazón, como reza el tercer libro del De partibus animalium; a su vez, en un receptáculo de grandes dimensiones, como dice él, el calor se disipa, y la sangre se enfría. Por su parte, de entre las bestias a las que atribuye un gran corazón y, por tanto, pavidez, cuenta al ratón, la liebre, el ciervo, la hiena, el burro, la pantera, la comadreja; y dice que todos estos animales son abiertamente temerosos, y que albergan un gran corazón.



[Cuestión]

  ¶   19

Esto mismo ha de creerse de los demás seres temerosos, de modo que la regla universal rezará como sigue: los individuos de corazones grandes en relación a su cuerpo serán muy temerosos; los muy temerosos albergarán una mayor masa cardiaca; y unos individuos semejantes serán también muy astutos, muy frauddulentos, poco abiertos y nobles.



[Regla]

  ¶   20

Pero esto no viene a solucionar la cuestión o contradicción de Aristóteles, quien llama temerosa a la pantera y, al mismo tiempo, dice que es un leopardo, y más osada y potente que las demás de su género, luego no parece que se la pueda llamar temerosa. Mas ha de responderse que la pantera, en comparación con el león, es temerosa y malvada; en cambio, frente a los demás animales del sexo femenino, se responderá que es más osada que las otras hembras, si bien es cierto que he oído decir que algunas yeguas, y no solo las osas, son más nobles que muchos caballos, como era la de un emperador italiano, dotada de mayor nobleza y de un carácter más abrupto; pero estamos hablando de casos excepcionales. En cuanto a mí, creo que la pantera puede denominarse temerosa porque, según dicen, huye para ponerse a salvo y no lucha, salvo por sus hijos, por no ver otra salida o, al fin, por el ansia del alimento del que anda detrás.



orig:   (42.7)

Pecho privado de costillas.  

  ¶   21

Eso es lo que dice el texto, pero ¿quién ha visto un animal consumado y con la capacidad de respirar que no tenga costillas? Así pues, acierta Porta cuando lee: “un pecho dotado de costillas pequeñas y no visibles”. Esta propiedad se suele observar en las jovencitas de buen talle y en los niños entrados en carnes, en cuyos tórax y pecho no queda rastro alguno de las costillas. Pues bien, el pecho parece no tener ni huesos ni costillas, pues estas son pequeñas; y lo son porque existe un dominio de humor abundante con calor mediocre. Y es que ante la ausencia de la causa material (los huesos, en efecto, nacen de la tierra, y allí donde hay grandes huesos también abunda la tierra), por fuerza los huesos y las costillas han de ser más pequeños y no se dejarán ver; es fácil advertir también esta misma pasión en las gatas de nuestra región, que recuerdan en cierto modo a una pantera pequeña. Este es, pues, el motivo por el que el género femenino suele tener unas costillas más pequeñas que el masculino, es decir, más delicadas y débiles.



orig:   (42.8)

Y una espalda larga.  

  ¶   22

Es de por sí evidente que las panteras son de este modo. El motivo, creo, es que cazan saltando, como los tigres; por tanto, se encogen formando un arco y, acto seguido, se lanzan alargando su cuerpo de golpe; y ciertamente se las ve más largas que los leones, pues son más delgadas y, por tanto, parecen más largas. A su vez, algo semejante se observa en las hembras humanas; en efecto, si consideras su cintura, desde ella hasta el pubis y el coxis se extiende un espacio mucho más amplio que desde la cintura de los hombres hasta el fin de sus pubis y coxis. El motivo es que las hembras, como deben albergar el útero, también están dotadas de un lugar con mayor capacidad o, al menos, más largo, luego gozan de una espalda más larga. Añade a esto que, como los animales del género masculino habían de ser más robustos, potentes y cálidos, y siendo el pecho la sede y la fuente del calor, quienes hubiesen de tener un calor más intenso también requerirían un tórax más amplio, pues es propio del calor vehemente dilatar; por tanto, resultó apropiado que la hembra tuviese un tórax ciertamente más pequeño y, en cambio, un bajo vientre más amplio y largo.



orig:   (42.9)

Muslos carnosos, y también las caderas.  

  ¶   23

Así leen los textos latinos. Porta lee “nalgas”, y hace bien; en efecto, Aristóteles habla de las partes carnosas que cubren y visten completamente los huesos de la cadera, propiamente más carnosas en estos animales y en las hembras dispuestas conforme a natura. Es evidente, pues, que en las panteras y en las hembras estas partes son más carnosas y gruesas. El motivo, según Hipócrates, es que las hembras tienen esta parte más cálida que las demás partes de sus cuerpos por efecto de los órganos reproductores. Por su parte, el calor es lo suficientemente intenso como para atraer, digerir y disponer las cosas, pero no como para disgregarlas; por tanto, el humor del cuerpo femenino, al ser abundante, como atestigua la menstruación, se ve conducido a estos lugares, y allí, coagulándose en carne abundante, la genera blanda y delicada; por consiguiente, en estas zonas las hembras parecen más gruesas que los machos. Por este mismo motivo son también más carnosas las caderas, pues están bastante cerca del calor y participan del humor que se ha conducido hasta aquí.



  ¶   24

A su vez, a propósito del género humano, recuerdo que un hombre muy docto, tratando de la anatomía, dijo que si las mujeres estaban dotadas de nalgas más gruesas y carnosas era porque, como han de quedarse en casa, y no ir de aquí para allá, sino trabajar sentadas, tejiendo o hilando, estaban mejor dispuestas para esta tarea cuando podían sentarse más cómodamente, lo cual sucedía cuando tenían las partes en cuestión naturalmente más carnosas y gruesas.



[Aranzi]

orig:   (42.10)

La zona de las caderas y el vientre más dulce.  

  ¶   25

Errarías si por dulce entendieses lampiña, pues las panteras son más peludas en el vientre; en cambio, creo que Aristóteles quiso decir que estas zonas están cubiertas de pelos más delicados que otras partes, y ello por ser más carnosas y gruesas, luego también más húmedas; además, consumen un aliento más delicado y blando, luego producen también un pelo más suave. Y por la misma causa, en las mujeres son partes más dulces y delicadas que las demás, no solo por estar mejor cubiertas, sino porque, al albergar esta zona un calor intenso y grandes vasos que llevan y calientan humor en abundancia, resulta que allí se genera abundante carne muy húmeda, seguida luego por esta blandura. Y con razón se presenta la constitución femenina como contraria del cuerpo viril, donde estas partes son más duras y secas, pues la reproducción, operación propia del macho y de la hembra, precisa de los contrarios.



orig:   (42.11)

A su vez, un color variado.  

  ¶   26

Opina lo mismo en el quinto libro del De generatione animalium, y es algo que atribuye como propio al género de las panteras, pues pretende que todas sean así. Mas recuerdo haber leído que en algún lugar las panteras son tan blancas como las osas; a su vez, se dice que bajo el ártico todas las cosas son muy blancas, y que pescan en el mar como nutrias o castores. Mas si el interior puede reconocerse mediante lo exterior, es probable que una diversidad en la materia venga a generar una diversidad en la piel de la pantera y en los colores de sus pelos; al elevarse de esta materia alientos diversos, unos más pituitosos, otros más melancólicos, resulta que nace una variedad de pelos, blancos, negros, rubios claros o amarillos; y como es esta una acción natural, también observa un cierto orden.



  ¶   27

A juzgar por esta variedad de colores suele apreciarse en esta bestia un ingenio diverso y astuto, en ningún caso apto para la mansedumbre. No en vano, si en las bestias, en tanto que no tienen razón ni intelecto, las operaciones siguen por regla general las potencias y las inclinaciones naturales, a las que las bestias ni se resisten naturalmente, ni ven motivos para hacerlo, puesto que estas potencias e inclinaciones son propias de los humores primeros y de la razón que guardan entre sí los apotelesmas, cuando identifiquemos en algún individuo una mezcla de humores variada, múltiple e inconstante, supondremos un ingenio inestable y variado, luego fraude y engaño. A su vez, cierto es que observamos esta diversidad en la piel de la pantera, mas no la veremos en el cuerpo de la mujer; ahora bien, veremos una diversidad mucho más grande en su espíritu. Esto es lo que, según Plutarco, objetó la zorra a la pantera: así, cuando esta se vanagloriaba exultante de la variedad de su piel, la zorra responde que su piel estaba mucho más decorada por dentro, que era más variada y rica que la de la pantera por fuera.



orig:   (42.12)

Y está todo el inarticulado y carece de medida.  

  ¶   28

Aristóteles no dice que el cuerpo de las panteras está inarticulado porque estas carezcan realmente de articulaciones, lo cual sería ridículo; lo dice porque las cuerdas y los músculos de las patas no se dejan ver en la pantera y en el cuerpo femenino como lo hacen en el cuerpo masculino y en el león. Son más blandos y más húmedos, luego no están tan rematados ni definidos como para dejarse percibir bajo la piel; además, como esta es más gruesa que la piel de los hombres, resulta resulta muy difícil apreciarlos. Así, pues, dice que el cuerpo de las panteras y de las hembras humanas está un poco inarticulado, pues los músculos y las articulaciones no se dejan ver claramente, como en los hombres y en los leones.



  ¶   29

Ya hemos dicho que el cuerpo de la mujer carece de medida, cuando demostramos que las partes inferiores a la cintura son más largas en ellas que en los hombres. Mas el cuerpo femenino es sencillamente menos proporcionado que el del hombre, como también atestigua Alberto Durero, el noble pintor, en su libro De humanis mensuris. Ciertamente, en primer lugar, la cabeza, que suele ser la medida del resto del cuerpo, es más pequeña de lo conveniente, y el rostro más redondo; se muestra tan inestable que no es posible extraer una regla; lo mismo ha de decirse de la boca; y las orejas, de guardar una correspondencia perfecta con ella, serían más pequeñas de lo conveniente; el cuello también es más largo de la cuenta, y no goza de un grosor proporcionado; los brazos son excesivamente cortos, si vienen a compararse con las manos, que deben ser más largas; a su vez, si se las partes inferiores se adecúan a las superiores, son plenamente desproporcionadas: las piernas no convienen a las caderas, los pies son pequeños y las curvas no se corresponden con el tamaño ni el grosor de caderas y nalgas.



  ¶   30

Así pues, con razón se ha dicho que el cuerpo de la mujer y de las panteras es desproporcionado en comparación con el del hombre y el león. La causa, creo yo, es que el calor, al ser moderado, no dominar perfectamente la materia y no moverse con naturalidad, es decir con perfección, tampoco lo hace con una medida exacta ni uniforme, y por tanto resulta que el cuerpo se forma sin proporción. En efecto, si cuando el calor y la virtud formadora dominan perfectamente la materia se forma un cuerpo proporcionado y exquisito, es probable que cuando no la dominen exactamente se forme uno ni exacto ni proporcionado; y que si un cuerpo es desproporcionado, goce de un alma semejante: resulta verosímil que en este cuerpo desproporcionado se dé un ingenio variado, mutable e irracional. Siempre y cuando sea cierto cuando se ha dicho más arriba acerca del hábito del alma y del cuerpo entre sí, no parecen faltar motivos para decir:



orig:   (42.13)

Así es la forma del cuerpo.  

  ¶   31

Aristóteles describe a la pantera para que podamos ver en ella el ejemplo de la perfección femenina, pues para poder reconocer el exceso y el defecto de las cosas, es preciso establecer una comparación con algo previamente determinado; y este algo ha de ser perfecto, estar definido y dispuesto conforme a natura, pues solo existe un modo de que una cosa sea perfecta, pero existen mil de que sea imperfecta e inválida. Así, del mismo modo que juzgamos a los varones humanos y reconocemos su mayor o menor proximidad a la figura masculina en función de las partes del cuerpo y del ingenio del león, también así reconoceremos a las mujeres y el ingenio de las mujeres estudiando a la pantera, la cual, según Aristóteles, parece reproducir la perfecta apariencia de la figura femenina.



  ¶   32

Pasa ahora a ocuparse del alma, como ya hizo con el león, y así como atribuye al león ser generoso y magnánimo, justo y abierto, a la pantera la llama pusilánime. No en vano, creo que es esta la pasión que se opone a la magnanimidad; en efecto, como he dicho, parece que la pantera ni se enfrenta a los peligros ni lucha, a menos que se vea forzada por la necesidad, y no ve reprochable huir y esconderse. Es, pues, temerosa, luego ni valiente ni magnánima; y es que, como ya hemos dicho, bebiendo de Aristóteles, tiene un corazón grande, lo cual es señal del espíritu pusilánime, un tanto frío y muy blando. Y Aristóteles parece haber sido de la misma opinión al principio del libro noveno del De historia animalium, cuando dice que las hembras, frente a los machos de su misma especie, son más blandas, maliciosas, pérfidas, insidiosas y más solícitas cuando se trata de alimentar a su prole; los machos, por contra, son más fieros, esforzados, sencillos, y menos pérfidos e insidiosos. Dice también que la pantera goza de un ingenio rapaz, pues al rapaz se opone el generoso, y el hurto con engaño se opone a la donación abierta y generosa; en cambio, dicen haber comprobado en Sirio y África que las panteras roban todo cuanto pueden, una pasión natural que también sabemos presente en las mujeres: de hecho, son menos generosas y más tenaces que los hombres, luego más frías y temerosas, razones estas dos que llevan a que las mujeres parezcan más rapaces y pérfidas que los hombres, es decir, más dadas al engaño; también cambian con facilidad, y de su propia razón les viene cambiar de este modo y no conservar una estado mental determinado.



  ¶   33

Es posible deducir fácilmente la perfidia del género de las panteras a juzgar por el método que sigue para capturar simios. Escribe Eliano que sienten una admirable predilección por los simios, de modo que la pantera se desliza a los lugares que frecuentan y, conteniendo la respiración, finge su propia muerte; los simios, que viven sobre los árboles, observan horrorizadas y muy atentas al enemigo completamente inerte y, aun viéndola postrada, no osan bajar, hasta que uno de ellos, más confiado que los demás, bajando con prudencia del árbol, la toca y la oprime levemente, primero colgando de su pata trasera; la pantera no se mueve; el simio, ya más osado, abandona el árbol y baila en círculos haciendo escarnio de la muerta; bajan los demás, y se suman al baile de celebración alrededor de la pantera, que creen muerta, felices de ver yacer a su muy cruel enemigo; entonces, la pantera se levanta sin demora, y los mata a unos con sus garras, a otros con sus dientes, y descuartiza a muchos, y así venga su petulancia o credulidad. De un modo semejante, Aristóteles, de quien probablemente bebió Plinio, dice que cuando cazan echan mano de una astucia: conscientes de que las demás bestias aprecian su imagen y su olor, pero se amedrentan ante la atrocidad de su cabeza y de su rostro, cuando han llegado al lugar donde creen que están las bestias, ocultan su cabeza entre los arbustos; alertadas por el olor, estas se acercan para ver a la pantera; esta las alcanza y enseguida acaba con ellas.



  ¶   34

A la luz de lo anterior queda claro, pues, que la pantera es un animal pusilánime, falaz, avaro y pérfido, lo cual se hace extensible a todo el género femenino; además, injusto, cruel, incapaz de amansarse. Pues bien, esto es principalmente lo que Aristóteles escribe acerca de las panteras. A su vez, así como decíamos que el sexo viril y el género masculino vivían con mayor conformidad al apetito irascible, por el contrario, ha de creerse que el género femenino sigue más bien el apetito concupiscible; de ahí que la mujer sea más propicia que el hombre a tender trampas.



orig:   (43.1)

Así pues, se ha dicho que los animales que parecen valientes han recibido lo que más se adecúa a las formas masculina y femenina. En cuanto a las demás cosas, será fácil ir viendo cómo son.  

  ¶   35

Es decir, según creo en verdad, puesto que de entre los animales, al igual que sucede en los demás géneros de cosas, unos son perfectos y otros imperfectos; y puesto que los perfectos son los valientes o esforzados y robustos, los que pueden alejar de sí daños y molestias, y los imperfectos son los que no pueden hacerlo, sino que han de protegerse huyendo, o de algún otro modo, y escapan del peligro; y puesto que los perfectos y esforzados se dividen en macho y hembra, ya hemos dicho cómo son, en cuerpo y alma, los animales que han tomado una forma masculina y los que la han tomado femenina. Y los hemos estudiado en el león y en la pantera, tomándolos como machos y hembras perfectos en el género de los animales perfectos y esforzados; a su vez, como se ha dicho muchas veces, si lo recto es indicio de sí mismo y de lo oblicuo, también lo perfecto es la regla de sí mismo y de lo imperfecto, pues este último es indeterminado e indefinido, mientras que lo perfecto es cierto y firme.



  ¶   36

Cuando, en función de lo dicho, hayamos de pronunciarnos a propósito del macho perfecto y de la hembra perfecta en el género de los animales esforzados y valientes, desligados de cualquier individualidad, reconoceremos sobre cuáles se encuentran los demás animales, hembras y machos, en los demás géneros no esforzados. En efecto, al igual que una regla recta nos permite reconocer qué madera es más oblicua, y cuál menos, el reconocimiento de la hembra perfecta en su género femenino nos dejará reconocer también a las demás hembras en otros géneros más imperfectos: así, según reproduzcan más o menos el cuerpo y las costumbres de la pantera, diremos que se trata de una hembra más o menos perfecta en su género, y a ese género lo llamaremos mejor o peor; y lo mismo digo de los machos, a quienes el león es lo que la pantera a las hembras. Por ejemplo, siendo la vaca una hembra en el género de los esforzados y valientes, pues los toros son valientes y robustos, digo que aquella vaca que, en comparación con otra, más se acerque a las cualidades corporales de la pantera, también dentro de su género será más perfecta y mejor como hembra; así, en el género humano, la mujer que gozase de unas disposiciones corporales semejantes a las de la pantera, y contase con unas inclinaciones del espíritu semejantes a las que tiene la pantera, esta mujer es la más digna de ese nombre dentro de su género. Creo que este es el sentido de este epígrafe. Y cuando dice:



  ¶   37

Es decir, será posible abordar, es decir contemplar las cualidades tanto del cuerpo como del alma de los demás animales que existen fuera del género de los esforzados y perfectos por contraste con los anteriores. En efecto, es un hecho que los contrarios tienen un mismo principio de reconocimiento, y reconocido uno de los elementos de un par de contrarios, es fácil reconocer el otro. A su vez, la relación que guardan el macho y la hembra en el género de los perfectos también la guardan el macho y la hembra en el género de los imperfectos; y la misma relación que guarda todo el género de los perfectos con todo el género de los imperfectos también la guardan el macho y la hembra del género perfecto, por una parte, y el macho y la hembra del género imperfecto, por otra. Así pues, hay motivos para decir que, una vez reconocidos los machos y las hembras del género perfecto, será fácil reconocer a un tiempo a los machos y las hembras del imperfecto, y todo el género imperfecto.



orig:   (43.2)

En la selección de las señales se dirá qué ha de tenerse en consideración de los animales para ejercer la fisionomía.  

  ¶   38

Es decir, como ya hemos expuesto el criterio general que se ha de seguir y el modo en que las señales corporales se adecúan a las disposiciones del espíritu, vengamos ahora, tratando el asunto en mayor profundidad, a un reconocimiento más cierto de las propensiones del alma humana que se pueden deducir e inferir mediante la semejanza que guardan las partes del cuerpo humano con los animales, y conozcamos asimismo cuáles son las señales de los animales y bestias que debemos seleccionar para poder afirmar algo cierto del hombre. En efecto, así es como procede en lo sucesivo, y enseña el modo de descender de lo general a lo particular. Pues bien, me parece que el sentido de este epígrafe es como sigue: puesto que ya se ha dicho de manera general cómo proceder desde la naturaleza y la semejanza de los animales, tanto masculinos como femeninos, hasta el reconocimiento de las propensiones del alma del hombre y de la mujer; ahora, ya que tras lo común y general ha de venirse a lo singular y propio, hemos de explicar el modo de reconocer las disposiciones e inclinaciones del alma humana a partir de señales singulares tomadas del cuerpo de los animales e igualmente presentes en el hombre.



[Señales que se pueden tomar de los animales para el reconocimiento de las inclinaciones humanas]

  ¶   39

Queda claro, pues, que la selección se efectuará únicamente entre aquellas señales útiles para exponer las pasiones de la especie humana. Así pues, cuando encontremos algunas partes del hombre que recuerden a un cierto animal, será probable que en el alma de ese hombre se dé alguna propensión semejante a la disposición del animal en cuestión; luego la relación que guardan todo el cuerpo y toda el alma que lo consuma y lo pone en acción también la tienen la parte del cuerpo y la parte o potencia del alma, y viceversa; luego la relación que guarden todo el cuerpo de un ser vivo y todo el cuerpo de otro también la tendrán el alma de uno y el alma del otro; por consiguiente, la misma relación que guarden una parte del cuerpo de un animal y una parte del cuerpo de otro animal también la tendrán una parte del alma de uno y una parte del alma del otro. En efecto, si el pie o la mano de un hombre fuesen en cierto modo semejantes a las zarpas delanteras o traseras de un león, un simio o un perro, es probable que en el alma de este hombre se den algunas propensiones que recuerden a algunas afecciones o hábitos del alma de aquellos animales. A la luz de todo esto queda claro el criterio general y el modo particular de ejercer la fisionomía a partir de las señales sensibles localizadas en los cuerpos de los animales, y de predecir las inclinaciones naturales de los hombres y las propensiones del espíritu, cosa que Aristóteles pondrá en práctica más abajo.



Capítulo xli

Capítulo xli     EPÍLOGO

  ¶   1

Es evidente que esta ciencia no atañe a todos los accidentes del alma humana. En efecto, ¿quién conoce los pensamientos de los hombres? Solo Dios, que escruta los corazones. Pero la fisionomía tampoco permite reconocer lo adquirido por hábito del intelecto, ni cuanto la costumbre ha introducido en el alma apetitiva; de hecho, por regla general, el cuerpo no muestra señales de las virtudes ni de los vicios que adquirimos por elección, deseándolo y siendo conscientes de ello, y en ocasiones incluso sin darnos cuenta, luego tampoco se pueden advertir, a menos que se consideren sus operaciones y efectos. Así pues, a la fisionomía solo le queda tratar sobre algunas cualidades del alma humana que le vienen de la naturaleza, en tanto que esta conforma el cuerpo; o sobre las que se dan en el compuesto gracias a la materia, y que suelen activarse por obra del alma, que funciona como principio. Estas, por su parte, son las potencias e impotencias naturales, que algunos llaman habilidades; de estas, unas se aproximas más al hábito y a la perfección, que llaman entelequia o potencia segunda, y otras menos.



  ¶   2

Además, existen modos de ejercer ya no solo las propensiones propias, sino las comunes a la especie y al género. Así, todos los hombres se enfadan, pero si uno lo hace de un modo determinado, y otro de manera completamente diferente, ello puede deberse a dos motivos: o bien a un hábito adquirido, que funciona como principio externo, y que esta ciencia no permite reconocer; o bien sucede por una causa material e intrínseca, y el reconocimiento de semejante causa sí concierne a nuestro tratado. En efecto, si vemos a alguien de hábito pituitoso y sangre muy fría, diremos que es un hombre poco iracundo, y que la ira no lo vuelve tan furioso ni desquiciado como al de temperamento bilioso y melancólico. A la luz de esto resulta evidente, pues, que la fisionomía no se ocupa de todo; queda claro de qué sí se ocupa, y por qué.



  ¶   3

El nexo de alma y cuerpo es el más fuerte, como más arriba se demostró; en efecto, son materia y forma, y entre ambos producen una unidad que, en este mundo inferior, no puede ser superada. Ahora bien, sucede que esta unidad tiene vida, que es un animal y hombre; mas una unidad tiene una única operación propia, y muchas comunes: su principio es el alma, que obra usando el cuerpo a modo de herramienta; mas quien actúa es el compuesto, de modo que si la herramienta ha de ser proporcional al agente, el cuerpo ha de adecuarse al alma, y adaptarse a ella y a sus operaciones. En efecto, así damos en juzgar que según sea el cuerpo, tal será también el alma; y si consienten entre sí, será posible inferir las pasiones de uno de ellos a partir del otro; y un alma determinada tiene un cuerpo determinado, y el fruto de ambas tiene también unas potencias con las que ejercer sus labores, potencias nacidas del nexo entre una y otra. Así pues, si el alma del caballo y del buey tuviesen la potencia de volar, la tendrían en vano, pues carecen de las herramientas necesarias para llevar a cabo tal misión.



[El nexo de alma y cuerpo]

  ¶   4

A su vez, puesto que estas pasiones son unos efectos naturales existentes en el cuerpo natural, no podrán existir sin una causa cierta. Esta es doble: material o eficiente. Llamo materia a aquello que, existiendo en algo, permite formar algo; así, por ejemplo, el motivo de que una mesa sea combustible es que está hecha de madera. En cambio, que sea rectangular o que esté perfectamente ensamblada depende del eficiente en que se originó el movimiento. Ahora nos ocupa la causa material: se trata de un cuerpo orgánico, luego es heterogénea, de modo que está formada por componentes semejantes formados por los cuatro elementos.



  ¶   5

Ciñéndonos al hombre y adaptando esto a sus elementos, se reconocen los cuatro humores naturales, a saber, la sangre, las dos bilis y la pituita; los cuales, a modo de sujeto muy próximo, producen tanto las partes sólidas del cuerpo como los alientos, principales herramientas del alma. Las pasiones comunes del alma y del cuerpo dan en alterarse muy a menudo, y ello por causas externas, como la región, el aire, la edad, la comida y la bebida y demás cosas semejantes; también pueden entrar en juego los estudios, las costumbres y las leyes, los placeres y los dolores; de ahí que a menudo cambiemos nuestra opinión sobre un mismo individuo, como observaron Empédocles y Homero.



[Qué componentes forman al hombre]

  ¶   6

En efecto, los golpes en el cuerpo, como le sucedió a Héctor, y las heridas cambian las voluntades y las opiniones de los hombres, y así unos demuestran interés por unos estudios, y cada uno tiene gustos diferentes. Además, el cambio también resulta de una causa interior y, cuando esta cambia, también produce un cambio en el cuerpo; de hecho, un cambio, aun modesto en un principio, suele volverse inmenso hacia el final. Así, en lo que a las afecciones respecta, ante un pequeño cambio del corazón también se altera la producción de espíritus, y todo el cuerpo se ve alterado; además, al introducirse nuevos fantasmas, se estimulan nuevas habilidades y disposiciones, de las cuales nacen nuevos hábitos que, a modo de nuevas formas, producen nuevas obras. Ciertamente, si acaso este cambio interno es fruto de la elección y la voluntad de los fantasmas adquiridos, correctamente dispuestos por los sentidos, decimos de él que surge propiamente y por sí mimsmo de un principio interno; no obstante, si el cambio se produce en la masa sanguínea y en los alientos como consecuencia de la alimentación, del aire, de las heridas, de una enfermedad o de afecciones enfermizas, entonces decimos que su generación se debe por completo a un principio externo. Pues bien, siendo tal la razón de la materia, y siendo causas materiales las que usamos para exponer las pasiones fisionómicas, con razón expuso Aristóteles los géneros de los animales mediante las primeras diferencias, que se aplican a la materia, y que consisten en la mayor y menor elaboración, denominadas perfección e imperfección, macho y hembra. Así, que unos caballos sean mejores y más bellos, y otros más feos y peores, no es consecuencia de la forma, pues todos los caballos comparten una misma forma; la causa, en verdad, es la materia, que adopta una forma con menor o mayor perfección, y con menor o mayor perfección recibe la operación del agente.



[Qué cambia al hombre, y cómo]

  ¶   7

Se denomina animal muy perfecto al que está mejor dispuesto para su propia protección, es decir al que puede repeler, resistir y soportar con presteza lo nocivo y peligroso, y al que no es fácil corromper o hacer cambiar de opinión. Se dice que un animal semejante es esforzado, valiente y robusto; por tanto, el animal perfecto es esforzado y osado, como el león. Prueba de ello es que, también en la especie humana, son los hombres esforzados y valientes quienes reciben el nombre de perfectos, nobles y sensatos, como si la perfección y la valentía o el vigor de las fuerzas, unidos a la osadía, fuesen indicio de la perfección de un animal, y como si esta no consistiese ya en pensar o padecer, sino en actuar y resistir. Y puesto que esta misma diferencia material divide el género perfecto en los sexos masculino y femenino, por este mismo principio, dentro del género de los valientes, adujo Aristóteles al león y a la pantera como modelos del macho y de la hembra: no en vano, de todos los machos esforzados de cualquier género, el león parece ser el más valiente, osado y esforzado; así mismo, entre todas las hembras, lo mismo da su especie, la pantera parece ser la más osada y valiente, y su mismo nombre ya deja adivinar especialmente una suma fiereza.



[Cuál es el animal perfecto]

  ¶   8

La causa de esta diversidad animal parece ser la necesidad de que en el mundo se encuentre y exista cuanto se posible; y es que es universal, luego no excluye nada y es perfecto, luego lo contiene todo y nada le falta; es preciso, por tanto, que albergue animales muy valientes y muy fieros, y también muy temerosos y débiles, y otros a medio camino. Y dentro de los muy fieros, habrá algunas especies en que el macho y la hembra gocen de los mismos atributos de la fiereza, como se ha visto en la mantícora de Plinio; habrá algunas otras que no darán muestra de una valentía equivalente; y entre estas están las que tienen un macho más valiente, como el león y el águila; y las que tienen una hembra más fiera, como la pantera y la osa.



[Por qué es tan grande la variedad de animales]

  ¶   9

Advierto que en el género de los animales fieros son muchos los machos que superan a las hembras en vigor y prestancia de sus fuerzas, y muy pocos los que se ven superados por las hembras. Tampoco ha de creerse que esta diferencia entre esfuerzo y debilidad únicamente atañe a los animales terrestres, sino que el mismo criterio aplica a las aves y a los animales acuáticos. En efecto, vemos que las águilas, los halcones y los gavilanes son valientes y esforzados; por contra, vemos que las palomas, los estorninos y las alondras son muy temerosas. De modo semejante, en el género de los animales acuáticos destaca por su fiereza el delfín, y se enfrenta incluso a peces de mayor tamaño, como delfines mulares, orcas, focas, especialmente del mar Índico, y los llamados tiburones. Por su parte, las ballenas son muy cruenes y fieras; no obstante, aun teniendo la cabeza más grande dentro del género de los cetáceos, son muy temerosas; y lo mismo se advierte en el zorro marino y en las pintarrojas, aun de tamaño semejante al de los cetáceos. También está el buey marino, que algunos identifican con el manatí: es inmenso, pero muy temeroso, y se deja domesticar, y cuando el hombre le da caza es ciertamente insípido, pero no olvida las afrentas. Y si recorremos el género de los insectos, ya sean voladores, acuáticos o, finalmente, terrestres, verás que las avispas y avispones son muy osados, y las cigarras muy temerosas. Y lo mismo con los demás. Así pues, con razón el criterio de la materia divide todo animal en perfecto e imperfecto, como en dos primeros opuestos que responden a la forma y a la privación; y acto seguido, el género perfecto y capaz de reproducirse se divide en masculino y femenino, como hemos dicho.



[Apunte]

  ¶   10

Cuando cada uno está temperado en su ser según su propia especie, decimos que es sano y potente, y naturalmente dispuesto a desempeñar su operación propia. La perfección y el temperamento del macho son intemperanza e imperfección en la hembra, pues son cosas diferentes; y una constitución temperada en el hombre no lo es en el caballo ni en el buey; en tal caso, el buey y el caballo aquejarían una disposición antinatural, y no podrían desempeñar las operaciones propias del caballo ni del buey; es más, no serían un buey ni un caballo: y es que así como cada animal goza de una materia y una forma propias, también cuenta con un propio temperamento y una propia operación. Añádase además que una constitución temperada y sana en un hombre es enfermiza en otro. A tal punto difieren el temperamento de los negros de Guinea y el de los españoles que lo que a unos les resulta sano, a los otros les resulta letal: en la isla de Madeira, cuando el sol llega a su cénit, suceden lluvias a diario; en ese momento, los negros se desenvuelven bien y desempeñan competentemente todas sus operaciones; por el contrario, los cristianos y blancos apenas pueden con su alma, y tienen las fuerzas justas para moverse con dificultad. Por tanto, no has de buscar la constitución y el temperamento de los hombres de los climas primero y segundo en los climas sexto y séptimo; de hecho, también tienen alimentos y costumbres distintas, distinto aire, hierbas y árboles diferentes. Por este motivo bastantes hombres serios nunca terminaron de aprobar la aplicación de medicamentos árabes a hombres italianos o alemanes; y es que, primeramente, y a modo de ejemplo, no detentan las mismas propiedades ni el mismo temperamento la lechuga o el hinojo cultivados en África y los cultivados en Alemania; además, ambas regiones no comparten una misma constitución, de modo que si trajeses a suelo alemán una planta de suelo africano, no agarraría; en cambio, la naturaleza pone cada cosa a conveniente disposición de cada animal, lugar y momento. Y puesto que nos interesa especialmente la diferencia de los individuos del sexto clima, consideremos la naturaleza del macho y de la hembra.



  ¶   11

Como el hombre macho tiende a una calidez ligada a una sequedad moderada, se asocia a la naturaleza de la brea náutica y de la resina de Colofón. Más arriba, en la descripción del león y un poco antes, siguiendo la opinión de Aristóteles, ya se ha dicho cómo es en lo que a su cuerpo respecta. Hablemos ahora, en cambio, de algunas condiciones del cuerpo que sirven de indicio para algunas condiciones del alma, de modo que podamos reconocer más fácilmente cuáles responden a cada una; después, si viniésemos a identificar una de ellas en el cuerpo de Platón, estaremos en buena disposición de decir qué se ha de opinar sobre el alma de Platón.



  ¶   12

Empecemos, pues, por la cabeza. Quien tiene un cabello más negro y más grueso que el de las mujeres, a medio camino entre el rizado y el liso, siendo esto señal de que abunda una materia muy densa y melancólica, de la que se elevan los hollines que generan semejantes pelos, diremos que tiene una sangre potente, un cuerpo robusto y un ingenio osado, mediocre, sencillo y abierto. Una frente cuadrada y con unos mechones de pelo ligeramente vueltos hacia arriba son señal de magnanimidad; y semejantes individuos desean magníficas loas y están ávidos de honores. Unas cejas duras, grandes, largas, como a menudo se ven en los senadores de Venecia, son indicio de mucha prudencia y conocimiento; añade a ello seriedad, estabilidad y constancia; en efecto, una ceja semejante denota que ese hombre suele ocuparse de reflexiones grandes y frecuentes, y así, fluyendo hacia estas partes el calor y una exhalación húmeda, nace un pelo largo, grueso y duro. Un ojo claro o moderadamente azulado, no muy hundido, tampoco saltón, denota animosidad y fiereza, pues es el ojo propio del león. Una nubecilla que, como decimos, aparece sobre la nariz no es más que una protuberancia rugosa y apenas perceptible que señala una leve contracción de la frente; esta señal significa por regla general seriedad y severidad. Una nariz gruesa, no afilada, más bien grande que pequeña, representa un espíritu generoso y manso. Un rostro grande y no huesudo es el principal indicio de la nobleza y la mansedumbre. Así se nos ha descrito al emperador Trajano, y cerca le andaba a esta figura el rostro de Tito; y no conocieron aquellos tiempos hombres más mansos o mejores que estos. Una boca inmensa y dientes firmes, no raquíticos, medianos y blancos, más propios de los hombres que de las mujeres, son índice de cosas diversas. En efecto, una boca grande denota voracidad y sencillez; unos dientes firmes, no raquíticos, a razón de treinta y dos, son índice de vivacidad: de hecho, pretenden más vivaces a los de dientes muy firmes, abundantes y no raquíticos, como si la naturaleza también hubiese provisto de herramientas abundantes, muy firmes y muy duraderas al animal al que acordó una vida larga. Las mandíbulas superiores han de ser proporcionales a las inferiores, sin excederlas ni verse excedidas por ellas; en tal caso, pues, el hombre sería deforme, y lo cierto es que la naturaleza hizo al macho perfecto: lo que es perfecto según su estado natural es, todo él, hermoso; por tanto, así deben ser las mandíbulas y las partes de la cabeza que demuestren proporción en el espíritu, en el cerebro y en los sentidos; esta señal, según me parece, pone de manifiesto la taciturnidad y el espíritu de un hombre a quien no llama la curiosidad. Unas orejas medianas, bien formadas y definidas denotan a un hombre hábil en las disciplinas y abierto a la verdad; no en vano, si la naturaleza ha consumado con perfección las cosas externas y no necesarias, es probable que se haya aplicado competentemente a las necesarias, así como a las que son propias de la razón del hombre. Una cabeza de tamaño moderado, aunque más bien grande que pequeña; además, como dice Aristóteles, venerable, tanto que el solo rostro de este hombre y su noble aspecto infundan una gran esperanza en los necesitados de auxilio. Así dicen que fue Héctor, cuyo aspecto inspiraba fuerza y vigor en los pechos de sus soldados; incluso Virgilio se refiere a él cuando presentó a Hécuba haciendo escarnio de un anciano Príamo, que se arrojaba a la muerte ataviado con las armas de su juventud. Decía esta: no le faltarían auxilio ni defensores al siglo de estar aquí mi Héctor 3-15. Esta señal, si es que es una, es índice de confianza, de osadía, de presteza en la acción y de esfuerzo; además, da muestra de autoridad seria, así como de integridad y de una nobleza de espíritu ajena a todo engaño y falacia.



  ¶   13

El tamaño de todo el cuerpo debe ser moderado en proporción a sí mismo; ahora bien, si se lo compara con las mujeres, ha de ser mayor. Esta corpulencia temperada no denota a un hombre insidioso ni pérfido: en efecto, quienes urden intrigas, como se echa de ver en zorros y gatos, son siempre pequeños, o bien se contraen precisamente cuando hacen tal cosa, o procuran hacerse y mostrarse más pequeños de lo que en realidad son. Vemos también que los animales pequeños son mucho más pérfidos que los grandes, y así como los grandes albergan fuerza, los pequeños albergan perfidia. Un cuello grueso y proporcionado, cuyo grosor no sea fruto de grasa acumulada, sino de la robustez de las vértebras y de los músculos; esto, junto con el vigor de los tendones que mueven la cabeza, denota una cierta estabilidad y firmeza de espíritu. Unos hombros anchos y fuertes y un pecho amplio son índice de iracundia y osadía. Una espalda ancha y robusta, unas costillas grandes y sólidas, que Aristóteles atribuye al hombre viril, no señalan nada distinto a todo lo anterior, salvo que añaden tolerancia, resistencia a los esfuerzos y aplomo en la adversidad. Unas nalgas y unas caderas moderadamente carnosas, pero de carne firme, ni blanda ni flácida, también denotan fuerza, vigor, esfuerzo y presteza en la confrontación de peligros; se refiere especialmente al aguante en las peregrinaciones, dando a entender que pueden soportar largas caminatas y sobrellevar las condiciones de muchas regiones, sin verse afectados ni alterados, o acaso mínimamente, por los cambios en la alimentación, en el aire o en la geografía. Unas piernas musculadas y contraídas hacia arriba denotan el vigor de las extremidades inferiores en la marcha, en la carrera y en circunstancias que requieren agilidad. Un cuerpo todo él bien articulado, que dicen robusto y musculoso, perfecto y de constitución conforme a natura no demuestra otra cosa más que sencillez y nobleza de espíritu, nada de perfidia o injusticia; a esta nobleza la siguen la veracidad y la justicia, justicia que no ha de entenderse en su sentido propio, sino como una disposición en virtud de la cual no nos mostramos irritados ni severos con nadie, y a nadie injuriamos.



[Corpulencia]

  ¶   14

Atribuye Aristóteles al macho una carne firme antes que raquítica o muy blanda, pues es robusto. El paso grave, lento y erguido señalan la magnanimidad, las ansias de victoria, la soberbia y la tiranía, actitudes a menudo propias de quienes tienen confianza en sí mismos y no albergan temor alguno; a esta manera de caminar le atribuye también vehemencia en sus empresas, mas no un arrojo irreflexivo, sino sereno. Viene a continuación el acompasamiento de los hombros con la marcha, y un cierto contoneo que atribuye a hombres y machos, índice de un hombre sociable y bastante manso, incapaz de no entenderse con sus amigos, grato y de buena memoria para los servicios recibidos, capaz de conceder el perdón a quienes se lo imploran. En otra ocasión atribuye Aristóteles a este hombre una carne muy cálida al tacto, pues en él goza el calor de cierta preeminencia, cosa que lo vuelve más fiero, activo y creativo; a su vez, tiene un cuerpo más grande y firme que la mujer, y mejor compuesto, pues es más robusto. En cambio, entre las características propias del varón y del macho concede Aristóteles especial relevancia al hecho de que las partes superiores al ombligo sean más grandes, gruesas, firmes y carnosas que las inferiores, al contrario que en la mujer; se trata de la pasión que mejor refleja el hábito masculino, y da a entender igualmente que el espíritu alberga propiedades viriles, como la magnanimidad, la constancia, la generosidad y la nobleza; los huesos de los hombres, más grandes, gruesos y sólidos que los de las mujeres, denotan mansedumbre, algo que vemos en los bueyes y también en los asnos, pues los individuos en quienes la tierra se da en abundancia parecen naturalmente dispuestos a la mansedumbre.



  ¶   15

Y no sería de extrañar si acaso parecen darse condiciones opuestas en un mismo individuo, pues es algo que sucede según las circunstancias que lo rodeen; así, vemos que el hierro es muy frío, mas si se aplica al fuego, se vuelve mucho más cálido y ardiente que la llama o que la propia brasa. A la luz de estas cosas, pues, queda claro cómo es el varón, tanto en su cuerpo como en su alma.



Capítulo xlii

Capítulo xlii     13 PASIONES DEL CUERPO Y DEL ESPÍRITU FEMENINO

  ¶   1

Nos queda describir el cuerpo y el espíritu femenino siguiendo el mismo método, refiriendo las enseñanzas aristotélicas que se suelen citar aquí y allá. Una hembra es aquello que lleva en su naturaleza generar un animal semejante a sí mismo, luego semejante a la materia o al lugar en el que adopta una razón; por tanto, es muy húmedo, pues lo referido a la materia ve sus extremos fácilmente definidos por un límite externo, lo cual, por su parte, es la naturaleza y la razón misma de la humedad. Si es muy húmeda y se ve referida a la materia, entonces guardará distancia con la razón eficiente, que es el calor; de hecho, es propio del calor actuar, mover, hacer y formar; por consiguiente, el temperamento de la mujer será un tanto frío, y la sangre que corre por sus venas y arterias fluirá, en cierto modo, muy pituitosa. En efecto, diremos que la mujer es pituitosa con subdominio se la sangre, o bien sanguínea con subdominio de la pituita; y considero más femenino el primer temperamento, pues veo a la mujer más húmeda y fría de lo que conviene al temperamento sanguíneo, también con subdominio de la pituita; no obstante, los creo a uno y a otro capaces de la sustentar forma femenina.



  ¶   2

Por su parte, así como creo que la fuerza perfecta y suma del hombre se fundamenta en su espíritu, fuerza que da al hombre el nombre de magnánimo y valiente, y propiamente dotado de virtud, virtud cuya encomienda es hacer el bien y servir a muchos, lo que le vale la loa y la honra, y la estima de la patria y de sus amigos; creo también, siguiendo a Aristóteles, que la perfección femenina se fundamenta en su cuerpo, y que consiste en aquello que llamamos belleza, aquello que da a una mujer el nombre de hermosa y bella, propiedad que la vuelve agradable y apetecible, que le vale el mayor de los amores y la estima de quienes la desean o poseen. Por su parte, hay maneras de confirmar tal cosa: por un lado, las mujeres adoran recibir este nombre, y lo tienen por el más preciado de los obsequios, lo piden a Dios sobre todas las cosas y, como dice el otro, implora belleza para sus hijas con un sagrado susurro la madre, con amargura, en el templo de Venus 3-16; por otro lado, Europa y Asia lo consideraron digna recompensa como para enfrentarse fieramente entre ellas en ardua y duradera batalla.



  ¶   3

Y no solo se conoce el deseo de Paris por Helena, o el de Teseo; en efecto, a tal punto amó Apio a Virginia, y Sexto Tarquinio a Lucrecia, que las creyeron motivo suficiente para enfrentar todo infortunio; y lo que padeció Hércules por Yole, por Ónfale o por la conquista de Deyanira no fue menos de lo que padeció por alcanzar la fama y la inmortalidad al modo de los antiguos. Pues bien, ya que ellas desean esta forma del cuerpo más que nada, y la admiran y reverencian como un don poco habitual y divino, y ya que se trata de la única característica agradable y delectable en la mujer, se sirven de este don como único medio para evitar los males, y para atraer y someter a los hombres, como si se tratase de armas propias otorgadas por la naturaleza.



  ¶   4

Con razón he dicho que esta es la más alta perfección de la mujer, en tanto que es mujer. En efecto, la relación que guarda el alma con el cuerpo y la materia con la forma también la guarda la mujer con el hombre, luego también la perfección femenina con la perfección masculina: así pues, si la perfección del hombre reside en el alma, la de la mujer habrá de concernir al cuerpo. Digamos, pues, cómo ha de ser el cuerpo de la mujer prescindiendo de toda individualidad.



  ¶   5

Cabellos abundantes, largos, delicados, densos, dorados, un poco rizados en las puntas, muy suaves al tacto; una frente blanca, sin arrugas o líneas, más larga que la de los hombres, más bien redonda hacia las sienes, dibujando un arco turco invertido, sin bultos, protuberancias, sin nube alguna, sin severidad, sin tristeza, antes bien, con una cierta hilaridad alegre y pudorosa. Los cabellos, propiamente, son índice de temerosidad e incapacidad de aguante; la frente en cuestión, a su vez, denota el encanto, esto es que una mujer semejante sabe seducir y, seduciendo, negar la fe acordada, de modo que aunque la veas o escuches sufrir y lamentarse, no sabrás si lo hace de veras.



[Forma absoluta de la mujer]

  ¶   6

Un rostro redondo, agradable a la vista y elegante denota a una fingidora dispuesta a todo tipo de engaños, ducha en la trama de mentiras, engaños e insidias. Una boca pequeñita y de poca apertura denota el temor incluso por aquellas cosas que no lo merecen; verás también que muchos hombres con una boca semejante temen a los espíritus, a los sueños y a las imaginaciones, y que, de modo semejante, no son de mucho comer y se sacian fácilmente, aun siendo glotones; es decir, aunque pecan en calidad no son voraces, pues no ansían grandes cantidades de comida.



  ¶   7

Unos dientes pequeños, blancos, cortitos, a razón de veintiocho solamente, ni raquíticos ni excesivamente grandes; todo ello es índice de temor, pero más de blandura, de vida breve y fuerza limitada. Unos labios un poco carnosos, de un color coralino semejante al cinabrio, un poco entreabiertos, dejando ver los dientes un poco cuando está callada o sin reírse; inmóviles, esto es que la mujer no los contonea, ni los muerde ni los chupa, gestos que suelen dar una nota de impudicia o vanidad; semejantes labios, digo, otorgan al rostro femenino una gracia y una belleza admirables, señalan también que no les desagradan en absoluto los placeres carnales, mas es una señal no pequeña de avaricia y falta de generosidad, así como de falsedad; vemos además que estos labios son característicos de los etíopes y de los negros que se traen de África o de Guinea, cuya pasión principal son la avaricia o el latrocinio y la despreciable mentira.



  ¶   8

Y no hemos de pasar por alto la nariz, honra y ornamento del rostro, que ha de recordar a la parte externa de una rosa; ser mediana, recta, impecable, afilada pero con cierta redondez; a su vez, unas fosas nasales pequeñas, señal de un espíritu charlatán, inestable y vano; y además, mendaz y fanfarrón, incluso soberbio. Una barbilla redonda, blanca, lampiña; y esta blancura ha de ofrecer alguna nota de rosa a ojos de quienes la observen, pero ninguna traza ni sensación de vello, ni en los labios ni en la barbilla, pues esto sería indicio de un espíritu pésimo y falaz, en el que ni el padre ni los hijos podrían confiar; esa barbilla hermosa, lampiña, redonda y carnosa es índice de un ingenio un tanto incapaz y afeminadamente lento; mas si la barbilla dejase ver una marca de división en su parte central, o una especie de concavidad, es índice de un espíritu no reacio a los placeres carnales, experto en prodigar sugestiones y encantos muy tentadores en el acto.



  ¶   9

Es conocido que conviene a la mujer una lengua pequeña, corta, purpúrea, pero que no se deje ver, o apenas, salvo porque su ápice asoma a veces al hablar; dicen algunos que esta lengua denota sagacidad y credulidad; a mí me parece que puede asociarse a las serpientes o a los perros, y me inclino a verla como señal de un espíritu inicuo y de un ingenio malvado, de un ingenio, digo, dado a incitar enfrentamientos, a proferir injurias y urdir afrentas, suscitando así batallas y enemistades, cosa que, como hemos visto y ha atestiguado Eurípides, no disgusta al ingenio femenino.



  ¶   10

Todos los poetas, griegos, latinos e italianos, han cantado siempre que todos los encantos y las gracias de las mujeres se encuentran en sus cejas, sus mejillas y sus ojos. Las cejas deben ser negras, delicadas, deben estar separadas, ser suaves, con una ligera curva; estas son señal de un espíritu inestable y también diverso. Unos ojos más bien pequeños, casi negros, hundidos, inconstantes, risueños, alegres y brillantes son indicio de una impudicia en sus costumbres, de un ingenio lascivo, un tanto pérfido e inconstante. A su vez, las mejillas que les convienen, redondas, lampiñas, muy carnosas, rosadas, semejantes a las manzanas blancas que se vuelven rojas en otoño o a los aligustres mezclados con rosas, demuestran un ingenio embustero, indolentemente importuno e impotente; cualidades a las que se suman el pudor y una cierta vergüenza. Sobre estas se encuentran las sienes, que deben mostrarse no menos blancas que la frente, sin rastro de ningún hueso, mas no abultadas, no hundidas, sino solo un poco, ligeramente cóncavas, señal que denota un ingenio pérfido, versado en la trama de afrentas y dispuesto a ello. Unas orejas bien formadas, pequeñitas, suaves y delicadas, con notas de un rosa muy claro, denotan un espíritu propenso a la vergüenza, pero temeroso y pusilánime.



  ¶   11

Una cabeza más bien pequeña que grande en su conjunto, más redonda que la del hombre, digna, erguida y elevada denota la inconstancia, la soberbia y la arroganza femenina que cree merecerlo todo de parte de los hombres. Un cuello largo, bastante grácil, desarticulado, blanco, suave, sin arrugas, débil indica que el espíritu alberga un no sé qué pudoroso y medroso.



  ¶   12

Un pecho carnoso, blanco, lampiño, sin traza alguna de las costillas, significa la locuacidad, la charlatanería y la temerosidad. Una espalda larga y estrecha, la injusticia y la indolencia. Un vientre lampiño, blanco, plano, sin arrugas, un poco elevado en el pubis, como formando una montañita, cuya parte inferior se inclina en ángulo y viene delimitada por una especie de línea, para volver a elevarse nuevamente hacia el pubis, no dejando ver rastro alguno del sexo, todo ello denota una suma blandura, así como una malicia y un espíritu inestable.



  ¶   13

Unas caderas y unos costados carnosos, blandos, suaves, lampiños, algo fríos, blancos, con muslos estrechos que se tocan entre sí significan un ingenio ansioso, inseguro, diverso y mutable. Unas nalgas bonitas, blancas, redondas, carnosas, suaves y frías denotan blandura de espíritu e impotencia ante los dolores y los padecimientos.



  ¶   14

Un cuerpo entero poco articulado, pequeño en comparación con el hombre medio y desproporcionado demuestra astucia, maldad y una envidia ligada a la sagacidad. Unas manos largas, sutiles, estrechas, blancas; unos dedos largos, delicados, blancos, carnosos, no gruesos y no rugosos denotan falta de generosidad y temerosidad. Unas piernas y talones carnosos, no articulados, esto es donde no se deja ver la articulación, son indicio de blandura del alma, así como de temor y levedad. Unas rodillas ebúrneas, carnosas, redondas, un tanto frías, en las que no es posible distinguir ni intuir traza alguna de la articulación, ligeramente vueltas hacia adentro y que casi se tocan manifiestan un espíritu muy blando y temeroso, ciertamente femenino y embustero. Unos pies pequeños, redondos, blancos, carnosos, compactos y adecuados significan ese mismo temor, y también un espíritu propenso a la misericordia y a la blandura.



  ¶   15

Como el color ebúrneo en todo el cuerpo (salvo en las mejillas, que son rosas, y los labios y los pezones, que deben asemejarse al coral o a los rubíes) significa un predominio de la sangre y la pituita y un hábito un tanto frío, se sigue que infunda al espíritu una cierta blandura indolente: en efecto, así como al hombre le convenía un color oscuro, a la mujer le conviene uno ebúrneo. Una carne más húmeda, más laxa y más suave que la masculina demuestra temerosidad, impotencia y disposición al engaño; y como la carne es blanda, resulta que crecen más rápidamente y alcanzan su tamaño natural antes que los varones; no en vano, como su materia es más tierna y más húmeda, también obedece más fácilmente a su calor, aunque sea menos intenso que en el varón, lo cual implica que, por naturaleza, tienen una vida más corta; de hecho, dentro de una misma especie, los frutos más tempranos también duran menos que los tardíos. Mas este crecimiento precoz del cuerpo perjudica en ocasiones a la agudeza del espíritu, pues el calor se vuelve menos intenso cuando se traspasa a un recipiente más grande. Sea el cuerpo, pues, de un tamaño moderado ya que, en efecto, no es posible que en un cuerpo más grande todo se forme con tanta exactitud y perfección como en uno mediano.



  ¶   16

Una voz aguda, cantarina, dulce, apropiada y entrecortada denota una vez más esa blandura, así como un espíritu no solo afeminado, sino propenso a los placeres vergonzosos, a menos que vengan a impedirlo la educación, la ley o la razón. La risa de una mujer hermosa debe ser indefectiblemente recatada; los labios, en cambio, han de mostrarse sonrientes, con un gesto cuya blandura y encanto no alcanzo a describir; esta señal, por su parte, indica libido y astucia, miedo. Las mujeres que tienen una boca como esta rara vez suplican en vano, a menos que un arrebato del espíritu o alguna otra cosa, como la ley, la religión y el pudor les dificulten esta inclinación. Esto es lo que dice Porta a propósito de la risa, pues Aristóteles, hasta donde yo conozco, no expuso en ningún lugar qué es lo que anticipa la risa, ni apuntó sus características.



  ¶   17

Un paso corto, lento, con los pies ligeramente vueltos hacia afuera, abatido, como iniciado con la parte superior de los dedos, un paso que lleva todo el cuerpo con cierto encanto es señal de indolencia y, por así decirlo, de irresolución del espíritu; también suelen caminar así quienes se entregan a la reflexión.



  ¶   18

Ahora bien, no vaya a creer nadie que una mujer ha de ser bella o estar libre de cualquier particularidad por el mero hecho de cumplir todas estas condiciones, pues no es cierto. Antes bien, así como no se dice que un laúd o una lira están armónica y elegantemente afinados solo por ser hermosos o tener cuerdas de buena calidad, o por estar hechas de oro, sino porque sus armonías están en consonancia y, por tanto, suenan bien y despiertan admiración; tampoco la mujer será bella ni hermosa a menos que las partes mencionadas guarden entre sí una relación de armonía y consonancia. En esto consiste la perfección de las partes mencionadas y, como si se tratase del alma, se denomina hermosura, belleza y elegancia, una especie de consonancia y unión natural entre las partes que resulta casi imposible explicar con palabras; consonancia de las partes que se ve adornada por un movimiento y un estado agraciado de todo el cuerpo.



  ¶   19

Hasta el momento se ha expuesto la naturaleza del macho y de la hembra dentro de la especie humana siguiendo los postulados de Aristóteles y de los peripatéticos; y opina Aristóteles que así como el cuerpo masculino y el femenino se oponen el uno al otro, también las inclinaciones del espíritu están claramente divididas; y que los hombres gozan de una mejor disposición a la virtud que las mujeres, a las que llama injustas, pusilánimes, charlatanas, temerosas, impúdicas, malvadas, malignas, insidiosas y muy propensas a simular y disimular; además, avaras, indolentes, ladronas, ansiosas, inestables, infieles, crédulas, blandas, débiles, misericordes, incapaces de soportar el dolor, molestas, ineficaces, ineptas para los negocios, iracundas, aunque fáciles de apaciguar; soberbias, testarudas frente a los buenos consejos ajenos, desconsideradas, precipitadas. Estas características, no obstante, no son ni tantas ni tan acusadas como dicen.



  ¶   20

Así pues, siendo así el macho y la hembra, según la naturaleza de cada uno, ha de considerarse a la especie humana como una línea, cuyos extremos y comienzos absolutos sean el hombre y la mujer: a aquel lo llamaremos A, y a esta, G; y que a uno y a otro acusa de manera pura y perfecta, según su alma y su cuerpo, lo que le corresponde, en tanto que es lo que es. Entre estos extremos se encuentran los puntos intermedios B, C, D, E y F.



  ¶   21

En primer lugar, pues, es preciso que el punto D, que se encuentra en el centro exacto, participe de A y de G o que no participe de ninguno de ellos: si no participase de ninguno, D no pertenecería a la especie humana, lo cual contraviene el supuesto; mas si supusiésemos que participa de ellos, no tendría la razón del hombre que hemos determinado materialmente mediante estas cualidades, luego no participará de ellos; además, dos cosas contrarias no pueden existir plenamente de manera simultánea, luego D no se identifica con A ni con G de manera absoluta, sino relativa. Así pues, este es el punto intermedio no por independencia frente a ambos extremos, sino porque, en cierto modo, participa de ambos. En lo que al cuerpo respecta, el punto D se mostrará andrógino; y en cuanto al alma, estará abierto a cualquier hábito; así pues, no tendrá en hábito ninguna de las disposiciones del alma mencionadas, sino que las tendrá todas por igual en potencia, y su actitud ante cualquier hábito del alma será como la de la arcilla ante todas las formas de vasos. Por su parte, el punto B conservará ciertamente una disposición viril, pero en menor medida que A; el punto C, en cambio, tendrá muchas partes femeninas, tanto en su cuerpo como en su alma, pero será un hombre degenerado, temeroso, vil, avaro y malvado. A su vez, la relación que guarda C con A la guardará también E con G; y el punto F representará a una mujer más noble que G; y en F y en E, aun de manera desigual, podrás contemplar la imagen de unos miembros masculinos y costumbres viriles.



  ¶   22

Entonces, ¿qué es lo que hemos de deducir? Pues que no hay hombre en quien no se den algunos miembros y propensiones propios del hombre o de la mujer, ya de manera absoluta, como en A y en G; ya relativa, como en los puntos intermedios B, C, D, E y F. Y lo que se observa en este espectro de la especie humana ha de aplicarse a los demás casos; y así como estas diferencias entre sexos generan diferencias entre los individuos de la especie humana, las características sexuales mencionadas también se ven alteradas por las regiones, los climas, los alimentos, el aire y demás cosas por el estilo; no en vano, la mujer del campo es de una manera, y la de la montaña de otra, y lo mismo sucede con la que ha nacido en África y la que vive en la tierra de los sármatas: ciertamente, todas ellas, en comparación con los hombres de su región, serán temerosas y un tanto pérfidas; si se comparasen entre ellas, la sármata y la alemana serán osadas, y la cartaginesa temerosa, pero más pérfida e insidiosa, mientras que la alemana será más abierta, más sencilla, más fácil de engañar. Esto se confirma con ejemplos tomados de nuestro entorno, pues nuestras mujeres de las montañas son más osadas y soportan mejor el esfuerzo, y son más generosas, mientras que las que viven en regiones pantanosas y campestres son más débiles, más temerosas y menos aptas para sobrellevar padecimientos; a su vez, las que viven en las regiones intermedias gozan de una disposición intermedia y participan de ambos extremos.



  ¶   23

Pues bien, demos por bueno lo dicho, y quede en claro que los miembros de nuestro cuerpo, masculinos o femeninos, denotan unas determinadas propensiones del alma o las opuestas, propensiones que luego se ven alteradas, que se acentúan o se atenúan, según las exigencias de la región, del aire, del alimento y de cuanto más arriba se ha dicho. Por tanto, se podrá afirmar que cualquier individuo goza de un cuerpo femenino o masculino, o de algún miembro femenino, y de otro masculino, o de ambos tipos confundidos, asociado uno al macho y otro a la hembra; por tanto, el alma de cada individuo podrá gozar de unas disposiciones todas ellas viriles, o bien de todas femeninas, o bien solo algunas; y que estas se mostrarán alteradas, acentuadas o atenuadas, en respuesta a la región, la edad, el aire, el alimento, la educación, la formación, los estudios, los padres y las leyes.



  ¶   24

Pero así como el sexo masculino de la especie humana acusa o puede acusar imágenes o semejanzas de casi todos y cada uno de los miembros de cualquier animal consumado del sexo masculino, también en la mujer pueden encontrarse todas las imágenes de la complexión de cualquier animal de sexo femenino; por tanto, no existe ninguna inclinación ni propensión natural de un animal que no puedas encontrar en algún hombre, por fiero o humilde que sea el animal: los tigres son terriblemente crueles, y las panteras muy fieras, pero mucho más cruel fueron Escila, Medea y Ezzelino da Romano; los simios son muy libidinosos, pero mucho más libidinosas fueron Fedra, Mesalin, Faustina y Julia, y acaso tantas otras cuyo nombre y fama quedaron enterrados con sus inefables crímenes; pero no se lee de ninguna tigresa, que descuartiza a sus propias crías, si bien también algunas madres ofrecieron el fruto de sus entrañas a las fauces de los padres, o bien lo devoraron ellas mismas, cosa que hacen alguna que otra vez nuestros gatos, como dejó escrito Josefo en el asedio de Jerusalén.



  ¶   25

Así pues, la especie humana acusa en potencia cuanto los demás acusan en acto; por tanto, si sus miembros pueden representar la figura de otros animales, resulta verosímil que también su alma demuestre una semejanza con las propensiones de los animales. Con razón se ha dicho, pues, que es posible encontrar apotelesmas de todo animal masculino en el hombre y de todo animal de sexo femenino en la mujer; no en vano, el hombre, en cierto sentido, es el equivalente de todos los animales, y algo así como un reflejo o una imagen de todo el mundo, de modo que una parte se asocia al género femenino y otra al masculino. A su vez, toda la especie humana, todos los individuos reunidos, todos en conjunto e individualmente llevan en sí poder representar cada pasión particular. De hecho, Esopo narró con elegancia que, no quedando ningún acto que dar al hombre recién creado, Mercurio, por mandato de Júpiter, limpió todas las ánforas y los cofrecillos que custodiaban las propiedades de los animales y atribuyó al hombre lo lavado como su forma y perfección; de aquí viene que el hombre, ciertamente, no tenga ninguna perfección propia, pero que sí haya tomado el principio y los rudimentos de todas las cosas, gracias a lo cual puede conseguir para sí lo que se atribuyó a los demás animales.



  ¶   26

Y no ha de creerse que los hombres sean mucho mejores que las mujeres por ser más duros y valientes, es decir más robustos. De hecho, ellas son partes de los hombres y, a fin de cuentas, los hombres deberían recordar que son fruto del vientre de una mujer; y si se creen buenos, no podrán no confirmar que también lo es la causa a la que se deben, pues un buen fruto es fruto de un buen árbol. Además: la higuera es muy agria, y el olivo es amargo, pero como aquella da frutos muy dulces y de esta emana un jugo muy útil para la vida humana, ambas se reverencian, se tienen en estima y se cuidan con toda clase de diligencia. Así, pues, tampoco se tiene una mala opinión de las mujeres, ni faltan autores que canten sus bondades y las celebren con honores casi divinos, por ser ellas quienes conceden la eternidad al género humano, quienes pueblan las ciudades y engendran hombres a imagen de Dios.



Capítulo xliii

Capítulo xliii    DE LAS SEÑALES CORPORALES DE LAS PASIONES Y LOS HÁBITOS

orig:   (44.)

Quienes gozan de pies bien formados, grandes, articulados y fibrosos son valientes, en lo que a su alma respecta. Se asocian al género masculino. 

  ¶   1

Este método es todo él una especie de razón común que, tras la especulación de los aspectos generales, permite descender al estudio de los casos particulares, en los que se ejercita, satisfaciendo así dos tipos de conocimiento, a saber, el que dieron en llamar ciencia y el que llamaron experiencia o, según los griegos, paideia. Hasta el momento, pues, hemos abordado el reconocimiento de la naturaleza humana de manera general; ha llegado el momento de descender a la práctica particular.



  ¶   2

Así pues, antes de nada, hemos de recordar que el género humano, en su materia o cuerpo, se divide primeramente en dos, macho y hembra; por tanto, todo hombre goza de un cuerpo bien femenino, bien masculino. A su vez, como el acto y la perfección del cuerpo humano es el alma humana, a la que el cuerpo sirve de herramienta propia; y como esta alma y el cuerpo son relativos, las más veces quien tenga un cuerpo femenino albergará también un alma femenina, y quien tenga uno masculino albergará también un alma de macho. Por su parte, así como toda el alma es el acto de todo el cuerpo, también una parte del alma es acto cierto de una parte del cuerpo; y así como toda el alma se sirve de todo el cuerpo para llevar a cabo sus operaciones, propias de todo el hombre en tanto que es hombre, también una potencia particular se sirve de miembros particulares para consumar operaciones particulares, que conciernen al hombre en función de esas potencias. Por consiguiente, como se ha dicho, es porbable que quien goce de un instrumento determinado también albergue una propensión y una potencia equivalente; no en vano, en la medida en que un hombre cuenta con un cuerpo de macho, es preciso que goce de algunas partes corporales que demuestren la masculinidad del cuerpo, y que nos lleven a referirnos a él como un cuerpo sin duda masculino.



  ¶   3

La primera característica del cuerpo masculino es el llamado miembro viril; luego vienen los pies, las manos, la cabeza y demás miembros, que difieren de los femeninos, y al fin todo el cuerpo viril se distingue del femenino mediante algunos rasgos y accidentes ciertos. La primera pasión del cuerpo masculino es el vigor y la prestancia de las fuerzas motoras y activas. En efecto, en casi todo género animal, y especialmente en el humano, el hombre es más robusto y más fuerte que la mujer: así pues, si alguien goza de una figura masculina y de unas partes del cuerpo formadas y dispuestas todas ellas de modo viril, decimos de él que, en lo que al cuerpo respecta, es robusto, y diremos además que alberga cuanto del vigor corporal se derive, cuanto comparta su mismo origen o esté ligado a él de alguna manera. Así, por ejemplo, si el cuerpo es robusto, resistirá sin pena a los elementos externos, no padecerá ni se verá alterado por poca cosa, soportará bien el sol y el frío, será capaz de sobrellevar el hambre y la sed, y cosas semejantes.



  ¶   4

Al vigor del cuerpo masculino responde, en el alma masculina, la osadía; así pues, el vigor, según el cuerpo, y la osadía, según el alma, son la primera pasión del hombre en tanto que es macho. Después de estas, tanto según el alma como según el cuerpo, vienen las cualidades congéneres. Llamos cualidades congéneres a las que dependen en proporción de unos mismos principios o de principios semejantes, o bien a las que se implican recíprocamente, de manera absoluta o en proporción; así, solemos llamar pasiones congéneres a la osadía y a la impudicia, al temor y a la avaricia, a la blandura y a la desidia.



  ¶   5

La principal razón del cuerpo femenino es el pudor de la mujer, en virtud del cual se dice que un animal es femenino; a este, a su vez, responden las demás partes del cuerpo en forma y trazo. Por su parte, la belleza, así como la dignidad y el concierto de las partes son, en la especie humana, una pasión femenina; a esta responden, en el alma, el temor y la perfidia, una cierta astucia servil, contraria a la ingenuidad.



  ¶   6

Pues bien, verse asociado al macho no significa sino tener unos miembros semejantes a los miembros masculinos, siendo por tanto probable que también en el alma se albergue una pasión de las que acusan los machos. Por otra parte, se ha dicho que en el alma humana se encuentran potencias, hábitos y afecciones. Nosotros nos ocupamos de las potencias, pues los hábitos están en nuestra potestad y dependen del albedrío. Las potencias, en cambio, son cualidades que acompañan a la materia, como se dijo en el segundo libro del De generatione; y aunque algunas de ellas estén más cerca del hábito y de la perfección, lo cierto es que todas son potencias, estén próximas o lejanas; siguen a la materia, esta las forma y ellas se multiplican.



  ¶   7

Así pues, un modo de ejercer la fisionomía es este, que consiste en asociar a estos dos principios todas las señales corporales, es decir tanto las del sexo masculino como las del femenino; y en reconocer, gracias a ellas, qué potencias masculinas y femeninas existen en el alma de cada uno. Y si bien es cierto que este método no aporta la causa de la circunstancia, puede satisfacer a los interesados de manera más sencilla y evidente que los demás. Mas pasemos ya al estudio del apoteselma aristotélico, que dice como sigue.



Primer Apotelesma

Primer Apotelesma     Representaciones de los pies grandes, articulados y musculados.

orig:   (44.1)

Los de pies bien formados, grandes, articulados y nervosos son, según las pasiones del alma, valientes. 

  ¶   1

Di en llamar apotelesmas a estas disposiciones de Aristóteles haciendo derivar el término de la voz griega que, según el comentario de Eustacio al primer libro de la Ilíada, significa propiamente las determinaciones y efectos del horóscopo, esto es, cuanto el cielo predetermina para un hombre según la disposición de los astros en en momento de su nacimiento. Y por esto mismo solían llamarse apotelesmáticos quienes hoy se llaman caldeos, genetliacos y astrólogos, que todo lo someten al poder de los planetas; y por tanto, siguiendo a Firmico, no solo se denominan apotelesmas las respuestas de los astrólogos, sino que también pueden llevar el merecido nombre de apotelesmas cuantas predicciones y juicios se emitan, en general, como estos de Aristóteles; nombre este que Giulio Cesare Scaligero aplicó también a las sentencias hipocráticas en el libro que tituló De los sueños.



  ¶   2

Dice así, pues, la sentencia de Aristóteles: los hombres de pies bien formados, grandes, articulados y nervosos o musculosos son valientes; o más bien osados, de mano pronta, dispuestos a la acción, bastante tan propensos al hábito de la osadía como capaces de él.



  ¶   3

Llamo pies bien formados a los que gozan de una disposición bastante conforme a natura, esto es, que son razonablemente largos y anchos, sin resultar inconvenientes; de hecho, son muestra de que la fuerza creadora fue potente, ya porque también elaboró los miembros siguiendo el dictado de la naturaleza, ya porque, si no falló en la formación de las extremidades, donde con razón es más débil, tampoco habrá fallado en el principio ni en sus zonas próximas. Así pues, una buena formación se asocia a la fuerza eficiente, y denota su vigor y su adecuada disposición; del mismo modo que una mala formación señala su debilidad e impotencia, pues parece razonable que de causas opuestas nazcan efectos opuestos.



  ¶   4

El tamaño es asunto de la causa material, pues son cuerpos grandes los ricos en materia. A su vez, para la consumación de un compuesto natural se requieren materia y forma: aquella ha de abundar antes que faltar; la forma, por su parte, ha de imperar y disponerla correctamente. Así se genera un animal grande y bien formado, no solo en sus partes, sino en su conjunto.



  ¶   5

La tercera propiedad es la articulación. Hablamos de un miembro articulado cuando las partes que lo constituyen se distinguen bien unas de otras y están bien consumadas, de modo que sus límites son perceptibles a los sentidos, y el propio miembro se mantiene separado de los demás, bien definido. Esto, como la buena formación, también se debe a la perfección de la fuerza creadora, de la que es prueba e indicio, como una causa lo es de su efecto o una señal suele serlo de su referente; no en vano, hemos dicho que esta doctrina procede las más veces a posteriori, y demuestra sus conclusiones mediante lo que ya nos es conocido.



  ¶   6

La nervosidad denota la buena disposición de los nervios; de hecho, no creo que por nervio debamos entender aquí la parte del cuerpo que, según los médicos, transmite el sentido; antes bien, llamo nervio a la parte que llaman tendón, compuesta de nervio y cartílago, sede principal de la fuerza motriz. Así pues, si han de ser robustos, es preciso que los pies sean nervosos y grandes, pues si fuesen pequeños no podrían ser robustos; no en vano, un tamaño pequeño no puede albergar mucha fuerza, y de dos cuerpos de una misma especie, dotados ambos de una disposición conforme a natura, no enfermos, ni de avanzada edad, ni aquejados de ningún otro tipo de debilidad, el mayor siempre gozará de más fuerza y vigor que el menor, principio por el que también un adolescente es más robusto que un niño. Pues bien, quienes tienen unos pies como estos albergan un alma de entre cuyas potencias destaca y goza de una especial propensión a darse en hábito aquella que se corresponde con el hábito y la operación de la valentía.



  ¶   7

Por valentía no entiendo una auténtica fuerza o un hábito para soportar la adversidad, los golpes, las heridas y la muerte, sino que entiendo la audacia de enfrentarse a los peligros y de ofrecerles pronta resistencia. Así las cosas, el sentido de lo dicho sería el siguiente: que los hombres de pies bien formados, grandes, articulados y musculados tienen aptitudes para la osadía, pueden enfrentarse con eficacia a los peligros, y demostrar confianza; de hecho, parece que el nombre de la valentía se usa aquí para referirse a la confianza y la osadía.



  ¶   8

Para probar este apotelesma, dice Aristóteles que se asocian al género masculino. El argumento se desarrolla así: los de pies bien formados, articulados, musculados y grandes se asocian al género masculino; ahora bien, todos los animales que se asocian al género masculino son valientes; por consiguiente, los de pies bien formados, grandes, musculados y articulados son, en lo que a su alma respecta, valientes y osados, de modo que hacen de menos los peligros y jamás son presa del temor, y las más veces se proponen lo que, al fin, no son capaces de consumar, de donde resulta que no son estos hombres demasiado prudentes ni cautos. La menor se confirma porque todo índice de potencia de la fuerza creadora denota masculinidad, y lo mismo hace el calor excesivo; pues hemos dicho que el macho es cálido y seco, y que se aplica al fuego; a su vez, los pies bien formados y grandes denotan el vigor y la potencia de la causa eficiente, de modo que esos pies también se asocian al género masculino. La mayor quedó declarada más arriba, pues decíamos que la osadía y la confianza se asocian al macho, así como la temerosidad y la desconfianza se asocian al género femenino.



  ¶   9

En efecto, como en cada género existen de manera natural dos especies, pues todo género se divide en dos especies o partes en virtud de unas cualidades opuestas, una siempre tiene la razón de algo mejor y más noble, y la otra de algo peor y más innoble, lo mismo si el género se divide en virtud de cualidades materiales o formales. Por tanto, como también el género de los animales consumados acostumbra a dividirse en macho y hembra en virtud de su materia, resulta que el macho tiene la razón de lo mejor y más noble, y la hembra de lo más innoble y peor. Así, como es propio de todos los opuestos que uno sea mejor y otro peor y, como decían los antiguos, que uno provenga de la coordinación de los continentes y el otro de los contenidos, ya que una cualidad peor sigue a un género peor, y una mejor acompaña a uno mejor; si en un cuerpo masculino percibimos osadía y unos pies grandes y musculados, en el femenino reconoceremos unos pies pequeños y débiles, y temerosidad en su alma.



  ¶   10

Y no hemos de despertar suspicacias por haber dicho que uno de los extremos siempre tiene la razón de lo bueno y el otro la de lo malo, aduciendo que lo bueno consiste en el punto intermedio, mientras que ambos extremos se alejan de este punto. De hecho, esta cuestión se verá despejada si consideramos que de los extremos, de tomarse en abstracto, uno siempre tiene la razón de la privación y del mal, y el otro la de la forma, de la posición y del bien; asimismo, como en todo movimiento existen dos términos, uno del que parte lo que se mueve, y otro al que se dirige, resulta que necesariamente uno ha de tener la razón del bien, y el otro la razón del mal y de la privación: en este sentido decimos que se oponen el blanco y el negro, lo dulce y lo amargo, el calor y el frío, la enfermedad y la salud, el número par y el impar. Por otra parte, si entendemos los contrarios en concreto y tal como se dan en un sujeto, partiendo de que el sujeto es natural y compuesto, luego no es un extremo, sino que participa de los extremos, parece ser mejor que el otro, y demostrará una disposición más acorde a natura si guarda una misma distancia de ambos extremos y goza de una posición intermedia.



[Cuestión]

  ¶   11

También los cuerpos sencillos parecen guardar distancias con estos excesos de los extremos: en efecto, el fuego y el agua elementales no acusan ni un exceso de calor, como vemos que sucede en una llama o brasa; ni el agua aumenta su tamaño ni se solidifica por el frío glacial, como cuando se congela por un exceso de frío; no en vano, cuanto se compone de los elementos goza en cierto modo de una disposición intermedia, pues está formado por contrarios. Por su parte, ningún elemento acusa exceso de manera absoluta, sino que solamente detenta la razón de un contrario, pues la materia, al manejarse por su naturaleza con toda cualidad, parece atemperar los excesos de los extremos mediante su natural privación. Así, por ejemplo, aunque el fuego no alberga frío ninguno, tampoco acusa naturalmente un exceso de calor; y cuando el calor se vuelve excesivo ya no hablamos de fuego, sino de una brasa, o de un humo encendido, o de alguna otra cosa. Este es, creo, el sentido de este apotelesma aristotélico.



  ¶   12

Consideremos ahora qué podemos deducir de ello; algunas de estas cosas tendrán que ver con el cuerpo, y otras con el alma. En relación con el cuerpo estará cuanto se derive de los propios principios corporales; en cambio, guardarán relación con el alma las demás habilidades que se puedan inferir razonablemente de la potencia y la propensión en cuestión; así, por ejemplo, si vemos a alguien propenso a la avaricia, le asignaremos también una inclinación al hurto y a la injusticia.



  ¶   13

Así pues, el de pies grandes, bien formados y nervosos gozará probablemente de huesos grandes, luego de una cabeza grande y de un hueso calvar robusto, bien formado y grueso: si fuese fino, sería blando, y no robusto, y los huesos tampoco serían grandes, como hemos supuesto; y como es grueso, no lo dañan fácilmente ni el aire ni el ambiente; además, el cerebro será robusto, y la parte posterior de la cabeza estará elevada y formará una protuberancia por el gran tamaño del cerebelo, efecto de la nervosidad de los pies.



  ¶   14

A su vez, si suponemos que los pies están bien formados, también el cuerpo habrá de ser cuadrado, armónico y estará ligeramente encorvado hacia adelante, pero sin que apenas de perciba la curva; los hombros habrán de ser anchos, las costillas grandes, articuladas; las manos grandes y robustas, y lo mismo la nariz; la boca grande, el rostro de color oscuro, el pecho velludo, muy duro y, en fin, como dijimos más arriba en la descripción del macho. Por su parte, como el oficio de los pies consiste en mover y sostener el cuerpo, según sean los pies sostienen y mueven el cuerpo de una manera determinada: los grandes, bien formados, nervosos y articulados mueven el cuerpo con acierto y lo sostienen sin problemas; por tanto, quienes gozan de unos pies semejantes no solo tienen una buena aptitud para el movimiento, sino también para mantenerse de pie, y resulta difícil moverlos de su posición; así pues, se les da mejor ofrecer resistencia que ceder y huir, pues son nervosos y grandes; ahora bien, si han de correr o huir, huyen, y corren más rápidos que el Euro.



  ¶   15

Si esto es cierto, semejantes pies son índice de que la propensión y la potencia del alma son perfectas, potencia que opera perfectamente cuando cuenta con semejantes instrumentos. Se trata de la potencia motriz: en efecto, si el individuo es osado y confía en sí mismo, para ofrecer resistencia y repeler las afrentas que se le presentan y amenazan seriamente con dañarlo precisa de pies nervosos, grandes y bien articulados; llamaremos osado a quien cuente con unos pies como estos. Y puesto que es osado y confía en sí mismo, será también soberbio, y no implorará auxilio de buen grado; y aun estando dispuesto a ayudar a los demás, no suplicará ayuda ante la primera dificultad, pues lo tiene por una señal de impotencia. Será amigo del beber antes que glotón, y preferirá la carne a cualquier otro alimento; será sincero y abierto, ni pérfido, ni fariseo, pues es este un accidente propio del género femenino. Todo esto y muchas otras cosas pueden deducirse de lo expuesto aplicando el silogismo, como en otra parte se advirtió.



  ¶   16

Pero en este punto surge una duda. Primeramente, ¿qué habríamos de pensar si unos pies presentasen una sola de estas cualidades, o dos, o tres? Así, si un hombre cuyos pies solo son grandes merece el mismo predicado que quien no solo los tiene grandes, sino bien formados y nervosos, algunas condiciones serán superfluas, y habría que reprochar a Aristóteles haber expuesto más predicados de los estrictamente necesarios. Por otra parte, si no merece el mismo predicado, ¿por qué no se atribuyó una única pasión a cada condición y forma del sujeto, en lugar de atribuir una sola a cuatro condiciones? Así, si una figura de bronce triangular tiene tres condiciones, esta última pasión, per se y en primer lugar, no le corresponde a ninguna otra forma más que a la triangular, y si este sujeto recibe tal predicado no es por ser una figura o por ser de bronce, sino por ser triangular: así pues, a una sola forma, en tanto que es una sola, le corresponden una única operación y una única pasión.



[Cuestión]

  ¶   17

En verdad, hemos de decir que esas cuatro condiciones de los pies, tomadas en conjunto, generan una única cosa: del mismo modo que un animal cuadrúpedo, manso, astado y capaz de arar constituye uno solo, llamado buey; y del mismo modo que el buey, en tanto que es buey, goza de una única propiedad, que lo concierne en primer lugar y per se en tanto que es como es; también goza de una pasión propia el individuo que tiene unos pies como los descritos más arriba, cuya forma se determina y se describe mediante estas cuatro condiciones; pasión que hemos llamado osadía, es decir una aptitud para resistir los esfuerzos, para mover el cuerpo con firmeza, para soportar las afrentas y repeler cuanto intente atacarlo. Mas si solamente se diese una de estas cuatro condiciones no habría motivo alguno para contemplar la osadía; antes bien, por regla general los pies grandes, especialmente si están mal formados, denotan temor, y si bien es cierto que también son índice de materia abundante, no dejan de señalar su inobediencia y la debilidad de la fuerza formadora. Por otra parte, si además de las grandes dimensiones se da una forma correcta, pero se echa en falta la nervosidad, diremos que no existe una propensión a la osadía consumada, sino en cierto modo frustrada. A su vez, se denomina potencia o propensión perfecta aquella que no precisa de ningún ejercicio, o de uno mínimo, para consumar su operación y ejercer su acto. En este sentido decimos que goza de una excelente potencia y propensión para la música quien, para cantar, prácticamente no necesita ayuda, o la mínima, y con poca práctica y poco ejercicio hace de esa potencia un hábito perfecto, una entelequia.



[Respuesta]

  ¶   18

Ahora bien, si acaso los pies gozasen de todas estas cualidades y luego la cabeza, la nariz, la boca y las manos indicasen lo contrario, en un hombre semejante, como en una especie de monstruo, contrario a natura en este aspecto, reconoceremos ciertamente un inicio de audacia, pero muy susceptible de retraerse antes de consumar su obra y de verse impedido. Así son los que se llaman temerosos audaces, que se muestran arrogantes mientras no acecha el peligro, pero luego, ante el peligro, se vuelven pusilánimes, y si empezaron como leones, terminan como corderos.



  ¶   19

Se entiende, pues, que estos pies convengan a los atletas, y conviene que no los tengan de otra manera quienes hayan de ejercer como infantería y guerrero de a pie; por este motivo dicen que los lanceros alemanes y suizos son, por regla general, los mejores, pues esta es su disposición natural; y no solo tienen así los pies, sino que todo su cuerpo responde perfectamente a estas características. Pues bien, creo que queda bastante claro qué significa este primer apotelesma de Aristóteles, y qué podemos deducir de él, y por qué.



Segundo Apotelesma

Segundo Apotelesma     Representaciones de los pies pequeños, estrechos, no articulados y hermosos.

orig:   (44.2)

Mas quienes tienen unos pies pequeños, estrechos, inarticulados, más bellos que robustos, son blandos en lo que al alma respecta. Se asocian al género femenino. 

  ¶   1

Este apotelesma contiene lo contrario al anterior, y su sentido parece ser el siguiente: quienes tienen unos pies pequeños a lo largo y ancho, e inarticulados, suaves y delicados, y más agradables a a vista que robustos, tienen una propensión a la blandura que se opone principalmente a la osadía, a la confianza y a la resistencia frente a los efuerzos y peligros, y prevalece en ellos una propensión a la blandura y a la desidia sobre otras potencias de sus almas.



  ¶   2

Hablamos de pies pequeños cuando, en comparación con su propio cuerpo y con otros de su misma especie y de tamaño equivalente, se quedasen manifiestamente cortos y acusasen una cantidad de materia menor que los demás individuos de su especie; en efecto, lo que aqueja carencias en su tamaño se denomina pequeño, del mismo modo que se denomina escaso lo que aqueja carencias en su cantidad. Unos pies pequeños denotan escasez de materia, así como los grandes manifestaban su exceso; mas allí donde la materia escasea y es más pequeña de lo que por naturaleza debería ser, la virtud que debería existir en esa materia no llega a ser una potencia fuerte ni vigorosa, pues ya se ha dicho cuánto menor es la virtud en los pequeños, estando lo demás en las mismas condiciones. Ahora bien, si son estrechos no gozarán de una buena formación; no en vano, llamamos estrecho al opuesto del ancho; lo ancho, por su parte, es aquello cuyas partes están separadas una de la otra y distan entre sí: estar bien formado consistía en el término medio, luego lo estrecho se opone a lo que en el primer apotelesma llamaba buena formación. Asimismo, apunta que es inarticulado; en efecto, si hemos llamado articulado al miembro cuyas partes se distinguen una de otra, al estrecho, por el contrario, como sus partes se confunden y no se distinguen bien, lo llamaremos inarticulado. A su vez, esto lo vemos claramente en los pies de las mujeres pues, como son cortos y más redondos, también están más inarticulados, y tienen dedos pequeños, y no dejan ver rastro alguno de huesos o tendones.%Y más bellos a la vista que robustos.



  ¶   3

La buena formación del pie viril es una cosa distinta a la belleza que ahora nos ocupa, pues este tipo de pies no reciben solamente el nombre de bellos, sino agradables a la vista, pues son blancos, blandos y redondos, y no llevan traza alguna de los huesos, en cambio, solo ofrecen una cierta blandura agradable a los sentidos. En efecto, siendo de un blanco puro, suaves, redondos y delicados, dice Aristóteles que son más bellos o más agradables a la vista que robustos, esto es, que resultan más placenteros a quienes los ven que no cumplen competentemente con la tarea propia a la que están destinados; así pues, el encanto de estos pies de los que hablamos no se encuentra en la forma, sino que esta clase de pasión depende y proviene de la materia acuosa, blanda y delicada.



  ¶   4

En efecto, es esta una razón cierta de los pies que señala que el sujeto que de ella goza cuenta asimismo de blandura en el alma, una blandura en virtud de la cual el hombre se deja persuadir fácilmente, y se muestra temeroso e incapaz de enfrentarse a peligros y esfuerzos. Por su parte, propiamente se denominan cuerpo blandos aquellos que, por naturaleza, ceden fácilmente a quienes los empujan y se contraen sobre sí mismos y abrazan la fuerza hostil. Estableciendo un paralelismo con este cuerpo llamamos espíritu blando al que cede fácilmente a quienes tratan de persuadirlo, a quienes lo amenazan y hostigan; un espíritu que puede verse alterado y turbado, incapaz de soportar sufrimientos, penurias y dolor. Este es, pues, el sentido de las palabras que constituyen en apotelesma.



  ¶   5

Esto lo demuestra Aristóteles diciendo que se asocia al género femenino, esto es que semejantes pies son femeninos y propios de las mujeres. En efecto, quienes tienen unos pies como estos se asemejan a las mujeres, en cuanto a los pies respecta; luego la potencia del alma responde a los pies, ya porque los usa, principalmente, a modo de herramientas, ya porque es la forma y razón de estos. Esta potencia del alma, digo, será femenina, y será como la que vemos en las mujeres; el silogismo, pues, podría rezar así: todo hombre de pies pequeños, estrechos, inarticulados y más agradables a la vista que no competentes, es semejante al género femenino según este miembro, y se asocia a la mujer; ahora bien, todo hombre que se asocie al género femenino y a la propia mujer en virtud de sus pies es también blando en lo que a su alma respecta, y delicado, temeroso, débil, nada osado e incapaz de soportar el esfuerzo, el dolor y los males; por tanto, el hombre de pies pequeños, estrechos e inarticulados, y más agradables a la vista que competentes es blando en su alma, nada osado, y demasiado débil como para sobrellevar los esfuerzos y las adversidades, agitado y enemigo declarado del polvo.



  ¶   6

Merece considerar si estas proposiciones son ciertas, y por qué. No habrá quien ose negar que la menor sea cierta, pues si es propio de los opuestos y de las cosas con formas opuestas acusar cualidades opuestas, como los pies opuestos a estos reciben el nombre de pies masculinos, con razón a estos los llamaremos femeninos. Por su parte, si preguntamos por el motivo de que tales pies sean femeninos, este radica en que son índice de la debilidad y el apocamiento de la fuerza formadora, es decir del calor natural; así pues, si el calor intenso y vigoroso genera unos pies grandes y bien formados, uno no intenso y no vigoroso los hará no grandes, no articulados. Pues bien, si la afirmación, como dice Aristóteles, es la causa de la afirmación, la negación también será causa de la negación. Mas el calor masculino es vigoroso, luego el no vigoroso se llamará femenino. A la luz de estas cosas, pues, queda claro que la menor es cierta, y por qué.



  ¶   7

La mayor decía así: aquellos individuos cuyos pies recuerdan el género femenino son, en lo que a su alma respecta, blandos, nada osados, ineficaces e incapaces de sobrellevar los esfuerzos y las penas. Su veracidad no plantea problema alguno, pero cabe preguntarse por la causa. En efecto, los de pies femeninos recuerdan a las mujeres, y son semejantes a las mujeres, y estas son, en lo que a su alma respecta, blandas, nada osadas e incapaces de soportar las penas; así pues, el llanto y las quejas son algo propio de las mujeres. Hércules de Eta, consciente de ello, decía lleno de vergüenza: ay de mí, que profiero un llanto virginal, yo, a quien nadie vio sollozar ante ningún mal 4-1.



  ¶   8

Ahora bien, cabe preguntarse por qué unos pies como estos son índice de blandura del alma antes que de perfidia o deslealtad, o de otras mil propensiones del alma femenina; y es que no parece existir razón alguna para que semejante disposición y estructura de los pies denote un espíritu blando y débil. Lo cierto es que existe una causa, y no puede ser otra más que el idéntico origen tanto para esa disposición de los pies en el cuerpo como para esa afección que llaman blandura en el alma, pues ambas dependen de los mismos principios. En efecto, cuando resulta que dos cosas se derivan de unos mismos principios en un mismo sujeto, si una de ellas se da en ese sujeto, por fuerza ha de darse la otra también. Así, por ejemplo, como la llama y el humo se generan en la madera por un mismo principio, el fuego, cuando viésemos un madero en llamas diríamos que tiene fuego, y si tiene fuego, estará caliente; por tanto, si suelta humo, es apto para calentar, y cuando están en llamas tamibén echa humo. Por consiguiente, cuando dos afecciones surgen naturalmente de un mismo principio, la presencia de una implica necesariamente la presencia tanto de ese principio como de la otra cosa; y al contrario, si una de ellas existe o no existe, por fuerza ha de existir o no existir la otra. Algo semejante dicen los médicos: si la bilis amarilla se encuentra en mal estado produce una fiebre terciana que no dura más de doce horas; y si una fiebre no dura más de doce horas, se identifica como terciana y la bilis amarilla se encuentra en mal estado; y si estas pasiones se siguen mutuamente es porque dependen de unos mismos principios. Así pues, nadie pondrá en duda que, de dos pasiones derivadas de unos mismos principios y causas, si se identifica una de ellas en un sujeto, ese mismo sujeto ha de acusar necesariamente la otra también, así como las causas de que una y otra dependen.



  ¶   9

Ponemos este principio en la base. Por su parte, la pequeñez de los pies y su inarticulación, el encanto de su aspecto, del que algún hombre goza, y la blandura del espíritu son dos cualidades de un mismo sujeto derivadas de unos mismos principios; por consiguiente, quienes, en lo que al cuerpo respecta, tengan pies pequeños, de figura estrecha e inarticulada, aquejarán igualmente blandura según su alma.



  ¶   10

A su vez, que el origen de estos pies en el cuerpo y de esta blandura en el alma se deba a unos mismos principios puede demostrarse, creo, del siguiente modo: ya hemos dicho que el alma es la forma y acto del cuerpo, y que las partes del cuerpo son sus intrumentos, y que según sean los instrumentos, así serán las operaciones; asimismo, hemos dicho que el alma es causa en un triple género de causa, y que se sirve de las propiedades de la materia, el calor y el frío, como principios activos instrumentales, y que estos actúan y mueven las cosas según su disposición y el hábito que guardan entre sí; por su parte, hemos dicho que la misma alma se sirve de la sequedad y de la humedad a modo de principios pasivos y que, según la disposición de estas cualidades pasivas y según la razón que guardan entre sí, resulta que esta o aquella potencia pasiva se acerca más o menos a la entelquia.



  ¶   11

Así pues, cuando los pies son pequeños y delicados, resulta evidente que la materia terrestre y la sequedad son escasas. Por tanto, en las cosas pasivas prevalece el agua, al menos según su fuerza; de ahí que el pie sea pequeño y blando, delicado con cierta suavidad y agradable a la vista; y siendo así, es menos idóneo para el uso, pues no es robusto. En efecto, si el pie fuese robusto, la sequedad terrena prevalecería no solo en cantidad, sino también en fuerza; mas como la que impera es la fuerza del agua, es también inarticulado, pues es propio de lo húmedo conservar sus límites con dificultad, aunque los adopte sin problema. Pues bien, unos pies como estos denotan que la materia de que están hechos son un agua y una tierra tan ligadas entre sí que, según la fuerza, el agua predomine sobre la tierra, es decir que la porción de humedad sea mayor que la necesaria para conformar los pies en perfecta conformidad con la naturaleza, y la porción de sequedad sea menor y que, en general, sea menor la corpulencia.



  ¶   12

Los pies, por su parte, son uno de los extremos del cuerpo, y en este debería prevalecer naturalmente la fuerza de la tierra; prueba de ello es que las extremidades de casi todos los animales, los pies, o lo que cumpla la función de pies, son más duras que las demás partes; y ello con razón, pues deben sostener el resto del cuerpo. Así, ceden menos que las demás partes, luego al oponer resistencia, son más duras. El otro extremo, a su vez, es en el que predomina la fuerza del agua, pues en la cabeza se encuentra el cerebro, frío y húmedo.



  ¶   13

Son estos, pues, los dos extremos del diámetro; en uno de ellos debe predominar y prevalecer naturalmente la tierra, y en el otro, el agua. A su vez, está el centro del círculo, sede central del principio motor, llamado alma; este centro, situado en el medio del diámetro, participa de la razón de ambos extremos, y se opone a ambos. Así pues, como los extremos y los puntos intermedios comparten una misma materia, resulta que del mismo modo que en los pies predomina el humor, también lo hace en el cuerpo; por tanto, también prevalecerá en el centro, sede del principio del movimiento, situado a una distancia equivalente de los extremos; este, cuando mueva y disgregue las cosas, cuando las difumine y las caliente, consistirá en un calor que habrá de mover los alientos muy húmedos, próximos a la naturaleza del agua y de las nieblas blancas; mas quienes albergan unos alientos como estos, próximos a la naturaleza de las nieblas blancas, son, en lo que a su alma respecta, fáciles de persuadir e inestables, no obstinados; así, tampoco duros, luego blandos. Por tanto, los de pies pequeños, estrechos, inarticulados y agradables a la vista son blandos e ineficaces según su alma, que es lo que había que probar. Así pues, creo que a la luz de esto queda claro por qué las cualidades de los pies arriba mencionadas denotan la blandura del alma antes que alguna otra pasión femenina.



  ¶   14

Ahora bien, ha de advertirse que la materia de que se forman las partes del cuerpo y la materia de que se forman los alientos que sirven al alma es exactamente la misma; por tanto, según veamos que son los miembros del cuerpo, se sospechará que así han de ser los alientos, y que así será su propensión; a su vez, según sean los alientos, así serán los primeros instrumentos del alma, luego así serán las operaciones y propensiones que se denominan accidentes del alma y, siguiendo ahora a Aristóteles, las cosas del alma. En efecto, no podemos subir desde la propia cosa, desde una parte del cuerpo y desde el reconocimiento de su naturaleza, hasta el reconocimiento de los alientos y de una precisa propensión del alma. No en vano, así como el cuerpo, sin más, guarda una cierta relación con el alma, sin más, también las partes del cuerpo individuales y particulares se adjudican una cierta potencia privada del alma, de modo que tal y como esta parte se encuentra en el cuerpo, aquella potencia se encuentra en el alma; y así como al estar presente esta parte parte, en este caso, un pie inarticulado y pequeño, no está presente la cualidad opuesta, es decir, un tamaño de pie grande ni su articulación, en el alma se encuentra más próxima a la entelequia y al acto la potencia denominada blandura o temor que no la que se le opone. De aquí resulta que sea más difícil volver valiente, duro y resistente a los esfuerzos y peligros al hombre de pies pequeños que no al de pies grandes; asimismo, también es más difícil que se ablanden los hombres de pies grandes, articulados y nervosos que no los que acusan la disposición contraria.



  ¶   15

Ahora bien, ello no quita que mediante el uso y la disciplina todo hombre pueda alcanzar el hábito contrario al que decimos que es naturalmente propenso, como atestigua Zósimo a propósito de Teodosio, el primer emperador romano: este, aun siendo naturalmente blando e ineficaz, cuando la situación lo requería se volvía valiente, viril, propenso a la acción y osado. Y esto tampoco extrañará a quien, estudiando el alma humana, comprenda que esta lo es y puede serlo todo. Así pues, también el blando puede alcanzar el hábito de la osadía, y el osado se volverá temeroso y débil si se inclina por prácticas contarias a su naturaleza; esto es lo que llaman enderezar la naturaleza con la horca, y esta naturaleza, si bien es cierto que de cuando en vez vuelve a asomar, aparecerá apocada y siempre menor, de modo que al fin se dará por abolida.



  ¶   16

Por lo demás, es fácil reconocer lo que se deriva de este apotelesma aristotélico. En primer lugar, pues, según el cuerpo, se sigue cuanto se opone a lo anterior; por tanto, quienes tuviesen unos pies como estos, si estuviesen formados conforme a su propia naturaleza, y no llevasen unido a una cabeza humana un cuello de caballo, mostrarán un rostro plenamente femenino, carnoso y lampiño, sin demasiados pelos que le cubran las mejillas. Además, y en consecuencia, también sus huesos serán pequeños y no gruesos, y el hueso calvar de la cabeza será delicado y fino, expuesto al padecimiento de los elementos externos; el cuerpo tampoco gozará de mucho vigor, y estará dispuesto para la huida, será incapaz de quedarse quieto en un lugar y agitará pies y manos. No en vano, la blandura del alma denota a un hombre dispuesto a cualquier cambio en el alma: de hecho, en lo que al cuerpo respecta, lo vuelve de tal manera que es dado a agitar manos y pies y a gesticular con ellos, como se echa de ver en los niños y en algunas muheres, incapaces de quedarse en su sitio o de controlar sus extremidades; así pues, como la fuidez, la infirmeza y la blandura de los alientos, que no son nunca uniformes, produce una alteración continua en la zona centras, aun pequeña y, por su insignificancia, insensible en el alma, en la circunferencia, en cambio, esto es en manos y pies, se muestra con fuerza; de modo semejante, según el alma, cuanto se deriva de la blandura lo enunciaremos también a propósito del hombre de pies pequeños.



  ¶   17

Por tanto, si es blando quien cede sin mayor problema, será fácil de persuadir y crédulo, cosa que lo volverá muy supersticioso, y más confiado en la autoridad de los demás que en sus propios discursos. Y siendo así, será de por sí irresoluto y confuso; ciertamente inepto para las ciencias y los estudios, pero mucho más inepto aún para las acciones viriles; muy propenso a la ira, si bien la depone enseguida, pues refleja un temperamento pueril, y probablemente sea de temperamento húmedo y se encuentre entre el agua y el aire; es también de risa y llanto fácil, pues acusa costumbres femeninas, y la mujer, a su vez, es cambiante, como dice el poeta: cosa diversa y cambiante es siempre la mujer 4-2. Siendo así, también estará dispuesto a recibir y coger cosas, y deseará recibirlas, pues es avaro; avaro, luego temeroso, y ello por ser débil, debilidad que sigue a la blandura; por su parte, se adueña de las palabras y los secretos ajenos, pues es curioso, y lo es por ser charlatán, y dado a prestar atención a todo; en efecto, está naturalmente dispuesto a recibir sin pena las impressiones exteras, luego desea conocer y saber muchas cosas que no lo atañen en aboluto, actitud propia del curioso y del charlatán.



Tercer Apotelesma

Tercer Apotelesma    De qué sean indicio los dedos de los pies curvados.

orig:   (44.3)

Quienes tienen los dedos de los pies curvados son desvergonzados, y también quienes tienen las uñas curvadas. Se asocian a las aves de garras curvadas. 

  ¶   1

Sin abandonar los pies, dice Aristóteles que son desvergonzados los hombres con dedos de los pies y uñas curvadas. Así pues, dos atributos del cuerpo, a saber, la corvatura de los dedos y de las uñas, denotan la desvergonzonería o una propensión a la desvergonzonería. Los dedos de los pies, al igual que los de las manos, pueden adoptar cuatro figuras, pues pueden ser rectos, cóncavos, convexos o mixtos. Llamo cóncavos a los curvados cuya parte inferior, que mira hacia abajo, es cóncava, semejante a un arco o un semicírculo; en cambio, llamo convexos a los dedos que se curvan hacia arriba, cuya convexidad se proyecta hacia abajo, reproduciendo un semicírculo inverso; llamo rectos a los que no se curvan hacia arriba más que hacia abajo; y mixtos a los que parecen combinar concavidad y convexidad. Con esto, pues, queda claro cómo son los dedos curvados.



  ¶   2

Asimismo, llamamos curvadas a las uñas que se doblan e imitan las garras de los gatos o leones. Una uña es el extremo de un tendón; este, a su vez, toma su origen de los huesos y los nervios; por tanto, según sea la uña, así serán el nervio y el hueso. Mas los nervios dependen todo ellos del cerebro, y los huesos, a su vez, del hueso calvar, y cuanto se deriva de algo atestigua la naturaleza de sus orígenes; así, la figura, la estructura y la naturaleza de las uñas nos permitirá reconocer con probabilidad la sustancia del cerebro, huesos, nervios y de la fuerza motora. Por su parte, las uñas se encorvan por efecto de la sequedad y del calor, como vemos en quienes padecen de tisis o fiebre héctica duradera; por tanto, es probable que en los individuos con unas uñas como estas y en los orígenes de las uñas prevalezca una sequedad con calor.



  ¶   3

La desvergonzonería se opone al pudor. Creo que significa la afección que más arriba llamó impudicia, y que se trata de un tipo de osadía, obstinación y petulancia. La acción y operación propia de este individuo impúdico y desvergonzado consiste en asemejarse a una mosca y, aunque se ahuyente mil veces, vuelve sin reparo a lo mismo. Así pues, es impúdico quien no admite consejos ni reprimendas ajenas, y en nada estima la ignominia y el vituperio, es más, los desprecia mucho; por consiguiente, repele lo externo y no lo admite fácilmente, luego es duro y tenaz en su propósito. Esta afección, en relación con las cualidades pasivas, se asocia a la sequedad, y mediante las activas se proporciona calor; la impudicia se asocia a la osadía; el osado, por su parte, al valiente, en cierto modo: ya se ha dicho más arriba que el valiente es cálido.



  ¶   4

Por tanto, el sentido del teorema aristotélico dice así: los hombres con dedos de los pies y uñas curvados son desvergonzados. Aporta la causa de esta afirmación, diciendo que se asocian a las aves de garras curvas, que llamamos rapaces. Las aves que viven de la caza pueden ser diurnas, como las águilas, los halcones y los buitres, o nocturnas, como las lechuzas y los búhos; y casi todas ellas tienen un pico adunco, y unas uñas y unos dedos de los pies no solo curvos, sino robustos, preparados para atrapar y retener a su presa.



  ¶   5

Este género de aves apenas bebe, o solamente un poco, aun siendo de natural cálido y seco. El motivo, creo, es que probablemente apagan su sed con la sangre de sus presas. Así dicen que las águilas, especialmente cuando envejecen, evitan la sangre, de donde salió el refrán sobre los bebedores ancianos. Recuerdo que otros dijeros que por este mismo motivo la naturaleza de estas aves es cálida y seca, luego aborrece por principio la humedad y el frío; en efecto, así como el estómago, naturalmente frío y húmedo, aprecia las cosas semejantes a él, también los animales cálidos y secos se procuran cosas semejantes, aborrecen lo extraño y más aún lo opuesto. Por tanto, como el temperamento de estos es húmedo y frío, resulta que aborrecen la humedad, el frío y, al fin, el agua. Por su parte, estos animales son osados, proclives a raptar su presa y no se los ahuyenta con facilidad, como se puede comprobar en las hembras del milano y en el gavilán, que caza pajarillos. Pues bien, el razonamiento aristotélico dice así: los hombres con dedos de los pies curvados y uñas aduncas son semejantes a las aves rapaces en virtud de la parte del cuerpo con la que ejercen su rapacidad; por su parte, semejantes individuos son desvergonzados y procaces; por consiguiente, los hombres de pies aduncos y uñas corvas son desvergonzados. La menor no plantea dificultad alguna; la mayor requiere consideración.



  ¶   6

Mas en primer lugar hemos de suponer que dos cosas se denominan semejantes si convienen en alguna cualidad; se dice que lo son en mayor o menor medida según participen más o menos de esta cualidad. Puede suceder, a su vez, que unas mismas cualidades se encuentren en dos individuos de género completamente diferente; tal es el caso de la blancura, que se encuentra en el albayalde, en la nieve, la espuma del mar, la sal y el azúcar, y no obstante este último es dulce, la otra salada, el albayalde acuoso y un tanto ácido, la nieve insípida, pues difieren entre sí en género y sustancia; ahora bien, en tanto que todos ellos son blancos comparten una misma razón y se cuentan bajo un mismo género, acaso sin nombre, cuya característica primera y universal es la blancura. Y si hay dos hombres con un mismo color de ojos, que llaman celeste o azul, es probable que la potencia de la vista sea semejante en ambos, y que ejerza su operación de manera semejante; por tanto, si uno de ellos goza de buena visión en la noche, diremos que también el otro verá sin problema: no en vano, las operaciones de las cosas semejantes son semejantes, y disemejantes las de las cosas disemejantes, y opuestas las de las opuestas. Así pues, a quienes tengan unos dedos y unas uñas parecidos a los dedos y garras de las aves rapaces los llamaremos rapaces, y no sin fundamento; asimismo, diremos que albergan en su alma las mismas cualidades que vemos en las rapaces y, como este género de aves es osado, insolente, impúdico y desvergonzado, a los hombres de pies y uñas aduncos los juzgaremos sencillamente impúdicos. Queda claro, pues, que esto es cierto.



  ¶   7

Mas esto de que las aves rapaces sean osadas, desvergonzadas e insolentes como moscas es posible demostrarlo mediante inducción, contemplando la naturaleza de los gavilanes, águilas, halcones y otras aves rapaces de este tipo con garras aduncas, cuya propensión natural consiste en tomar el alimento de las manos que les dan de comer con procacidad e impudicia, sin deleite ni amor alguno y, por así decirlo, sin reverencia. Asimismo, vemos que los gatos, dotados también ellos de garras curvas, saltan a la carne de dueño que les ofrece pan, y le hiere gravemente los dedos con sus uñas, cosa que no se echa de ver en los perros. Ha llegado el momento de estudiar por qué son desvergonzados quienes tienen unos dedos de los pies y unas uñas como estos.



  ¶   8

En primer lugar hemos de comprender que según sea el hábito de las cualidades primeras en los principios del cuerpo que ellas mismas constituyen, principios como el corazón, el cerebro y el hígado, así serán los demás miembros del cuerpo y los demás alientos, de los que el alma es el acto primero; y según sean estos, así serán también las operaciones y las potencias que los causan. A su vez, hemos de considerar que esto aplica tanto a las cualidades activas como a las pasivas: las cualidades pasivas se asocian principalmente al agua y a la tierra, mientras que las activas refulgen en los elementos que contienen, como se dijo en el cuarto libro de la Meteorologica; así, en quien predomine la sequedad se advertirá tierra y cualidades terrestres, y cuanto sigue su forma; si junto a esta sequedad se da calor, el animal será ígneo, y acusará las consecuencias del fuego. Y del mismo modo que Aristóteles tomaba el agua y la tierra por los dos principios pasivos, y decía que la tierra era el primer principio propio de los secos, y el agua de los húmedos, mas no de manera absoluta, sino solamente en tanto que son materia de los cuerpos mixtos, también nosotros podremos llamar principios activos al fuego y al aire.



  ¶   9

En efecto, el fuego interior y el aire exterior son dos cosas necesarias para la protección de la vida de los animales. Tenidas, pues, por tal, digo que quien tiene unas uñas y unos dedos de los pies curvados alberga calor y sequedad en los principios internos del cuerpo, y que tiene alientos cálidos y secos; mas cualquier animal cuyos principios internos del cuerpo y cuyos alientos sean secos y cálidos es desvergonzado, impúdico y procaz; por tanto, quien tenga unos dedos de los pies y unas uñas curvos acusará desvergonzonería, petulancia, osadía y procacidad. El motivo de esta pasión, pues, es la sequedad interna de los espíritus sumada al calor; en efecto, estos animales parecen llenos de fuego y tierra, y sus alientos se asocian propiamente a la cal viva; por tanto, así como la cal atrae enseguida el agua y la humedad, las absorve y las hace desaparecer, también estos animales rapaces se apropian el alimento con muchísima vehemencia, y muy ávidos lo devoran.



  ¶   10

Estudiemos la menor, que dice que unos dedos de los pies y unas uñas curvados son índice del dominio de la sequedad unida al calor en los principios internos del cuerpo. De hecho, si los dedos de los pies son curvados, los tendones han de ser por fuerza más breves de lo que convendría al cuerpo del que son tendones; por su parte, un tendón y cualquier cartílago se vuelve más corto cuanto padece un calor seco, como advertimos en los pergaminos de piel de cordero puestos al fuego. Pues bien, si los dedos se cuervan, por fuerza han de contraerse los tendones, y esto les viene de la sequedad; mas si los nervios están más secos, el principio de que dependen ha de ser necesariamente más seco; por consiguiente, quienes tienen unos dedos de los pies y unas uñas curvados albergan sequedad y calor en esos principios internos.



  ¶   11

La mayor se confirma, igualmente, con el mismo razonamiento. En efecto, si los principios internos son secos y cálidos, el cerebro, a juzgar por sus ooperaciones, también parecerá muy seco, luego también parecerán muy secos los alientos y, por consiguiente, el corazón del que proceden. Ahora bien, si el corazón y el principio primero en que reside el alma fuesen muy secos y muy cálidos, engendrarían alientos también muy secos y muy cálidos, de los que es propia la osadía. A su vez, lo seco rara vez y difícilmente admite las formas ajenas, de modo que tampoco admite bien las impresiones o imágenes; por tanto, el hombre de alientos secos y cálidos no es dócil en absoluto, sino desvergonzado, testarudo y obstinado, y no estima en nada lo que los demás piensen de él. Así pues, quienes tengan uñas y dedos curvados serán plenamente desvergonzados e impúdicos, como advirtió Aristóteles.



  ¶   12

Mas en primer lugar parece razonable preguntarse si habría de opinarse lo mismo en el caso de que los dedos fuesen convexos. En verdad parece que no, pues de quienes tienen los dedos convexos y vueltos hacia atrás se dice que son generosos. Por otra parte, esto se atribuye a la flexibilidad de las aticulaciones y tendones. En tercer lugar, es esta una afección propia de las mujeres, y se asocia al género femenino; en cambio, quienes tienen dedos y uñas curvos imitan una afección masculina, que denota la osadía; la osadía, por su parte, es propia del macho. Además, si dijeses que los nervios y los tendondes que mueven los dedos y las uñas hacia adentro, hacia la planta de los pies y la palma de las manos, se contraen y se contrajeron por efecto del calor y de la sequedad, la causa por la que los dedos y las uñas se doblan en sentido inverso parecería ser exactamente la misma, de modo que la convexidad no sería indicio de generosidad.



[Cuestión]

  ¶   13

Creo que es posible responder a esta cuestión de la siguiente manera: si los dedos de pies y manos fuesen largos y convexos, serían índice de unas articulaciones laxas y blandas, luego se asociarían al género femenino; y como lo blando se asocia a la humedad y al agua, se adhieren a las demás cosas y reciben las pasiones ajenas, luego son fáciles de convencer y crédulos, y si por añadidura se diese calor, serían esperanzados, luego también benefactores, motivo por el cual no se les llama avaros. En cuanto al hecho de que los dedos y las uñas no se contraigan hacia arriba por efecto del calor y de la sequedad, la causa, creo, es que tras la contracción del principio, cuanto sigue a este principio se mueve y se contrae más rápidamente hacia aquella parte a la que se inclina naturalmente antes que a la opuesta. Así pues, como el movimiento natural de los tendones se inclina más bien hacia adentro, y resulta que este es el movimiento natural de los dedos y uñas de un animal, pues su oficio es mover y sostener el cuerpo y, en tercer lugar, asir lo que se le presente para sostener el cuerpo más fácilmente, parece evidente que esta concavidad es efecto de la sequedad, cuyo opuesto será la humedad. Por tanto, los de dedos y uñas curvados serán secos en lo que al alma respecta, o bien en cuanto a los principios e instrumentos primeros del alma; y quienes acusasen una afección contraria acusarían también, probablemente, un temperamento contrario; y no es cierto que los músculos y los nervios que abren la mano sean tan robustos como los que la cierran, cosa que salta a la vista en el estudio anatómico.



[Respuesta]

  ¶   14

En segundo lugar, cabe preguntarse si todo animal desvergonzado habrá de tener unos dedos aduncos y unas uñas curvas. Pues bien, son desvergonzadas las aves rapaces que llaman urraca y los cuervos, pues cazan ratones, polluelos y aves pequeñas; no obstante, no tienen uñas curvas. Por tanto, el razonamiento no aplica a la inversa, luego no será esta una pasión propia del cuerpo a la que asociar la desvergonzonería y la impudicia. [*]
Me inclino plenamente a creer que la proposición no aplica a la inversa: y diría yo que, ciertamente, todo hombre con unos dedos de los pies y unas uñas como estos tiene una predisposición natural a la impudicia, pero por el contrario, no todos los impúdicos acusan semejantes dedos ni uñas, pues si un hombre se vuelva impúdico, procaz y petualante, no es menos posible que sea como consecuencia de una mala educación que por instinto natural y potencia interna.



[Cuestión]
[*][Respuesta]

  ¶   15

En tercer lugar, también parece razonable preguntarse si habría de decirse lo mismo de quien tuviese curvados solamente los dedos de los pies, pero no las uñas. [*]
Lo cierto es que no, según me parece, pues los dedos pueden curvarse por una causa externa, sin que vengan a alterarse las uñas, y al contrario. En efecto, si unos zapatos son más pequeños de la cuenta, los dedos se contraen y se doblan, y en ocasiones se curvan.



[Cuestión]
[*][Respuesta]

  ¶   16

También sucede, en las sequías severas, por ejemplo, que se encorven las uñas sin que los dedos se vean afectados. Ahora bien, el procedimiento más conforme a natura parece consistir en que primeramente se curven los dedos, y ya luego se retuerzan las uñas; no en vano, el motivo por el que se secan las uñas es mayor que el que retuerce los dedos, pues los dedos se curvan como efecto de la dilatación y el acortamiento de los tendones, sin que nada les pase a las uñas. Si alguien viniese a tener unos dedos como estos, por regla general los tendrá también muy pequeños y robustos, pues son gruesos y firmes; por tanto, quienes tienen una mano robusta también la tienen contraída y gruesa, y tienen unos dedos pequeños y gruesos, como se echa de ver en los campesinos robustos. A la impudicia y la desvergonzonería suelen seguirlas la ingratitud, la falta de respeto, el enfrentamiento, el desprecio, una propensión a la maldición y la blasfemia, la crueldad, un carácter áspero, una cierta deslealtad y muchas otras cosas por el estilo. En efecto, si alguien es impúdico carece de pudor y honor, y no toma en consideración lo que los demás opinen de él, luego los desprecia a ellos y su juicio.



  ¶   17

Asimismo, el contumelioso no estima en nada a quienes desprecia, luego hace mofa de ellos, actitud propia del irrespetuoso; y es que no hacemos mofa de aquellos a quienes estimamos mucho, sino que los honramos, los admiramos y los veneramos. Por su parte, como no valoran a los demás y se tienen a ellos mismos en gran estima, resulta que se aman mucho, y se creen buenos y merecedores de todo lo bueno. Así, si alguien les hiciese algún favor, no lo atribuyen a la humanidad de este, sino a su propio mérito; por tanto, ni dan las gracias ni piensan en dar muestras de gratitud, algo propio de los hombres agrestes y de los jóvenes, quienes consideran que todo está sometido a ellos; y ello no menos que las mujeres: estas, si son hermosas, o creen serlo, lo esgrimen como dote y piensan que todos los hombres están obligados a servirlas y obedecerlas, y obsequiarlas de todas las maneras posibles. A este tipo de hombres los sigue también la crueldad pues, como los desprecian a todos, no estiman ni aman a nadie. Así, si se ven mínimamente ofendidos por alguien, montan en cólera como perras rabiosas y, si pueden infligir daño, lo hacen con crueldad y sadismo; si algo se lo impide, optan por maldecir; y si tampoco esto lo considerasen del todo seguro, tirarían de blasfemias; y es que así creen demostrar su desprecio, que ellos juzgan magnanimidad, y pretenden ser temidos y respetados en un futuro por quienes los escuchan.



  ¶   18

De los mismos principios nace la aspereza del carácter, pues los irrespetuosos y quienes desprecian a hombre y dioses, como dice el otro, también imitan a Mezencio en los demás aspectos; y como no se preocupan por nadie, y no aman, honran ni estiman a nadie, reciben el nombre de ásperos. Es cosa cierta, pues, que nadie los ama ni admira, pues es imposible amarlos; así pues, se los llama ásperos, y son incapaces de caer en gracia a sus padres, a sus mujeres o a sus familiares y, como refirió Suetonio de Nerón, les desean la muerte su esposa, su madre y su padre.



Cuarto Apotelesma

Cuarto Apotelesma    Qué representen los dedos de los pies juntos.

orig:   (44.4)

Quienes tienen los dedos de los pies pegados son temerosos. Se asocian a las codornices y a las aves de pies estrechos que habitan los lagos. 

  ¶   1

También esta señal se ha tomado de los pies. Ahora bien, mucho me temo que el texto contiene un error, pues más arriba contaba Aristóteles en la figura del temeroso la gracilidad y la longitud de las manos, de modo que algunos decían que la longitud de los dedos era un accidente femenino, un accidente noble y honrado en ellas. En cambio, a las mujeres les conviene el pudor y el temor, luego me inclino a pensar que el presente apotelesma debería decir como sigue: quienes tienen los dedos de los pies largos, delicados y pegados, esto es no articulados, o tan pegados que apenas se distinguen unos de otros, son temerosos en cuanto a los accidentes de su alma.



  ¶   2

Los llamo largos en comparación con los que gozan de una disposición acorde a la naturaleza masculina. Ahora bien, no se ha de creer que las mujeres tengan unos dedos largos sin más, sino que las de pies hermosos tienen también, en proporción a las plantas de los pies, unos dedos más largos que los dedos de los hombres. Así, por ejemplo, si la planta de un hombre mide unos doce, y el dedo viril está en proporción de dos a doce, por el contrario, si la planta de la mujer fuese de unos seis, si dedo será como de uno y medio; así pues, el dedo femenino es más largo que el masculino.



  ¶   3

Es también más delicado, pues es más débil y blando; de hecho, si fuese más potente, también habría de ser más musculoso, luego más grueso y de mayor tamaño; no en vano, en iguales condiciones y dentro de una misma especie, el individuo más grande ostenta una fuerza mayor. Digo que están pegados, no articulados, no bien separados unos de otros, denotando así la debilidad de la fuerza formadora; si la llamo débil es porque no está del todo liberada de su propio frío, y la materia no le cede del todo, dando ocasión a la fealdad. La fealdad es, pues, una disposición preternatural, y depende de que la afección de la causa agente se vea impedida por su contrario, y ello de dos maneras: ya porque está mezclado a la causa agente, ya porque la privación de la materia muestra cierta rebeldía frente al agente, y le opone mayor o menor resistencia de la que convendría; así, la operación natural no es perfecta, sino que te ves en la necesidad de retirar o añadir algo.



  ¶   4

Así pues, quienes tuviesen unos pies dotados de unos dedos como estos son temerosos en lo que a su alma respecta. Llamo temerosos a quienes demuestran un temor excesivo ante las masacres, los peligros y las heridas, o lo hacen cuando no viene a cuento, frente a quienes no deberían o, al fin, de un modo que no procede. Lo que se teme es un mal futuro pero inminente, y esto infunde temor de dos maneras: bien de manera positiva, bien privativa. En efecto, tememos que nos suceda algo malo a nosotros o a nuestros bienes, ya se trate de una privación cierta o aparente. Quien siente temor se enfría; no en vano, al temor lo llaman gélido, y dice Virgilio: y fluye la sangre helada por el horror 4-3. En efecto, el temor no es más que una cierta contracción del calor en el principio; donde hay contracción existe la causa que contrae o empuja: se trata del frío. Así pues, el temor es propio del temperamento muy frío, y por eso mismo los ancianos, las mujeres y los enfermos temen más que sus respectivos contrarios; en cambio, si de cuando en vez los niños sienten miedo ante lo que no debe infundir temor, y luego no temen lo que sí deberían temer, no es por ser fríos, sino por ser húmedos, inexpertos y crédulos.



  ¶   5

Así pues, quienes tienen unos pies con unos dedos como los que hemos dicho reciben el nombre de temerosos; este teorema viene confirmado por Aristóteles, cuando dice que tales individuos se asocian a las codornices y a las aves de pies estrechos; entiendo por ello a las esteganópodas, aquellas cuyos dedos están unidos entre sí, como en los gansos y patos. En efecto, estos hombres los asimila Aristóteles a dos tipos de aves, a saber, a las codornices y a las aves que habitan los pantanos, las cuales no solo tienen dedos largos, sino unidos entre sí por una membrana. Mediante el examen de su naturaleza reconoceremos a las codornices como aves temerosas; estas son muy semejantes a las perdices, aunque de cuerpo más grueso, y plumas de un color tirando a púrpura claro en la zona del cuello. Dicen que se ven muy afectadas por la epilepsia, como otras avecillas llamadas arrendajos; y se cree que esto les sucede porque los conductos para sus alientos son pequeños y estrechos, y sus alientos son un tanto densos.



  ¶   6

Por este motivo, atestigua Lucrecio que estas mismas aves se alimentan de eléboro y subsisten gracias a él: es para nosotros el eléboro un agrio veneno, pero para las cabras es alimento, y también para las codornices 4-4. En efecto, es posible que no perciban mal alguno, pues la fuerza del eléboro no alcanza sus principios vitales, a menos que se encuentren muy alterados, ni es capaz de alcanzarlos, pues las venas y los conductos son bastante delicados, luego aquella se demora mucho en ellos antes de llegar al corazón, y en su larga demora altera su naturaleza. Estas mismas codornices tienen los dedos de los pies largos, y unos pies delicados y unas patas delicadas, todo lo cual identifica a estas aves como frías y pituitosas, luego también temerosas. Ahora bien, a mí, ciertamente, no me parece que las codornices sean del todo temerosas, ni que no haya otras muchas aves y otros animales mucho más temerosos que ellas; no en vano, tienen unos pies potentes y unos dedos bien formados, y por tanto sospecho, y no poco, que Aristóteles no escribió “codornices”.



  ¶   7

En efecto, algunos textos no leen esta palabra, y parece que por codornices, con la característica añadida de los pies estrechos, entendieron fochas, o un género de aves similar, pues las llamadas fochas son de un tamaño prácticamente idéntico a las codornices, y tienen unas plumas muy suaves, son muy temerosas y casi siempre están cantando. A su vez, por regla general, los animales muy habladores son temerosos; no en vano, vemos que las temerosas mujeres son mucho más charlatanas que los hombres. Así pues, yo diría: quienes tienen unos pies como estos son semejantes a las fochas, o a las aves que habitan lagos y pantanos y no dejan de cotorrear, aves de pies estrechos, esto es con dedos unidos por una membrana; un género de animales que veo temeroso, al aquejar carencia de calor en su principio. De hecho, si el calor no escasease y fuese potente, la fuerza formadora, que lo emplea a modo de instrumento principal, sería vívida; si tal fuese el caso, se seguiría que las extremidades del cuerpo también se formarían correctamente, luego estarían bien distinguidas unas de otras, pues es propio del calor disgregar y distinguir; y si las extremidades estuviesen distinguidas, los dedos no estarían unidos por una membrana, luego los pies tampoco serían estrechos, como hemos dicho.



  ¶   8

Como esto contrasta con el presupuesto, es probable que este género de aves sea frío, luego también temeroso; no en vano, como hemos dicho, quienes tienen unos dedos de los pies delicados, largos y unidos, es decir no bien divididos, ni del todo, sino unidos entre sí, serán temerosos; y si han de ser temerosos en lo que al alma respecta, y débiles en cuanto a las fuerzas y disposiciones corporales, probablemente se siga que este tipo de hombres envejezca rápidamente, pues el calor es escaso y no muy duradero; tampoco podrán soportar los sufrimientos, y se verán ofendidos fácilmente por las injurias del aire exterior, pues son débiles; y cuando viniesen a enfermar, se curarían sin problema, pues la causa de su enfermedad será leve. El tamaño del cuerpo tampoco será excesivamente grande, pues la dilatación es algo propio del calor y, ante su ausencia, o bien se produce una constricción, o bien la materia, al menos, no se dilata demasiado; por lo general son de carne y grasa abundantes, pues es esta una pasión debida a la remissión del calor, de modo que cuando rondan la cuarentena, muchos de ellos, y especialmente las mujeres, se vuelven más gordos y carnosos que antes; los huesos de las piernas y de los brazos son raquíticos y débiles, pues también es débil la fuerza corpórea. Tampoco disfrutan mucho con los placeres carnales, a menos que sean melancólicos y ricos en alientos; y como sus pies son estrechos y los dedos de los pies están unidos entre sí, es probable que las manos de estos hombres sean estrechas y largas, y que sus dedos sean muy largos y estén unidos entre sí, que el pecho, a su vez, sea también estrecho y lampiño, y que los cabellos sean suaves, y que se den otros accidentes que Aristóteles presentó como propios del temeroso.



  ¶   9

A su vez, en cuanto al alma respecta, será posible enunciar las cualidades naturales de las hembras de este género de hombres, pues esta disposición corporal es femenina. Sucede que en el cuerpo femenino se da un alma femenina, luego, como se ha dicho en repetidas ocasiones, no encontrarás un alma de león en un cuerpo de oveja ni dirías, como Pitágoras, que un alma de león puede contar con un cuerpo de cordero, como opina Aristóteles en el segundo libro del De anima. En efecto, un cuerpo determinado acusa un acto determinado, y en tanto que es acto de un cuerpo determinado, requiere un cuerpo determinado en el que encontrarse.



[Pasiones del alma]

  ¶   10

Ha de apuntarse, según me parece, que de estos cuatro apotelesmas tomados de la naturaleza y disposición de pies y dedos, dos se asocian a las disposiciones masculinas, y dos a las femeninas. En efecto, el primero y el tercero atañen a los machos, y el segundo y el cuarto a las hembras; así, la osadía y la desvergonzonería son más propias del animal viril o macho, mientras que la temerosidad y la blandura, explicadas en el segundo y en el cuarto, atañen a las hembras. A su vez, parece que todos los accidentes que pueden darse naturalmente en cualquier hombre, y especialmente los que se denominan potencias del alma y disposiciones del cuerpo, son de tal manera que o bien son propias del macho, o bien de la hembra; así, como la especie humana se divide exactamente en dos partes, macho y hembra, y no existe un punto intermedio entre estos dos, salvo caso particular o accidente, pues los andróginos son seres preternaturales, y como no hay individuo humano conforme a natura que no sea macho o hembra, los accidentes que dependan de la razón de la sustancia han de ser de tal manera que unos representen más bien la naturaleza corporal femenina, y otros la naturaleza masculina. Pues bien, nada cabe de manera natural entre el macho y la hembra, como tampoco entre lo par y lo impar, pues las características opuestas con que se dividen los géneros carecen de término medio de por sí; por ejemplo, animado e inanimado, sensible e insensible, racional e irracional.



[Apunte]

  ¶   11

Así pues, del mismo modo que el ser y el no-ser, o la afirmación y la negación no contemplan de por sí un punto medio, también carecen de cualquier término medio la masculinidad y la feminidad, a menos que dijésemos que este punto intermedio se da mediante la negación de uno y otro, como decimos que una piedra no es ciega ni ve. Pero esto no es el tema que nos ocupa, pues estamos tratando de un sujeto susceptible de pasiones que no pueden ser negadas a la vez. Por su parte, así como algunos seres son más perfectos y otros lo son menos, pues lo comunicado no siempre se presenta de igual manera en todos, sino más claramente en unos, y en otros de manera más oscura; y los seres menos perfectos están más próximos al no-ser, y los que no-son en menor grado participan en mayor medida del ser; del mismo modo parece preciso señalar que todo hombre tiene unos miembros del cuerpo y unas pasiones del alma masculinos o femeninos; y ello según el todo o según más o menos partes, tanto del alma como del cuerpo.



  ¶   12

Las afecciones masculinas acusan una naturaleza propia del ser, una naturaleza mejor; las femeninas, en cambio, sostienen la especie del no-ser y de lo peor; pues bien, así como decimos que todos los colores constan de luz y tinieblas, y que difieren entre sí según participen en mayor o menor medida de uno de los extremos, también afirmaremos que todos los individuos humanos se componen de miembros asociados a las partes masculinas y femeninas, y que así se determinan según el macho y la hembra, y que todas las características de los individuos se establecen mediante estos principios y sus consecuentes, de modo que unos individuos se denominan masculinos en su conjunto, y otros femeninos, y dentro de los masculinos, algunos se denominan femeninos según ciertas partes, y masculinos según otras. Asimismo, las partes y afecciones denominadas femeninas o masculinas difieren en grado: así, por ejemplo, la blandura de la carne y una refinada pequeñez de las extremidades, aun siendo las dos accidentes femeninos, más propia de la hembra es la blandura que la pequeñez de las extremidades; e igualmente, aunque una voz grande y grave, y un pecho ancho y robusto son accidentes viriles, la voz grave, no sé muy bien por qué, es una disposición más viril y más propia de los hombres que el pecho ancho, si acaso es posible separar la anchura del pecho y la voz grave, y son más las mujeres de pecho ancho que las de voz grande y grave.



  ¶   13

Ha de apuntarse también que de entre los consecuentes del cuerpo que se encuentran en el alma, unos son más ciertos y otros más inciertos, y más próximos a los principios del cuerpo; así pues, la osadía o propensión a la osadía y a la confianza parecen ser algo muy propio de los hombres, mientras que a las mujeres se les asocia más bien el temor, y confían en los demás y en el auxilio de los demás antes que en sí mismas. Creo que el motivo es el tratado más arriba, la fuerza formadora, con un cierto grado de calor que la naturaleza formadora o el alma emplean a modo de principio para formar el cuerpo.



[Apunte]

  ¶   14

Si esta fuerza se encontrase de por sí en el grado más allá del cual no le sería posible formar a un hombre perfecto y conforme a natura, caso de disponer de una materia obediente, se engendraría un hombre; como en este prevalece el calor, del que es propio dilatar y disgregar, el tamaño será el adecuado, y el hombre más bien grande que pequeño, y su pecho será más ancho que estrecho; y como es propio del calor mover las cosas, moverse con mucha facilidad y situarse por encima de los demás elementos, este individuo será dispuesto, vehemente y osado. Por contra, si el calor se alejase de por sí de ese graado último de perfección, sería más tenue, y generaría un cuerpo femenino, más blando y compacto, en cuanto a su alma, menos osado, temeroso y poco seguro de sí mismo, y con otras cualidades que siguen a estos accidentes, pues nada impide inferir de estos otras cualidades de mismo origen.



  ¶   15

Mas resultaría absurdo que la fuerza formadora acusase exceso, cuando en otro lugar se apuntó que toda fuerza natural se basa en la mediocridad y que, por tanto, se resiente por el exceso y por el defecto. [*]
En verdad, ambas cosas son ciertas, pues si estudiamos la fuerza formadora, toda fuerza natural y moral, veremos que existe según sí misma en el más alto grado, ya que nada se le puede añadir; y ya ha alcanzado su fin último, más allá del cual no puede proceder; y si viniese a añadírsele algo, se corrompería; y por tanto se dice que toda fuerza, tanto moral como natural, existe según sí misma en el más alto grado.



[Cuestión]
[*][Solución]

  ¶   16

Por otra parte, se denomina medianía y razón de disposición cierta porque, si algo se le añade o se le quita, no tendrá lugar una operación loable. Así, se dice que la justicia es de por sí algo muy exacto y sumamente bueno; ahora bien, su operación consiste en la medianía, de modo que no atribuya a nadie ni más ni menos de lo oportuno o de lo que merezca. A la luz de esto, pues, creo que queda suficientemente claro qué demuestran los apotelesmas que Aristóteles ha tomado de los pies, y por qué.



Quinto Apotelesma

Quinto Apotelesma    Tobillos musculados y articulados.

orig:   (45.1)

Quienes tienen la zona de los tobillos nervosa y articulada son valientes en lo que al alma respecta. Se asocian al género masculino. 

  ¶   1

Se denominan tobillos las protuberancias óseas que salen a ambos lados de los pies; se trata de extremidades óseas que sujetan la pierna por debajo, a las cuales se liga el pie y todo lo que rodea al tobillo: carne, tendones, cartílagos y demás cosas allí presentes. En este miembro reside el vigor y la fuerza del pie, tanto la fuerza que sostiene el cuerpo humano como la que lo mueve. Dice, pues: los hombres con la zona de los tobillos y los principios de los pies nervosos y bien articulados gozan de una disposición y una propensión a la valentía, esto es, son osados y están dispuestos a enfrentar todo tipo de peligros y a tolerar toda clase de sufrimientos.



  ¶   2

La propuesta no difiere de la que se aplicó a los anteriores, cuando se dijo que los de pies grandes, articulados y nervosos eran osados; y más arriba, en la figura del valiente, decía que las pantorrillas estaban contraídas, y ahora dice que son nervosas. Esta cualidad de nervosas ha de entenderse aquí aplicada a las partes últimas de los músculos que degeneran en tendones robustos y se insertan en los talones; así, la diferencia entre una pantorrilla viril y valiente y una femenina y débil consistirá en que la pantorrilla viril no sea carnosa, sino muy nervosa en los tobillos, que su carne, a media pantorrila, esté contraída hacia arriba y hacia las rodillas, y que la parte inferior que se une a los tobillos y al talón esté bien articulada, firmemente inserta y bien distinguida, de modo que los tendones aparezcan grandes y sólidos bajo la piel; y que la femenina, en cambio, sea toda ella carnosa, no nervosa, no articulada, antes bien, que parezca una masa de carne blanda y mucho más gruesa que la viril en la zona de los tobillos, sin dejar ver tendones ni huesos, o distinguir apenas los tobillos, o dejándote percibir la zona de los tobillos antes que los propios tobillos. Como causa de esta afección contemplarás la misma que para las anteriores.



  ¶   3

En efecto, si la zona de los tobillos es nervosa y está articulada, las extremidades del cuerpo serán nervosas y estarán articuladas, luego adecuada y perfectamente compuestas. Así pues, también la fuerza formadora es poderosa y potente, de modo que el calor y la sequedad predominan también en la zona del corazón y en los principios del animal; y cuando en los principios de un animal predomina el calor y la sequedad, este es osado y pronto a la acción y al enfrentamiento de peligros, y se asocia al género masculino. Pues bien, quien tenga la zona de los tobillos nervosa y articulada será valiente en lo que al alma respecta, esto es, como hemos dicho, estará listo para el enfrentamiento de peligros y la repulsión de ofensas, pues no es valiente, esto es, no goza de la valentía que es fuerza moral; no en vano, ninguna fuerza moral es innata, sino que todas se adquieren mediante la disciplina, el uso y el ejercicio.



  ¶   4

Tal es el término medio aristotélico: los de tobillos nervosos y articulados se asocian al género masculino, y gozan de un alma masculina y de potencias masculinas; estos individuos, en lo que al alma respecta, son valientes y osados, y están dispuestos a padecimientos y dolores; por tanto, quienes tienen la zona de los tobillos nervosa y articulada son hombres osados, que toleran sufrimientos y dolores, valientes en las empresas. Creo que lo anterior confirma suficientemente las proposiciones asumidas.



  ¶   5

La menor está clara: quienes tienen la zona de los tobillos nervosa y articulada tienen una fuerza formadora potente, luego albergan calor en los principios de la vida y se asocian al fuego; unos individuos como estos son de género y temperamento masculino; por consiguiente, los que tobillos nervosos y articulados se asocian al género masculino. La mayor, a su vez, es mucho más evidente, pues los animales machos son cálidos, secos y se asocian al fuego; y semejantes individuos son osados y emprenden sus tareas con determinación.



  ¶   6

Mas cabe preguntarse si quien tuviese la zona de los tobillos ciertamente articulada, pero no nervosa, o bien nervosa y no articulada, acaso sería valiente en lo que al alma respecta; y en el supuesto de que no fuese valiente, qué sería. A quien carezca de ambas condiciones y no goce de ninguna otra condición que denote osadía nadie habrá de llamarlo valiente, creo yo. Por su parte, caso que sí se dé la nervosidad, pero no la articulación, ello es indicio cierto del predominio de la sequedad, pero no de que el calor se encuentre en su grado, perfección y naturaleza propia; de hecho, si fuese perfectamente potente, se impondría a la materia y formaría miembros articulados. Por consiguiente, este individuo, en cuanto a su cuerpo, es ciertamente robusto, pero en lo que a su espíritu respecta es duro y obstinado, pues acusa prevalencia de la sequedad, luego se asocia a la tierra, el primero de los secos; a su vez, es propio de lo seco observar con dificultad límites ajenos, y además la tierra es opaca, de modo que estos se resisten a recibir los consejos ajenos y tienen un discurso oscuro y tenebroso, cosa que los vuelve fieros, crueles y suspicaces.



[Cuestión]

  ¶   7

Por su parte, los tobillos articulados pero no nervosos denotan una cierta belleza, y en virtud de esas partes son agradables a la vista; por tanto, son indicio de que la fuerza formadora es ciertamente potente, pero también denotan una sequedad escasa y la prevalencia del humor; y si nada viene a impedirlo, el alma albergará una buena índole, una prontitud a la acción y una propensión a la comprensión de artes y ciencias; en efecto, se da un temperamento cálido y húmedo, gracias al cual los hombres se vuelven humanos, civilizados y nobles, de mano pronta, aunque no más de la cuenta, y no más osados de lo conveniente, aunque tampoco temerosos ni viles.



  ¶   8

Mas si los pies viniesen a mostrar una disposición masculina, y los tobillos una femenina, ciertamente semejante animal merecería una denominación monstruosa que no consigo determinar, por ejemplo, temeroso, osado, indolente, inconstante, robusto de cuerpo al inicio de los padecimientos, pero incapaz de soportarlos con fuerza; y así como el cuerpo muestra una disposición antinatural, también es probable que, en lo que al alma respecta, se mezclen en cierto modo afecciones y potencias contrarias, y que el hombre no sea constante consigo mismo, que sea cambiante y profundamente inestable.



  ¶   9

Había un hombre con unos pies muy pequeños, en comparación con el resto del cuerpo, pero luego tenía las pantorrillas contraídas y bien carnosas, y un pecho ancho; además, una cabeza pequeña y la boca y la nariz más pequeñas de lo normal; era, por tanto, temeroso y osado, indolente, inestable; lo mismo imitaba al león que al conejo; era temible con sus inferiores, vil y abyecto con sus superiores; con sus amigos insolente, osado, de mano pronta; con sus enemigos medroso, taciturno, incapaz siquiera de abrir la boca. Era, además, buen amigo del comer y del beber, luego también bastante carnoso, más obsceno de palabra que de obra: era exactamente como debía ser, según su alma, un hombre con un cuerpo semejante.



Sexto Apotelesma

Sexto Apotelesma    Tobillos carnosos, no articulados, delicados.

orig:   (45.2)

Los de tobillos carnosos e inarticulados son blandos en lo que a su alma respecta. Se asocian al género femenino. 

  ¶   1

Este apotelesma no plantea problema alguno, y es equivalente al segundo, donde se decía que los pies agradables a la vista y pequeños denotaban blandura. El sentido de este dice así: los hombres de tobillos y alrededores carnosos, inarticulados e indistintos, que no dejan traslucir ni los tendones ni los extremos de los tobillos, son totalmente blandos en lo que a su alma respecta. Como razón de esta sentencia aduce que unos hombres como estos se asocian al género femenino, esto es, tienen la zona de los tobillos como la suelen tener naturalmente las mujeres dispuestas conforme a natura; en efecto, esta disposición les es propia y peculiar, y por ella reciben cumplidos, si vienen a tener pies pequeños y la zona de los tobillos carnosa, jugosa, blanda, suave, redonda y en cierta medida en forma de tubo. Así pues, la deducción de la razón de Aristóteles procede del siguiente modo: los hombres que tienen la zona de los tobillos carnosa e inarticulada son, en lo que al cuerpo respecta, semejantes a las mujeres; y quienes imitan a las mujeres son blandos en su alma, incapaces de tolerar esfuerzos o de soportar peligros y ofensas, antes bien, son dados a perder el ánimo y a desesperarse; por tanto, quienes tienen unos tobillos inarticulados y carnosos son, en lo que a su alma respecta, blandos e impacientes.



  ¶   2

La menor ya ha sido probada por inducción, y tiene fundamento; en efecto, estas partes, como he dicho, denotan abundancia de humor y materia, defecto de calor y debilidad de la fuerza formadora; a su vez, quienes acusan tales cualidades también cuentan con miembros femeninos y una disposición femenina. La mayor también se explicó más arriba; así pues, si los miembros y el temperamento son femeninos, entonces serán más húmedos y fríos que los viriles, pues el calor femenino es sencillamente más apocado que el masculino, aunque en alguna zona pueda parecer más caliente, lo que hace que los huesos de la cadera sean más anchos en las mujeres que en los hombres. Ahora bien, que toda mujer tiene un calor más apocado que el hombre lo apunta Galeno cuando justifica la opinión de Hipócrates de que no se había dado el caso de una mujer ambidiestra; y decía que si tal cosa no sucede es porque la mujer es naturalmente más fría que el hombre, luego no es posible que una mujer albergue calor suficiente como para que este la vuelva capaz de usar de manera equivalente ambas manos; no en vano, si fuese el caso, ya no sería una mujer, sino un hombre.



Séptimo Apotelesma

Séptimo Apotelesma    Qué demuestren las piernas articuladas, musculadas, robustas. Apotelesma

orig:   (46.1)

Quienes tienen piernas articuladas, nervosas y robustas son valientes en lo que a su alma respecta. Se asocian al género masculino. 

  ¶   1

Tres cosas enuncia Aristóteles a propósito de las piernas: que sean articuladas, esto es lo suficientemente musculosas como para que los músculos se distingan bajo la piel; que sean nervosas, esto es que estén contraídas, como más arriba se ha dicho, y que tengan tendones fuertes; en tercer lugar, que sean tan robustas como para ser capaces de mover y sostener el cuerpo con prontitud y facilidad, durante mucho tiempo y rápidamente.



  ¶   2

La pierna se refiere ahora a todo cuanto se extiende desde la rodilla hasta el principio del pie; esta consta de dos huesos grandes, muchos músculos, venas, nervios y arterias, todo ello recubierto de piel, unido y consumado para la formación de un instrumento que debe mover, transportar y sostener a todo el animal o al hombre. Así pues, del hombre que tiene semejantes piernas dice Aristóteles que es valiente, esto es bastante propenso y dispuesto al ejercicio de obras propias del hombre valiente y osado; y en el texto aduce la causa de su sentencia, y dice que quienes tienen unas piernas como estas se asocian al género masculino. Añade a esta proposición que quienes se asocian al género masculino en virtud de los miembros de su cuerpo también tienen, en su alma, las propensiones que suelen darse en el género masculino; por su parte, estas inclinaciones siguen al fuego y al calor ardiente, inclinaciones como la osadía y la propensión a la valentía y a la magnanimidad; por consiguiente, quien tiene unas piernas con estas cualidades también goza, en su alma, de una propensión a la valentía, a la tolerancia de los esfuerzos y al enfrentamiento de los peligros.



  ¶   3

La primera menor no plantea problema alguno; en efecto, es evidente que estas piernas son masculinas, pues gozan de la disposición contraria a las que poco más arriba asociábamos a las mujeres; a su vez, parece tan propio del hombre el vigor en el cuerpo, la osadía en el alma y el gesto noble en el compuesto, así como un porte recto de cabeza y cuerpo; y es tan propio de la mujer la blandura en el cuerpo, el pudor y el miedo a la ignominia en el alma, así como la belleza y un cierto decoro agraciado; que comúnmente se hace escarnio del macho y de la hembra que, careciendo de las disposiciones propias, se ven afectados por las contrarias. La mayor se ha repetido ya en varias ocasiones; así, según sean los miembros, tal será la fuerza que los emplee y tales serán los alientos, primeros instrumentos del alma.



Octavo Apotelesma

Octavo Apotelesma    Piernas gráciles y musculadas.

orig:   (46.2)

Quienes tienen piernas gráciles y musculadas son lujuriosos. Se asocian a las aves. 

  ¶   1

Tamibén ahora se ocupa de las cualidades de las piernas, y dice: si alguien tuviese unas piernas ciertamente nervosas y robustas, pero no articuladas, es decir no musculosas, sino delicadas, será lujurioso en lo que a su alma respecta. Se dice que tienen piernas gráciles las cabras, las perdices, las queleas, incluso los pajarillos y, de manera general, casi todo el género de las aves, y especialmente las que duermen apoyadas sobre un solo pie y una sola pata. La Antigüedad dio piernas gráciles a los sátiros y a los faunos, tal vez para indicar su enraizada lujuria. Por su parte, quienes acusan estas cualidades, al tener piernas nervosas y, por tanto, también robustas, con razón se asocian al género masculino, ya por ser estos robustos en tales partes, ya por no ser propio de las hembras tener piernas gráciles; así pues, será más propio de los machos. Según me parece, Aristóteles entiende aquí por lujurioso a quien ansía el coito y la eyaculación, sin importarle el sexo ni la edad, el momento ni el lugar; cosa que confirma la propia experiencia, pues quienes están muy pendientes del sexo terminan con piernas gráciles, y quienes tienen unas piernas gráciles no por enfermedad, sino por naturaleza, son muy lascivos y venéreos.



  ¶   2

Por lo demás, pasemos al estudio del razonamiento aristotélico. Dice este: quienes tienen piernas nervosas y gráciles se asocian a las aves, y las imitan en virtud de esta parte; ahora bien, quienes imitan a las aves con sus piernas, por ejemplo con su nervosidad o gracilidad, son lujuriosos, y más propensos de lo conveniente al placer carnal. A su vez, esto no solo ha de entenderse de los hombres, sino también de las mujeres, y especialmente si cualquiera de ellos tuviese las tibias velludas, pues los pelos denotan que junto con el calor también se da materia terrestre y melancólica; esta genera alientos y un cierto humor salado que, produciendo picor y comezón en las partes destinadas a la reproducción, incitan al placer carnal tanto a los hombres como a las mujeres.



  ¶   3

La proposición menor se corrobora con estudiarla, pues apenas existe otro animal que, en comparación con su cuerpo, tenga unas piernas y unas pantorrillas más gráciles y nervosas que el género de las aves, y especialmente que las aves pequeñuelas y sin cola, como las grullas y otras semejantes. La causa de que tengan semejantes piernas, creo, es que debían poder volar, luego casi toda la carne debía destinarse a las alas y, a su vez, convenía hacer los pies más ligeros, aunque robustos, de modo que fueron gráciles, pero nervosos. Así pues, el muslo es rico en carne, y la pierna en todo tipo de tendones; y la misma relación que guarda la carne de la pantorrilla humana con los tendones que rodean al tobillo también la guardan en las aves la carne del muslo y los nervios de las patas. Así pues, resulta evidente que quienes tienen unos muslos como estos se asocian a las aves.



  ¶   4

Cabe ahora analizar la mayor, a saber, que quienes se asocian a las aves, esto es quienes se asemejan a las aves por tener las pantorrillas nervosas y gráciles, son libidinosos. Ciertamente, nadie pone en duda que esta proposición intermedia se debe a la señal, pues pretende que los hombres de piernas gráciles y nervosas sean libidinosos a imagen de las aves, pues estas tienen patas gráciles y nervosas y son casi todas ellas muy lujuriosas, especialmente las pequeñas; por tanto, los animales de patas nervosas y gráciles son libidinosos. Según Aristóteles, el motivo de que las aves tengan patas nervosas y gráciles es que, en caso contrario, el vuelo se vería impedido y el cuerpo no estaría bien calibrado.



  ¶   5

Ahora bien, cabe considerar seriamente si acaso es cierto lo que dijo Aristóteles, que los animales con piernas nervosas y gráciles se asocian a las aves, y que el género de las aves es, como dice, todo él libidinoso. En efecto, es evidente que todas las aves de rostro adunco y garras curvas, tanto nocturnas como diurnas, son poco amigas del coito, y no sienten incitación alguna al placer carnal. Bebiendo de Aristóteles, podemos argumentar que, como la semilla es una especie de excremento, y el excremento, en las aves de rostro y garras aduncas, se dirige en su práctica totalidad a las plumas y a las garras, y estas son, en consecuencia, cálidas, secas y terrestres, resulta que sobra menos alimento, luego también son menos fecundas y sienten menos necesidad de coito, de modo que son mínimamente libidinosas; o también podemos decir, como algunos, que al vivir de la caza, la naturaleza, viendo por las aves que iban a ser cazadas y procurando, en la medida de lo posible, garantizar su conservación, produjo pocas rapaces y muchas presas. Por tanto, no es cierto que quienes imitan a las aves sean libidinosos, pues no todas las aves son libidinosas, como evidencia el ejemplo de las rapaces o el de la tórtola, según se cuenta, pues vive casta y solitariamente si viniese a morir su compañero de vida y de lecho.



[Cuestión]

  ¶   6

Movidos por esta cuestión, algunos concluyeron que por aves debían entender gallos, siendo entonces el sentido como sigue: los de piernas nervosas y gráciles son semejantes a los gallos; por su parte, quienes son semejantes a los gallos comparten sus mismas propensiones en el alma; la más destacada en los gallos es la libido y la propensión al placer carnal; por tanto, los de piernas nervosas y delicadas son libidinosos. Que la voz griega ὄρνιθας, que significa aves, se refiera a los gallos y al género de las gallinas se confirma al amparo de la autoridad de Alejandro de Afrodisia; también Dídimo, en la Geoponica, entiende por huevos de ave los que Columella llama huevos de gallina; lo mismo afirma Ateneo, y menciona a un tal Mirtilo que desconozco, que llamaba a las gallinas por un nombre de ave en griego, y en el autor de los proverbios se lee ὀρνιθὼν γάλα, que da en latín leche de gallinas.



  ¶   7

Así pues, me parece a mí que cuando Aristóteles dice que los de piernas nervosas y gráciles, esto es desprovistas de carne, son libidinosos, pues se asocian a las aves, lo que entendió no fue sino que imitan a los gallos gallináceos. A su vez, la sola experiencia basta para constatar que las patas de los gallos son robustas en su especie, y esto lo viene a confirmar la razón: así pues, las patas de los gallos son duras como huesos y tienen durezas, todo ello índice de sequedad; por su parte, ya se demostró más arriba que lo seco alberga vigor, y de ahí resulta que los individuos más robustos tengan una carne dura, y las hembras, que son débiles, la tengan blanda. Es esta una señal de vigor, pues de estas durezas, de que carecen las gallinas, también echan mano en las peleas.



  ¶   8

En verdad, que los gallos sean lascivos lo afirman Varrón y Columella, y es algo que constata la experiencia diaria; no en vano, vemos que un único gallo satisface a muchas gallinas. Ahora bien, cabe examinar por qué son libidinosos quienes tienen unas piernas como estas. Y es que llamamos libidinosos a quienes apremia continuamente el deseo de diseminar su semilla; en efecto, si los de estas piernas albergan este deseo continuo, diremos que son plenamente libidinosos. Por su parte, este deseo lo albergan quienes cuentan con la causa material y la causa eficiente: llamo material a la abundancia de semen; llamo eficiente al calor ligado a una cierta salazón de los alientos, calor que picotea las partes inferiores. A la luz de esto, afirmo que en quienes tienen piernas sutiles, nervosas y robustas, el alimento no llega en abundancia a las partes inferiores, y especialmente el más húmedo, de modo que se queda por arriba; en cambio, el semen es alimento digerido no aplicado a ninguna parte determinada y, por tanto, los de piernas sutiles son muy ricos en semen, como se echa de ver en los cojos: de hecho, como una de las piernas no se alimenta correctamente a causa de su defecto, se vuelven plenamente lascivos; por consiguiente, puesto que son muy ricos en materia, cuentan con la causa material de la libido continua; además, como la materia se pone firme, da comezón a la fuerza cazadora, y este es el deseo del coito.



[Cuestión: por qué los de piernas sutiles y nervosas son libidinosos]

  ¶   9

Y que la pasión existe en la materia resulta muy evidente en los adolescentes; estos, prendidos por un asombroso ardor carnal, retozan muy ávidamente entre los brazos de alguna mujer y se prometen repetir con ella; no obstante, cuando la materia del semen, que en principio gozaba de firmeza y producía comezón, termina por salir, el deseo desaparece de manera inmediata y, salvo que sobrevenga materia seminal nueva, no repiten el acto y, lo que es más asombroso, aborrecen y evitan a la que antes deseaban. La razón puede ser que, tras marcharse la causa, también se marcha la afección.



  ¶   10

Un jovenzuelo, enardecido por la acción del semen, moría de amor por una muchachilla; tras haber expulsado ese semen, adopta una disposición contraria; dispuesto de modo contrario, adopta afecciones contrarias; y así resulta que se desentiende de aquella mujer por la que antes se sentía atraído. Pues bien, los de piernas gráciles acusan ansias de ayuntamiento, y estas, al ser nervosas, son también robustas, luego cálidas y secas, y se asemejan a la tierra; ahora bien, lo cálido y seco es salado, pues lo salado es una sequedad terrena sometida con vehemencia al calor; por tanto, estos individuos albergan un humor salado que incita las partes inferiores a su vaciado, y el calor abundante, por efecto de la humedad, excita un aliento abundante, humedad que, a su vez, excita y endurece los miembros de la reproducción. Así pues, los de piernas gráciles, robustas y nervosas albergan una propensión al coito, luego son libidinosos, que es lo que se debía demostrar.



  ¶   11

De los mismos principios se deriva que sean charlatanes y canturreen a menudo; no en vano, el calor y el aliento abundante, continuamente informes, son la materia que alberga nuevas imágenes, de modo que a la más mínima causa les sobrevienen a aquellos nuevas imaginaciones; en efecto, allí donde la materia goza de mayor disposición se recibe con menos problemas la forma que determina la materia, como allí donde hay pólvora se prende fuego muy fácilmente y a la mínima causa. Que la charlatanería y el canturreo sean consecuencia de las imaginaciones abundantes y ligeras lo prueban las aves y los jovenzuelos cuando están enamorados, pues no dejan de canturrear.



  ¶   12

Por el mismo motivo son iracundos, cambiantes, belicosos, osados, y son como dicen que se vuelven los gallos por las gallinas y el placer carnal; estos son injuriosos, cantarines, clamorosos, de cuerpo mediano, patas robustas, talones duros, garras un tanto curvadas, rostro robusto y un poco adunco hacia el extremo, cresta corta y rubicunda, cabeza erguida, ojos amarillentos y brillantes, principal indicio de la lascivia. Estas y otras características semejantes acusan, pues, tanto en el alma como en el cuerpo, los de piernas robustas y nervosas, pero delicadas, que es lo que proponía la sentencia; y resulta evidente que este tipo de hombres son libidinosos, y por qué. Ahora bien, aunque Aristóteles los asocie a los gallos, como los gallos representan el género masculino, y es propio del macho demostrar deseo y una cierta lascivia, al igual que es propio de la hembra demostrar pudicia, templanza e inapetencia por el deseo carnal, a estos hombres los asociaremos nosotros al género masculino.



Noveno Apotelesma

Noveno Apotelesma    Piernas agostadas y exhaustas.

orig:   (46.3)

Los de piernas bastante superfluas y poco gastadas son odiosos y desvergonzados. Se asocian a la apariencia noble. 

  ¶   1

Esta es la traducción de este apotelesma que comparten los códices publicados. Yo no creo que sea una lectura correcta en absoluto: de hecho, ¿qué quiere decir tener piernas superfluas y poco gastadas? ¿Acaso tener dos o tres pantorrillas o piernas? O, al fin, ¿cómo puede decirse de unas piernas que están poco gastadas? Así pues, creo que para arrojar luz sobre esta sentencia, y desvelar luego la verdad y la causa de la verdad, ha de procederse del siguiente modo: primeramente expondremos el significado de las palabras; luego se mostrará lo que ha de entenderse.



  ¶   2

No creo que Aristóteles hable aquí de la pierna, sino que tomó la palabra κνήμιν en su sentido propio, que viene a decir tibia, esto es el hueso mayor de la pierna; no en vano, dice Celso que la pierna se compone de esta y del peroné, y creo que entiende por pierna todo el miembro que se extiende desde la rodilla hasta el pie y el tobillo. Pues bien, la tibia denota el hueso exterior, y al interior lo llamamos peroné. El hueso de la tibia no tiene carne por su cara interior, y por la exterior empieza a tener carne; así pues, creo que este individuo del que ahora habla Aristóteles, como aqueja una disposición contraria a natura, no es hermoso ni en alma ni en cuerpo. Por tanto, como las tibias serán superfluas por la parte exterior, situada bajo la perpendicular de las mamas y los extremos de los huesos de la caderas, esto es, que estarán más duras de lo conveniente y llenas de carne abundante, y además un poco gastadas, esto es, que la disposición de esa carne hará que las porciones de carne parezcan contiguas, se muestren como músculos y reflejen en cierto modo la imagen de sus entrañas, que llaman colon, si viniesen a estar rellenas de carne porcina, de manera que parezca que la confección de su cuerpo se debe al ensamblaje de muchas piezas.



  ¶   3

Estos —dice el traductor— son odiosos; pero la palabra griega, según los Characteres de Teofrasto, denota a un hombre bastante avergonzado y sumamente impúdico, características, según dice ahí mismo Teofrasto, de quien osase abordar temas viriles con muy honestas mujeres y sin razón, y hablase con petulancia de asuntos obscenos, y ofendiese lo ajeno mediante risa y afrenta.



  ¶   4

Aristófanes parece haber empleado la misma palabra para presentar como terriblemente impúdico a un mentiroso. A mí, en cambio, me parece que esta palabra, aquí empleada por Aristóteles, denota al hombre afrentoso por impudicia y, siendo tal, es odioso, execrable y abominable. Y que toma βδελυρòν en este sentido lo corrobora la palabra siguiente, que designa propiamente la impudicia, de modo que, como hemos dicho, el sentido del apotelesma en cuestión será el siguiente: del de tibias excepcionalmente carnosas por la cara externa, más de lo conveniente, con algunas tumefacciones semejantes a las cavidades y receptáculos que vemos en el intestino que llaman colon, de este decimos que, por su impudicia excesiva, es abominable y odioso. No obstante, cuando estaba escribiendo esto llegó a mis manos un antiguo códice griego que traía la siguiente sentencia: los de tibias bastante generosas, es decir llenas de carne abundante y redundante, tanto que parece derretida, trémula y un tanto desarticulada, son plenamente abominables por su impudicia. Esta sentencia, según me parece, conviene con la experiencia, y es más clara y más cierta que la anterior.



  ¶   5

Tenemos lo que significa; que sea cierto es algo que mi propia experiencia me permite demostrar, pues he conocido a dos individuos con unas tibias como estas. Uno de ellos, aunque ya bastante grande desde su nacimiento, era tan impúdico que siempre lamentaba ante todos no ser un jovenzuelo imberbe para, al menos, poder encontrar a quien abusase de él sin tener que pagar, y profería terribles obscenidades ante todos sin reparo, especialmente ante los jovencillos vergonzosos. Al otro, a su vez, lo recuerdo tan extremada e insolentemente impúdico que hacía caso omiso de la opinión que mereciese a sus superiores, a sus amigos y enemigos; y aun habiendo entrado en prisión muchas veces y mucho tiempo, y aun teniendo todos una mala opinión de él, esto no le molestaba ni se creía desgraciado por ello, antes bien, despreciando tanto a los hombres como a Dios, hacía burla de todos ellos.



  ¶   6

A su vez, el método aristotélico con que demuestra su posición consiste en asociarlo a la apariencia adecuada. Mas, ¿qué quiere decir esto? Dice el Suesano que Aristóteles razona en este lugar ab oppositis, siendo el sentido el siguiente: como los vergonzosos tienen unas tibias de carnosidad adecuada, los de tibias más carnosas de la cuenta serán desvergonzados. Pero esto es decir lo opuesto para que entendamos lo opuesto; así, por ejemplo, si alguien se pregunta por qué Sócrates no respira, otro respondería: “porque está vivo, es decir, muerto”. Decir “se asocia a la nobleza, esto es, a la indecencia” es exactamente lo mismo; a decir verdad, no me queda claro qué pretende decir Aristóteles.



  ¶   7

Alguien podría pensar que traduce como aspecto adecuado la palabra griega ἐπιπρέπειαν, siendo el sentido como sigue: quienes tienen unas tibias como estas son desvergonzados; este es, pues, el aspecto y la figura que les conviene; pero esto me parece un claro ejemplo de petición de principio, una exposición de lo desconocido mediante algo más desconocido aún. Acaso podremos explicar la palabra aquella suponiéndole el significado de “más allá de la medianía” y “más allá de lo conveniente”, pues la palabra ἐπὶ significa en ocasiones “más allá”, como apunta Hesiquio; y πρέπον significa “decoro” y “conveniente”. Así pues, podríamos decir: quienes tienen unas tibias como estas aquejan una disposición que sobrepasa lo conveniente; los de tibias más carnosas de la cuenta son, por su impudicia, desvergonzados; por tanto, quienes tienen unas tibias como estas son abominables por su impudicia.



  ¶   8

Ahora bien, la mayor, a mi juicio, no alberga verdad alguna aparente, antes bien, me parece más incierta que la conclusión. Solo me queda por decir, pues, que Aristóteles no aporta en verdad la razón de su propuesta, sino que solamente indica a qué género de los hombres se asocian quienes tienen unas tibias como estas, al distinguirse el género de los hombres, en primera instancia, en femenino y masculino. Asimismo, tanto el masculino como el femenino pueden existin bien en conformidad a natura, bien en disconformidad a natura. Decimos que existe conforme a natura el que existe según los requerimientos de la forma y la razón humana y según la conveniencia, esto es, que tiene unas partes hermosas y honradas, y goza de una disposición adecuada y acorde al requerimiento de natura. En el contrario a natura se distinguen dos tipos: bien por debajo, bien por encima de lo conveniente. De quien tiene unas tibias como estas decimos que peca por exceso, es decir, que tiene unas tibias más carnosas de lo conveniente, de modo que también aqueja exceso en su expíritu y es más impúdico de la cuenta, o peca en otra clase de exceso.



  ¶   9

Pues bien, ¿habrás de asociarlo al género femenino o al viril? Ciertamente, no al femenino, pues es muy poco apropiado que las mujeres sean desvergonzadas, ellas, cuya primera y máxima virtud son el pudor, la castidad y la templanza. Entonces, al viril; ahora bien, tampoco conviene que el hombre sea tan vergonzoso ni de un pudor tan obsceno que la sola impudicia haga de él un ser abominable y execrable. Así pues, aun si se asocia al género viril, no se liga al que goza de una disposición conforme a natura, sino contraria a esta; este, a su vez, es doble, y puede encontrarse por debajo de lo conveniente o por encima, no ya por encima del defecto propio de la apariencia masculina, sino enfocado al exceso; esto es, quien tiene unas tibias como las mencionadas, con semejante afección contraria a natura, han de asociarse al género que excede al apropiado. Esta es, según creo, la opinión de Aristóteles, que podremos conservar hasta que encontremos una mejor.



  ¶   10

Por su parte, cabe ahora preguntarse por qué quienes tienen unas tibias como estas también acusan una impudicia abominable. Supongamos pues, en primer lugar, lo que ya dijimos más arriba en la descripción del desvergonzado, que la impudicia es una especie de impasibilidad frente a lo deshonesto y horrendo; en efecto, de aquel que, ante un desprecio inminente, no se conmueve ni se ve afectado en manera alguna decimos que es enormemente impúdico; por tanto, consideramos que esta pasión reside en una sequedad excesiva y cálida, luego en la sangre densa y adusta próxima al corazón y alrededores.



  ¶   11

Sentado este principio, digamos: los de tibias provistas de carne excesiva y mucho más abundante de lo conveniente, carne trémula y mal elaborada, no bien compuesta en músculos, como suele ser el caso en los individuos valientes, exceden lo conveniente según la humedad y el calor de sus partes inferiores; y como las partes inferiores y las superiores son zonas opuestas, y lo que reside en zonas opuestas es naturalmente opuesto, y como es probable que las cosas opuestas acusen también cualidades opuestas, es posible considerar que quienes tienen unas partes inferiores excesivamente húmedas, no bien elaboradas por un calor moderado, también cuentan con unas partes superiores e internas donde la sequedad, elaborada con exactitud y consumada por un calor abundante, resulta excesiva.



  ¶   12

Así pues, podemos creer que el de partes inferiores excesivamente húmedas y no del todo bien elaboradas por un calor insuficiente también tendrá unas partes superiores y unas partes internas próximas al corazón con exceso de una sequedad tratada y terminada con exactitud por un calor abundante. Por su parte, quienes tienen junto a su corazón una sangre seca, cálida y tostada también han de albergar necesariamente unos alientos semejantes; a su vez, de quienes gozaban de tal disposición dijimos con convencimiento más arriba, en la descripción del desvergonzado, que eran sorprendentemente impertinentes; por tanto, de quienes tengan unas tibias como estas diremos, con razón, que son más impertinentes que los perros, pues el calor los vuelve osados, y también la sequedad que se da junto al corazón, y no atienden a las voces del pueblo ni dejan que les afecten, seguros de lo que los hombres piensan de ellos. Pues bien, a la luz de esto queda claro cuál es el sentido de este apotelesma, y por qué puede ser así, y cómo.



Décimo Apotelesma

Décimo Apotelesma    Rodillas gruesas y flexibles.

orig:   (47.)

Los de rodillas flexibles, invertidos. Se asocian a la noble apariencia. 

  ¶   1

Así lee el texto latino. El antiguo, en cambio, trae: los gruesos de rodillas. Otro, impreso en Basilea, lee: los de rodillas planas son invertidos. Yo no puedo probar en absoluto ninguno de ellos. La palabra griega cuya traducción está en liza es γονύκροτοι; esta palabra se traduce en el Thesaurus como lo hacen Bleso y Balbo; para Hesiquio significa paralítico, es decir, de miembros desligados; mas si atendemos al modo en que la palabra aquí empleada por Aristóteles se compone de γόνυ, que significa rodilla, y κρότον, que significa pulso, especialmente el de las manos, como al extenderse emiten un cierto estrépito, resulta evidente que el apotelesma aristotélico conviene con el dicho popular; en efecto, se dice popularmente que aquellos cuyas rodillas emiten un chasquido al caminar son blandos; opinión que, además de Porta, que bebe de Aristóteles, también reconocen Polemón y Adamantio. Así pues, aquellos a quienes les suenan las rodillas al caminar son blandos. Mas no digo sencillamente invertidos, entendiendo por ello que disfruten del vicio de Sodoma; solamente digo que se asocian a la blandura y a la naturaleza femenina, y que esta misma afección corporal se liga a τὴν ἐπιπρέπειαν, esto es al exceso en lo conveniente o a lo que excede la disposición conveniente y natural, pues no en apropiado que las rodillas chasqueen al caminar.



  ¶   2

Mas cabe preguntarse cómo denota ahora el exceso la palabra empleada por Aristóteles, no siendo esta señal índice de virilidad alguna, sino que semejantes individuos se asocian al género femenino. Yo creo que la pasión anterior se asocia al género masculino, mientras que esta se asocia al femenino; y así como la pasión corporal anterior denota un cierto exceso en el género masculino, pues el hombre ha de tener ciertamente tibias carnosas, pero una carnosidad superficial y mucho más pronunciada de lo conveniente es indicio de un cierto exceso, exceso del alma que denota que un hombre como este es más impertinente y desvergonzado de la cuenta; del mismo modo, la pasión que ahora nos ocupa, que hemos localizado en las rodillas, que chasquean al caminar, denota un cierto exceso en el género femenino, exceso este que consiste en que el individuo con estas rodillas chasqueantes no solo se asocie al género femenino, sino que además exceda lo que conviene a la mujer, y sea más blando y enervado que cualquier mujer delicada.



[Cuestión]

  ¶   3

Creo que esta es la opinión de Aristóteles; ahora bien, que sea cierta es algo que puede corroborar la experiencia diaria. En efecto, de tener los adolescentes blandos unas rodillas carnosas, vueltas hacia adentro, que casi vengan a chocar entre sí al caminar y produzcan el mencionado chasquido, tendrán unas costumbres más femeninas de la cuenta; y unas mujeres como estas, más lascivas que las demás, de un comportamiento más propio de meretrices y más blandas acusan este hábito del cuerpo. Así pues, téngase por marcados de gran destemplanza y hábito femenino quienes muevan las rodillas de este modo.



  ¶   4

Cabe ahora considerar por qué sucede esto. En verdad, aquel a quien le chasquean las rodillas al caminar tiene unas articulaciones laxas y unos ligamentos blandos y enervados; semejante individuo posee un hábito en el que predomina, en todo él, una humedad con un calor moderado; este individuo es, junto al corazón y alrededores, pituitoso con subdominio de la sangre; alguien así alberga alientos que se asocian a la naturaleza del vapor de agua dulce y clara; a su vez, este tipo de alientos elevados son húmedos, y se adaptan sin problema alguno a las formas e impresiones ajenas; quienes albergan unos alientos como estos son muy fáciles de persuadir, y no oponen resitencia a los móviles externos; por tanto, son blandos y delicados; así pues, quien tiene unas piernas que chasquean al caminar aqueja también una blandura extrema, tanto de alma como de cuerpo.



[Causa de esta pasión]

  ¶   5

Apunto que los apotelesmas comentados hasta el momento se van refiriendo alternativamente al género femenino y al masculino; por su parte, como esta masculinidad y esta feminidad son, en cierto modo, formas naturales y, por tanto, lo mismo gozan de medianía que pueden acusar exceso y defecto, existen tres grados masculinos y tres femeninos: dos que responden adecuandamente a la medianía, dos que aquejan exceso y dos defecto, grados cuya adecuación o inadecuación a lo oportuno es juzgada por los sentidos.



  ¶   6

Mas si aquel a quien le chasquean las rodillas alberga blandura, ¿dejará de ser blando aquel a quien no le chasqueen? O, si fuese blando, ¿ya por eso le chasquearán? En primer lugar se responderá que la eliminación del antecedente no siempre implica la eliminación del consecuente. Además, se trata aquí de materia natural, y las cosas naturales no conocen la necesidad sin más, sino solamente por regla general. Por tanto, no ha de albergar blandura necesariamente aquel a quien le chasqueen las rodillas, sino por regla general; y tampoco esta cualidad ha de denotar un hábito, sino solamente una propensión y disposición que llaman potencia. Así pues, es posible que no sea blando aquel a quien le chasqueen, pues este tipo de potencia o cualidad puede corregirse mediante la razón o un hábito opuesto; y aquel a quien no le chasqueasen sería blando si el hábito así lo hubiese vuelto; y si chasqueasen, sería corregido por el hábito opuesto. Conocemos, pues, qué podemos enunciar con probabilidad de este apotelesma.



  ¶   7

Pero cabe preguntarse nuevamente, más aún, de dónde viene que, para demostrar los apotelesmas primero y segundo, no hayamos usado los principios que empleamos ahora. Lo cierto es que para demostrar la pasión de la impertinencia abominable tomamos el principio de que los lugares contrarios albergan cuerpos contrarios y que, a su vez, los cuerpos contrarios cuentan con cualidades contrarias, luego también con virtudes contrarias y, acto seguido, con efectos contrarios. Así pues, si existe un exceso de humedad en los extremos, se da un defecto equivalente en el centro; así, los de pies sudorosos y malolientes serán, por regla general, obstinados, testarudos e impertinentes; por tanto, si esto es cierto, ¿por qué los de pies grandes, nervosos, articulados, bien formados y, por consiguiente, robustos y secos no van a tener sus partes internas dispuestas de modo opuesto, de modo que sean blandos en su alma, y húmedos y débiles en su cuerpo? No en vano, los lugares contrarios albergan cuerpos a los que siguen cualidades y virtudes contrarias, y esto no suscita duda alguna, pues esto de echa de ver muy claramente en el mundo: el fuego y la tierra se oponen, pues uno es muy ligero y difuso, y la otra muy pesada y densa, y ocupan lugares opuestos; por tanto, los opuestos ocupan también lugares opuestos. Por otra parte, para demostrar el décimio apotelesma nos hemos servido del principio que dice que todos los productos atestiguan la naturaleza de sus principios, de modo que si los ligamentos son laxos y los nervios blandos, también los huesos y el cerebro serán, con razón, muy blandos y, por consiguiente, toda la sustancia será muy blanda, y especialmente el principio motor, luego también el alma conocerá la blandura. Entonces, ¿por qué en el noveno apotelesma no decimos, del mismo modo, que el individuo es blando en su alma? ¿O por qué tampoco ahora decimos que es osado y desvergonzado aquel a quien le chasquean las rodillas?



[Cuestión]

  ¶   8

Ciertamente parece que se ha de responder que la razón de los seres es muy diversa, según gocen de una disposición acorde o contraria a natura. En efecto, si los hombres, los animales y demás gozasen de una forma acorde a natura, dado que gozarían de un exterior bien dispuesto y perfecto, demostrarían que sus entrañas también están bien elaboradas; no en vano, si la fuerza y potencia de la fuerza formadora brillan en el exterior, tanto más supondremos que lo hacen junto a su origen pues, como se suele decir, si efectivamente se encuentra lo que debería darse en menor medida, también se dará lo que debiese hacerlo en mayor medida; así pues, al ver un exterior robusto, articulado y bien formado, con razón se supondrá que también las entrañas estarán más y mejor dispuestas, ya que esta naturaleza consiste en una fuerza agente que se mueve de dentro afuera; en cambio, resulta que cuanto goza de una disposición contraria a natura también está mal formado, luego tampoco de goza de una buena combinación ni elaboración.



  ¶   9

Pues bien, como el cuerpo del animal consta de cuatro elementos y de las cualidades que se encuentran en ellos, si gozase de una buena combinación y de una formación adecuada, las partes responderían a las partes, y todo guardaría entre sí consenso y armonía; en cambio, si todo ello fuese contrario a natura, de modo que la combinación no se hubiese realizado correctamente, es preciso que, si un elemento o una cualidad elemental resultase excesiva en una parte, se diese un defecto en la parte contraria; así, como se echa de ver en los enanos, si los pies son pequeños, la cabeza será enorme en proporción; y en algunas mujeres las extremidades están desprovistas de carne, y el tronco es carnoso; si tienen vientre, carecen de nalgas, y en ocasiones son carnosas las partes traseras y las anteriores estás desprovistas de carne.



  ¶   10

Así, como se ha dicho, puesto que el cuerpo de un animal se compone de sequedad y humedad, y que de acuerdo a la naturaleza goza de una disposición moderada, el que se ve afectado de modo contrario a natura no puede existir en la medianía, luego ha de hacerlo en el exceso o en el defecto; por tanto, cuando se da una humedad exagerada en pies y manos, es probable que las partes opuestas aquejen una sequedad igualmente exagerada. Por consiguiente, cuando los hombres de que habló Aristóteles acusan una superabundancia y un exceso de carne mal formada y un exceso de una humedad no bien superada ni tratada por el calor en sus partes inferiores y externas, es probable que en las partes superiores e internas se dé lo contrario, a saber, una sequedad informe, mal tratada y templada por el calor, sin razón alguna, disposición a la que, decimos, siguen la obstinación, la soberbia, la impudicia, la petulancia, la irrisión, el desprecio de los demás. Pes bien, me inclino a creer que este razonamiento vale para descartar esta primera cuestión.



  ¶   11

En lo que a la última respecta, diría yo, insistiendo en la respuesta anterior, que aquel a quien le chasquean las rodillas está dispuesto conforme a una naturaleza femenina y que, por tanto, sus entrañas son semejantes a su apariencia externa, y con ella se corresponden, luego es blando tanto en cuerpo como en alma. Pues bien, así como el anterior se asociaba al género masculino, este del que ahora hablamos se asocia al género femenino.



  ¶   12

Además, aquel a quien le chasquean las rodillas puede tener o no tener los demás miembros del cuerpo laxos y en sintonía con ellas; si se muestran en sintonía, es blando; si no, lo es menos. No se le llama blando porque le chasqueen las rodillas; antes bien, si las piernas fuesen carnosas y abundantes, y las demás partes les fuesen proporcionadas y gozasen de una disposición conforme a natura, no se seguiría que fuese impúdico, pues varias señales naturales tienen más peso y más verdad que uno o dos contrarios a natura; en cambio, parece que el vicio de la impudicia es la señal y la nota principal de quien, al tener unas piernas enormes, carece de carne en los demás miembros de su cuerpo, de modo que ese hombre, todo él, parece aquejar una disposición contraria a natura.



Apotelesma xi

Apotelesma xi    Caderas enjutas y musculadas.

orig:   (48.1)

Los de muslos óseos y nervosos son valientes. Se asocian al género masculino. 

  ¶   1

A las piernas van unidos los muslos, que ahora menciona. Se trata de unos miembros que se extienden desde el hueco del hueso ilio, donde comienzan, hasta las rodillas; constan de un único hueso, el más grande, recubierto de una carne abundante que forma diez músculos que mueven el fémur. Así pues, la sentencia de Aristóteles dice como sigue: quienes tienen grandes los huesos de los muslos, y nervosos la carne y los músculos de los fémures, son robustos de cuerpo y valientes y osados de espíritu. Huesos grandes, esto es gruesos y robustos; así, Virgilio, cuando presentaba el vigor de Entelo, le atribuía huesos y músculos grandes: en efecto, los huesos largos y delicados son débiles; los cortos, a su vez, también son contrarios a natura; los proporcionados y gruesos denotan el predominio de la tierra y la robustez del origen de los huesos. A su vez, todo lo contrario a natura merece reprensión, ya sea por exceso o por defecto, pues se aleja de la medianía.



  ¶   2

Por lo demás, dice que son nervosos los muslos de carne fibrosa y robusta; por su parte, la carne es fibrosa cuando el músculo es potente y, por tanto, la carne es sólida, carne que más arriba, en la descripción del valiente, llamaba contraída, esto es consistente en sí misma, no distendida, no laxa, sino flácida, o con facilidad para moverse en todas direcciones. A su vez, si las fibras de los muslos son robustas, es también robusto aquello que les da origen, y está dispuesto conforme a una naturaleza masculina, de cuya naturaleza es propio ser osado y valiente. Así pues, el razonamiento de Aristóteles será como sigue: los de muslos nervosos y dotados de músculos grandes y robustos tienen esos miembros dispuestos conforme a una naturaleza masculina; quienes tienen unos miembros dispuestos conforme a una naturaleza masculina tienen un cuerpo masculino; a un cuerpo masculino también le corresponde un espíritu masculino, mas el espíritu masculino es valiente y osado, luego los de muslos óseos y nervosos serán valientes en su alma.



  ¶   3

Ya se ha dicho en otro lugar el motivo de que todo macho, dentro de su especie, sea más robusto de cuerpo y más osado de alma, en comparación con los demás individuos de su especie que no pertenezcan al sexo masculino, y es que el macho es más cálido que la hembra, y alberga una mayor porción de fuego que la hembra. Ahora bien, es propio del calor atraer la materia hacia sí y, una vez la tiene cerca, dilatarla y, ya dilatada, darle forma y secarla, pues seco es lo que cuenta con límites propios. De aquí se sigue que el macho sea, por regla general, más grande que el cuerpo femenino y, también por regla general, tener una materia más sólida, luego una carne y unos huesos más duros; y por este motivo es también más robusto el cuerpo del macho que el de la hembra.



  ¶   4

Por su parte, así como casi siempre, salvo por accidente, un animal macho es más robusto que uno hembra, no siempre es más grande de cuerpo; de hecho, resulta que en alguna especie los machos son más pequeños que las hembras, como se escribe de algunas aves y peces; no obstante, los machos siempre son más osados y robustos. El motivo de este efecto, creo, es que una misma porción de materia ocupa menos espacio cuando está seca que cuando está mojada; al estar seca también retiene mejor el calor concebido, de modo que el macho, aun siendo más pequeño, es más robusto y más osado que la hembra. De hecho, ya se demostró que el vigor consiste en la sequedad; así, cuanto más seco, más robusto, y cuanto más cálido, más osado: así pues, el fuego es activo al más alto grado, y penetra, abre, disuelve, contiene y también supera, y se conduce rápidamente; con todo ello parece corresponderse la osadía del alma, luego cuanto más cálido es el macho que la hembra, tanto más osado se dice que es. Además, las primeras señales de la osadía y del vigor parecen ser las que se observan en los muslos, las piernas y los pies, instrumentos del movimiento natural; por su parte, es en el cuerpo donde se observan principalmente el vigor, la osadía y la velocidad, pues mover el cuerpo rápidamente y sostener grandes pesos es algo propio del robusto, y recibe el nombre de osado el animal que no duda en enfrentarse a esfuerzos y peligros.



Apotelesma xii

Apotelesma xii    Caderas carnosas y blandas.

orig:   (48.2)

Los de muslos óseos y carnosos son blandos. Se asocian a la hembra. 

  ¶   1

El Suesano entiende por “coxa” la unión de las vértebras con el nervio que las sostiene, así como el propio hueso, y trata de confirmar esa idea recurriendo a Plinio el Joven y a Suetonio. Según él, dice Plinio que quien camina por un suelo blando y mojado cae al resbalarle un pie, y se rompe una “coxa” que, indebidamente colocada, suelda mal en la edad avanzada. Suetonio —dice— afirma en su Augustus que este no gozaba de muy buena salud en su “coxendix”, en su fémur ni en su pierna izquierdos. En cambio, guiándonos por el Thesaurus de términos griegos, por la palabra que aquí emplea Aristótles entenderemos, principalmente, todo el miembro compuesto de carne y hueso que termina en las rodillas y comienza y se inserta por arriba en el hueso de los costados, por donde se encuentran las grandes cavidades donde se encaja el fémur. Así pues, me cuesta imaginar qué quiere decir el Suesano con sus vértebras, y no termino de entender qué tienen que ver las vértebras con el muslo, el fémur y la pantorrilla; y tampoco Plinio o Suetonio apoyan su causa, como resulta evidente. Celso, a su vez, atestigua que es este miembro el que se ha de entender por “coxa”, pues dice que las “coxae” tienen cerca las rodillas.



  ¶   2

Pues bien, lo que dice Aristóteles es: los de muslos óseos y carnosos son blandos, y es que se asocian al género femenino. Mas Porta, con quien yo comulgo en este aspecto, considera que el texto trae un error y que, ciertamente, no puede leerse como está, pues ser óseo y carnoso supone una contradicción. En efecto, si llamamos óseos a los muslos que tienen mucho hueso y carnosos a los que tienen mucha carne, y aquellos son duros y estos blandos, si lo blando y lo duro se oponen, lo óseo y lo carnoso no pueden ir de la mano. Además, si lo óseo y nervoso se asocian al macho, y lo que aquí se presenta se asocia a la hembra, dado que el macho y la hembra se oponen en virtud de la nervosidad y la carnosidad, lo óseo ha de oponerse a la palabra que, en este lugar, se une a carnoso; por tanto, en lugar del término “óseos” leería yo “no óseos”, pues “óseo” y “no óseo” parecen oponerse como lo hacen “nervoso” y “carnoso”, luego los muslos óseos se opondrán a los no óseos.



  ¶   3

Así pues, al de muslos no óseos y llenos de carne abundante y blanda lo llamaremos blando y afeminado, pues se asocia al género femenino. En efecto, es propio de las mujeres tener las pantorrillas, los muslos y los fémures muy carnosos y mucho más colmados que los hombres, que tienen unas partes superiores más cálidas y más grandes que las mujeres. Por tanto, el razonamiento de Aristóteles puede seguirse del siguiente modo: los de muslos como estos se asocian a las hembras; mas quienes se asocian a las hembras son blandos y temerosos; luego los de fémures carnosos y no óseos son blandos y temerosos.



  ¶   4

No cabe duda de que la menor sea cierta, pues resulta evidente a los sentidos que así son los fémures y los muslos de las mujeres, a saber, ricos en carne y sin el más mínimo rastro del hueso. Apunto, no obstante, que se está hablando de mujeres con una disposición acorde a la naturaleza humana y de mediana edad, jovenzuelas sanas y en edad de merecer. Más arriba aduje la razón, y es que las partes superiores de las mujeres son más frías que las de los hombres. Ahora bien, siguiendo a Hipólito podría decir que la causa de que los miembros de las mujeres situados bajo el ombligo sean más gruesos, más carnosos y blandos que los de los hombres es, principalmente, que en las mujeres esta parte alberga un calor más intenso y una mayor concentración de humores de lo que se echa de ver en los hombres. En efecto, como en estas debe tener lugar la gestación, que precisa de calor y humor, resultó necesario que las mujeres contasen con calor y humor en abundancia, ciertamente no en todo el cuerpo, sino en ese preciso lugar donde se produce la gestación; a esto se debe que la matriz o útero sea más cálida y húmeda que las demás partes del cuerpo, como también indica la sangre menstrual. A su vez, donde abundan el humor y el calor también se produce carne abundante, y por este motivo tienen las mujeres unas partes inferiores mucho más ricas en carne que los hombres de su misma edad e igual temperamento.



  ¶   5

Para proceder partiendo del final, si es en las mujeres, y especialmente en su útero, donde se ha de desarrollar la gestación del feto, es preciso que esta zona albergue el calor y el humor que lo hagan posible. En el cuerpo de un animal, allí donde imperan el calor y el humor se produce también una dilatación de los huesos y carne abundante; de ello resulta que los huesos de las caderas sean más anchos en las mujeres que en los hombres, y que las nalgas y los muslos sean más carnosos y blandos, a causa del exceso de humor, que ni el calor puede superar, aun siendo más intenso en esta parte que en otras. Pues bien, a la luz de lo dicho resulta evidente que la menor es cierta, y por qué.



  ¶   6

La mayor decía: quienes se asocian a las hembras en virtud de su cuerpo son blandos en su espíritu, esto es, tienen una propensión a la blandura y a la temerosidad, como más arriba quedó suficientemente demostrado. Esta, a su vez, está ligada al principio de que el alma y el cuerpo son correlativos entre sí, como la materia y la forma, y que una forma determinada se agencia una materia determinada, y que una materia requiere una forma determinada, y que ante un cambio en la materia ha de alterarse también la forma, y que si esta varía es probable que cambie la materia. Esto parece evidente, pues si el hábito del cuerpo se ve alterado por enfermedades, por la edad o por el ejercicio, advertimos igualmente que cambian las propensiones, los deseos y muchas inclinaciones del alma, al punto de que, en ocasiones, parecen otros distintos. Al margen de esto, por su parte, quienes tienen unos muslos como estos parecen, probablemente, afeminados, lascivos, invertidos, crueles, insidiosos, malvados, maledicentes, embusteros, temerosos, dados al juego y a las diversiones, pero fáciles de ofender; móviles, pese a todo, y ligeros, pusilánimes en la adversidad, insoportables en la prosperidad; en presencia de más gente, afrentosos, pero mansos y tranquilos cuando están solos, y supersticiosos, mientras que con otros son muy faltos de religión e imprudentes, reacios a que los corrijan y fervientes enemigos de quienes lo hacen; tantas otras cosas decimos que siguen al hábito de un cuerpo de calor y humedad moderados.



  ¶   7

Ha de advertirse, no obstante, que no por tener alguien unos muslos como estos ya se pueden enunciar sobre él todos estos accidentes, pues son muchas las causas que podrían impedirlos, más allá del libre albedrío y la educación. De hecho, nada impide que las nalgas, los muslos y las piernas femeninas lleven aparejado de cuando en vez un pecho masculino y ciertamente leonino, como se lee de Selim I, el primer emperador de Turquía, y de (Marco Salvio) Otón I, sucesor de Galba en el imperio. Ahora bien, esto es contrario a natura y, cuando sucede, las partes superiores no responden a las inferiores más que si a un cuerpo humano se le añadiese una cabeza de caballo, salvo por el hecho de que, en tal caso, se escaparía a la especie y se produciría una mezcla de especies. Ahora, aunque la forma masculina y femenina no se observa con nitidez, sino que se confunde, no se escapa a la especie, pues el macho y la hembra son distinciones de la materia, como más arriba se dijo, no de la especie ni de la forma. Por lo demás, no será difícil demostrar los accidentes que hemos enumerado.



  ¶   8

En efecto, quienes tienen unos muslos como estos, con las demás partes del cuerpo afines a ellos, de manera que todas ellas se asocien a la hembra, primeramente, y con razón, recibirán el nombre de afeminados, por imitar a la mujer en su apariencia, su andar y su voz. Son también lascivos, aunque no produzcan mucho semen, y es que el alimento, al convertirse en carne y grasa para los muslos, no basta para que ansíen el coito con vehemencia; los llamo lascivos porque con sus palabras, sus costumbres, sus movimientos y al fin con todo su cuerpo, demuestran una cierta lascivia y blandura; y lo mismo que se lee de Adonis y Atis en las fábulas ha de opinarse de estos, como se dice de Heliogábalo y de un cierto Ptolomeo, rey de los egipcios; y puesto que son lascivos y afeminados, también son propensos a toda clase de placer carnal pues, como dice Aristóteles, el semen se dirige al mismo lugar al que se inclina el excremento húmedo: así pues, como es mucha la humedad que se concentra en sus partes inferiores, también hacia allí se dirige su semen; y si las vías por las que fluye se ven impedidas, la materia se hincha y se endurece, y se produce prurito, y resulta que este tipo de hombres desarrollan una inclinación a la libido femenina.



  ¶   9

Y como se asocian a las hembras, son temerosos y, por tanto, crédulos y fáciles de convencer, luego también ligeros; y por la misma causa son también inestables, pues tienen una cabeza pequeña, luego tampoco son muy sensatos, esto es, no son prudentes; y como son temerosos, son también insidiosos, luego también malvados, a lo cual sigue la maledicencia, y es que son pusilánimes, algo propio de los maledicentes; y como son temerosos, malvados y pusilánimes, resulta también que son crueles pues, temiendo padecer algún mal, se lanzan fácilmente y sin demora a eliminar la causa de su temor, luego se vuelven crueles; esto se echa de ver en Nerón, Vitelio y en el propio Tiberio quienes, aun siendo muy temerosos, también fueron muy crueles, todo lo contrario a lo que se puede apreciar en Trajano, Augusto y Antonino.



  ¶   10

Y al ser blandos y lascivos, son propensos a los juegos y diversiones, y si alguien viniese a jugar con ellos, no tardarían en montar en cólera pues, por el simple hecho de ser temerosos, temen verse despreciados y humillados; el desprecio, cuando se da, despierta la ira y, por tanto, cuando están en grupo y confían en las fuerzas de sus aliados, son afrentosos y arrogantes, y actúan como perros viles, osados junto a sus amos, en casa o en su patio, pero temerosos fuera; el fin último, creo, es esconder su temor natural y convencerse a sí mismos de que no son temerosos, o acaso lo hacen para amedrentar a los demás, para evitar que los ofendan, pues los temen a todos; así pues, para disuadir a los hombres de ofenderlos, y para mostrarse osados y valientes, son muy dados a la afrenta y a la crueldad, vicio del que también en nuestros días es sabido que han pecado casi cantas mujeres que han reinado, con la posible excepción de Zenobia.



  ¶   11

Por el mismo motivo, que temen por su integridad, cuando están solos no dañan a naide, y fingen modestia y justicia, de donde resulta que, en situaciones de peligro, se muestren viles y supersticiosos y, en situación de fortuna, si creyesen que nadie puede perjudicarlos, se vuelven intolerables e insolentes; y al mismo motivo se debe que sean embusteros e infieles, pues hemos dicho que son móviles y ligeros, y crédulos también. Pero lo peor de todo es que son incorregibles; en efecto, como se tienen en innegable estima y se consideran buenos, no soportan que los corrigan; de hecho, se indignan y, temerosos y conscientes de su debilidad, siempre temen ser despreciados; así, cuando reciben un consejo, sospechan que se trata de una muestra de desprecio, algo muy común entre las mujeres, especialmente entre las que confían en su belleza y, por tanto, desean ser amadas, luego se sienten terriblemente ofendidas cuando, por el contrario, algo les sucede que puede echar por tierra su opinión.



Apotelesma xiii

Apotelesma xiii    Nalgas sólidas, enjutas.

orig:   (49.1)

Los de nalgas agudas y oseas son valientes. 

  ¶   1

Siguiendo el orden adoptado, pasa ahora a tratar de las nalgas, las partes que se encuentran sobre las caderas y a los fémures. Todos tenemos claro cuáles son las partes llamadas nalgas. En cuanto al hombre, parece que se le dieron porque, si hubiese de practicar algún oficio, tendría necesidad de estar quieto, cosa que, por su porte erguido, no podía conseguir fácilmente a menos que se sentase; en efecto, no habría podido estar siempre de pie, pero tampoco tendido sobre el suelo. A su vez, así como decimos que los cuernos y los dientes superiores de los animales se componen de una misma materia, pues vemos que todos los animales astados carecen de dientes superiores, y que esto prácticamente también aplica a la inversa, si exceptuamos al camello, en el que la materia de los dientes degeneró en una especie de dureza del paladar, luego aun careciendo de cuernos, tampoco tiene dientes; del mismo modo parece que es una misma materia la que produce la cola y las nalgas, pues a quienes tienen nalgas no les sale cola, y los que tienen cola carecen por completo de nalgas, como se echa de ver en el caballo, el burro, el buey, el perro y tantos otros; también el mono, pues como tiene unas nalgas primitivas y un lugar en el que, de algún modo, estas debían asentarse, carece de cola.



  ¶   2

Así pues, dice Aristóteles: quienes tienen nalgas agudas y óseas son valientes. Más arriba, en la descripción del valiente, le atribuyó unas nalgas ni suaves ni rugosas; ahora las llama agudas y óseas. ¿Qué entenderá, pues, por agudo? Y es que las nalgas no son agudas como lo son las flechas o las espinas; y tampoco dirías que son agudas como decimos que son los sonidos y a los sabores. Así pues, del mismo modo que decimos que algunos huevos son redondos y otros alargados y agudos, también así se muestran redondas algunas nalgas que, tomadas en conjunto las dos, forman como una media esfera dividida en dos cuartos, y estas son propias de las hembras; otras, en cambio, imitan una porción de un cono rectangular, o una sección de parábola, y estas son propias de los hombres.



  ¶   3

A su vez, llamo óseas bien a las que están cubiertas por poca carne, en comparación con las femeninas; bien se llaman óseas porque la carne es demasiado dura, a semejanza de los huesos; o de manera mucho más razonable, las llamaremos óseas por estar ligadas a huesos grandes y duros; en efecto, decíamos en la descripción del valiente que este tenía huesos grandes, duros y robustos; por tanto, el de nalgas agudas y de huesos grandes es valiente y osado en su alma, y con razón se asocia al hábito masculino. No en vano, quien tiene unos miembros corporales masculinos se asocia al macho y tiene costumbres masculinas, como son la osadía y la magnanimidad; por su parte, la experiencia constata que quien goza de unas nalgas como estas tiene membros masculinos; por consiguiente, quien tiene unas nalgas como estas es valiente y acusa una disposición a la osadía, a tolerar los esfuerzos y despreciar los peligros.



  ¶   4

Ninguna de las proposiciones asumidas suscita dificultad alguna. Además, el motivo de que el individuo de nalgas duras sea valiente es bien conocido; en efecto, como localizamos el vigor del cuerpo en la sequedad y en el calor, eso sí, en el terrestre, y como los miembros cálidos y secos no padecen fácilmente, sino que se encuentran preparados para la acción, entonces si en las partes externas del cuerpo prevaleciesen una sequedad y un calor conformes a natura, es probable que también las partes próximas al origen sean muy cálidas y secas, conforme a natura; por tanto, puesto que de unos humores como estos se elevan alientos cálidos y secos, producen a un hombre osado y casi temerario, pues la aptitud y la inclinación natural denominada potencia natural no es más que una determinada disposición de los alientos, según la cual están naturalmente dispuestos a verse afectados por un objeto antes que por otro.



  ¶   5

Por eso mismo, si hay dos individuos que, según se dice, comparten los mismos vicios, uno da en reír, y el otro monta en cólera; y es que el primero alberga unos alientos de tolerancia limitada, mientras que el segundo está abierto a la pasión y a la ira, como la leña está dispuesta a recibir el fuego. Así pues, cuando los alientos son secos y cálidos, como es el caso de los melancólicos, al arder su humor se vuelven valientes y osados en su alma; en cambio, los de nalgas óseas y agudas albergan unos alientos y una sangre todos ellos cálidos y secos; por tanto, los de nalgas óseas y agudas son valientes y están dispuestos a afrontar los peligros.



Apotelesma xiv

Apotelesma xiv    Nalgas carnosas y generosas.

orig:   (49.2)

Mas los de nalgas carnosas y gruesas son blandos. 

  ¶   1

Más arriba hemos hablado de las nalgas de los machos; ahora se estudian las que se asocian al género femenino. Llamo nalgas carnosas a las muy ricas en carne, y gruesas a las que no son rugosas, sino lisas y suaves, delicadas al tacto, como las de las niñas, cuando están tiernas y gozan de una disposición conforme a natura.



  ¶   2

Aristóteles enseña que estas son indicio de blandura de espíritu, pues se asocian al género femenino. Así pues, quien tenga unas nalgas como estas no las tendrá solamente carnosas y gruesas, sino lampiñas, suaves, delicadas y redondas, como decíamos arriba; en función de esta parte será semejante a las mujeres que, de estar dispuestas conforme a natura, también cuentan con unas nalgas como estas. A su vez, como imitan a las mujeres en virtud de estas partes que asisten al movimiento, y este órgano se asemeja al órgano de las mujeres, es probable que desempeñen su operación con el mismo criterio y del mismo modo que las mujeres.



  ¶   3

En efecto, como las nalgas de las mujeres son las herramientas que producen un paso blando y lento en las mujeres, las cuales disfrutan de una vida senetaria a la que, por cierto, parece haberlas predispuesto la naturaleza, y de ahí que les haya ofrecido unos óptimos órganos de asiento, pero no muy adecuados para caminar, pues hemos dicho que las mujeres tienes pies pequeños, blandos y no articulados, es por tanto probable que, como el uso de semejantes nalgas en las mujeres produce un movimiento lento, blando y delicado, este también se produzca en el hombre, o uno parecido; por tanto, como a este movimiento lento y femenino lo sigue la blandura del espíritu, así como una disposición enervada y laxa, resulta verosímil que quienes tienen unas nalgas como estas alberguen un espíritu blando y enervado, dado que, como se ha dicho en repetidas ocasiones, según sea el órgano tal será la operación del órgano, y según sea su operación, tal será también la potencia que alberga. A la luz de esto, pues, queda claro que las nalgas carnosas y gruesas denotan la blandura del espíritu, y por qué lo hacen.



Apotelesma xv

Apotelesma xv    Nalgas de carne escasa y flácida.

orig:   (49.3)

Por su parte, los de carne modesta, como delicada, son de malas costumbres. Se asocian a los monos. 

  ¶   1

También aquí se trata de las nalgas, y es esta la tercera pasión que atribuye Aristóteles a las nalgas, siendo su sentido como sigue: los de nalgas dispuestas de manera contraria al modo en que dijimos que se daban en las mujeres conformes a natura son de malas costumbres; por tanto, si las nalgas de las mujeres son carnosas y gruesas, en estas que ahora nos ocupan no ha de darse gordura alguna, sino que ha de parecer que se consumen, esto es que gozan de carne escasa y flácida, como se echa de ver en los monos, de los que esta es la principal pasión corporal: en efecto, los monos ni tienen unas nalgas idénticas a las de los hombres, ni carecen completamente de ellas, como los demás cuadrúpedos. Estas nalgas tamibén se dan en algunos ancianos enjutos y muy gastados por el trabajo, pues al ser enjutos carecen de grasa y, por tanto, sus nalgas parecen consumidas. A su vez, como están forjados por el trabajo, la carne es escasa, y parece más bien corteza cocida antes que carne humana; esta carne denota que en la sangre de que se alimenta el animal predomina la sequedad, luego también la melancolía, y denota que no abunda el calor; de hecho, si el calor natural dominase las nalgas, serían óseas como en los valientes, y la carne sería dura y robusta.



  ¶   2

Así pues, me parece que la diferencia que existe entre estas nalgas y las mencionadas más arriba reside en que aquellas son carnosas y estas carecen de carne, aquellas están tersas, son grandes, duras y sólidas, pero velludas y muy ásperas al tacto; estas, en cambio, son rugosas, flácidas, pequeñas, consumidas, sin jugo ni humor alguno, y especialmente sin carne ni pelos, al punto de que la piel se parece más a un viejo cuero cocido. A estas las llama Horacio nalgas áridas, refiriéndose a una vieja libidinosa y procaz. Así, quien tiene unas nalgas como estas se asocia al mono, esto es, imita al mono en virtud de esta parte, animal que reproduce la figura del hombre, pues tiene orejas, cejas y dientes semejantes a los de los hombres, cuenta con dos mamas en el pecho, brazos, manos, dedos y uñas, y tantos otros miembros semejantes a los del hombre, eso sí, muy rudos e imperfectos en comparación con el hombre o con el cuerpo del hombre. Entiéndase, además, que es una especie de animal a medio camino entre los que tiene dos pies y los que tienen cuatro: así, en tanto que bípedo, carece en cierto modo de cola y tiene nalgas; por su parte, en tanto que cuadrúpedo, tiene un rudimento de cola y está desprovisto de nalgas, y no camina erguido, sino a cuatro patas. En cuanto a lo que dice Alberto, que las entrañas del mono son diferentes de las humanas, no lo corroboran ni Galeno ni la experiencia, pues yo mismo he visto disecar a varios monos y he advertido que eran pocos los puntos de discordia respecto al hombre, y solo en aquellos aspectos que apunta Galeno.



  ¶   3

Dice el traductor que el mono es de malas costumbres; yo, siguiendo a Policiano, diría que esta palabra denota el ingenio malvado y perverso, pues en el mismo sentido dicen que κακονθέαν denota la malicia y la perversidad. Se denomina ingenio perverso y malvado a la propensión e inclinación natural del hombre en virtud de la cual un hombre disfruta haciendo el mal a los demás y perjudicándolos; en cambio, de quien hace el mal sin motivo, desea y procura perjudicar a los demás y disfruta cuando echa a perder lo que es de provecho para los demás e irrelevante para él, o intenta hacerlo, se dice propiamente que alberga un ingenio perverso y malvado. En efecto, así como llamamos bueno y humano a quien, sin recibir ni esperar nada a cambio, desea asistir a los demás y los asiste en efecto, por el contrario, llamamos malvado a quien, aun sin verse acosado, inflige e intenta infligir daño y busca echar a perder o corromper los bienes ajenos, aspecto en que recuerda a un tipo de niños que, movidos por un motivo que desconozco, rompen, destrozan y acaban muy a gusto con cuanto viene a caer en sus manos.



[Qué es un ingenio malvado]

  ¶   4

A su vez, como el daño o la ofensa contra el hombre y las cosas se ejerce bien con violencia evidente o bien de manera velada, es propio del individuo de ingenio malvado y perverso perjudicar de modo velado y oculto. Por otra parte, sorprendido en su mala acción, no se avergüenza, sino que finge ofenderse, haciendo como que reconoce su error y pide perdón; mas a juicio de Teofrasto, se trata de un embuste, pues dice que es propio del malvado hacer burla y reírse, al menos para sí, de quien lo hubiese sorprendido, o defender su error, o resistirse y continuar abiertamente lo que inició a escondidas. Un ingenio como este, nos recuerda la Historia, se advirtió en Tiberio y en Adriano; en efecto, Tiberio planeó veladamente la muerte de muchos, y Adriano no consideraba mayor que él a ningún arquitecto o artesano, y siempre tenía alguna queja respecto de sus obras, y siempre procuró echar abajo la magnanimidad y los hechos de Trajano, de ahí que fuese demolido el puente que atravesaba el Danubio, y dio además otros tantos ejemplos de maldad y perversidad. A la luz de estas cosas, pues, queda claro qué significa este apotelesma aristotélico.



  ¶   5

Veamos ahora si es cierto, y por qué. Mas en primer lugar hemos de saber que este predicado de la maldad podemos deducirlo con probabilidad a partir de las nalgas bien cuando otras partes del cuerpo indicasen lo mismo, o bien ninguna otra viniese a señalar lo contrario; de hecho, si hubiese alguna que indicase lo contrario, en función de su relevancia, podría descartar o matizar el significado de las nalgas.



[Apunte]

  ¶   6

Así pues, dice: los de nalgas consumidas y provistas de poca carne son de ingenio perverso y malvado; prueba de ello es su semejanza con los monos. En efecto, al recordar en esa parte el cuerpo del mono, es probable que esta funcione como indicio del espíritu del hombre, y ello en virtud de la potencia que, cuando se lleva al acto, lleva al hombre a servirse de algún modo de las nalgas o de las partes en que se apoyan las nalgas; así pues, unas nalgas como estas recuerdan al mono. Pero las nalgas del mono, suponiendo que gocen de la disposición natural de este animal, indican cómo son la carne y el temperamento del mono; por tanto, quien tiene unas nalgas como las de los monos, según hemos dicho, también ha de tener probablemente una carne semejante, luego también una masa sanguínea semejante, luego también una causa eficiente semejante y, por tanto, también el calor del corazón y los alientos habrán de ser semejantes a los de los monos. Ahora bien, quienes albergan un calor y unos alientos que recuerdan al mono también acusarán en su alma las propensiones del mono, y vendrán dispuestos al ejercicio de las costumbres de esa misma fiera; el mono, en verdad, es de ingenio perverso y malvado, es iracundo, cruel y malevolente; por tanto, de quien tuviese unas nalgas como estas diremos que es un hombre de ingenio malvado y perverso.



  ¶   7

Ahora bien, puesto que, como se dijo más arriba, la relación que guarda el alma entera con el cuerpo entero también la guardan la parte y la potencia del alma con las partes del cuerpo, sabiendo que es el alma entera del mono lo que da forma a todo el cuerpo del mono, y sabiendo que gracias a sus órganos de los sentidos podemos reconocer cómo son sus potencias visivas y auditivas, y sabiendo que gracias a las patas delanteras podemos reconocer que el mono viene dispuesto a la gesticulación y los juegos, y gracias a las traseras que viene preparado para saltar, y gracias a la posición de ambas partes que puede trepar a los árboles, ¿cómo podrían las nalgas ser indicio de un ingenio perverso y maligno? Ciertamente, es difícil, pues no parece que las nalgas sean una herramienta para el ejercicio de la maldad, como lo son los pies para el salto o la gesticulación, ni podemos apreciar en las nalgas propensión alguna a la maldad o a la bondad, mientras que sí es posible distinguir obras lentas o rápidas en la estructura y la forma de los pies.



[Cuestión]

  ¶   8

El caso es que los miembros que asisten a toda operación, especialmente a la malvada o pérfida, se dividen en dos clases: unos son primarios e inmediatos, y los otros son secundarios y coadyuvantes. Y es que, en efecto, todo el cuerpo y casi todos los miembros, especialmente los internos, al tener en sí un no sé qué rudo e inadecuado, se inclinan a la acción pérfida y malvada, aunque aquellos, los internos, no se pueden reconocer. No en vano, los miembros internos no se ven, mientras que los externos, que entran en juego en segundo lugar, pueden reconocerse con los sentidos; y como las nalgas se cuentan entre estos últimos, son ellas las que nos proporcionan la señal propia de la maldad.



  ¶   9

A su vez, que las naglas ayudan en cierto modo a la perfidia y a al urdimiento de operaciones perversas resultará evidente a quienes estudien a los que actúan pérfidamente o meditan perfidias. En efecto, si la naturaleza ha concebido las nalgas como instrumento del asiento y del reposo y, por su parte, sentados y en reposo estamos en mejores condiciones para la contemplación, la investigación y el hallazgo, resulta evidente que el uso de las nalgas parece ser más propio de los animales cuya labor se debe ejercer en reposo. Por consiguiente, los animales que discurren, piensan, contemplan y comprenden a la perfección también cuentan con nalgas consumadas del todo, de ahí que solamente el hombre, el más prudente de todos, goce de unas nalgas perfectamente dispuestas; por su parte, llamamos prudente a quien se sirve adecuadamente del intelecto y de la razón; por consiguiente, si quien emplea la perfecta razón y el perfecto intelecto, el prudente, tiene nalgas perfectas, el animal que no tenga unas nalgas perfectas no empleará la razón ni el intelecto perfectamente. Tal es el caso de los monos, cuyas nalgas son imperfectas e incipientes; por tanto, también la razón la emplean, en cierto modo, de mala manera o, mejor dicho, no lo hacen nunca, al no disponer de ella, sino solamente de una imagen suya, una sombra; en verdad, semejantes animales son temerosos, pérfidos, malvados; no en vano, se trata de una especie de sombra de razón, pero no de razón buena y perfecta. Pues bien, la privación de nalgas y su estado consumido, como vemos en los monos, es indicio justificado de un ingenio pérfido y malvado, pues denota que este no obra adecuada ni perfectamente, luego lo hace de manera perversa y sin haber cuenta de la recta razón. Así es, pues, como las nalgas y las cualidades de las nalgas denotan en un hombre el ingenio y la propensión a actuar bien o mal, a elegir o no elegir lo conveniente.



[Que las nalgas son indicio del ingenio]

  ¶   10

Diremos que las nalgas, por ser bastante carnosas, reproducen, en tanto que son carnosas, el temperamento de la carne y de la sangre, luego también las causas eficientes y materiales de los alientos, intrumentos primeros del alma, como hemos dicho; a su vez, estas nalgas permiten reconocer el temperamento frío y seco, principalmente el seco, al que siguen la perversión del ingenio, el temor, la maldad y la perfidia. Así pues, con razón diremos que un hombre con semejantes nalgas acusa una carne similar a la del mono, luego lo mismo se dirá del temperamento y de los alientos; por tanto, también albergará las inclinaciones y propensiones del alma que se dan en el hábito del mono: será, pues, malvado y malevolente, pérfido y astuto. En efecto, no digo que habrá de tener un alma de mono; digo que, como sus alientos son semejantes a los alientos del mono, este hombre tendrá, en potencia primera, ciertamente, pero plenamente dispuesta a la adopción y perfección del hábito, las cualidades naturales de la entelequia y hábito del mono. Así, por ejemplo, tampoco digo que el cristal o el adamantio brillen o emitan luz, o que tengan rayos como el sol o el fuego; digo que su existencia está bien asentada en una potencia próxima, muy fácil de llevar al acto, y digo que en cualquier ocasión, aun muy leve, adquieren esplendor y brillan más que muchas otras cosas que no gozan de una disposición semejante.



  ¶   11

Volviendo al tema, pues, en virtud de lo anterior creo que es evidente el motivo de que unas nalgas como estas sean indicio de la costumbre malvada y perversa del mono: en efecto, los monos, al constituir de por sí un punto intermedio entre el animal terrestre bípedo y el cuadrúpedo, por fuerza ha de participar de ambos extremos; pues bien, es propio del hombre tener nalgas y no tener cola, mientras que el cuadrúpedo tiene cola y no tiene nalgas; así pues, el mono, al constituir un punto intermedio entre ambos extremos, no tiene nalgas, porque no es hombre, y no tiene cola, porque no es un cuadrúpedo de pleno derecho; ahora bien, en tanto que se aproxima al hombre sí tiene nalgas y, por el contrario, en tanto que tiene nalgas, se aproxima al hombre. Estas son imperfectas y apenas incipientes, luego el mono, en tanto que es mono, recuerda también a un hombre imperfecto e incipiente; a su vez, un individuo como este no obra en conformidad a la razón, pero parece imitar a quienes obran según la razón; y hacer tal cosa es obrar obrar con maldad y perfidia.



  ¶   12

Queda claro, pues, que el mono, en tanto que es mono, carece tanto de nalgas carnosas y perfectas, pues no tiene más que un cierto rudimento de ellas, como de razón, de la que parece tener como un despunte o una sombra imperfecta y disforme, en virtud de la cual se dice que obra de manera perversa, retorcida y malvada, que es lo mismo que hacerlo según el instinto natural. Por tanto, quien acusa una carne y un temperamento semejantes a los del mono es probable que obre de manera perversa y malvada, y si obra como el mono, también presentará, razonablemente, algunas partes corporales que permiten distinguir al mono de los cuerpo de los demás animales.



  ¶   13

Mas acaso dirá alguno: si los monos obran de modo perverso y malvado porque tienen una razón imperfecta y algo así como un rudimento del intelecto, ¿significa eso que los monos son animales racionales, y diremos que detentan razón? En efecto, si llamamos blanco y dulce algo incipiente e imperfecto que acusa un poco de dulzor y de blancura, o la imagen de estas cosas, o cierta semejanza con ellas, también diremos que el mono alberga intelecto y razón, aunque ligados a una irracionalidad e ineptitud nada despreciables.



  ¶   14

Mas ciertamente se respondió más arriba, y también ahora se ha de responder, que el mono no alberga ni razón ni intelecto, salvo por equívoco. En efecto, la misma relación que guarda el fuego o una llama nocturna con el sol también la guardan, según me parece, el alma del mono y el alma humana: así, el fuego calienta, brilla y produce sombras, como el sol, pero en verdad la razón de la luz y del calor solar es muy diferente a la del fuego, pues uno es vivífico y eterno, y el otro corrosivo y corrompible; y una llama que brilla en la noche no parece distinguirse de una estrella, mas quienes se le acerquen reconocerán cuánto difieren entre sí. Así, los ignorantes, y quienes la examinen de lejos, creerán ver en el alma del mono una virtud racional; en cambio, quien la contemple más detenidamente y más de cerca reconocerá que nada unívoco comparten el alma humana, en tanto que es del hombre, y la del mono, y reconocerá además que entre estas dos virtudes no existe un mayor acuerdo que entre la diafanidad y la densidad del cielo y las del cristal.



  ¶   15

Mas como hemos dicho que las nalgas consumidas y de poca carne eran indicio de un ingenio perverso y malvado, y que recordaban al mono, ¿acaso no habrán de tener un ingenio óptimo los de nalgas bien turgentes y jugosas?, ¿acaso no habrán de gozar de una buena naturaleza? En tal caso, las mujeres serían mejores que los hombres, y gozarían de una naturaleza superior, y tendrían costumbres más loables, y obrarían con mayor conformidad a natura que los hombres; pero esto parece falso, luego también será falso que unas nalgas raquíticas y secas sean indicio de un ingenio perverso y malo. Y es que si Aristóteles enseñó más arriba que el ingenio de las mujeres era un tanto pérfido y malvado, y si a su vez las mujeres tienen nalgas carnosas y blandas, mas no secas, resulta evidente que los de nalgas blandas y carnosas albergan un ingenio perverso y malvado, luego no es cierto lo que decía, a saber, que las nalgas raquíticas denotan la perversión del ingenio.



[Cuestión]

  ¶   16

Creo que a esta cuestión podría responderse, primeramente, que la medianía es loable, y todo extremo vicioso; y que la obra del vicioso es viciosa e indigna de alabanza. Así pues, tanto las nalgas raquíticas como las carnosas incurren en exceso, luego una y otra merecen reprensión, pues algo tienen de extremo y son indicio de algo extremo, luego también indigno de alabanza. Por su parte, las de carnosidad moderada, sólidas y óseas, declaran que el ingenio y la naturaleza masculinos son propensos a las buenas costumbres; a su vez, como los contrarios comparten ciencia, todo cuanto se aleja de la medianía incurre en vicio: este por exceso y aquel por defecto, uno y otro, aun de manera opuesta, se alejan de la loable medianía. Pues bien, las nalgas de los monos, secas, y demasiado turgentes y carnosas, se alejan unas y otras de la medianía y de la perfección que genera costumbres buenas y loables al dictado de la recta razón; y por este motivo son indicios de mala costumbre tanto las nalgas del mono como las de la mujer.



[Respuesta]

  ¶   17

Ahora bien, como se alejan de la medianía de modos muy diversos, también sus indicios serán diversos y opuestos, pues la mujer se aleja de la perfección masculina y viril en menor medida que el mono, y luego la mujer se excede en humedad, mientras que el mono carece de lo que es propio del varón y conforma al macho. La mujer no se aleja de la latitud de la materia humana al punto de dejar de ser hombre, pero el mono está tan lejos que no es posible atribuirle el nombre ni la forma del hombre; la mujer es de la misma especie que el hombre, no así el mono; por tanto, la naturaleza del mono es peor que la de la mujer: a aquél no se lo puede convencer de nada ni se lo puede reconducir a una vida decente, mientras que a la mujer sí es posible convencerla de hacer el bien e impelerla a ello.



  ¶   18

Pues bien, queda claro que tanto unos como otras, esto es, tanto los monos como las mujeres, carecen de recta razón, pero también queda claro que sucede de modo distinto en el mono y en la mujer, y que la natural agudeza de la mente está mermada en las mujeres por efecto de la humedad, y que se desvía de la medianía. A su vez, en los animales de nalgas raquíticas y consumidas sucede que, por efecto de la sequedad, sus ingenios son disformes, oscuros y terrestres y, por tanto, malvados, malevolentes, pérfidos y muy dispuestos a actuar mal y de manera infame.



  ¶   19

Ahora bien, puesto que cualquier disposición de los individuos de la especie humana se asocia bien al hombre, bien a la mujer, y al fin tanto el macho como la hembra son perfectos en su género, ¿a qué género asociaremos ahora a los individuos con unas nalgas como estas?, ¿al macho o a la hembra? Si atendemos a las costumbres del espíritu, al género femenino, pues hemos dicho que el alma femenina está llena de maldad, malevolencia, temor y perfidia; en cambio, si atendemos a las cualidades del cuerpo, lo asociaremos razonablemente al género masculino, pues si las nalgas y la carne cálida y demasiado húmeda es femenina, la que acusa una disposición contraria se asociará al género contrario.



[Cuestión]

  ¶   20

Pero me parece que se puede responder lo mismo que arriba: como el género masculino se encuentra en la medianía, el femenino, en cambio, se encuentra fuera en cierto modo. De la misma manera que la prodigalidad parece más semejante a la generosidad que la avaricia, también esta disposición se acerca más al macho que a la hembra; ahora bien, ya que tanto la prodigalidad como la avaricia son vicios, y ambos se cuentan en el género del vicio, resulta evidente que la prodigalidad se aleja más de la generosidad que de la avaricia, de modo que la avaricia y la prodigalidad sí pueden darse simultáneamente en un mismo sujeto, como se echa de ver en las aves, o como se observó en Nerón, en Domiciano y en algunos otros príncipes, que dilapidaban de modo pésimo y despreciable lo que habían ganado mal en injustamente. Pues bien, así, los de nalgas consumidas, si se atiende al temperamento de su cuerpo, le andan más próximos al macho que a la hembra, esto es, se encuentran más distantes del temperamento natural de las mujeres que del de los hombres; en cambio, si se comparan las cualidades del espíritu, digo que este hombre de nalgas secas es más semejante a las costumbres femeninas que a las masculinas, pues excede la medianía y acusa costumbres viciosas, al igual que las mujeres y quienes se les asemejan.



[Respuesta]

Apotelesma xvi

Apotelesma xvi    Bajas espaldas y costados robustos.

orig:   (50.)

Los de baja espalda fuerte son amantes de las fieras. Se asocian a los perros y a los leones, pues alguien advertirá que los perros amantes de las fieras son de espalda fuerte. 

  ¶   1

Me inclinaría yo a creer que aquellos de quienes dice el traductor que tienen una baja espalda fuerte son los de costados fuertes y robustos, es decir los individuos en quienes los músculos que nacen de las vértebras próximas a los riñones y se insertan y mueren en los huesos de la cadera son moderadamente carnosos, pero nervosos, grandes y bien formados. Dice Aristóteles que son amantes de las fieras, esto es que se dedican a la caza y son amigos de la cacería.



  ¶   2

El desempeño de la caza, a su vez, consiste, según me parece, en un deseo de perseguir y atrapar a las fieras; ciertamente no a los peces o a las aves, pues estas disciplinas se denominan pesca y volatería; sino propiamente a los cuadrúpedos silvestres que suelen recibir el nombre de fieras.



  ¶   3

Algunos se refieren a la caza como meditación bélica, y dicen que se trata de una dedicación regia, pues leemos que otrora muchos reyes y príncipes fueron poseídos por un incesante deseo y ansia de cazar. En cuanto a las fieras, unas se protegen solamente huyendo, como los conejos y las cabras silvestres; otras luchan, como el león, la pantera y el tigre; otras lo hacen de un modo y de otro, como los jabalíes, los lobos, los burros salvajes y los toros monteses. Muchos dicen que se trata de un ejercicio muy noble y exigente, y opinan que en él brilla mucha virtud militar. A mí, en verdad, me parece que de este desempeño es posible deducir que un hombre como estos siente una notable inclinación por lo ajeno y, especialmente, por lo prohibido, es un hombre osado, inquieto, sediento de victoria y que guarda en alta estima el enfrentamiento y la lucha, pues es probable que sea faccioso y afrentoso.



  ¶   4

Y no parece algo ajeno a la razón, pues si estar ávido de caza y dedicarse a ella consiste en perseguir fieras fugaces, belicosas y afrentosas, desear atraparlas y darles muerte, y disfrutar con ello, resulta evidente que un hombre como este es osado y está deseoso de esforzarse, pues sin esfuerzo ni osadía es imposible llevar a cabo una tarea como esta, atrapar y dar muerte a fieras agrestes, que intentan agredir o se protegen a sí mismas; y superarlas es ya una especie de victoria, pues primeramente tiene lugar un enfrentamiento. Así pues, con razón he dicho ávido de caza, dedicado al enfrentamiento y a la victoria, luego también iracundo y pronto en la acción, duro y cruel; en efecto, así como los estudios se vuelven costumbres, y las costumbres cambian la naturaleza, también la naturaleza excita el estudio de aquello a lo que el hombre es propenso por naturaleza; del estudio nacen las costumbres y consuman la incipiencia natural.



[Cómo son los cazadores]

  ¶   5

Es igualmente propio de los cazadores perseguir ardientemente a las fieras a las que no consiguieron dar caza, y acecharlas con mucha dedicación y paciencia, mientras que condenan al más absoluto desprecio a las que sí han conseguido atrapar. Este es el motivo de que parezcan amantes de lo ajeno y de lo que no pueden obtener sin esfuerzo, cosas que más tarde, tras haberlas conseguido, no estiman en nada. Así pues, a la luz de estas cosas resulta evidente que sí existen los amantes de la caza, cómo son, y quiénes son aquellos de los que el traductor dice que tienen la espalda fuerte.



  ¶   6

Por lo demás, probemos, partiendo de Aristóteles, que los de espalda fuerte se dedican a la caza; luego diremos por qué son así, y qué se sigue a esto. La posición de Aristóteles dice: los de espalda fuerte son amigos de la caza. Prueba de ello es que los de espalda fuerte se asemejan a los perros de caza y a los leones según la parte del cuerpo situada bajo los hipocondrios; quienes imitan a estos animales se asocian a los animales de caza; por tanto, los de espalda fuerte serán amigos de la caza.



[Posición de Aristóteles]

  ¶   7

Aristóteles declara la menor invitando a los oyentes a estudiar a los perros de caza: en efecto, quienes son muy amigos de la caza y no pueden contenerse a la vista de una liebre o de un ciervo padecen tan fuertemente esta afección que tienen nervosos, robustos y contraídos hacia su origen los músculos que nacen de las vértebras y costillas inferiores para acabar en los huesos de la cadera. Y es que los perros aptos para la caza no son barrigudos, ni anchos ni laxos en la zona de la cadera; antes bien, al igual que los hombres robustos gozan de un pecho ancho y de una cintura estrecha, también los perros de caza resultan admirables cuando cuentan con un pecho ancho y amplio, pero en la zona del lomo y del ombligo son estrechos, aunque nervosos. Esto mismo opina Jenofonte, quien admira a los lebreles de caderas ni demasiado blandas ni duras, entre grandes y pequeñas; de muslos gruesos, carnosos por detrás, moderados por arriba, contraídos por abajo; de enorme bajo vientre, al igual que el propio vientre, y más cosas que se leen en el libro De venatione. Por su parte, esta pasión que a la que el traductor se refiere aquí como “espalda fuerte” la reconoció Jenofonte en ese mismo libro cuando aborda la descripción de la liebre, para demostrar su agilidad y su vigor en la carrera. Dice, pues, que ha de tener un pecho no estrecho, unos costados delicados y hendidos y unos muslos gruesos. A la luz de esto queda claro, pues, que así ha de ser el perro de caza, y que son amantes de la caza los hombres cuyo cuerpo acusa esta pasión de los perros.



  ¶   8

Cabe ahora contemplar por qué se da esta pasión en los de espalda fuerte. Así pues, partamos de que la naturaleza pertenece a la clase de agentes que actúan por el fin; de hecho, como los animales son obra de la naturaleza, es evidente que fueron constituidos por algún fin; el fin de los animales es su propia operación, de ahí que tengan una forma determinada como principio de esa operación. Por su parte, como todo el animal existe por este motivo, también los miembros del animal serán los instrumentos de tal operación, pues el cuerpo del animal es instrumental. Del mismo modo que el animal, todo él, se atiene naturalmente al ejercicio una operación completa, también un miembro particular se atiene al ejercicio de una parte particular de su operación; según sea la operación a la que el miembro se atiene naturalmente, a esa misma operación se dice que es propenso el animal cuyo miembro acusa tales características, y cuanto más apto es para el ejercicio de esa operación, más inclinado y propenso decimos que está el animal para hacerlo adecuadamente; por eso mismo, cuando vemos a un animal con cuernos bastante agudos lo llamamos cornúpeto, y al de garras grandes, retorcidas y robustas lo llamamos rapaz, y del de alas nervosas, articuladas y robustas decimos que se da pronto al vuelo. Por tanto, en funciónd de la mayor disposición de los instrumentos a una operación particular, también decimos que ese animal está más inclinado a su ejercicio.



  ¶   9

Los músculos lumbares, los de la espalda y los que mueven las costillas son los que empleamos al caminar, saltar y correr. Pues bien, si un animal viniese a tener estos músculos robustos y nervosos, diremos que goza de una aptitud máxima para el salto y la carrera, luego también de una disposición y propensión máxima, luego también al esfuerzo. A su vez, todo individuo disfruta con las cosas a las que es propenso y está inclinado: así pues, se enfrentará con mucho gusto a la carrera, al salto y al esfuerzo exigente, y verá bonito superar a los demás; por tanto, disfrutará de la victoria, y además competirá gustoso en carreras. Por su parte, quienes disfrutan de la victoria y procuran superar a los demás en la carrera, el salto, el trabajo y el esfuerzo, son amigos de la caza, pues el deseo de la caza busca el placer mediante la victoria, el esfuerzo, la carrera y la persuasión.



  ¶   10

Pues bien, un hombre con unos músculos como los que hemos presentado será amigo de la caza, pues la cosa es como sigue: si los animales que se atienen naturalmente a la caza tienen unos músculos lumbares como estos, diremos que el hombre de una disposición lumbar semejante también estará preparado para la caza y se dedicará a ella con gusto. Así, si se nos preguntase por qué los de espalda fuerte son amigos de la caza, responderíamos que se debe a que gozan de unos miembros como los de los animales naturalmente constituidos para cazar; al igual que si alguien me preguntase por qué las aves de pecho carnoso pueden volar de día, habría de aducir yo la robustez, la potencia y la nervosidad de los músculos que mueven sus alas.



  ¶   11

Además, como he dicho, no creo yo que la señal en cuestión signifique por sí misma el gusto por la caza; creo que Aristóteles trató la especie en lugar del género, y que el sentido debería decir que los de baja espalda fuerte son aptos para correr, saltar y soportar cualquier esfuerzo; a su vez, corren, saltan y soportan el esfuerzo sin tardanza ni queja quienes son amigos de la caza; por este motivo llamó amigos de la caza a este tipo de hombre que, al ser robustos, soportan el frío y el calor. Se asocian al género masculino porque si en verdad disfrutan de la victoria esforzada, también ansiarán el honor, luego son soberbios y ambiciosos, también comopetitivos, especialmente cuando se trata de la caza, luego también son iracundo, y como ansían buscar y dar caza a lo que no tienen en su poder son ladrones de lo ajeno o, al menos, lo desean, mientras que valoran malamente lo que tienen y se deshacen de ello, pues son ambiciosos y soberbios.



  ¶   12

Además, son libidinosos; no en vano, si disfrutan de la carrera, del salto y de la equitación, sus partes inferiores han de calentarse por fuerza, luego también atraerán mucho alimento, de ahí que todos los escuderos y domadores de caballos sean ciertamente libidinosos y dados al placer carnal; y como su aliento se agita continuamente y se encuentran en movimiento constante, o al menos les gusta estarlo, no son idóneos para el estudio de las letras ni para la contemplación, pues el alma se vuelve sabia sentada y en reposo, no corriendo ni saltando. Creeremos que estos mismos hombres son crueles y sanguinolientos; son también potentes y emiten una voz grande y grave al hablar, pues albergan mucho calor junto al corazón. A su vez, como quienes buscan el fin también aprecian lo que conduce a tal fin, es probable que sean amantes de los perros y de los caballos, y que muchos de ellos hagan lo necesario para capturar fieras o seguirles la pista.



Apotelesma xvii

Apotelesma xvii    Vientres carnosos y amplios.

orig:   (51.1)

Quienes tienen gruesa la zona del vientre son ciertamente valientes. Se asocian al género masculino. 

  ¶   1

Cuando se refiere al grosor de la zona del vientre no entiende Aristóteles que el vientre haya de ser gordo, pues los de vientre gordo, grueso y grande suelen ser rudos, maleducados y superficiales. Lo mismo asegura también Galeno a Trasíbulo, y también los poetas pintan en sus comedias al hombre barrigudo como un hombre incapaz, estúpido e indiscreto. Y si alguien viniese a decir que Esopo y un pertinaz emperador fueron barrigudos y, pese a todo, ambos fueron hombres buenos, ¿qué hay de extraño en ello?, pues una golondrina no hace primavera, y los barrigudos de Narón y Vitelio fueron hombres pésimos y desbocados. Nosotros no decimos cómo ha de ser siempre una cosa, sino por regla general; no en vano, los predicados a propósito de las cosas naturales, y especialmente de estas, no participan de la necesidad, y es posible impedir que sean siempre de una manera determinada.



  ¶   2

Así pues, me inclino a creer que el sentido del presente apotelesma es el siguiente: quienes tienen gruesa, esto es, según el Thesaurus griego, hermosa, grande, definida y agradable a la vista, la zona del vientre, esto es los costados o hipocondrios, el pecho o la parte más baja del pecho, las costillas y la baja espalda, son valientes en lo que al alma respecta, esto es, están naturalmente dispuestos a la osadía y al valor. Esto mismo se decía más arriba en la descripción del valiente, luego también se le atribuía un vientre amplio y contraído en sí mismo, disposición que parece oponerse meridianamente al barrigudo.



  ¶   3

Pues bien, si no me equivoco, esta es la opinión de Aristóteles, que él mismo demuestra del siguiente modo: los de baja espalda, costados, costillas y demás partes próximas al vientre grandes, amplias y hermosas, esto es bien dispuestas conforme a la naturaleza del hombre, gozan de una disposición que conviene al cuerpo masculino, luego se asocia al macho. A su vez, quien se asocia al género masculino y se le asemeja es, en las disposiciones de su alma, valiente y osado; por tanto, de quien tiene los miembros vecinos al vientre robustos, amplios y hermosos decimos que es osado, robusto y poderoso, capaz de soportar dolores y aflicciones del alma.



  ¶   4

Ambas proposiciones quedaron explicadas en el capítulo precedente pues, siguiendo a Aristóteles, atribuimos al género masculino un vientre amplio, así como huesos y costillas grandes; y dijimos que ese mismo género masculino era mejor, más osado y más justo que el femenino. La razón de esto no plantea dificultad: en efecto, quien tiene un vientre y una zona del vientre amplios, hermosos o comedidos y proporcionados alberga un calor abundante que rige y gobierna adecuadamente la materia sometida, sobre la que impera; a su vez, aquel en quien prevalece este calor es osado, pues si prevalece el frío sale un hombre temeroso; así pues, quien tiene una amplitud como esta en el vientre y en la zona del vientre también alberga osadía y una propensión del alma a la valentía. Pues bien, como es el calor lo que produce la amplitud del vientre y de los miembros vecinos al vientre en el cuerpo, y este mismo calor provoca en el alma y en los alientos una propensión a la osadía, parece razonable llamar osado a quien gozase de esta disposición en los miembros de la zona del vientre.



  ¶   5

En cambio, me parece a mí que esta señal de valentía es más débil que la tomada de los pies grandes, nervosos, articulados y bien formados, así como de las piernas. Y es que si bien es cierto que cuando el calor es fuerte y potente por fuera y en la circunferencia, probablemente sea más fuerte y potente en el interior y cerca del centro, en verdad este razonamiento no parece poder aplicarse a la inversa, pues aunque se dé un calor vehemente y grande en el vientre y en el interior, no se sigue que también sea robusto y potente en las partes externas y alejadas del centro.



Apotelesma xviii

Apotelesma xviii    Vientres magros, contrahechos.

orig:   (51.2)

En cambio, quienes las tienen gruesas son blandos. Se asocian a la inadecuación. 

  ¶   1

Esto es, quien gozase de la disposición contraria y no tuviese la zona del vientre amplia y del modo que más arriba hemos precisado será blando en su alma, y se asocia a la inadecuación. Esto es: así como aquella disposición era hermosa y convenía al varón merecedor de tal nombre, esta disposición no conviene ni se adecúa al varón, luego es horrenda y contraria a natura; en efecto, una disposición corporal hermosa es lo mismo que una acorde a natura, luego la horrenda y la contraria a natura consistirán en lo mismo. Pues bien, de entender así la sentencia de Aristóteles no se seguiría absurdo alguno.



  ¶   2

A su vez, para confirmar sus palabras se ha de suponer que los contrarios tienen cualidades contrarias, y que los efectos contrarios tienen causas contrarias, y que las señales contrarias también denotan disposiciones contrarias. Por su parte, en las disposiciones naturales, lo contrario puede ser darse tanto en un término medio como en uno extremo, si bien la disposición intermedia es más contraria que otra alejada del centro. El motivo es que una y otra son contrarias a natura, pero se dice que solamente la intermedia es conforme a natura. Así pues, sea el razonamiento como sigue: quienes tienen la zona del vientre pequeña y no bien equilibrada son horrendos en esta parte, y no gozan de una disposición corporal viril que se asocie al macho; se asocian al género femenino, y los femeninos son blandos, viles y temerosos en su alma; por tanto, los hombres en quienes la zona del vientre no es amplia ni adecuada al género masculino son blandos, viles y temerosos en su alma, que es lo que se debía demostrar.



  ¶   3

De este modo sabemos ya que las palabras de Aristóteles son ciertas; estudiemos ahora por qué. Se dice que los de vientre no grueso, esto es no amplio, no hermoso y de aspecto no noble, son blandos, pues gozan de una constitución contraria a la naturaleza viril. Si bien estas palabras no ofrecen la causa, sí señalan el camino a la causa, y ofrecen ellas mismas el por qué. Ciertamente, si los de vientres no amplios y de aspecto no noble albergan un calor que no se sobrepone a la materia, luego tampoco la dispone conforme a natura, será el frío lo que impere; y aquellos en quienes no impera el calor, sino el frío propio, son blandos y temerosos; así pues, los de vientre no amplio acusan temerosidad, blandura e inactividad.



  ¶   4

Mas cabe preguntarse si acaso es cierto que las mujeres no tengan un vientre grueso, esto es amplio; y es que esta sentencia, se entienda como se entienda, es siempre falsa, y la primera falsedad consiste en que las mujeres no tengan un vientre grueso. En efecto, resulta evidente que su vientre es más carnoso y más grueso que el de los hombres, y ello especialmente en las mujeres que hayan dado a luz; y si analizases a hombres y mujeres barrigudos, verías que la mujer carga en su vientre un fardo mucho mayor que el hombre, y en el hombre nunca encontrarás esas arrugas que se echan de ver en el vientre de la mujer, luego no los llamarás gruesos, esto es amplios.



[Cuestión]

  ¶   5

No en vano, toda mujer tiene un vientre más grande y más amplio en proporción a un hombre de su mismo tamaño y cuerpo; las mujeres, pues, albergan un útero, del que carecen los hombres, y en este se alojan muchos vasos, luego también mucha sangre y muchos alientos; esto vuelve el vientre más amplio en las mujeres que en el hombre, y más extendidos y laxos el hueso sacro y los huesos de los costados. Además, la experiencia corrobora que todas las mujeres, en proporción a los hombres, tienen un vientre más largo, si se cuentra desde la parte más baja del hueso del pecho, que denominan, según creo, esternón (lat. ensiformis), hasta el comienzo del hueso del pubis; y también más ancho, si se trazase un círculo por las costillas falsas y las ingles con centro en el ombligo, pues veremos que el diámetro que divide el círculo así trazado en el hombre es menor.



  ¶   6

Así pues, es cierto que la mujer cuenta con un vientre más amplio; ahora bien, lo leamos como lo leamos, no grueso o no amplio, es cierto lo que dice Aristóteles, a saber, que el vientre de las mujeres no es grueso o no es amplio, pues por vientre podríamos haber entendido las partes próximas al vientre, más pequeñas y escuálidas en la mujer que en el hombre; no en vano, tanto las costillas como la baja espalda son más pequeños. De todos modos, si bien es cierto que los vientres femeninos podrían ser más grandes que los masculinos en virtud de su tamaño, de ninguna manera lo serán en virtud de su fuerza, en tanto que cuentan con fibras más pequeñas que las de los hombres, y son menos duros y menos robustos; o mejor aún, porque los hipocondrios y el estómado de los hombres son más amplios y más capaces que los de las mujeres, de modo que, siempre en proporción, también es más grande y más amplio el alimento que recibe el hombre que el que recibe la mujer y, a fin de cuentas, todo es más pequeño, salvo cuando está encinta o, por accidente, cuando ya ha dado a luz.



  ¶   7

A mí, en cambio, no me parece que esto sea un inconveniente pues, en tal caso, el vientre de la mujer ya no gozaría de una disposición acorde a natura, sino que sería propiamente inadecuado e innoble. Las mujeres, conscientes de ello, no quieren que se las vuelva a ver desnudas tras haber dado a luz, como era de esperar en quienes estiman la nobleza y la belleza del cuerpo más que la propia vida. Pero al margen de esto, añadamos brevemente qué opinaron otros a propósito del vientre.



  ¶   8

Primeramente, se ha de saber que los pronósticos basados en el vientre implican menor necesidad que los demás; de hecho, ya se dijo más arriba, y el motivo, creo, es que la relación que guarda la tierra con las plantas y con las fuerzas y la naturaleza de las plantas que nacen en ella, también la comparten el vientre y su contenido con las propensiones y propiedades del alma y con la forma del animal de cuyo vientre se trata. Así, del mismo modo que la planta toma su alimento de la tierra mediante las raíces, el animal lo hace mediante el vientre y su contenido, pues las venas de los intestinos, en cierto modo, responden a las raíces; por tanto, del mismo modo que es mucha la distancia que separa la tierra y la raíz del fruto, y es mucha la diferencia de sabor, olor, color, figura y otras tantas cualidades, también distan de los intestinos las operaciones y pasiones del alma, en función de las cuales obra el alma.



  ¶   9

Por consiguiente, coinciden plenamente con Aristóteles Adamantio y Polemón: estos atribuyen al valiente y robusto un vientre ancho y grande, pero cóncavo, esto es contraído en sí mismo. Así, en tanto que es grande y amplio denota la fuerza y el imperio del calor; en cambio, en tanto que está contraído en sí mismo y es cóncavo demuestra la obediencia de la materia y el avance hacia la unidad, y que los músculos que llaman abdominales son fibrosos y robustos. A su vez, es probable que sean de buen comer pues, al ser cálidos, digieren grandes cantidades de alimento; en efecto, Hércules, de quien decían que era el más valiente de todos, tenía un enorme apetito; y por el mismo motivo son dados a la bebida, ya que el calor termina por inducir sequedad, y la sequedad acentúa el calor; por tanto, rara vez padecerán cólicos o gases, pues la pituita no es abundante, mientras que sí sufrirán mucho de las obstrucciones que provoca la melancolía asentada en la vena mesentérica; de hecho, se lee que así fue como ese mismo Hércules perdió la razón y dio muerte a su mujer Megara y a sus hijos. En efecto, el calor excesivo que se suele encontrar en el hígado tiende a secar los humores que, por naturaleza, son más densos en este temperamento, luego también los condensa, impidiendo el libre tránsito del calor y la transpiración, de modo que unos vehementes vapores de bilis tostada mezclados con alientos dan en elevarse hacia la cabeza y despiertan el furor y la locura en estos hombres.



  ¶   10

De la misma causa se sigue que padezcan de cuando en vez de disenteria y de una úlcera que de los intestinos, pues hemos dicho que este temperamento es cálido y seco, esto es conformado por fuego y tierra, así como por bilis y melancolía. A su vez, si el vientre fuese grande, carnoso y blando, y volcado hacia afuera, de modo que el hombre sea barrigudo, a quien se le extienda y se le proyecte el vientre de esta manera al punto de no poder verse sus propios genitales lo llaman estúpido, rudo, indolente e imbécil, a menos que sea consecuencia de una enfermedad como la hidropesía, como atestiguan Galeno y Plinio. Pues bien, como el alma se encuentra abrumada por tanto peso, y el calor natural y los alientos están ocupados sosteniendo semejante masa, son muy pocos los que se dirigen a la cabeza y al origen de los sentidos, y por eso son rudos y superficiales, y meditan poco o nada sus palabras, de modo que también son habladores, como se observó en muchos barrigudos, y especialmente en Vitelio; dicen que estos hombres son ebrios y desbocados, crueles, perversos, malvados, y lo mismo establecen Alberto Magno, Rasís y el Conciliator. Creo posible aducir una causa, y es que quien tiene un saco grande necesita muchas cosas para llenarlo, luego son buenos comedores y bebedores.



[Qué denota el vientre hinchado]

  ¶   11

A esto lo sigue también un deseo del placer carnal, si bien es más el deseo que sienten que la posibilidad de llevarlo a la práctica, pues no son muchos los alientos que los asisten ni abunda la materia seminal, cosa comprensible si tiene que atender a la nutrición de un ventre tan grande; pero por este motivo resulta que si fuesen libidinosos tendrían las piernas delicadas y débiles. Cuando alcanzan el poder se vuelven crueles, pues se sienten despreciados; además, son malvados, pues en un cuerpo grande y barrigudo la sangre se enfría junto al corazón, luego tampoco son nobles, como permite corroborar el ejemplo de Nerón y el de muchos otros barrigudos. También tienden a reírse y burlarse de los demás, pues son malvados, y esto se puede confirmar con el ejemplo de Esopo, que parecía naturalmente dispuesto a hacer reír y reírse de los demás.



  ¶   12

En cambio, si el vientre fuese delgado, contrario al barrigudo, pequeño y estrecho, no por ello diremos inmediatamente que este hombre goza de una naturaleza perfecta, pues todos los extremos son viciosos, y la virtud consiste en un término medio entre los vicios, igualmente alejado de todos ellos. En verdad, no asociaremos al hombre barrigudo al hábito viril, sino más bien al femenino, aunque no de manera absoluta: en efecto, no tiene un calor sobrelasiente, luego es temeroso, de modo que no es del todo inconsiderado ni imprudente; antes bien, en ocasiones puede ser bastante reticente a entrar en acción.



  ¶   13

Si vieses un vientre comprimido y contraído, pero dotado de carne blanda y delicada al tacto, dirías que se trata, en cierto modo, de un vientre femenino, pero dirías del hombre que es prudente y con una inclinación natural a la contemplación y a las ciencias, aunque muy temeroso, pues se asocia a la mujer; además, pío y misericorde, plácido, humano y de buena naturaleza.[*]
Mas si la carne del vientre fuese naturalmente dura y áspera, y el vientre estuviese contraído en sí mismo, y fuese oscuro y velludo, trasluciría un no sé qué animal, y por tanto, siguiendo a Polemón, denotaría una cierta rudeza o, más bien, una astucia animal. Y es que el calor es abundante, la materia gruesa, los alientos densos y plagados de excremento, condición que agudiza la mente; en cambio, la naturaleza turbia de los alientos impide a estos hombres discernir bien y con exactitud lo que de verdad conviene, ni qué es justo y qué injusto. Lo digno de admiración es la medianía, y si el vientre fuese más escaso que excesivo, más digno de admiración sería.



[Carne del vientre blanda]
[*][Carne dura]

Apotelesma xix

Apotelesma xix    Espalda ancha y robusta.

orig:   (52.1)

Los de espalda muy grande y robusta son valientes en su alma. Se asocian al género masculino. 

  ¶   1

La espalda, como la quilla de un barco, es la parte del hombre que comienza en los extremos de las escápulas y en el final de las vértebras del cuello y se extiende hasta el hueso sacro. La parte superior suele recibir el nombre de hombros, y consta generalmente de doce protuberancias o nudos por los que corre la médula espinal; Aristóteles la llamó metafreno. A su vez, las partes anexas constan, por regla general, de cinco protuberancias, y llegan hasta el hueso sacro; esta parte, cerrada por los músculos de la baja espalda y constituida por carne, huesos y sus cartílagos, recibe el nombre de baja espalda; así, como su parte superior se opone al diafragma, algunos la llaman metafreno, como entendiendo “tras el diafragma” (gr. φρήν). Esta parte, a su vez, parece propia de los hombres, pues es el único que camina erguido, cosa que debe a los músculos de los pares sexto, séptimo y octavo de los de su espalda, cuya función consiste en moverlo y, especialmente, en erguirlo. Pues bien, esta es la espalda a la que se refiere Aristóteles cuando dice que el hombre de espalda muy grande, esto es grande y amplia, especialmente bajo las escápulas, y no solo muy grande, sino también robusta, es valiente y osado en su alma, pues se asocia al género masculino.



  ¶   2

Algunos, y entre ellos Vesalio, entienden por espalda la parte posterior de los huesos por los que corre la médula espinal. Esta consta de las siguientes partes: cervicales, metafreno, baja espalda, hueso sacro y coxis. Cada una de estas partes tiene sus propias vértebras: las cervicales tienen siete, la espalda doce y la baja espalda cinco; en cuanto al hueso sacro, los anatomismas creen que puede dividirse en cinco huesecillos, a veces incluso en seis; se sigue el coxis, que consta de tres nudillos que, según dicen, ceden en las mujeres en el momento del parto. Las vértebras de la baja espalda y del metafreno, las escápulas y la parte posterior de las costillas componen lo que se denomina espalda; la parte sobre los hombros y las escápulas son las cervicales, y la parte bajo las vértebras de la baja espalda es el hueso sacro. Así pues, quienes tuviesen una espalda muy grande y robusta en el modo que hemos explicado serán valientes y audaces en su alma, pues se asocian al género masculino. Así pues, el razonamiento dirá como sigue: quienes tengan una espalda como esta gozan de una disposición corporal y de una forma masculinas; a su vez, quienes gocen de semejante forma y disposición corporal son valientes y osados en su alma, y soportan los esfuerzos; por tanto, quienes tienen una espalda como esta son valientes y soportan los esfuerzos.



  ¶   3

En cambio, a mí me parece que esta amplitud declara el vigor del calor y la obediencia de la materia, y que la tierra domina holgadamente sobre el agua en la composición. La tierra, a su vez, es seca y dura; lo duro y seco ofrece resistencia a los agentes externos; por tanto, resulta evidente la causa de que se puedan llamar resistentes a los esfuerzos quienes tengan una espalda como esta. Me parece también que esta disposición del cuerpo significa más bien la tolerancia y la paciencia antes que la osadía y la valentía que algunos llaman activa. Prueba de ello es que los porteadores robustos y resistentes al esfuerzo cuentan siempre con una espalda como esta, y no son osados ni valientes, ni aptos para la batalla, pues no están en condiciones de soportar los peligros ni de enfrentarse a ellos, sino solamente de portear cargas, levantar y mover pesos, soportar esfuerzos y tener un cuerpo curtido por las severidades del frío y del calor. Por este motivo, cuando veamos a alguien con una espalda como esta no diremos de él que es osado en su alma, sino paciente y duro.



Apotelesma xx

Apotelesma xx    Espalda estrecha y débil.

orig:   (52.2)

A su vez, los de espalda estrecha y débil son blandos. Se asocian al género femenino. 

  ¶   1

Las disposiciones contrarias de la espalda denotan también, y con razón, unas cualidades contrarias del espíritu, pues los contrarios acusan pasiones contrarias. Lo estrecho se opone a lo ancho; lo débil a lo robusto. Se denomina espalda estrecha a la que aqueja falta de ancho y es pequeña en esa dimensión; ahora bien, en el caso de que así sea, los huesos de la espalda han de ser necesariamente pequeños, luego también débiles, y el calor ha de ser poco intenso. Por su parte, una espalda débil es aquella que no puede cargar pesos ni soportar esfuerzos.



  ¶   2

Pues bien, de los de espalda estrecha y débil, entendiendo por espalda toda la superficie que se extiende desde las vértebras de las costillas hasta el coxis, dice Aristóteles que gozan de una disposición de los miembros femenina; a su vez, los de miembros femeninos albergan también en su alma propensiones femeninas, pues el alma es el acto del cuerpo; entre las disposiciones femeninas, la primera es la temerosidad, la blandura y una cierta indisposición a la operación; por tanto, quien goza de una espalda como la que hemos dicho albergará blandura y cuanto suele acompañar a la blandura y al temor. A su vez, se ha observado que principalmente los de espalda, pecho y metafreno estrecho son profundamente temerosos, confusos e irresolutos, tanto más si la cabeza fuese grande; no en vano, un calor moderado se vuelve todavía menos intenso por efecto del frío de la cabeza o del cerebro; así, como el hábito del corazón se ha vuelto más frío produce a un hombre menos osado.



  ¶   3

Ahora bien, cabe apuntar que la estrechez del pecho, la espalda y el metafreno puede considerarse principalmente de dos maneras, por razón de la causa eficiente o de la causa material; de aquella si fuese más débil para entrar en movimiento, de esta si su elaboración y formación deficientes fuesen falta de la fuerza formadora. Así, si el motivo fuese la debilidad del calor natural, se reconocerá que la carne ha de ser blanda, el color azulado, los huesos pequeños, la cabeza débil; el hombre, todo él, amigo del sueño, lento para las acciones, para el movimiento; inepto para las ciencias; por este mismo motivo tendrá un pecho estrecho, luego también lampiño; es malevolente, malvado, temeroso, embustero, pérfido, y detentará las cualidades que se suelen dar en el género femenino, especialmente según la potencia irascible; así pues, lo mismo le molestará sentirse despreciado que disfrutará de manera excesiva los honores acordados a la mínima, y no se embriaga de amor o de odio por nadie, pues la intensidad es obra del calor, no del frío.



  ¶   4

Ahora bien, si resulta que el pecho es estrecho por la excesiva rebeldía e inobediencia de la materia, la carne ha de ser dura y como consumida, pues la inobediencia nace de la sequedad no elaborada; a su vez, los huesos han de ser grandes y duros, y las extremidades grandes, mas no articuladas, no nervosas, no bien formadas, sino débiles. En efecto, a estos individuos, como el calor se encuentra recluido en un lugar pequeño, y la cabeza tampoco es demasiado grande, sino mediana, y es que en ocasiones la cabeza se muestra grande, si los huesos del rostro y de las mandíbulas dan en ser grandes, largos y anchos, a estos, digo, les sucede que se enfurecen fácilmente y, tras haber sucumbido a la ira, desatan su furia, sus alientos se confunden y, por tanto, juzgan mal: aunque al comienzo de su discurso parezcan plenamente racionales, como toman un calor más intento, son muchos los alientos que se excitan y, confundidos y agitados en un espacio pequeño, cuando llegan al cerebro se transforman en un discurso inconstante y vano. Por este motivo son impúdicos, intemperados, temerosos cuando están solos, osados y facinerosos cuando están con más gente, y son como en su momento describimos a aquellos individuos, por componerse de tierra y de fuego, acusaban un dominio de la tierra, bastante poco elaborada, sobre el fuego, y en cuya composición el aire apenas entraba en juego. Baste lo dicho, pues, a propósito de la disposición de la espalda.



  ¶   5

Ahora bien, si la espalda fuese delgada, ello podría deberse bien a la atrofia y a una enfermedad, bien a un calor muy agudo y vemehente que disgregase la gordura y el alimento. Si se debe a la atrofia o a una enfermedad, es una cuestión médica, y denota la obstrucción de las venas o la debilidad del calor; si la espalda es naturalmente delgada como consecuencia de un calor muy intenso, denota un hombre pronto a la ira, pero ingenioso y no del todo avaro; este accidente lo mencionamos ya en la descripción del ingenioso.



  ¶   6

Si la espalda fuese más carnosa de lo conveniente, dice Polemón que denotaría al individuo insensato; en efecto, el calor es apocado, y los alientos muy húmedos y obtusos, de modo que no consiguen penetrar. Dice Polemón que el hombre de espalda velluda goza de una sensatez sublime y se ocupa de pensamientos elevados, y lo asocia a las aves. Yo, por el contrario, creo que un hombre como este es tosco, bestial e insensato, y lo asocio al ganado. Y es que si el pecho, el metafreno y la espalda son muy velludos, en esos mismos lugares abunda la materia de los pelos, y abundan el hollín y el calor; así, a los alientos viene a unírseles un vapor abundante, denso, terrestre y tostado que, tras haberse dirigido a la cabeza, oscurece con su humareda las partes y los órganos pendientes de la imaginación y la razón; de este modo, el hombre se muestra tosco y, como no discurre bien, es insensato. A su vez, como sus alientos llevan mezclada una gran cantidad de sustancia terrena, en este aspecto se asocia a los animales, luego es indiscreto, pertinaz, duro, iracundo, inhumano, desapacible, desmedido con la comida y el placer carnal, y más propenso de la cuenta a ambas cosas, aunque no siempre, sino según la ocasión, según el calor de la materia densa lleve el vapor hacia las partes superiores o hacia las inferiores.



[Espalda carnosa]

  ¶   7

Si la espalda está jorobada, y la joroba se extiende hasta el metafreno o incluso más allá, y si se trata de un defecto de formación, debido además a la excesiva blandura de la materia, denota a un hombre sagaz e ingenioso; no en vano, esto le viene de la blandura de la carne. En verdad, será malvado, pérfido y profundamente perverso: malvado por tímido; perverso ya por el vicio que alberga junto al corazón, ya porque así lo sugieren los vasos por los que suben los alientos, pues están curvados y aquejan una disposición contraria a natura, y no como conviene a un hombre noble y conforme al dictado natural. Si el pecho de un hombre de espalda y metafreno cóncavos acusase una convexión en su parte delantera, Escoto lo juzga ante todo simple; yo, en cambio, diría antes de nada que se trata de un hombre de vida breve, pues ve impedida su respiración; y temeroso, pues es consciente de su impotencia; y malvado, pues aqueja una disposición contraria a natura; y creo poder corroborarlo fácilmente. A su vez, del mismo principio resulta que son avaros e injustos los individuos en quienes vinieses a reconocer la crueldad, pues los crueles temen verse despreciados, luego demuestran su crueldad contra los demás siempre que pueden, algo propio del temeroso, vil e impotente cuando detenta el poder; son avaros porque son temerosos, e injustos porque son avaros; no en vano, creen que las riquezas y el dinero son muy importantes para superar su impotencia.



[Jorobado]

  ¶   8

Y si los machos jorobados son malos, mucho peores son las hembras, y más injustas, al punto de que no hay mal que les parezca grande; y es que si a la propensión natural de las hembras se le añade algo accidental, su distancia respecto de la medianía sería enorme.



Apotelesma xxi

Apotelesma xxi    Costillar robusto.

orig:   (53.1)

En cambio, los de costillas robustas son valientes en su alma. Se asocian al género masculino. 

  ¶   1

Después de la espalda se ocupa de las partes delanteras y de las costillas, que son los huesos que nacen a ambos lados de las doce vértebras situadas bajo las cervicales, huesos que se extienden hacia adelante para terminar uniéndose al cartílago ensiforme, formando así el tórax, donde se alojan el corazón, el pulmón y el diafragma, órganos de la respiración, fuente y principio del calor; y estas mismas costillas están recubiertas por la pleura, los músculos intercostales y la piel. Entre las cinco inferiores, colocadas a ambos lados, se alojan los órganos de la nutrición; estas no se dirigen a un mismo punto ni terminan por unirse, sino que se vuelven cada más pequeñas, al punto de que las últimas a cada lado resultan ser las más pequeñas de todas.



  ¶   2

Si las costillas superiores del pecho son las de un hombre, son grandes, anchas, gruesas y estarán bien unidas a las vértebras, así como al hueso del pecho; en el hombre, los huesos en cuestión son más grandes, más gruesos y más robustos que en las mujeres; y entre los machos, los hombres más robustos que los demás gozan también de huesos más grandes. Así pues, con razón se asocian al género masculino los de costillas grandes y robustas; quienes se asocian al género masculino son valientes; por tanto, los de costillas grandes y robustas son de alma valiente, luego de espíritu osado y cuerpo robusto. En cambio, a mí me parece que esta señal de vigor y osadía, tomada de las costillas, al estar próximas al corazón y al origen de todo el calor, puede denotar su naturaleza con mayor probabilidad que las partes más remotas y no inmediatamente ligadas al corazón ni a los órganos de los alientos.



  ¶   3

Algunos escriben que es indicio de un vigor máximo, caso que las costillas fuesen grandes entre una y otra cayese un intersticio pequeño; y esto lo atestiguan con el ejemplo de un tal Magnesio, un hombre muy robusto que vivió en tiempos del emperador Adriano, cuyo cadáver contenía los órganos de la respiración con un único hueso, formado por las costillas, el esternón y las vértebras. Pero ya en nuestros tiempos recuerdo yo a un médico que, rondando la cuarentena, se asfixió súbitamente; sus sirvientes, investigando la causa, repararon durante la autopsia que su pecho constaba de un único hueso, y que también los intercostales eran de hueso; así, concluyeron que la misma función que cumplen las suturas del cráneo respecto al cerebro la cumplen también respecto al corazón el intersticio de las costillas y los músculos intercostales; y así como en ausencia de suturas y fallando su transpiración un animal termina padeciendo las consecuencias, si el hueso del pecho se ve inmovilizado y se impide al calor evaporarse, el animal hubo se asfixiarse y terminar por morir. Este hombre era ciertamente robusto, pero bastante melancólico, pues tenía barba negra y una cabeza grande; era un hombre admirablemente silencioso, muy desconfiado, siempre miraba al suelo; un hombre de ira cruel y temible, que abandonaba nada más sucumbir a ella; era un gran bebedor, pero poco comedor; por tanto, decían que todo le venía de un calor intenso que calentaba la materia; como este calor se elevó al punto de no encontrar jamás una refrigeración proporcional, dio en asfixiarse y morir. Ignoro cómo fue su pulso, y tampoco escuché hablar de él, pero es probable que fuese intenso y acelerado. Sorprendentemente, era amigo del sueño, y acaso le sucedía por tener una cabeza grande y muy húmeda; en efecto, un calor intenso y vehemente podía licuar aquel humor y, convirtiéndolo en vapor, podía darle sueño.



  ¶   4

Queda claro, pues, que todos los extremos son viciosos y contrarios a natura; a su vez, lo que goza de una disposición contraria a natura nunca puede durar mucho tiempo, o rara vez; no en vano, suele ser algo violento, luego perece en breve. Por otra parte, es peor pecar por pequeño que por grande, y es peor aquejar joroba que un pecho estrecho, y uno más ancho de lo conveniente es menos malo que uno más estrecho de la cuenta. Y esto es lo que se dice de las costillas.



Apotelesma xxii

Apotelesma xxii    Costillar ni grande ni robusto.

orig:   (53.2)

Quienes no gozan de buenas costillas son blandos en su alma. Se asocian al género femenino. 

  ¶   1

Cabe considerar qué entiende Aristóteles por individuos sin buenas costillas. Pues bien, como en un primer momento estos se asocian al género femenino y los anteriores al masculino, y como se trata de dos géneros que podrías llamar diferentes o bien opuestos, es preciso que quienes no gozan de buenas costillas sean los que se oponen a los anteriores; por tanto, serán los de costillas ni grandes ni robustas, sino pequeñas y débiles y, por consiguiente, cubiertas de mucha carne blanda.



  ¶   2

Pues bien, dice Aristóteles que los individuos que no gozan de buenas costillas son blandos, esto es, como ya hemos dicho tantas veces, temerosos y débiles. Se corrobora aduciendo que quienes no gozan de buenas costillas se asemejan, en virtud de esta parte, a las mujeres, que también tienen costillan pequeñas y débiles; quienes se asemejan a las mujeres acusan las cualidades que afectan a las mujeres, y tienen sus mismas costumbres; por su parte, las disposiciones y las costumbres de las mujeres son la blandura, la temerosidad y la pusilanimidad; así pues, los de costillas pequeñas y débiles son blandos y pusilánimes.



  ¶   3

La primera menor no plantea dificultad alguna, pues la propia experiencia y los sentidos lo dejan más que claro. La mayor se corrobora con lo dicho más arriba. En efecto, dijimos que era propio del género femenino un cuerpo menos potente que el masculino, y un alma más temerosa, pérfida y blanda. El motivo de que las mujeres tengan unas costillas como estas, más pequeñas y débiles, es evidente. Primeramente, en razón de la causa material, pues la mujer es más húmeda que el hombre, luego menos terrestre y, por tanto, sus partes y miembros en que predomina la tierra reconocen la superioridad de los masculinos; como se trata de los huesos, en igualdad de las restantes condiciones, estos son más pequeños en la mujer que en el hombre, pues también el hueso calvar, del que dependen los demás, es más pequeño y más débil que el del hombre.



  ¶   4

Añade también la causa final, pues el hombre está naturalmente dispuesto al trabajo y a la obtención de lo necesario para la vida, y su virtud propia es la valentía, el vigor, la osadía y la disposición a hablar y a sacar adelante su causa de palabra y obra; por el contrario, las mujeres parecen naturalmente dispuestas a la conservación de lo obtenido, a la educación de los hijos, a la gestión del hogar; por tanto, sus virtudes propias son la templanza, la pudicia, una apariencia elegante y bella, la honestidad, el pudor, la parsimonia, la taciturnidad, la humildad y la paciencia, cualidades que las vuelven capaces de ceder y adaptarse a la voluntad de sus maridos, a su arbitrio y a sus propensiones, y a seguir la ley estricta de sus ancestros como siguen la voluntad de su marido y sus padres. Pues bien, como tal ha de ser la mujer, será blanda en su alma, luego también el cuerpo aquejará blandura, y también los miembros mostrarán semejanzas con el agua y serán blandos, pues el dominio de la tierra será débil y superará en poco al calor, de modo que los huesos no serán grandes ni robustos, y las mujeres no tendrán costillas grandes ni robustas, que es lo que había que demostrar.



Apotelesma xxiii

Apotelesma xxiii    Qué juicio deba formarse sobre aquellos cuyas costillas no se dejan ver y parecen inflados en esa zona.

orig:   (53.3)

Quienes no tienen costillas y están hinchados y como inflados son habladores y dicen estupideces. Se asocian a los bueyes y a las ranas. 

  ¶   1

Si se dice que no tienen costillas no es porque carezcan de costillas, cosa imposible, sino porque así como llamamos “exosses” a aquellos cuyos huesos no se dejan ver ni palpar, del mismo modo reciben ahora el nombre de “excosti”, invención del traductor, los individuos cuyas costillas, por pequeñas y sutiles, están tan cubiertas de carne que no muestran rastro o apariencia alguna a la vista ni al tacto. Mas el sujeto al que se ha de aplicar el predicado propuesto no solo precisa esta condición y cualidad; también ha de acusar un bulto o una hinchazón en esta zona, es decir, en la zona que va de las vértebras al lugar donde las costillas se suelen apoyar en el hueso del pecho ha de aparecer un bulto uniforme, como una hinchazón, mas no fruto de una enfermedad, sino de la naturaleza y de la fuerza formadora.



  ¶   2

Un ejemplo de esta hinchazón se echa de ver en la rana, o mejor en el sapo enfurecido, así como en la vaca preñada y ya próxima al parto, siempre y cuando haya sido criada y alimentada con generosidad. En efecto, estos acusan, primeramente, una piel suave, pues está extendida y tersa; y carne blanda, pues es rica en humor, motivo de que el vapor abundante que se produce degenere en aliento. Además, será posible apreciar que la sucesión de vértebras, llamada espina, se hunde formando una especie de valle, y que también se hunde el hueso del pecho, como efecto de la hinchazón de la carne en la zona de las mamas, razón por la cual difícilmente se podrá dar esta pasión en los cuerpos enjutos, con la sola salvedad de los cuerpos cuyas costillas se muestren más curvadas que las de los demás en su zona central, y más retorcidas en sus extremos.



  ¶   3

Así pues, dice Aristóteles que quienes acusen estas características y cualidades corporales por las costillas tendrán unas disposiciones en su alma que los volverán propensos a la locuacidad o a la charlatanería y palabrería inapropiada. Reciben el nombre de charlatanes (lat. fatui), término derivado de charlar (lat. fateor), quienes hablan mucho, sin consideración y al azar, haciendo caso omiso de la bondad o maldad de sus palabras, ni de si son dignas de ser dichas o de ser calladas; a su vez, serán vanílocuos o estultílocuos quienes suelten y profieran palabras con la intención de hacer reír a su auditorio, exponiéndose así a ser juzgado ridículo. Polemón, que opina prácticamente lo mismo, también dice que la bobería y la maldad vienen representadas por el bulto de las costillas; Pietro Abano los llama bebedores.



  ¶   4

Cuando Arsitóteles expone la cualidad corporal de estos individuos la asocia a los bueyes y a las ranas. En verdad, no veo de qué manera es algo natural de los bueyes esta hinchazón o este bulto por las costillas; de hecho, son muchos los bueyes que no muestran rastro alguno de un bulto como este, aunque sí se echa de ver en algunas vacas, especialmente por accidente, como cuando están preñadas o han pastado a gusto. Añade que en el género de los bueyes no parece darse la charlatanería ni el amor por las bromas; en efecto, aunque el buey es tosco y cuenta con un ingenio denso y torpe, no parece naturalmente propenso a hablar, ni charlatán o farfullero; y tampoco las vacas suelen gritar, a menos que su cría no esté junto a ellas o se sepan alejadas de sus compañeros y de su entorno conocido; y según me parece, tampoco las ranas son tan locuaces ni charlatanas como para albergar de por sí esta pasión de la charlatanería y del amor por hablar; y es que esto, según creo, es más propio de las aves.



  ¶   5

Así pues, me inclino a pensar que Aristóteles adujo el ejemplo de los bueyes con la intención de explicarnos cómo era esta característica del cuerpo y de las costillas; no obstante, viendo acaso que este no ilustraba convenientemente su sentencia, añadió también las ranas; y en verdad el buey, tras haber pastado y haberse saciado, se asemeja a una rana firme e hinchada de aire. La sentencia de Aristóteles, pues, dice como sigue: quien tuviese unos costados, próximos a las costillas, y las propias costillas abultadas e infladas, al punto de recordar con estas partes al buey recién pastado o a una rana hinchada, será charlatán y estultílocuo, hablador y orador insustancial.



  ¶   6

En cambio, resulta ciertamente difícil comprender por qué sucede tal cosa, pues la charlatanería y la insensatez no parecen guardar relación alguna con el abombamiento de las costillas. Investiguemos, pues, en primer lugar la causa de esta pasión habitual en la rana y el buey; acto seguido, hagamos lo propio con el hombre; luego procuraremos sentar la definición de la charlatanería y la estultilocuencia, para poder demostrar, en la medida de lo posible, la causa de este efecto mediante sus propios principios; así, si la charlatanería se da en el alma por los mismos principios que generan el abombamiento de las costillas en el cuerpo, resultará evidente por qué esta señal es indicio de charlatanería y vanilocuencia.



  ¶   7

El buey es un animal terrestre, pues es perezoso, y tiene una sangre enormemente fibrosa, y es que se coagula nada más salir de las venas; crece rápidamente, pero también se apaga rápidamente. En tanto que crece, alberga calor y humor en abundancia; ahora bien, como envejece y se apaga rápidamente, se trata de un humor acuoso que ni está bien mezclado con la tierra ni bien elaborado. A su vez, cuando en el seno de una materia no bien elaborada ni perfectamente mezclada se da un calor intenso, próximo al origen, que se viene a aplicar a esta materia, por fuerza este la mueve de manera irregular, de modo que la operación resultante no es uniforme ni se produce una dilatación igual, sino mayor allí donde más obediente se muestra la materia. Por su parte, resulta más obediente allí donde, por naturaleza, se encuentra en menor proporción; tal es el caso en las costillas, no en el comienzo ni en el final, pues por un extremo son huesos del pecho, y por otro de las vértebras, luego es en el centro de las costillas donde se produce una mayor extensión: así pues, resulta que la parte central de las costillas de los bueyes se curva más que en los hombres, los elefantes o los perros, y de ahí le viene que, tras haber pastado y con el estómago extendido, parezca hincharse e inflarse.



  ¶   8

Esto bien podría aducirse como causa de que los costados y las costillas de los bueyes parezcan hincharse. Ahora bien, como ya se ha dicho, me parece que esto se debe en gran medida al estómago, y es que siendo doble y recibiendo el superior gran cantidad de alimento, resulta que, mientras está extendido, las costillas, y especialmente las falsas, ceden y se elevan; así, como están curvadas por el medio, provocan la figura que se puede observar en un buey saciado. Por consiguiente, estos son los bueyes a los que se refiere Aristóteles, y es probable que gocen de un temperamento en que predominen la melancolía y la pituita; y recuerdan a la tormenta que se contempla en Italia y en las orillas circundantes cuando el sol está en piscis; no en vano, se trata de una tormenta fría y húmeda por la proximidad del invierno, pero gracias a la primavera que ya despunta tampoco se echa en falta el calor, de modo que las cortezas y las ramas de los árboles se endurecen, y la tierra se colma y rompe a dar hierbas y flores.



  ¶   9

En cambio, dijeron los poetas que las ranas, a su vez, eran hijas de la tierra y del agua. Como por razón y naturaleza de su cuerpo albergan poco calor y ni su materia ni su humor gozan de la viscosidad que se echa de ver en los animales consumados y de vida larga, resulta que una buena cantidad de aire se ve estimulada de manera natural y, por tanto, sus costados se inflan. Ciertamente se puede decir que las ranas, fruto de la tierra y del agua, albergan poco calor, pero sí una cierta lentitud; como esta es un tanto espesa en las ranitas, en primer lugar resulta que si algún animal las devora, toda su sustancia se vuelve aire, y el animal explota y muere. Además, al ser animales no consumados, no tienen más que un pulmón incipiente, luego el aire las llena y las infla; y al contrario de lo que dicen, no todas las ranas pueden croar, sino solo los machos, y no se trata de una voz auténtica, pues no se produce en la tráquea ni sale del pulmón; en verdad, ese sonido, que emiten en época de apareamiento o cuando amenaza lluvia, se produce en dos vesículas llenas de aire y con un poco de agua. Pues bien, a la luz de lo dicho creo que resulta evidente que las costillas los animales cuya sustancia consta de una combinación imperfecta de tierra y agua se inflan y se mantienen infladas de manera natural.



  ¶   10

Creo que la definición y la naturaleza de la charlatanería y la vanilocuencia permiten deducir que los individuos con unos costados y unas costillas como las aquí descritas merecen el nombre de charlatanes y oradores insustanciales. Así pues, partiendo del De characteribus de Teofrasto, llamamos charlatanes a quienes pronuncian discursos largos e irreflexivos; en este sentido, también Crisóstomo dice que el charlatán pronuncia discursos poco pensados y largos. Por su parte, quienes hablan y charlan sin pensar son muy imaginativos y se dejan impresionar muy fácilmente por cualquier factor externo; por consiguiente, están expuestos al padecimiento, y es que sus alientos espirituales participan del aire como el que más; por tanto, si alguien alberga mucho aire junto al corazón, pero aire natural y fruto del origen primero de la naturaleza, que da forma al hombre, tendrá unos costados propensos a inflarse y unas costillas demasiado arqueadas; a su vez, quien alberga mucho aire junto al corazón verá que este se le mezcla con alientos espirituales, y un individuo de estas características tendrá una imaginación inestable que le sugerirá muchas ideas vanas de manera continua; por su parte, quien acusa esta pasión profiere muchas cosas sin pensar, y un individuo como este recibe el nombre de charlatán, y se dice que cuenta tonterías; así pues, el de costados y costillas hinchadas es charlatán y cuenta tonterías.



[Por qué los inflados son charlatanes]

  ¶   11

Recuerdo haber conocido a un hombre en quien no solo se echaban de ver inflados los costados, sino todo el cuerpo, y así, hinchado como un sapo furioso, parloteaba continuamente, incluso cuando estaba solo, y soltaba aire sin cesar, por delante y por detrás; a su vez, como albergaba un poquito de melancolía, profería injurias sin mayor problema, y robaba a sus amigos, especialmente a los más queridos; aborrecía y lamentaba su condición, advirtiendo las obras ya de los reyes y príncipes, ya de los campesinos; era tan engreído y ampuloso que nunca dejaba hablar a nadie, y pasaba de un tema a otro que nada tenía que ver, y así le resultaba imposible distingur los momentos de ocio y los de negocio.



  ¶   12

Por lo demás, según yo lo veo, es probable que la charlatanería y la insensatez conlleven un cierto desprecio, pues estos individuos se procuran desprecio y un odio que no consigo definir; no aprendieron a ocuparse de lo propio ni de lo ajeno, no valen para los negocios ni son agradable compañía en el juego. Además de Teofrasto, también Horacio describió sus costumbres, pintando y advirtiendo en una sátira la insolencia y el molesto carácter del hombre charlatán y parloteador.



[Cómo son los charlatanes]

Apotelesma xxiv

Apotelesma xxiv    De qué sea indicio el vientre con una mayor extensión entre el ombligo y el final del pecho que la que va del pecho hasta la garganta.

orig:   (54.)

Aquellos en quienes la parte que va del ombligo al extremo del pecho es mayor que la que va del extremo del pecho hasta el cuello son voraces e insensibles. Voraces, ciertamente, porque tienen un vientre grande, que les hace buscar comida. Insensibles, a su vez, porque la sede de su sentido es angosta y está constreñida por la de la comida, de modo que los sentidos se ven impedidos por las comilonas o por la necesidad de alimento. 

  ¶   1

Es este el único apotelesma que Aristóteles presenta junto con su causa. Pues bien, en primer lugar han de explicarse los términos, y acto seguido la sentencia; luego seguiremos el razonamiento de Aristóteles. El presente apotelesma se divide en tres partes: la primera contiene la teoría que se quiere demostrar; la segunda, las causas del apotelesma; la tercera, una enseñanza derivada de lo dicho anteriormente.



  ¶   2

La teoría merece algunos apuntes. Su punto de partida o sujeto es el siguiente: aquellos en quienes el área que va del ombligo hasta el extremo del pecho es más grande en longitud que la que va del extremo del pecho hasta el punto donde se juntan los huesos de las clavículas. El predicado contiene dos nociones, a saber, que sean voraces e insensibles. Así pues, plantea: si la parte delantera que empieza en el omblico como punto más bajo y asciende hasta el extremo del pecho, donde se apoya el cartílago ensiforme y da comienzo el hueso del pecho, si esta parte —digo— fuese más grande, esto es más larga que la segunda parte que empieza en este lugar y termina en el extremo de los huesos del pecho, en el centro de cada clavícula, es decir, en el centro de los huesos que también reciben el nombre de “juguli ossa”, a saber, dos huesos que se sujetan sobre el pecho, se extienden desde ambos lados y forman una especie de fuentecilla, fin del cuello y comienzo del pecho. En efecto, si trazases una línea recta desde el extremo inferior de cada clavícula y la dividieses por la mitad, el punto medio sería el extremo de la longitud del pecho: sea A el ombligo, B el extremo inferior del hueso del pecho y C su parte superior que, situada en medio de las clavículas, se proyecta un poco hacia afuera y precisa el principio de la fuentecilla de la garganta. Si la línea AB es igual a la línea BC, digo que este hombre goza de una disposición acorde a natura, así como de buen sentido, y que es moderado en el comer y el beber; en cambio, si AB es más pequeña que BC, digo que este hombre es ciertamente agudo y que goza de un buen ingenio, pero que es de fuerzas débiles y poco amigo de la comida y la bebida, y que rara vez o apenas siente hambre, luego es capaz soportar la falta de alimento y, por tanto, se asemeja a los ancianos, luego no tendrá mucha vida por delante; y en sentido inverso, si AB es más grande que BC, según Aristóteles, este hombre será voraz e insensible. Este es el sentido del teorema.



  ¶   3

El ombligo es cosa conocida, pues es la parte del cuerpo que se deja ver en el centro del vientre y proporciona alimento al hombre cuando se encuentra en el útero materno; no en vano, los vasos umbilicales, a saber dos venas y otras tantas arterias, son los que, a modo de raíces, llevan sangre venosa y arterial al feto para que, gracias a ella, el animal pueda sobrevivir. Así pues, el ombligo es el origen del animal y el centro de su cuerpo; de hecho, si tumbases a un hombre con las manos y los pies extendidos y trazases un círculo colocando la pata inmóvil de un compás en el ombligo y abriéndolo hasta que su otra pata diese en el extremo de un dedo corazón, verías que el círculo pasaría por los extremos de los dedos de cada pie y el extremo del dedo corazón de cada mano.



[Cuestión]

  ¶   4

Llamo voraces a quienes la naturaleza ha dispuesto para comer mucho y muchas cosas. Así pues, según me parece, al voraz pueden atribuirse de manera absoluta tres cosas: la primera es que ingiere mucha comida; luego, que come durante mucho rato, rápidamente y con frecuencia; por último, que lo devora todo sin distinción y todo lo traga, y que esto no le viene de una afección ni de un hábito adquirido, sino de manera natural y por un principio de su constitución natural, de la que más abajo se dirá con qué criterio se forma. Pues bien, es voraz quien devora mucho y muchas cosas rápidamente y a menudo; en este aspecto parecen diferenciarse el glotón y el libertino del voraz tragón. En efecto, el glotón peca en calidad, y no desea comer más que manjares frugales, deliciosos y opíparamente preparados; en cambio, el voraz, que come mucho y muchas cosas, como un lobo, peca en cantidad, y prefiere reventar que no que sobren platos o comida.



  ¶   5

Se ha visto a muchos hombres de este tipo, que daban buena cuenta de veinte libras de pan; un príncipe italiano, cuando recibió a la reina de las Españas, tomó a doce de estos, que llamaban lobos, y hacía servir a cada uno de ellos un cordero asado, el cuarto trasero de un buey, cien libras de pan cocido y cien de vino para almorzar, y lo mismo en la cena. Compitieron sin descanso tres o cuatro días y, finalmente, un etrusco se alzó con la victoria, y dio en comer no solo su ración, sino los restos de sus compañeros. Estos hombres estaban naturalmente dispuestos a comer, eran frugales, grandes, enjutos, de manos y pies largos, boca ancha, rostro plúmbeo, dientes grandes y vientre amplísimo, mas no prominente, salvo tras haber comido bien. Eran el hazmerreír de todo el mundo, y se los tachaba de estúpidos; ellos, como se ofuscaban con la comida y con el vino, creían que no los veían ni escuchaban, y tampoco se preocupaban por entender nada de lo que escuchaban; antes bien, yacían como el Cíclope de Virgilio, eructando restos de comida empapados en vino. Pues bien, así son los voraces.



  ¶   6

Llamo insensibles no a quienes son incapaces de sentir, o lo hacen a duras penas, ni a quienes por no sentir reciben el nombre de inertes, como las piedras y las plantas; por insensibles o inertes me refiero aquí a los de sentido obtuso y denso, o de ingenio obtuso y juicio rudo, sin dos dedos de frente, que ni hablan ni callan a derechas, ni se ocupan de ellos mismos ni de los demás, en definitiva, a los que llaman cortos de entendederas y privados de sentido común, que asienten si asientes y niegan si niegas. Por su parte, se asemejan a quienes, tentados por el sueño tras una buena cena y un día largo, hablan medio despiertos medio dormidos, procurando responder a las preguntas. Así pues, estos hombres son fáciles de engañar, de convencer y de persuadir, incluso de cosas poco probables.



  ¶   7

Llama vientre a lo que conocemos popularmente como estómago, es decir, el lugar destinado a recibir el alimento, contenerlo y digerirlo; en cambio, localiza la sede de los sentidos en la caja torácica, donde se encuentran el corazón y el pulmón, una zona que el diafragma separa de los órganos digestivos. Aristóteles se refiere a ella como sede de los sentidos porque considera que el corazón es el primer órgano de los sentidos; no en vano, uno percibe que el corazón o las partes próximas se ven notablemente afectados por las pasiones que se experimentan, después de que el sentido común haya considerado su imagen bajo la razón del bien o del mal grande.



  ¶   8

A su vez, cuando se siente dolor en algún lugar, es posible que este lugar albergue la causa del dolor, o bien puede suceder por consenso; mas si sucediese por consenso, la pasión y la afección no siempre se dejarán sentir en los objetos que el corazón ama o evita apasionadamente en la medida en que se perciben. Por este motivo decimos que el corazón es el principio de toda la vida. Ahora bien, la vida animal consiste en sentir, y sentir es vivir; luego el corazón ha de ser, por fuerza, el único principio primero del sentido y de la vida, que el cerebro, como principal instrumento de la vida, provee de vida sensible, y al que el hígado, como órgano principal y propio de la vida vegetativa, demuestra obediencia. Así pues, por ejemplo, dice Aristóteles, bebiendo de Homero: no es bueno el imperio de muchos, sino que debe existir un único señor; y si el hombre es una cosa única compuesta de materia y forma, dado que lo único, en tanto que es único, tiene también un único principio, en el hombre ha de existir por fuerza un único principio corporal que atiende al alma de manera inmediata, un principio al que obedezcan todos los demás miembros, del que dependen y al que se disponen, un principio gracias al cual se produce todo lo que viene a producirse en el cuerpo.



  ¶   9

Digo que los sentidos se ven impedidos y se quedan impedidos cuando gozan de una disposición contraria a natura. Cuando tal cosa les sucede, les resulta imposible emitir juicios correctos sobre sus propios objetos, y es que en lo que se refiere a las cosas comunes o a cuanto sucede por accidente no resulta difícil meter la pata aun sin tener los sentidos impedidos. Pues bien, así hemos dado cuenta de la primera parte.



  ¶   10

En la segunda expone Aristóteles el razonamiento y las causas de este apotelesma. El caso es que las pasiones en él contenidas podían acomodarse por igual al género masculino y al femenino, y no parecían poder derivarse de los principios de uno de los dos; en efecto, la voracidad es un accidente más bien masculino, pero la charlatanería y el discurso insensato son femeninos. Así pues, ante estas asociaciones, el apotelesma no sigue propiamente a ningún género, luego se vio obligado a ofrecer un razonamiento propio, cosa que se hace ahora.



  ¶   11

Así, la primera parte del teorema dice: aquellos en quienes el tramo AB es más grande que BC son voraces. La prueba de ello es que tales individuos tienen un estómago grande y con mucha capacidad, esto es, el miembro que pide alimento y lo contiene; a su vez, quienes tienen un vientre con gran capacidad para el alimento acusan también un apetito vehemente, y pueden tomar mucho alimento; semejantes individuos reciben el nombre de voraces; por tanto, quienes tienen el tramo AB más grande que BC son voraces.



  ¶   12

La menor, que ocupa el primer lugar, no plantea dificultad alguna, pues si el lugar que naturalmente aloja el estómago es grande, es probable que tmabién el estómago sea grande; y si un barril es grande, naturalmente puede contener mucho vino, pues según sea el continente y según lo grande que sea, tal y tan grande será su contenido natural. Esto también corrobora lo siguiente, pues como el vientre está naturalmente dispuesto a recibir y requerir alimento, los individuos con un vientre de gran capacidad para el alimento acusarán una fuerza mayor en un vientre más grande y una fuerza menor en uno más pequeño, si las demás condiciones se mantienen iguales; por tanto, una mujercita requiere e ingiere menos alimento que un hombre grande. Así pues, resulta evidente que los de vientre con gran capacidad requieren mucho alimento. Por su parte, la proposición que sigue es la inversión de la definición del hombre voraz.



  ¶   13

Por otra parte, apunto que cada miembro, tomado individualmente, acusa una determinada propensión a su propia operación, que se sigue de su propia forma. Así, si bien es cierto que las ganas de alimento no son la forma del estómago, sí se derivan de su forma; de hecho, dado que su operación propia es digerir el alimento, y es su forma la que lleva a término esta operación, necesariamente parte del principio de que haya alimento; así, como no siempre lo hay, por fuerza ha de sentir necesidad, y en esto consisten las ganas de alimento; y cuanto mayor es, más ganas tiene, y cuanto más consumado está, lo requiere con mayor vehemencia y más disfruta al recibirlo, pues el deseo se excita cuando se constata la privación. Pues bien, si alguien preguntase por qué es voraz el individuo en quien el tramo del ombligo al extremo del pecho es más grande que el que va del inicio del pecho hasta el inicio del cuello, diremos que lo es porque tiene un estómago más grande; esto, a su vez, lo sabremos porque un lugar mayor también alberga un cuerpo mayor, y en un cuerpo más grande, mientras lo demás permanezca igual, también es mayor la fuerza que existe en él en tanto que tal.



  ¶   14

La segunda posición dice que semejantes individuos son insensibles. Aristóteles, según creo, aduce su razón y causa a partir de la materia en que se encuentra el principio del sentido. Así pues, se demuestra que el individuo con un tramo del vientre más grande que el del pecho es insensato, esto es, como hemos explicado, corto de entendederas. No en vano, quien tiene un tramo del vientre inferior más grande que el del pecho superior aloja el corazón, el diafragma y los demás miembros de la respiración en un espacio angosto; y quien acusa tal cosa es insensato y tosco; por consiguiente, quien tiene caja torácica más pequeña que el hueco destinado al estómago es tosco e insensato.



  ¶   15

La menor no plantea dificultad: si el vientre, al que he llamado AB, es más grande que BC, también BC será más pequeño que aquel y, al gozas los miembros de la respiración de menos espacio, por fuerza han de verse confinados en un lugar angosto. También se prueba la mayor: el individuo de pecho demasiado pequeño, y cuyos órganos respiratorios se encuentran confinados en un lugar angosto, es insensato, es decir estúpido e imprudente, y también inepto, pues quien tiene un pecho como este aqueja una disposición contraria a natura en los miembros que suponen el principio de la vida animal, y estos, en tales circunstancias, no pueden ejercer sus operaciones correctamente; en cambio, cuando operan perfectamente y gozan de una disposición acorde a natura, los hombres resultan sensatos; por tanto, cuando no gozan de una disposición conforme a natura tampoco operarán según el dictado de la naturaleza, y es que si la afirmación es la causa de la afirmación, resulta que la negación es la causa de la negación. Así pues, resulta evidente que un tórax angosto, y especialmente en lo que a su longitud respecta, denota compresión y estrechez, luego una disposición contraria a natura en esas partes, y también el impedimento de su operación. Ahora bien, la operación primera y propia del corazón y de los órganos de la respiración consiste en crear y producir alientos vitales y constituir la primera sede de los sentidos, donde se reciben todas las sensaciones de las cosas mediante la intercesión del cerebro; y si la sensación se ve impedida, por fuerza ha de resultar nula o imperfecta.



  ¶   16

La sensación imperfecta se denomina tosquedad e insensibilidad, luego los individuos cuyo bajo vientre, desde el ombligo hasta la base del pecho, es más grande que toda el área del pecho son voraces e insensatos. Son voraces por tener un gran estómago; insensatos por tener el área de la primera sede de los sentidos confinada en un lugar angosto, y oprimida por la zona destinada a la recepción del alimento. Esta es la opinión de Aristóteles.



  ¶   17

Apunto aquí que como el sentido y la sensación son una especie de consumación natural, han de encontrarse en una determinada medianía tanto de tamaño como de temperamento de las cualidades primeras. En efecto, allí donde la cantidad es mayor o menor de lo conveniente, la consumación de la sensación se ve necesariamente impedida; así mismo, allí donde las cualidades primeras excedan o falten, y se constituyan y se apoyen entre sí de tal modo que una supere excesivamente a la otra, en primer lugar se barre el sentido del hombre, que consiste en una cierta inmediatez; luego, el sentido del animal, y el sentido en general. Por este motivo se da en decir que los hombres cambian y, finalmente, mueren.



[Apunte]

  ¶   18

Este apunte evidencia la enseñanza que se deduce de lo anterior, a saber, que el sentido se ve impedido por la necesidad y la ingesta excesiva de alimentos; es decir resulta evidente que todo exceso o falta de alimentos cambia los sentidos y altera su naturaleza al desplazarlos de su medianía; no en vano, todo sentido es una fuerza del cuerpo y una razón determinada del cuerpo, y el sentido del cuerpo, luego su fuerza. Por último, la enseñanza de Aristóteles dice que la necesidad y la ingesta excesiva de alimentos altera las fuerzas de los sentidos, y que las mueve de su posición natural, de modo que su operación y juicio cae de su perfección. Pues bien, demostremos primeramente si esto es cierto; luego, en qué sentido depende de lo anteriormente dicho; en tercer lugar, por qué todas las necesidades y excesos causan tal cosa.



  ¶   19

Es por todos sabido que la necesidad de alimento, esto es el hambre y la sed, licuan los humores con vehemencia y despiertan la cólera; de hecho, se dice que el estómago en ayuno no está para escuchar cuentos; y a los hombres en el campo de batalla, que se dirigen agriamente a la muerte, los compara Virgilio con los lobos, a los que ciega una horrible rabia del vientre. Asimismo, apuntan que la excesiva ingesta de alimento puede hacer lo contrario, salvo en el caso del Demea de Terencio; y también que sin pan y vino se enfría el deseo.



  ¶   20

Es cierto que los cambios del vientre, de la inanición al empacho o viceversa, también alteran el alma; así, dice Horacio a propósito de los empachos: verás que todos se levantan pálidos de una opípara cena, y que su cuerpo, lastrado de vicios terrenos, lastra también el espíritu, y condena a la tierra a esta partecilla de aire divino 4-5. Esto mismo demuestra el bebedor nato, la variedad de alimentos y la voracidad, tentando las virtudes del espíritu y pervirtiendo sus operaciones.



  ¶   21

Por su parte, resulta evidente cómo inferir esto de lo anteriormente expuesto. Así pues, si el de vientre grande ingiere mucho alimento, y un individuo con un vientre como este recibe el nombre de insensato, quien ingiere mucho alimento es insensato; por tanto, la insensatez se sigue de la ingesta desmesurada, y como el sentido y la sensatez consisten en una cierta medianía, se corrompen por el exceso y por el defecto; por consiguiente, tanto la inanicione como el empacho lastran y alteran el sentido. Esta sentencia conviene con la que se presenta en el tercer aforismo de la primera parte, a saber, que tanto las evacuaciones extremas como los empachos extremos son peligrosos, pues perjudican al cuerpo y a la salud corporal, según Hipócrates, o al espíritu y a la prudencia, según Aristóteles.



  ¶   22

El motivo de que esto suceda también se expuso más arriba, y es que si la bondad del sentido consiste en la medianía, se corrompe por el exceso y por el defecto; y si una inanición y un empacho moderados protegen la vida, en desmesura la corrompen. A su vez, se considera desmesura cuanto se excede o se queda corto; queda claro, pues, por qué tanto exceso y como defecto de alimento y de bebida lastran, alteran, corrompen y cambian el cuerpo de los hombres.



  ¶   23

Y la necesidad o el exceso de alimento no son lo único que pervierte la sensatez; antes bien, cualquier necesidad o exceso que afecte a lo necesario para la vida barre y destruye no solo el sentido, sino la vida misma. En efecto, tanto el deseo carnal desmesurado como la abstinencia excesiva e irracional corrompen al hombre; y lo mismo cabe decir del sueño y la vigilia, del movimiento y el reposo o de los accidentes del espíritu. Así, el exceso en la edad no perjudica al sentido y al juicio menos que su defecto, y por eso decimos que los ancianos son dos veces niños; y no solo se vuelven más débiles en cuanto a su cuerpo ni solamente se enfrían las fuerzas nacidas en el cuerpo, sino que también sucede en el alma. Por tanto, si el cuerpo y el alma se corresponden de manera relativa, y la salud del cuerpo equivale a la fuerza del espíritu, entonces así como la salud requiere una cierta medianía, también consisten en la medianía la fuerza y la perfección del espíritu; y como lo que nos da la vida también nos permite mantenernos vivos, y lo contrario nos corrompe, daremos en establecer que toda inanición y todo empacho resultan perjudiciales para el cuerpo y pervierten el sentido natural de los animales, pues en verdad vale oro la medianía y la virtud se encuentra igualmente alejada de todos los vicios.



  ¶   24

Acaso quepa atribuir a la misma causa eso que se dice a propósito de que todo puede llegar a repugnar; en efecto, si la miel, el azúcar o cualquier otra cosa, la que sea, se presentasen en exceso, producirían repulsa y náusea. Esto resulta especialmente evidente en el amor carnal; así, cuando los adolescentes terminan por conquistar a la muchacha por quien mueren de amor, y de repente disponen de ella a voluntad, la desprecian y aborrecen, presas de la repulsa.



  ¶   25

A su vez, al margen de las propiedades del voraz en cuerpo y alma expuestas más arriba, el individuo que hemos llamado insensato será pobre, y dilapidará la herencia de sus antepasados; además, será olvidadizo, y no prestará la atención merecida a los asuntos propios ni a los ajenos, y rara vez llevará a término los negocios que emprenda; no podrá sobrellevar el esfuerzo ni las molestias, sino que sucumbirá rápidamente y no tardará en rendirse ante las adversidades; tampoco sabrá dar consejo, ni a sí mismo ni a los demás, pues es insensato, luego también imprudente, y no opone excesiva resistencia al engaño, la burla ni la ofensa. Esto se ha dicho partiendo de Aristóteles.



  ¶   26

Ahora bien, permitámonos buscar alguna otra causa que, si bien puede no resultarnos más evidente, sí ocupará un lugar más destacado en la naturaleza y le estará más próxima. Veamos, primeramente, por qué algunos dan en tener el vientre más grande que el pecho, y otros más pequeño, y otros igual. ¿Acaso depende de la fuerza formadora? No en vano, esta consiste en el aliento y el calor de la semilla, y este calor es una cualidad sustancial, luego según la materia en que se encuentre parece unas veces más intenso y otra más apocado. Lo llamo más intenso cuando la materia es ciertamente bastante densa, pero obediente y dúctil; en caso contrario, lo llamo más apocado. En efecto, como la semilla humana es de por sí un cuerpo irregular, aunque no lo aparente, y como alberga aliento y calor, si en la parte que ha de formar el bajo vientre el calor resultase más intenso y la materia más obediente, el calor se dilataría más y se formaría un vientre más amplio por abajo que por arriba; y como estas condiciones resultarían excesivas, el tamaño del pecho ha de menguar por fuerza, y como el calor y el aliento son más intensos aquí abajo, son más apocados allí arriba.



  ¶   27

Sea ABC la semilla que alberga, en todas sus partes, la fuerza formadora D; si la parte mayor de esta última, llamémosla F, viniese a encontrarse en B, digo que en A, en C o en ambas hay, por fuerza, una parte menor de esa D; por tanto, puede menguar el bajo vientre, o también el alto vientre, que es el pecho, o ambos se pueden ver superados por el vientre central, que se encuentra entre el ombligo y el extremo del pecho. Por su parte, si este vientre resulta que es mayor, también lo será su contenido; así, también el estómago será más grande de lo conveniente, y también el bazo; por tanto, el estómago recibe mucho y, como por naturaleza procura rellenarse, también naturalmente ansía cosas en abundancia; y como puede recibir muchas cosas, reunirá muchas; por consiguiente, será voraz. A su vez, como en un lugar espacioso el calor se dispersa, la fuerza, dispersa, también es más débil, pues cuando está compacta y unida es más fuerte; prueba de ello es que los animales de corazón grande son temerosos, como se echa de ver en los ciervos, los corderos y los conejos, animales todos ellos de corazón grande en relación a su cuerpo. Un calor más débil corrobora la causa de la apetencia: así, es propio de un estómago frío desear mucho más de lo que puede digerir, luego lo digerirá peor, y producirá sangre y alientos pituitosos, y enviará a la sangre mucha pituita.



  ¶   28

Pues resulta imposible corregir más adelante los vicios de una primera digestión. Pues bien, la sangre será acuosa y serosa, y también pituitosa; y quien tenga una sangre como esta será enjuto, pues no se estará nutriendo correctamente; y como la sangre es fría y pituitosa, aquel también será somnoliento, luego tosco e insensato, pasión debida a la debilidad de los alientos y a la sangre pituitosa que se da junto a la primera sede de los sentidos. Así pues, acaso resulte posible demostrar la voracidad y la insensibilidad partiendo de la causa eficiente, características estas dos que Aristóteles atribuye a quienes acusan un vientre medio más grande que el pecho. No obstante, parece muy sensato poner en duda los planteamientos de Aristóteles.



  ¶   29

Se trata de saber si es cierto lo que dice a propósito de que la estrechez y la pequeñez del pecho producen insensatez. Y no hablo sencillamente de pequeñez, sino de la que existe en comparación con el vientre medio, que aloja el estómago, el bazo y otros órganos de la nutrición. Y es que parece falso: en efecto, si la insensatez, la tosquedad y la indolencia son efecto del frío, de la falta de alientos o, al menos, de unos alientos muy lastrados de humor excrementicio y de movimientos lentos y tardos, sabiendo que, por el contrario, los de pecho angosto, tanto que el corazón y el pulmón se ven confinados y el lugar resulta más pequeño de lo conveniente, albergan un calor que, aun siendo moderado, por fuerza ha de calentarse al verse tan comprimido, y ha de enviar alientos bastante cálidos al cerebro, de ahí que el apetito de cosas sea más vehemente, y la ira tan pronta, luego yo llamaría más precipitado que insensato al hombre cuyo pecho fuese más pequeño que su vientre medio.



[Cuestión. Si la estrechez del pecho hace insensatos]

  ¶   30

Creo poder hacer frente a esta cuestión del siguiente modo, y es que existen dos tipos de pecho angosto. Un modo consiste en que tampoco se encuentre articulado, sino que, por su estrechez, desde un comienzo el corazón y el pulmón no se hayan consumado del todo; en un tórax como este se producen alientos imperfectos e incompletos, y no se elaboran exactamente; y se dice que esta es la causa de la insensatez. De vez en cuando encontramos a algunos enanos semejantes a estos individuos, muy dados al sueño, que hablan y razonan como niños, a los que un corto trayecto hace jadear, de pulso débil, rápido e irregular. Un ejemplo de esta compresión lo vemos en quienes padecen de hídrope pues, aun teniendo una respiración muy impedida, no albergan alientos ígneos ni se precipitan a hablar ni a refutar, pues lo acusa en conformidad a natura; los alientos vitales han de existir en una proporción determinada, no de manera contraria a natura.



  ¶   31

El segundo modo consiste en llamar angosto al pecho ciertamente pequeño, pero cuyos miembros, pese a su pequeño tamaño, gozan de una cualidad perfecta, de modo que pueden emprender y consumar su operación prontamente. En estos individuos vienen a producirse en ocasiones alientos bastante cálidos y agudos, luego son muy dados a la ira, la cual también deponen de inmediato. El discurso de Aristóteles no se refiere a estos, sino solamente a los primeros.



  ¶   32

A su vez, se ha dicho más arriba que los de pecho grande, largo y ancho son osados y cálidos; por consiguiente, los de pecho estrecho no deberían serlo. Nuevamente se ha de responder que existen dos tipos de calor: uno sutil e ígneo, fácil de mover, de sacar, de extinguir, poco duradero, un calor ineficaz que, si bien es cierto que empieza lo que debe emprender, no lo lleva a término; el otro, por su parte, es terreno, difícil de alterar, de sacar, de extinguir, muy duradero, un calor que empieza y lleva a término con eficacia lo que le corresponde y cuanto emprende. En este segundo sentido llamamos cálidos al león y al águila; en el primero llamaremos cálidos a los gatos domésticos y a las cabras, así como un cierto tipo de orugas, a las cantáridas y a los bupréstidos, cuya naturaleza es tan cálida que podrían ulcerar terriblemente la piel que diesen en tocar. A la luz de todo esto queda claro, pues, de dónde viene esta estrechez natural del pecho, y cómo produce la insensatez, y cómo no lo hace.



[Cuestión. Si los de pecho ancho son osados]

  ¶   33

Más arriba se ha planteado si acaso el corazón es la primera sede de los sentidos, y si es el miembro con que juzgamos y opinamos, del mismo modo que el cristalino es el primer humor que nos permite ver. En efecto, así como no solamente vemos con el cristalino, sino con el ojo, tampoco juzgamos solamente con el corazón sino, por así decirlo, con todo el cuerpo o con sus miembros principales; a su vez, así como el humor cristalino constituye el elemento principal en la acción de ver, también el corazón parece ser la primera y principal sede de los sentidos, gracias a la cual juzgamos lo que se presenta ante los sentidos; el proceso consiste en que la cabeza se encuentra en un lugar elevado, y en ella se encuentran los principales sentidos, en cuyo centro se unen, y de ahí las imágenes se dirigen al corazón, de modo que aquí se produce un juicio. En efecto, si el hecho de ser y de vivir de un animal consiste en sentir, el principio primero de la vida también lo será del sentido; pues bien, el de la vida es el corazón, luego también lo será del sentido. Así pues, cuando este resulta estrecho y se ve impedido en su movimiento y operación, por fuerza ha de formular juicios imperfectos a propósito de los objetos de los sentidos; y en esto mismo consiste ser insensato.



[Cuestión. Si el corazón es la primera sede de los sentidos]

  ¶   34

Además, se ha dicho que estos hombres son voraces y, por el contrario, prácticamente no existe ningún animal cálido y consumado que sea menos voraz que el hombre: los leones, los lobos, los perros, las ovejas, las cabras casi nunca piensan en nada que no sea comida; de los caballos se dice que o comen, o les duele la cabeza. Dicen que la causa de esta diferencia es que el hombre tiene unas circunvoluciones de los intestinos más grandes y largas que prácticamente cualquier otro animal de su mismo tamaño; por tanto, el alimento también tarda más tiempo en descender en el hombre que en otros animales, con la posible excepción del camello, al que, según se lee, le basta comer cada tres días. Como causa final de este efecto aducen que el hombre, naturalmente dispuesto a las acciones y las contemplaciones, no debía dedicarse continuamente a la búsqueda e ingesta de comida, tarea que parece ser la única propia de los animales. Mas si los hombres están naturalmente dispuestos a las acciones y al ejercicio de las artes, son los animales que menos tiempo le dedican a la comida, de ahí que sientan un mayor placer en la comida que los animales, y comen muchas más cosas que ellos, y cuanto habita la tierra, el mar y el aire le sirve de alimento al hombre, y apenas le bastan. Exploran las entrañas de la tierra para devorar sus raíces, rompen las rocas para encontrar peces, examinan la corteza de los árboles, los gusanos y los hongos, se arrojan al gaznate pescados, frutos, aves, cuadrúpedos e incluso anguilas muy venenosas, y lo que ningún otro animal quiere, y algunos pueblos no renuncian ni a la propia carne humana.



  ¶   35

Ciertamente diremos que el hombre es omnívoro porque es un universo en miniatura. En efecto, si la forma del hombre es el intelecto, y este es la forma por excelencia, y se tiene por el lugar donde todas las formas se encuentran en potencia, por fuerza también su cuerpo ha de responderle; así pues, también la mano, según Aristóteles, recibe el nombre de instrumento por excelencia. Por consiguiente, el cuerpo del hombre también debe ser semejante al alma, y debe reproducirla en cierto modo; así pues, los principios que lo establecen, como son los cuatro elementos, formados por los cuatro humores, a saber la sangre, ambas bilis y la pituita, reproducen lo que hay en el mundo; por tanto, si es un universo y es semejante a sí mismo, ya que se conserva mediante aquello de lo que se deriva, como se deriva de todo puede conservarse mediante todo; a su vez, se conserva mediante lo que come; así pues, le sirve de alimento todo lo que puede someter con su calor, y lo que no puede someter lo cocina. Por este motivo llaman omnívoro al hombre.



[Por qué el hombre es omnívoro]

  ¶   36

Ahora bien, convendría decir que los hombres desean conocer la naturaleza, y por eso aprecian los sentidos; así pues, el hombre intenta probar el sentido del gusto, y conocer los sabores de las cosas, en tanto que declaran prontamente la esencia de las cosas. Por este motivo da en llevarse a la boca diversas cosas, como hacen los niños; y cuando le agrada su sabor, lo traga y lo lleva al estómago. Además, como es un animal social e imitador, desea probar lo que ve hacer a su compañero; y por esto mismo el hombre no se privó de ningún alimento y, al contrario que los demás animales, no tiene ninuno propio.



  ¶   37

En cambio, me parece que se equivocan quienes creen que la carne es un alimento natural del hombre. En efecto, si los demás animales carnívoros tienen garras, dientes y un estómago aptos para la captura y la digestión de la carne, pues a quienes la naturaleza atribuye una determinada acción también les da los instrumentos necesarios para tal acción, a la vista de que el hombre carece de todos estos instrumentos, no creo que la carne sea un alimento propio del hombre. Ahora bien, puesto que el hombre, como dice Aristóteles, es un animal que vive principalmente de su oficio y su experiencia, por fuerza también ha de poder prepararse el alimento mediante su oficio y su saber hacer; por su parte, son muchos los oficios que contemplan la preparación de la comida del hombre, como se dice en el primer libro de la Politica: la agricultura, el pastoreo, la caza y otros tantos, y también el oficio de los panaderos y de los cocineros se orientan a este fin.



  ¶   38

Mas en mi opinión, el alimento más adecuado y propio del hombre es el que se aproxima a su naturaleza, su complexión y su temperamento, aquel del que más se sirve, y en cualquier ocasión, el único cuya ausencia le provoca malestar, el que, en defecto de otros, lo alimenta suficientemente, mientras que los demás, en ausencia de este, no serían de agrado. Se trata del pan de trigo, al que también los médicos atribuyen una capacidad nutritiva y un jugo óptimos, siempre y cuando esté bien elaborado, fermentado y cocido; o cualquier otro alimento semejante al pan de trigo, como el que se suele hacer añadiendo grano y algunas legumbres.



  ¶   39

A su vez, es un clamor que el hombre, al comer, siente más placer que los demás animales; en cambio, un perro no le hará ascos a un pellejo, y difícilmente podrás espantar, aun con hierro o fuego, a un burro que paste en un rico prado. Ciertamente diremos que una cosa es satisfacer el hambre y otra satisfacer el placer: el hambre acuciante apremia al lobo y al perro a enfrentar peligros y a soportar esfuerzos insanos; sin embargo, el placer no los mueve, y tampoco se preocupan de comer cuando no sienten hambre, o de beber cuando no tienen sed, cosa que los hombres hacen a menudo en demasía. Ahora bien, cierto es que los hombres, al comer, sienten mayor placer que las bestias, pues tienen un sentido del tacto más exquisito y perfecto que los demás animales; el gusto, a su vez, es una especie de tacto, un tacto con que discernimos los sabores; mas el sabor no es alimento, ni es una cualidad necesaria para la alimentación, sino que la acompaña y, a modo de índice, nos permite reconocer qué puede aportar de favorable y desfavorable. Por otra parte, hemos dicho que el hombre tiene un sentido del tacto muy preciso, pues es el animal mejor consumado, es decir temperado, constituido en la medianía de los extremos; prueba de ello es que lo que a nosotros nos parece templado, a los perros les parece muy cálido, mientras que a los gatos acaso les parece más frío que a nosotros.



  ¶   40

El placer por comer existe porque se trata de una operación conforme a natura. El placer consiste en la perfección de una operación conforme a natura; por su parte, conservarse a sí mismo y engendrar descendencia es algo muy natural; por tanto, el hombre se ocupa de estas dos cosas no en tanto que es hombre, sino en tanto que es animal. Actúa según la naturaleza del animal, que en él es más perfecta, pues la perfección del animal consiste en el sentido del tacto, que el hombre tiene muy fino; a su vez, opera de manera muy perfecta: cuando no se ve impedido por nada, ni por parte del objeto, ni por él mismo, ni por los instrumentos, ni por las condiciones externas, entonces siente placer; y como la perfección es el fin, y resulta que el fin es lo último de cuanto se produce, al término de una operación natural se siente placer; y si a la propensión natural viniesen a añadirse también el hábito, una voluntad habituada o el deseo, como ya no obramos solo conforme a natura, sino también según nuestra voluntad, sentimos un placer mayor. Existe, pues, este placer por comer, y si es mayor al comer una cosa y no otra, es porque esta se deseaba con más ganas que aquella, ya por su combinación con los demás alimentos, por su olor agradable o por su temperamento, o porque estamos más acostumbrados a esta que a otra; así, algunos aprecian las cebollas y los ajos, y otros las aborrecen, y no soportan las comidas que los llevan. Y como los temperamentos de los hombres son diversos, también aprecian alimentos diferentes, como observó Galeno, quien decía que el estómago frío disfrutaba naturalmente con alimentos fríos, y el cálido con cálidos; no en vano, es natural que lo semejante disfrute y goce con lo semejante, y sienta rechazo y se aflija por lo contrario.



  ¶   41

No obstante, este temperamento se ve superado por la costumbre de los hombres, pues la naturaleza humana es blanda y puede conducirse fácilmente al estado opuesto y asentarse en él mediante hábitos contrarios. Así pues, queda dicho que existe un placer por comer y por qué existe. Además, es probable que el hecho de que a unos les gusten unas comidas y a otros otras se deba al temperamento natural que algunos llaman propiedad individual.



  ¶   42

Yo no soy partidario de creer que el apetito de placer carnal sea mayor que el del alimento si aducimos algunas otras cosas: no en vano, es mejor conservarse uno mismo y seguir existiendo que no hacerlo con los demás, y más nos vale nuestra propia conservación que la generación de otros individuos, aunque la naturaleza prefiera la generación antes que la conservación del individuo. Ahora bien, en algún aspecto el deleite del placer carnal es mayor que el del alimento, pues un adolescente preso de amor desearía con mayor vehemencia y avidez yacer con su amada que no el alimento, por muy exquisito que este fuese; en cambio, si le viniesen a faltar a partes iguales el alimento y el placer carnal, creo que el hambre sabrá desbancar completamente al amor, pues sin pan ni vino el deseo se enfría; es el hambre lo que realmente seda el amor y expulsa del corazón las vaguedades; así pues, a un cuerpo lleno y a un adolescente saciado le resulta mucho más agradable su amada, mas quien se ve apremiado por el hambre y busca alimento baraja en su espíritu otras cosas antes que encantos carnales.



[Si acaso es mayor el apetito de alimento o de placer carnal]

Apotelesma xxv

Apotelesma xxv    Pecho grande y articulado.

orig:   (55.)

Por su parte, los de pecho grande y articulado son bravos en su alma. Se asocian al género masculino. 

  ¶   1

Desde el ombligo y el vientre que di en llamar segundo sube Aristóteles al estudio del pecho, a propósito del cual aporta un único teorema: el de pecho grande y articulado es bravo en su alma, esto es alberga un alma osada. Así pues, dos son los accidentes que deben encontrarse en en pecho, a saber, que sea grande en todas sus dimensiones, entiéndase, largo, ancho, grueso y alto; en efecto, si fuese largo y estrecho, o ancho y corto o, al fin, largo y ancho pero delicado y no grueso, nunca sería indicio de valentía ni de osadía; antes bien, un pecho estrecho denota un espíritu pávido y propenso a la tisis, y cuando es corto la respiración se ve impedida y denota al individuo insensato, y si fuese delicado denotaría una absoluta debilidad del calor y de los alientos; por tanto, con razón ha dicho pecho grande, índice de la abundancia de materia. Pero también se requiere la articulación, que denota la forma y la fuerza y prestancia de la forma o de la causa agente; por su parte, un miembro articulado y la propia consisten en la formación y en la perfecta distinción de todas las partes que componen un miembro determinado; así pues, se denomina miembro dearticulado aquel que muestra todas sus partes distinguidas, y consumadas y terminadas conforme a natura.



  ¶   2

Pues bien, dice: el de pecho grande y articulado se asocia al género masculino; quien se asocia al género masculino y se asemeja al macho en su alma es bravo y osado; por tanto, el de pecho grande y articulado es bravo y osado.



  ¶   3

La mayor ya se conocía, pues ya se ha demostrado que es una pasión propia del género masculino ser osado y bravo, y enfrentarse prontamente a los peligros. La menor también se explicó, pero se volverá a exponer más detalladamente; y es que el individuo de pecho ancho y largo, grande en todas sus dimensiones y articulado alberga ciertamente mucha materia, pero profundamente obediente al calor intenso; y quien alberga calor intenso en la materia que lo contiene de manera natural detenta fuerza masculina; no en vano hemos llamado macho a aquel en quien prevalece el calor ígneo y la sequedad terrestre; por tanto quien tiene un pecho como este también goza de una índole y una naturaleza masculina. Además, aunque sean muchas las disposiciones corpóreas y sensibles del pecho, Aristóteles solo ha hablado de esta; en efecto, conocida esta, también se reconocían las contrarias, a saber las figuras humanas que tenían un pecho ni grande ni articulado. Todas ellas se asociarán al género femenino, y no denotarán al individuo osado, ni la valentía ni un ingenio viril. Los pechos abombados se asocian a las aves y denotan a un hombre superficial, móvil y falaz, y no demasiado temeroso, pues esta figura denota una cantidad no despreciable de calor ígneo.



  ¶   4

La carnosidad se asocia a las mujeres. Un pecho carnoso denota la tosquedad y la temerosidad, pues existe un exceso de humor excrementicio, mientras que el calor natural se encuentra apocado.



  ¶   5

Ahora bien, si en un cuerpo mediano se diese un pecho ancho y articulado, pero no grande en todas sus dimensiones, sino con una especie de joroba, de un individuo como este dirás que es soberbio, iracundo, ávido, rapaz, malevolente y malvado, cosa que señala la experiencia y de la que también la razón parece convencer sin problemas a quien lo estudia. El calor formador, que se asocia al fuego, plegado sobre sí mismo e impedido por la materia, termina produciendo una joroba o una especia de curvatura en las espátulas; al calor ígneo lo siguen la iracundia y la soberbia, pues es propio del fuego superar a todos los demás elementos y, como está en la naturaleza del calor ígneo atraer cosas y agenciarse lo que naturalmente puede adoptar su propia sustancia, cuando prevalece en el compuesto, sin olvidar su naturaleza, también vuelve al hombre rapaz y ávido de lo ajeno y, por este mismo motivo, malevolente y malvado.



[Apunte. Quiénes son los jorobados]

  ¶   6

Por su parte, si un hombre barrigudo acusase un pecho cóncavo, este produciría una inspiración dificultosa y, por consiguiente, un temor al que la audacia no es del todo ajena. Este, en ausencia de peligro, parece soberbio, osado, terrible y amenazante, pues en un pecho angosto y mal formado el calor y los alientos se calientan mucho; en cambio, en presencia de un peligro o ante un peligro inminente, los alientos, comprimidos y constreñidos, se obstaculizan unos a otros, y se consumen y se extinguen, lo mismo que le sucede a una vela encendida encerrada en una linterna pequeña, y es que si se le impide salir por un respiradero adecuado, se extingue por efecto de su propio humo; del mismo modo, la presencia de un peligo, que inflige temor de manera natural, lleva la sangre y los alientos al corazón, de modo que cuando el pecho es angosto por el centro, se extinguen, constreñidos, y ante su extinción el corazón se enfría, motivo por el cual existe el temor.



  ¶   7

A su vez, el pecho plano y enjuto, mediano y lampiño denota al hombre moderadamente temeroso, pues es lampiño, luego también un poco frío, pero condescendiente y bien compuesto. En efecto, esta figura se encuentra a medio camino entre la cóncava y la convexa, ambas contrarias a natura; y como goza de una buena naturaleza, será también humano y tranquilo, amante de la paz, ni iracundo ni terrible, ni estúpido ni cruel. No en vano, la mencionada ausencia de carne denota que el calor natural no está apocado del todo, sino que el pecho carece de pelos y es lampiño, pues los conductos de la piel son bastante escasos, y que la sangre no es ni muy terrena ni muy densa.



  ¶   8

Un pecho rubicundo es índice de un furor interno y de una ira que arde intensamente, o de un hombre bastante proclive a una ira muy cruel; y es que en las entrañas se da un fuego abundante.



  ¶   9

El que está cubierto de pelos, siempre que acuse el tamaño y la articulación adecuados, denota osadía y vigor, pues los alientos y el calor de la materia sólida y terrestre gozan de vigor, luego emiten un hollín con que se suelen formar los pelos; este individuo, por el predominio de la tierra y de la melancolía, será obstinado y testarudo, aunque generoso, pasión que, como más arriba hemos dicho, es propia de los osados. Además, será lujurioso y amante de las mujeres, y se pondrá fácilmente a su servicio, como Hércules y Sansón; y es que el calor de la melancolía pone en movimiento una multitud de alientos para lograr la erección de los miembros sexuales, mientras que una humedad sometida al calor genera un humor salado y agudo que estimula y excita enormemente las partes en que encuentra para que procedan a expulsarlo, y de aquí nace la lascivia. Así ligaron los antiguos a Marte con Venus, y dijeron que esta nació del mar.



  ¶   10

Por último, los de pecho pequeño y tuberoso aquejarán malas costumbres y no merecerán la confianza de nadie; de hecho, son monstruos y acusan un error en el origen de la vida, y un error pequeño en origen se vuelve inmenso a medida que se desarrolla el proceso. A su vez, este vicio se deriva tanto de la desobediencia de la materia como de la falta de calor, de modo que estos individuos no se asocian únicamente al género femenino sino que, probablemente, estos hombres también aquejarán en exceso los vicios de la mujer; así pues, son temerosos, crueles, maledicentes, obstinados, iracundos, malevolentes, malvados, ladrones y delatores, y acusarán cuantos otros vicios suelen acompañar a la debilidad del calor y al movimiento desordenado de este y de los alientos. En efecto, así como cuando los miembros gozan de una disposición conforme a natura resulta que el animal se mueve y opera de manera ordenada, y el hombre que goza de una disposición acorde a natura se conduce bien y procede de manera razonable, del mismo modo, aquel cuyo miembros principales se ven afectados de modo contrario a natura acusará un calor de movimiento y acción desordenados, luego un calor contrario a natura e irracional, de modo que no puede ser bueno; de ahí el proverbio, que dice que no es fácil encontrar a un jorobado o a un individuo de pecho tuberoso que sea un hombre bueno y que viva conforme a la razón.



Apotelesma xxvi

Apotelesma xxvi    Alto de la espalda grande, carnoso y bien articulado.

orig:   (56.1)

Quienes tienen un metafreno grande, bien carnoso y articulado son bravos en su alma. Se asocian al género masculino. 

  ¶   1

Ya se ha dicho más arriba quiénes son los bravos en su alma, y qué es la bravura, a saber, una aptitud natural a actuar con valentía, a repeler los peligros y a soportar las adversidades. Por metafreno cabe entender aquella parte de la espalda que se opone al pecho y, propiamente, al diafragma, formada por las escápulas, el principio de las costillas y las vértebras por las que transcurre la médula espinal.



  ¶   2

Así pues, la sentencia de Aristóteles lee como sigue: el individuo cuya espalda superior, la que se enfrenta al hueso del pecho, fuese grande, carnosa y articulada, será bravo en su alma, esto es osado, animoso y dispuesto a enfrentarse a los peligros y a soportarlos. La causa de esta afirmación es que quienes tienen una espalda como esta se asocian al género masculino; por su parte, quienes tienen un cuerpo con miembros masculinos son bravos y osados en su alma; por consiguiente, quienes acusan estas tres condiciones en su pecho son bravos.



  ¶   3

Cabe considerar la menor, que pretende que los de espalda grande se asocien al género masculino: en efecto, si es propio del género masculino que en su cuerpo prevalezca el calor, del que, a su vez, es propio dilatar, también tendrá por propio dilatar el pecho; por tanto, el hombre asociado al género masculino tendrá un pecho amplio, luego también la parte enfrentada al pecho habrá de ser ancha. Así pues, según este razonamiento, como el macho cuenta con un pecho ancho, también su espalda será ancha, pues no podría ser de otro modo; y también articulada, pues en el género masculino prevalece la fuerza formadora y existe un dominio de la materia mucho mayor que en el género femenino. Por tanto, si se denominan miembros articulados los que están bien delimitados y consumados, y esto sucede cuando la fuerza generadora es potente, y esta a su vez es más potente en el género masculino que en el femenino, un metafreno articulado es masculino, y quienes lo acusan se asocian al género masculino.



  ¶   4

Por su parte, ¿acaso es su articulación una condición indispensable para que alguien sea bravo en su alma? Ciertamente creo que sí, pues si es grande pero no articulado, será indicio de que el origen primigenio alberga, ciertamente, mucha materia, pero una materia que no obedece al calor natural ni a la fuerza formadora.



[Cuestión]

  ¶   5

En cambio, si la espalda estuviese articulada pero no fuese grande, diremos que tal hombre goza de una buena naturaleza, y que es razonable y elegante, pues la fuerza formadora y el calor vencen a la materia que se mostró admirable al principio de la generación; en cambio, diremos que es temeroso y circunspecto antes que osado, abierto y resuelto. También se requiere carnosidad; no en vano, si la espalda, a menos que fuese torosa, se mostrase desprovista de carne, sabiendo que es la carne la que constituye los músculos, instrumentos del movimiento, de no haber carne, los músculos tampoco serán robustos; a su vez, cualquier cosa masculina es más robusta que las demás de su mismo género. Por consiguiente, los de metafreno carnoso también tienen robustos los músculos que mueven los brazos y las escápulas; el vigor se asocia al género masculino; por tanto, los de metafreno carnoso, grande y articulado se asocian al género masculino, que es lo que había que demostrar.



  ¶   6

La mayor decía que los animales de género masculino son bravos; decía que esto se afirma siempre por comparación, y que la comparación se establece con individuos de su misma y exacta especie, y no solo de su misma especie, sino también de su misma edad, mismo temperamento y misma naturaleza. Así, no compararás a un adolescente o a un efebo con un hombre ya adulto, sino con otro adolescente; ni a uno bilioso con uno sanguíneo o pituitoso; antes bien, la comparación resultará efectivo mientras impere la igualdad en todos los demás aspectos.



  ¶   7

Además, apunto que le entre los miembros que se encuentran en la figura masculina unos se aproximan y se asocian más al género masculino y otros menos. Los miembros que denotan más al macho son los indicios de la bravura y son instrumentos principales de la bravura, de modo que las manos, los brazos, los pies y los músculos, así como el pecho y el metafreno serán indicio más fiable de la bravura natural que la cabeza, el vientre, el dorso u otros miembros del cuerpo. A la luz de esto queda claro, pues, qué presagia el metafreno dispuesto de esta manera.



Apotelesma xxvii

Apotelesma xxvii    Alto de la espalda débil, escuálido.

orig:   (56.2)

Por su parte, los de metafreno débil, no carnoso e inarticulado son blandos en su alma. Se asocian al género femenino. 

  ¶   1

La sentencia es clara, pues se opone meridianamente a la anterior. Dice Aristóteles: los hombres de metafreno débil, al punto de que no alberga vigor, carece de carne y se muestra inarticulado, son blandos. A su vez, lo grande y lo pequeño parecen conceptos opuestos; el anterior era grande, esto es extenso y potente, mientras que este es pequeño y débil.



  ¶   2

Apunto aquí que a la gran dimensión y a la articulación las seguía el vigor; ahora, a la pequeña dimensión y a la falta de articulación las sigue la debilidad de la fuerza motora; no en vano, la fuerza motora es orgánica, luego requiere un cuerpo articulado. Prueba de ello es que los cuerpos no articulados carecen prácticamente de movimiento, como se echa de ver en las liebres de mar y en los erizos marinos, el los corales y las esponjas. Parece ser una pasión bastante común de todos los compuestos denominados zoófitos, pues son animales muy poco consumados, solo incipientes y, por consiguiente, acusan un desplazamiento bastante imperceptible. A la luz de lo anterior queda claro qué significa mostrarse inarticulado, pues los conceptos contrarios comparten razón de ser.



  ¶   3

Además, no carnoso, esto es ni toroso ni musculoso. La causa viene de que los músculos no son robustos; en efecto, el término carne hace referencia a los músculos, pues esta es su componente material propio. Como el músculo no es más que carne con fibras y rematada con una membrana, quien tenga un metafreno y unos hombros como estos, a saber pequeños y débiles, no articulados y no carnosos, esto es no musculosos, será blando en su alma.



  ¶   4

La razón de esta afirmación es que la disposición de un metafreno como este es femenina; y toda disposición femenina en el cuerpo denota blandura en el alma; por consiguiente, quien acusa un metafreno semejante es blando en su alma. La mayor se ha demostrado en repetidas ocasiones; cabe ocuparse de la menor. Que el metafreno débil, no carnoso e inarticulado sea femenino se demuestra recordando que este metafreno se opone al viril y masculino, pues lo produce una fuerza formadora débil y un calor diminuto; un calor y una fuerza como estos modelan y formam el género femenino, luego el metafreno es pequeño. En un instrumento pequeño e inarticulado, esto es imperfecto, no puede darse una fuerza grande y, por tanto, el metafreno es débil; y como es informe y poco dado al movimiento, tampoco los músculos han de ser grandes o torosos, pues no es carnoso, que es lo que había que demostrar.



  ¶   5

Pero enseguida surge una duda, y es que dijimos que el género femenino era más carnoso que el masculino; además, quienes tienen un cuerpo bastante frío también lo tienen bastante grueso, luego también bastante carnoso; por su parte, es cierto que el cuerpo femenino es un tanto frío en comparación con el del hombre; por último, alguien se preguntará por la mayor carnosidad del pecho femenino frente al masculino, luego también por la del metafreno, y es algo que confirma la experiencia, pues los hombros y el cuello de las mujeres parecen más carnosos que los de los hombres.



[Cuestión]

  ¶   6

Cabe responder a esta cuestión. En cuanto al primer argumento, se ha dicho que el género femenino es más carnoso en sus partes inferiores, mas no en las superiores; en efecto, las caderas, las nalgas y las pantorrillas femeninas son más carnosas que las masculinas, si se comparan unas con otras en proporción: esto es, en las partes inferiores, el peso de los huesos se ve superado en mayor medida por la carne femenina que por la masculina, mientras que en las superiores no se da esta misma proporción, y la carne masculina es proporcionalmente más abundante que la femenina. Ahora bien, es cierto el segundo argumento, que dice que, en ocasiones, un hombre de cuerpo un tanto frío da en ser bastante grueso; lo que no es cierto es que todo lo grueso sea carnoso. De hecho, como se echa de ver en las aves, una cosa es ser grueso y otra ser carnoso; así, son muchos los animales gruesos, como los cerdos castrados y los corderos, que no son carnosos, y también los hay carnosos, como algunos ciervos, los gamos, y las liebres, que no son gruesos; así pues, la parte superior de la mujer suele ser más gruesa que la del hombre, pero no siempre más carnosa. Por último, aunque el pecho femenino parezca más carnoso que el del hombre, esto no es cierto, pues lo que abunda en el pecho femenino no es carne, es decir músculo, sino piel y glándulas, o un cuerpo glanduloso que genera las mamas que habrán de nutrir a la cría. También puede suceder que el metafreno femenino parezca más carnoso que el masculino, pero no es cierto, y es que si lo parece, es debido al entumecimiento de la piel por exceso de grasa. En cuanto a la presencia de carne musculosa y fibrosa en esta zona, ya hemos dicho es falso; no en vano, la experiencia nos demuestra que los hombros y los brazos femeninos son más tiernos y mucho más débiles que los masculinos, y que soportan peor los esfuerzos.



Apotelesma xxviii

Apotelesma xxviii    Alto de la espalda curvo y hombros vueltos hacia el pecho.

orig:   (56.3)

A su vez, los de metafreno bastante curvado y hombros contraídos hacia el pecho aquejan una mala naturaleza. Se asocian a la nobleza aparente, pues las partes anteriores acusan una disposición adecuada. 

  ¶   1

El sentido de este apotelesma parece más opaco; no obstante, creo que la sentencia reza como sigue: tras haber disertado a propósito del metafreno masculino y del femenino que, dentro de un mismo género, difieren entre sí por características opuestas, sabiendo que el metafreno contaba con otras disposiciones y cualidades amén de las ya expuestas, también les pasa revista, y señala dos cosas sobre la formación y la figura de aquel; una la expone ahora y la otra más abajo.



  ¶   2

Ahora dice: quien tiene un metafreno bastante curvado, esto es en forma de semicírculo desde el extremo de un hombro al comienzo del otro, de tal manera que los hombros se quedan bastante contraídos hacia el pecho, aqueja una mala naturaleza. Esta naturaleza, a su vez, puede entenderse de tres maneras: bien de manera general, acusando la misma mala disposición a las acciones que a las contemplaciones y las ciencias, o solamente a las acciones; así, el sentido dice que es este un hombre de mala naturaleza, es decir que no se desenvuelve correctamente en sociedad, pues es malevolente, malvado, soberbio e incapaz de concertarse con los demás.



  ¶   3

En cambio, a mí me parece que propiamente se debería atribuir una mala naturaleza al individuo propenso al perjuicio, a hacer el mal y a proferir injurias contra los demás sin razón, cosa que lo vuelve soberbio, obstinado y burlón, que en cierto modo disfruta sin sentido con los dolores y males ajenos, de ahí que no parezcan de una índole muy loable los niños que disfrutan rompiendo herramientas o estropeando las cosas de casa, o los que se entretienen torturando o infligiendo dolor a perros, gatos o pájaros, e insultando a otros niños más pequeños. Así, un príncipe, no sé quién, fue sorprendido de niño mutilando unos pajarillos y disfrutando ante el horrible espectáculo de la sangre, y auguraron que habría de ser un rey muy cruel, y el augurio no defraudó. Así pues, son de mala naturaleza en lo activo los propensos a perjudicar a los demás; en lo factivo, quienes no pueden ni quieren aprender los oficios intelectuales y liberales, quienes no tienen memoria para los oficios contemplativos, los indóciles e incapaces. Según creo, pues, la sentencia de Aristóteles contempla principalmente la vida activa, de modo que atribuiremos una mala naturaleza a quienes disfruten injuriando a los demás, sin provocación previa ni motivo. Para demostrar tal cosa, dice Aristóteles que esta figura se asocia a la nobleza aparente y, explicando lo dicho más detenidamente, dice: en efecto, resulta evidente a los sentidos que sus partes delanteras acusan una figura que es indicio apto y adecuado de una naturaleza mala y de una maldad asentada, esto es que el pecho goza de una disposición tal que comunica a quien lo observa una disposición y una figura contrarias a la que suelen tener naturalmente los de buena naturaleza y los bondadosos.



[Quiénes son los de mala naturaleza]

  ¶   4

Pues bien, como dice el Suesano, la nobleza en la fisionomía consiste en que si la composición del cuerpo natural, adecuada y apta denota disposiciones y costumbres buenas, la mala y contraria a natura sea indicio de una naturaleza mala; y como solo existe una disposición adecuada, pues la rectitud y la bondad no conocen más que un modo, la mala y oblicua es múltiple. Esto, a su vez, se debe a que muchas potencias naturales del alma parecen ser actos del cuerpo y fuerzas en la materia. Así pues, el razonamiento de Aristóteles será como sigue: quien acuse un metafreno curvado y unos hombros encogidos hacia el pecho, como los arcos con que juegan los niños, haciendo el pecho de cuerda, habrá de aquejar una disposición contraria a natura en su parte delantera y unos hombros mal formados; quien tiene el pecho y los hombros dispuestos de tal manera acusa una naturaleza adecuada y conforme a esta disposición; ahora bien, lo conforme a una mala disposición suele ser malo; por tanto, quien tiene un metafreno como este aqueja una mala naturaleza, una mala mente y una mala índole.



  ¶   5

A su vez, la verdad de lo dicho queda patente mediante la contemplación de las proposiciones de partida. La primera dice: el de metafreno bastante curvo y hombros encogidos tiene una forma del pecho contraria a natura, pues un pecho bien formado debe ser plano y ancho, como se ha apuntado en la descripción del fuerte y, como se dirá más abajo, un metafreno bien formado no debe ser ni demasiado convexo ni cóncavo; así pues, quien tenga un pecho y un metafreno como los ahora descritos gozará de una disposición acorde a natura en lo que a estos miembros respecta, y el individuo que no sea como este no será conforme a natura; no en vano, como se ha dicho en repetidas ocasiones, si la afirmación es la causa de la afirmación, la negación también será la causa de la negación. A su vez, esta disposición contraria a natura del metafreno viene causada bien por la desobediencia de una materia dura y rebelde, que opone excesiva resistencia al calor natural y a la fuerza formadora, bien por la impotencia de esa misma fuerza; por consiguiente, en el temperamento ha de prevalecer necesariamente el humor melancólico y terrestre, y como este miembro, que aloja los órganos de la respiración, aqueja un error en su formación, resulta difícil creer que no se dé también un error en los propios órganos que constituyen los principios de toda la vida sensible.



  ¶   6

La segunda proposición de partida dice que el individuo con un pecho y unos hombros como estos ha de aquejar una disposición contraria a natura en estas partes, pues el pecho y los hombros conformes a natura se ven afectados de modo inverso, luego los hombros y el pecho aquejados por la disposición en cuestión son necesariamente contrarios a natura y al orden de la figura humana. Que a esta poco loable figura la sigue una naturaleza semejante no plantea duda alguna; no en vano, si a una disposición natural la siguen la nobleza y una buena naturaleza, a la mala disposición la seguirán una naturaleza mala y una índole ímproba, pues un cuerpo horrendo suele albergar un alma horrenda, y tanto más cuanto la fealdad y la disposición contraria a natura no se limiten a la piel, sino que penetren, tanto que puedan llegar a provocar daño a los órganos principales. Mas todo esto no descubre la causa de que el individuo con unos hombros y un metafreno semejantes sea de mala naturaleza y negro, como decía Horacio; de hecho, ciertamente fue horrible Esopo, fue horrible Plotino y muy horrible Epitecto, hombres, por lo demás, óptimos y muy santos; mas acaso su deformidad atañía a las partes externas, mientras que las internas gozaban de una disposición conforme a natura. Cabe pues investigar la causa de tal efecto.



  ¶   7

Así pues, en primer lugar, podemos reconocer al hombre de mala naturaleza en virtud de la descripción que planteó Horacio en la tercera sátira de su primer libro, cuando, digo, llama negro al que presenta como dotado de una mala naturaleza y un mal ingenio. Em esta sátira parece haberse inspirado también Pitágoras cuando dijo: no se ha de entablar amistad con los de cola negra, esto es con quienes disfrutan perjudicando a los demás, y lo hacen detenida y conscientemente. De este individuo diremos que chismorrea del amigo ausente, y no lo defiente frente a quien lo acusa; ansía las risas de los homrbes y la fama de mordaz; es capaz de inventar lo que no ha visto, e incapaz de callar lo que se le ha confiado; un hombre como este es negro 4-6, es decir de mala naturaleza. Mas Epitecto y Esopo no eran así.



  ¶   8

Por su parte, es cierto que el de metafreno curvado también lo tiene inflado, especialmente desde la primera vértebra del metafreno hasta la quinta, y en mayor medida en torno a la segunda y la tercera, y la experiencia nos lo confirma; en efecto, popularmente atribuimos mucha maldad a aquellos de quienes se dice que tienen los hombros inflados, y dicen que Marco Antonio un hombre como este, impuro y pérfido.



  ¶   9

Ahora bien, ¿por qué hemos dicho que es de mala naturaleza quien de por sí busca ser malo y disfruta perjudicando a los demás, aun cuando no se lo merecen, y quien chismorrea de los amigos ausentes, y no los defiende de quien lo inculpa? Ciertamente se trata de un individuo mentiroso y mordaz, y moderadamente temeroso pues, en caso contrario, no chismorrearía del ausente. A su vez, por ser mordaz, es también moderadamente seco; en cambio, como es malvado a conciencia y por voluntad propia, tiene la agudeza mental impedida por sus afecciones; y como es seco y medianamente cálido, es de temperamento melancólico.



  ¶   10

En verdad, se asocia a la tierra calentada por un calor moderado y reciente: así pues, se generan muchos vapores y son muchos los vientos que se elevan en marzo. Ahora bien, unos vapores muy secos, aunque moderadamente cálidos, agitan la mente, la turban, inducen odio y malevolencia; por tanto, si quien acusa esta figura del metafreno alberga humores abundantes en torno al principio del alma, o alberga una materia bastante seca pero moderadamente cálida, cosas que, al emitir muchos vapores secos ligados al aliento vital, hacen al hombre propenso a una naturaleza cruel, como más arriba se ha dicho, resulta que quien tiene un metafreno como este aquejará una mala naturaleza, y tanto más si este vicio diese en comunicarse a la aorta, al pulmón y al corazón. En efecto, la arteria le impide subir directamente al cerebro, luego los alientos también suben más desordenados e irregulares y, por consiguiente, el individuo se conduce de manera irregular; y como resulta que estos alientos, por la misma causa, tardan más en subir, aquellos también se muestran perspicaces y astutos, aunque malvados, como he dicho; y como son capaces de maquinar astucias, pueden urdir muchas mentiras, ganarse las risas de los hombres y parecer mordaces. Este tipo de hombres es profundamente odioso, pues no resultan útiles en broma ni en serio, y son malos con ganas y disfrute; por tanto, como dice el otro, cuídate de él, Romano 4-7.



Apotelesma xxix

Apotelesma xxix    Alto de la espalda prominente, abombado y cada vez más rígido.

orig:   (56.4)

A su vez, los de metafreno prominente son gloriosos e ignorantes. Se asocian a los caballos. No en vano, el metafreno no ha de estar ni fuertemente curvado ni ser cóncavo; es el intermedio, el moderado, el que conviene a aquel a quien se atribuye una buena naturaleza y nobleza. 

  ¶   1

El presente apotelesma se divide en dos partes: la primera parte ofrece un predicado y un pronóstico nuevo a propósito del metafreno contrario a natura; la segunda contiene la norma y la regla en virtud de la cual, tras el reconocimiento de la disposición natural del metafreno, también podremos reconocer su disposición contraria a natura. Según me parece, este predicado sobre el metafreno se opone en cierto modo al anterior: aquel metafreno era convexo y esférico; de este se dice que es prominente y en forma de piña, pues no podría ser de otra forma si se debe asociar a los caballos y, en lo que a esta zona respecta, ha de resultar semejante a su disposición.



  ¶   2

Así pues, así como en los caballos vemos que es prominente la parte que reúne a un lado y a otro sus patas delanteras, y a su vez es la que se muestra inmediatamente abierta por la parte de delante de la armadura del caballo, si el metafreno de un hombre aqueja una prominencia como esta o semejante, diremos que se trata de un hombre glorioso; pero diremos que por glorioso entienden algunos torpemente generoso, engreído y fanfarrón, cosa que parece denotar el término vecino en el texto griego, no traducida al latín, y que significa demente, siendo el sentido como sigue: los de dorso prominente y como en forma de piña son gloriosos, tienen una magnífica pero inepta opinión de sí mismos y son dementes. Como prueba aduce que son semejantes a los caballos, esto es que recuerdan la parte del cuerpo del caballo a la que responden, en el alma de ese mismo caballo, la jactancia y la ostentación y demencia inepta que se suelen apreciar en ellos.



  ¶   3

Queda explicada la sentencia de Aristóteles y que los caballos son de este modo en lo que a su cuerpo respecta, pues se echa de ver que tienen patas en forma de piña. Ahora bien, cabe estudiar el hecho de que sean como son en su alma, y cabe considerar qué tipo de ostentación y demencia se infiere en el caballo. Puede tratarse de la naturaleza que Virgilio expone muy elegantemente en las Geórgicas, cuando dice que camina erguido y pisa con patas delicadas, que es el primero que osa emprender el camino, y enfrentarse a ríos amenazantes, y aventurarse en un puente ignoto, que no se amedrenta ante ruidos vanos 4-8, y un poco más adelante: si a lo lejos sonase el ruido de las armas no sabría quedarse quieto, pondría firmes sus orejas, haría temblar sus miembros y daría vueltas al fuego que aprieta bajo su nariz 4-9.



  ¶   4

Así pues, según me parece, la ostentación del caballo consiste en llevar la cabeza más alta de lo conveniente, en lanzar las patas con soberbia y en gustarse; por su parte, al hombre que se arrogue la primacía y la prevalencia en todas las cosas, ose afirmar lo que ignora, lo que no ha aprendido y lo que sabe que ignora, al hombre que se ría de los peligros remotos y los desprecie, sea incapaz de mantenerse quieto, respire ruidosamente por la nariz al estar enfadado y profiera palabras ignominiosas contra Dios y contra los hombres, a este hombre lo llamaré glorioso, presuntuoso y arrogante, y al mismo tiempo demente, engreído y ampuloso.



  ¶   5

Así pues, dice Aristóteles, quien tiene un metafreno prominente, con una tendencia a lo agudo y una incipiente semejanza con el ángulo obtuso será presuntuoso, glorioso y demente, pues será semejante al caballo, del que esta propiedad parece propia. En efecto, siendo el caballo glorioso y demente, como atestigua Horacio en el apólogo del caballo y del ciervo, el hombre que se le asemeje en la parte en que puede serle semejante también se le asociará en los aspectos del alma y, al igual que el caballo, será presuntuoso y demente.



  ¶   6

Ciertamente, esto me resulta muy cuestionable; no en vano, el metafreno con forma de piña no es exclusivo de los caballos, sino que también atañe a los burros y a los mulos, incluso los bueyes parecen acusarlo, y a ninguno de estos animales lo llamaríamos presuntuoso o glorioso. Además, ¿cómo puede denotar al hombre glorioso o demente una espalda con forma de piña? De hecho, ¿qué parte toman en la acción arrogante y delirante la espanda y el metafreno?



[Cuestión, si acaso el metafreno con forma de piña es indicio de arrogancia]

  ¶   7

Algunos dicen que sus causas están ocultas, y que solo la experiencia ha podido comprobarlo, del mismo modo que no se sabe por qué el imán se orienta al polo, ni por qué algunos aborrecen a tal punto ver gatos, ni otros pierden el sentido al simple olor del orégano, ni otros, por último, evitan el almizcle, a tal punto que si llegasen a percibir su olor, perderían las fuerzas y se les revolverían el estómago y la cabeza; y de todo ello puedo aportar un ejemplo cotidiano y conocido por todos. Mas ciertamente no hay efecto sin causa, y un efecto eterno tiene una causa eterna, y uno continuo una continua; uno mortal, corruptible y temporal también requiere una causa semejante. Por su parte, es imposible que una causa eterna produzca algo nuevo, a menos que se disponga de una manera diferente; en cambio, cuando se produce algo nuevo, esto también requiere una causa nueva; y si se ignora la causa de algún efecto, no por ello carece de causa, o si está oculta, no lo está de manera absoluta, sino que se nos oculta completamente a nosotros.



  ¶   8

Esta cuestión me parece ciertamente difícil. En efecto, en primer lugar es cierto que existen semejanzas entre el metafreno de los caballos, el de los asnos y el de los bueyes; y los caballos y los burros también convienen en ser dementes el uno y el otro, y del burro no dirás que es prudente o discreto, salvo que lo hicieses con sorna; los mulos acusan ambas cualidades; el metafreno del buey dista mucho del metrafreno del caballo, y los burros difieren del caballo; así pues, se echa de ver que el del caballo es más túmido y está más lejos del ángulo obtuso: este se forma con líneas rectas, y el del caballo con líneas convexas. Las líneas que conforman el metafreno del burro, en forma de piña, trazan un ángulo agudo; las que forman el del caballo se muestran curvadas, y reproducen secciones del círculo próximas al ángulo obtuso.



  ¶   9

Mas cuando uno se pregunta qué es lo que tienen en común un metafreno en forma de piña y un alma presuntuosa y gloriosa, pues no es instrumento de la acción presuntuosa, acaso quepa señalar que si bien no es instrumento de la acción presuntuosa, sí denota la existencia de este instrumento en el interior; y tampoco esla forma corrompida del hueso calvar instrumento del discurso corrompido y perverso, pero sí sugiere que el cerebro desatendido, por efecto de su perversa afección interna, también opera de manera perversa e imperfecta. Ahora bien, yo tampoco diría que las causas de este efecto son completamente desconocidas; no en vano, en términos generlaes, toda causa, en tanto que es causa, es más evidente que su efecto, si bien es cierto que nada impide que se nos esconda; en cambio, es posible reconocerla mediante lo que ya sabemos pues, cuando hubiésemos analizado los accidentes de la presunción y la demencia, y les hubiésemos encontrado una definición, reconoceremos que aquella es la fuerza y la forma en la materia; mas como una forma determinada requiere una determinada materia, que en cierto modo moldea, reconoceremos abiertamente que los presuntuosos acostumbrarán a tener una espalda en forma de piña; por tanto, con toda probabilidad, quienes tengan una espalda como esta serán presuntuosos y dementes.



  ¶   10

Se dice que es ineptamente glorioso y ostentoso quien, con señales y palabras, dedica demasiado celo a parecer mejor que los demás, al tiempo que se ocupa de menudeces, lo cual le canjea el nombre de leve y presuntuoso, luego también de imprudente. Por tanto, es posible que albergue junto a los orígenes del sentido mucha bilis y mucha sangre sutil, en proporción casi igual; así, como los alientos cálidos, inestables y semejantes al aire cálido se dirigen a la cabeza, estos individuos se vuelven gloriosos y soberbios por efecto de la bilis, e ineptos y festivos por el de la sangre dulce: de este modo, por unos opuestos pasivos y unos alientos de constitución prácticamente igual, acostumbran a ser ridículos. Por su parte, llamamos ridículos a quienes hacen cosas ridículas, y son ridículas las acciones que, sin perjuicio propio, conllevan una contradicción aparente en sí mismas. Tal sería el caso, por ejemplo, si un adolescente que se creyese hermoso, bien parado y de buen porte, por elevar su cabeza al cielo diese en caer al fango; o el caso de una mujer que, queriendo mostrarse muy parada en públio, diese en caer inopinadamente y dejase a la vista de todos unas prendas íntimas usadas, feas, gastadas y con manchas de todo tipo.



  ¶   11

Así pues, si así es el hombre presuntuoso y demente, que procura colocarse sin razón por delante de los demás, albergará junto a los principios de la vida un temperamento cálido y húmedo, qué duda cabe.



  ¶   12

Ahora bien, conviene apuntar que su materia no está compuesta ni formada de manera conveniente pues, si fuese cálido y húmedo en consonancia con un temperamento humano y adecuado al hombre, este no recibiría el nombre de presuntuoso ni de demente. Así pues, sentaremos que la especie humana alberga dos temperamentos cálidos y húmedos: uno conveniente y loable; en él, el calor y el humor superan ciertamente a las demás cualidades, si bien es cierto que el calor supera en fuerza al humor en proporción sesquiáltera, por ejemplo; y así, quien acusa un temperamento como este goza de una propensión a todas las acciones, e imita y aprende cualquier cosa por efecto de su humor obediente y muy dispuesto a padecer. En el segundo temperamento, del que estamos hablando, el calor y el humor guardan una proporción muy diferente, y se encuentran en proporción más bien superpartiente que no superparticular; y es que el calor no se impone al humor de manera armónica y este tampoco obedece al calor según la recta razón. Según creo, pues, esta es la diferencia que existe entre estos dos temperamentos.



  ¶   13

Cabe apuntar que también se contempla una distinción en la mezcla de los elementos, pues en la mezcla y la preparación adecuadas y perfectas de la materia de un hombre plenamente conforme a natura se produce una mezcla y una elaboración de humor y de calor seco y frío gracias a la cual ninguno de los elementos supera ni se ve superado, salvo en la medida en que sucede en sus sedes propias, esto es, si la sequedad viniese a vencer en los huesos y a ceder en la carne, y el calor venciese en el corazón y el frío en el cerebro, no de manera absoluta, ciertamente, sino conforme al requerimiento de la mezcla necesaria para la adopción de la forma humana.



  ¶   14

A su vez, en esta mezcla de la materia que produce al ostentoso, inepto, presuntuoso y demente, allí donde el humor debería aquejar una escasez a razón de cuatro, por ejemplo, solo lo hace a razón de tres y medio, y donde el calor debería remitir excede los requerimientos de la recta razón del miembro. Así las cosas, resulta que en las primeras vértebras de la espalda y junto al origen de las costillas se da un humor excesivo; a su vez, resulta que este hombre alberga junto a los orígenes del sentido y el corazón mismo un calor sobresaliente y, además, ígneo. El fuego, por su parte, proyecta en punta bien la parte delantera, bien la trasera: si actúa sobre la delantera, forma un pecho abombado y hombres charlatanes, falaces y vanos, semejantes a las aves; en cambio, si este calor que embiste contra la materia próxima al corazón obligase a ceder a las vértebras y a los orígenes de las costillas, el metafreno adoptaría una figura en forma de piña y prominente, y denotaría el imperio de un calor abundante ligado sin proporción a la humedad.



  ¶   15

Se ha demostrado que de un temperamento como este se elevan los alientos que producen aquella ostentación inepta y vana; por tanto, no le faltó razón a Aristóteles cuando dijo: el de metafreno en forma de piña y prominente es engreído y presuntuoso con ignorancia; además, le es propio mostrar desprecio hacia muchas cosas, hacer burla de los ausentes, hacer caso omiso de los presentes, hablar mucho unas veces, callar otras, conducirse a menudo con pompa, y corretear en ocasiones de aquí para allá, tal y como se describió al cantor Tigellius, según me parece leer en Horacio. Pues bien, como el metafreno no ha de ser curvo ni cóncavo, ni abombado ni hundido, y como todas estas figuras son dignas de reprobación, se sigue que si los extremos son malos, la medianía es buena y merece ser perseguida, y esto es lo que dice Aristóteles en la segunda parte del apotelesma.



  ¶   16

Como el metafreno tampoco ha de ser curvo como un arco ni convexo, ni cóncavo, figura opuesta al pecho abombado, y como tampoco ha de ser loable el prominente y con forma de piña, y como todo esto son extremos y figuras contrarias a natura, se sigue que un metrafreno bien formado debe ser plano, con una tendencia muy pequeña a la curva, que apenas puedan percibirla los ojos y reproduzca una pequeña sección de un círculo grande; se sigue que sea grande, ancho, carnoso y articulado, como más arriba se dijo. Para reconocer cómo ha de ser y cuán grande ha de ser el metrafreno a lo ancho, basta con extender al hombre y colocar un pie del compás en el ombligo, que hace de centro, luego servirse de la otra pierna o mano y brazo abierto hasta donde alcance, y trazar un cículo que recorra los extremos de los dedos corazón de las manos y los extremos del pulgar de cada pie; dividido el diámetro de este círculo en tres partes, si tomases una de ellas tendrías la amplitud o el ancho natural del metafreno humano; el ancho que se aleje de esta sección, por ser más grande o más pequeño, por estar más o menos encorvada, ya deja de ser conforme a natura y no denota una buena naturaleza, sino que es indicio de un vicio subyacente junto al origen de los sentidos, o que existió en la fuerza formadora, vicio en virtud del cual no obtiene una buena disposición a las acciones, las contemplaciones o las asociaciones.



Apotelesma xxx

Apotelesma xxx    Hombros firmes y nuca articulada y bien formada.

orig:   (57.1)

Los de cuello y hombros con artículos prominentes son sanos y bravos en su alma. Se asocian al género masculino. 

  ¶   1

En el texto griego, la sentencia de este apotelesma parece diferir mucho de la que recoge el Suesano y transmite el traductor. Según refiere el autor del Thesaurus griego, Camers y Celso parecen haberla interpretado como sigue: aquellos en quienes la parte superior de los hombros que cae entre los puntos de origen de las escápulas y los propios hombros no mostrasen buen aspecto ni forma gozan de salud en su alma, esto es son íntegros y hablan y actúan en consecuencia. Por consiguiente, parece sensato que Aristóteles trate de esta parte, pues está inmediatamente ligada al metafreno.



  ¶   2

Así pues, por ἐπωμίδα entenderemos la parte situada entre ambos hombros, donde se encuentra la vértebra del final del cuello, donde no solo es posible apreciar al tacto como a la vista el hueso o la pies, sino el miembro en su totalidad. Aquí, ciertamente, los músculos conectivos que mueven el cuello y la cabeza suman unos catorce; en cuanto a su función propia, consiste en sostener la cabeza y volverla a los lados, pues los que la bajan e inclinan hacia adelante nada tienen que ver con el cuello ni con el actual objeto del discurso. Pues bien, si el miembro que mueve la cabeza se compone de músculo, por fuerza es también robusto, y si los hombros gozan — así leen — de un buen aspecto, diría yo que también estarán articulados y bien terminados, de manera que se dejan apreciar sin problema, distinguidos de las demás partes del cuerpo.



  ¶   3

Y por hombro entiendo propiamente el miembro cubierto de carne, nervios y piel, bajo el cual el extremo del hueso del brazo, junto con la extremidad de la clavícula o hueso del cuello, se unen a la curvatura de las escápulas. Pues bien, si esta parte diese en ser prominente, esto es articulada, pues eso es lo que según Camers significa el término griego, y diese en gozar de una buena afección, sería indicio de que el hombre acusa una mente sana, esto es que goza naturalmente de una buena disposición en el alma, es decir, que es noble, moderadamente bravo y generoso, y naturalmente plácido, además de veraz y tranquilo.



  ¶   4

Aristóteles, justificando su afirmación, dice que ello se debe a que esta figura es masculina, de modo que el razonamiento reza como sigue: los miembros asociados al género masculino denotan que existe en ese hombre un alma proclive a las costumbres y acciones masculinas; a su vez, quien acusa unos hombros y un cuello como los descritos goza de miembros propios del género masculino; por tanto, este individuo albergará en su alma disposiciones masculinas y se lo tendrá por un hombre de mente sana, y la naturaleza le habrá dado una forma adecuada y válida para operar conforme a su virtud.



  ¶   5

La mayor ya no plantea dificultad alguna. La menor decía: el de cuello y hombros musculosos, fornidos y bien formados se asocia al género masculino. No en vano, es propio del macho tener un cuerpo mejor formado y articulado que el femenino, pues es más perfecto, al ser más robustos en el hombre que en la mujer el calor y la fuerza formadora.



  ¶   6

En verdad, si el individuo con este cuello y estos hombros es sano en su alma, esto es goza de una disposición conforme a natura, y si acusa unas disposiciones, unas afecciones y unas voluntades naturales del ser humano, ello se puede deber a que este efecto y esta disposición del cuerpo sean indicio de la potencia y perfección que acusó la fuerza formadora; y como la fuerza que formó es también la que conserva, la conservadora gozará probablemente de una óptima afección. La fuerza que conserva, por su parte, es la que dirige y gobierna el compuesto; es esta una fuerza orgánica, luego también es acto del cuerpo orgánico; se trata, pues, del alma. Por consiguiente, el individuo con un cuerpo de miembros bien formados y constitución óptima albergará, con toda probabilidad, un alma bien sana y de constitución conforme a natura; así pues, diremos de él que es razonable, como hace Virgilio a propósito de Hércules, de quien dice que nunca actuó sin razón.



  ¶   7

Por lo demás, la regla me parece bastante cierta y firme. Dice que el individuo cuyos miembros próximos al corazón están bien dispuestos y formados al dictado de la naturaleza también goza de un buen sentido y juzga con acierto cuando no es presa de las afecciones, según naturalmente se ha de juzgar y opinar; dice, en cambio, que el individuo cuyos miembros se han visto afectados de manera contraria aqueja la misma disposición en su alma. Y es que según son los instrumentos, tal es la fuerza que los creó, y tal es la operación para la que se formaron, y tal es el agente que los habrá de emplear; así, sumando cuatro, el instrumento, el que forma el instrumento, la operación y la fuerza que se sirve del instrumento para consumar la operación, así como la operación implica la presencia del instrumento y de un agente que emplee el instrumento para consumar la operación, del mismo modo, según sea la operación, tal será el agente que la consuma, y también el instrumento de la operación acusará una característica determinada;y en sentido inverso, según sea el instrumento, tal habrá sido de por sí aquello que lo haya creado, tal será el agente que lo habrá de emplear y, por último, es probable y razonable que tal sea la operación. A la luz de esto queda claro, pues, qué denotan este cuello y estos hombros.



  ¶   8

Dicen algunos que un cuello bastante carnoso denota al embustero y charlatán; yo, en primer lugar, no veo cómo se podría afirmar tal cosa. Bien cierto es que si el cuello fuese muy grueso y la piel estuviese tersa, pero suave y blanda, el hombre sería charlatán, hablador e incapaz de callarse nada; el carnoso, en cambio, esto es el musculoso, no suele ser como este. Si el cuello bastante grueso señala a un hombre como el anterior, acaso sea por tratarse de un indicio de humor aéreo abundante; por tanto, a un hombre como este lo asociarás a las aves, de naturaleza charlatana, como enseña la experiencia; además, se asocia al aire, el elemento más inestable, de ahí que la imaginación no deje de proponer nuevas imágenes, fuente inagotable de nuevas palabras que valen al hombre el apelativo de charlatán.



  ¶   9

Un cuello cubierto de vello denota al bravo e iracundo, pues tales individuos se asocian al león, cuyo cuello acusa protuberancias. Ahora bien, los pelos no nacen salvo en presencia de vigor y a menos que los hombros acusen la mencionada disposición; por consiguiente, si los miembros acusasen tal afección y el pelo, además, estuviese cubierto de vello, esto sería indicio de la robustez del calor junto al origen del movimiento y en la médula espinal; y como el cometido esta es mover, la fuerza motriz será robusta; a su vez, se supone que los instrumentos también se corresponden con la fuerza, luego también los llamaremos robustos y, por tanto, diremos que un hombre como este es potente y se asocia plenamente al género masculino.



  ¶   10

Por otra parte, si el cuello no fuese prominente, sino cóncavo y hundido, sabiendo que por aquí pasa la médula espinal, principio e instrumento de casi todos los nervios que no solo mueven al animal, sino que le permiten sentir, si en esta y en su inicio se produjese un error, probablemente el cuerpo aquejaría falta de fuerzas y la fuerza motriz sería débil, cosa que no es de extrañar, pues un pequeño error en el principio gana mucha importancia cuando llega al final. Pues bien, ya por esta causa, ya porque el cuello hundido se opone a la disposición descrita por Aristóteles, es probable que un individuo con un cuello semejante sea no solo débil, sino enfermizo; añade también extravagante, en cierto modo, no sensato y tampoco demasiado prudente por naturaleza, sino temeroso e indolente.



  ¶   11

Algunos atribuyen un cuello óseo y duro al hombre indócil, insolente y rapaz; en cuanto a mí, creo que ciertamente conviene al indócil, y también al insolente; ahora bien, no veo de qué manera puede señalar el cuello al rapaz. En efecto, el rapaz desea lo ajeno, luego es violento y osado, y alberga mucho calor muy vehemente, del que es propio atraer y disipar lo que haya atraído; a su vez, en el obstinado predomina el humor proporcional a la tierra, pues el obstinado es duro y cambia con dificultad; así, diremos que un cuello inflexible, duro y óseo denota el predominio del humor con que se forman los huesos y, por tanto, también la melancolía, que se asocia a la tierra; esta es seca y difícilmente adopta impresiones ajenas; esto, a su vez, se debe a la razón de la indocilidad, pues propiamente se denomina indócil a quien se mantiene impasible ante las disciplinas y es incapaz de comprender y asimilar lo que oye; además, siendo así, si captase algo lo retendría muchísimo tiempo, y tendría dificultades para cambiar de opinión, algo propio del obstinado. Por tanto, existen razones para que sea indócil y obstinado el hombre de cuello duro, rígido y, en apariencia, inflexible por siempre.



Apotelesma xxxi

Apotelesma xxxi    Nuca y hombros débiles y no articulados.

orig:   (57.2)

Los de cuello y hombros débiles e inarticulados son blandos en su alma. Se asocian al género femenino. Digo lo mismo que dije a propósito de los pies y las caderas. 

  ¶   1

Este apotelesma es la contrapartida del anterior y no supone dificultad alguna. Así pues, si el de cuello robusto y hombros articulados, grandes y torosos es bravo y potente en su alma, por consiguiente, quien acusa unos hombros y un cuello con la disposición contraria también albergará un alma con una disposición contraria.



  ¶   2

Aporta, pues, dos predicados corporales o sensibles a propósito del cuello y los hombros, a saber, la debilidad y la inarticulación. Llamamos debilidad a la impotencia natural para ejercer y padecer lo que cada uno debería poder ejercer y padecer naturalmente. Existen, a su vez, dos tipos de pasión: una llamada corruptiva, que no se trata ahora; y otra llamada perfectiva, que ahora nos ocupa. Así pues, como el hombre está naturalmente preparado para caminar y, por naturaleza, puede recorrer diariamente unas veinte millas, si alguien no pudiese caminar más de cuatro millas o seis, diremos de él que es débil; y de modo semejante, como el hombre puede mover naturalmente unas cien libras de peso, de quien no puede hacerlo, ni tan siquiera con cincuenta libras, decimos que es débil y que acusa una impotencia pasiva. Por el contrario, de quien no consigue ver más que cosas grandes ni oír mas que sonidos muy fuertes decimos que acusa una impotencia pasiva; en efecto, no puede padecer con pasión perfectiva ante los objetos ante los cuales otros sí pueden padecer naturalmente, y también esto se denomina debilidad para ver y oír.



  ¶   3

Pues bien, se denominan hombros y cuello débiles los que no pueden completar con perfección y exactitud el cometido para cuyo ejercicio la naturaleza suele formar los hombros y el cuello: en efecto, si este no ha de mover ni sostener la cabeza competentemente, si los hombros no han de levantar los brazos, si no han de sostenerlos con firmeza, si se han de fatigar con un peso moderado, de este hombre diremos que tiene unos hombros débiles e impotentes.



  ¶   4

La inarticulación, por su parte, se opone a la articulación; así, si la articulación consiste en la perfección e independencia de un miembro constituido según su propia figura, pudiendo por tanto ejercer con exactitud el cometido al que lo destinó la naturaleza, resulta evidente que la inarticulación será una imperfecta consumación del miembro, un rudimento del miembro, que no ha tomado de la naturaleza con exactitud ni su propia figura ni su propia fuerza, todo ello necesario para cumplir perfectamente al cometido al que fue destinado.



  ¶   5

También más arriba se declaró qué es la blandura del alma y qué accidentes la siguen. Así pues, lo que Aristóteles quiere decir es lo siguiente: los de cuello y hombros débiles e inarticulados son blandos en su alma, temerosos, impacientes, naturalmente vergonzosos y modestos, como demuestra su asociación al género femenino, del cual, como ya se ha demostrado, la blandura es pasión propia: no en vano, en lo pasivo del género femenino predomina el agua, y en lo activo prevalece la fuerza del aire, no como en el género masculino, cuyo principio pasivo es la tierra y el activo, en cambio, el fuego; por su parte, la inarticulación y la debilidad convienen a las mujeres, pues el vigor y la articulación constituyen la propiedad de los hombres, en tanto que son machos; y si en el cuerpo femenino se da una fuerza menor, ello es debido a la notable escasez del calor, que no pudo actuar tanto como debía; a su vez, una materia bastante blanda forma a un animal menos apto para resistir.



  ¶   6

Pues bien, a la luz de estos mismos principios queda probado que la sentencia de Aristoteles es cierta, y por qué lo es. En efecto, quienes tienen unos hombros y un cuello como estos aquejan una fuerza formadora débil, luego también una fuerza motriz equivalente; mas a una fuerza motriz débil la sigue un cuerpo blando y débil, de aquellos en cuyos pasivos prevalece el agua; el hombre a quien tal cosa le sucede alberga en su alma unas disposiciones y unas inclinaciones proporcionales; por tanto, quien tiene unos hombros y un cuello como estos será razonablemente blando y temeroso en su alma, y estará dispuesto a ceder. Esto es, pues, lo que dice Aristóteles del cuello.



Apotelesma xxxii

Apotelesma xxxii    Hombros sueltos.

orig:   (57.3)

Los de hombros bien sueltos son generosos en su alma. Se asocian a la apariencia. 

  ¶   1

Llamo hombros bien sueltos a los articulados y no agarrotados. Los agarrotados son los que reproducen la figura del hombre que duda o ignora lo que se le pregunta; en efecto, quienes muestran dudas sobre algo que se les pregunta suelen encoger los hombros hacia arriba, cosa que también hacen en ocasiones quienes se asombran o sienten compasión. Pues bien, los de hombros sueltos y forma contraria a la de los dubitantes reciben el apelativo de generosos en lo que a su alma respecta, esto es prontos a dar y a repartir sus cosas entre quienes necesitan lo que ellos poseen. Y la generosidad a la que aquí se refiere Aristóteles no es una fuerza, sino una facilidad y una disposición a dar.



  ¶   2

Cuando aduce la causa de su sentencia, que se asocian a la apariencia, se trata de la causa de su reconocimiento, que no de su ser; en efecto, a quienes vemos que dan y conceden fácilmente a los demás sus biene, son tales que tienen unos hombros bien sueltos y relajados, o los relajan cuando dan.



  ¶   3

Dicen algunos que la intención de Aristóteles era otra; dicen que declara y dice que son generosos porque demuestran una buena apariencia, esto es que acusan una afección conveniente y conforme a natura, la soltura de los hombros se presenta como una disposición hermosa; así, el sentido sería: los de hombros bien sueltos son generosos, pues se muestran hermosos; a su vez, la hermosura conviene a la disposición natural. Y ciertamente, según me parece, este es el sentido genuino de este epígrafe, pues quienes tienen unos hombros como estos gozan en el pecho y en los hombros de una disposición afín a la naturaleza del hombre, y esto supone mostrarse hermoso; por su parte, quienes gozan de una disposición bastante acorde a la naturaleza humana son también bastante sociables; y nada une más los lazos sociales, nada los vuelve más estrechos que la generosidad, la bondad y la donación de riquezas; en efecto, como decía el otro: las riquezas, créeme, aplacan tanto a los hombres como a los dioses, y al mismo Júpiter se lo aplaca con regalos 4-10.



  ¶   4

Este es, pues, el sentido de las palabras de Aristóteles, al que es posible dar forma de silogismo del siguiente modo: los de hombros bien sueltos son hermosos y gozan de una forma admirable; estos individuos acusan en su cuerpo una afección acorde a la naturaleza humana; por su parte, es probable que los de un cuerpo con afecciones adecuadas a la disposición humana y natural alberguen un alma bien afectada y dispuesta, pues el alma es el acto y la perfección del cuerpo; así pues, el alma de un cuerpo bueno y perfecto tambien es, razonablemente, buena y perfecta. Resulta evidente, pues, que los de hombros sueltos gozan de unas buenas inclinaciones en su alma; estas, a su vez, son propensiones a la virtud, la primera y mayor de las cuales es el amor al prójimo, fuente de la sociabilidad y la civilización, conceptos a los que sigue la prontitud a la beneficencia y a la generosidad.



  ¶   5

Este es, según me parece, el razonamiento de Aristóteles. La primera menor no plantea duda alguna, pues el propio sentido juzga hermosos unos hombros como estos; a su vez, tampoco suscita duda que los hermosos gocen de una disposición afín a la naturaleza humana, al no ser la hermosura más que una adecuada disposición de las partes en conformidad con la naturaleza de cada uno y una armonía con el conjunto. Ahora bien, que los cuerpos de disposición buena y natural cuenten también con un alma buena se desprende de los principios anteriores, pues hemos dicho que según sea el cuerpo, tales son las inclinaciones del alma, que llaman propensiones naturales; por tanto, quienes gozan de un cuerpo hermoso y de forma generosa también contarán, probablemente, con un alma generosa, como la propia palabra indica. En efecto, llamamos rostro generoso a aquel cuya forma puede resultar agradable, y hombre generoso al humano y bondadoso, pronto a dar, mas no para lucrarse ni por sí mismo, sino por aquel a quien da. Así pues, los de cuerpo hermoso parecen naturalmente dispuestos a las virtudes.



  ¶   6

Mas, ¿por qué a la generosidad antes que a la valentía, la veracidad, la magnanimidad o la justicia, si todas ellas son virtudes? En verdad, y según me parece, responderemos que los hermosos, esto es quienes gozan de una disposición conforme a natura, están naturalmente dispuestos a todas las virtudes, cierto es, pero en mayor medida a las que más convienen al hombre en tanto que es hombre. Este, como hombre que es, es profundamente social, de modo que resultará más conveniente al hermoso lo que más haga por la concepción y la conservación de la sociedad humana, y tal cosa es la generosidad; así pues, el hermoso ha de ser liberal. Los adolescentes, echando mano alguna que otra vez de este principio natural y asentado, suelen decir a sus amadas: si tan hermosas sois, seréis humanas y generosas; como si el hombre creyese naturalmente que la generosidad y la belleza son afecciones ligadas, de manera que quien acuse una en su cuerpo también albergue la otra en su alma. Así, queda manifiesto que la posición de Aristóteles es cierta.



[Cuestión]

  ¶   7

Mas, ¿por qué se dice que la causa de la hermosura lo es también de la generosidad? En efecto, esto suscita alguna duda. Ciertamente, diremos que no hay más causa tras la hermosura del hombre que la sola potencia de la fuerza formadora, la cual se topó con una materia de notable obediencia y resistencia razonable; esta fuerza es calor, del que es propio dilatar; por tanto, genera en el espíritu de los hombres una propensión bien asentada a dilatar y disgregar. Esto, a su vez, no implica sino generosidad, pues es propio del generoso compartir sus bienes y, por así decirlo, entregarse él mismo, algo propio del hombre bueno; de hecho, la bondad, en tanto es es bondad, es susceptible de ser compartida, y cuanto más se comparte, tanto mejor es, como atestigua Aristóteles en el primer libro de la Ethica.



  ¶   8

A la naturaleza vuelve hermosos a los hombres con la sola intención de que gusten a los demás y que, de ahí, surjan entre ellos la sociedad y la solidaridad, cuyo primer vínculo son la generosidad y la beneficencia. Mas, nuevamente, y a propósito de la razón del calor ¿cómo se ha podido decir que se aloja en el individuo con el fin de disgregar? En efecto, según me parece, cabe decir todo lo contrario; no en vano, lo propio del calor es reunir, opinión que comparte Aristóteles en el cuarto libro de la Meteorologica, como demuestra gráficamente una linterna encendida: así, vemos que la llama encendida en el pabilo atrae hacia sí el aceite o el sebo y, por tanto, lo reúne.



[Cuestión]

  ¶   9

Se responderá conjuntamente que el fuego reúne lo homogéneo y disgrega lo heterogéneo; en efecto, el aceite es homogéneo, y la carne y los huesos son heterogéneos. Por contra, una sola cosa, en tanto que es una sola, tiene un único efecto, como opina Aristóteles en el segundo libro de los Analytica posteriora. Además, si cuanto consta de cuatro elementos es heterogéneo, el aceite no es menos heterogéneo que la carne; y si cuanto comparte nombre y definición se denomina homogéneo, afirmarán que la carne no es menos homogénea que el aceite. Ciertamente, diremos que el fuego, en tanto que es fuego, tiene una única operación, a saber, no dejar de generarse y propagarse continuamente; como no deja de generarse, requiere materia, que atrae hacia sí; a su vez, atrae lo que es más susceptible de adoptar su propia naturaleza, esto es, lo que guarda un cierto grado de identidad con él, a saber, el aire: así pues, el fuego atrae hacia sí el aire, que se convierte en fuego; reduce la tierra a cenizas; del agua hace vapor, o la pulveriza; así es como reúne y disgrega y, haciendo una misma cosa, produce un efecto y su contrario.



  ¶   10

A propósito del razonamiento que reza: “una única cosa, en tanto que es una sola, produce un único efecto”, diré que tal sería el caso si gozase de una única disposición; en cambio, si una úncia cosa acusase diferentes disposiciones produciría efectos diversos, y no uno solo, como sucede con el fuego cuando se aplica a diferentes cosas; esto ya los observa Virgilio cuando dice: como el fango se endurece y se derrite la cera por efecto de un mismo fuego 4-11.



  ¶   11

En cuanto al segundo argumento, digo que, secundum sensum, la carne no es menos homogénea que el aceite, pues la razón del todo lo es también de la parte; en cambio, ambos son compuestos secundum rationem. Por su parte, el fuego disgrega y atrae hacia sí el aceite o aquellas partes naturalmente dispuestas a volverse fuego y, al mismo tiempo, también desliga el aceite, pues las partes del aceite que no se pueden volver fuego ni aire se repelen. Lo mismo vale para la carne; de hecho, en tanto que es heterogénea, se dilata y se desliga, mas en tanto que tiene partes homogéneas, a saber la humedad aérea que reúne, le sucede lo mismo que al aceite. Así, atraído el alimento por efecto el calor, las partes terrestres se juntan con la tierra, las acuosas con el agua; las secas se ligan a las partes secas, las húmedas a las húmedas, y las individuales a las individuales más pequeñas; y como resultado de esta mezcla, el animal y su cuerpo se vuelven más grandes, y así decimos que el cuerpo animal crece y se dilata por efecto del calor, y así cuanto crece, por el hecho de crecer, es rico en humedad y calor.



  ¶   12

Por su parte, como todo producto refiere la naturaleza de sus principios, cabe considerar que todos los compuestos participen de las formas primeras de los cuatro elementos, aun bajo una apariencia diferente y diversa, apenas reconocible. Así, cuando veamos a un hombre bilioso, diremos de él que ansía honores y, por tanto, no soporta las afrentas, y desea destacar sobre los demás, lo cual supone ser soberbio; diremos, pues, que el bilioso es soberbio, al ser propio del fuego destacar sobre los demás elementos, ser inestable y no mantener nunca su lugar ni su disposición, consecuencia de su generación constante; de modo semejante, donde prevalezca el fuego natural del hombre, esto es la bilis amarilla, se echarán de ver, por analogía, las mismas cualidades, pues será ligero, inestable, iracundo en cuerpo y alma, agudo en sus deseos y raudo en el desdén, de voluntad soberbia y ambiciosa; pasiones estasque responden al fuego y a la naturaleza ígnea.



  ¶   13

Pues bien, hemos advertido que los hombros sueltos son indicio de generosidad, que a la forma corporal noble le conviene una propensión a la generosidad en el alma, y por qué sucede esto. No en vano, hemos leído que Alejandro Magno, el emperador Tito y, en tiempos de nuestros abuelos, Ismael, rey de los persas, fueron muy hermosos y generosos, y todos los de naturaleza generosa fueron, por regla general, hermosos.



Apotelesma xxxiii

Apotelesma xxxiii    Hombros agarrotados, no sueltos.

orig:   (57.4)

En cambio, quienes tienen problemas para soltarlos y los llevan encogidos son avaros. Se asocian a la noble apariencia. 

  ¶   1

Contiene lo contrario al anterior, luego como a las disposiciones opuestas del cuerpo siguen al opuestas del espíritu, como señales, mas no como causas, no es absurdo que, si los hombros bien sueltos denotan la generosidad, que los no bien sueltos hayan de denotar la avaricia; en efecto, tendrán causas contrarias, luego también mostrarán señales contrarias y disposiciones contrarias del alma, como son la generosidad y la avaricia.



  ¶   2

La sentencia de Aristóteles dice así: aquellos individuos cuyos hombros gocen de una disposición contraria a la anterior, esto es que no estén sueltos, sino contraídos y retraídos hacia la cabeza y las vértebras, como encogidos, recordando el gesto que hacen los niños cuando se niegan a algo, y es que cuando se resisten a dar algo propio los vemos contraer los hombros y llevárselos al cuello, como hacia dentro, relajarlos mientras se lo piensan y llevarlos al natural cuando cuentan con darlo; estos individuos, decía, se denominan avaros. El fundamento de tal afirmación reside en la adecuación de su apariencia a la pasión que se da en llamar avaricia; en efecto, como he dicho, quienes se resisten y niegan a dar hacen aparecer y muestran una figura como esta en su cuerpo y hombros.



  ¶   3

Ciertamente, según me parece, el término griego traducido como sueltos (lat. solubile) significa consumado y completo, cosa que también denota en cierto sentido la palabra solubile: de hecho, recibe el nombre de solubile aquello que se puede dividir en partes; a su vez, se suelta bien lo que goza de unas partes distinguidas y definidas; esto, por su parte, les sucede a los cuerpos consumados disemejantes; por tanto, de aquello que acuse unas partes bien sueltas diremos que es naturalmente perfecto y definido. Esto se echa de ver en los hombres bastante robustos, cuya piel deja adivinar unos hombros musculosos y algunas trazas de sus músculos y huesos; por el contrario, quien contempla los hombros de una mujer hermosa cree ver una especie de masa informe de carne nívea, pues en su piel no se imprimen los músculos que sí se ven en los hombres. Así pues, quienes tienen unos hombros semejantes a los de una mujer son avaros, como demuestra el hecho de que quienes por naturaleza tienen unos hombros como estos compartan la disposición natural de los hombros de quienes rehúsan compartir sus cosas con los demás; a su vez, quienes aquejan esta apariencia, en virtud de la cual actúan con avaricia, se dan en llamar avaros; por consiguiente, quienes acusan unos hombros como estos son, por naturaleza, avaros.



  ¶   4

Por avaricia entiendo una especie de displicencia y de insolidaridad respecto de los bienes de uno, actitud propia de las mujeres; estas, de hecho, parecen naturalmente dispuestas a la parsimonia y a la avaricia, y su cometido es conservar y cuidar a sus crías, mientras que el de los hombres consiste en procurarse y preparar una hacienda. Por tanto, como es natural que aquellas se queden en casa mientras estos están fuera, no les es impropio a las mujeres el temor y la avaricia, mientras que la osadía y la generosidad son ornamentos propios del varón. Ahora bien, si vieses mujeres dispuestas a dar, dirás que o bien aquejan una afección contraria a natura, o bien actúan perturbadas por alguna pasión; en efecto, dan si sienten temor, o si esperan recibir algo mayor a cambio; ahora bien, las pudorosas rara vez lo hacen por sí mismas o solamente por querer bien a aquellos a quienes dan. Pues bien, así justifica Aristóteles que unos hombros como estos sean indicio de avaricia, y del mismo modo que asociamos al género masculino la disposición anterior, esta la asociaremos al femenino.



  ¶   5

Mas si alguien viniese a preguntar por qué Aristóteles prefirió servirse de la apariencia antes que asociarlo al género femenino o al masculino, acaso cabría responder que siempre hemos de proceder partiendo de lo más evidente, especialmente en esta disciplina; a su vez, nos resulta mucho más evidente que cualquier otra cosa lo que se muestra a los sentidos, pues todo nuestro conocimiento nace de ahí; así pues, cuando es posible, desarrolla demostraciones partiendo de la apariencia sensorial y no de la razón. Acto seguido, resulta sencillo dar con el principio primero de la disposición masculina y femenina; por su parte, uno puede observar que se procedió de igual manera con los casos anteriores, cuando discurrió hasta ese principio material de la diferencia entre el macho y la hembra; y tampoco resulta extraño proceder a posteriori en esta disciplina pues, al estar subordinada a la fisiología, contempla cuanto es propio de los subordinados.



  ¶   6

Por otra parte, si alguien preguntase por qué las mujeres y quienes tienen unos hombros como estos son avaros y más temerosos de la cuenta, yo señalaría como causa la frialdad que se da en los principios de la vida, más intensa de lo que conviene a un hombre; no en vano, el frío suele contraerlo y constreñirlo todo, de modo que forma hombros mal articulados y no muy grandes, al ser esto labor del elemento dilatador y consumador; a su vez, más arriba se ha dicho que el frío se asienta junto al corazón de las mujeres antes que junto al de los hombres; por tanto, como la causa que contrae los hombros en el cuerpo y la que confiere al espíritu una propensión a la avaricia es la misma, cuando vemos a alguien con unos hombros como estos decimos que alberga frío en su corazón y, por consiguiente, que acusa la causa de la avaricia; así pues, también decimos que es propenso a la avaricia, y que es un hombre poco sociable e ingrato, solamente útil para sí y pendiente de sí mismo y de sus asuntos. Esta propensión la denota la edad senil, pues prácticamente todos los ancianos son avaros, mientras que los adolescentes, por el contrario, son generosos, a menos que por procacidad y engreimiento o por hábito hayan adquirido una disposición opuesta o se conduzcan de manera contraria a natura; el motivo es que los ancianos se han vuelto más fríos en su corazón, mientras que los adolescentes albergan calor, y es que es propio del calor dilatar y disgregar lo disemejante.



Apotelesma xxxiv

Apotelesma xxxiv    Clavículas sueltas y bien formadas.

orig:   (58.1)

A su vez, quienes tienen bien suelta la zona de las clavículas son sensibles, pues si la zona de las clavículas se muestra suelta recibe sin problema el movimiento de los sentidos. 

  ¶   1

De los pies hemos llegado a los huesos del cuello, que los griegos llaman clavículas. Así pues, como se ha dicho, por clavículas entiende los huesos del cuello, y la zona de las clavículas se refiere a las partes que rodean la garganta por debajo, por donde suben las venas y las arterias yugulares, que llevan el alimento al cerebro y la materia de los alientos a la cabeza. Además, los fisiónomos prestan bastante atención a la disposición de la parte popularmente conocida como hendidura de la garganta.



  ¶   2

Así pues, siguiendo a Aristóteles, quienes tienen la zona del cuello articulada y bien dispuesta conforme a natura, esto es distinguida al dictado su naturaleza, son sensibles, esto es gozan de unos sentidos exactos y sienten rápidamente y con detalle; además, son bastante sensatos. A su vez, al ser profundamente pasibles, han de gozar de carne blanda, luego serán prudentes, cosa que afirman incluso quienes tachan de vana la fisionomía, diciendo: quienes acusan una gran hendidura en la garganta son de obras muy prudentes, y se los tiene por hombres prudentes y afortunados, y ello con razón, pues cuando hay prudencia no falta voluntad.



  ¶   3

Aristóteles aduce la causa de su sentencia, y dice que si estas partes se encuentran bien sueltas, este animal habrá de recibir sin problemas el movimiento de los sentidos, es decir que habrá de padecer lo sensible y se verá tan afectado por la pasión que llaman perfectiva, de la que habló en el segundo libro del De anima, que estará en disposición de reconocer con mucha exactitud las cualidades de lo sensible. Así pues, la sentencia de Aristóteles dice como sigue: quienes tienen la zona de la clavícula bien articulada y distinguida gozan de una disposición innata para recibir sin problemas las formas de las cosas sensibles; de semejantes individuos se dice que son profundamente sensibles; por tanto, quienes tienen bien suelta la zona de las clavículas son profundamente sensibles, que es lo que se debía demostrar partiendo de Aristóteles. A su vez, estudiemos en primer lugar las proposiciones asumidas; luego veremos si aquellos a quienes describe este apotelesma se asocian al género femenino o al masculino.



  ¶   4

Pues bien, en primer lugar se presenta la proposición menor, a saber: quienes tienen la zona de las clavículas articulada, definida y consumada gozan de una disposición natural para recibir sin problema las cualidades de las cosas sensibles. En verdad, esta proposición podría corroborarse del siguiente modo: quienes tienen la zona de las clavículas articulada y definida acusarán poca gordura en esta zona, y la piel será fina a consecuencia del calor de los vasos que suben a la cabeza atravesando esta zona. Por su parte, algunos de estos vasos están llenos de sangre venosa, y otros de sangre arteriosa; así, quienes tienen la zona de las clavículas bien suelta gozan de vasos yugulares grandes y llenos de sangre, calor y alientos en abundancia; quienes albergan muchos alientos y mucha sangre buena y cálida y, por tanto, muy sutil, gozan de una materia que les permite recibir las formas de muchas cosas sensibles, lo cual redunda en gozar de una disposición natural para la pronta recepción de las formas y cualidades de muchas cosas sensibles.



  ¶   5

A su vez, la mayor no se ocupa de más que de la definición inversa de quienes son bastante sensibles. En efecto, decimos que son bastante sensibles quienes reciben prontamente las formas de las cosas sensibles, las retienen fácilmente y reconocen con detalle sus cualidades y conveniencias.



  ¶   6

Mas cabe preguntarse si los sensibles se asocian al género masculino o al femenino; y es que hemos dicho que todo individuo ha de asociarse a uno de estos, en tanto que cualidades materiales últimas del género de los animales consumados. No dirás que es propio del género masculino, pues quienes pertenecen a este género son bravos en su alma y gozan de un cuerpo bastante robusto, luego muy pronto a la acción, incapaz de padecer; alguna vez se refirió a ello Virgilio, cuando dijo: nos ceñimos las canas con un casco, y siempre agrada arrastrar las presas recientes y vivir de lo atrapado 4-12; y Horacio dice que soporta el polvo y el sol quien acusa una impotencia natural para padecer fácilmente cualquier cosa, especialmente lo externo. Además, la figura del bravo se ve acompañada por la dureza de la piel, y se echa en falta toda suavidad; por su parte, la figura del bravo es la figura del macho; por tanto, quien acusa blandura carece tanto de naturaleza como de temperamento masculinos.



[Los sensibles se asocian al género masculino]

  ¶   7

Mas si no has de llamar masculina a esta afección, tampoco la llamarás femenina. En efecto, la pasión propia del género femenino no es la generosidad, pues así como es propio del varón buscar sustento, es propio de la mujer atender a la prole y, por tanto, no les conviene la parsimonia; además, si son taciturnas, si son temerosas, es probable que también deban ser naturalmente parcas.



[Cuestión]

  ¶   8

Así pues, esta pasión no conviene ni a las mujeres ni a los varones, no todo lo que la naturaleza otorga al hombre han de ser pasiones propias del género femenino o del masculino. ¿Dirás que existe un término medio? Sería un andrógino, como cuentan del hermafrodita; en tal caso, al ser una cosa y la otra, se dirá que es neutro. Ahora bien, todo lo que se ha formado según el criterio natural, y no en contra de este, goza de determinación, mientras que el andrógino sería un ser que no se inclinase más a este género que al otro; en efecto, todo animal individual consumado ha de ser masculino o femenino, y si participase de ambos, por fuerza siempre se habría de inclinar más hacia una parte que hacia la otra, se diga lo que se diga de los conejos: y es que, según dicen, cuentan con ambos sexos, cosa que ignoro y de la que tampoco persuade la razón, pues los miembros reproductivos masculinos y femeninos guardan entre sí la misma proporción que tienen el recto y el vuelto.



  ¶   9

En efecto, así como un paño no puede ser recto y vuelto a un tiempo y bajo un mismo criterio, y tampoco se puede poner un mismo guante del derecho y del revés en una misma mano, tampoco parece posible que un mismo individuo, y especialmente entre los animales consumados, acuse los dos sexos, ni que un mismo hombre tenga a un tiempo la versión inversa y recta de sus genitales; y es que en tal caso podría engendrar de manera autónoma, y el conejo, más imperfecto que el hombre, sería más perfecto que todos los animales consumados, al no necesitarse más que a sí mismo para engendrar vida.



  ¶   10

Mas dirás: ¿qué impide que un mismo individuo cuente con dos órganos reproductivos? Respondo lo que acabo de decir, y que en tal caso un único individuo humano serían dos, y no uno solo. De hecho, el término “sexo” viene de “separación” (lat. secretio), en tanto que este separa y divide relativamente a los individuos de una misma especie; así, si un individuo está formado de dos partes, a saber la derecha y la izquierda, y ambas participan en la formación del miembro genital, en caso de que existiesen dos genitales se unirían a un tiempo dos partes derechas y dos partes izquierdas y, como sucede con los siameses, y un individuo dejará de ser uno solo, y se dirá que no goza de una disposición acorde a natura, sino contraria.



  ¶   11

¿Qué decir, entonces? Creo que una constitución como esta, a la que sigue la generosidad, se asocia más bien al género masculino que no al femenino, pues las apariencias enseñan que, por regla general, los hombres son más secos y más enjutos que las mujeres en la zona de las clavículas, y que sus partes y músculos se muestran más definidos. Queda probado que la generosidad no es una inclinación femenina, pues las mujeres están naturalmente inclinadas a la parsimonia y a la protección, y son más frías que los hombres.



  ¶   12

Ahora bien, a modo de respuesta ha de apuntarse que las dos partes, tanto la masculina como la femenina, abarcan extensiones propias, al igual que la línea AB, dividida en dos por el punto central C, ofrece dos extensiones: en la primera, que es AC, se alojan, por así decirlo, muchas especies masculinas; en la segunda, CB, muchas femeninas, dispuestas de tal manera que cuanto más se acerquen a B, más participan de la naturaleza femenina, y cuanto más se alejen, en menor medida la contemplan; y lo mismo ha de opinarse del lado masculino. Por su parte, no puede ser que, conforme a naturaleza y al uso más habitual, un individuo sea de manera natural una hembra en su cuerpo y un macho en su alma, ni que constituya un mismo punto en la extensión de la línea AC y en la CB, pues hemos dicho que según sea el cuerpo, así serán también las inclinaciones del alma que se sirven de ese cuerpo, a menos que el hábito y la educación hubiesen inducido lo contrario; y no es incompatible con esto ni se opone a lo dicho más arriba cuanto se lee de las amazonas, o de la Camila de Virgilio, ni lo que se escribe de una virgen francesa y de muchísimas mujeres que, aun siendo mujeres, acusaban unos ánimos y alientos notabilísimamente osados y magnánimos. Y es que se puede responder, en un primer momento, que estas mujeres fueron monstruos; después, que tal vez estos individuos fuesen femeninos en virtud de su sexo pero que, en lo que a las demás partes del cuerpo respecta, acusaron una disposición masculina; además, ya se ha dicho que la disposición y la inclinación natural del cuerpo se puede ver superada por el hábito, la elección y la voluntad.



  ¶   13

Así pues, respondo a los argumentos que parecían oponerse a la propuesta de juzgar masculino este apotelesma: y primeramente, cuando se dice que los individuos profundamente sensibles son blandos de carne y que, por consiguiente, se acercan al género femenino, digo que ciertamente se acercan al género femenino en este aspecto, pero que no se alojan en él, sino que se comprenden dentro de la extensión AC, acercándose más a C que a A; los de carne dura, por su parte, son machos próximos a A y a su principio.



  ¶   14

Lo mismo replico al segundo argumento, a saber, que el individuo masculino de A es robusto en su cuerpo y bravo y osado en su alma; y que a su vez, a medida que se aleja de A y se acerca a C, se va volviendo más blando en su cuerpo y menos osado en su alma y, por consiguiente, más considerado y más atento a su persona, cosa que le vale el nombre de prudente. De modo semejante la dureza, que acompaña a la figura del bravo y del macho, no conviene a todo el género masculino de la misma manera, sino que se muestra en A y se va debilitando y menguando hasta llegar a C, donde el individuo deja de ser masculino y pasa a ser femenino.



  ¶   15

A su vez, como la especie humana, que se divide en parte viril y femenina, es una consumación, una forma, una virtud y una medianía, tampoco se considerará que sea sencillamente una hembra ni sencillamente un macho, ni que merezca necesariamente una loa exquisita; antes bien, se considerará que goza de un espíritu y un cuerpo sobresalientes y que es admirable entre los machos el que se constituya en el punto intermedio del tramo AC; en cambio, quien lo hace junto a A o C, como se aleja de la medianía formal masculina por exceso o por defecto, no recibe una loa plena.



  ¶   16

Y no ha extrañar lo que hemos dicho, a saber, que las formas naturales se muestran más o menos intensas; en efecto, como las formas se encuentran y están naturalmente dispuestas a producirse en una materia determinada, resulta que en una determinada porción de materia se reciben en mayor o menor grado, de ahí que las formas parezcan más o menos intensas; no en vano, el hecho de ser sensible, que es la razón animal, o la potencia activa que determina al animal en tanto que es animal no son cosas idénticas en todas las especies animales, sino que a unas se les ha comunicado de manera más clara, como al hombre, y a otras de manera más oscura, como a muchos insectos, lo cual es también muy cierto a propósito de las potencias particulares de los sentidos. De hecho, vemos que algunos animales, como las águilas, tienen una vista exquisita, mientras que en otros la advertimos obtusa, como en las cigarras; algunos animales tienen un olfato sobresaliente, como los buitres o los perros, mientras que otros se ven prácticamente privados de él, como los hombres, pues dicen que no hay animal con peor olfato que ellos. Inferirás, pues, que las sustancias y las formas pueden ser más o menos intensas y que, por tanto, los límites no serán tal cosa; responderás que las formas no son más o menos intensas de por sí, sino en proporción a la materia que las recibe, pues en esta porción se muestran con mayor intensidad, y en aquella con menos, si no en esencia, al menos en operación.



Apotelesma xxxv

Apotelesma xxxv    Clavículas agarrotadas y envueltas en mucha carne.

orig:   (58.2)

En cambio, quienes tienen agarrotada la zona de las clavículas son insensibles; en efecto, como la zona de las clavículas encuentra dificultades para soltarse, son incapaces de percibir el movimiento de los sentidos. 

  ¶   1

El presente apotelesma contiene lo contrario al anterior, al tiempo que atribuye al alma la cualidad contraria. Pues bien, la sentencia de Aristóteles dice así: quien tiene la zona de las clavículas agarrotada, esto es contraída, constreñida y cubierta de carne, como las jovencillas sanas, ya en edad de merecer o conocedoras del placer carnal, pues al dejar de ser vírgenes les engorda el cuello, y la zona del cuello se distiende y se infla y, por así decirlo, se vuelve gruesa; quien acusa semejante disposición hacia las clavículas, digo, es insensible, esto es no tiene sentidos del todo exactos; antes bien, en cierto modo parecerá insulso y estúpido.



  ¶   2

Y disponiéndose a probar su sentencia, dice: en efecto, al soltarse con dificultad la zona del cuello, esto es al estar agarrotada. Ya he dicho qué significa “agarrotado”, y también qué quiere decir “suelto”; de hecho, se refiere al cuerpo cuyas partes, al estar libres, pueden soltarse y separarse y volver a su posición; por tanto, de manera inversa, el individuo cuya zona del cuello se suelta con dificultad es también incapaz de recibir el movimiento de los sentidos, esto es no padece fácilmente ante las formas de las cosas sensibles, especialmente ante la pasión que llaman perfectiva, y por consiguiente se dice que este inidividuo aqueja una impotencia natural al sentido; a su vez, sentir no es más que percibir el movimiento espiritual de las cosas sensibles, o padecer de manera consumada lo sensible; padecer, es decir, algo así como verse puesto en movimiento. Tal es, pues, la sentencia de Aristóteles. Cabe ahora, tras la formulación del argumento, examinar sus proposiciones.



  ¶   3

Sea el razonamiento como sigue: quienes tienen la zona del cuello agarrotada y no bien suelta son incapaces de percibir el movimiento de los sentidos; semejantes individuos son insensatos y parecen estúpidos; por tanto, los hombres que hemos descrito son insensatos y estúpidos o imbéciles.



  ¶   4

Respecto a la proposición menor, cabe señalar que en quienes tienen agarrotada y constreñida la zona por donde pasan las venas yugulares son pocos los alientos que llegan al cerebro, luego también es poco el aliento animal; este es el que percibe los movimientos de los sentidos; por tanto, quienes tienen la hendidura del cuello agarrotada serán igualmente incapaces de padecer ante los movimientos de las cosas sensibles.



  ¶   5

La mayor no plantea dificultad alguna, pues ser insensible no es más que padecer con dificultad ante las cosas sensibles o no hacerlo en absoluto. Queda probado, pues, que los hombres cuya zona del cuello está agarrotada son insensibles, luego son hombres lentos de entendederas y fáciles de engañar, ya que no advierten las cualidades de las cosas sensibles; además, son crédulos y no se interesan por las causas de las cosas, ni las advierten ni muestran interés por advertirlas cuando se les presentan. Por este motivo el pueblo da en llamar lentos, indolentes e incapaces a quienes carecen de esta hendidura y llevan cubiertos de carne abundante los nervios y huesos que mueven el cuello, así como la zona de las clavículas. Pues bien, a la luz de lo expuesto queda demostrado que así son, y por qué, y que semejante disposición se asocia al género femenino.



Apotelesma xxxvi

Apotelesma xxxvi    Cuello grueso.

orig:   (59.1)

Los de cuello grueso son bravos en su alma. Se asocian al género masculino. 

  ¶   1

Llamamos cuello al miemrbo que sostiene la cabeza, cuya parte delantera recibe el nombre de garganta, la trasera nuca; y no plantea duda alguna en absoluto haber dicho que constituye una señal del bravo. Por su parte, el cuello se muestra grueso en el hombre bravo y robusto pues, como sus huesos son grandes y son gruesas las vértebras de su nuca, también la cabeza es robusta, luego también son robustos los nervios que vienen de la cabeza y, por tanto, también son grandes, motivo por el cual el cuello se vuelve grueso; no digo gordo, sino de gran circunferencia.



  ¶   2

Así pues, dice Aristóteles que estos hombres son bravos en su alma, cosa que se puede probar por silogismo del siguiente modo: los de cuello grueso se asocian al género masculino; tales individuos son bravos en su alma; por tanto, los de cuello grueso son bravos en su alma.



  ¶   3

La menor se deja confirmar, pues vemos que los toros cuentan con un cuello más grueso que los de las vacas; y los toros son machos; luego los de cuello grueso se asocian al género masculino. La causa la he dicho muchas veces, y es que en el macho prevalecen el calor abundante y la sequedad, esto es el fuego y la tierra; así, de la tierra reciben el grosor y el vigor de los miembros, y del fuego la osadía y la prontitud a la acción; además, por acción del calor atraen gran cantidad de alimento, y con este se forman, de modo que la mole no se provee de grasa ni de humedad, sino de carne, huesos y nervios. Que la mayor sea cierta es algo que ya se ha visto en muchas ocasiones.



  ¶   4

Mas al parecer cabe preguntarse si todo animal asociado al género masculino es bravo: en efecto, ya que la mitad del género animal es masculina y la otra mitad femenina, se desprendería que aquella fuese brava y esta otra temerosa; en cambio, todos los conejos son temerosos, así como las ovejas y las cabras, y prácticamente todos los ejemplares del género de las aves sienten temor. Además, si todo el género masculino es bravo, también dentro de la especie humana albergará bavura quien acuse, por así decirlo, masculinidad; mas quien acusa masculinidad, como más arriba advertimos, acusa también generosidad; por consiguiente, el bravo será generoso, y el generoso será bravo.



[Cuestión]

  ¶   5

Ahora bien, el generoso, como se ha dicho, gozará de una mente capaz y prudente, y los prudentes y de mente capaz tienen carne blanda; tales individuos son temerosos; por tanto, los bravos serán temerosos, lo cual, de afirmarse que todo animal masculino es bravo, incurriría en contradicción.



[Cuestión]

  ¶   6

Respóndase que, ciertamente, todo macho es bravo, mas no de manera absoluta, sino en función de cada género; así, dentro del género de los ciervos y de las ovejas digo que la parte masculina siempre es más robusta que la femenina, y es que, según me parece, así como un animal macho es sencillamente más robusto que la hembra, dentro de cada especie animal, ciertamente, en igualdad de las restantes condiciones, el macho es más robusto y más osado que la hembra, aunque algunos exceptúen a la pantera.



  ¶   7

Además, apunto que existen dos tipos de cuerpo masculino: uno es el que únicamente cuenta con los instrumentos del sexo masculino, mientras que tiene todos los demás miembros femeninos, como se echa de ver en los sacerdotes de Cibeles y en algunos jóvenes enervados e invertidos, semejantes a Adonis o Atydis, según lo describen los poetas; de hecho, en virtud de su sexo, cierto es que reciben el nombre de machos, pero jamás en virtud de los demás miembros del cuerpo ni de su espíritu que, según se dice, es la entelequia y acto de estos miembros.



  ¶   8

El otro animal que se da en llamar macho es el que está dotado de un cuerpo y de unos miembros corporales adecuados al macho, luego también de un alma equivalente, sin importat luego si los miembros secuales y reproductivos son masculinos o femeninos; en este sentido llamamos viril a Tomiris, viril a Zenobia, a Semiramide, a Pentesilea y a otras mujeronas semejantes, no por tener un sexo masculino, sino un cuerpo, unos miembros corporales y un espíritu masculinos; en cambio, diremos que Paris, Narciso y Adonis son femeninos, aun teniendo órganos reproductivos viriles. Así pues, estos jovenzuelos se denominan femeninos y afeminados, y aquellas, mujeronas y mujeres masculinas.



  ¶   9

A la luz de lo cual resulta fácil responder a los argumentos que parecían venir a suscitar un problema. Y en primer lugar, digo que todo animal macho es bravo y osado, no de manera absoluta, sino en comparación con las hembras de su mismo género; así, todas las cabras y ovejas del género masculino son también más osadas que las del femenino; y vemos a los carneros y machos cabríos mejor preparados para la lucha que las ovejas y las cabras. Y en cuanto a la segunda razón, que dice: si alguien acusa masculinidad, alberga bravura; como quien alberga generosidad también acusa masculinidad, el individuo bravo y osado será generoso y plácido; en cuanto a esto, digo que es cierto, pues es propio del hombre osado y robusto ser sosegado y manso mientras no le sobrevenga la ira o no tenga motivos para desconfiar; ahora bien, por regla general, el género de los animales y hombres robustos es suspicaz e iracundo, como se echa de ver en los pueblos germanos que, por ser bastante desconfiados, se muestran fieros y muy osados.



  ¶   10

A su vez, cuando se dice: todo individuo generoso goza de una mente capaz y es prudente, no lo creo del todo cierto. De hecho, tal vez sea cierto a propósito del individuo que es generoso por virtud adquirida; mas si nos estuviésemos refiriendo al individuo generoso cuya inclinación a dar se cree derivada de una disposición natural, esto no sería necesariamente cierto, y es que alguien puede dar y desatender su hacienda por ser temeroso, insensato o carecer de juicio. Así pues, diré que no es absolutamente cierto que todo individuo dispuesto a dar y despreocupado en exceso de su hacienda y su dinero sea prudente ni goce de una mente capaz ni, por consiguiente, aqueje carne blanda; antes bien, digo, al contrario, que todos los individuos prudentes y de carne blanda son propensos a la avaricia y temerosos, pues si no dan es porque temen verse más adelante en necesidad; en cambio, todos los generosos por decisión propia son prudentes, cosa que no aplica a todos los que lo son por disposición natural. Estos son, pues, los individuos osados a quienes se refiere el apotelesma anterior, y me inclino a pensar que esta es una posible solución la cuestión.



Apotelesma xxxvii

Apotelesma xxxvii    Cuello grácil.

orig:   (59.2)

Por su parte, los de cuello grácil son débiles. Se asocian a las hembras. 

  ¶   1

Al grosor se opone la gracilidad: esta, dice, conviene a las hembras, y aquel a los machos; ha quedado dicho que los machos son vigorosos. Por su parte, un cuello puede ser grácil de dos maneras: bien porque los músculos de la nuca son delgados, bien porque los huesos, los tendones y las demás partes que forman el cuello son delicados y sutiles. Aristóteles habla del segundo tipo de sutileza, pues quienes acusan esta gracilidad en el cuello se asocian propiamente al género femenino, y es que denota la mediocridad de la fuerza del calor formador y la escasez de materia, más de la deseable; por tanto, quien tenga un cuello delicado también lo ha de tener no robusto, pasión esta propia del género femenino, pues vemos que las hembras tienen un cuello más delicado que los hombres. A su vez, quienes lo tienen delicado por contar con carne y músculos delgados suelen padecer de atrofia o retorcerse por efecto de un calor ígneo excesivo que viene a disolver la carne suelta.



  ¶   2

Nuevamente, existen dos modos de entender su sutileza: por corto o por largo. La brevedad ligada a la gracilidad denota a un hombre insidioso, temeroso y cruel, misericorde e injusto; en cambio, quienes lo tienen largo se asocian ciertamente a las mujeres que, de acusar un pecho estrecho y hombros contraídos, harían sospechar la inminencia de la tisis, la razón de cuyos síntomas se debería confiar al juicio de los médicos. Parece ser la siguiente: el calor se vuelve más agudo en un pecho bastante estrecho, y a través de un cuello estrecho que se extiende hasta la cabeza provoca una destilación bastante caliente, sutil, amarga y salada que, al dirigirse hacia abajo, ulcera fácilmente los pulmones, causando la tisis que, al fin, se lleva la muerte; diagnóstico este al que no parece oponerse Galeno en su Commentarius de morbis vulgaribus ni en la primera y la segunda parte de los Aphorismi.



  ¶   3

Mas como arriba se dijo que los de cuello delicado eran débiles, esto es blandos y temerosos, cabe preguntarse por qué sucede tal cosa. Como causa aduciremos que los individuos cuyos instrumentos motores y principios motores y de apoyo son débiles también aquejan movimientos débiles, y unos hombres como estos serán débiles. Esto no plantea duda alguna, pues todos los productos recuerdan a sus principios. Ahora bien, los hombres de cuello grácil y huesos cervicales sutiles son los mismos que acusan unos instrumentos y unos principios motores débiles, luego también ellos serán débiles.



[Cuestión]

  ¶   4

En la menor no cabe duda, pues los principios del movimiento son los nervios, que nacen de la médula espinal, la cual es tal y tan grande como la espina, los huesos de las vértebras y las cavidades por las que transcurre, de modo que si los huesos de las vértebras son pequeños, también es pequeña la médula espinal, luego también son pequeños y débiles los nervios que albergan la fuerza motora, de modo que el instrumento que produce el movimiento será débil; y si las vértebras son así, también lo es el hueso calvar, principio de las vértebras y de todos los huesos del cuerpo. Pues bien, así tanto lo que mueve el principio móvil como aquello en lo que se apoya es débil en los individuos de cuello grácil y, por tanto, quien acusa un cuello semejante recibe, con razón, el nombre de débil, de ahí que también se diese en llamar temeroso y bastante iracundo si el pecho fuese estrecho, como hemos dicho, y el cuello fuese largo de por sí.



  ¶   5

Asimismo, cabe advertir lo dicho más arriba: que el de cuello corto y delgado es temeroso, insidioso y cruel, al tiempo que misericorde. En efecto, en primer lugar, quien consideró tal cosa no aportó ningún argumento; además, como la misericordia y la crueldad son disposiciones opuestas, no parecen poder darse en un mismo sujeto; más aún, ¿cómo puede alguien ser temeroso e iracundo, si la ira es efecto del calor y la temerosidad lo es del frío? Y nuevamente, cosa que comprueba también la experiencia, ¿cómo va a sentir alguien compasión de quien despierta su crueldad? Parece posible responder del siguiente modo: un cuello delgado y corto denota frío junto al corazón y debilidad del calor natural, que no podría dilatar la materia terrestre, pues es terrestre y seca, y el propio calor es débil; de aquí resulta que el miembro en que domina el frío terreno sea delgado y esté contraído, y que en él se den el temor, una cierta astringencia y una propensión a retener las cosas ajenas que haya recibido una sola vez; luego el frío inclina el espíritu al temor, el temor a la avaricia, la avaricia a las insidias; mas como la tierra y lo terrestre retienen durante mucho tiempo lo que una sola vez reciben, resulta que si un individuo como este odiase a alguien, con tanta más vehemencia temería por sí mismo en su presencia, y por eso maquina insidias, pues no se atreve a llevar a cabo su cometido a la vista de todo el mundo; más tarde, cuando se ve ofendido y desea responder con violencia, medita y da vueltas a su muerte y a su último suplicio, sin dejar de temer por sí mismo, pues no parece estar nunca a salvo ni seguro a menos que desapareciese de entre los hombres. Esta es la afección propia de la crueldad; así dicen que fueron Nerón, Calígula y Tiberio, el más desconfiado y cruel de todos.



  ¶   6

A su vez, este mismo hombre es también misericordioso. Mas, ¿cómo? Pues porque el cometido propio del misericordioso consiste en compadecerse de los males ajenos, por miedo a que pueda sucederle lo mismo a él; así pues, se compadece de sí mismo en la causa ajena por ejercicio de imaginación y, por tanto, como es temeroso, se muestra cruel contra quienes les pueden infligir un mal a menos que los elimine por completo; y se muestra misericordioso respecto a quienes parecen sufrir tales males, de los cuales cree que una parte no pequeña podría sucederle a él mismo en algún momento. De aquí se deriva que, de no temer nada hacia su persona, tampoco se suele mostrar misericordioso, luego quienes han llegado a la cumbre de la desesperación y del mal no se ven afectados por la misericordia, ni tampoco quienes ignoran los males; si bien Dido, por contra, que no ignoraba el mal, sí estuvo dispuesta a socorrer a los desdichados. Por tanto, si para sentir conmiseración un individuo ha de temer por su propia persona, se trata de un individuo temeroso, y el temeroso es insidioso, desconfiado y cruel. Resulta, pues, evidente que un mismo sujeto puede albergar a un tiempo crueldad y misericordia, siempre y cuando sea respecto de cosas diversas; se sabe que esto le ocurrió a un príncipe muy cruel, pues acompañaba llorando el cortejo de aquellos a quienes condenaba a muerte, y dicen que Nerón lamentó alguna vez saber escribir, en la medida en que lo obligaba a firmar penas y condenas capitales.



  ¶   7

Apunto, a su vez, que si bien es cierto que unas disposiciones y unos hábitos opuestos no se pueden dar en un mismo sujeto según un mismo criterio ni pueder alcanzar el acto a un mismo tiempo, nada impide que puedan realizarse según diversos criterios y fines, y respecto a diversos sujetos; así, un mismo hombre tampoco puede ser hijo y padre respecto de un mismo individuo, pero nada impide que lo sea respecto de individuos diferentes; así, es imposible que yo sea cruel contigo y al mismo tiempo te compadezca, pero si me compadezco de ti y, mientras tanto, siento odio hacia César, no existe dificultad ni impedimento para que ambas cosas puedan suceder en un mismo momento; asimismo, no resulta absurdo que un mismo hombre sea temeroso por la debilidad de su calor natural, incapaz de dilatar el pecho y de mover la tierra, y que a su vez fuese iracundo, ya que un calor escasoencerrado en un lugar angosto se recalienta fácilmente, y el hombre, consciente de su debilidad, se cree presa del desprecio y, por tanto, como consecuencia de este desprecio aparente, hierve su bilis; y como esto le sucede sin interrupción, se vuelve muy propenso a la ira; así se entiende que las mujeres y los niños sean temerosos y bastante iracundos.



  ¶   8

Aprovecho además la ocasión para apuntar que, de cuando en vez, es posible encontrar a un tiempo disposiciones viciosas opuestas, naturales o adquiridas, en un mismo hombre. En efecto, el avaro y rapaz también es, en ocasiones, manirroto y pródigo; y el iracundo y soberbio se comporta en ocasiones de manera abyecta, humilde y sumiso, excediendo los límites del decoro. Por su parte, quien goza de una virtud adquirida no admite las disposiciones contrarias a esa virtud, pues el bien, como dice Aristóteles, es lo contrario del mal, y nunca del bien, mientras que el mal se opone tanto al bien como al mal. El motivo, creo, reside en que la virtud adquirida es una perfección ligada a la recta razón, de modo que no se le puede añadir ni quitar nada, pues es consonante consigo misma; mas en sentido inverso, nada impide que un vicio y una disposición natural tendiente en apariencia a la virtud se vean turbados por contrariedades y no consigan mantenerse constantes, por ser totalmente imperfectos antes de recibir y captar el hábito de la recta razón. Así dicen que el rey Alejandro Magno de Macedonia acusaba las señales de las máximas virtudes y los máximos vicios; y lo mismo escriben de Julio César, de Alcibíades y de otros tantos; en efecto, la naturaleza y la disposición de estos individuos, al excederse en unos aspectos, debían quedarse cortas en otros, y en ninguno alcanzaban sencillamente el exacto punto medio; a su vez, quien goza de una virtud adquirida y nacida del hábito de la elección, habiendo alcanzado este individuo la absoluta medianía ni se excede ni se queda corto en nada, luego se mantiene siempre constante, inmóvil y cuadrado, y nunca se mueve de su propósito, aun si el mundo viniese a desplomarse.



  ¶   9

Asimismo, también cabe preguntarse si es cierto que las mujeres tienen un cuello naturalmente más grácil que los hombres. El caso es que parece falso: no en vano, día tras día vemos que las mujeres, y especialmente las de apariencia más rellena, las que no hay dado a luz o las que han terminado con sus reglas, tienen un cuello más grueso y lleno que los hombres; pero ahora se decía lo contrario. Ciertamente, parece posible responder lo siguiente: si un hombre y una mujer compartiesen apariencia, temperamento y edad, el cuello del hombre siempre sería más grueso que el de la mujer.



  ¶   10

Mas nuevamente diré que las vértebras y músculos del cuello, así como los vasos que llaman yugulares, son más grandes en el hombre que en la mujer, pero nada impide que, por efecto de la gordura, el cuello de la mujer se muestre más grueso que el del hombre, pues ello se puede deber a un calor bastante apocado, fuente de una gordura que hace parecer más gruesos los miembros de la mujer, mientras que sus huesos y tendones son más delicados.



  ¶   11

En tercer lugar, se pone en tela de juicio la creencia popular, y si es cierto que los cuellos de las vírgenes son más gráciles que los de las mujeres que han conocido varón; y de ser cierto, por qué sucede tal cosa. En verdad, parece cierto, tanto por la autoridad de Catulo, que dice: la nodriza no le podrá ceñir el cuello con el hilo de antaño 4-13; como por la de Diógenes el cínico quien, tras haber saludad un día por la tarde a una virgen con que se cruzó, a la mañana siguiente no la llamó ya virgen, sino mujer: reconoció el vicio porque su cuello se había vuelto más grueso que el día anterior. Ciertamente, se dice que son muchos los que advirtieron tal cosa, y no se ha de tachar de rotundamente falso lo que muchos afirman. Algunos dicen que la causa es la misma cambia la voz de los efebos y la vuelve más trave tras su primera experiencia sexual y la eyaculacióndel semen, y dicen, basándose en no sé qué sentencia de Aristóteles, que es consecuencia del hábito de todo el cuerpo que, vuelto más cálido, dilata la laringe y los bronquios, de modo que el aire, al salir más disperso, necesariamente se mueve más lentamente y, por tanto, la voz sale más grave; según ese mismo principio, dicen, cuando la mujer tiene su primera experiencia sexual, todo su cuerpo se calienta, de ahí que se dilaten sus venas y arterias y, claro, también los vasos yugulares, motivo por el cual aumenta el grosor del cuello. Esto es lo que dicen algunos, y para demostrar que el cuerpo que expulsa semen es más cálido que el que todavía no lo ha hecho, afirman que los cuerpos conocedores del placer carnal emiten un cierto olor a cabra que no acusan los niños ni las virgencitas, y que mientras se da rienda suelta al placer carnal se percibe un olor amargo que denota el predominio del calor.



[Si los cuellos de las vírgenes son más gráciles]

  ¶   12

Ahora bien, al contrario, me parece que es propio del placer carnal refrescar y secar el cuerpo, y creo que el olor a cabra denota la corrupción debida a la emergencia del calor natural y al aumento del antinatural por la secreción del humor. Pues bien, si el semen, como creyeron Farnelio y tantos otros siguiendo la autoridad de Hipócrate y Polibo, fluye desde todas partes, y especialmente de la cabeza y el corazón, ha de llevar consigo una gran cantidad de sangre y alientos desde las partes superiores hacia las inferiores y, por tanto, se enfriarán las venas y arterias yugulares, y disminuirá la tensión de las partes repletas de aliento; por su parte, cuando algo distendido da en sonar emite un sonido más grave, como se vio en el segundo libro del De anima: acaso sea este el motivo de la voz ronca que acusan quienes se acaban de entregar al placer, pues al disminuir el calor y desplazarse a las partes inferiores, desde la cabeza fluye el humor que se había visto repelido previamente por la presencia del calor; esto, a su vez, se echa de ver en los moribundos sofocados por un catarro; pero esto no nos aporta nada, ni es de lo que trata la cuestión.



  ¶   13

Así pues, dando por cierto que a las vírgenes, tras conocer el sexo, les engorda el cuello, primeramente no se ha de creer que es algo que suceda de manera repentina, al instante o en el espacio de un momento, pues esto es falso; lo cierto es que, al igual que las demás mutaciones, se produce de modo insensible; además, no creo que se trate de una pasión propia del placer carnal, sino de la edad, pues vemos que el cuello de las vírgenes sagradas, cuando han llegado a la edad madura, no es menos grueso que el de las mujeres casadas. Por tanto, diré que las jovencillas, cuando entran en la adolescencia y se les desarrolla todo el cuerpo, acusan un hábito bastante grácil; mas cuando caen en edad de merecer y conocen varón les empieza a engordar el cuello y todo el cuerpo, no porque el placer produzca tal cosa, sino porque sucede cuando uno se entrega al placer.



  ¶   14

Y si uno quisiese verlo como un accidente que produce el placer en las mujeres, ciertamente lo atribuirás en gran medida al movimiento y a la agitación, como pretenden quienes afirman que a las mujeres, en caso de entregar su semilla en el acto sexual, al punto se les ponen rojas las orejas, y que esto les dura para siempre, y que es señal propia de la cópula reciente. Mas acaso dilata las arterias un aliento que fluye raudo por ellas desde la cabeza, excitado por un deseo excesivo e insólito, motivo por el cual el cuello se muestra más ancho; a su vez, el calor, menos intenso ya, engrosa el cuello, en verdad, como vemos en las mujeres adultas; a su vez, por efecto del placer, el calor corporal se debilita, y especialmente en las partes superiores, ya que se dirige a las inferiores y, ya allí, deja desprovistas las superiores, disminuyendo la resolución del alimento, y haciendo que el cuello, por su mayor corpulento, engorde; por este motivo también se dice popularmente que la zona genital de las mujeres adultas es más ardiente que la de las jovencillas, y que cuanto más se entregan al placer, tanto más fervientes se vuelven. Así pues, a la luz de lo anterior queda claro que un cuello grácil denota un espíritu y unas fuerzas débiles.



Apotelesma xxxviii

Apotelesma xxxviii    Cuello grueso y carnoso.

orig:   (59.3)

Los de cuello grueso son iracundos. Se asocian a los toros iracundos. 

  ¶   1

Se ha dicho más arriba qué entiende Aristóteles por cuello. Si se viene a añadir alguna característica, como ser carnoso, además de grueso, esto es, si además de vértebras grandes se dan músculos grandes y gruesos, de un cuello semejante se dice que denota la ira.



  ¶   2

Es cosa sabida, por su parte, que existen dos clases de ira, al igual que se distinguen dos tipos de calor seco según la duplicidad de la sequedad: una ira ligera y otra densa, según sea la materia en que se encuentra. Así pues, llamo iracundo a uno y a otro; ahora bien, el individuo cuya ira consiste en el calor ígneo recuerda a los cachorrillos consentidos: son muy iracundos, pero su ira lo mismo se enciende rápidamente que rápidamente se apaga y se calma su espíritu; el discurso no se refiere a estos hombres, de pelo rojo, rostro rosado, ojos vivaces, cuerpo dispuesto al movimiento, aunque de fatiga fácil y efímeras fuerzas; tampoco se refiere a los iracundos que, en virtud del elemento predominante, son ciertamente biliosos, pero con subdominio de la sangre, individuos de naturaleza pueril, que dan en perseguir lo que poco antes habían rechazado; asimismo, tampoco se refiere Aristóteles a quienes, junto al dominio de la bilis, acusan un subdominio de la pituita, individuos de desconfianza vehemente, que se ofenden ante la causa más nimia, que andan al acecho de motivos de disputa y hablan mal de sus amigos ausentes; y es que nada tienen que ver con los toros unos hombres como estos, impasibles y crueles, semejantes al escorpión.



  ¶   3

No: por iracundos se entiende ahora, creo, a quienes combinan mucho fuego con tierra o melancolía abundante: en efecto, este temperamento es capaz de generar carne musculosa; a su vez, lo ígneo ligado a la sangre o la pituita producirá gordura antes que carne; por tanto, dice Aristóteles que los de semejante cuello son iracundos; acusan, digo, el tipo de ira que llaman agria, ligada a la animosidad, como describen los poetas la ira de Aquiles o Hércules; de hecho, no nace de manera espontánea, pero cuando se enciende, se apaga con dificultad, y se traduce muy fieramente en el fuego y las flechas que vengan las ofensas.



  ¶   4

Por su parte, esta es precisamente la ira que vemos en el toro; en efecto, si se siente ofendido o agobiado por un extraño, si se ve maltratado, se rebela vigorosamente contra su enemigo y no contempla deponer la ira.



  ¶   5

Pues bien, si contemplásemos los cuellos de estos novillos veríamos que son bastante cortos, bien velludos hacia el principio del occipital, carnosos y provistos de carne dura; de vértebras grandes y sólidas; a su vez, el cuello, en su totalidad, se muestra moderada y casi imperceptiblemente convexo por el centro; la cabeza, hundida. En efecto, quien carga con un cuello de toro probablemente albergará también en su alma la propensión y la potencia que, viniendo al acto, parece servirse en primer lugar de un cuello como este, a saber, la ira taurina; por tanto, quien tenga un cuello taurino probablemente albergue también una ira taurina. A su vez, vemos que el cuello atiende a esta potencia, pues resulta evidente a quien lo contempla que en cuanto el toro sucumbe a la ira y se dispone para la batalla, su cuello se hincha y se endurece, y se muestra más grueso y carnoso, con la piel arrugada por efecto de la cabeza hundida y con los músculos llenos de aliento abundante para enfrentarse con mayor vehemencia al enemigo.



  ¶   6

Por tanto, el razonamiento dice así: quien acusa un cuello taurino es fiero e iracundo; a su vez, el de cuello grueso y carnoso tiene un cuello taurino, pues hemos dicho que es propio del toro; por tanto, un cuello carnoso y grueso denota una ira desapacible y grave, que requiere mucho tiempo para fraguarse, pues se ha dicho que cuando la melancolía abundante contiene mucha bilis amarilla, de modo que se prende el humor asociado a la tierra, el hombre se enfurece con muchísima vehemencia, y lo vemos quemar, brillar y arder como un hierro candente.



  ¶   7

Por su parte, este accidente se asocia al género masculino, pues el toro es un animal macho; y así como toda la especie de las cabras, las ovejas, los gamos, los gansos y los patos se asocia toda ella al género femenino, del mismo modo toda la especie de los bueyes, los leones, los caballos, las águilas y los halcones demuestra una cierta naturaleza masculina.



Apotelesma xxxix

Apotelesma xxxix     Cuello grueso, no carnoso.

orig:   (59.4)

Por su parte, quienes lo tienen enorme y no demasiado grueso son magnánimos. Se asocian a los leones. 

  ¶   1

Llama ahora enorme al cuello que poco más arriba presentó como grueso. En efecto, según me parece, el león y el toro coinciden en tener un cuello grande, no a lo largo, ciertamente, sino en grosor, o a lo ancho, y en profundidad; en cambio, difieren en tanto que el cuello del toro es bastante carnoso, mientras que el leonino no lo es jamás. Pues bien, lo que viene a decir es que en el cuello taurino es la carne la que predomina, y en el leonino lo hacen los huesos; y este es el motivo de que tanto un cuello como el otro se vuelva enorme y grueso, aun siendo el primero carnoso y el segundo no carnoso. Así pues, ambos albergan igualmente mucho calor ígneo innato; ahora bien, se echa de ver que en el toro la melancolía está ligada a la pituita, de ahí que la nuca del toro se vuelva más carnosa; y acaso el calor sea más intenso en el león, pero lo cierto es que su melancolía no lleva ligada una cantidad tan grande de pituita, sino de sangre; por tanto, si en el toro la pituita detenta el tercer puesto, la sangre pura el cuarto y el primero lo ocupa la bilis, que la melancolía termina recibiendo, esta proporción varía en el león, pues tras la bilis amarilla viene la melancolía, luego la sangre y, por último, la pituita, de modo que los leones siempre se ven sofocados por un calor intenso; en cambio, dice Juan León, el autor de las Res Aphricanae, que los nacidos en el monte Atlantis, como el calor vuelve a su sitio por efecto del frío ambiental, no son ni iracundos ni nada magnánimos, sino poca cosa, y que incluso se dejan espantar alguna que otra vez por las fustas de las mujeres.



  ¶   2

Este es, pues, el sentido del apotelesma, y el razonamiento de Aristóteles se desarrolla como sigue: los de cuello grueso, grande y no muy carnoso son semejantes a los leones; quienes se asemejan a los leones son magnánimos; por tanto, cuando veas a individuos de cuello grande y no demasiado carnoso, dirás de ellos que son magnánimos.



  ¶   3

La menor, a saber, que los de cuello grande pero no muy carnoso se asemejan a los leones en virtud de esta parte, depende del juicio del sentido; a los leones, digo, nacidos y criados en los campos de Getulia, en los desiertos de Numidia y en los bosques de Mesopotamia; escriben de ellos que tienen un cuello grueso, óseo, velludo y robusto. Pues bien, resulta que estos hombres se asocian al león en virtud de esta parte del cuerpo.



  ¶   4

La mayor decía que quienes se asemejan a los leones en virtud de esta parte son magnánimos, proposición que cabe someter ahora a estudio. En primer lugar, expongo en qué consiste la magnanimidad de que habla Aristóteles. Resulta evidente que no se trata de una virtud moral, pues la virtud ha de acompañar a la razón, y el león no alberga razón, luego tampoco virtud y, por consiguiente, tampoco acusa auténtica magnanimidad, sino una disposición que produce unos efectos muy semejantes a los que produce en el hombre la magnanimidad, semejanza en función de la cual llamamos magnanimidad a esta afección natural del león.



  ¶   5

Es magnánimo quien, siendo digno de grandes cosas, él mismo se considera digno de ellas. Entre los hombres se consideran grandes cosas las que tienen que ver con el honor y la gloria, luego el magnánimo ambiciona y persigue grandes honores, pues se cree digno de ellos, y no se equivoca; en cambio, desprecia los pequeños y las ofensas pequeñas, qye no le afectan, y es que ni atiende ni se preocupa de las cosas sin valor, y en nada estima los honores ni las críticas de los hombres ínfimos. Por este motivo es amable y humano con los hombres de pobre destino, mas si se viese tratado con soberbia y arrogancia, cuando más grandes fuesen ellos, con mayor vehemencia sucumbiría a la ira y vengaría sus injurias. Este es, pues, el aspecto en que se asemeja a la afección del león que llaman magnanimidad: dicen de este que, ciertamente, es inocente de por sí, a menos que el hambre y la rabia lo exciten, ni se acerca ni provoca a las ovejas ni a las cabras, sino a los toros, a los osos y a los elefantes; y si se encontrase con alguno, dicen que la hembra le toma la delantera a él, que se mantiene indolente; en cambio, cuando está enfadado o herido se vuelve muy fiero, y tan terrible que nada hay que pueda infundirle temor.



  ¶   6

Así pues, si se llama magnánimo al león será, según parece, para indicar un cierto exceso de iracundia; una iracundia que, ciertamente, tarda en llegar al acto pero, en tal caso y con un adversario digno, sabe actuar con muchísima vehemencia y eficacia, y repeler cuanto suponga un peligro. Pues bien, quienes se asemejan a los leones en tanto que tienen una nuca y un cuello como los mencionados gozan de magnanimidad y de una disposición natural a la fiereza cuando se ven ofendidos, mas son inocentes cuando no tienen motivos para otra cosa, nunca se muestran agresivos con sus inferiores ni con los débiles, ni los provocan, a menos que se viesen acosados con vehemencia.



  ¶   7

Por su parte, lo expuesto permite comprender fácilmente por qué los de cuello leonino acusan esta disposición que llaman magnanimidad. En efecto, si quien goza de un cuello como este acusa un predominio de bilis con melancolía, y esta melancolía es la que llaman residuo de la sangre, un humor denso y fibroso, pero natural; sabiendo que quien acusa un temperamento semejante también goza de un cuerpo robusto, de huesos grandes y ligamentos grandes y robustos, y que por efecto del predominio del fuego busca dominar a los demás y no ceder ante nadie, se mostrará benigno con quienes cedan y protegerá a los humildes pero, por efecto del fuego que abunda en una tierra también abundante, cercará y aplastará a quienes opongan resistencia y se enfrenten a él. El caso es que estas acciones parecen semejantes a las que ejerce el hombre magnánimo, de ahí que se haya llamado magnánimos, y con razón, a los de cuello grueso y grande, mas no carnoso.



  ¶   8

El motivo de que tanto el león como el toro tengan un cuello grande, pero el del león no sea carnoso y sí lo sea el del toro, es el que se ha aducido más arriba, a saber, que en el temperamento del león la pituita ocupa el último lugar, mientras que en el toro ese puesto lo detenta la tierra. Prueba de ello es que la sangre del león es mucho más negra que la del toro y, si es cierto lo que se dice, es incluso más fibrosa.



  ¶   9

Mas si dijeses que la sangre extravenada del toro se coagula enseguida y que, como el yeso, asfixia a quien la beba, como dicen que murió Temistocles, y que por tanto es plenamente terrena, y no pituitosa, cosa que no se dice de la sangre del león, responderé que no se niega que la sangre del toro no sea melancólica y terrestre, antes bien, se dice que alberga menos fuego y más pituita que la del león, de ahí que la respiración del león sea más vehemente y precipitada que la del toro y que, por consiguiente, su aliento sea fétido, y que los restos de carne aireados con esa respiración se corrompan rápidamente, cosas que nunca se dicen a propósito del toro. Ahora bien, que los animales de este temperamento se enfurezcan fieramente y se vuelvan crueles con la ira lo vienen a confirmar las enfermedades que dan al cuerpo este temperamento contrario a natura, como el delirio, la locura y el delirio furioso, y cuantas afecciones se despiertan en nosotros como consecuencia de una melancolía encendida: en efecto, todos los que sufren tales cosas se sucumben a una ira tan fiera y se vuelven tan crueles que superan de largo al tigre airado. Pues bien, a la luz de esto creo que queda claro que un cuello grande y no carnoso denota la magnanimidad, y por qué, y qué es esta magnanimidad, y por qué se produce.



Apotelesma xl

Apotelesma xl    Cuello largo y grácil.

orig:   (59.5)

Los de cuello largo y grácil son temerosos. Se asocian a los ciervos. 

  ¶   1

En primer lugar consideró Aristóteles qué se debía entender por cuello grueso y el grácil, y a qué géneros animales se asociaban; luego distinguió el cuello grueso según dos cualidades, llamándolo a uno carnoso y al otro no carnoso, y explicó qué denotaba cada uno de ellos. Ahora, retomando el estudio del cuello grácil, que se opone al grueso, lo distingue este también según dos cualidades opuestas, la longitud y la brevedad; en efecto, existen dos tipos de cuello grácil, opuesto al grueso, a saber el largo y el corto. Diserta de uno y de otro y, estudiando primeramente el largo, dice: los de cuello grácil y largo son temerosos.



  ¶   2

La gracilidad es una pasión de la dimensión que llaman profundidad; por su parte, la longitud del cuello denota la distancia que existe entre la primera vértebra de la espalda y el hueco de la calvaria, por donde sale la médula espinal; por tanto, se dice de los de cuello grácil y largo que son temerosos, pues en virtud de esta parte se asemejan a los ciervos, cuyo cuello es largo y grácil en comparación con el resto de su cuerpo, luego son temerosos. Esto podría confirmarse en tanto que casi todos los animales de cuello largo y grácil son muy temerosos, como es el caso de los gansos, los patos, las cigüeñas, las gruyas y las garzas, pues si bien es cierto que de cuando en vez se enfrentan a los halcones, cabe apuntar que lo hacen más por necesidad que por voluntad propia.



  ¶   3

Y tampoco es de extrañar que un animal temeroso luche de vez en cuando, pues hasta una oveja ofendida se defiende alguna que otra vez; y tampoco cuesta persuadirse de que un cuello grácil y largo sea indicio de temor, ya sea porque lo grueso y corto es índice de osadía y vigor, ya sea porque un cuello como este es propio de las mujeres, en quienes se estima que sea grácil y largo; por su parte, las mujeres son naturalmente temerosas, y el temor y el pudor les conviene completamente.



  ¶   4

A su vez, el motivo es la falta de calor natural, y los alientos que se dirigen a la cabeza se enfrían como consecuencia de la larga distancia y, una vez fríos, producen temor, pues un escalofrío hace que la sangre se reúna junto al corazón, como apunta Virgilio. Por el contrario, los de cuello corto y cabeza pequeña se vuelven generalmente furiosos por efecto los alientos ardientes, esto es, porque las pequeñas dimensiones de la cabeza y del cerebro atemperan el fervor del corazón menos de lo necesario, luego unos alientos más ardientes hacen al animal más osado.



  ¶   5

A su vez, ¿por qué los gansos, los patos y las aves de cuello largo tienen un cerebro tan pequeño? El caso es que al atravesar el cuello, que constituye una larga distancia desde el corazón hasta el cerebro, los alientos se atemperan y enfrían; si a esto se le sumase el tamaño del cerebro, el animal alcanzaría tal punto de frío que no conservaría rastro alguno de osadía ni prontitud para hacer lo que le corresponde. Ahora bien, si apuntases que el conejo es temeroso y, no obstante, no tiene un cuello de ganso o de gruya, lo cierto es que yo no digo que todo animal temeroso tenga un cuello largo, pero sí llamo temeroso a todo aquel que acuse un cuello grácil y largo, pues los alientos que van del corazón al cerebro se enfrían en exceso.



[Por qué los de cuello largo son temerosos]

  ¶   6

El temor del conejo, en cambio, requiere una explicación diferente, y es que este, en proporción a su cuerpo, alberga un corazón grande y una cabeza grande con un cerebro muy grande, frío y húmedo, razón por la cual las mujeres de nuestra tierra lo repudian, convencidas de que el consumo de cerebro de conejo puede producir epilepsia. En cambio, los ciervos, al margen del corazón grande y del cerebro pequeño tienen también un cuello grácil y largo en proporción a su cuerpo, luego son temerosos. En efecto, lo que tiene un cuello grácil y largo es temeroso, luego cualquier animal con un cuello más grácil y más largo que los demás animales de su especie es más temeroso, pues es más frío que los otros de su especie. Queda de manifiesto, pues, que un cuello largo y grácil es indicio de temerosidad, y por qué; también que esta pasión atañe al género femenino, del que es propio aquejar falta de calor junto al corazón y, por tanto, ser temeroso.



Apotelesma xli

Apotelesma xli    Cuello muy corto y lupino.

orig:   (59.6)

A su vez, quienes lo tienen corto son pérfidos e insidiosos. Se asocian a los lobos. 

  ¶   1

La segunda cualidad del cuello grácil en función de su longitud es la llamada brevedad, esto es, cuando entre el hueso calvar y la primera vértebra de la espalda existe un espacio más corto del deseable. En efecto, el instersticio del cuello entre la calvaria y la espalda debe responder a una porción determinada del cuerpo entero; por tanto, ser más largo o más corto supone un vicio en la formación del miembro, luego también en su uso y su operación, y la fuerza que se sirve de tal miembro aquejará una afección viciosa, lo cual le impedirá llevar a cabo su operación con exactitud.



  ¶   2

Pues bien, dice Aristóteles que un cuello bastante grácil y más corto de lo deseable denota una propensión a la perfidia y a las insidias. Llamamos pérfidos a quienes pueden y saben engañar a los demás, y se deleitan en el engaño; a su vez, comete engaño quien dice una cosa y siente otra, cometen engaño los embusteros, quienes hacen una cosa y pretenden querer hacer otra; por tanto, los pérfidos son embusteros, mas no solo embusteros, sino desleales y poco dados al amor; pendientes solamente de sí mismos, avaros, poco o nada preocupados por dar una buena impresión, salvo en apariencia; no contemplan la religión ni lo sagrado, antes bien, son hipócritas, tristes, atentos a su solo provecho y placer, y a nada más al margen de estas dos cosas; son abyectos, sin valor, inhumanos, pero en apariencia blandos, plácidos y bondadosos, amigos de sus amigos y serviciales con ellos, y todo ello lo usan a modo deherramientas para engañar a los hombres. Es posible contemplar un modelo de pérfido e insidioso en el Sinón de Virgilio. A su vez, se habla propiamente de perfidia, que llaman mala y digna de condena, cuandoinflige o procura infligir daño a los demás bajo apariencia de bondad y de virtud; por tanto, merezco el nombre de pérfido cuando abuso de la relación, de la amistas o de algún otro tipo de virtud para infligir mal a los hombres.



  ¶   3

Mas si la perfidia, y especialmente la que llaman mala, es tal y como la hemos descrito, el temperamento de estos hombres, qué duda cabe, estará constituido por bilis sutil con melancolía tostada y una cantidad moderada de pituita. Prueba de ello es que, por regla general, los pérfidos son de rostro pálido y fosas nasales profundas; tienen ojos pequeños y hundidos, barba escasa; en ocasiones son feos y desagradables a la vista, e imitan un rostro femenino; a veces, quienes tienen un espíritu pérfido e insidioso acusan un rostro un tanto hermoso, redondo y femenino, y una voz bastante delicada, sonora y femenina, y en estos individuos la bilis, que se encuentra junto con la pituita en laz zonas externas, aporta un color noble.



  ¶   4

Ya ha quedado claro qué es la perfidia y quién es el pérfido. En cuando al insidioso, propiamente parece recibir ese nombre quien procura oprimir y acosar a los demás con alevosía y ocultamiento; por tanto, llamamos insidiosos a quienes aspiran a la vida ajena, al pudor ajeno o a las riquezas mediantefraude; por su parte, el fraude consiste en un deseo de perjuicio envuelto en apariencia de bondad. Así las cosas, las perfidias y las insidias consisten prácticamente en lo mismo, con la salvedad de que los insidosos parecen serlo más en acto y energía, mientras que los pérfidos, en hábito y entelequia.



  ¶   5

Pues bien, dice Aristóteles que el cuerpo de quienes tienen un cuello y una nuca como estos se asemeja al de los lobos en virtud de esta parte, luego tales individuos acusarán también en su alma las cualidades propias del lobo. A juicio de algunos, el lobo es un perro silvestre; por tanto, como lo silvestre rara vez se llega a domesticar y, aunque lo parezca, es infiel, si se diese la ocasión atacaría y devoraría a quien le da alimento, como dicen que demuestra la experiencia. Un joven había criado con diligencia a una cría de lobo arrancada de la teta de su madre; este parecía seguir con amor a su dueño; un día, caminando aquel con la sola compañía de su lobo domesticado, dio con un pie en una piedra y cayó al suelo; al instante, el lobo, su compañero, se precipitó sobre el hombre a despedazarlo; este, levantándose apresuradamente y recomponiéndose, disparó contra el lobo: y es que por mucho que apartes a la naturaleza de su cauce, volverá a él. Este caso no dista mucho de lo que sucedió a otro: un hombre atravesaba terrenos impracticables en compañía de un lobo domesticado; al llegar la noche, bajó del caballo y trepó a un árbol; el lobo doméstico comenzó a aullar, y a su lado acudieron los silvestres que, junto con el doméstico, devoraron el corcel del amo, y tantearon el árbol donde se había refugiado el hombre; no pudiendo hacerle mal, el doméstico se fue con los silvestres al bosque.



  ¶   6

Si esto es cierto, no será un perro, aunque tenga un cuerpo muy semejante; y como el lobo tiene un vientre ávido y busca alimento abundante y sin fin. En cuanto a su espíritu, es propio del lobo ser insidioso, ladrón, sangriento, infiel, cruel, salvaje, voraz, insaciable, osado y fiero en situaciones de peligro y coactado por la necesidad, a menos que se lo impiden la fuerza o el hambre; abyecto y despreciable, animal nocturno, más semejante al género femenino que al masculino. Por su parte, es por todos conocida la naturaleza de su cuerpo; en efecto, tiene ojos que brillan en la noche, una frente turbia, erizada, unas orejas yertas, cortas, un pecho amplio, un vientre grueso y amplio, un cuello corto, mas no delgado, salvo en comparación con el vientre, y ello precisamente en brevedad, mas no en delgadez.



  ¶   7

El cuello de los pérfidos se asemeja al del lobo, pues el cuello del lobo no es sencillamente delgado, sino solamente en comparación con los demás miembros del lobo. Por tanto, diremos: el de cuello corto se asocia al lobo en función de su cuerpo; quien se asemeja al lobo según su cuerpo es insidioso y pérfido; por tanto, el de cuello delgado y corto es pérfido e insidioso en su alma.



  ¶   8

Se da por hecho que la menor viene dada por la figura del lobo; no en vano, hemos dicho que así era el cuello del lobo, a saber delgado y corto, si se juzga sin pelos y en comparación con sus otros miembros. La mayor resulta evidente; en efecto, quien se asemeja al lobo en virtud de su cuerpo también lo recuerda con su alma, o con las potencias del alma que suponen perfecciones y entelequias corporales de la parte en que se dan. Hemos dicho que cuando alguien se asemeja al lobo por las potencias de su alma es pérfido e insidioso; por tanto, se deducirá con razón que quien tenga un cuello como el del lobo también contemplará perfidias, así como maquinaciones y propensiones propias del lobo.



  ¶   9

Ahora bien, no se dirá que por el simple hecho de tener un cuello delgado y bastante corto ya haya de acusar costumbres propias del lobo, ni ser pérfido e insidioso, ladrón, avaro, mangante, cruel, despreciable ni cruel; en efecto, en primer lugar, la costumbre resulta tan determinante en las crías que la educación, la ley y la razón pueden acabar durante mucho tiempo con estas pésimas propensiones; además, nada impide que un individuo con señales del lobo acusa igualmente otras que sean indicio de lo contrario, ni que estas, al ser más potentes, como reconocen en las enfermedades los artífices de la salud, no solo denoten lo contrario, sino que lo lleven al acto y lo obliguen a realizarse. Además, si hubiese gente que, aquejando costumbres lupinas, no dejase de maquinar perfidias ni de proferir insidias al prójimo, creo que debería verse apartada completamente de la sociedad de los hombres, en tanto que no es posible encontrar, creo, peor y más cruel género de hombres. Y esto es cuanto ha dicho Aristóteles a propósito de las señales del cuello.



Apotelesma xlii

Apotelesma xlii    Labios delicados, distendidos, cubriendo el superior al inferior.

orig:   (60.1)

Son magnánimos los de labios gráciles y distendidos en sus extremos, al punto de que el superior se aposta sobre el inferior en la comisura de los labios. De hecho, se asocian a los leones. Alguno verá tal cosa también en los perros grandes y robustos. 

  ¶   1

Aristóteles pasa del estudio del cuello al análisis de los labios sin atender a la barbilla, y no me explico por qué. Ahora bien, como este libro aqueja muchísimas correcciones y lagunas, es posible que lo tocante a la barbilla y a la garganta se haya perdido pues, como atestiguan Polemón y Adamantio, no han de despreciarse los juicios derivados de la barbilla, como también enseñan muchos de entre los modernos. En efecto, los de barbilla afilada reciben el nombre de inestables; quienes la tienen cuadrada, el de fieles y amigos de sus amigos; quienes la tienen redonda, el de pérfidos; y quienes la tienen bífida y hundida en el medio, el de blandos y agradables, y se asocian a las mujeres. Por tanto, cabe contemplar un defecto en el texto, y no en el autor; además, en otro lugar considerará qué puede denotar la barbilla.



  ¶   2

Ahora cabe explicar la sentencia de Aristóteles. Dice, pues: Los de labios gráciles, etc. Se denomina labio la piel cuyo cometido natural consiste en cubrir los dientes e impedir la salida del alimento; se trata de una piel musculosa y dotada de fibras que le permiten moverse. Las características de los labios son el grosor, la gracilidad, la dureza y la blandura, y la gracilidad se puede ligar igual de bien que el grosor tanto a la dureza como a la blandura; por tanto, las posibles combinaciones sumarán cuatro, a saber, grácil blando, grácil duro y, de modo semejante, grueso blando y grueso duro. Ahora Aristóteles, por su parte, estudia los labios gráciles, tanto blandos como duros, y solo menciona los gruesos de pasada, acaso porque lo dicho previamente ya basta para formarse un juicio al respecto o, lo más probable, porque el códice se ha visto mutilado en esta parte.



  ¶   3

Pues bien, dice: el individuo de labios gráciles y distendidos en sus extremos, es decir blandos, y tan distendidos por efecto de esta blandura natural que el superior no solo cubre al inferior, sino que incluso sobresale un poco, este individuo es magnánimo. Esto se deja demostrar, pues quien acusa semejante disposición de los labios recuerda, en virtud de esta parte, a los leones, que también son magnánimos según la magnanimidad descrita en el apotelesma anterior, y también acusan este rictus en los labios. Por tanto, de este modo se deduce la proposición universal: los de labio superior laxo hasta el punto de cubrir el inferior y extenderse por encima de él son magnánimos; se deja corroborar a posteriori mediante el razonamiento desarrollado según la tercera figura con el ejemplo de los leones, que acusan un rictus semejante al tiempo que son magnánimos, robustos y valientes.



  ¶   4

En cambio, resulta difícil averiguar por qué esto es así, pues estas partes exteriores distan mucho de las interiores, que alojan la forma y el alma; mas si es propio del magnánimo despreciar las pequeñas injurias y no verse afectado por ellas, resulta que las diversas pasiones del espíritu disponen el rostro de maneras diversas, y por eso mismo son distintos los rostros de los cautivos de amor, el de lo airados y el de los temerosos; y como vemos que quienes, en cierto modo, desprecian a los demás y sus acciones afilan el gesto del rostro y deslizan el labio superior sobre el inferior, es probable que esta señal acompañe a la pasión del espíritu cuando existe en energía, y si alguien acusase tal señal, además de aquejar esa pasión en acto, tendría una predisposición a cualidades como el desprecio y la magnanimidad.



  ¶   5

En una ocasión escuché decir a un músico muy docto, un fantástico trompetista, que no puede haber un buen trompetista sin labios blandos y distendidos; en cambio, según me parece, los labios blandos les son muy útiles a los trompetistas, pero también es esta arte la que los distiende y ablanda, pues como con la práctica frecuente del instrumento se van distendiendo a fuerza de inflarse, es preciso que se distiendan y ablanden por ello. De hecho, la blandura no es indicio de magnanimidad de por sí, sino junto con otra condición, como que el labio superior entre en contacto con el inferior y lo sobrepase ligeramente: entonces llamaremos magnánimo a ese hombre. Apunto, pues, que la magnanimidad, o una buena naturaleza e inclinación a esta virtud, para verse representadas, precisan de la distensión y del contacto de los labios, así como de la prominencia del superior. Y creo que por magnanimidad se debe entender ahora una generosa propensión a ayudar a los demás, a no perjudicar a nadie y a repudiar con vehemencia las injurias en caso de que alguien pretendiese engañarlo en el negocio, una disposición según la cual los hombres aborrecen y evitan lo horrendo, lo despreciable e indigno, ha de entenderse una disposición a no servir violentamente, a no adular y a no cometer ninguna acción despreciable y abyecta, pasión que también parece propia del león, si bien es cierto que, según creo, no proviene de la misma fuente de donde brotan la valentía y la osadía. Y si por magnanimidad entendemos la propensión que hemos mencionado, sabiendo que denota un temperamento de calor aéreo con predominio en lo acuoso, y es que el calor distiende lo potencialmente húmedo, resulta que los principios internos de la cabeza podrían servirnos para dar con alguna causa de esta afección.



  ¶   6

De hecho, es probable que quien por naturaleza goza de semejante disposición tenga también una cabeza y un cerebro de constitución perfecta; un cerebro bien constituido y atemperado produce sentidos óptimos pues, según los médicos, es el principio de los sentidos, y la naturaleza de los sentidos y las cualidades de las acciones nos permiten reconocer cómo es la sustancia de aquel; a su vez, cuando los sentidos son exquisitos, sus instrumentos se han de componer de una materia muy capaz de padecer; tales instrumentos son blandos, y estos, a su vez, están distendidos; así pues, los instrumentos de los sentidos que existen en la cabeza son blandos y, por este motivo, serán blandos los labios, de modo que el hombre gozará de buenos sentidos. Y como se constata una moderada supremacía del calor, del que es propio dilatar, probablemente los labios no estarán contraídos y, por consiguiente, la boca tampoco estará abierta, pues esto es señal del individuo indolente y estupefacto, pues los estupefactos mantienen la boca abierta; los magnánimos, en cambio, no son ni estúpidos ni indolentes, luego no dejan la boca abierta; de hecho, sus labios entran en contacto; y puesto que es propio del calor dilatar y ampliar, como hemos dicho, probablemente los labios serán anchos, y al ser anchos, o bien son iguales, o bien uno es más grande que el otro; ciertamente, sabiendo que allí donde el calor es más intenso también se produce una dilatación mayor, como el calor es más intenso hacia la zona superior, donde los vasos son más grandes y más numerosos, como confirma la mayor fortaleza de los dientes superiores frente a los inferiores, así como sus numerosas raíces, también el labio superior tiene visos de ser más prominente que el inferior.



  ¶   7

Pues bien, si alguien albergase magnanimidad, probablemente acusaría también la causa de que los labios sean blandos y de que no estén abiertos, sino en contacto, y de tal manera que el superior sobrepase al inferior; además, pues, de quien presentase estas señales diremos que es magnánimo y semejante al león en virtud de la disposición explicada, que denota una cierta nobleza inocente y generosa, mas preparada para el ataque en momentos de irritación.



  ¶   8

No contento con haber demostrado la certeza de su apotelesma mediante el ejemplo del león, añade Aristóteles: ciertamente, alguno verá tal cosa en los perros grandes y fuertes, esto es, advertirás esta señal de los labios en los perros nobles y osados, y podrías desarrollar el razonamiento del mismo modo: los perros grandes y fuertes son magnánimos; estos tienen un labio superior blando y volcado sobre el inferior; por tanto, así son los labios superiores del individuo magnánimo.



  ¶   9

Apunto, no obstante, que no es esta una pasión propia de todos los perros, pues no son los mediocres ni los consentidos los que presentan unos labios como estos; son los que popularmente se denominan corsos o franceses, perros grandes y robustos, los que gozan de semejantes labios, dispuestos del modo mencionado; además, su blandura acusa una cierta severidad y pesadez, y resultan inofensivos para los perros pequeños, no ladran mucho, ni mucho tiempo, ni sin motivo, y son fieles y osados cuando se trata de su propia protección y la de sus amos; disposiciones estas que parecen agruparse bajo el solo nombre de magnanimidad; y a su vez, la magnanimidad se cuenta entre las virtudes activas, como la rosa se cuenta entre las flores. Por tanto, queda dicho que este tipo de labios es indicio de la magnanimidad y por qué puede suceder tal cosa.



  ¶   10

Apunto además que no se incurre en absurdo si en un mismo animal se dan disposiciones diversas que parezcan sustentarse en causas opuestas, pues un animal compuesto de principios contrarios puede acusar en diversos lugares pasiones opuestas y disposiciones y hábitos opuestos de por sí por distintos criterios; no en vano, es como una armonía compuesta en que la parte aguda no se escucha más que la grave, sino que cumple su función, una armonía que no existiría de no escucharse ambos sonidos.



Apotelesma xliii

Apotelesma xliii    Labios gráciles, tensos y prominentes en torno a los colmillos.

orig:   (60.2)

Los de labios gráciles, duros y prominentes hacia los colmillos son innobles. Se asocian a los cerdos. 

  ¶   1

Los labios gráciles, como ya se ha dicho, se clasifican en dos categorías; en efecto, o son blandos, de los que se habló más arriba, o duros, de los que se tratará ahora. Se denomina duro aquello que cede con dificultad ante una fuerza ajena que ejerce presión desde fuera: cuando algo cede y abraza el cuerpo que ejerce presión sobre él recibe el nombre de blando, luego es duro cuanto se dispone de modo contrario y ofrece resistencia a la presión; en este sentido se dice que son duros los huesos, las pierdas, el hierro y todo aquello cuyas partes no están naturalmente dispuestas a ceder.



[Qué es lo blando]

  ¶   2

Así pues, se llamará duros a los labios gráciles, esto es mínimamente gruesos, cuando su gracilidad lleve ligada una cierta dureza, de modo que imiten una corteza seca. Ahora bien, para representar la imagen descrita por Aristóteles han de acusar, dice, alguna prominencia, esto es un endurecimiento junto a los denominados dientes caninos. Llamamos dientes a los instrumentos óseos con que los animales, masticando, preparan los alimentos en su boca; estos, por norma general, suman dieciséis en los hombres, rara vez más, alguna vez menos; en las mujeres suman catorce en la parte superior y otros catorce en la inferior; los hombres próximos al género femenino tienen treinta dientes, dieciséis arriba y catorce abajo; de modo semejante, las mujeres que recuerdan el hábito masculino llegan a sumar treinta dientes. Por su parte, la fila de dientes superior se completa antes que la inferior, pues la mandíbula superior es más cálida, más grande y más viva que la inferior.



[Qué es lo duro]

  ¶   3

Los dientes se dividen, primeramente, en dos filas, la superior y la inferior; además, cada una de estas se divide en tres series, la primera de las cuales se corresponde con los dientes que, por seccionar el alimento, llaman incisivos, y suman cuatro; junto a estos se encuentran dos que llaman colmillos, los más robustos para atravesar y desmenuzar, si bien es cierto que nunca les he visto más de una raíz; se siguen los que, por moler el alimento, llaman molares, dientes anchos y firmes, que apenas cambian y que, de perderse en la infancia, rara vez vuelven a nacer, cosa que nunca hacen en la edad adulta.



[Clasificación de los dientes]

  ¶   4

Los dientes que ahora nos ocupan reciben el nombre de caninos porque en ellos consiste el vigor de los perros, los leones y los jabalíes, y de ellos se sirven para defenderse y atacar. Pues bien, si unos labios gráciles y duros acusasen una prominencia junto a estos dientes serían, según la sentencia de Aristóteles, indicio de un hombre innoble.



  ¶   5

La ignobilidad se opone a la nobleza. Por su parte, según dice Aristóteles en el primer libro de la Rhetorica, se denomina propiamente nobleza una virtud de la estirpe y de la familia; y reciben el nombre de nobles quienes nacen de una familia cuyos miembros brillan hoy como otrora brillaron por las bondades estimadas en la ciudad familiar. Por tanto, en un entorno que estima enormemente la riqueza, entre sus hombres y en esa ciudad, reciben el nombre de nobles quienes nacen de una familia opulenta y brillan hoy como otrora brillaron por sus riquezas. Lo mismo ha de entenderse a propósito de los demás bienes, como de la virtud, el conocimiento, el poder civil. Y no basta con provenir de una familia semejante; el noble ha de ser merecedor de tal nombre, pues en caso contrario se llama degenerado; pero Aristóteles no trata ahora de esta nobleza, sino de la ignobilidad, que se le opone.



[Qué es lo innoble]

  ¶   6

Por ignobilidad, creo, se ha de entender una disposición natural cuya proporción respecto de la cualidad anterior, llamada magnanimidad, equivale a la que un labio grácil y blando guarda con uno grácil y duro; por tanto, así como estos dos accidentes contemplan una disposición natural para producir efectos opuestos en un mismo sujeto, también pueden tener causas contrarias, y la ignobilidad que ahora nos ocupa puede oponerse a la magnanimidad y derivarse de causas opuestas en el sujeto susceptible. Por su parte, la disposición opuesta a la magnanimidad mencionada más arriba, que Aristóteles llama ignobilidad, o más bien el traductor, que siguió literalmente el sentido más evidente, consistiría en una resistencia o inacción a ayudar a los demás, a responder con humanidad y bondad a quien pregunta o mostrarse tal y como es; en efecto, consiste en una especie de rusticidad torpe y pesada, indicio de un espíritu horrendo, en desidia, degenerado y malevolente, irritado por la buenaventura ajena, despreciable, al que la sola necesidad lleva a rebatir las injurias.



  ¶   7

Siguiendo a Aristóteles, también nosotros llamaremos innoble a quien no evita ni aborrece las cosas despreciables, horrendas, deshonradas, indignas del hombre libre, sino que, al igual que el cerdo, amigo del lodo, entrega su espíritu a juegos vergonzosos y a placeres deshonestos, con total disposición a la adulación y la servidumbre, al punto de que nada le resulta indecoroso o reprochable mientras le permita vivir con seguridad y deleite. Y así como aquella parece ser la propensión natural del león, esta parece propia del cerdo; no en vano, vemos que los cerdos son felices con cosas despreciables, se mueven a gusto entre suciedad, lodo y estiercol, y luchan y se enfrentan fieramente por el placer carnal y la comida; si acaso pretende socorrer a otros de su género que gruñen y sufren, esto, según creo, le viene de su condición de animal gregario, no por ser un cerdo; de hecho, también los elefantes se ayudan entre ellos, y algunas aves, cuando escuchan el lamento de una de su especie, la miman, como si así le proporcionasen auxilio. El cerdo, en cambio, y especialmente el verraco, el puerco no castrado, erizado, salvaje, horrendo, indolente, al que da vida la sal, no demuestra nobleza alguna a la hora de repeler las injurias; este, indócil, esclavo de la comida y del placer carnal, dispuesto a la servidumbre, al que nada parece horrendo ni indecente, ni tiene cuenta de los méritos ni sucumbe a la ira 4-14.



[Quién es innoble por naturaleza]

  ¶   8

Así reza, pues, la sentencia aristotélica: el de labios delgados pero duros, contraídos y elevados junto a los caninos, dice, es innoble, es decir, es un hombre como el de la descripción de arriba; planteamiento este que corrobora con el ejemplo de los cerdos, pues los labios de los cerdos acusan esta disposición junto a los caninos, y los cerdos son innobles, luego quienes tengan unos labios semejantes serán innobles, esto es albergarán un espíritu vergonzoso, indecoroso y deshonesto. El razonamiento es ciertamente verosímil, y depende de una señal, luego afirmaré una vez más que quienes acusan unos labios como estos son semejantes a los cerdos en virtud de esta parte del cuerpo; ahora bien, cuando alguien, en virtud de su cuerpo, acusa semejanzas con los cerdos, su espíritu también reproduce las propiedades de los cerdos en función de esta parte, siendo la principal la que ellos llaman ignobilidad; así pues, quienes tienen unos labios como estos son innobles. Y a mi juicio, esto es lo que decían los antiguos cuando contaban el caso de Circe: decían que muchos hombres se habían transformado en cerdos, otros en leones, otros en lobos y otros en osos; no pretendían que estos hombres se hubiesen transformado en cuerpo, sino en alma, como consecuencia de sus malas elecciones y costumbres, de adoptar, bajo la influencia de los placeres, los hábitos que la naturaleza, a sus ojos, había inculcado a estos animales.



  ¶   9

Queda claro, pues, que así son las cosas; el porqué puede comprenderse mediante las disposiciones opuestas; en efecto, un hombre con un espíritu como el que hemos descrito albergará seguramente un temperamento melancólico con pituita, y su melancolía tampoco se verá afectada por un calor demasiado intenso o vehemente, motivo por el cual las extremidades del cuerpo resultan delgadas y gráciles, pues se echan en falta la humedad y un calor relajante y, al faltar estos, predomina la sequedad, luego son como son. Acusan prominencias sobre los caninos porque estos dientes crecen por efecto del mismo temperamento frío y muy seco, elevándose y proyectándose hacia afuera, y elevando consigo y proyectando el labio que los cubre. A su vez, que los animales con temperamento de verraco tengan dientes grandes y fuertes es algo que corroboran, además del cerdo, tanto agreste como doméstico, y del perro despreciable y rústico, los elefantes y los osos, pues casi todos ellos acusan este temperamento melancólico con subdominio de la pituita, aunque luego la melancolía de uno difiera en especie frente a la melancolía y la pituita de otro, y aunque la de cada animal se caliente de maneras diferentes, ya no solo según su intensidad, sino también según diferentes formas y especies, pues la especie del calor del elefante no es la misma que la del cerdo, luego tampoco son iguales las especies de las obras, y la ira y el deseo del jabalí son diferentes a los del elefante. Creo, pues, que existen motivos para admitir que el hombre de labios gráciles y duros, prominentes sobre los caninos, sea ignoble, abyecto y despreciable.



Apotelesma xliv

Apotelesma xliv    Labios gruesos, sobrepasando el superior al inferior.

orig:   (60.3)

En cambio, los de labios gruesos, cuando el superior se monta sobre el inferior, son indolentes. Se asocian a los burros. 

  ¶   1

Hemos dicho que los labios, según una primera clasificación, caían en gráciles y gruesos; a su vez, el grácil se divide en blando y duro, con una prominencia absoluta o en relación al inferior. A propósito del grácil y de sus cualidades ya se ha hablado; ahora toca tratar del grueso. Llamo labios gruesos a los que tienen mucha carne en su extremo, como vemos en los que llaman etíopes y moros; son muy gruesos, rojos y anchos, de modo que casi siempre llevan los labios abiertos. Se denomina grueso el cuerpo con gran profundidad; no obstante, en ocasiones también se denomina grueso lo denso, en oposición a lo escaso; así, por ejemplo, hablamos de un paño grueso o de un madero grueso, pero no es este el sentido que emplea ahora Aristóteles.



  ¶   2

Pues bien, si alguien tuviese labios gruesos, blandos o duros, y el superior superase al inferior, quedándose entreabiertos, Aristóteles lo llama indolente. Por su parte, se denominan propiamente indolentes quienes hablan mucho sin razón ni deleite, y se equivocan con frecuencia, pues no falta pecado en el discurso excesivo. Quedó expuesto en otra ocasión quiénes son los indolentes y de dónde les viene el nombre. Por su parte, parece que esta propiedad es femenina, solo que las mujeres, según creo, tienen los extremos de los labios gruesos y blandos, y los labios que denotan la indolencia deben ser gruesos y duros, pues se asocian a los burros; por tanto, la indolencia de que se trata no atañe al discurso, sino a una cierta estupidez o pereza del movimiento e ineptitud de las acciones. Así pues, en primer lugar, veamos qué denotan los labios gruesos, blandos y prominentes, tanto cerrados como entreabiertos; luego entraremos a considerar qué denotan los labios gruesos y duros, a los que probablemente se refiere Aristóteles, y que, según dice, denotan la ignobilidad.



  ¶   3

Los labios gruesos y blandos, un poco contraídos, de modo que apenas se abran, son femeninos, y convienen a las mujeres que, por esos labios, se suelen considerar popularmente más capaces que deseosas del hábito venéreo, y es que no en vano creen muchos que el orificio pudendo de la mujer equivale a la gracilidad o el grosor de los labios. Así pues, como es este un accidente femenino, también demuestra una costumbre femenina, especialmente la que acompaña a esta afección en las mujeres. Mas vemos que los estupefactos, asombrados e inconscientes y muy atentos a las palabras de otros permanecen con la boca entreabierta y separan los labios; diremos, pues, que los labios gruesos y blandos denotan al hombre insulso, indolente, pasmado, intrigado por las cosas ajenas, negligente con las propias, que padece negligencia e inatención, crédulo, poco razonable e imprudente.



  ¶   4

Creo poder aducir alguna causa de esta afección, y es que si los labios son gruesos y blandos, es probable que alberguen mucho humor en los orígenes de la cabeza, luego también la cabeza será carnosa, y el rostro, luego también el calor será moderado, que no disuelve del todo; por su parte, como el calor mediocre se da en la mucha humedad obediente, se induce un género y un ingenio femeninos, luego a quien tiene unos labios como estos, sabiendo que se asocian al género femenino, con razón lo llamaremos temeroso, estupefacto y de ávido interés en los asuntos ajenos, mas ajeno a los suyos. Por su parte, estos labios gruesos y blandos se pueden quedar entreabiertos y dejar ver los dientes, y tales individuos son somnolientos, conocedores de niñerías, atónitos y afectados por la dolencia epiléptica, pues esta clase de señal denota un excesivo predominio del humor en la cabeza con frío moderado: son gruesos por el mucho humor y se muestran contraídos por efecto del frío. Mas si no se mantienen abiertos, sino que se pegan, todos estos síntomas merman, aunque no desaparecen del todo, sino que denotan un cierto temor, pero un ingenio lúdicro con decoro, agradable y femenino, aun capaz de perfidia y engaños; así, pues, llamamos fraudulentos a los etíopes y a los moros, y parece que casi todos acusan unos labios como estos. Mas si los labios fuesen gruesos y duros como los de los burros denotarían la indolencia del hombre, la imprudencia y, como se dice popularmente, la indiscreción; en efecto, es señal del predominio de un principio seco, melancólico y terreno con calor escaso en la cabeza, cosa que se echa de ver claramente en el burro, cuya cabeza es grande y ósea. En efecto, si los labios gruesos solamente denotan al indolente, indiscreto, impróvido e impúdico, los gráciles denotarán sencillamente lo contrario, a saber al hombre de buena disposición y sensato, cauto y próvido, capaz de darse consejo, prudente, de buenas costumbres y discreto; por su parte, si fuesen gruesos y blandos denotarían a un individuo temeroso, y de ser duros, a uno indiscreto, y ello siempre y cuando el labio superior se monte sobre el inferior.



[Por qué los labios gruesos denotan indolencia]

  ¶   5

Aristóteles no se pronuncia en el caso de que el inferior exceda al superior, pero otros, tanto modernos como antiguos, opinaron de esta apariencia de maneras diversas: en efecto, si el labio inferior fuese grácil, estuviese proyectado, superase al superior y terminase en punta, denotaría a un hombre propenso tanto a la ira como al llanto, y más temeroso e irresoluto que precipitado, o también maduro; en cambio, si fuese grueso y, al mismo tiempo, excediese al superior, demostraría a un hombre malevolente, testarudo, tosco y malvado, pues de una melancolía densa mezclada con sangre modesta nace esta pasión que, al calentarse, denota una cierta obstinación del espíritu, un ingenio innoble, sórdido, un juicio impedido, un espíritu despreciable, abyecto y temeroso.



Apotelesma xlv

Apotelesma xlv    Labio superior y encía prominentes, al igual que los dientes.

orig:   (60.4)

Mas quienes tienen el labio superior y las encías prominentes son amigos de los enfrentamientos. Se asocian a los perros. 

  ¶   1

El rictus que describe ahora Aristóteles podrías observarlo en el perro rústico cuando se irrita y se prepara para morder; en efecto, contrae los labios superiores, deja ver los dientes afilados, que se proyectan y salen hacia afuera. Así pues, si alguien tuviese este ricto de manera natural, podría acusar en su alma una cierta disposición incipiente a la acción y operación emparentada con esta afección canina, y es que como más arriba se ha dicho, los miembros son los instrumentos de las acciones del alma y según diversas acciones demuestran diversos hábitos, que son orígenes de aquellas. Por tanto, si vemos a alguien cuyos ojos acusan el aspecto de quien llora, diremos que es propenso al llanto; del mismo modo, pues, si viésemos a un hombre con el rictus de un perro enfurecido y atento a un desconocido, al punto de que nos recuerda esa acción del perro, diremos ciertamente que es amigo de los enfrentamientos. Esta es, pues, si no me equivoco, la opinión de Aristóteles. Así pues, en primer lugar veamos quién y cómo es el amigo de los enfrentamientos; acto seguido, cómo es contumelioso quien acusa una boca semejante; por último, por qué sucede, y cuáles son los accidentes del espíritu que suelen acompañar al contumelioso.



  ¶   2

Llamaría yo amigo de los enfrentamientos a quien, incluso ante la más mínima causa, se pelea con cualquiera, indistintamente, y quien, como decía Homero, siempre apetecen enfrentamientos, combates y peleas. Los enfrentamientos (lat. contumeliae), que reciben su nombre del verbo despreciar (lat. contemno), son indicios de nuestro espíritu, y con ellos expresamos nuestro mal sentimiendo por otro, mediante palabras o actos, a la vez o cada uno por separado.



  ¶   3

Los malos sentimientos hacia una persona pueden clasificarse en dos tipos: o porque juzgamos a ese hombre pésimo y cruel, o porque lo creemos despreciable y sin valor: el primero se odia y se teme, el segundo se desprecia, y no se le presta atención, como si fuese un zote, un tocón, o un burro. A su vez, quien desprecia fácilmente a los demás y no cree poder necesitar a nadie recibe el nombre de amigo de los enfrentamientos, poco experto y prudente, como los jóvenes, los ricos y los nobles de nuestro tiempo; estos, en efecto, creen no necesitar a nadie, luego desprecian con soberbia a los demás, y como adulándose a sí mismos se creen mejores y más excelentes que los demás. Por tanto, según la edad son adolescentes; según su fortuna, ricos y poderosos, y felices, nunca víctimas de la mala suerte, nunca privados de la esperanza. Su temperamento es bilioso con subdominio de la sangre pura, y siendo en consecuencia confiados, son proclives a la indignación, petulates, procaces, osados, amigos de sí mismos, locuaces, charlatanes, se enredas en amores de mujeres y, aburridos de la que aman, la desprecian enseguida, y cantan de ellas lo mismo cosas buenas que malas; son ásperos contra quienes les dan consejo, propensos al vicio de la taberna y las querellas, a los que describe Aristóteles en el segundo de la Rhetorica; este carácter lo atribuyen a Alcibíades y, en alguna ocasión, a los emperadores Nerón y Otón. Tenemos, pues, quién es el amigo de los enfrentamientos, y cómo es según su espíritu y se temperamento corporal.



  ¶   4

Queda por ver, pues, por qué quien tiene una boca como la que dijo Aristóteles es amante de los enfrentamientos. Dice: quien tiene el labio superior y las encías prominentes en la parte en que se insertan los dientes caninos, reproduciendo el aspecto de un perro enfurecido, es amigo de los enfrentamientos. Se corrobora con el ejemplo de los perros grandes y rústicos, pues tienen un rictus como este, y especialmente cuando se pelean y determinan enfrentarse a un extraño o un pobre enfermo; ahora bien, estos perros, y tanto más entonces, indican que disfrutan con los enfrentamientos y las peleas; por tanto, los de dientes, encías y labios que que toman naturalmente el rictus del perro son prontos a la ira, a las peleas y los enfrentamientos. Esto no se ha de juzgar irracional, pues a menudo hemos dicho que las affecciones de los instrumentos implican una determinada propensión del principio que se sirve de tal instrumento, una propensión –digo– a la operación cuya imagen y rudimento se percibe en un miembro orgánico del cuerpo. Queda claro, pues, que esto es así; ahora cabe investigar por qué quien tiene un rictus como este alberga un ansia de enfrentamiento.



  ¶   5

Digamos, pues, que en este teorema, al igual que en otros, la causa del rictus o disposición de labios y encías se localiza en la propensión a los enfrentamientos, y no en sentido inverso; además, la relación que guarda este rictus con el cuerpo humano también la guardan las ansias de enfrentamiento con el alma que es acto de ese cuerpo. Asimismo, si la fealdad indolora ajena nos mueve a la risa, y reírse es señal de haber percibido esta fealdad, también el deseo de lucha tiene en sí la causa de este rictus canino, y esto se denomina señal, de modo que si la definición de la percepción de la fealdad nos da la causa de la risa, ahora, por razón y esencia del deseo de lucha y de enfrentamiento, también quedará claro por qué motivo un hombre con este rictus canino gusta de las luchas y está preparado para librar enfrentamientos con los demás.



  ¶   6

Un hombre con semejante disposición de la boca lleva los nervios naturalmente contraídos hacia su origen, pues si los nervios relajados producen labios relajados, como dicen los médicos, los labios no relajados, sino contraídos, denotan que los nervios motores de los labios están retraídos hacia su origen; por su parte, se retraen por la sequedad y el calor, pues es propio del calor y de la sequedad retraer y constreñir la sustancia nervosa y membranosa, como se advierte en los pergaminos y en el cuero; quien aqueja tal condición ha de acusar predominio del calor y de la sequedad en el origen de los nervios, luego su cerebro será bilioso y causará propensiones semejantes a la naturaleza del fuego. Por su parte, es propio del fuego sobresalir ante los demás elementos, agenciarse lo ajeno, invertirlo y alterarlo, y aplicarse a la corrupción del próximo para crecer él mismo; tales operaciones son semejantes a las acciones de los adolescentes, los ricos y los poderosos, como se ha dicho, y de los soberbios y altivos; a semejantes individuos los denominamos amigos de las contumelias, hombres problemáticos e inquietos; así pues, resulta evidente por qué será amante de las riñas quien acuse, junto con esta disposición de los labios, unas encías y unos dientes como los descritos; y esto es lo que había que demostrar.



  ¶   7

Y no se piense que esto, a saber que los nervios se contraen por efecto del calor seco, se ha dicho contraviniendo la razón, pues más arriba hemos dicho que los hombros contraídos eran obra del frío. En efecto, cabe apuntar que tanto el calor como el frío congregan, solo que de manera diferente: en efecto, el calor reúne cosas semejantes, y especialmente cuando está seco, mientras que separa lo disemejante, y especialmente lo húmedo; el nervio, por su parte, es semejante y seco, luego se contrae por efecto del calor; en cambio, los hombros, como cuerpos orgánicos y, por tanto, heterogéneos, es probable que se vean afectados y se contraigan por efecto del frío, y que se dilaten y distiendan por efecto del calor; y su heterogeneidad y organicidad resultan evidentes, pues se componen de carne, huesos, nervios, fibras y sangre, tanto arteriosa como venosa, cosas todas estas que difieren entre sí plenamente tanto en nombre como en razón.



Apotelesma xlvi

Apotelesma xlvi    Nariz gruesa en la punta.

orig:   (61.1)

Por su parte, los de nariz gruesa en la punta son indolentes. Se asocian a los bueyes. 

  ¶   1

Siguiendo el mismo orden de proceder, de las partes inferiores a las superiores, tras los labios hace mención de la nariz. La nariz es un miembro bien conocido, y como es heterogéneo se compone de un cartílago y de huesos, así como de la piel que la recubre. Se le atribuyen cinco huesecitos y un cartílago que, por dividir las fosas, se denomina intersepto. El cometido de la nariz consiste en ofrecer un conducto al aire con que se refrescan el corazón y el cerebro, y con que se perciben los olores. Su extremo consta de dos pequeños músculos con que sus agujeros se abren y se elevan para captar más fácilmente los olores. Diremos, pues, qué opina Aristóteles de este miembro, y por qué, y acto seguido qué opinan otros.



  ¶   2

Pues bien, como la nariz comienza en la zona inmediatamente inferior a la frente, donde se ve que concurren las dos cejas, y desciende por el rostro hasta el final de las fosas, Aristóteles comienza por las fosas, y dice: los hombres que tienen el extremo de la nariz grueso, esto es, que tienen gruesa la parte que rodea las dos fosas, y no digo redonda, sino semejante a la de los bueyes, de modo que la parte y la piel que forma cada fosa sea gruesa y carnosa, al tiempo que no flácida ni elevada, sino más bien hundida, son indolentes, esto es perezosos en sus acciones y lentos en sus movimientos; y no solo me refiero a los movimientos del cuerpo, sino que también aplica a los del espíritu, pues se asocian a los bueyes. Así pues, el razonamiento de Aristóteles reza como sigue: los de fosas gruesas en su extremo son semejantes a los bueyes; por su parte, quienes se asemejan a los bueyes son indolentes de mente y cuerpo; por tanto, quienes acusan una nariz como esta merecen el nombre de indolentes.



  ¶   3

La menor no parece tener dificultad alguna, a saber, que quienes tienen las narices de un buey son semejantes a los bueyes en virtud de esta parte. Mas si pasamos de la parte al todo, resulta ciertamente más complicado; en efecto, es posible que un león y un águila sean semejantes a un conejo en virtud de alguna parte, mas sus costumbres no son semejantes, luego me inclino a creer que a la proposición menor conviene añadirle que la semejanza se dé en esta parte, y conviene replicar luego lo mismo en la mayor, a saber, que quienes se asocian a los bueyes en virtud del extremo de las fosas son indolentes en espíritu y cuerpo. Esta proposición se corroborará primeramente por epilogismo: en efecto, los bueyes tienen unas narices como estas, y los bueyes son lentos de espíritu y cuerpo, como se lee sobre los emperadores romanos Aulo Vitelio y Honorio, que eran indolentes y tenían una nariz como esta. Hallar la causa de tal cosa se antoja difícil; veamos, de todos modos, si es posible aducir una con probabilidad.



  ¶   4

Para la demostración de este planteamiento me parece necesario sentar dos principios. Uno dice que la nariz y su extremo principal sean algo así como un miembro particular de la ira o de la potencia irascible, en el cual su salida se muestra en acto, o en el cual brillan los efectos de su potencia. No en vano, cuando nos reímos de alguien, decimos que lo dejamos con un palmo de narices, y popularmente decimos que le arrugamos la nariz a lo que despreciamos, y cuando algo nos desagrada torcemos y apartamos las narices, como advirtieron los antiguos. Del burlón dice Marcial: por muy narigudo que seas, aunque seas todo nariz, una nariz que ni Atlas aceptaría cargar 4-15; asimismo, Plinio, Horacio y Persio entienden la nariz como acritud del discurso y dicharachería; por tanto, tener una nariz no parece implicar más que una disposición a morder y reprender con acritud a los demás; en este sentido decía Horacio que cierto individuo se atrevía a dejar al pueblo con un palmo de narices 4-16. Así pues, si la nariz es indicio de las afecciones de la potencia irascible, según sea la potencia irascible, tales serán los extremos de las fosas, y según las disposiciones de esta potencia también estarán dispuestas las fosas, luego tendrá sentido desarrollar el argumento partiendo de las fosas hacia la potencia irascible, como de una señal al significado.



  ¶   5

Además, no solo denota la disposición y la aptitud de la potencia irascible, sino también del juicio, de ahí que la nariz también la hayan tomado los antiguos por el juicio. Así, cuando Horacio dice que los antiguos alababan el jabalí rancio, añade que no era por carecer de nariz, esto es, de juicio. Este mismo autor corrobora el proverbio al que hace referencia Marcial cuando dice que no sé quién vivía con una nariz pequeña o inexistente. Por tanto, diremos que la nariz y las cualidades de la nariz no solamente denotan la potencia irascible, sino también la judicatoria; y ello con motivo, pues si bien es cierto que el juicio existe o bien con el apetito irascible, o bien al menos no ejerce sus funciones sin la virtud irascible (pues el juicio no es más que una potencia con que el hombre determina qué propósito elegir o rechazar), el juicio no existe sin apetito; vemos, además, que a quienes se enfadan se les ruborizan mucho las narices y que se les infla esa parte, y se les calientan bastante; y es que no se ha faltado a la razón cuando se dicho que las extremidades de las fosas denotan la disposición de la potencia irascible. Añado a continuación el motivo de que suceda tal cosa, según yo lo entiendo; otros lo han expuesto mejor en otras ocasiones.



  ¶   6

La fuerza que forma al hombre aplica movimiento desde el centro hacia la circunferencia, luego desde el ombligo hacia las partes exteriores, y parece que procede en línea recta. Por su parte, los extremos del diámetro comparten una misma naturaleza, luego se forman a un tiempo, son opuestas según la especie, pero una misma cosa según el género: se oponen según el diámetro los genitales y la nariz, luego si el genital es el instrumento y la señal de un apetito, tal vez la nariz lo sea de otro. Por su parte, el principal instrumento del apetito concupiscible es el genital, y es que la acción de la reproducción por la conservación de la especie es muy natural, luego muy agradable y, por tanto, se busca con mucha vehemencia. Así pues, la facultad irascible poseerá una parte corporal opuesta según el diámetro a la parte del individuo que le ha sido otorgada en virtud la procreación, indicio de lo cual es la nariz, luego me inclino a pensar que la facultad irascible se denota mediante la nariz y su disposición, pues las potencias o hábitos opuestos tienen operaciones opuestas, luego también son opuestos sus instrumentos, y si en un miembro contrario se da una señal dispositiva contraria, el otro acusará la correspondiente. Así pues, si el pene determina el apetito carnal y la disposición de la concupiscencia, apetito concupiscible cuyo objeto, en nuestro caso, es el deseo y lo agradable al tacto, cuya especie máxima y más principal es el deseo carnal, entonces la nariz determinará también la disposición de la facultad irascible.



  ¶   7

El segundo aspecto que cabe sentar dice como sigue: la celeridad o lentitud del movimiento del espíritu y del cuerpo siguen a la disposición del calor; el calor, a su vez, es tal y tan grande como tal y tan grande es la bilis natural que, en nuestro cuerpo, se asocia al fuego; y de esto no cabe duda, pues los animales que en menor medida participan del calor son más lentos, mientras que los más prontos al movimiento son bastante cálidos. Asimismo, es propio del fuego producirse continuamente y moverse sin pausa; por el contrario, todo lo que está rígido por el frío y el hielo permanece quieto, y también la tierra, que está fría, permanece quieta; por tanto, si el calor es el principio del movimiento, un calor más intenso es la causa de un movimiento mayor y de inquietud, de ahí que los enfermos de fiebre, cuando mayor es la fiebre, tanto más se mueven y se agitan en su cama.



  ¶   8

A la luz de estas cosas creo que ya podemos decir por qué quienes tienen las narices como los bueyes, esto es anchas, gruesas, carnosas y hundidas en el centro, y duras, son indolentes, esto es lentos en los movimientos del cuerpo e indolentes e irresolutos en sus consideraciones y resoluciones. Valga lo siguiente: quienes tienen unas narices como estas tienen apocada la potencia irascible, luego en estos no abunda la bilis amarilla, luego no son cálidos y, por tanto, tampoco rápidos al movimiento, luego indolentes y lentos según el cuerpo; además quienes tienen la potencia irascible apocada y albergan poca bilis y un calor apocado no tienen alientos sutiles, luego tampoco agudos y, por tanto, no gozan de un ingenio agudo, luego tampoco son prontos ni resueltos para el emprendimiento de negocios, de lo cual se sigue que sean indolentes y apocados, y semejantes en su espíritu a Nicias, el general ateniense, y aquejan naturalmente lo que aquejan los ancianos por su edad. Por tanto, quienes tienen una nariz ancha y unas alas gruesas y semejantes a las de los bueyes son indolentes. Esto es lo que Aristóteles ha dicho con probabilidad a propósito de las alas gruesas y semejantes a las del buey, y bastante me parece.



  ¶   9

Algunos modernos dicen que esta misma señal es indicio de la temerosidad y la mentira, y con razón, pues si el calor escasea, la sangre estará un poco fría, y esta sangre implica temor; quien es temeroso disfruta también con las mentiras, pues teme y, por tanto, no es muy dado a expresar lo que siente, luego no es abierto. Mas no veo con qué motivo ha de ser lujurioso, pues si el lujurioso es quien gusta del placer carnal, ha de abundar en humor salado, y también en flato; la salinidad es producto del calor, mas el individuo del que hablamos acusa un calor apocado y no acusa dominio de la bilis. Escoto no dice por qué lo pinta combativo y soberbio, y tampoco yo lo veo en absoluto, pues los bueyes castrados no son combativos ni soberbios, y a menos que se los irrite mucho y mucho tiempo no se calientan ni sucumben a la furia ni a la ira. En cambio, lo que añade, que es indicio de una fortuna áspera e inicua, es sencillamente ridículo, bien porque cada uno es en mayor parte artífice de su fortuna, bien porque esta fortuna no es nunca la que dispone las cosas sngulares, y no hay virtud pequeña si va acompañada de la prudencia.



  ¶   10

Algunos otros dicen que las alas gruesas y anchas denotan al tosco, falaz, pérfido, fanfarrón, malevolente y lujurioso; mas la propuesta, según me parece, incurre en una contradicción: en efecto, ¿cómo puede ser que un mismo hombre sea tosco, como dicen, y simple, y también falaz y pérfido? Y es que si es falaz, es también capaz de engañar, luego puede engañar, mientras que el simple es más propenso a ser engañado que no a engañar; y si es lujurioso y fanfarrón, no resulta sencillo advertir el motivo de su malevolencia, pues estos predicados no son propios del buey en tanto que es buey, ni provienen de su complexión.



  ¶   11

En otro lugar, estos mismos autores, como habiendo olvidado lo que habían dicho, dicen que las alas grandes y anchas denotan al hombre traidor, lujurioso, superficial, falso, osado e infortunado; mas como no han de aportar razones, cada uno puede decir lo que quiera; en verdad, si estas alas son propias del buey, lo cierto nunca llamarías traidor ni osado al buey. Porta atribuye a Polemón que las alas de este tipo denoten al hombre dervergonzado y cruel; esto no viene en mi ejemplar, antes bien, lee que “es la crueldad la que suele seguir a la temerosidad, y rara vez la desvergonzonería”, como más arriba se dijo en la descripción del valiente; no en vano, es desvergonzado quien desprecia las reprensiones y opiniones ajenas, de modo que no teme; por tanto, si es temeroso quien tiene unas alas como estas, rara vez merecerá el nombre de desvergonzado, a menos que lo haga por hábito adquirido, por afección o por insensatez.



  ¶   12

Quedan dos cosas antes de coronar este apotelesma. Una es a qué genero humano se refiere quien acusa una nariz como esta, si al masculino o al femenino. Ciertamente, me parece que se asocian a la mujer, pues el temperamento de estos hombres, al asociarse a los toros castrados, es más frío y más temeroso de lo que conviene a los machos. La otra es si acaso es cierto que los bueyes acusan un temperamento frío y pituitoso, como es probable que lo acusen aquellos a quienes llamamos indolentes y simples. El caso es que parece lo contrario, pues los toros son muy fieros y robustos, y no parecen temerosos de ninguna manera; por otra parte, viven una vida breve y envejecen rápidamente, luego o bien tienen poco calor, o bien se encuentra en un humor delicado, algo verosímil; ahora bien, esto último es falso, pues en tal caso los toros y los bueyes no serían tan robustos; solo queda que tengan poco calor, luego son indolentes y de movimiento lento. Me inclino yo a creer que los toros, en su edad floreciente y no castrados, son de temperamento melancólico y terrestre, mas con subdominio de la bilis; la melancolía, calentada por esta bilis, retiene el calor y vuelve al animal pronto a los enfrentamientos y al ataque, y robusto, y en virtud de su disposición y naturaleza también bastante rápido; por su parte, creo que los bueyes castrados, pasada la edad de su juventud y próximos a la vejez acusan un hábito contrario, y que se han vuelto pituitosos con subdominio de la melancolía, prueba de lo cual es que a los castrados les crecen los cuernos, y el cuerpo se les vuelve una mole más grande; por su parte, este crecimiento se atribuye al humor, principalmente según la materia; a su vez, el calor apocado en la pituita y la melancolía vuelve a los hombre simples e indolentes, y no muy ingeniosos.



Apotelesma xlvii

Apotelesma xlvii    Nariz gruesa desde la mitad hasta el final.

orig:   (61.2)

Mas los de nariz gruesa en su extremo superior son insensibles. Se asocian a los cerdos. 

  ¶   1

Este es el segundo apotelesma a propósito de la nariz, y su sentido, según creo, es el siguiente: los hombres cuya nariz, desde el centro hasta el final, es gruesa y redonda, con fosas pequeñas y rodeadas de carne gruesa y bastante redonda, en definitiva, como la nariz de los cerdos, son insensibles, esto es aquejan un sentido y un ingenio gruesos y toscos, de modo que ni advierten con facilidad algo sensible que se les presenta ni lo perciben con agudeza, ni reconocen ni diferencian con exactitud las cualidades de las cosas. Más arriba se declaró también quién es el insensible e insensitivo, esto es el incapaz de juzgar las cualidades de las cosas sensibles. El filósofo dice que son así porque se asocian a los cerdos, y principalmente a los castrados, y es que estos, como son muy obesos y están cubiertos de mucha grasa, tienen un sentido obtuso; de hecho, recuerdo que a unos cerdos muy gordos les corroyeron el lomo unos ratones sin sentir ellos nada.



  ¶   2

Así pues, dice el epilogismo: quienes tienen una nariz como la que más arriba hemos dicho son semejantes en virtud de esta parte al rostro y a la nariz del cerdo; tales individuos se asemejan a los cerdos en función de su alma y según la potencia del alma cuya operación y disposición brilla en este miembro; se trata de la insensibilidad y la carencia de sentido; por tanto, quien tiene una nariz como esta, que reproduce el morro del cerdo, será insensitivo e indiscreto, e incapaz de reconocer lo que conviene y lo que no. En verdad, resulta evidente que el cerdo es como se ha descrito, tanto más que, en virtud de esta parte, está especialmente privado de sentido, pues el rostro del cerdo es duro y cartilaginoso, luego poco apto para padecer; por tanto, como sentir mediante el tacto es, propiamente, una especie de padecimiento, decimos que el cerdo es mínimamente apto para sentir en virtud de esta parte; esta, a su vez, es el instrumento por excelencia y principal del cerdo, con que busca alimento y se enfrenta a las riñas, y en este parece residir toda su fuerza, y son muchos los nervios que lo asisten, luego si el rostro no tiene un sentido preciso, cabe suponer que tanto menor lo tendrán las demás partes.



  ¶   3

Ahora bien, el motivo de que el hombre con una nariz como esta sea insensitivo, esto es tosco e incapaz de distinguir, de reconocer lo que conviene y lo que no, sin más preocupación que la comida y el placer carnal, acaso podrá demostrarse como sigue: cuando alguien tiene una nariz gruesa desde el medio hasta el final, reproduciendo el rostro de un cerdo, la fuerza formadora de su cabeza no bien dominada se encuentra sobre una humedad acuosa ligada a tierra abundante, de ahí que la nariz resulte desproporcionada, grande y no articulada; por su parte, cuando el calor natural y la fuerza formadora no dominan bien esta materia fría y gruesa, el cerebro también está más frío y es más grueso de la cuenta, y los alientos, por tanto, densos y confusos; quienes albergan unos alientos como estos reciben el nombre de insensibles, insensibilidad que, además de los cerdos, también se echa de ver en algunos animales de su mismo temperamento; a su vez, la obtusidad de los sentidos denota una cierta impotencia al padecimiento: esta nace materialmente de una mala combinación de tierra y agua no bien fermentadas, como se dice, una combinación en que, ciertamente, la tierra prevalece sin equilibrio; formalmente proviene de la falta de alientos y de calor innato, y es que estos, como el fermento en una masa de harina, merman la materia y la hacen menos densa, profundamente apta para percibir y retener las pasiones externas. Así pues, la razón de sentir mediante el tacto parece consistir principalmente en la humedad y la sequedad terrestre, sometida correcta y proporcionalmente a un calor que existe en acto y domina en él.



  ¶   4

A la luz de esto queda claro, pues, qué opina Aristóteles de este tipo de narices y, por consiguiente, también inferiremos por silogismo que el hombre que se asocia al cerdo en virtud de esta insensibilidad es de temperamento húmedo y un tanto frío, y que contrajo esta insensibilidad por la falta de calor, y es que es propio de la humedad padecer; a su vez, el aire es, de manera absoluta, el príncipe de los húmedos, luego donde no prevalece la fuerza del aire no hay sentido preciso, y sin fuego no se produce un juicio de las imágenes recibidas; este individuo, por su parte, carece tanto de una cosa como de la otra. Además, será desvergonzado porque es insensible, y por el mismo motivo inmundo, fangoso e indecoroso, y carecerá de orden en sus asuntos, pues si fuese ordenado sería decoroso, hermoso y capaz de juzgar lo que conviene y lo que no.



  ¶   5

Otros, en virtud de esta señal, pintan al hombre deseoso, simple, hábil, particular, superficial; ahora bien, que estas cosas se sigan del temperamento del cerdo me parece algo difícil de reconocer. En efecto, son deseosos quienes desean prontamente y buscan lo que no tienen, y también se lo agencian prontamente, actitud propia del fuego, pues el calor, en tanto que es calor, tiene la propiedad de atraer hacia sí lo que le sirva de alimento, luego los deseosos acusan un exceso de calor; ahora bien, hemos dicho que el género de los cerdos no es así; por tanto, no parecerá sensato llamar deseosos a quienes se asocien al temperamento de los cerdos, salvo en lo que respecta al alimento y la bebida, y esto depende del estómago, que no del temperamento de todo el cuerpo. Por su parte, si estos hombres son simples, ¿cómo van a ser hábiles? Y si son superficiales, ¿cómo van a ser oscuros? Y si fuesen oscuros no podrían ser charlatanes ni superficiales, si llamamos superficiales a los frívolos y a quienes retienen lo malo. Otros, al describir esta nariz de cerdo, dicen que debe ser grande en su extremo, gruesa, fea y redonda, y con fosas pequeñas, pues creen que así es como se reproduce propiamente el morro del cerdo; ahora bien, si los agujeros de la nariz son pequeños, resulta evidente que no se producirá naturalmente una gran respiración, luego tampoco se dará mucho calor en su materia abundante y terrestre, de cuya abundancia dan fe la fealdad y el grosor; mas esto cabría decirlo especialmente si las narices no fuesen naturalmente rojas, sino un tanto blanquecinas. Otros dicen que esta nariz de cerdo, esto es sumamente gruesa en su extremo, denota a un hombre de ningún valor; en cambio, no veo por qué hay quien hace burla de Alberto por ver en esta señal un indicio del hombre inmundo, pues es propio del cerdo deleitarse en las inmundicias.



Apotelesma xlviii

Apotelesma xlviii    Nariz afilada en la punta.

orig:   (61.3)

Los de nariz de punta afilada son cruelmente irascibles. Se asocian a los perros. 

  ¶   1

Es este el tercer enunciado a propósito de la nariz, y dice así: quienes tienen la punta de la nariz afilada son bastante iracundos. En primer lugar cabe explicar el dato, a saber cómo es esta punta afilada de la nariz; luego, cómo es esta ira cruel y potente; tras todo esto, examinaremos las causas y las consecuencias de esta pasión o potencia.



  ¶   2

Existen dos tipos de nariz con extremo afilado, una delicada y pequeña, otra mediana y más grande que no pequeña. El discurso trata de la primera, pues la última no es una nariz propia de los perros, sino que imita el rostro de las aves. Mas como son muchas las clases de perros, y cada uno tiene una forma diferentes, cabe estudiar qué perros entiende Aristóteles; ciertamente, según creo, no se refiere a los de caza, pues no son de ira cruel, sino que más bien parecen blandos; tampoco a los que llaman franceses, ni tampoco a los molosos, pues estos no tienen una nariz afilada. ¿A cuáles se refiere, pues? Existe un tipo de perros rústico que estiman los villanos de nuestras regiones; su pelo es blanquecino con algo de negro, e imita la corteza de la hidra, la serpiente de agua, o el color y la figura del lobo; orejas pequeñas, afiladas, rectas, como las de los caballos; ojos flamígeros, pequeños; cejas elevadas y pronunciadas; mandíbula superior larga, y nariz larga, de punta afilada y un poco curvada; boca grande, a lo largo y a lo ancho: así me parecen las narices de los lobos, que Aristóteles llama aquí afiladas.



  ¶   3

Dice, pues, que son cruelmente iracundos, esto es que son propensos a la ira, no porque se enfurezcan fácilmente, sino porque de verse afectados como Tídeo contra Melanipo, se libran a ella con muchísima acritud, y recuerdan en esto a los perros rústicos, que airados crudelísimamente muerden y atacan con vehemencia a quienes ya ven huir malheridos. Esta es, pues, según creo, la sentencia de Aristóteles, que él mismo demuestra con el ejemplo de los perros, siendo su argumento como sigue: los de nariz afilada son semejantes a los perros rústicos arriba mencionados; quienes se asemejan a estas bestias son de ira cruel; por tanto, quienes tienen una nariz como esta son bastante iracundos; a su vez, los perros rústicos tienen una nariz como esta, a saber, afilada, y son bastante iracundos, luego quienes tienen una nariz afilada son bastante iracundos.



  ¶   4

Ahora bien, cabe ahora investigar por qué los de semejante nariz son bastante iracundos. Ciertamente, ya se dijo más arriba que la nariz era el miembro de la facultad irascible, y que acusaba como sujeto la señal de esta disposición, al igual que los genitales parecían acusar la del deseo venéreo; por su parte, según sea la fuerza irascible, tal será la disposición de la nariz, pues lo signficado y el signo son correlativos; ahora bien, si la fuerza formadora acusase mucho calor junto a la nariz, se dejaría ver un rastro de llama y de fuego; la forma de este último, a su vez, es piramidal, luego afilada; así pues, el de nariz afilada alberga una fuerza formadora de la nariz que se ha servido de un calor bastante punzante y vehemente; por su parte, se asocia más al fuego una calor bastante vehemente que no uno apocado; por tanto, el de nariz afilada es muy pronto a actuar según la parte en que impera el calor; hemos dicho que la nariz es el indicio de la potencia irascible, luego esta, dotada de un calor vehemente, será sumamente activa, y cuando brilla la fuerza de la iracundia, el hombre actúa con crueldad y sin misericordia alguna; por tanto, quien tiene una nariz como esta acusa una propensión a la ira muy acerba y cruel.



  ¶   5

También vale decir, más brevemente: si se nos preguntase por qué los de nariz afilada son sumamente iracundos, diremos que sucede porque su naturaleza es biliosa al más alto grado, violenta y vehementemente cálida; por su parte, quienes acusan una naturaleza como esta son bastante iracundos; a su vez, la nariz la que acusa principalmente la señal de la bilis furiosa y cruel, pues hemos dicho que la nariz es uno de los extremos de la fuerza formadora, y es que en el centro se encuentra la razón o potencia a cada uno de los extremos, y en los extremos superior e inferior, respectivamente, las facultades irascibles y concupiscibles, y el nombre de la propensión depende del órgano al que atienda: así, cuando un artesano se prepara sus herramientas, según se procure una sierra o un martillo será aserrador, carpintero o cantero; del mismo modo, sabiendo que la facultad concupiscible condiciona la formación de los órganos reproductivos, también los órganos reproductivos condicionarán la facultad que los emplee.



  ¶   6

Pues bien, ¿acaso hay algo se genere a sí mismo? Lo cierto es que no: una cosa es la razón de la fuerza generadora, y otra la de la generada, y si la facultad generadora no se distingue de la generada en acto, sí lo hace en razón, al igual que el carpintero difiere de sí mismo cuando se procura un martillo y cuando lo usa para clavar clavos.



[Si acaso hay algo se genere a sí mismo]

  ¶   7

A la luz de todo esto, pues, creo que queda clara la causa del apotelesma aristotélico. A su vez, de lo dicho anteriormente se sigue por silogismo que el de ira cruel se asociará antes al hombre que no a la mujer, luego será de temperamento bastante cálido, al menos junto al corazón y al pecho; añade que la cabeza no será demasiado grande, pues en caso contrario no sería iracundo, ya que el calor del corazón se vería atemperado por el gran tamaño del cerebro. Así pues, se advertirá un predominio de la bilis amarilla, sensible a este calentamiento, con subdominio de la melancolía, y las vísceras se obstruirán con relativa frecuencia, produciéndose por tanto un calor muy vehemente de manera continua; por consiguiente, albergará un estómago un poco frío, y por regla general padecerá destilaciones agrias desde la cabeza; la cabeza por su parte, será enjuta, seca y ósea, luego los cabellos serán escasos y un poco gruesos, tirando a negros, y se retorcerán en un giro o vórtice, y la calvicie le sobrevendrá fácilmente. Así pintan el rostro de Sila, con la salvedad de que su rostro se ruborizaba y prevalecía en él un color sanguíneo tirando a la negrura, índice de mucho calor agrio.



  ¶   8

A esto añaden otros que un hombre como este será sagaz, débil, de buena memoria; pero así como no lo llamo insensible, tampoco creo que sea sagaz, pues la ira pervierte el espíritu, y la propensión a la ira impide al espíritu observar lo que podría serle de provecho; tampoco diré que sea de buena memoria, salvo para las ofensas, y ello por la misma causa, a saber, que recordar, adoptar prontamente, retener lo adoptado y conservarlo mucho tiempo es un efecto de la tierra, y no del fuego.



  ¶   9

Se ha dicho, por otra parte, que esta ira cruel que nos ocupa no se localiza solamente en la bilis o en el calor agrio o ígneo; antes bien, se localiza en la bilis sometida a tueste y que, una vez tostada, se vuelve melancolía, que tras haber concebido fuego y furia, calienta, arde, y quema sin producir llama, como un carbón encendido; y así como advertimos muchas clases y disposiciones del fuego, también consdieraremos muchas naturalezas de los iracundos. No en vano, los iracundos por abundancia de calor y sangre sutil y biliosa sucumben muy prontamente a la ira, como los niños, pero su furor se tranquiliza muy fácilmente, toda vez que se asocian a la llama prendida en las pajas o aplicada a la pólvora, que tan pronto como estalla con muchísimo humo, sonido y fragor, se acaba y desaparece; en cambio, los ricos en bilis amarga se encienden un poco más lentamente, pero también conservan la ira más tiempo, y no la deponen rápidamente ni sin muchos ruegos; se asemejan a los maderos de sauce o de álamo en llamas, pues son más dados a luchar con amenazas e indignación rabiosa que no con fuerza. Esta bilis, de venir a tostarse y permanecer tostada en las venas y el corazón, adopta el fuego de la ira y da en excitar un furor latente bajo el pecho y una acritud que el tiempo no apacigua fácilmente, salvo con el dolor o la muerte del ofensor; se asemeja al fuego que se origina en los maderos podridos, pues permanece allí, cubierto de ceniza, sin llama y sin demasiado humo, consumiendo el madero de manera casi imperceptible, hasta que termina con él y lo reduce a cenizas. Quienes se ven tentados por este tipo de ira no se tranquilizan sin mucha sangre o gran venganza, y si a la bilis amarilla se le viniese a unir la negra, se terminaría volviendo odio; quienes están afectados por esta ira, barajando en el momento y el lugar de su venganza, no piensan sino en el modo de perjudicar de manera oculta y con insidia, y de sacarse del medio a quienes odian y por quienes se sienten ofendidos: si lograses la paz con ellos mediante alguna fianza, desconfía, pues tienden a maquinar perfidias y no ablandarse por nada, como el fuego de los muertos, que llaman penitencial, frío al tacto, pero que con el tiempo ulcera y devora hasta el hueso la carne.



  ¶   10

Así pues, la nariz afilada no denota todas estas clases de ira, sino solamente la primera y la segunda, de mucho calor ígneo. Tenemos, pues, el significado de la nariz afilada y su causa.



Apotelesma xlix

Apotelesma xlix    Nariz grande, redonda en el final.

orig:   (61.4)

Mas los de nariz redonda y obtusa son magnánimos. Se asocian a los leones. 

  ¶   1

La nariz de los leones es semejante a la nariz de algunos perros magnánimos y muy plácidos, pues las partes que rodean las fosas están elevadan y son redondas, y la parte superior, donde se unen las partes carnosas, no acusa prácticamente ningún ángulo, resultando una porción de círculo que rodea todo el extremo de la nariz; por tanto, quienes tienen una nariz grande, proporcionada, redonda y obtusa en su extremo, con las fosas moderadamente abiertas y, como dicen, echadas hacia los lados, son magnánimos. Más arriba ha quedado explicado qué supone esta propensión natural a la magnanimidad, y a qué llamamos magnanimidad; baste ahora, pues, decir que merece el nombre de magnánimo quien no se ve afectado por los oprobios pequeños y no echa cuenta de los pequeños honores, mientras que de verse gravemente ofendido, se levanta, terrible, contra mayores e iguales, y a los inferiores los desprecia; su interés supremo es gozar de buena opinión entre los buenos, obra poco, pero siempre a lo grande.



  ¶   2

Pues bien, el temperamento de este individuo lo asociaremos a la bilis con subdominio de la melancolía natural, pues goza de una disposición plenamente acorde a natura, y la bilis es natural, y viene mezclada con sangre. Esta combinación y temperamento los vuelve plácidos y agradables con sus amigos, aun taciturnos y de muy pocas palabras; disfrutan, no obstante, del vino, y en ocasiones se entretienen con los amores: así pintaron los poetas presentaron a Marte, amante de Venus, y se lee que los héroes antiguos que amaron a los †nes fere†. Así pues, los de nariz mediana y redonda y obtusa en su extremo son magnánimos; se deja demostrar, y es que se asocian a los leones, que tienen una nariz como esta y son magnánimos.



  ¶   3

En cambio, me parece que tanto esta posición como la anterior incluyen predicados diversos, por no decir opuestos; en efecto, los ángulos agudo y obtuso, alejados del ángulo intermedio, que llaman recto, denotan uno el exceso, otro el defecto; por tanto, si los opuestos nacen de causas opuestas, opuestas serán sus señales y las afecciones del espíritu que denoten. Así pues, en primer lugar, no es descabellado afirmar que estas disposiciones y cualidades del extremo de la nariz son contrarias; por tanto, han de venir de causas opuestas; por consiguiente, si un exceso de bilis natural muy sutil, empleada con mucho calor ígneo por la fuerza formadora, produce una nariz como esta, una disposición opuesta de la fuerza formadora producirá lo opuesto; a la bilis amarilla, profundamente móvil, se le opone la melancolía, que es estable y se asocia a la tierra; esta no actúa de por sí, pues requiere la presencia del calor; por tanto, esta melancolía natural compuesta con sangre biliosa natural tostada, que asiste a la fuerza formadora en los extremos opuestos, producirá una nariz moderadamente grande, obtusa y redonda, y por el mismo motivo tampoco los genitales serán pequeños ni débiles; y esto se asociará al género masculino, y no al femenino. A su vez, como vienen de causas opuestas, como resulta evidente, denotarán también afecciones del espíritu opuestas.



[Cuestión]

  ¶   4

Por su parte, la magnanimidad y la ira cruel y aguda me parecen disposiciones opuestas; no en vano, aquella desprecia las ofensas pequeñas y mínimas, y no se emociona por las grandes, o lo hace lentamente, mientras que el de ira cruel también se emociona rapidísimamente por las pequeñas; el magnánimo es muy pronto a perdonar, y el otro no descansa sin haber calmado su espíritu; el magnánimo gravemente ofendido controla su ira, y el otro la olvida rápidamente; por último, como la tierra y el fuego, así son el magnánimo y la disposición anterior. Por tanto, si alguien preguntase por qué los de nariz gruesa y redonda son magnánimos, cabría responder que es así porque su temperamento se compone de ambas bilis naturales y naturalmente constituidas. A la luz de lo anterior, resulta evidente que los individuos con una nariz como esta acusan semejante temperamento, y que un temperamento semejante induce en los espíritus humanos una propensión como esta.



Apotelesma l

Apotelesma l    Nariz muy delicada y grácil.

orig:   (61.5)

Quienes tienen el extremo de la nariz sutil son aviares. 

  ¶   1

Apotelesma muy breve, donde el predicado y la prueba aparecen unidos. El predicado del apotelesma anterior presentaba dos partes, a saber, la redondez u obtusidad, aspecto en que se oponía al apotelesma precedente, y el grosor, con que se opone al actual. Por su parte, resulta evidente que lo agudo y lo sutil no son opuestos, pues a lo agudo se le opone lo obtuso, y a lo sutil lo grueso, por eso hay quien se refiere a esta nariz como tenue o grácil; a su vez, puede ser grácil y sutil y no ser aguda en su extremo, como se echa de ver en las estacas grandes y en algunas herramientas de hierro de los molinos, pues estas, aun siendo gruesas, tienen el extremo agudo. Así pues, expongamos en primer lugar el sentido de este teorema; luego, si acaso es cierto, y por qué, de modo que conozcamos perfectamente la intención de Aristóteles.



  ¶   2

El sentido, creo, es el siguiente: quienes tienen la nariz sutil en su extremo, recordando con ello al pico de las aves, acusan también una disposición del espíritu semejante a la de las aves; por tanto, como el ingenio de las aves es leve e inestable, también diremos que los hombres de nariz larga, sutil, redonda y tenue en su extremo son leves e inestables. La causa de esta afirmación es que se asocian a las aves; así pues, sabiendo que las aves pequeñas tienen un pico de estas características, como es el caso de los gorriones, de pico semejante a estas narices, y sabiendo además que todas las aves pequeñas son leves y de movimiento fácil, como las motacillas y los gorriones, entre otras, se sigue que quienes acusen una nariz como esta sean de ingenio leve.



  ¶   3

Llamo leves a quienes dicen algo y al punto lo niegan, a quienes, por tanto, se dejan convencer fácilmente y abandonan sin mayor problema sus pareceres previos; son, pues, cálidos y húmedos, luego de temperamento sanguíneo con subdominio de la bilis, lo cual implica huesos no demasiado gruesos y cartílagos pequeños, de modo que las orejas no serán grandes, ni grande será la cabeza, ni los brazos, ni las piernas. Y si quien acusa una nariz como esta alberga un temperamento cálido y húmedo, también tendrá extremidades pequeñas y sutiles: pequeñas por la falta de materia abundante y de material terrestre, sutiles por la actividad del calor, que termina produciendo materia blanda y de fácil ceder; una de las extremidades del cuerpo es la nariz; por tanto, quienes acusan un temperamento como este también presentan una nariz de tales características, y en sentido inverso, quienes tienen naturalmente una nariz como esta son cálidos, húmedos y de temperamento sanguíneo con subdominio de la bilis, como se ha demostrado; semejantes individuos son leves e inestables, y recuerdan a los niños, que rechazan ahora lo que hace nada querían, y a un tiempo se enfadan y sienten miedo, ríen y lloran; por tanto, los individuos cuya nariz recuerda el pico de las aves son leves, inestables y cambian de opinión en cuestión de poco tiempo, y es que parecen reproducir la inestabilidad del invierno, temperamento al que se asemejan.



  ¶   4

Algunos de los modernos dicen que esta nariz denota al hombre osado, curioso, iracundo, vano, crédulo; mas ciertamente, así como no descarto la osadía, tampoco la presento sin más, antes bien, creo que se muestra combinada con el temor, y así me figuro la osadía del temeroso, que es muy fanfarrón lejos de los peligros y amenaza al cielo de palabra, mas cuando el peligro se muestra próximo, si puede, se esconde; y en esto se parece a las aves y a los cachorros, pues si bien es cierto que parecen osados, huyen despavoridos si alguien amenaza con pegarles. La bilis y el calor lo hacen osado, pero la humedad lo vuelve propenso a recibir y padecer, lo vuelve inestable y vano y no le concede la capacidad de mantenerse firme ante los peligros e infortunios, antes bien, como es mutable y cambia rápidamente de opinión, resulta que si se mostraba osado ante el peligro, huye despavorido cuando este se le presenta. A su vez, es crédulo, pues es fácilmente mutable, y es que es húmedo y, por consiguiente, apto para adoptar todas las formas; y como es crédulo e inestable, también es vano, luego charlatán y, por tanto, curioso; dice Horacio: evita al amigo de las preguntas, pues también es charlatán 4-17. Por su parte, como adquiere su ira rápida y levemente, también la depone levemente y al punto. Otros le atribuyen celeridad y prontitud de acción; yo, en cambio, los creo ciertamente raudos y prestos en el emprendimiento de las acciones, pero lentos en su ejecución, pues son leves, se desentienden rápidamente de lo que pretendían conseguir y vuelven a intentar lo que rechazaron más atrás, como esclavos que son de la afección.



  ¶   5

Esto es, pues, lo que parece posible afirmar del hombre cuya nariz recuerda el pico de un ave. Por su parte, como un temperamento semejante de asocia al género femenino, también es probable que este hombre acuse las costumbres e inclinaciones del temperamento y del género femenino, a menos que la razón, la ley y la educación, que todo lo pueden, lo hayan determinado de otro modo.



Apotelesma li

Apotelesma li    Nariz delicada, curvada desde la frente.

orig:   (61.6)

Aquellos a quienes la nariz ya se les curva desde la frente son desvergonzados. Se asocian a los cuervos. 

  ¶   1

Esto es, aquellos cuya nariz comienza a curvarse hacia abajo desde las cejas, recordando el pico de un cuervo, digo de ellos que son impúdicos. Fue Porta quien, a mi entender, mejor describió este hábito: en efecto, dice, en primer lugar tienen abultado el entrecejo, y donde las cejas parecen unirse, el ángulo es poco cóncavo, luego la línea empieza a volverse convexa enseguida y se extiende hasta el punto medio ligeramente encorvada; acto seguido, cayendo desde el punto medio hasta el fin, reproduce una porción de una circunferencia grande. A mí me parece que reproduce la forma de medio arco turco, pero sin el extremo donde se ata la cuerda. Así pues, llama desvergonzados a quienes tienen una nariz como esta.



  ¶   2

Llamo desvergonzado a quien no tiene en cuenta las opiniones ajenas sobre su persona, ni las buenas ni las malas; así pinta Plauto a sus mercaderes de esclavos, a quienes nada importa sino el provecho, quienes no estiman el amor ni la amistad si no es por su beneficio, creyéndose ciertamente el fin de todos sus pensamientos y acciones, y creyendo que no han de pensar en absoluto en los demás. Pues bien, dice Aristóteles que semejante hombre se asocia a los cuervos. Quienes acusan una naturaleza como esta y, sin echar en cuenta el tiempo, el lugar ni la compañía, toman las vísceras semiincineradas de los altares sagrados, tanto más robarán polluelos a los campesinos y se mostrarán indiferentes a los gritos y el ruido ajeno.



  ¶   3

Me parece, en cambio, que el cuervo combina con la vergüenza y no sé qué de bufonesco, y que imita la naturaleza de quienes desprecian, incomodan y ofenden a los demás con daño e injurias, con irrisón y una especia de confianza en sí mismos; esta confianza, por su parte, no reside en la virtud, sino en el desprecio de la virtud y del honor; por tanto, quienes acusan una nariz como esta se asocian a los cuervos según la parte que suele manifiestar esta impudicia. Ahora bien, quienes recuerdan a los cuervos también se les asemejan en función del alma: son propensos a las rapiñas y los hurtos, y se enfrentan con osadía a los grandes y robustos, creyéndose intocables, y los insultan, algo que adiverte Aristóteles a propósito de los cuervos, pues se enfrentan a los toros y a los burros y procuran arrancarles los ojos del rostro; por su parte, este es uno de los principales cometidos de la impudicia y la osadía; por tanto, quienes acusen una nariz como esta serán impúdicos.



  ¶   4

Creo que esta afección surge de los principios íntimos del cuervo, luego si advirtiésemos que el temperamento de un hombre con una nariz de estas características se asemeja al de un cuervo, será probable que uno y otro se asemejen entre sí también en virtud de la disposición que acompaña a la cualidad común del temperamento. A su vez, si el temperamento del cuervo provoca semejante rostro en el cuerpo y, en el alma, una propensión a las acciones impúdicas, se juzgará probable advertirlo también en el hombre. Estudiemos, pues, cuál es el temperamento del cuervo; acto seguido apliquemos tales cualidades al hombre en cuestión.



  ¶   5

Es cosa cierta que el color negro de las plumas denota el jugo melancólico; este, por su parte, solo podría encontrarse en las plumas por secreción; por tanto, cabe considerar también la carne y el cuerpo: aquella la veremos ferruginosa, dura y pestilente, luego también advertiremos en ella un humor negro y adusto. Esto mismo lo podemos deducir igualmente de las costumbres del espíritu: dicen que esta ave es ladrona y rapaz, además impúdica, que mutila los cadáveres y se muestra bastante voraz; en otro lugar se ha dicho que estas pasiones son las que nacen del predominio del jugo melancólico con subdominio de la bilis amarilla tostada; y la razón lo corrobora, pues este humor se asocia a la tierra tostada; por tanto, quien albergue este humor también acusará los accidentes que siguen a la tierra tostada.



  ¶   6

Es propio de la tierra tostada absorber muy rápidamente el humor y, habiéndolo absorbido, retenerlo con vehemencia, de modo que si algo viniese a penetrar en ella se extraería con muchísima dificultad; además, cuando se ha tostado, retiene el calor durante muchísimo tiempo, y emite un aliento bastante caliente, y arde incluso más que el fuego, y parece más vehemente que la llama. De aquí vienen el latrocinio, el movimiento rápido, la charlatanería y la impudicia, como también se dijo más arriba; añade las afecciones del cuerpo, pues dicen que el cuervo, en comparación con los demás animales, es sediento, y esto va ligado a la melancolía tostada y la tierra tórrida que absorbe rápidamente el humor, cosa que resulta muy evidente en los ladrillos cocidos. Lo mismo dice Horacio de Hércules y de los poetas, pues dice que todos ellos se dieron notablemente al vino, convencidos de que ningún poema salido de la pluma de bebedores de agua gustará ni vivirá mucho tiempo 4-18.



  ¶   7

De modo semejante, el pico grande y las uñas denotan el predominio del humor melancólico y terrestre, luego diremos que el temperamento natural del cuervo en estas partes es melancólico con subdominio de la bilis, y que se trata de la melancolía que llaman humor negro, esto es natural, no derivada del tueste del humor excrementicio, al que viene a mezclarse la bilis amarilla, también natural, pero bastante cálida, la cual, calentando admirablemente el humor en cuestión produce y conserva aquella soberbia irrisión, aquella rapacidad contumeliosa y aquella discordia implacable para con sus enemigos. Pues bien, así son el temperamento y el pico del cuervo; por tanto, resulta razonable que quien tenga un rostro como este también acuse un temperamento semejante, y quien tenga algún miembro proporcional y semejante a este pico también acusará, al menos según ese miembro, el temperamento del cuervo; en efecto, es cosa natural que las operaciones naturales idénticas o semejantes se produzcan siempre del mismo modo o de manera semejante, y que sean fruto de unos mismos agentes o de agentes semejantes, a menos que algo impida que así suceda, como tamibén se apuntó al comienzo de este libro.



  ¶   8

Tenemos, pues, esta proposición, que nos hará de mayor en la demostración, esto es: quienes acusan un temperamento melancólico con subdominio de la bilis amarilla y un temperamento semejante al del cuervo son impúdicos, rapaces y contumeliosos. Cabe explicar ahora la menor, que ha de rezar como sigue: quienes tienen una nariz curvada desde la misma frente, y proyectada luego como hemos dicho, acusan un temperamento melancólico y semejante al del cuervo, luego todo lo demás.



  ¶   9

Y ciertamente parece difícil demostrar esta proposición; en efecto, ¿cómo ha de convenir esta figura con el humor melancólico? La figura parece ser, toda ella, fruto de la fuerza formadora, y parece que acumula poca o ninguna materia, a menos que pueda recibirla; ciñéndonos pues a los principios mencionados, podemos considerar que la fuerza que da forma a la nariz desde un principio sea exactamente la misma que la fuerza irascible, y como la nariz es grande, denotará bien un gran vigor de la fuerza formadora, si está bien formada; bien una gran multitud de materia, si se presenta deforme; bien la superabundancia de ambos factores, si se muestra grande y bien formado: el pico del cuervo es grande y no es deforme, luego denota una fuerza formadora competente, luego una irascible potente; en cuanto a la materia, como las cejas se muestran entumecidas y la nariz empieza a entumecerse ya desde el principio, y luego avanza y se curva, denota que la materia ofrece resistencia al agente, aun robusto, en el origen de su producción, luego es preciso que la materia sea dura, seca y, por tanto, también terrestre; por su parte, llamamos terrestre al humor negro y melancólico; así pues, es probable que los de nariz corvina sean ricos en melancolía en cabeza, nariz y cejas.



  ¶   10

Ahora bien, si la nariz y los genitales son el fruto de una misma fuerza formadora, aunque dispuesta de manera contraria según el género, ambos acusarán la misma materia, luego esas partes serán también melancólicas y la fuerza apetitiva será semejante a la irascible, como toda el alma sensitiva, causa del movimiento y del apetito animal. Y si esta sigue a la materia, si se deriva de su potencia y la demuestra, pues la materia y la forma son relativas, quien acusase un alma sensitiva como esta poseerá un hábito melancólico con subdominio de la bilis amarilla, y lo mismo aplica en sentido inverso, luego quien tiene una nariz de cuervo es probable que acuse un temperamento melancólico como el del cuervo, que es lo que había que demostrar. Pues bien, acaso valga este razonamiento para demostrar la posición aristotélica mediante su causa.



  ¶   11

Otros añaden a esta nariz, además de la rapacidad y la impudicia, también la taciturnidad y la ocultación de su opinión, y pretenden que tal cosa sea propia de los cuervos, pues esconden naturalmente monedas, clavos y demás cosas por el estilo que roban; más arriba, en cambio, lo llamábamos charlatán; por tanto, me inclino a pensar que la charlatanería a la que nos referimos no consiste en prodigar sus pareceres, pasión que sigue al espíritu vano e inestable; antes bien, esta charlatanería es una propensión al enfrentamiento y la contumelia, a la irrisión y al insulto, propensión propia del temperamento seco y cálido, de ahí que también gusten de ser mensajeros de las malas noticias, y tras haber infligido dolor a los demás con sus malas noticias disfrutan y se ríen, como es de esperar de aquellos a quienes su gran impudicia no les permite preocuparse por los demás, o solo un poco.



Apotelesma lii

Apotelesma lii    Nariz aguileña y articulada, que avanza recta hasta la mitad.

orig:   (61.7)

Quienes la tienen aguileña, articulada desde la frente, son magnánimos. Se asocian al águila. 

  ¶   1

Esto es, quienes tienen una nariz que reproduce el pico del águila, esto es articulada desde el principio, descendiendo de manera recta y uniforme prácticamente hasta el medio, y luego, en su extremo, curvada y retorcida, de modo que reproduce el pico del águila, son magnánimos, esto es propensos a ejercer las acciones propias de quienes llamamos magnánimos. Estos, a mi entender, en lugar de bilis amarilla y bullente de modo contrario a natura tienen sangre benigna mezclada a la melancolía natural predominante, temperamento que, según Aristóteles, podemos atribuir a muchos que merecieron entre los antiguos el nombre de héroes, que perdonaban a sus súbditos y se enfrentaban a los soberbios, estaban muy dispuestos a hacer el bien a los demás pero se mantenían reacios y esquivos a pedir y recibir favores de los demás, y hacían las restantes cosas que arriba apuntamos, como mostrarse mansos, humanos y blandos con los desgraciados, y firmes y magnificentes, por no decir soberbios, con los hombres fuertes y grandes, iguales a ellos o incluso más grandes; en esto consiste, pues, tener costumbre magnánimas o ser propenso a la magnanimidad. Así pues, como el águila tiene un pico curvado, que responde en proporción a la nariz en los hombres, y como el águila es en cierto modo la imagen de la magnanimidad, pues no persigue a aves pequeñas ni caza moscas, sino que persigue halcones, liebres y ciervos, los individuos de nariz curvada de tal modo que recuerda el pico de un águila son magnánimos.



  ¶   2

Cabe ahora investigar por qué sucede tal cosa, a saber, que los de nariz curvada sean magnánimos. Ciertamente, la certeza de lo dicho lo confirma igualmente la antigua opinión de los persas, y es que como Ciro el Viejo, sin duda magnánimo, acusaba una nariz como esta, tenían por magnánimos y nobles a quienes acusasen una nariz como la suya; apunta Apiano que también Antíoco, apodado Halcón, también tuvo una nariz como esta. Por tanto, si se ha de investigar la causa de esta afección, el razonamiento debería decir como sigue: quienes tienen una nariz gruesa y curvada en su extremo, recordando el rostro del águila, acusan un temperamento corporal melancólico con subdominio de sangre sutil; quienes acusan semejante temperamento corporal son magnánimos y llenos de alientos nobles, son fieros, raptores de lo ajeno, despreciadores de los hombres, tolerantes con la adversidad y los peligros, tenaces en sus propósitos, constantes y duros; los hombres con semejantes cualidades, a su vez, suelen recibir el nombre de magnánimos; por tanto, quienes acusan una nariz aguileña se denominan magnánimos.



  ¶   3

La mayor resulta evidente a la luz de lo que más arriba hemos dicho, y es que estas pasiones o propensiones incluyen en su definición el sujeto animado en que predomina la melancolía natural con subdominio de la sangre pura y caldeada. La menor plantea alguna dificultad: ¿a qué se debe que los individuos con una nariz de tales características acusen un temperamento seco y cálido, al punto de parecer salidos de una tierra bastante cálida y de un aire puro? Ciertamente, no se podría constatar sino por analogismo: dado que el pico retorcido es el principal instrumento con que el águila ejerce sus operaciones, con que puede mutilar y descarnar fácilmente las aves raptadas y la presa cautiva, la fuerza que la hizo vivir la rapiña le habrá concedido igualmente ese pico; prueba de ello es que todos los animales que viven de la rapiña tienen garras y pico curvados, luego el animal que tenga un pico retorcido y robusto vivirá de la rapiña; a su vez, será violento y fiero, lo que también se conoce como magnánimo; por tanto, el animal de pico aguileño será también magnánimo; por su parte, el temperamento del magnánimo es la melancolía con subdominio de la sangre cálida y pura; así pues, quien tenga un rostro como este tendrá también este temperamento; en el hombre, lo que equivale al pico del águila es la nariz; por tanto quien tenga una nariz como esta acusará también un temperamento aquilino, mas no de manera absoluta, sino relativa y en cierta medida, pues en caso contrario no sería un hombre, sino un águila. Así pues, lo que había que demostrar quedaría confirmado por su causa final.



  ¶   4

La causa eficiente de una nariz como esta es, de manera absoluta, la misma que la del pico, a saber, el calor de la materia, ciertamente terrena húmeda, pero tan tostada por efecto del calor que gran parte de su humor se termina por evaporar, de modo que su parte extrema se contrae, como se echa de ver en la corteza excesivamente seca, que se arruga y endurece en su superficie. La causa que se adujo para el ave también se podría aplicar al hombre, guardando las propociones, y como la facultad irascible que el hombre alberga en entelequa fue en cierto modo la que formó en la semilla la nariz y sus partes circundantes, cuando era irascible en potencia primera, resulta probable que cuando se acuse en el feto ya formado se siga asemejando a la del águila, y que haya terminado por formar una nariz semejante al pico del águila; y si el cuerpo es semejante al cuerpo, también las disposiciones del alma serán semejantes a las demás disposiciones del alma.



  ¶   5

Por su parte, según me parece y según ha advertido la experiencia, estos hombres, bastante grandes de nacimiento, suelen ser buenos bebedores, pues la sequedad se va volviendo más intensa, y recuerdan la senectud del águila, como dice el proverbio. Algunos dicen que los hombres con una nariz como esta son belicosos; así pintan a Mutius Sforza, y cuentan que Mohamed I, rey de los turcos, Alejandro y Jorge Skanderbeg tuvieron una nariz de estas características.



Apotelesma liii

Apotelesma liii    Nariz cóncava en el comienzo y redonda hacia la frente, recordando el rostro de un gallo.

orig:   (61.8)

Los de nariz cóncava, con la zona de la frente redonda y la circunferencia superior erguida, son lujuriosos. Se asocian a los gallos. 

  ¶   1

Reconocerás la nariz que describe ahora Aristóteles en los gallos gallináceos. En el predicado le atribuye tres cosas: primero, que la nariz sea cóncava en la parte superior, bajo las cejas; que la parte de la frente inmediatamente superior a la nariz sea redonda, lo segundo; en tercer y último lugar, que de esta cavidad nazca una línea curva elevada por el centro. He advertido que las narices de estos individuos, por regla general, terminan en punta y están coloradas, y reproducen como nada el pico de los gallos. Aristóteles apunta que estos hombres son lujuriosos.



  ¶   2

Llamo lujuriosos a los propensos a todo placer carnal sin consideración del momento, del lugar ni de la compañía, aspecto en el que difieren de los dados al amor, pues estos últimos se mueren de amor por una persona determinada, y aquellos van detrás de cualquiera indistintamente. Así pues, el argumento de Aristóteles dice como sigue: quien acusa una nariz como esta, semejante al pico de los gallos de nuestra región, reproduce en su espíritu las propensiones naturales del gallo; a su vez, quien imita la naturaleza del gallo es bastante libidinoso; por tanto, quien acusa una nariz semejante al pico de un gallo es libidinoso.



  ¶   3

Por su parte, me parece que entre la propensión al placer carnas del macho cabrío y la del gallo existe una diferencia muy grande, pues el gallo es activo, alegre, fiero, osado, y hace valer una cierta autoridad entre las gallinas; el macho cabrío, por el contrario, parece letárgico, triste, apocado, abyecto, humilde, temeroso, sumiso, que no señor de las cabras, más esposa que esposo. Por tanto, resulta probable que la voluptuosidad del gallo provenga de la sangre biliosa y la multitud de alientos, como atestiguan su cresta siempre roja, el canto frecuente y la percepción del paso del tiempo, y es que como canta ante los cambios de tiempo se muestra capaz de pronosticar el cambio del clima, y si hace este presagio es porque representa que él ha cambiado, porque se ve alterado por efectos externos, pues es fácil de alterar, cosa que le sucede por albergar alientos y humores leves y sutiles, luego biliosos, y es que ser fácilmente alterables forma parte de la naturaleza de los alientos y los humores biliosos, ya que se asocian al fuego. En cambio, la voluptuosidad de los machos cabríos se deriva del humor melancólico y alentoso, pues quienes son ricos en melancolía, y especialmente en la tostada, vemos que están más entregados de la cuenta al placer carnal.



  ¶   4

Hemos dicho que lo anterior aclara por qué quienes tienen una nariz como esta son lujuriosos y solo piensan en encuentros carnales. En efecto, los gallos albergan bastante sangre tenue y abundante aliento cálido, luego quienes acusen un temperamento semejante al de los gallos es probable que también acusen esta propensión; por su parte, quienes tienen la nariz y la partes próximas a la frente semejantes al pico de un gallo es probable que acusen un temperamento semejante al de los gallos y alberguen unas propensiones del alma semejantes, y como consecuencia de lo anterior, es probable que sean profundamente lujuriosos, como los gallos. Por otra parte, parece que esta pasión de la libido y la lujuria se da especialmente en los pueblos australes, como los árabes, los cartagineses y los egipcios, que si bien no son tan australes y habitan una región bastante fría, lo cierto es que viven cerca del mar y consiguen alimentos más salados, de ahí que sean menos propensos a la bebida y al vino que los pueblos septentrionales, donde los hombres se unen a sus mujeres por mandato de sus sacerdotes y párrocos, al igual que a los italianos les prescriben ayunos.



  ¶   5

Al margen de todo esto, hay quien atribuye a la nariz semejante al pico de un gallo una máxima propensión a la sodomía, y algunos aseguran haber conocido a muchos individuos con una nariz como esta muy propensos a este tipo de crimen, una práctica que también asocian a los gallos, pues estos someten como a las gallinas a quienes hubiesen vencido en la batalla, cosa que también afirma Aristóteles a propósito de las perdices y las codornices, aves en las que se deja reconocer un pico prácticamente idéntico. Yo, por mi parte, diría que si los individuos con una nariz de tales características van tras los niños no es porque acusen una natural inclinación hacia los niños antes que hacia las mujeres, antes bien, digo que lo hacen porque tan irrefrenable es su deseo que no se paran a distinguir si se trata de un niño o de una mujer, como se lee en el obsceno poema. Creo, asimismo, que son osados, y generosos y pródigos con quienes les inspiran deseo carnal, pero creo que no aman a ninguno desde el espiritu. Por su parte, quienes pintan así la nariz de Sócrates no saben distinguir la nariz chata y el pico del gallo: a este lo pintaría yo como un hombre de ira vehemente y malas costrumbes.



Apotelesma liv

Apotelesma liv    Nariz chata.

orig:   (61.9)

Por su parte, quienes la tienen chata son lujuriosos. Se asocian a los ciervos. 

  ¶   1

Ha quedado dicho más arriba quién es el lujurioso, y también cómo es, y cuántas clases contempla. En efecto, mencionábamos dos clases dentro de esta disposición, una nacida de la bilis amarilla y del abundante aliento cálido, y otra nacida de la bilis negra y del flato abundante y salado. Tras haber descrito la primera, apunta ahora Aristóteles la segunda, que se suele dar en los ciervos. Dice, pues: los hombres de nariz chata son bastante propensos al placer carnal.



  ¶   2

Llamo nariz chata a la gruesa, ancha y hundida en su zona media, de modo que se opone en cierto modo tanto al pico corvino como al aguileño. Semejante nariz la advertirás en los monos, las cabras y los ciervos; la antigüedad pinta así la nariz de Pan, Sileno y los sátiros para dar prueba de su libido; por tanto, si los ciervos, las cabras y los monos tienen una nariz chata, y estos animales son muy dados al placer carnal, los animales de nariz chata serán muy venéreos. A su vez, respecto a la propensión de los ciervos al placer carnal, se lee que se vuelven tan fieros que luchan con violencia; a propósito de los monos, se ha advertido que en España existe una clase, la de los cinocéfalos o cercopitectos, que sucumbe con tanto fervor al placer carnal que se precipita hacia cualquier hembra nada más verla, con la intención de aparearse con ella; además, se manosean todo el día los genitales, luego nadie negará que estos animales son profundamente lujuriosos.



  ¶   3

Ahora bien, ¿por qué son lascivos los hombres de nariz chata? Me parece que es posible aducir la causa de esta afección partiendo de dos secciones de los Problemata de Aristóteles, a saber, la cuarta y la trigésimo tercera. Dice Aristóteles en la cuarta que todos los melancólicos son libidinosos, pues son ricos en flato salado; en la trigésimo tercera, en el último problema, explica por qué los hombres de cabello rizado y tirabuzones acostumbran ser chatos, como se echa de ver en los africanos, los etíopes y muchos indios, y dice que sucede porque los individuos con semejantes pelos son ricos en sangre densa, y esta densidad ligada a un calor abundante y consumiendo más humor no puede crecer, luego el hueso y el cartílago, en ausencia de materia, permanece quieto y no crece, y de ahí todos los de pelo rizado y con tirabuzones sean chatos. Así pues, esta cualidad de la nariz, según Aristóteles, denota el calor y la densidad de la sangre; a su vez, la sangre densa es melancólica; por tanto, el de nariz chata alberga sangre melancólica; por su parte, quien tiene una sangre como esta es bastante libidinoso, cosa que ya apuntamos más arriba; así, el de nariz chata sentirá grandes deseos de cópula, que es lo que había que demostrar.



  ¶   4

Mas ahora cabe preguntarse lo siguiente: si los ciervos son libidinosos y chatos, ¿tendrán sangre dura y densa, como dice Aristóteles en la sección trigésimo tercera de los Problemata, en el problema decimoctavo? El caso es que, por el contrario, en el cuarto de la Meteorologica se lee literalmente lo siguiente: lo que no se vuelve denso, como la sangre del ciervo, es acuoso y frío y, por tanto, carece de fibras, pues las fibras son terrenas y sólidas. Así pues, en los Problemata se presenta la sangre del ciervo como densa y cálida porque el ciervo es chato, y la sangre de los animales de hocico chato es bastante cálida y densa; en cambio, aquí la sangre del ciervo parece fría y acuosa. La cuestión, ciertamente, no es pequeña, y el epígrafe en el cuarto libro de la Meteorologica se opone frontalmente a lo que hora se dice, y no parece que la sangre del ciervo pueda llamarse dura ni cálida, pues el ciervo es temeroso, y la sangre de todos los temerosos es acuosa y fría, y cuenta con muy pocas fibras.



  ¶   5

Ahora bien, a esta cuestión podremos responder que se han de tener en cuenta las diferentes partes de los cuerpos: así, el humor del higo es muy agrio, mientras que el fruto maduro es dulce, y el extremo de la cola del escorpión tiene veneno, mientras que el resto del cuerpo vale de antídoto. Lo mismo sucede con la sangre del ciervo y el humor de que se alimenta; en efecto, la sangre se puede considerar de dos maneras: bien en tanto que nutre solamente la carne del ciervo, y en tal caso es acuosa y poco fibrosa; bien en tanto que alimenta el cuerpo entero del ciervo, incluyendo los huesos y los cuernos que, como algunos han advertido, crecen continuamente y se caen cada ciertos años, de modo que consumen mucha tierra, como también hacen los huesos, las uñas y los pelos, y dejan en la sangre restante menos cantidad de tierra para la alimentación de la carne, motivo por el cual se muestra acuosa; asimismo, muchas aves parecen tener una sangre poco terrena por este mismo motivo, esto es, por consumirse gran parte de la tierra en la generación y la reposición de las plumas.



  ¶   6

Por otra parte, cabe demostrar que en ausencia de tierra la sangre se vuelve icorosa y acuosa, de modo que el animal se queda débil y mal afectado; y para ello bastaría estudiar nuestras gallinas, nuestros patos y otras aves domésticas: en efecto, cuando estos animales vuelven a producir plumas tras haber sido desplumados se quedan enjutos y débiles, como enfermos, no parecen poder mantenerse en pie y dejan de poner huevos, pues toda la materia terrestre y densa se destina a las plumas y a su restitución.



  ¶   7

Así pues, creo que el ciervo es chato porque su calor es bastante débil, y la materia que lo forma, bastante dura y capaz de ofrecer resistencia al calor agente; a su vez, de cualquier animal que acuse semejante naturaleza diremos que es melancólico y terrestre; por su parte, cuando la tierra y la melancolía padecen un calor moderado generan alientos. Por tanto, con el calor del verano, cuando el sol más se nos acerca, el cuerpo del ciervo empieza a sentir calor, su sangre se vuelve más densa y pierde mucha agua, de modo que empieza a producir más aliento y humor salado; en tales circunstancias, los ciervos, más cálidos y secos que antes por efecto del calor, se excitan y enfurecen, y por este motivo copulan entre agosto y principios de septiembre.



  ¶   8

Nuevamente: si la nariz chata denota el calor y la sequedad de la sangre, y por consiguiente el flato y el humor salado, ¿por qué casi todos los niños son chatos? Al ser chatos deberían tener una sangre densa y fibrosa, pero esto no es cierto, pues la sangre de los niños es muy delicada, como demuestra su carne muy blanda y el hecho de enfadarse fácilmente y deponer fácilmente la ira. Además, si son tan chatos, ¿cómo es que son tan poco libidinosos? Y es que cuanto más pequeños, más chatos son y menos libido afectan, luego cuando más chatos, menos lascivos, y de ser cierto lo estipulado más arriba, debería ser al contrario. Diremos que los chatos son libidinosos cuando lo son naturalmente en la edad adulta; los niños, en cambio, son chatos por accidente, y ni su cuerpo, ni su cabeza, ni su nariz han alcanzado todavía su estado definitivo como para poder llamarlo ciertamente chato. Así pues, cuando se dice que los niños son chatos no se emplea el término en sentido propio, sino equívoco, como cuando llamamos ciegos a los cachorros antes del octavo día, aunque gozan de la potencia de la vista y la han de disfrutar naturalmente; son chatos porque el calor natural, instrumento de la fuerza formadora, no ha terminado todavía sus narices, ni ha hecho crecer hasta su tamaño natural y definitivo el cartílago nasal en cuya figura nos fijamos para tachar esta nariz de chata, aquella de arqueada y otra de corvina o gallinácea.



[Cuestión: por qué los niños son chatos]

Apotelesma lv

Apotelesma lv    Fosas abiertas.

orig:   (61.10)

Mas los de fosas abiertas, iracundos. Se asocian a la pasión que se produce en caso de ira. 

  ¶   1

Se ha dicho que la naturaleza siempre produce sus efectos de la misma manera, y es cierto que de una misma causa dispuesta de una misma manera siempre resultan los mismos efectos, pues un único efecto, en tanto que es uno solo, conoce una única causa propia en una única clase de causa; así pues, sabiendo que quienes sienten temor se quedan pálidos, cuando advirtamos a alguien naturalmente pálido diremos que es temeroso, como también ha atestiguado Aristóteles en sus Praedicamenta. Pues bien, quienes tiene las fosas o los orificios bastante abiertos, elevados y como inflados, son iracundos, esto es bastante propensos a la ira. Aduciendo la razón de esta afirmación, asocia estos individuos a la pasión que se produce durante la ira, esto es, dice que estos hombres de fosas abiertas y anchas se asemejan a quienes están bastante airados y acusan el fervor de la ira, pues sus fosas, llenas de mucho aire a demanda del corazón, donde la ira ha causado un repunte de calor, se abren y dilatan para inspirar una mayor cantidad de aire y así refrescar el corazón.



  ¶   2

Así pues, el argumento de Aristóteles dice como sigue: los hombres de fosas tan abiertas que se muestran elevadas y bastante dilatadas reproducen la disposición de las fosas que acusan quienes padecen una ira muy enardecida; por su parte, quienes acusan tal disposición son bastante iracundos; por tanto, los de fosas anchas y dilatadas son iracundos. La menor resulta evidente; cuando demos con la causa de la mayor habremos dado explicación al presente apotelesma. Dice así: quienes naturalmente acusan la disposición de las fosas de quienes aquejan la constitución de una ira enardecida son iracundos, como corrobora la siguiente suposición: lo que otorga la forma también otorga la consecuencia de la forma, y cuando se pretende un fin también se pretende la consecuencia del fin o cuando está dispuesto para él; por tanto, lo que concede al hombre su naturaleza iracunda también le concede un fácil enardecimiento del calor del corazón; por su parte, a quien le sucede tal cosa requiere mucha refrigeración y, por tanto, mucha respiración; a su vez, la respiración de aire abundante requiere que los orificios que el aire debe atravesar sean amplios y estén dilatados; y como estos orificios son las fosas, resulta evidente que el iracundo precisa mucha respiración, luego también dilatación de las fosas; por consiguiente, si el iracundo, en tanto que es iracundo, precisa esta disposición de las fosas, es probable que quien la acuse sea iracundo, y la fuerza que hizo iracundo a tal hombre también le concedió unas fosas naturalmente dilatadas y bastante anchas, que es lo que había que demostrar. Y con razón se dio aquí el intenso calor de la sangre biliosa abundante, pues le es propio dilatar, abrir y atenuar, ya que en esto consiste es disgregar. Por su parte, hemos dicho que la nariz la forma principalmente la fuerza cuya acción se deja ver en la nariz; se trata de la ira; por tanto, nace de la sangre biliosa y del calor bilioso, y por este motivo se dilatan y se abren también las fosas, mostrándose en los iracundos más abiertas que en cualquier otro.



  ¶   3

Digamos ahora qué acompaña a esta naturaleza, a qué género se asocia y qué opinaron al respecto otros estudiosos. Algunos modernos dicen que quienes tienen unas fosas como estas imitan a los toros o a los caballos nobles, o que se asocian a ellos; en efecto, las fosas de estos animales son bastante anchas, pero también las anguilas, y especialmente las que viven en el agua, que llaman hidras por su tamaño, tienen las fosas abiertas del todo, y emiten un silbido al expirar con fuerza y abrir la boca al mismo tiempo; por esto mismo los poetas pintaron a algunos escupiendo fuego, luego esta respiración, frecuente, rápida y violenta, acusa un calor casi sobrenatural y próximo a la naturaleza del fuego; por tanto convendrá más al género masculino que al femenino, y advertiremos en estos hombres costumbres masculinas, cosa que se deja corroborar, pues cierto es que la naturaleza de los toros y de los caballos nobles imita más al género o al sexo masculino que no al femenino.



  ¶   4

Razonablemente, esta figura de la nariz va acompañada de un temperamento del corazón cálido y seco, y de una cierta abundancia de sangre biliosa junto al corazón; así, estos hombres serán especialmente prontos a la acción, y si no lo son a la acción, al menos a la palabra, y si no pudiesen hacerlo de otro modo, lucharían con amenazas e injurias; muy propensos a pelear por nimiedades, a enfrentarse a todos, contumeliosos en su juventud, cascarrabias en su vejez, pero abiertos al cambio, a cambiar de opinión, lo mismo a la misericordia que a la crueldad y al furor.



  ¶   5

Esto es, pues, lo que dice Aristóteles a propósito de la nariz, de cuya figura ha enunciado diez atributos: tres de ellos conciernen al extremo de la nariz, que puede ser grueso, afilado o sutil; dos a la zona intermedia, pues la nariz, según su parte media, puede ser cóncava o convexa, luego aguileña o chata; tres a su principio, que se encuentra bajo las cejas, y que puede ser grueso, convexo o cóncavo; luego uno a toda la nariz, y otro a las fosas: a toda la nariz atañe el ser redonda y obtusa, pasión que denota la magnanimidad; las fosas, las más dilatadas, denotan al hombre muy propenso a la ira.



  ¶   6

Ahora bien, no me parece superfluo preguntarse si acaso la figura significa algo a propósito de las potencias del cuerpo; además, si acaso la nariz presagia algo por ella misma, y por qué se le puede atribuir tal presagio a ella. En verdad, el siguiente razonamiento permite demostrar que la figura de los miembros corporales nada tiene en común con las potencias del alma: la figura acostumbra provenir de un agente externo; así, algunos pueblos de Italia tenían la cabeza afilada, y los escitas tenían el rostro ancho, y los persas, antiguamente, se encorvaban artificialmente la nariz; por su parte, las potencias vienen de la naturaleza y no se pueden cambiar, sino que o salen o no salen al acto, y si salen pueden guardar un punto intermedio, excederse o quedarse cortas. Además, vemos que algunos hombres buenos son de apariencia desagradable, y algunos malos gozan de una hermosa, y que los de cuerpo desproporcionado albergan un alma plenamente racional y potencias bien dispuestas; por el contrario, también suele suceder que un cuerpo muy bello albergue un alma horrenda y deforme, pues nada impide que la fuerza formadora haya podido obrar a placer en las partes externas, pero que por dentro se haya visto tan impedida que no haya podido lograr nada bueno. Por último, popularmente se dice que las potencias cognitivas son las razones de las partes homogéneas; a su vez, las partes del cuerpo que tienen una figura cierta son los órganos, no las partes homogéneas. Por tanto, queda claro que la figura de los miembros no puede afirmar nada cierto de las propensiones del alma; por consiguiente, si la figura del miembro no declara nada de manera absoluta, tampoco lo hará la figura de la nariz, y menos en comparación con todos los demás miembros, pues es una parte extrema del cuerpo, con el único propósito de introducir y sacar aire, luego la relación que guardan la nariz y el aire que transporta parece ser la misma que guardan un canal con el agua y una vena con la sangre. Por último, ¿qué tiene en común la nariz con el corazón o con el cerebro, si no es que de uno recibe los nervios y de otro las arterias? Y es que con este criterio también daría a conocer la disposición del hígado, del que le vienen las venas, y cuanto se dice de la nariz también se podría decir de un pie o de un dedo. Parece, pues, que este modo de pronosticar no tiene valor alguno.



[Cuestión]

  ¶   7

Ahora bien, al margen de Artistóteles, vemos que muchos otros, tanto filósofos como médicos e incluso hombres vulgares, adivinan muchas cosas partiendo de las figuras de los hombres y presagian su naturaleza a partir de la forma de los miembros; no en vano, el alma que dio forma al cuerpo es la misma que lo emplea, y no parece razonable que unos malos instrumentos corporales puedan producir una operación buena y perfecta, y no pueden ser buenos cuando aquejan una forma viciada. Por tanto, habrá que reconocer la existencia de un consenso unitario, de una conspiración unitaria, habrá que reconocer que todo consiente entre sí, y que la fuerza que da forma a todos los miembros del cuerpo es, en la práctica, una sola, aunque difiera en concepto, y que los forma a partir de la semilla, que es en potencia cualquier miembro del cuerpo del que viene; a su vez, cualquier parte de la semilla toma de la sangre menstrual que ha atraído hacia sí aquello que le es más proporcionado y semejante, y con ello se alimenta el miembro en cuestión una vez se ha formado. En efecto, si alguien arranca una rama de un sauce y la planta, primeramente produce raíces al verse excitado su calor interno y natural por efecto el calor externo, que lo atrae, y entonces las raíces secas atraen la humedad que, acto seguido, tras una digestión y distribución adecuada y natural, transforma el esqueje en árbol; del mismo modo, la semilla, en potencia, partiendo del calor de la matriz lleva al acto cualquier miembro, y hace en acto todo miembro que era en potencia, y tras haberse introducido sangre semejante y aplicada a cada uno de los miembros viene al acto un cuerpo determinado que, una vez consumado, ha de reflejar la consumación del cuerpo orgánico, y así lo que era fuerza eficiente en la semilla se vuelve en el cuerpo formado alma sensitiva que se sirve de los instrumentos formados, y por tanto, nada se forma a sí mismo ni existe antes de existir, pues una cosa es la razón de la fuerza formadora y otra la del alma, como una cosa es la razón del hombre y otra la del aserrador o carpintero.



  ¶   8

Partiendo de esta base no resultará difícil responder a las críticas; y cuando se dice que la figura suele venir alterada por un agente externo, esto es cierto, en verdad, pero ahora estamos hablando de la figura que existe por principio interno y es natural, esto es, del límite o extremo que rodea el cuerpo fruto de la fuerza formadora de la semilla; por su parte, esta forma externa y accidental solo vale, a mi entender, para reconocer la forma interna y sustancial en tanto que los accidentes propios y las operaciones propias conducen al reconocimiento de la potencia y la esencia de la cosa. Mas si los rostros de los escitas asiáticos parecen todos iguales, ello no quita que cada uno de ellos goce de cualidades propias en virtud de las cuales se diferencia de los demás, y si se trata de una misma cualidad, es probable que se derive de una misma causa.



  ¶   9

De todos modos, no se ha dicho que un cambio artificial de los miembros venga a alterar también las potencias naturales del alma; antes bien, se dice con razón que si diferentes hombres albergasen órganos naturalmente diferentes, esta diversidad también provocaría diferencias en las potencias de estos hombres, o al menos las afectaría de manera distinta. Y si resulta que algunos hombres de figura horrenda son buenos, y algunos de figura hermosa son malos, esto sucede por accidente, y semejantes criaturas merecen el nombre de monstruos; lo que pasa es que la fuerza formadora se aplica a una materia rebelde en las entrañas, pero obediente en las partes externas, o bien al revés, de ahí que los órganos externos se muestren hermosos, muy perfectos y acordes a natura, mientras que los internos son toscos, imperfectos y afectados contra natura; así vemos que tanto los higos como las castañas pueden ser bastante bonitos por fuera y estar podridos por dentro.



  ¶   10

Por último, cuando se dice que las partes orgánicas no pueden reflejar las diferencias de la facultad cognitiva por ser la razón de las cosas homogéneas, se puede responder sin mayor problema que los cuerpos orgánicos también contemplan partes homogéneas cuyo reconocimiento permite reconocer una heterogénea, como el efecto se reconoce por sus causas; por tanto, si la figura de un miembro puede discernir algo sobre la operación y la potencia de ese mismo miembro, no será absurdo que también la figura de la nariz indique algo a propósito del alma, y aunque sea una parte extrema del cuerpo, la fuerza formadora es potente de todos modos, y sirve perfectamente como indicio. Asimismo, como conoce dos usos y es órgano de la respiración y del olfato, que atienden al corazón y al cerebro, respectivamente, como son miembros primarios, digo, serán indicio probable de la disposición de uno y otro, pues lo que atiende al principio y guarda alguna relación con él reconocerá sus operaciones y pensamientos mejor que lo que está muy alejado de él y no guarda comunicación alguna; por tanto, atendiendo a este criterio, la nariz se comunica con el cerebro y el corazón, sus nervios y sentidos se conducen al cerebro, mientras que su formación está pensada para el uso del corazón antes que para el del cerebro. A la luz de todo esto queda claro que la predicción tomada de la nariz no es del todo inútil, como corroboran Hipócrates y Galeno en el libro de los Prognostica, donde se enumeran no pocos presagios tomados de la nariz.



  ¶   11

Cuando dicen que la nariz denota el tamaño y la calidad del corazón por ser fruto uno y otro de una misma fuerza, no creo que sea cierto del todo. Primeramente, esta fuerza única no solo la comparten el corazón y la nariz, sino también los pies y la cabeza. Por otra parte, admitiremos que comparten una misma fuerza, pero no por ello ha de dar la nariz indicio alguno del corazón; en efecto, un mismo carpintero puede haber fabricado un banco y un barril, pero ni este es señal de aquel ni viceversa, y tampoco puedo inferir que ambos objetos son obra de un mismo autor por verlos el uno junto al otro. Creo, pues, que solamente podemos usar las narices como indicio de algo si sus fosas fuesen bastante anchas por naturaleza, y no por accidente, pues denotará que el calor que estuvo desde un comienzo junto al corazón es vehemente e intenso, al punto de requerir mayor refrigeración, y resulta que cuando un agente ordinario persigue un fin también persigue lo que conduce a ese fin y lo produce. Baste lo dicho a propósito de la nariz y de los accidentes que la siguen.



  ¶   12

Por su parte, hay quien dice que quienes acusan una parte superior de la nariz en forma de C habrán de morir de muerte violenta e infame; me parece que andan muy alejados de la verdad pues, ¿qué tiene en común esta señal con la muerte violenta, y en qué sentido les obliga esta señal a actuar tan mal como para merecer semejante muerte? Dicen que es una señal fatal de Marte que se les imprime desde el comienzo de su fabricación; ahora bien, esto, además de ser falso, se puede calificar de ridículo, pues no es cierto que nuestras acciones y todo lo sublunar suceda según el destino, si es que el destino y la necesidad son una misma cosa, y es que si fuesen cosas necesarias no serían contingentes, cuando en verdad dicen que esta parte inferior del mundo es contingente; añade que los hombres no serían dueños de sus acciones, cuando lo cierto es que el hombre sí está en mano de su albedrío, como se dice en el tercer libro de la Ethica; además, resulta ridícilo creer que Marte o Saturno obligan a nuestra alma a hacer esto o aquello, o que imprimen en el rostro, en la nariz o en la barbilla esta señal o aquella otra; es decir, ¿acaso es este su cometido?



  ¶   13

Otra opinión semejante dice que si alguien lleva la nariz torcida hacia un lado aquejará todos los vicios, será ladrón, traidor, infiel, aunque no dicen por qué. Sostener posiciones y no confirmarlas ni con la razón, ni con el ejemplo, ni con una señal, y pretender que nos las creamos como axiomas es ciertamente ridículo, pues en la fisionomía nadie podrá aducir jamás nada cierto sobre las acciones humanas contingentes singulares futuras, y es que la naturaleza de las contingencias futuras radica en poder ser y no ser, en existir indeterminadas antes de ser presentes, luego no hay nada que podamos afirmar de ellas cierta o razonablemente ni negar con determinación. Lo mismo cabe decir de la quiromancia, cuya disciplina o ciencia cabe tachar de inútil, al carecer de toda razón.



Apotelesma lvi

Apotelesma lvi    Rostro carnoso, grande.

orig:   (62.1)

Los de rostro carnoso son indolentes. Se asocian a los bueyes. 

  ¶   1

El término “rostro” conoce muchos significados. En ocasiones se aplica a la forma y hábito de todo el cuerpo, o a cuanto se deja ver y advertir, como hace Plauto en el Trinummus; en este sentido, Gelio llama “rostro” (lat. faciem) a cualquier modo y forma, como queriendo decir “formación” (lat. factura). También llamamos rostro de una cosa a su aspecto; así, decimos que a primera vista (lat. prima facie) una estatua nos pudo parecer un hombre de verdad. Y no solo se denomina rostro el aspecto y la presencia del hombre, sino también la figura y la apariencia de las cosas inanimadas; así, Cornelio habló del rostro de la ciudad y de las armas, y del rostro de la batalla y de un lugar, y Virgilio hablaba de rostro del crimen, en lugar de hablar de clases. En este caso el rostro denota la parte anterior del cuerpo humano, la que se extiende desde el extremo superior de la frente hasta la parte más baja de la barbilla y de una oreja a la otra. Y como dice Plinio, el rostro, propiamente hablando, es exclusivo del hombre; los demás animales tienen morro, pico o rictus. Según Horacio, la diferencia entre el rostro y el gesto reside en que el rostro es un tipo de cara, y el gesto es la imagen de la voluntad que un movimiento del espíritu imprime en el rostro, luego el gesto es mutable y el rostro no cambia, y además el gesto es muy versátil al declarar los conceptos del espíritu, pues dicen que el gesto (lat. vultus) toma su nombre del término “cambio” (lat. volvi), en tanto que puede cambiar fácilmente.



  ¶   2

Nosotros hablaremos del rostro en el sentido de cara humana. Esta cuenta con siete partes, a saber: la frente, las cejas, los ojos, la nariz, las mejillas, los labios y la barbilla; en este epígrafe parece que el autor, por rostro, entiende las mandíbulas y las mejillas, pues aborda su estudio justo después de la nariz y los labios, y acto seguido hablará de los ojos y de la frente; se trata, pues, del rostro entendido de manera general y en sí mismo, en tanto que denota únicamente las mejillas y las mandíbulas, donde residen la especie y la forma de la cara humana. El gesto es la pasión de este rostro, tomando el rostro como sujeto, y en él brillan los conceptos del espíritu y las afecciones humanas; sus atributos o predicados, según Aristóteles, suman seis.



  ¶   3

Primeramente, los de rostro carnoso son perezosos, indolentes y negligentes. No en vano, esto es lo que significan los términos del autor, y todo esto se deriva de una misma fuente y causa. Se los llama indolentes como queriendo decir que no tienen corazón, esto es como si careciesen de sentido común, y es que como algunos lo situaban en el corazón, decían que el corazón era la primera sede de los sentidos. También son perezosos; se denomina perezoso al de movimientos y acciones taras y lentas; así llamamos perezosa a la tortuga y al caracol, que se mueven lentamente por la carga que les supone su cuerpo, y es que en proporción la hormiga, aunque sea mucho más pequeña, es mucho más rápida que la tortuga. Los negligentes se oponen a los diligentes; llamamos negligentes a quienes no cumplen sus cometidos ni atienden a su provecho u honor: no es que lo desprecien, pero no lo tienen en consideración.



[Señales de la pereza]

  ¶   4

Todo ello parece consecuencia del frío propio y del predominio de la mole terrestre con agua; así, cuando en alguien prevalezcan en fuerza las cualidades de la tierra y del agua diremos que son indolentes, negligentes y perezosos. Esto lo corroboran las tortugas, las babosas y muchos insectos, en los que predomina el frío acuoso y terreno; y esto mismo se echa de ver en los animales que duermen de día, como los glires y los castores, pues como sus cuerpos albergan mucho humor acuoso y acusan el predominio del frío propio, se ven invadidos por un sueño profundo y muy largo. En cambio, vemos que los animales prontos al movimiento, veloces en la ejecución de sus operaciones, fervientes y diligentes, se asocian al fuego y a la naturaleza del fuego; a este tipo pertenecen las avispas y las abejas, los leopardos, los leones y algunos perros; además, estos animales son muy vigilantes y muy poco amigos del sueño. Así pues, quienes acusan predominio en fuerza del calor natural y del humor aéreo son rápidos, prontos, no perezosos y eficientes, luego resulta razonable que los que acusen una disposición contraria tengan unas disposiciones contrarias. De hecho, Aristóteles demuestra su posición diciendo: los de rostro carnoso son semejantes a los bueyes; por su parte, quienes se asemejan a los bueyes son lentos e indolentes; por tanto, los de rostro carnoso son lentos e indolentes.



  ¶   5

En cuanto a la menor cabe preguntarse qué semejanza encuentra Aristóteles entre los de rostro carnoso y los bueyes, precisamente en la cualidad de la carnosidad del rostro, pues no parece que el buey tenga un rostro carnoso, sino grande, y una frente bastante ancha, y un rictus más bien largo; de ahí que los modernos no lean carnoso, sino grande, acaso con razón, pues a mi parecer la naturaleza de los individuos de rostro grande y con huesos grandes denota frío terrestre, luego lentitud y torpeza. Por tanto, diría que no se erró al afirmar que los de rostro grande y no demasiado enjuto se asemejan a los bueyes, pues los bueyes no tienen un rostro muy enjuto, luego si el rostro y la cabeza es como la de los bueyes, el cerebro, próximo al rostro, también será semejante al del buey, luego también se asociarán al buey los nervios, el movimiento y los sentidos, cuyos principios son los nervios; por su parte, el movimiento del buey es lento, el sentido incapaz, luego los de rostro grande y no desprovisto de carne serán indolentes y negligentes. La mayor no plantea dificultad alguna, pues resulta toda ella evidente a los sentidos. Y a la luz de lo dicho no resulta difícil deducir por qué los de rostro grande son indolentes y negligentes en espíritu y lentos en los movimientos del cuerpo, pues quedó dicho que quienes acusan un rostro como este albergan mucha tierra y acusan mucha naturaleza terrestre, luego también contemplan cuanto acompaña a la tierra, esto es, frío o apocamiento del calor, luego pesadez del cuerpo y una cierta torpeza que termina afectando a la lentitud de los movimientos y la incapacidad del sentido, cuya consumación parece ligada al calor, la humedad y la naturaleza aérea.



  ¶   6

Por tanto, al contemplar la disposición del rostro o el rictus del buey me parece, ciertamente, que en el texto aristotélico falta algo, y si en verdad nos hemos de remitir a los bueyes, tanto según la disposición del cuerpo como según la del espíritu, y tuviésemos que inferir la disposición del alma según la del cuerpo, creo que convendría leer así: los de rostro grande, óseo, carnoso junto a las mandíbulas inferiores, pasión que parece propia de los bueyes, son lentos e indolentes pues, como he dicho, esto parece lo más razonable y coincide con la opinión de otros fisiónomos. A su vez, si son lentos e indolentes, tampoco serán demasiado iracundos ni de deseo vehemente, pues son bastante fríos, pero sí obstinados, pues tienen un toque de tierra, aunque crédulos y fieles a su primera impresión. Parecen acusar predominio de la melancolía natural con subdominio de la pituita; luego vendrá la sangre y, por último, la bilis amarilla, todo ello con un calor natural apocado.



  ¶   7

Conocí yo a unos individuos de esta disposición, de pies y manos grandes y, por tanto, muy robustos, tanto que uno de ellos cargaba fácilmente con un cordero y bien podría romperle el hueso calvar y matarlo de un puñetazo, y el otro llevaba un fajo de madera que ni entre dos porteadores habrían podido mover, y sería capaz de retener a un burro cogiéndolo del rabo. En cambio, eran indolentes, negligentes, ineptamente temerosos, crédulos, obstinados, supersticiosos, sordos a razones, privados de todo conocimiento, de naturaleza sumisa, tosca y servil, y uno de ellos, aunque era monje, apenas sabía leer.



Apotelesma lvii

Apotelesma lvii    Rostro enjuto.

orig:   (62.2)

Los de rostro enjuto son minuciosos y diligentes. 

  ¶   1

Este apotelesma confirma lo que acabo de decir, y no va ligado al anterior, sino al siguiente, que le hacce de contraparte. Llamo rostro enjuto al que carece de carne y gordura, de color amarillento y cobrizo, un tanto impuro. Dice Aristóteles que los individuos con semejante rostro son minuciosos; a su vez, creo que por minuciosos se entiende a quienes son tan diligentes en la ejecucion de sus cometidos que se atienden y satisfacen incluso los más pequeños aspectos; así llaman discurso minucioso al que se ha elaborado, consumado y adornado con dedicación, exquisitez y diligencia; en efecto, esta pasión denota un cierto interés del espíritu también por las cosas mínimas, de modo que no deje nada desatendido, en bruto o no trabajado. Esta es, pues, la opinión de este apotelesma. Ahora bien, Aristóteles no determina a qué animal se asemeja el rostro del hombre minucioso; a mí me parece que tienen este rostro enjuto el perro conejero, el cazador y muy rápido en la carrera, y el que persigue y encuentra al conejo con el olfato, que reciben el nombre griego de “bracchi” y tienen sobre los ojos unas manchas amarillentas, cuando por regla general son negros, de patas amarillas y vientre y garganta blancos con toques de amarillo, y es que estos animales ejercen su función con diligencia muy minuciosa y no descansan sin haberla consumado.



  ¶   2

La causa de este apotelesma se puede asociar al temperamento natural, índice de lo cual es lo enjuto y lo amarillento oscuro de su rostro. Digamos pues: cuando alguien tiene un rostro como este, su cabeza alberga un temperamento en que predomina la melancolía con subdominio de la bilis amarilla sutil; por su parte, quien acusa este predominio tiene un cerebro bastante seco con no poco calor; quien alberga un cerebro como este es diligente, despierto y minucioso; por tanto, quien tiene un rostro enjuto es despierto, diligente y minucioso, que es lo que había que demostrar.



  ¶   3

Las demás posiciones asumidas no parecen plantear dificultad alguna al margen de una única menor que se confirmará con pocas palabras. Nadie pone en duda que un rostro enjuto es aquel en que falta la carne, que es, por su parte, cálida y húmeda; a su vez, la ausencia de calor y de humedad implica sequedad y frío; esta condición, por su parte, es la razón del humor melancólico; mas si solo hubiese melancolía y predominase la parte terrena, una cabeza debería tener mucho hueso, y el rostro sería óseo como el de un ciervo, y su color no sería amarillento cobrizo, o impuro, en términos propios; ahora bien, como también alberga bilis amarilla y bastante sutil, que aporta el calor que luego reciben, retienen y agudizan la sequedad y la gordura de la melancolía, los hombres se vuelven agudos en sus pensamientos y rápidos para actuar, y perspicaces y finos; estos, a mi parecer, son capacez de imitar y tienen una disposición especial para las artes manuales, pues son pacientes en su operación y despiertos para advertir. Recuerdo haber leído que así fue el emperador Adriano, y conocí a un noble hombre semejante, que se deleitaba maravillosamente en las artes manuales, forjaba admirablemente toda clase de armas e instrumentos de la guerra y cultivaba con perfección y maestría la espagiria y la mecánica; su rostro era enjuto y amarillento, como el de un perro cazador.



Apotelesma lviii

Apotelesma lviii    Rostro carnoso como el del asno.

orig:   (62.3)

Los de rostro carnoso son temerosos. Se asocian a los burros y a los ciervos. 

  ¶   1

También en este apotelesma existe un error, pues los ciervos no tienen un rostro carnoso, y precisamente es la cabeza la parte menos carnosa del ciervo, y hasta los cocineros la desechan, como en nuestras regiones se hace con las cabezas de las liebres. Considero, pues, que se ha de corregir el término “ciervo”, y creo que no pinta nada aquí a menos que se entienda que no es la semejanza del rostro, sino la del espíritu la que denota la disposición al temor; así, el sentido sería: los de rostro bastante carnoso son temerosos como los ciervos, a los que se asusta incluso agitando plumas rojas, como dijo Virgilio. Mas si nos pronunciásemos en este sentido el ejemplo no convendría al propósito, pues la intención de esta disciplina es investigar las afecciones incorpóreas del espíritu humano a partir de las señales corporales, cosa que no se produciría en este caso. Ahora bien, tampoco las mejillas del burro son carnosas, aunque si bien es cierto que lo son menos que las de los bueyes, lo son más que las de los ciervos, pues las cabezas de estos últimos, como hemos dicho, están totalmente desprovistas de carne. Por su parte, el rostro del burro aparece un tanto carnoso junto a los labios y las mandíbulas inferiores, pues en comparación con cualquier otra parte, la cabeza del asno tiene más carne en los huesos de la mandíbula inferior.



  ¶   2

Desembarazados ya del ciervo, digamos: quienes tienen un rostro tan carnoso que recuerdan al del burro también acusan en su alma una disposición semejante a la del burro; semejantes individuos son temerosos; así pues, los de rostro carnoso son temerosos. Resultará evidente por qué el rostro carnoso denota temerosidad cuando hayamos apuntado que esto no solo lo denota la carnosidad del rostro, sino que ha de ser, a su vez, blando y suave, y de un color amarillento o impuro, o acaso rosado, como el de las mujeres; no en vano, estas cualidades denotan un temperamento cerebral frío y húmedo, y un gran predominio de la pituita con subdominio de la melancolía o de la sangre, fuente de la temerosidad, de una cierta tosquedad, de una confusa identificación de las cosas y de la imprudencia, que parece propia de los burros.



  ¶   3

Mas finalmente, a mi entender, en lugar de “carnoso” cabría leer “óseo”, pues los de rostro grande y óseo se asocian ciertamente a los ciervos y a los burros, que demuestran temor y tosquedad, respectivamente; asimismo, la razón del temor se localizará en la sangre fría, melancólica y acuosa, como también se puede deducir de lo dicho en el cuerto libro de la Meteorologica; de todos modos, no es esto lo que dice el texto, ni sé de ningún autor que lo haya dicho. Mas dirás: si en lugar de rostro carnoso leyésemos óseo, sabiendo que este es enjuto y que implica una eficacia minuciosa, habría que asociar el minucioso al burro. Respondo que una cosa es lo óseo y otra lo enjuto: llamo óseo al rostro de huesos abundantes y grandes; llamo enjuto al que cuenta con una mínima cantidad de carne.



Apotelesma lix

Apotelesma lix    Rostro muy pequeño.

orig:   (62.4)

Quienes lo tienen bastante pequeño son pusilánimes. Se asocian a los gatos y a los monos. 

  ¶   1

Existen dos tipos de rostro bastante pequeño: uno redondo, como el de un gato, un animal doméstico que caza ratones; y otro un tanto alargado, como el de un mono. A uno y otro se aplica el mismo enunciado, pues no es la longitud ni la redondez lo que denota el temor; antes bien, la redondez denota la perfidia y la astucia, y la longitud, por su parte, junto con un extremo afilado, rasgos que parecen propios de los monos, denotan la desvergonzonería y la impudicia; la pequeñez denota la pusilanimidad; a su vez, los pusilánimes no son solamente temerosos, sino también de espíritu pequeño.



  ¶   2

La pusilanimidad es un vicio del alma que impide a los hombres sobrellevar la buena y la mala fortuna, el honor y la ignominia, los sucesos buenos y malos; de hecho, se tensan ante un pequeño honor, se sienten apocados y despreciados ante la más mínima ignominia, recelan de la repulsa y la frustración, por pequeñas que sean, que llevan entre llantos y sin fuerzas, tachan de injuria y ofensa cualquier desprecio, incluso por despiste u olvido, y no soportan a los lastimeros, a quienes los acusan, los advierten, los reprenden, a quienes se enfrentan a ellos o les asisten, pues albergan un espíritu demasiado pequeño. Este vicio de la pusilanimidad implica quejumbre, maledicencia, sospecha, falta de confianza y un cierto apocamiento del espíritu, tanto que creen detentar honores y bienes mucho menores de los que realmente poseen, y esto les perjudica especialmente porque son igneniosos y gozan de un intelecto agudo, pero con semejante opinión de sí mismos, se suelen abstener de las acciones y los estudios honestos, así como de los bienes externos; abyectos y humildes de espíritu, disfrutan con la soledad, no de por sí, sino porque así creen poder evitar más fácilmente la ignominia y la contumelia, que se ven incapaces de sobrellevar, aun siendo mínima.



  ¶   3

El razonamiento de Aristóteles dice así: los de rostro bastante pequeño son semejantes en esta parte a los gatos y a los monos; quienes se asemejan a los gatos y a los monos son pusilánimes; por tanto, los de rostro bastante pequeño son pusilánimes. La menor, tan evidente a los sentidos, no precisa demostración. Por otra parte, parece claro que quienes se asemejan a los gatos y a los monos son pusilánimes, pues si hemos acertado con la descripción de la pusilanimidad que más arriba hemos ofrecido, resulta evidente que el pusilánime es iracundo, cambiante, de lamento y goce fácil, muy sensible a injurias y honores pequeños; esto parece claro en el mono, pues como imita de manera muy depravada las acciones de los hombres, como alberga malas costumbres, como recuerda mucho tiempo las injurias y tarda poco tiempo en olvidar los favores, incluso los más grandes, como es inconstante, pérfido, agudo y consciente de su debilidad representa precisamente la pusilanimidad.



  ¶   4

Dicen que el felino (lat. cattus) y el gato (lat. feles) son una misma cosa, a mi entender, un animal doméstico que caza ratones; parece vergonzoso y enemigo de la suciedad; tiene carne laxa y blanda, y un pelo también blando, un excremento muy cálido, y una orina bastante cálida y fétida. Estos dos animales coinciden en que, aun siendo de temperamento cálido, son temerosos, y muy rápidos en sus movimientos, pues huyen rápidamnte cuando tienen necesidad; además, son bastante agudos y pérfidos, ambos muerden y son iracundos, pero ninguno de ellos se defiende luchando, a menos que vean impedida la huida o se sientan seguros en un entorno familiar. Pues bien, así las cosas, también al gato lo llamaremos pusilánime, pues es pérfido y temeroso, no soporta verse encerrado ni atado, grita, maúlla y persigue cosas sin importancia. Si esto es cierto, también será cierto que quien tenga un rostro de gato o de mono habrá de ser pusilánime, luego temeroso y débil, y en cierto modo avaro, y sucumbirá al falso honor y a la falsa ignominia, y no podrá soportar que alguien hable mal de él o le comunique las maledicencias ajenas; por tanto, imita las costumbres de las mujeres y se debe asociar a la mujer.



  ¶   5

Mas si alguien viniese a preguntar por qué este rostro también implica temerosidad, creo posible demostrar que se debe a sus propios principios internos. En efecto, si quien alberga bilis ligada a la pituita también alberga los consecuentes del fuego y del agua, la mezcla también albergará afecciones contrarias, sospecha, desconfianza y blandura, fruto del frío y de la humedad; por su parte, son blandos quienes no pueden soportar casi nada y, por tanto, no sobrellevan adecuadamente la fortuna propicia ni la adversa; a su vez, como participan en gran medida del humor cálido y bilioso, acusarán los consecuentes del fuego, luego cambian con facilidad, sucumben fácilmente a la ira, se tensan por causa pequeña, pues el fuego se inicia con una llama pequeña, crece por poca paja que se le añada y rápidamente se apaga; y como son iracundos, consideran un gran infortunio cualquier negligencia, debida a cualquier mínima causa; a su vez, como son temerosos, no repelen los ataques, sino que se retuercen entre lágrimas y quejidos y persiguen a los atacantes con malas palabras, como las mujeres; además, como la llama está mezclada con el frío, son pérfidos y agudos, e ingeniosos, y muy sutiles, y especialmente en sus discursos, sus consejos y sus conversaciones; ahora bien, lo que hubiesen determinado adecuadamente no pueden llevarlo a cabo fácilmente por su debilidad y pusilanimidad, por su abyección de espíritu y su inconstancia, luego suelen parecer buenos e inocentes, no por amor a la virtud, sino por el solo miedo al castigo.



  ¶   6

Creo que a la luz de tales cosas podemos explicar la sentencia como sigue: el de rostro pequeño alberga un temperamento bilioso ligado a la pituita sutil; quien acusa semejante temperamento afecta una propensión a la pusilanimidad; por tanto, el de rostro pequeño acusa una propensión a la pusilanimidad. La menor se deja confirmar con el ejemplo de los gatos y los monos, pues acusan este temperamento y tienen un rostro pequeño y unas costumbres semejantes, cosa que se echa de ver al estudiar su naturaleza, su carne, sus pelos y sus operaciones; por tanto los de rostro pequeño también acusan el temperamento en cuestión.



  ¶   7

Por otra parte, apunto que aunque ambos animales acusen el mismo temperamento, no se ha de creer que sean idénticos, pues en tal caso se trataría de una materia idéntica afectada por las mismas disposiciones, luego acusarían una misma forma, y el mono y el gato serían animales de una misma especie, algo a todas luces falso. Pues bien, su temperamento es igual de manera relativa, que no absoluta, más bien semejante, pues lo semejante no es idéntico. A mi entender, el gato es más afín a la mujer que el mono, pues tiene una carne más laxa y un pelo más blando que el mono; además, me parece que el gato es más insidioso, más temeroso y más amigo de lo mundano que el mono, todo lo cual se asocia más al género femenino que al masculino. A su vez, quien acusase un rostro bastante largo y enjuto, pero pequeño, diremos que se aproxima más a la melancolía que a la pituita, y esta, ligada a la bilis y no sin la intervención de la pituita, hace a los hombres ciertamente pusilánimes, pero también muy aptos para la embaucación, la charlatanería y el arte, muy capaces de reproducir cualquier cosa que viesen, pero también amigos del comer, del placer y de la indolencia, tanto que jamás trabajarían sin necesidad, y es que la bilis induce impaciencia, y el impaciente no puede soportar el trabajo ni permanecer mucho tiempo en un mismo estado, como se puede deducir de la propia naturaleza del fuego, que no se queda quieto nunca ni un solo momento. A la luz de estas cosas, pues, queda claro que los de rostro pequeño son pusilánimes, y por qué.



Apotelesma lx

Apotelesma lx    Rostro muy grande.

orig:   (62.5)

Los de rostro grande son lentos. Se asocian a los burros o a los bueyes. 

  ¶   1

Con razón trata Aristóteles el rostro grande tras el pequeño. El rostro puede ser grande por tener mucha carne o por ser largo y ancho, por tener huesos largos y anchos; en ambos casos recibe el nombre de grande y pequeño por comparación al que es adecuado y conviene según la naturaleza humana y la proporción, el que nos sirve de modelo para decir que este es grande y aquel pequeño. En efecto, si se viniese a comparar el rostro natural y adecuado del hombre con el cuerpo entero, debería tener la siguiente proporción con aquel, según afirman los mas excelentes pintores: la longitud del rostro en un cuerpo joven y hermoso es la décima parte de la altura total del cuerpo; el rostro, a su vez, comienza en la raíz de los cabellos y se extiende hasta la última parte de la barbilla; este rostro debe dividirse en tres partes iguales, a saber, toda la frente, que termina en medio de las cejas, todo el largo de la nariz y el área comprendida entre el extremo de la nariz y el final de la barbilla. A esta longitud debe responder una anchura conveniente, pues la distancia que va desde el punto intermedio de las cejas hasta el extremo del ángulo exterior donde termina el ojo también se debe dar entre este punto y el orificio de las orejas, luego la anchura del rostro y la longitud que empieza en la raíz de los cabellos encima de la frente y se extiende hasta el extremo de la barbilla guardan una proporción sesquitercia, esto es, de cuatro a tres.



  ¶   2

A su vez, si escrutases únicamente los diámetros de la longitud y la anchura del rostro viril te toparías con una proporción sesquiáltera, y la longitud guardaría una proporción de tres a dos con la anchura; valga la siguiente explicación: caiga sobre la frente y desde la primera raíz de los cabellos una línea perpendicular que se extienda hasta el extremo de la barbilla; luego, trácese otra línea que, comenzando en el extremo de cada sien, corte la primera línea en ángulos rectos pasando por el centro de la cabeza; dicen que la línea que va desde arriba hasta la parte más baja de la barbilla está en proporción sesquiáltera con la que va de derecha a izquierda, cortándola en águlos rectos; y ciertamente parece que es así, pues así construyen las habitaciones, de modo que la longitud y el ancho guarden una proporción sesquiáltera; por tanto, si esta es la proporción óptima, y la naturaleza viniese a vestirla con colores naturales, cándidos y rosados, y con carne moderadamente blanda, ni escasa ni excesiva, tendríamos, como dice el otro, un rostro digno de un imperio; luego la que excede o no alcanza esta medida no será bella, y se llamará más o menos horrenda, según se aleje más o menos de esta.



  ¶   3

Y como lo recto es modelo tanto para sí mismo como para lo oblicuo, ahora que conocemos lo rectopodemos pasar a la contemplación de lo oblicuo. Dice Aristóteles: quienes tienen un rostro bastante pequeño, esto es mucho menor que la décima parte de todo el cuerpo, son pusilánimes; en cambio, los de rostro bastante grande son lentos en sus movimientos, acciones y deliberaciones. Para demostrar esta señal dice que se asocian a los bueyes, esto es que en función de esta parte se parecen a los bueyes, de naturaleza bastante lenta; por tanto, se deduce el siguiente razonamiento: los de rostro bastante grande son semejantes a los bueyes; por su parte, quienes recuerdan a los bueyes en su forma son lentos e irresolutos; por tanto, los de rostro grande son lentos e irresolutos. La causa, creo, es que los de rostro grande probablemente también acusan una cabeza grande, y además pesada, luego tienen materia abundante y terrestre, y esta es naturalmente la causa de la lentitud, pues es propio de la tierra ser muy pesada y estar quieta, pues el fuego, por el contrario, es muy liviano y móvil al máximo.



  ¶   4

Apunto que algunos textos leen que los de rostro grande se asocian a los bueyes y a los burros; otros no traen burros, sino solamente bueyes, y lo cierto es que el rostro de los burros no parece grande en proporción a su cuerpo, sino más bien oblongo, a menos que Aristóteles con el tamaño del rostro haya querido denotar también su carnosidad, y ello mediante el ejemplo del burro, pues los de rostro grande, carnoso y amarillento, con carne en sus mandíbulas inferiores, son propiamente lentos, y especialmente si tienen esa barbilla doble que se echa de ver en algunas mujeres, pues se asocian a las mujeres pituitosas y superficiales. Mas si este tipo de rostro denota el imperio de la pituita y de la melancolía moderada en su cuerpo, también es probable que el individuo con semejante rostro sea indócil y tosco, pues estos accidentes son los que nacen de una pituita y una melancolía mal mezcladas y trabajadas por falta o ineficacia del calor. Asimismo, el indócil y superficial suele ser obstinado, no por testarudo, sino porque no comprende o no recuerda los razonamientos que escucha, luego aunque crea a su interlocutor y se prometa preparado para obedecer los consejos que recibe, lo cierto es que tras pasar un rato lejos de sus consejeros volverá a su parecer original, pues no recuerda ni advierte lo dicho, y es que es olvidadizo y, como apunta Polemón, indolente e indócil.



  ¶   5

Si a las grandes dimensiones y a la carnosidad viniese a sumarse la impureza dirías que se trata de un individuo insensato, obtuso, olvidadizo y crédulo, pues esta característica denota el dominio de la pituita, de una pituita inmunda y densa, y por tanto también denota que existen espíritus de este tipo. Y si fuese más ancho de lo conveniente, especialmente hacia la frente, y acusase aquí una amplitud excesiva, denotaría al hombre sencillo, cierto es, pero maledicente y embustero, pues da a entender que por debajo hay un cerebro grande, pero no bien elaborado. Además, como hemos determinado un color amarillento e impuro, el calor no estará del todo ausente, que es el que ha extendido la frente a lo largo y ancho, pero tampoco será tanto como para elaborar la materia con perfección.



Apotelesma lxi

Apotelesma lxi    Rostro mediano.

orig:   (62.6)

Y no habiendo de ser grande ni pequeño, el hábito intermedio será el conveniente. 

  ¶   1

Aristóteles enseñó en el segundo libro de la Ethica que la virtud consiste en la moderación; además, se ha dicho más arriba que toda vitud natural y toda disposición loable que implique salud y conservación consiste en la moderación, pues la naturaleza se conserva con la moderación y se corrompe con los extremos: no en vano, la forma es la razón de cada cosa, y toda razón es un punto intermedio, luego la forma consiste en la moderación, que es buena de por sí, y permite conservar aquello de lo que es forma. Apoyándose en este principio, Aristóteles dice ahora que como el rostro demasiado pequeño y el demasiado grande no son loables, por ser disposiciones extremas y opuestas entre sí por exceso y defecto, resulta razonable que el rostro situado entre ambos extremos sea loable; en efecto, si un hombre no tiene un rostro pequeño tampoco será pusilánime ni pérfido, como los gatos o los monos, y si no lo tiene demasiado grande tampoco será indolente ni irresoluto, torpe o tosco; así pues, al negar estas cualidades se está suponiendo que los de rostro mediano habrán de acusar las disposiciones del alma contrarias, luego el de rostro mediano será magnánimo, pronto a las acciones, de buena naturaleza y sensato.



  ¶   2

La causa, creo, es que la moderación proporcionada del rostro denota la victoria del calor natural, luego también una disposición conforme a natura; por su parte, toda disposición natural es siempre buena, como toda disposición contraria a natura es mala, y tanto peor cuanto más se aleja de la naturaleza. Ahora bien, cuando digo moderado en su tamaño, aunque esta ya sea buena de por sí, no por ello se ha de dar ya por bueno al hombre de rostro moderado, pues de no haber otras cosas que respondan a esta moderación y gocen de rasgos, colores y situación acordes a natura, no será hermoso ni recibirá el nombre de bueno. De hecho, son muchos los que tienen un rostro ciertamente moderado, pero como aquejan una impureza amarilla y negra, como tienen unos ojos muy pequeños y siempre fijos en el sueño, no se puede decir de ellos nada bueno, nada loable, pues son traidores, infieles, iracundos, avaros y maledicentes, y no merecen la más mínima confianza, pues son de la clase de monstruos que odia su propio padre, Plutón, y sus hermanas del Tártaro. En cambio, se ha de contemplar de manera general, de modo que nadie termine siendo juzgado por una única señal, antes bien, cabe atender y examinar todos los testimonios, prestando especial atención a los más abundantes y potentes, que son los que han de inspirar la sentencia.



Apotelesma lxii

Apotelesma lxii    Rostro humilde y poco agraciado.

orig:   (62.7)

Los de rostro impropio son agarrados. Se asocian a la apariencia adecuada. 

  ¶   1

El término que los traductores vierten como “impropio” (lat. parum decens) la traduce el autor del Thesaurus linguae graecae como “abyecto, despreciable e indecoroso”; otros dan “humilde” y “sumiso”; al fin, el término griego, propiamente, denota al hombre que se ocupa de cosas pequeñas, a quien conviene lo pequeño y despreciable. Me parece que Aristóteles se refiere a la pasión del rostro que no conviene demasiado al hombre bueno, la que se echa de ver en el hombre sórdido y avaro, de rostro contraído y gesto horrible.



  ¶   2

El rostro desagradable, que tachan de naturalmente feo e inconveniente no por caso cae en tres categorías. Uno es el que mueve a risa, como el que describió no sé qué poeta italiano: había una vez –dice— un hombrecillo de cuerpo pequeño, de imagen y gestos simiescos, de frente grande, ancha, cóncava en su zona central, irregular; ojos pequeños, muy brillantes, sin cejas, y rápidos, mal dispuestos en el rostro; nariz pequeña, chata, ancha en su base; rostro redondo; labios muy gruesos, siempre en gesto de risa; barbilla larga, bífida; barba casi negra, bifurcada, irregular; orejas grandes, vueltas hacia abajo; gesto a medio camino entre el del burro y el de la cabra; al más mínimo vistazo, su rostro lo movía a la risa y despertaba la sorna ajena; no podía enfadarse, pero ansiaba todo cuanto veía, y al punto deponía el deseo; tenía una boca ancha y dientes muy largos que enseñaba a todas horas, muy a pesar de quienes tenían que verlos. Este rostro denotará a un hombre abyecto, despreciable y de ningún valor, a quien no le podrías confiar ni creer nada; lo tacharás de leve, infiel, inepto y de baja cuna, nacido para el vicio y la comedia.



  ¶   3

El segundo rostro impropio es el que suscita odio, pues denota a un hombre muy vil, cruel e injusto. Así parece haber sido el rostro del emperador Tiberio primero, y el de Maximino, de quien los hombres sentían pavor con solo verlo; también dan un rostro odioso a Maxencio. Por otra parte, es grande, pero larga, enjuta, cadavérica; tiene una frente arrugada y contraída, ojos cóncavos, pequeños, rígidos, quietos, rojos y como ígneos; los huesos de las cejas los tiene elevados, y las cejas fruncidas, endurecidas, cubiertas por largos pelos; una nariz larga y ancha en su extremo, grande, afilada por arriba; labios muy finos, el superior sobre el inferior; barbilla grande, redonda; mejillas enjutas y sin carne, pero con un rubor semejante al del hígado; barba erizada, dura, negra, densa, que cubre la práctica totalidad de las mejillas; cuello corto, grueso; pecho ancho; espalda un tanto curvada; de pocas palabras, rara vez dirige la mirada a los hombres, rara vez ríe, áspero, bárbaro, apenas amado por su madre. De este hombre podemos decir, con Horacio: es negro, guárdate de él, Romano 4-19, su corazón siempre alberga riñas y discordias, no piensa sino en enfrentar a sus amigos, hermanos, a las parejas bien avenidas, como Alecto, en inundar los hogares de odio, violencia, en urdir mil perfidias 4-20.



  ¶   4

Se habla también de un tercer tipo de rostro desagradable, pero no odioso ni ridículo, antes bien, digno de conmiseración, y este denota al hombre despreciable. Así pinta Plutarco el rostro de Filopémenes, al punto de que en alguna ocasión se lo tomó por un esclavo que traía árboles y leña. Al hombre de rostro y aspecto pobre nosotros lo llamamos infeliz, a la mínima descartamos que sea noble y rico, incluso si lo vemos ataviado con prendas de seda, adornado con oro y plata y acompañado por un insigne y largo séquito de sirvientes. Estos rostros despreciables tienen una frente pequeña y blanca, pelos blanquecinos y ojos medianos, pero blancos, entrecerrados, vagos, pálidos, con ángulos internos carnosos, y cejas no elevadas, sino fruncidas, de pelos escasos y no muy negros, y con bolsas bajo los párpados; sus mandíbulas son amarillentas, moderadamente carnosas, feas; todo el rostro es cóncavo en su parte central, la nariz es fea, grande, la boca fea, grande, abierta, parece presa eterna de la admiración; por lo demás, este rostro denotará lentitud e indolencia, una pésima memoria y una cierta negligencia natural, y semejante hombre merece el nombre de naturalmente inservible. Este rostro parece encontrarse a medio camino entre el ridículo y el odioso.



  ¶   5

Así pues, los rostros impropios suman tres clases básicas; de venir a convinarse resultarían en muchas clases de rictus, que a unos les parecen ridículos, a otros odiosos o despreciables, pero a todos desagradables. Ahora bien, ninguno de estos es total y absolutamente contrario a natura, como sería el caso del que presentase un ojo grande y saltón, y el otro pequeño y hundido, del que careciese de frente o de barbilla, como vi en una ocasión en un individuo deformado por un herpes, y en otro que, por haberse caído a las llamas de niño, tenía un ojo casi en el centro de la nariz, y el otro, como si de un cíclope se tratase, se había elevado hasta la frente. Pero creo que Aristóteles no se refiere a estos; se limita a la última especie de rostro desagradable, y estudia esta sola, diciendo: el de rostro impropio, esto es contraído, humilde y despreciable, es agarrado. Propiamente llamo agarrado a quien no da a quienes debería dar, ni cuando, ni como, ni por lo que debería, y cuando da, lo hace con esfuerzo y dolor; por su parte, cuando alguien da algo a regañadientes se contrae como una esponja, y esta pasión la vemos todos los días cuando alguien da con sufrimiento y a regañadientes.



  ¶   6

Para demostrar su apotelesma, dice Aristóteles que se asocia a la apariencia conveniente, esto es, al aspecto que acusan los agarrados y avaros cuando se ven forzados a dar, pues vemos que contraen el rostro, y que este, en cierto modo, acusa el gesto descrito más arriba. Con razón hablamos de apariencia, pues son los ojos los que juzgan la poca voluntad de quien da; y decimos conveniente porque conviene razonablemente a quien lo hace a regañadientes, y es que el rostro sigue las afecciones del espíritu, luego se dilata en la felicidad y se contrae en el dolor, yéndose la sangre al corazón; a su vez, los alientos se van con la sangre y los humores de las venas, y para evitar un vacío, la carne y la piel se contraen y se arrugan, de modo que el rostro se muestra contraído. Por tanto, Aristóteles bien podría decir: los de rostro apocado, humilde y contraído con el gesto de quienes dan algo de su hacienda a regañadientes, o lo hacen o lo padecen, son agarrados y abyectos, luego temerosos y pusilánimes, y con razón se los tachará de despreciables.



Apotelesma lxiii

Apotelesma lxiii    Bolsas bajo los ojos.

orig:   (63.1)

Por su parte, quienes tienen bolsas en los ojos son amantes del vino. Se asocian a la pasión. 

  ¶   1

Se abre el estudio de los ojos. Los ojos son la herramienta más noble de todo nuestro cuerpo, y creía Galeno que la cabeza estaba formada precisamente para ellos. En ellos se leen las pasiones del corazón y los afectos y disposiciones del espíritu, las naturales y las voluntarias, del mismo modo que los astrólogos creen adivinar en las estrellas del cielo los decretos celestiales, y es que así como el gesto da a conocer el espíritu, en los ojos se advierte el gesto; por su parte, Loxo, bebiendo de Alberto Magno, apunta que la ciencia fisionómica estudia principalmente los ojos, y que son señales muy ciertas las que de ellos se toman, y que las señales que viniesen a contradecir a las de los ojos serían poco firmes. En los ojos es donde mayormente reside el espíritu, y es probable que según sea la sede, tal sea su inquilino, como también opinó Aristóteles en el primer libro del Liber caeli et mundi cuando hablaba de Dios, luego con razón los antiguos llamaron a los ojos espejo del espíritu, e Hipócrates tomó de los ojos señales muy ciertas de las enfermedades.



  ¶   2

Así, siendo grande como es la fuerza de los ojos, pues son ricos en alientos, están rodeados por las meninges cerebrales y sus nervios se encuentran muy próximos al cerebro, han de ser los miembros que mejor expresen la naturaleza del cerebro. El ojo se compone principalmente de humor cristalino y vítreo; en cierto modo, cabe hacerlo depender del cerebro, toda vez que el ojo viene a ser algo así como una añadidura al cerebro, pues acusa todo él una forma circular, como el cerebro, y sus nervios vienen envueltos en las meninges cerebrales; así pues, si cuanto viene cubierto por las meninges cerebrales a modo de túnicas propias es el propio cerebro o bien un flujo o extensión del cererbo, sabiendo que el ojo viene cubierto por las meninges, es probable que sea una extensión o parte del propio cerebro, o algo muy ligado a él; por tanto, no faltan motivos para decir que son los ojos los que mejor nos permiten reconocer la sustancia y las acciones del cerebro.



  ¶   3

Mas si el cerebro es la herramienta primaria de la facultad animal, y según sea el instrumento, tales son las fuerzas y operaciones que se sirven del instrumento, una vez reconocida la naturaleza del cerebro parece posible reconocer muchas disposiciones del animal en tanto que es animal, y se concederá entonces que los ojos albergan la fuerza principal de reconocer la naturaleza del animal en que se encuentran. En ellos se consideran su materia y forma, la accidental o la propiamente sustancial, que llaman fuerza visiva; el ojo del hombre es perfectamente redondo, luego teniendo como tiene una forma tan perfecta, brillará en él también cierta perfección del hombre; por su parte, la fuerza visiva es ciertamente la forma del ojo en tanto que es ojo, y es su acto y perfección, y como esta hace reconocer las máximas cualidades de las cosas y conduce bastante bien a la verdad de las ciencias, su disposición y naturaleza permiten deducir la perfección del animal al completo, pues no resulta absurdo que el alma guarde con el cuerpo la misma relación que una parte principal con una parte cualquiera; prueba de ello es que los ancianos ya próximos a la muerte tienen los ojos débiles y ven peor que antes, y decimos que son menos potentes que antaño. Así pues, la naturaleza de los ojos y el rostro merecen especial consideración, al ser tanta su fuerza en esta ciencia.



  ¶   4

Aristóteles se pronuncia hasta en ocho ocasiones sobre los ojos, y también Alberto Magno y otros modernos dicen muchas cosas sobre ellos, tanto que el razonamiento fisionómico parece depender enteramente de ellos. El primer teorema dice así: quienes tienen bolsas en los ojos son amantes del vino. Estas bolsas penden de los párpados inferiores, y unas son como rugosas, y otras más duras; otras se encuentran en los párpados superiores, y son bastante duras. Aristóteles parece ocuparse muy brevemente de ambas.



[Qué indican los cuerpos oculares]

  ¶   5

No obstante, ahora trata de las primeras, de las que penden de los ojos. De ser rugosas denotarían la falta y el agotamiento de los alientos, y un cierto resecamiento del cerebro, cosa que yo mismo he constatado; esto también se echa de ver en las mujeres durante su periodo, o cuando han llorado mucho, pues los ángulos internos del ojo, faltos de calor natural y de aliento, se vuelven blanquecinos, y el agotamiento del humor los vuelve rugosos. No son estos los recuerda ahora Aristóteles, pues estos acusan una cierta sequedad del cerebro y un agotamiento de los alientos, no tanto una abundancia de vino o de humor, luego diremos que quienes tienen unas bolsas como estas se han quedado despiertos mucho tiempo, han sufrido, sienten molestias en la cabeza o han recibido poco alimento. El motivo es que esta señal denota la debilidad de los alientos y del calor natural, y que lo perdido no se ha reparado correctamente. En cambio, si estas bolsas fuesen un poco duras y como llenas de humor, dirías, siguiendo la opinión de Aristóteles, que son amantes del vino. Y para demostrar su sentencia dice que se asocian a la pasión, esto es, que los bebedores acusan unas bolsas como estas, como demuestra la evidencia. Así pues, el argumento tomado de la señal dirá como sigue: quienes bebieron mucho y mucho tiempo tienen estas bolsas duras en los ojos; quiebes beben mucho y mucho tiempo son amigos del vino y del beber; por tanto, quienes tienen bolsas turgentes como estas son amigos del beber, que es lo que había que demostrar.



  ¶   6

Los principios médicos pueden explicar por qué los amigos del beber y del vino aquejan estas bolsas turgentes. En efecto, los amigos del beber debilitan mucho el cerebro; en tales condiciones, el cerebro no puede producir calor como debería, luego produce muchos excrementos y se vuelve bastante húmedo y rico en humores excrementicios; por otra parte, ya hemos dicho que los ojos son una parte del cerebro, luego estos humores terminan por alcanzarlos, y lloran muy a menudo sin causa determinada; parte de estos humores fluye hacia los ángulos internos del ojo y produce las bolsas turgentes, al tiempo que enrojece los ojos y los empapa de lágrimas. Queda demostrado, pues, que las bolsas turgentes denotan el amor por la bebida, y por qué; además, ha quedado claro de pasada qué es lo que denotan las bolsas rugosas que acusan algunos.



  ¶   7

Ahora bien, no creeremos que unas bolsas como estas ya señalan necesariamente a un hombre ebrio y amigo del beber, pues no es cierto; en verdad, denota que el cerebro no digiere correctamente su alimento, y que es débil, de por sí o por accidente. En efecto, recuerdo haber conocido a un hombre muy atemperado con unas bolsas como estas, y me sorprendía lo errado del postulado Aristotélico: este hombre dijo que no podía dormir, afligido por terribles preocupaciones, y como no escupía ni se sonaba, el humor excrementicio se dirigía al estómago y a los ojos, de modo que se le saltaban las lágrimas muy a menudo y a su pesar, los ojos se le volvían turgentes y le colgaban bolsas, y casi nunca sentía apetito; terminó muriendo de una enfermedad desconocida a los médicos, una fiebre muy moderada pero muy agresiva que acabó con él en los catorce días.



Apotelesma lxiv

Apotelesma lxiv    Entorno del ojo inflado.

orig:   (63.2)

Quienes tienen bolsas en los ojos muy hundidas son amigos del sueño. Se asocian a la pasión, pues cuando uno se despierta le cuelga la zona de los ojos. 

  ¶   1

Cuando nos pronunciamos por vez primera a propósito de estas bolsas dijimos que unas estaban llenas y turgentes y que otras eran rugosas; además, dentro de las turgentes, unas se encuentran solamente en la parte interna de los ojos, y otras ocupan tanto el párpado superior como el inferior. Así pues, cuando veamos a un hombre con los ojos inflados del modo señalado, y veamos que los párpados superiores están como duros y llenos de humor, diremos que este hombre, con estos ojos, es amigo del sueño. Aristóteles lo corrobora mediante la señal, y dice: cuando alguien se levanta tras un largo sueño o está muy cansado tiene los ojos inflados y lleva colgadas de los párpados unas bolsas como estas; a su vez, quienes duermen mucho y profundamente no son menos amigos del sueño que quienes se levantan tarde; por tanto, quienes tienen bolsas turgentes en los ojos son amigos del sueño, cosa que, como he dicho, también apunta el proverbio popular, pues cuando alguien tiene los ojos turgentes y apenas puede levantar sus pesados párpados se dice que tiene ojos somnolientos y que dormita de pie.



  ¶   2

Habiendo confirmado el postulado, digamos ahora a qué se puede deber tal cosa. Llamamos sueño a la refrigeración de los vapores que ascienden a la cabeza; los vapores refrigerados se vuelven humor; por tanto, el sueño nace de la abundancia de humedad, tanto más si el humor se vuelve pituita y agua; así, cuanto denote la abundancia de humor pituitoso en el cerebro y en la cabeza también indicará que ese hombre es amigo del sueño; a su vez, unas neblinas densas en los ojos denotan el predominio de este humor en el cerebro; son, por tanto, señales del amigo del sueño. La mayor no plantea dificultad alguna; la menor, a saber, que estas bolsas denotan el predominio del humor en el cerebro, se ha tomado de los principios de la medicina, y con razón, pues si el exceso de vigilia reseca los ojos, el exceso de sueño los llenará de humedad superflua y abundante, que es lo que había que demostrar.



Apotelesma lxv

Apotelesma lxv    Ojos pequeños.

orig:   (63.3)

Los de ojos pequeños son pusilánimes. Se asocian a la apariencia conveniente y al mono. 

  ¶   1

El tamaño natural del ojo debe ser proporcional al de su rostro, de modo que el semicírculo del rostro equivalga al semicículo de los ojos, y el intervalo que va desde el centro de las cejas hasta el ángulo externo de los ojos equivalga al que va desde ahí mismo hasta las raíces de la prominencia situada bajo la pupila, si bien es algo que el sentido no puede juzgar perfectamente. Así pues, según Aristóteles, cuando alguien tenga unos ojos más pequeños que la medida mencionada y más pequeños de lo que conviene a su rostro diremos que es pusilánime.



  ¶   2

Quedó dicho más arriba quién es el pusilánime; parece una disposición viciosa opuesta a la magnanimidad, que vale de virtud, y a la arrogancia, la soberbia y la vanagloria, que valen de exceso. Considero ojos pequeños los que apenas se dejan ver, cerrados o entrecerrados; por su parte, parece que esta pasión no es exclusiva de los pusilánimes, sino que también es propia de los temerosos, de los niños y de las mujeres, pues cuando temen dan en cerrar los ojos, no sé por qué motivo, y si se encuentran en la cama, se cubren los ojos con las sábanas, pues al no poder ver, creen que tampoco los puede ver el objeto de su temor.



  ¶   3

Estos ojos los asocia a la apariencia conveniente; creo que quiere decir lo siguiente: los de ojos pequeños y entrecerrados son débiles y temerosos, pues quienes temen en energía y en acto acusan esta afección de los ojos, luego si los que temen en acto disponen sus ojos de esta manera por efecto de la pasión del temor, quienes tengan estos ojos serán propensos a la temerosidad y a la pusilanimidad; así pues, cuando dice que se asocian a la apariencia conveniente, lo que quiere decir es que quienes tienen los ojos afectados de este modo son pusilánimes y temerosos porque así disponen su rostro y sus ojos quienes sienten temor. Por su parte, la razón consiste en lo siguiente: como los temerosos y los pusilánimes, mientras producen en realidad semejante disposición, en ellos los alientos se vuelven hacia adentro y se retraen hacia sus principios, abandonando los alientos los párpados, por fuerza los ojos se han de cerrar y han de mostrarse menores. Así pues, esta apariencia conviene a los pusilánimes y a los temerosos. Aristóteles también los asocia a los monos, pues tienen ojos pequeños y son temerosos, pusilánimes, pérfidos, de malas costumbres, malevolentes e infieles; por tanto, los de ojos pequeños son pusilánimes y acusan las pasiones mencionadas.



  ¶   4

Para dar con la causa, diremos: a los de ojos pequeños, de parpadeo frecuente y en cierto modo retraídos o hundidos en la cabeza, se les vuelven hacia las entrañas el aliento y el humor, parcos, y su calor es débil; por su parte, cuando alguien acusa un calor débil y los alientos se le vuelven a las entrañas abandonando las zonas superficiales, especialmente las superiores, es temeroso y pusilánime; por tanto, quienes tienen unos ojos como estos son temerosos y de naturaleza pusilánime; un individuo semejante, consciente de su temerosidad, siempre se cree despreciado, luego es malevolente y malvado, y por malvado, pérfido, y maquina calumnias a escondidas, y como se cree blanco del desprecio, se alaba con gusto, es superficial y está abierto a la adulación.



  ¶   5

Asimismo, la pequeñez de los ojos denota la sequedad del cerebro, de ahí que Hipócrates, si ya la considera perniciosa cuando se advierte en enfermos graves, siempre la tachó de indeseable, por ejemplo, en el segundo libro del De morbis popularibus, y creyó que denotaba una contracción del cerebro y una disposición contraria a natura. Además, en el libro quinto, sección cuarta, hablando de manera más general, dijo que si los ojos son potentes, lo es todo el cuerpo, y parece convenir con lo que hemos dicho nosotros, que los ojos demuestran la naturaleza, la disposición y el vigor del cerebro y de todo el cuerpo. Ahora bien, como el cerebro es el principal instrumento del sentido y del movimiento, parece razonable que según sea este, tal sea el resto del cuerpo, y es que de él depende toda la fuerza y la disposición del animal en tanto que animal; por tanto, como los ojos pequeños denotan una disposición cerebral contraria a natura e indican que tiende a la sequedad, son siempre malos, y especialmente si están hundidos, como si su oscuridad, ligada a la pequeñez, denotase la perfidia y la ingente maldad de su mente; no en vano, el cerebro es melancólico, luego la túnica que se adhiere a los ojos también se mostrará más amarillenta e impura. Si no estuviesen hundidos y fuesen, en cambio, pequeños y prominentes, demostrarían estupidez y charlatanería, pues semejante disposición de los ojos se asocia a los cangrejos o a las cigarras, animales de acción y movimiento inepto, lento y tosco.



  ¶   6

Quienes acusan una disposición semejante a la descrita ven mal y apenas distinguen las cosas de lejos, y si además de tenerlos pequeños, también les temblasen, y además fuesen garzos, denotarían perfidia, crueldad, prontitud a la calumnia y una total inestabilidad; en efecto, ese temblor demuestra una cierta impotencia del calor y, por tanto, que el hábito melancólico del cerebro lleva aparejado el frío, esto es, un calor diminuto y menor que el naturalmente requerido, incapaz de elevar los alientos del animal, solo flatos. Si fuesen pequeños y amarillos denotarían una sequedad ligada al calor, luego un cerebro bilioso y mal afectado por la bilis tostada; así pues, a este hombre lo tacharás de pésimo, cruel, iracundo, obstinado, cerrado a la súplica. Si alguien los tuviese pequeños, débiles, un poco negros y fijos en el suelo, como si no pudiesen soportar la mirada de los hombres, lo tahcarás de vergonzoso y temeroso, aunque pérfido, dados a maquinar horribles maldades mientras son presa de la ira, pero incapaces de llevar consumarlas por un cierto temor infundido en ellos; así pintó Dictis de Creta los ojos de Elena, y así fue pérfida, temerosa y maliciosa. Por su parte, los ojos pequeños, sea cual sea su color y su disposición, ligados a una cabeza grande o pequeña, como también opina Hipócrates, son siempre malos.



Apotelesma lxvi

Apotelesma lxvi    Ojos grandes.

orig:   (63.4)

Por su parte, los de ojos grandes se asocian a los bueyes, luego los ojos del hombre bien formado no han de ser ni grandes ni pequeños. 

  ¶   1

Este atributo se opone al anterior; llamamos grandes a los que exceden la moderación detallada más arriba: se ha apuntado que el diámetro del orbe o esfera ocular, pues ya hemos dicho que el ojo humano es redondo, debe equivaler naturalmente a la longitud de la nariz; a mí, en cambio, me parece cada cual puede juzgar por sí mismo qué partes del rostro son demasiado pequeñas o grandes, y cuáles son convenientes y cuáles no. Pues bien, la sentencia de Aristóteles dice que los de ojos grandes se asocian a los bueyes; pero, ¿qué quiere decir? ¿Acaso pretende que su cerebro acusa la misma disposición que el de los bueyes?; el caso es que el cerebro de los bueyes es pituitoso y melancólico, de ahí que tengan movimientos lentos y un ingenio tosco; por consiguiente, el razonamiento reza como sigue: los de ojos grandes se asemejan a los bueyes en esta parte; quienes se asemejan a los ojos de los bueyes también se asemejan a su cerebro, y son lentos, estúpidos y torpes; por tanto, los de ojos grandes son estúpidos y toscos.



  ¶   2

A juzgar por estas dos disposiciones opuestas, ambas viciosas y condenables, se deduce que lo loable es no tener los ojos ni grandes ni pequeños, sino medianos, pues esta condición consiste en la abnegación de ambos extremos, de modo que se encuentra en el punto intermedio medio, luego será bueno, prudente, de buen ingenio y bien avenido con todo.



Apotelesma lxvii

Apotelesma lxvii    Ojos hundidos.

orig:   (63.5)

Los de ojos cóncavos son malvados. Se asocian a los monos. 

  ¶   1

En primer lugar atendió el filósofo a algunas cualidades de los ojos; acto seguido consideró brevemente su tamaño; ahora analizará su posición. Los ojos contemplan tres posiciones: pueden ser demasiado prominentes, y reciben el nombre de prominentes; demasiado poco, y se denominan cóncavos y hundidos; o en su justa medida y según natura, y se los llama adecuados.



  ¶   2

Pues bien, en primer lugar trata de los cóncavos, y aunque no se trate de una verdad universal, es mejor tenerlos hundidos que no prominentes, al menos por el simple hecho de que los de ojos hundidos ven mejor que los de ojos prominentes. Ahora bien, Aristóteles dice que estos ojos denotan a los malvados, y que son semejantes a los de los monos, de natural malvados, como más arriba hemos dicho, pues les gustan las malas obras, les gusta rajar ropa y telas sin motivo alguno, y romper vasos, y otras actitudes semejantes, y parece disfrutar con el perjuicio y el mal. Así pues, es cosa cierta que el mono tiene los ojos hundidos; por su parte, es malvado; por tanto, se dice que los de ojos hundidos son malvados, pues se alegran de haber hecho el mal, luego son malevolentes y calumniadores, pero a escondidas, ya que, como hemos apuntado, son temerosos y pusilánimes.



  ¶   3

La causa de este efecto es la tendencia del temperamento cerebral a la sequedad melancólica, y es que cuando un hombre sufre un exceso de este temperamento recibe el nombre de demoniaco, y disfruta rompiendo herramientas y molestando a diestro y siniestro con dientes, pies, lengua, manos y de cualquier modo posible.



Apotelesma lxviii

Apotelesma lxviii    Ojos saltones.

orig:   (63.6)

Los de ojos eminentes son charlatanes. Se asocian a la apariencia conveniente y a los burros. 

  ¶   1

Este atributo es el contrario al anterior; llamo ojos prominentes a los que se proyectan hacia afuera, como en los cangrejos, las langostas y las cigarras. Aristóteles tacha a estos hombres de charlatanes (lat. fatui), pero no porque hablen mucho, de hecho, yo diría, más bien, estúpidos y básicos, pues todo los admira y quedan prendidos de cualquier historia, por fantasiosa que esta sea. Se asocian a la apariencia conveniente, esto es, se echa de ver que cuando alguien siente admiración, los ojos se le quedan como prominentes e inmóviles. Así pues, si es algo conveniente y natural que a quien sienta admiración se le queden los ojos prominentes, quien tenga los ojos naturalmente prominentes estará dispuesto a la estupefacción y admiración de prácticamente todas las cosas. Así, si quienes reproducen con acierto y propiedad la apariencia de la admiración y la estupefacción se quedan inmóviles, con los ojos prominentes y la boca abierta, sabiendo que quienes todo lo admiran son charlatanes, torpes y toscos como burros, los de ojos prominentes serán charlatanes y toscos.



  ¶   2

No reconozco lo que dice después, a saber, que se asocian a los burros, pues los ojos de los burros no son prominentes; por tanto, y a menos que exista un error, como sospecho, me inclino a creer que se han de asociar a la disposición del espíritu y la cualidad del ingenio; así, el sentido sería: los de ojos prominentes son charlatanes, estúpidos y toscos como los burros, una actitud que reflejan el estado y el hábito de quienes se admiran y se quedan estupefactos ante cualquier novedad inesperada, grande y hermosa o seria y terrible, pues se quedan estupefactos y con la mirada fija.



  ¶   3

Además, si bien es cierto que la prominencia de los ojos denota una escasez de pituita en el cerebro, también demuestra que la materia con que se formaron en un primer momento el cerebro y los ojos albergó una mayor cantidad de flato ligeramente frío; contenido por todas partes, este flato terminó por empujar la zona más débil, provocando la prominencia de los ojos; por tanto si el cerebro alberga un flato ligeramente frío, resulta evidente que este cerebro también alberga materia flatulenta, luego fría y pituitosa; de ahí que no discurran como es debido ni indaguen con exactitud las causas de las cosas y, al fin, sientan admiración; son temerosos y avaros, aunque no sepan por qué, y aunque no dan a quienes deben, con gusto reciben de quien nada les debe; son supersticiosos y fáciles de someter, olvidadizos, ineptos para el estudio y la ciencia, nacidos para servir, pero inestables, por crédulos, cualidad que toman de su cerebro pituitoso. Otros los pintan glotones, superficiales y demasiado indulgentes consigo mismos, lo cual no parece convenir con los principios mencionados.



Apotelesma lxix

Apotelesma lxix    Ojos ni saltones ni hundidos.

orig:   (63.7)

Y como no convienen a los ojos ni la prominencia ni el hundimiento, su hábito adecuado será el intermedio. 

  ¶   1

El corolario es semejante al anterior, que partía de la abnegación del exceso y del defecto en el tamaño; este parte de la medianía en la posición de los ojos, de modo que su sentencia reza como sigue: como no es bueno que los ojos se muestren excesivamente hundidos ni prominentes, el punto intermedio será sin duda el bueno y digno de elección. Esto bien se puede confirmar aduciendo la naturaleza de los opuestos: así, sabiendo que cualquier cosa es susceptible de recibir una afirmación o una negación, y que dos afirmaciones opuestas pueden ser falsas, pero no ciertas las dos, las negaciones que las contravienen podrán ser ciertas, pero nunca falsas las dos, como vendrá a corroborar la explicación.



  ¶   2

El ojo prominente y el hundido se contraponen entre sí; a estos dos se contrapone el ojo ni prominente ni hundido; a su vez, el prominente y el hundido implican maldad y charlatanería, perfidia y tosquedad, pasiones malas y reprobables; por tanto, el ojo ni promimente ni hundido implicará ausencia de perfidia, de maldad, de tosquedad y de charlatanería, pasiones estas no reprobables; y es que si una afirmación implica una afirmación, una negación podrá implicar una negación, luego si los ojos prominentes y hundidos son malos, el no prominente y no hundido no será malo, que es lo que había que demostrar. Por tanto, cuando los ojos de alguien acusen una disposición intermedia entre estas dos opuestas, diremos que ese hombre es vergonzoso, de buenas costumbres, nacido para la virtud, más simple que pérfido, apto para la acción, justo y no imprudente, bueno, sociable y religioso, y especialmente si el ojo fuese bastante negro; si fuese garzo diremos que goza de un ingenio óptimo y apto para las ciencias y las contemplaciones.



Apotelesma lxx

Apotelesma lxx    Ojos un poco saltones.

orig:   (63.8)

Los de ojos ligeramente hundidos son magnánimos. Se asocian a los leones. 

  ¶   1

Aristóteles atribuía a los ojos dos espectros cualitativos, uno relativo al tamaño y otro a la posición, y loaba el punto intermedio de cada uno de ellos. En verdad, como el exceso y el defecto pueden caer en diferentes categorías, mientras que solo existe un único término medio, pues decía en la Ethica, bebiendo de Hesíodo, que solo hay un tipo de hombre bueno, y muchos malos, considera ahora también los excesos y defectos moderados, y explica qué suponen. Un ejemplo bastará para demostrar la existencia de grados en el exceso y el defecto: el defecto en dar es la avaricia; la tenacidad parece menos intensa, y todavía menos la parsimonia; en el medio se encuentra la virtud, que carece de nombre; luego viene la generosidad y, por último, la prodigalidad, que da a quienes no debe, y cuando, y como, y por lo que no debe.



  ¶   2

Pues bien, empezando con el defecto, dice: los de ojos medianos y ligeramente hundidos son magnánimos, pues se asemejan en este aspecto a los leones. Así pintaron los ojos de Aristóteles, si bien Diógenes de Laercio le dio unos ojos pequeños y ligeramente hundidos; algunos creen que Aristóteles se veía magnánimo, y que en el cuarto libro de la Ethica, en el capítulo dedicado a la magnanimidad, se describió a sí mismo y sus costumbres; el fundamento de esta virtud es que los magnánimos se creen dignos de grandes cosas, y lo son realmente, prestan atención a honores y ofensas de grandes dimensiones, mientras que no se preocupan de los pequeños; pues bien, diremos que el león es magnánimo y tiene los ojos ligeramente hundidos; por tanto, los de ojos hundidos son magnánimos. Valga también lo siguiente: cuando a alguien se le hunden tanto los ojos como para destacar la prominencia de las cejas, este individuo se asemeja a los leones; por su parte, quienes se asemejan en cuerpo a los leones son magnánimos en su alma; por tanto, los de ojos ligeramente hundidos son magnánimos.



  ¶   3

La menor no plantea dificultad, pues resulta evidente, y es que los leones tienen cejas como las descritas. La mayor, a saber, que quienes se asemejan en cuerpo a los leones albergan un germen de magnanimidad, depende de la siguiente posición: según sean los instrumentos corporales serán las operaciones e inclinaciones naturales del alma, cosa que en cierta medida parece convenir con las palabras de Galeno, cuando dice que las costrumbes del alma siguen el temperamento del cuerpo, no porque el temperamneto del cuerpo nos infera un hábito natural, como el canto de los ruiseñores o el aleteo de los peces, sino porque provee de una inclinación y una propensión a esta costumbre antes que a otra, en la que el hombre habrá de caer fácilmente, a menos que la recta razón, la ley o la educación opongan resistencia, y es que la mente y el alma humana no toman de la naturaleza más que unas egregias potencias para el ejercicio y el conocimiento de cualquier cosa, pero nada les impide estar más próximas en acto y hábito a una cosa o a otra. Como ya se ha dicho, esta proximidad y habilidad dependen de la materia y del cuerpo.



  ¶   4

Ya no cabe duda de que la posición aristotélica es cierta, pero su explicación me sigue pareciendo muy difícil. En efecto, ¿qué nexo, qué conveniencia o comunidad existre entre la prominencia de las cejas o el hundimiento de los ojos y la magnanimidad o la elación del espíritu? No he de negar, ciertamente, que los ojos cóncavos son más hermosos que los prominentes, y también más aptos para el ejercicio de su cometido, pues la fuerza bien ligada es siempre más potente, y su fuerza está mucho mejor ligada cuando los ojos están hundidos que no cuando son prominentes y están demasiado expuestos al aire. Ahora bien, si cabe apuntar algo, ciertamente los de ojos hundidos y cejas prominentes y gruesas, de ojos garzos o amarillos, tienen un cerebro cálido y seco por la combinación de la melancolía natural tostada y de la bilis amarilla, pues así domina la materia ósea, y los ojos son medianos y no albergan demasiado excremento pituitoso, de modo que el cerebro es moderadamente melancólico. Por su parte, como los ojos tienden a la pequeñez, en caso de ser amarillos, como los del león, el cerebro podría albergar bilis amarilla, que implica magnanimidad, esto es el deseo de supereminencia y la irritabilidad frente a lo que supone un gran impedimento, y así persiguen las grandes ofensas con mucho fervor y ansían sobremanera altos honores, pues creen elevarse con ellos y acercarse a los astros.



  ¶   5

Creo, pues, que esta razonable argumentación basta para explicar por qué el hombre de ojos ligeramente hundidos y amarillos, como pintan los de los leones, son magnánimos y nobles. También es probable que sean justos, plácidos y mansos, a menos que se vean ofendidos, pues entonces, presas de la furia, se libran a toda clase de peligros, y buscan entre flechas y enemigos la noble muerte en la batalla, y nada les parecerá más dulce que la venganza y, sedientos de venganza, no atienden a su integridad ni a su propia vida; despuesta la ira, son humanos, plácidos, suaves y mansos, no recuerdan los males y viven felices.



Apotelesma lxxi

Apotelesma lxxi    Ojos más saltones de lo debido, esto es, que salen un poco más allá de lo que debieran.

orig:   (63.9)

A quienes se les hunde más de la cuenta, mansos. Se asocian a los bueyes. 

  ¶   1

Hemos dicho que Aristóteles contemplaba cinco posiciones de los ojos; en una, los ojos no estaban proyectados ni hundidos; en el segundo, estaban muy hundidos, y de este se ha hablado más arriba; en el tercero trataba de los ojos demasiado prominentes; en el cuarto, que acabamos de tratar, analizamos los ojos ligeramente hundidos, esto es un poco inclinados al defecto; ahora se propone el quinto estado, que considera los ojos un poco inclinados al exceso y a la prominencia. Así pues, la sentencia de Aristóteles dice así: los de ojos un poco más prominentes de lo que requiere su disposición natural son mansos, se asocian a los bueyes y acusan una naturaleza del alma semejante a la de ellos, como también les sucede con el cuerpo, es decir, así como se asocian a los bueyes por el cuerpo, también lo hacen por el espíritu.



  ¶   2

El término “mansos” parece aplicarse a quienes, en cierto modo, se oponen a los magnánimos, esto es, a quienes no son elevados, ni arrogantes, ni soberbios, ni amigos de la venganza, capaces de perdonar la ofensa y de ira moderada. Así pues, los pinta mansos, esto es próximos a la ausencia de ira. Por su parte, para describir la ligera prominencia en cuestión basta aducir la disposición de los bueyes, de ojos un tanto grandes y ligeramente proyectados, denotando una disposición radicalmente opuesta a la que atribuimos a los leones.



  ¶   3

Ahora bien, cuando hablo de bueyes, entiendo los castrados, y es que vueltos más fríos y húmedos que los toros, tienden a un hábito pituitoso y terreno, de ahí que, por efecto de la pituita, parezcan mansos y faltos de ira; no obstante, de verse ofendidos, se terminan enfureciendo mucho y mucho tiempo. Cuando Homero pintó a Juno con ojos de buey, creo que se refería a un color, y no al hecho de que los ojos o el temperamento del buey fuesen aéreos, pues esto no es verdad. Cierto es que vive poco tiempo y crece rápidamente: si vive poco tiempo es porque los activos no se entienden adecuadamente con los pasivos ni se han sometido a una combinación metódica y completa; en cuanto a su rápido crecimiento, acaso se deba al calor con mucha humedad. He dicho también que los ojos de los bueyes tienen el color del aire, esto es el que vemos en el aire, un color acuoso y cerúleo, como el de una nube clara en el cielo.



  ¶   4

Así pues, con razón dijo Aristóteles que los de ojos ligeramente prominentes son mansos, y así como el cuerpo reproduce los ojos del buey, el espíritu reproduce su mansedumbre, que acaso comparta causa con los ojos. Esta es, pues, la sentencia del presente apotelesma, que pone punto y final a la sentencia aristotélica a propósito de los ojos.



Apotelesma lxxii

Apotelesma lxxii    Frente pequeña.

orig:   (64.1)

Los de frente pequeña son indisciplinables. Se asocian a los cerdos. 

  ¶   1

La zona del rostro situada sobre los ojos se denomina frente, y sobre ella pretende disertar ahora Aristóteles. Dicen que el término frente viene del verbo llevar (lat. fero), puesto que esta lleva en sí los indicios del espíritu; no en vano, la frente refleja la felicidad y la tristeza, la severidad y la misericordia, la ira y la mansedumbre. Llamamos frente a todo el espacio que cercan por arriba las raíces del cabello, por abajo las cejas, y por los lados los pelos de las sienes. La piel de la frente es la única del cuerpo que se puede mover a voluntad, pues lleva ligados por debajo dos músculos dilatados que mueven consigo la piel de la frente; están tan dilatados que empiezan junto a los cabellos y se inserta en el extremo de las cejas, y son tan grandes como el ancho de estas; su cometido consiste en retraer las cejas y ayudar en la apertura de los ojos, pues cuando se llevan las cejas hacia arriba también se eleva el párpado superior, y el ojo se ve despejado. Así pues, como los músculos son los principios y los instrumentos del movimiento voluntario, y estos en particular se encuentran en la cabeza y toman su movimiento y su sentido del cerebro, resulta razonable que la ramificación de los nervios les permita demostrar de manera inmediata las afecciones y disposiciones de la voluntad. Con todo esto queda claro por qué la frente recibe este nombre, y qué es, y en virtud de qué y por qué es indicio de la voluntad.



  ¶   2

Creían algunos que la frente era la parte más poderosa del rostro; Cicerón, por su parte, parece distinguir la frente y el rostro, como el famoso refrán; escribiendo a Antonio, dice que habría preferido tratar con él en persona antes que por carta, para comunicarle su amistad no solo de palabra, sino también con su rostro, sus ojos y su frente; y en otro lugar, hablando con Ático, dice que su frente y su rostro transmiten esperanza, pero que siente miedo en su interior: bien cierto es que se puede tratar de un giro pleonástico, pero yo también creo posible distinguir la frente y el rostro, como la palma y la mano.



  ¶   3

Así pues, se propone el primer apotelesma a propósito de la frente. Dice así: los de frente pequeña son indisciplinables. Ahora bien, la frente puede ser pequeña bien porque los pelos bajan demasiado y la ciñen más de la cuenta, o bien porque la cara externa de la calvaria es pequeña y estrecha, y está hundida, y es que me sé de algunos que, aunque no les bajaban los cabellos, apenas tenían frente. A su vez, como se han de estudiar sus diferencias de tamaño, conviene determinar primeramente cuál es el tamaño razonable y natural de la frente que servirá de baremo para la pequeña y la grande. Los pintores, como quedó dicho más arriba, y quienes han hablado de la proporción del cuerpo humano dividen el rostro humano decente, desde la raíz de los cabellos hasta el extremo de la barbilla, en tres partes iguales y, en sus palabras, unísonas: la primera parte va de la raíz de los cabellos hasta el centro de las cejas; luego, de ahí hasta el extremo de la nariz; la tercera termina en el extremo de la barbilla. Conviene figurarse una línea recta tripartita que baje por la perpendicular: la altura de la frente ha de equivaler a la longitud de la nariz y al ancho de la boca. Por tanto, me parece que cuando un rostro es pequeño por haber bajado los cabellos y haber ceñido la frente invadiendo su espacio, denota al hombre indisciplinable, esto es tosco y no solo inepto para la contemplación, sino también enemigo de ella.



  ¶   4

Propiamente se denomina indisciplinado a quien carece de la potencia que vuelve a los hombres aptos para captar las formas de las cosas, a saber, el intelecto; y no es que no tengan intelecto, sino que es tosco, confuso y tenebroso por la imperfección e impotencia de la fantasía. Estos suelen no entender ni asimilar los principios de las ciencias, incapaces como son de distinguir lo evidente y lo desconocido; a tal punto desprecian las ciencias que hacen mofa de los hombres dedicados a ellas, a quienes desprecian, ellos, que se dan a los placeres, a la gula y al placer carnal, esposos de Penélope, como decía el otro, y calaña de Alcino 4-21. Así pues, Aristóteles dice que el primer tipo de frente estrecha a causa de los cabellos acusa las costumbres de los cerdos, y lo demuestra con la señal, diciendo: los cerdos son indisciplinables; además, tienen una frente pequeña; por tanto, los de frente pequeña son indisciplinables; pequeña, como he dicho, por el descenso de los cabellos, esto es, por haber descendido tanto sus raíces que ocupan prácticamente la mitad de la frente.



  ¶   5

Por su parte, la causa de esta sentencia podría ser la siguiente: las zonas donde no debería haber excrementos los tienen en abundancia, acuosos y terrenos, con predominio del agua sobre la tierra y cualidades de lodo; quien acusa tal temperamento parecerá aprehender, pues es propio de lo húmedo recibir, y debería retener, como es propio de lo seco y de la tierra; pero como falta calor y la fuerza activa es débil, no gozan de buen juicio, que se basa en la fuerza activa; mas como la prevalencia del calor no consigue que la humedad y la sequedad se mezclen como es debido, ni esta retiene ni la otra recibe, bien al contrario, cada uno se ve impedido por el otro, y ni el humor recibe ni la sequedad retiene. Valga, al caso, la siguiente demostración: los de frente angosta por el descenso de los cabellos hacia las cejas albergan mucho humor denso y excrementicio en la parte anterior del cerebro; quienes albergan un humor como este en el primer ventrículo y la parte anterior del cerebro acusan fantasmas toscos, poco elaborados e indistintos; semejantes individuos son toscos y poco aptos para la comprensión de las ciencias y las disciplinas; por tanto, los de frente angosta por el descenso de los cabellos hacia las cejas son indisciplinables.



  ¶   6

Para despejar toda duda sobre el hecho de que los fantasmas toscos e indistintos producen la obtusidad del intelecto, basta recordar que el hombre inteligente debe estudiar sus fantasmas, luego de ser estos indistintos y toscos, su intelección ha de ser tosca, pues según sea el objeto, tal será también su operación. Por su parte, los fantasmas dependen de la fantasía; esta, a su vez, como fuerza en la materia, sigue la disposición de la materia en que se encuentra, y obra mejor o peor, con mayor o menor perfección, según los accidentes hayan dispuesto esa materia.



  ¶   7

Queda por estudiar cómo son o podrían ser quienes tienen la frente angosta por una mala conformación del hueso. Ya hemos dicho que todas las disposiciones corporales contrarias a natura denotan una falta en el alma, pues según sea el sujeto de la perfección, tal será su perfección, y todo el cuerpo de un animal, una parte, una pasión o una potencia, todo ha de venir del alma, luego a tal cuerpo, por analogía, tal alma, tal forma y tal perfección. En nada importuna achacarlo a la materia o al azar: primeramente, porque lo formado y la forma son cosas relativas, y un cambio en uno de ellos se ha de reflejar también en el otro; además, una causa eficiente y agente con potencia superaría todas las imperfecciones de la materia y los impedimentos del azar. Así pues, cuando alguien acuse una malformación en el hueso sincipital, sea por la causa que sea, el cerebro que está debajo podría no estar bien formado ni bien dispuesto, y sus acciones futuras podrían no ser perfectas; por su parte, el cerebro es el principio del sentido y del movimiento progresivo, fundamentos del animal perfecto; por tanto, parece razonable que los hombres con el hueso anterior mal formado acusen acciones, movimientos y un sentido imperfectos.



[Apunte]

  ¶   8

Por otra parte, me parece que el subdesarrollo de la frente se puede deber a dos problemas diferentes durante la conformación del hueso sincipital, relativos a su altura o a su ancho. Esto se entenderá mejor si uno concibe mentalmente dos maneras de comprimir la calvaria: la primera, por las sienes, de modo que la cabeza se extendiese hacia adelante y hacia atrás, y en este supuesto la frente se estrecharía demasiado y se echaría en falta la longitud deseable del hueso, como cuando se aplica esta compresión lateral a una bolita de arcilla; el otro modo, presionando fuertemente con la mano sobre la frente, de modo que el extremo de la palma caiga sobre la raíz de los pelos y los dedos sobre la sutura coronal, y en tal caso verás que la frente se estrecha y se vuelve más larga. Pues bien, como existen dos modos, veamos en primer lugar qué supone el primero.



  ¶   9

Así pues, el de frente angosta por una excesia contricción de las sienes tendrá el cerebro constreñido por delante, deforme, pues, luego su primer ventrículo estará mal afectado, y la fuerza de esa parte se conservará malamente, y su operación será débil, pues según sea el órgano, tal será la potencia, y según sea la potencia, tal será la operación. Pues bien, si el ventrículo cerebral anterior se enccarga de las operaciones de la fuerza fantasiosa, como opinan algunos, quien acuse la figura en cuestión no podrá distinguir con exactitud y claridad las cosas ni sus especies; por tanto, sabiendo que el inteligente estudia sus fantasmas y que el ejercicio intelectual depende de su estado, las intelecciones serán confusas e imprecisas, lo cual le valdrá a este individuo el nombre de tosco e indócil; además, como en un lugar estrecho los alientos se terminan por confundir, será precipitado en sus consejos, y desordenado, y no escuchará razones, y por atribuirse de más será inquieto, inestable y estúpido en su inestabilidad. Pues bien, estos y otros accidentes semejantes serán los que acuse quien tenga una frente como esta.



[Frente angosta]

  ¶   10

Por otra parte, cuando un hombre presenta una frente estrecha y hundida por haberse orientado casi toda su parte superior hacia la calvaria, algunos lo tacharían de blando; yo creo que son indóciles y no muy exactos. Este es el sentido. Ahora bien, resulta absurdo que sean afeminados, esto es blandos, pues los nervios no nacen del primer ventrículo; además, al ver que la forma de la calvaria y del cerebro está perturbada, y sabiendo que, por consiguiente, también lo está el principio de los sentidos, me inclino a creer que estos hombres, aun siendo menos toscos e insulsos que los anteriores, no dejan de serlo, y aun así se ríen y se burlan de los demás. Añade que son simuladores y no solo faltan o intentan faltar a su palabra para con los demás, sino consigo mismos; son tan charlatanes que se engañan a sí mismos. Este hundimiento de la frente es propio del cerdo, el animal más inútil en vida, cuya sola alma, según dicen, es la sal con que se lo adereza. A la luz de estas cosas, pues, queda claro qué denota la frente pequeña y por qué lo hace.



  ¶   11

Por lo demás, como todo lo afín a natura suele ser bueno, y lo contrario a natura malo, y tanto peor cuanto más se aleja de esta natural disposición, si las disposiciones de un cuerpo, por abominables, no dejasen traslucir la mínima naturaleza o forma humana, este cuerpo no albergaría ni tan siquiera trazas de las operaciones del alma racional; de ahí que no se consideren humanos, y con razón, los fetos sin cabeza.



Apotelesma lxxiii

Apotelesma lxxiii    Frente grande.

orig:   (64.2)

Quienes la tienen grande son lentos. Se asocian a los bueyes. 

  ¶   1

Tras haber hablado de la pequeña, enuncia ahora qué opinión merece la grande. Se denomina frente grande la que excede a la natural en ambas dimensiones; y si la frente acusa una longitud y un ancho grandes, también será amplia la calvaria que subyace; así pues, donde hay una frente grande hay un hueso grande y abundante, de modo que prevalece la materia terrestre y, por tanto, la melancolía que, fría y seca como es, responde a la tierra; la tierra es pesada e inepta para el movimiento, y cualquier cosa con tales cualidades se asocia a la lentitud, una lentitud que es más reposo que no movimiento; así pues, al de frente grande lo llamamos lento. Esto lo corrobora la propia señal, pues son semejantes a los bueyes; en efecto, los bueyes tienen una frente grande y son lentos, luego a los de frente grande los llamaremos lentos.



  ¶   2

Esta amplitud de la frente del buey castrado se debe principalmente a la exuberancia de los huesos y al grueso de la materia que, de tan terrena que es, le induce pasiones e inclinaciones terrestres al animal que acusa semejante frente. Y acaso no estaría mal entender por lentitud una irresolución para obrar y emprender acciones, como se dice de Nicia, el general de los atenienses. Como causa de origen y provativa diremos: el de frente grande alberga una gran calvaria y, por consiguiente, un gran cerebro, luego mucho principio de refrigeración y un calor moderado en el corazón; a su vez, quien tiene un calor templado, principio de un movimiento bastante vehemente, como el frío lo es del reposo, se tacha de desconsiderado, irresoluto y lento en sus acciones; por tanto, el de frente grande, como Pertinax y Didio Juliano, es, con razón, lento.



  ¶   3

Ahora bien todos los calvos tienen una frente grande, pero no todos son lentos; no en vano, fueron calvos César, Sócrates y Severo, y ninguno de ellos fue lento: César parecía deber todo su éxito a su celeridad, y nadie tacharía de lentos a Severo o a Sócrates. Por tanto, alguno se preguntará si todos los calvos tienen una frente grande, pues en tal caso también tendrían una frente grande quienes hubiesen perdido el pelo por la fiebre francesa, cosa a todas luces ridícula, pues llamamos frente a una piel que se mueve a voluntad y naturalmente lampiña, y si por un casual viniesen a perderse los cabellos o no diesen en nacer, sería algo accidental.



  ¶   4

Nuevamente se plantea la ocasión de cuestionarse las cosas: más arriba se apuntó que los de frente pequeña son indisciplinables; ahora se dice que los de frente grande son lentos. La razón de la duda parece ser la siguiente: si los de frente pequeña son indisciplinables, sabiendo que son lentos, acaso más que lentos en la captación de las doctrinas, los de frente pequeña serán lentos, luego la frente pequeña será señal de lentitud; ahora bien, la frente grande también es señal de lentitud, y estaríamos ante dos señales contrarias que denotan una misma cosa, cuando lo más probable y razonable es que las señales opuestas denoten propiedades opuestas, y que así como los efectos opuestos tienen causas opuestas, también las señales opuestas denoten disposiciones opuestas; así pues, Aristóteles erró al decir que la frente pequeña denota la indisciplinabilidad y la grande la lentitud; es más, si la pequeña denota al hombre indisciplinable, la grande debía denotar a un hombre bastante ingenioso y curioso, y muy preparado para la comprensión de todas las artes y las ciencias.



[Cuestión]

  ¶   5

No es esta una cuestión de difícil respuesta, y es posible dar varias. En primer lugar, no se sigue que los indisciplinables sean lentos, pues una cosa es ser lento para la comprensión de las ciencias y otra distinta ser lento de manera absoluta: la cualidad del indisciplinable puede venir de un fuego seco y sutil abundante que agita continuamente su fantasía, como cuando el viento agita el agua estancada y le impide reproducir la imagen de nada; a su vez, cuando nuestra fantasía no tiene los fantasmas en reposo no los podemos escrutar y, según los peripatéticos, sin su escrutinio, una mente ligada a un cuerpo no puede desarrollar la intelección; así pues, con razón he dicho que no todos los indisciplinables son lentos, antes bien, los indisciplinables merecen el nombre de violentos, obstinados, fieros, crueles y precipitados. Un ejemplo de esta violencia e indisciplinabilidad, por así decirlo, se puede advertir fácilmente en los jabalíes grandes y en las golondrinas.



[Solución]

  ¶   6

Además, tampoco es absurdo que dos señales opuestas, una del exceso y otra del defecto, denoten una pasión y disposición idéntica en género, pues una misma causa en género puede producir efectos opuestos; además, en las entrañas de un cuerpo humano tanto el exceso de calor como el de frío denotan la inminencia de la enfermedad y la muerte. La causa es que los compuestos naturales y cuanto acusa una forma natural consisten en una determinada medianía, pues la fuerza y la forma de los compuestos naturales es una especie de medianía, y esta misma medianía es el punto del que se han alejado el vicio, la imperfección y la privación, de modo que tanto la frente pequeña como la grande denotan la imperfección y el vicio, aun si difieren en género. Por tanto, no son dignos de admirar ni los de frente pequeña ni los de frente grande, y quien goce de la medianía no será ni indisciplinable ni lento.



  ¶   7

Asimismo, apunto que la lentitud se puede asociar tanto al alma como al cuerpo, y que la del espíritu también contempla dos clases, una de acción y otra de reconocimiento; de todos modos, creo que la frente grande denota, principalmente, la lentitud de acción: no en vano, se denomina propiamente lentos a quienes dedican mucho tiempo a la consumación de sus acciones; por su parte, sabiendo que una acción es una operación humana con elección y razón, y que tiene un principio, un punto medio y un final, y que el principio de la acción es su consideración y contemplación, llamaremos acción lenta a la que dedica mucho tiempo al primer punto y a cuanto lo sigue. A la luz de todo esto, pues, queda claro el valor del tamaño de la frente.



  ¶   8

Un escritor moderno consideró que una frente grande semiesférica, que diese la impresión de ser una calva, denotaba una gran bondad y santidad de costumbres, cosa que confirma diciendo haber visto a un individuo de frente muy grande, tanto que lo hacía parecer, una frente semejante a un semicírculo o una semiesfera, que gozaba, a su vez, de óptimas costumbres. Ahora bien, en primer lugar, recuerdo lo que tantas veces se ha apuntado, a saber, que la medianía denota la perfección, y que tanto la falta como el exceso demuestran siempre la imperfección; adimismo, le diría a este autor que no se puede inferir una proposición universal a partir de un solo individuo bueno, pues una golondrina no hace primavera. Además, ¿qué dirá si se le replica que esa bondad no depende de esta característica? Añado que, por regla general, se pintan buenos los torpes y estúpidos porque no obran mal, y quien no peca de obra suele merecer el nombre de bueno, si bien es cierto que no es menor el pecado por omisión que por obra. Este mismo autor dice haber observado a otro individuo cuya frente reproducía un círculo casi perfecto, a tal punto era prominente, y cree que gozaba de un ingenio óptimo, y que semejante frente era indicio de un ingenio excelente. Yo, por el contrario, he conocido a algunos con esta frente semicircular y redonda que aquejaban todos los vicios y carecían de ingenio y juicio.



  ¶   9

A mí esta frente me parece un monstruo ridículo, y descarto que albergue nada loable. Por su parte, si a juicio de ese mismo autor la frente proyectada haca adelante denota un ingenio leve, y este ingenio no es excelente, la frente proyectada hacia fuera no ha de ser indicio de la excelencia de ingenio; ahora bien, ¿cómo podría una frente parecer redonda y reproducir un círculo perfecto sin ser muy prominente?; cabe deducir, pues, que esta figura de la frente contraria a natura no es indicio de un ingenio óptimo. Además, si un ingenio óptimo es la pasión que acompaña a una cabeza en su estado natural, sabiendo que semejante prominencia y convexidad de la frente no es la disposición del estado natural, cabe deducir que la bondad del ingenio no irá naturalmente ligada a semejante figura, y de suceder, sería algo extraordinario y fruto del azar; no en vano, si una cabeza bien formada ha de reproducir una esfera ligeramente comprimida por las sienes, creo que resulta evidente cuán lejos se encuentra de esta forma una cabeza con una frente semejante a un círculo perfecto o casi perfecto, pues en tal caso las sienes tendrían que juntarse prácticamente entre sí, y apenas habría espacio entre una oreja y la otra.



  ¶   10

Otros creen que el gran tamaño de la frente denota osadía, sagacidad, astucia, un ingenio grande y sutil, iracundia, propensión a la mentira y perfidia; ahora bien, en primer lugar, no aportan razón alguna; además, me parece que estos atributos incluyen una contradicción, de modo que pierden todo su valor, y es que si la osadía es fruto del calor abundante, y la frente grande es indicio natural de una cabeza grande y, por consiguiente, de un gran cerebro, luego de un principio del frío natural de grandes dimensiones, que termina apocando el calor del corazón, se sigue que donde haya una frente grande y una cabeza grande no abundará la osadía ni, por tanto, la iracundia; a su vez, vemos que los de cabeza grande suelen ser más propensos al sueño y al reposo que no al movimiento y a la osadía. Además, si la razón del sagaz y del astuto reside en la consideración y en la reflexión, se sigue que los sagaces sean considerados y reflexionen; ahora bien, quienes acusan tales cualidades no son rápidos ni prontos, sino parsimoniosos, luego moderadamente fríos y, por tanto, no osados, pues como más arriba se ha dicho en varias ocasiones, la prudencia reside en el calor templado, y la osadia en el calor excesivo, y el temor en su defecto; así pues, no puede ser a un tiempo osado y temeroso, luego tampoco osado y astuto, como ya sugiere el género animal, donde los astutos, como el zorro, suelen ser temerosos; lo mismo aplica a los gatos pues, siendo más temerosos que los perros, son también más astutos y agudos. Por el mismo motivo la ira del osado no lleva aparejada la mentira ni la astucia, toda vez que surgen de principios opuestos, y un único y mismo elemento no contempla, por sí mismo, contrarios; además, vemos que todo el género de los insectos, que es muy artificioso, es exsangüe, luego temeroso, y el género de los perros más sagaces y aptos para las disciplinas es también, dentro de su género, bastante temerosos, pues rara vez concede la naturaleza dos armas defensivas a una única especie animal: al animal que se defiende con vigor y osadía no le ha otorgado astucia agria ni ingenio falaz; y por el contrario, al de cuerpo débil le dio rapidez de pies o astucia y artificio para cuidar de sí mismo.



  ¶   11

Así, de un modo mucho más razonable, Polemón llamó débil e indolente al hombre de frente grande, pues la gran masa cerebral alberga mucha humedad fría, que es, según dicen, el principio de la debilidad y de la indolencia, pues resulta evidente que la humedad acuosa es más propensa al padecimiento que a la acción. Ahora bien, a mi entender, como la frente grande denota la magnitud del hueso, también implica indolencia, en tanto que consecuencia de la tierra; a su vez, en tanto que denota una gran masa cerebral, también implica debilidad y una cierta impotencia de las fuerzas corporales a la hora de actuar.



Apotelesma lxxiv

Apotelesma lxxiv    Frente redonda.

orig:   (64.3)

Quienes la tienen redonda son insensatos. Se asocian a los burros. 

  ¶   1

Me inclino a considerar redonda la frente que parece reproducir una porción un poco más pequeña que la media esfera, de modo que estará bastante elevada por el centro; se trata de una frente convexa, como la de los burros, y grande; no en vano, en la descripción del insensato se habló de una frente circular, grande y carnosa.



  ¶   2

Por insensato no solo entiendo al individuo opuesto al de óptimo sentido; antes bien, al tosco, incapaz de disciplina, impreciso, un hombre entregado a los placeres, imprudente, desentendido e incapaz de distinguir lo que se ha de hacer y lo que no. Esta frente redonda se echa de ver en las antiguas estatuas de bronce de los emperadores Otón, Cómodo, Heliogábalo y Balbino, y si bien es cierto que Balbino fue el menos malo de todos ellos, también fue excesivamente temeroso, y es que, según Julio Capitolino, se echaba a temblar al oír el nombre de Maximino; además, no era menos lujurioso que los demás ejemplos aducidos.



  ¶   3

A su vez, creo que la principal propensión del asno es una inclinación indiscreta e impúdica a los placeres corporales y a hacer cuanto se le antoje, sin tener en cuenta las circunstancias, el lugar o la compañía.



  ¶   4

El sentido del apotelesma, pues, reza como sigue: los de frente redonda son insensatos, no juzgan con exactitud ni sutileza, ni disciernen lo conveniente de lo no conveniente; en efecto, su cuerpo recuerda en esta parte a los burros, de modo que sus propensiones del alma también imitarán las inclinaciones de los burros.



  ¶   5

Pues bien, un ejemplo bastará para corroborar lo dicho. Los burros son toscos, insensatos y mentecatos; asimismo, tienen una frente grande y redonda por arriba; por tanto, los de frente redonda son insensatos, que es lo que había que demostrar. Veamos por qué. El burro es de temperamento frío y seco, luego soporta el frío con bastante dificultad, y no puede vivir en los lugares fríos, luego su calor natural es débil; a su vez, cuando el calor débil se encuentra en una materia tenaz y viscosa suele moverse en forma de esfera, como se echa de ver en el almidón en polvo mezclado con agua: en efecto, a fuego lento va formando círculos y pequeñas semiesferas en su superficie; a fuego fuerte, en cambio, estas se vuelven más finas y terminan por explotar; no obstante, si el frío exterior fuese potente y consiguiese evitarlo, conservarían su forma semiesférica. Así pues, ¿por qué no habría de reproducir esta misma forma en una materia homogénea, fría y tendiente a la sequedad, un calor interno débil en movimiento y cohibido por un impedimento constante?



  ¶   6

Partiendo de este supuesto, cabría formular la siguiente proposición: cuando el calor débil pone en movimiento la parte menos resistente de una materia sometida al frío y la densidad, la vuelve redonda y semiesférica; el calor natural del burro, que es lo que forma su cabeza, cumple estos requisitos, a saber, es débil y se encuentra en una materia fría y seca; por tanto, la mueve en forma esférica, especialmente allí donde su movimiento no se ve impedido por la forma ni por la razón del burro; se trata de la parte anterior de la cabeza, esto es la frente que cae entre las orejas; por tanto, los burros tienen esta parte redonda. Así pues, invirtiendo la mayor, quienes tengan la frente redonda por arriba albergarán un calor débil, el cual habrá formado la cabeza; es probable que estos individuos también tengan las partes internas del cerebro mal digeridas, imperfectas y no exactamente elaboradas; quienes aquejan tales carencias son imprudentes e imprecisos, no gozan de sentido común y son superficiales, pues solo se preocupan del placer; por tanto, quienes tienen redonda la parte superior de la frente son toscos e insensatos, que es lo que había que demostrar. Si se nos preguntase por qué los de frente redonda son insensatos y toscos, diremos se debe a la imperfección y mala elaboración de los ventrículos cerebrales. ¿Por qué sucede tal cosa? Porque el calor natural y la fuerza formadora de esas partes son débiles, de modo que la materia es fría y seca, pues la falta y privación de un contrario supone la presencia del otro. Esta frente es femenina, luego denota a un hombre ajeno a las preocupaciones y no muy atento a lo que tiene que hacer.



  ¶   7

Algunos de los mejores filósofos modernos creen que la frente redonda denota a un tiempo iracundia e insensibilidad. Ahora bien, si la iracundia es fruto del calor que dilata y disgrega lo disemejante, cabe señalar que, al hacer tal cosa, ablanda, atenúa y disipa; lo blando y disipado es susceptible de padecimiento; el padecimiento, por su parte, viene del sentido; por tanto, el iracundo será sensible. Por su parte, como el frío condensa, ciñe y constriñe tanto lo homogéneo como lo heterogéneo, también vuelve al hombre insensible, luego resultará difícil dar con un individuo a la vez insensible e iracundo, toda vez que el insensible percibe mal y no juzga con exactitud y sutileza. Por último, si es paciente y duro, ¿cómo va a ser iracundo? Se aduce la autoridad de Polemón, para quien esta frente orbicular y alta denota al hombre insensato e imprudente, pues no discierne lo conveniente de lo inconveniente y tampoco se emociona ante la ignominia, luego merece el nombre de impúdico y mentecato.



Apotelesma lxxv

Apotelesma lxxv    Frente menos plana, esto es, redonda o convexa.

orig:   (64.4)

Por su parte, quienes la tienen menos plana son sagaces. Se asocian a los perros. 

  ¶   1

Resulta evidente que el texto está errado en este punto, como ya apuntaron otros, pues el término griego ἀναίθυτος no significa sagaz, sino insensato; en verdad, si fuese insensato quien tuviese una frente como esta, no recordaría al perro; además, si el de frente perfectamente redonda es insensato, no parece razonable decir lo mismo de quien no acuse esta redondez tan perfecta. Me inclino a creer, pues, que la sentencia de Aristóteles es como sigue: los de frente redonda son insensatos; a su vez, quienes acusan una redondez un poco menor y tienden a una frente plana son irracionales o impúdicos, y se asocian a los perros.



  ¶   2

El error pudo deberse a la relativa semejanza del término ἀναίθυνον, insensible o insensato, y ἀνεύθυνον, que denota, entre otras cosas, al hombre carente de razón, incapaz de explicar por qué actúa de un modo o de otro, pasión que parecen acusar los perros más estimados entre nosotros, pues también se enfadan sin motivo, ladran y corretean jugando de aquí para allá. O podríamos leer también ἀνωθετον, voz aplicada al hombre inepto, inútil y diletante, esto es, al que pretende hacer muchas cosas y, en verdad, no hace nada. También podríamos explicarlo del siguiente modo: concibamos mentalmente la frente que, en el apotelesma anterior, pintamos bien esférica por arriba; si la comprimiésemos con las manos por ambos lados la volveríamos más aguda y, por consiguiente, la dejaríamos menos plana, que es a lo que ahora se refiere el giro griego μίκροτερον ἐπίπαιδον, una superficie menos plana que la de la esfera, esto es más aguda. Ahora bien, para que se siga lo que opina Aristóteles hemos de imaginar que también se ejerce presión sobre la nariz hacia los ojos, de modo que se produzca un hundimiento junto a las sienes y el inicio de la nariz, así como una elevación por el medio de la frente, dando lugar a una frente afilada o menos plana que si fuese esférica.



  ¶   3

Acusan esta frente las perritas que llaman maltesas, que las mujeres adoran; en efecto, en estas se advierte una frente redonda, pero por arriba tiende a lo agudo, a la forma del huevo, y por debajo acusa una compresión, de modo que junto a las orejas y alrededor de los ojos se adivina una gran cavidad que bien puede ser de origen artificial, ya que así se consideran más hermosas. La frente se proyecta como el extremo de un huevo y desciende hasta una especie de valle; por último se retuerce, tanto más junto a los ojos y el principio de la nariz, de modo que cuanto allí se echa en falta sobra en la parte alta de la frente. Digo, pues, que estos individuos se asocian a los perros, no a los de caza, ni a los de campo, ni a los husmeadores, sino a los pequeñuelos, a los malteses, que las mujeres adoran. Ciertamente, nunca los pintaremos sagaces, antes bien, inútilmente fieros, incapaces de discernir a quiénes han de ladrar, y cuándo, y acaso sea este el sentido de la sentencia aristotélica.



  ¶   4

Creo, pues, que la razón y la causa de esta pasión se ha de buscar en la mala formación de la cabeza; no en vano, cuando la cabeza de alguien acusa esta forma, su cerebro no goza de una disposición natural, de modo que los instrumentos de la imaginación se ven impedidos, pues están demasiado apretados, luego las imágenes de las cosas se terminan por confundir, de ahí que, aun no haciendo nada, siempre parece que quieren hacer algo. Sea el razonamiento como sigue: los de frente más aguda que redonda, como el extremo de un huevo, son ineptos e inútiles para la acción, pues llamamos ineptos e inútiles para la acción a quienes no discurren ni disciernen con perfección ni precisión; esto les pasa a aquellos cuya fantasía alberga imágenes confusas de las cosas; tal es el caso de quienes albergan alientos demasiado sutiles y calientes, junto con un cerebro demasiado pequeño, y es que también disfrutan de menos espacio; así pues, cuando la parte delantera de la cabeza y la frente acusan la forma de un huevo, el ventrículo cerebral anterior está más apretado, de modo que los alientos, hacinados en un lugar muy estrecho, se vuelven más cálidos y rápidos, pues el discurso, la detenida contemplación de los fantasmas y su distinción se ven impedidos; de ahí que parezcan embriagados de emoción y deseosos de obrar, aunque todo lo intentan en vano, luego son ineptos, desconsiderados y futiles, y demasiado móviles. Me inclino a creer, pues, que este es el modo de explicar y corroborar este apotelesma.



  ¶   5

Por su parte, no creo posible leer sagaces; en primer lugar, porque en todos los textos que he consultado, el término griego significa insensato o, como se suele decir, carente de sentido común, que no sagaz; además, porque una figura como esta no puede denotar la sagacidad, y es que si el insensato y el sagaz se oponen a modo de virtud y vicio, la frente del sagaz gozará de una naturaleza acorde a natura, y si la superficie frontal de la cabeza acusa una redondez no demasiado perfecta, es evidente que tanto la parte frontal de la cabeza como la frente no gozan de una disposición conforme a natura, pues quedó dicho más arriba, en la descripción del macho dispuesto conforme a natura, que la frente debía ser ancha y cuadrada. Por tanto, así como la frente carnosa, circular, grande y amplia denota al hombre insensato por la exuberancia del principio del frío, que apoca en exceso el calor corporal, y como la frente circular, enjuta y mediana denota al hombre agudo y sagaz, disposición esta que vale de punto intermedio entre la aguda y la constreñida, a medida que se vaya alejando de la medianía no podrá denotar a un hombre sagaz ni insensato, sino a uno inepto e inútil, mediocre en los negocios, mentecato e iracundo, y es que si el exceso denota al insensato y la medianía al sagaz e ingenioso, el defecto denotará un distanciamiento de la insensibilidad, la ingeniosidad y la sagacidad.



  ¶   6

Valga la siguiente demostración: haya seis cosas dispuestas de tal manera que la proporción del primero al segundo y del segundo al tercero también se dé entre el cuarto y el quinto y entre este y el sexto; la proporción que guarden el primero con el cuarto y el segundo con el quinto la guardará igualmente el tercero con el sexto; así, si tomásemos los valores dos, cuatro y ocho, y luego otros tres, a saber seis, doce y veinticuatro, del mismo modo que el seis contiene tres veces el dos, y del mismo modo que el doce contiene tres veces el cuatro, también el ocho estará tres veces en el veinticuatro. Lo mismo aplica al hombre insensato, al sagaz y al inepto: así, si el primero tiene una frente circular, carnosa y grande, como apunta Aristóteles en la descripción del insensato, y el segundo, por su parte, que es sagaz, tiene una frente circular, pero no carnosa ni grande, sino mediana, se sigue que el tercero tenga una frente circular, pero más pequeña y aguda, esto es, el otro extremo, y que sea inepto y futil, que es lo que había que demostrar.



Apotelesma lxxvi

Apotelesma lxxvi    Frente cuadrangular, que también llaman cuadrada.

orig:   (64.5)

Por su parte, los de frente cuadrangular y comedida son magnánimos. Se asocian a los leones. 

  ¶   1

Se denomina frente cuadrangular la que en cierta medida reproduce la figura cuadrangular, más larga de una parte, con dos lados apostados iguales, ángulos rectos superiores en la frente proyectados hacia los huesos de las sienes, y terminan donde comienza la inserción anterior del músculo temporal. Dada esta figura cuadrangular, con dos lados opuestos iguales entre sí, uno de estos lados mayores del cuadrángulo coincide con la línea de los cabellos, y el otro, opuesto a este, describe una línea recta que se extiende por encima de ambas cejas y se proyecta hasta sus extremidades; los lados menores son los que se apuntan con una línea que baja por ambas sienes y corta a la vez ambos lados mayores. Así pues, por frente cuadrada me refiero a una como esta, que más arriba atribuimos a la figura del león, que luego habrá de ser grande y plana con blandura.



  ¶   2

A su vez, comedida quiere decir lo mismo que proporcionada, y se refiere a la frente que conserva un tamaño natural en comparación con el rostro, y es que el ancho de la frente debe ser la tercera parte del rostro, pues nadie duda que la frente haya de ser proporcional al resto del rostro ni que deba guardar una razón de un medio con él. Naturalmente, también la longitud de la frente también ha de guardar una proporción consigo misma de uno a dos; valga el siguiente experimento: mídase con un hilo el occipucio de un varón bien proporcionado, partiendo del punto de las sienes donde los cabellos cierran la frente y llevándolo por el occipucio hasta el lado opuesto; estableciendo esta comparación con la circunferencia del occipucio, la longitud de este hilo será la mitad que la del hilo que viniese a unir las sienes pasando por la frente y la parte delantera de la cabeza; esta es, pues, la longitud de la frente, que guarda una proporción de uno a dos con la circunferencia del occipucio, bajo el cual se encuentra el último ventrículo del cerebro y el principio del cerebelo. En cuanto a su altura respecto del resto del rostro, así como de todo el rostro, es su tercera parte, como también es la tercera parte de toda la circunferencia de la cabeza.



  ¶   3

Por su parte, esta frente también se toma por grande si se compara con la frente femenina, y aparece tanto más grande cuanto más plana es y no es globosa o tuberosa, como la de las mujeres, los niños o los individuos de disposición contraria a natura. A su vez, la causa de que la frente haya de tender más a una cierta planicie que a una concavidad o convexidad es que la planicie supone una cierta medianía entre lo convexo y lo cóncavo; por su parte, la frente de quien ha de gozar de una disposición conforme a natura tiende a la medianía natural, pues también confiere al hombre un sentido y una memoria válidos, que no podría ejercer como se debe a menos que tuviese un occipucio abultado, para lo cual la parte opuesta de la esfera se ha de comprimir; por tanto, resulta que un occipucio abultado lleva ligada una frente plana, al igual que a un occipucio plano se liga una frente casi globosa. A la luz de estas cosas, pues, creo que resulta manifiesto qué suponen estos atributos sensibles de la frente.



  ¶   4

Por magnanimidad no entiende Aristóteles la virtud adquirida de la magnanimidad, sino una propensión viril y una disposición natural que dispone a los hombres para obrar virilmente, padecer con espíritu osado, despreciar los peligros y, por sus ansias de honor, no tener en gran estima la vida ni ninguna otra cosa. Tal es, a mi entender, la explicación del apotelesma.



  ¶   5

Por su parte, queda corroborado porque semejante individuo demuestra una frente de león; quien se asemeja a un león es magnánimo; por tanto, esta afección del cuerpo denota la magnanimidad, pues también los leones son magnánimos y tienen una frente cuadrada, luego quien tiene una frente cuadrada es magnánimo. El motivo de que esta señal denote la magnanimidad resulta difícil de encontrar, a menos que digamos que la magnanimidad es una pasión viril o masculina, luego denota calor abundante en el corazón y la cabeza, mas sin excesos, pues en caso contrario el hombre sería furioso, que no magnánimo; mas si el calor de la cabeza fuese abundante, atendiese a una materia apta para la elaboración y de fácil ceder, y la dilatase en todas dimensiones, volvería grande la cabeza y conservaría la forma natural del macho; por su parte, la forma natural del macho es la del león, de frente cuadrada; por tanto, la pasión de la frente cuadrada lleva ligada la magnanimidad y una cierta quietud, a menos que sobrevenga la irritación; y si el hombre de frente cuadrada tuviese una cabeza grande sería sensato y prudente, que no avaro ni estúpido. A su vez, no creo que la magnanimidad sea una cualidad primera y general del individuo de cabeza grande o frente cuadrada; antes bien, creo que muchos magnánimos son así por naturaleza, pero no a la inversa. También se ha apuntado que el hombre conforme a natura ha de ser magnánimo, y que el rostro viril es semejante al del león: así como la magnanimidad es propia del hombre, la pusalinimidad conviene más a la mujer.



Apotelesma lxxvii

Apotelesma lxxvii    Frente collecta, esto es, amplia.

orig:   (64.6)

Quienes la tienen contraída son aduladores. Se asocian a la pasión. Esto, a su vez, se advertirá en los perros, pues los perros contraen la frente cuando dan muestras de afecto. 

  ¶   1

A mí, en verdad, la sola lectura del texto me sugiere la existencia de una errata. En efecto, ni los aduladores ni los perros contraen la frente al adular, sino que más bien la despliegan y extienden, como se echa de ver, pues quienes adulan sienten alegría, y quienes sienten alegría extienden la frente, mientras que los severos o tristes la contraen. Así, dice Horacio: relajó con vino los enojos de su frente fruncida 4-22, donde queda claro que contraer la frente demuestra un aire serio y severo, que no cariñoso o adulador; y en otro lugar, refiriéndose a lo mismo, dice el mismo autor: las cenas de los pobres relajaron sin púrpura ni tapices la frente fruncida 4-23, esto es alegraron los espíritus de los comensales. Así pues, si extender y desplegar es la pasión propia de la alegría, y la alegría se asemeja a la adulación, queda claro que la adulación también ha de descontraer, y como esto es lo contrario a contraer, resulta cierto que la contracción de la frente no es señal de adulación, y que cuando el perro da muestras de afecto no adorna la frente con arrugas ni la contrae, antes bien, eso lo suele hacer, al tiempo que ladra, cuando ve a un extraño acercarse. Pues bien, como ni los perros ni los que adulan contraen la frente, es cierto que el texto incluye un error.



  ¶   2

Ciertamente el término griego para este accidente no significa contracción, sino más bien una elevación de la frente y de las cejas, que en algún aspecto parece convenir también a los aduladores y a quienes sienten admiración, y es que quienes adulan no están precisamente privados de admiración, pues demuestran venerar y admirar las virtudes de aquellos a quienes adulan; esta elevación de las cejas, ciertamente, parece venir ligada a la extensión de la frente hacia las esquinas superiores; por tanto, en cierto modo, se puede decir que cuando alguien se ve adular lleva la frente hacia arriba, pues elevan las cejas al extender y desplegar la frente.



  ¶   3

Diremos, pues, que la sentencia es como sigue: quienes acusan naturalmente una frente extendida son blandos y aduladores; a su vez, esto no lo digo porque se intenten imponer a los demás por vicio, ni porque procuren ganarse el favor de los hombres, antes bien, llamo naturalmente blandos y aduladores a los hombres plácidos, en cierto modo incapaces de contradevir a los demás, que no desean perjudicar a nadie. Así pintaban a Nerva, y cerca le anduvo el emperador Pertinax, a quien llamaban Crestólogo por hablar bien y no hacer nada, pues según Capitolino no era bondadoso, sino adulador, y nunca de fiar; por su parte, acusaba una frente grande y arrugada, pero más por la vejez que no por naturaleza; ahora bien, sabiendo que fue por naturaleza un hombre grave, severo y avaro, acaso queda apuntar que su blandura fue más artificial que natural, como era de esperar en quien pretendía agradar al comienzo de su principado, como Vitelio, aunque este y aquel se ganaban las gracias de los hombres con un modo de vida y un modo de actuar diferentes, afectando al margen de la razón y del decoro el nombre de la camaradería y la urbanidad. Así pues, declara que la extensión y el despliegue de la frente denota al adulador mediante la señal que se deriva de la pasión del adulador, y dice: quien adula extiende la frente, luego la adulación supone, en cierto modo, la extensión de la frente, y adular supone extender la frente, luego quien tenga la frente naturalmente extendida acusará disposición a la adulación y las muestras de afecto. A su vez, creo posible aducir como causa de la extensión de la frente su condición de pasión propia del adulador.



  ¶   4

Sentado el principio de que el cuerpo sigue los movimientos del espíritu, y todo el cuerpo, aunque sobre todo el rostro, se altera al ritmo de los movimientos del espíritu, sabiendo que cuando alguien adula demuestra alegría y afabilidad, que el calor se le va hacia las partes superficiales y que es propio del calor dilatar y abrir, las partes superficiales abiertas a la dilatación y la extensión se dilatarán y se extenderán un poco; por tanto, la frente del adulador se extenderá, pues la frente acusa las cualidades requeridas para ello; a su vez, cuando alguien acuse una frente extendida y desplegada con el gesto de la adulación diremos que está abierto a la adulación y que es propenso a adular, argumentando del efecto a la causa. La demostración que Aristóteles toma de la señal parece poder explicarse como sigue: quienes tienen la frente naturalmente extendida acusan la misma señal, actúan del mismo modo y llevan la frente de la misma manera que quienes adulan en acto; por su parte, quienes acusan tales señales, actúan en función de lo que acusan y se comportan como aduladores son aduladores y propensos a la adulación; así pues, los de frente naturalmente extendida serán propensos a la adulación.



  ¶   5

La menor resulta evidente mediante el ejemplo de los perros que adulan a sus dueños, pues los perros que adulan a sus dueños mueven la cola y extienden la frente, luego naturalmente quienes adulan extienden la frente y la despliegan; por tanto, quien alberga adulación natural tiene la frente desplegada; y así como a quien sucumbe a la libido y al placer carnal de manera natural se le yergue el pene y se le contraen los testículos, quien adula despliega el rostro y extiende la frente; y así como decimos que es lascivo y demasiado abierto al placer carnal quien se excita en todo lugar, por todo y a la mínima causa, también es adulador quien tiene la frente naturalmente extendida. Pues bien, esta es, a mi entender, la sentencia del presente apotelesma.



Apotelesma lxxviii

Apotelesma lxxviii    Frente oscura.

orig:   (64.7)

Quienes la tienen nebulosa, osados. Se asocian a los toros y a los leones. 

  ¶   1

Por frente nebulosa se entiende aquella que junto a las cejas y un poco por encima de su centro tiene la piel contraída, rugosa y bastante elevada, luego más oscura. Por mi parte, me parece que el nombre de viene del aire a aquella, pues la contracción y la rugosidad de la piel de esta zona acusa un algo negro o impuros. Así pues, la sentencia de Aristóteles reza así: los de frente nebulosa son osados porque se asocian al toro y al león, que son los animales más osados y tienen una frente nebulosa; cabe añadir también los perros osados, que demuestran una frente especialmente nubilosa y rugosa cuando se aplican a la osadía; mas si quienes emprenden algo con osadía también tienen la frente nebulosa, es probable que la frente nebulosa sea la señal propia de la osadía. Yo, en cambio, tengo serias dudas al respecto, pues esta frente nebulosa también la vemos en los tristes y lacrimógenos, en los temerosos y en quienes huyen, una pasión que también Virgilio reconoció en Caco, luego la frente nebulosa no es señal propia de la osadía ni todos los de frente nebulosa son osados.



  ¶   2

Convendría apuntar que existen dos tipos de frente nubilosa: una que acompaña a la osadía y al furor iracundo, y otra que va ligada al temor y a la tristeza. Con el primer tipo viene la elevación del rostro, la cabeza erguida y un color flamígero en el rostro, o al menos próximo al rubor mezclado con impureza, ojos túrbidos, pero en cierto modo ardientes, y un aliento vehemente, voz grande y grave, como la de los leones y los toros. Al segundo tipo lo sigue el hundimiento del rostro, del gesto y de la cabeza, una mirada fija en el suelo, un color amarillento, un sudor frío y algún escalofrío, ojos turbados, pero como muertos y sin aliento, voz aguda, clangorosa, quejumbrosa, pegada a los labios, como la de los patos, especialmente cuando huyen.



  ¶   3

La causa de esta pasión doble será también doble. En efecto, si la frente nebulosa tiene la piel de las cejas contraída y arrugada es por la ausencia de la pasión que la debería dilatar; a su vez, la piel la dilatan los alientos y el humor, mientras que su ausencia arrugará la frente, y es que en presencia de tristeza y temor, todo el calor y todo el aliento se dirigirán hacia las partes internas e inferiores, luego el rostro, privado de alientos y calor, se arrugará por efecto del frío, y esta pasión es la que acompaña al dolor y a la tristeza. Por otra parte, como la efervescencia de la iracunda eleva a la cabeza los alientos cálidos, ígneos y vehementes, y estos, a su vez, secan el humor, dan en arrugar la piel de las cejas y la del medio de la frente, ya que los alientos ígneos se conducen mayormente a esos lugares.



  ¶   4

Estos son, pues, los tipos de frente nebulosa, que suman dos, como sus causas y las pasiones que indica; por su parte, la causa eficiente de este efecto es doble, pues el humor y el aliento o bien se retraen a las partes internas por efecto del frío o bien se consumen por efecto del calor, como cuando se preparan para la confección de vestidos los pelos y las pieles de los animales, pues lo mismo se contraen y endurecen por un frío intenso que se enfurecen y se doblan por un fuerte calor, tras cuyo efecto difícilmente se podrían volver a ablandar. Así pues, esta es, según creo, la diferencia entre la frente nebulosa arrugada por la tristeza, el dolor y el temor, y la contraída y consumida por el calor, la osadía y la violencia.



  ¶   5

Así pues, aduciendo con pocas palabras la causa y la demostración que explique la osadía de los de frente nebulosa, digamos: cuando acusa mucha osadía alberga en los orígenes de las acciones y los movimientos mucho calor seco; esto implica albergar mucho calor en la fantasía o en la sede del órgano de la fantasía, que sitúan hacia la parte frontal del cráneo y por la frente; cuando alguien tiene la parte frontal del cráneo y la frente excesivamente cálidas y secas, la piel de la frente se le termina por contraer; este, a su vez, acusa una frente nebulosa; por tanto, el osado tiene una frente nebulosa, que es lo que había que demostrar. Pues bien, quien tiene frente nebulosa, cabeza elevada, ojos garzos, rostro sublime, que inspira confianza, merece el nombre de osado, pues gozará de las propiedades que naturalmente suelen acompañar al osado; por su parte, la osadía es una propensión a tantear y padecer peligros incluso sin razón, a acusar carencia natural de cualquier temor y a confiar en sí más de lo debido, luego no es algo loable, a menos que la recta razón venga a atemperarla y acomodarla; por tanto, con esto resulta evidente que la frente nebulosa y arrugada con el gesto de los leones y los toros denota la osadía.



Apotelesma lxxix

Apotelesma lxxix    Frente entre la oscura y la risueña o plácida.

orig:   (64.8)

A su vez, como el hábito nebuloso denota la osadía y el tranquilo la adulación, el hábito intermedio entre resulta conveniente. 

  ¶   1

Lo que aquí se apunta corrobora la existencia del error que sugerí en el septuagésimo séptimo apotelesma, donde se leía: los de frente contraída son aduladores; en efecto, si ahora lee tranquila y la opone a la nebulosa, sabiendo que la nebulosa es contraída, resulta evidente que la tranquila no se puede entender como contraída. El origen de este error del texto arsitotélico sería más fácil de inventar que no de deducir. Así pues, primeramente apunto que el hábito nebuloso se opone al tranquilo; luego, que la osadía se opone a la adulación, lo cual resulta un tanto extraño, pues lo nebuloso debería oponerse más bien a lo sereno, y lo tranquilo a lo solícito y ansioso, y la osadía al temor.



  ¶   2

Dicho lo cual, creería posible responder que cuando dos cosas se oponen, unas se oponen propiamente por sí y de manera inmediata, como el blanco y el negro, el calor y el frío, lo pesado y lo ligero; mientras que otras lo hacen de manera indirecta o por accidente y de manera impropia, como la avaricia y la magnanimidad, el sueño y la solicitud. Por su parte, son opuestos propios y de por sí los que ejecutan operaciones plenamente opuestas, los opuesetos irreconciliables y los que, aun perteneciendo a un mismo género, se diferencian por cualidades opuestas, como el blanco y el negro, el calor y el frío; en cambio, son opuestos indirectos o por accidente los que pertenecen a géneros opuestos, como la generosidad y la osadía, o bien acompañan a cosas contrarias, como la solicitud y la riqueza o el desapego y la pobreza; asimismo, se denominan opuestos por accidente los que se dan en sujetos opuestos, como los del fuego y los del agua. Así es como la frente, a modo de sujeto in quo, recibe la contracción y la extensión, pasiones contrarias de por sí y perceptibles a los sentidos, en tanto que son especies de las figuras y de unos movimientos que se denominan sensibles comunes.



  ¶   3

La contracción trae ligada la nebulosidad, y la expansión la tranquilidad, de modo que parecen opuestos en segunda instancia y no de por sí ni en primera instancia; la nebulosidad, que nos ha ocupado más arriba, trae ligada la osadía, y la tranquilidad la adulación, de modo que entre la osadía y la adulación ha de existir alguna oposición, toda vez que se derivan de contrarios. Los aduladores aquejan un espíritu abyecto y despreciable; en cuanto a los osados, creo que aquí se los pinta soberbios, con desprecio por los demás, engreídos y con una mirada que infunde temor; y de entenderse así, nadie dudará que la tranquilidad se opone a la frente nebulosa y la osadía a la adulación; por tanto, se trata de hábitos corporales contrarios y de disposiciones o propensiones del espíritu contrarias; por su parte, todos los opuestos, en tanto que opuestos, son extremos; los extremos son simples, pues consisten bien en exceso, bien en defecto; a su vez, lo simple se opone a lo compuesto, y lo opuesto corrompe lo opuesto; por tanto, la razón de los compuestos consiste en la medianía, y la razón y la naturaleza es el fin y la perfección de todo.



  ¶   4

Resulta eviente, pues, que la frente con una disposición intermedia entre la tranquila y la nebulosa será más acorde a natura y convendrá mejor al hombre que cualquiera de las disposiciones extremas; no en vano, se ha determinado que lo óptimo y perpetuo, como el cielo, no conoce contrarios, mientras que todas las cosas sublunares están rodeadas de contrarios o son ellas mismas contrarias entre sí: las más perfectas son las más semejantes al cielo y más libres de contrarios, esto es las que más alejadas se encuentran de ambos contrarios; a su vez, lo que más alejado se encuentra de los extremos se sitúa en el centro más exacto; por tanto, se ha dicho con razón que si el hábito nebuloso de la frente conviene a la osadía, y el tranquilo a la adulación o a la humildad del espíritu, el hábito intermedio convendrá al hombre bueno, y quien viniese a acusar una frente como está sería plácido, pero capaz de expresar lo que siente y percibe, no sería de ira precipitada, ni despreciado o abyecto por un exceso de mansedumbre. Con esta frente se pinta a Tito Vespasiano en algunas antiguas monedas de bronce que llevaban su efigie: este llevaba la suma placidez ligada a la magnanimidad, que demostró cuando, sentado entre los conjurados, demostró poco temor a la muerte y se mantuvo sereno no solo ante ellos, sino también ante su hermano, que profería continuas insidias contra él.



Apotelesma lxxx

Apotelesma lxxx    Frente triste.

orig:   (64.9)

Los de frente triste están afligidos. Se asocian a la propia pasión, pues los afligidos acusan un rostro triste. 

  ¶   1

El rostro triste es más fácil de advertir y juzgar con los ojos que no de explicar. Por su parte, el rostro triste conoce dos tipos: uno viene de la ira y, según Cornelio Tácito, tal fue el caso de los beligerantes sediciosos al auspicio de Lucio Vitelio tras el asesinato del emperador Aulo Vitelio, pues dice que tras ser capturados se los condujo por medio de la ciudad formando una larga hilera, desarmados, con rostro afligido, pero soberbio e airado; el otro tipo de rostro afligido es el que demuestra una aflicción ligada al temor y a la abyección del espíritu, como la que atribuyó Virgilio a Aqueménides, el compañero de Ulises. Así pues, la tristeza se liga a ambas afecciones, a la ira y a la abyección o humildad, luego el rostro mostrará unas veces una especie simple, y otras veces una compuesta por las dos, como dice Virgilio de Dido en el sexto libro: dada la vuelta, mantenía la mirada fija en el suelo, y cuando empiece a hablar no habrá de mover el rostro más que una dura piedra o un mármol 4-24. Asimismo, y a menos que me equivoque, la tristeza también se puede presentar sola, sin temor ni ira, como este mismo autor dice de Marcelo en el sexto libro, con a quien pinta con una frente poco alegre y los ojos caídos. Por tanto, si la tristeza del rostro puede ser accidental, aceptaremos sin reservas que también puede ser natural, y como la tristeza accidental conoce deferentes clases, el rostro también podrá reproducir naturalmente disposiciones semejantes a las que se inducen por accidente por y causa externa, como atestigua Aristóteles en los Praedicamenta.



  ¶   2

Así pues, se habla de gesto triste cuando el gesto acusa tristeza o reproduce su imagen y especie; por su parte, la tristeza supone una contracción del calor y de los alientos hacia sus respectivos principios por efecto de la aprehensión frente a una cosa ingrata; lo ingrato y lo inconveniente y molesto son una misma cosa, y lo que así se juzga, aun no siéndolo en realidad, también produce la misma afeccion. A la luz de esto se podría deducir cómo es el rostro triste: en efecto, si el calor y la sangre se contraen hacia el interior, es probable que el individuo triste, en un primer momento, acuse un color amarillento, y que luego acuse una frente arrugada, unas cejas moderadamente contraídas y hundidas, que observe la tierra con los ojos en ocasiones, y luego también el cielo, que mantenga la boca cerrada, incline ligeramente el cuello, emita suspiros intensos y hable con voz quejosa y aguda al final.



  ¶   3

A juicio de algunos, la diferencia entre la tristeza y la aflicción consiste en que la aflicción viene de largo y se da como por hábito, mientras que la tristeza es incipiente y a modo de mera disposición; así pues, esta es una pasión, y aquella un hábito pasivo; así Virgilio, hablando de los troyanos, ya largamente afligidos por las tormentas del mar, los pinta afligidos; y con el mismo criterio llama afligidos en el sexto libro a Leucaspis y a Palinuro, y dice que carecen del honor de la muerte. Yo, en cambio, me inclino a creer que los autores han empleado los dos términos de manera indistinta, pues hay quien llama tristes a las moradas del infierno y a la laguna Estigia; ahora bien, de existir alguna diferencia entre los dos términos, la aflicción se asocia al espíritu, y la tristeza, en cambio, al cuerpo; así, hablando con propiedad, la aflicción se aplicará al hombre y la tristeza a lo inanimado; así, los poetas pintan una casa, una laguna o un reino triste, pero nunca dirían de tales cosas que están afligidas. Muy próximo a esta opinión parece el traductor latino del original griego de Aristóteles. Por lo demás, por afligido no solo entenderemos a quien aqueje tristeza de manera habitual, antes bien, siguiendo a Aristóteles, también llamaremos afligido a quien acuse propensión a la tristeza, esto es a quien la más leve causa mande de vuelta a su origen el aliento y la sangre; así pues, un individuo como este tendrá un corazón demasiado frío, y es natural que cualquier causa, incluso leve, lleve los alientos en su defensa; así pues, también es probable que los alientos no sean muchos y acuosos, sino semejantes al agua túrbida y cenagosa; por tanto los afligidos por naturaleza también son melancólicos.



  ¶   4

Esta es, pues, la sentencia del apotelesma: los de frente fruncida y contraída, índice de tristeza, son prontos a la aflicción, y se afligen por leve causa; la propia señal vale de prueba, pues quienes se afligen por causa externa tienen una frente como esta. Ahora bien, la fuerza de este razonamiento depende en su totalidad del principio que hemos recordado más arriba, en el capítulo sobre la cualidad, a saber, que la causa natural del color que alguna pasión externa excita en el rostro también puede ser la que dispone el cuerpo tal y como lo habría podido disponer la causa externa. Así pues, sabiendo que la presencia de un mal repele el calor y los alientos hacia el corazón, y que el rostro se queda amarillento y sin color, resulta evidente que cuando a alguien se le quedasen naturalmente el calor y los alientos en el corazón, sin dirigirse en origen hacia el exterior, como convendría a un hombre afectado conforme a natura, ese hombre estaría muy preparado para la adopción de semejante afección del temor.



  ¶   5

El motivo de que la proposición de Aristóteles sea cierta puede demostrarse del siguiente modo: los de frente triste son compungidos; se demuestra por la razón del compungido; en efecto, está compungido quien se refugia; este ve cómo la frente se queda sin calor ni sangre; la frente privada de calor y de alientos se arruga; la frente fruncida y hundida se dice que está triste; por tanto, el de frente triste ve cómo su sangre y sus alientos descienden junto al corazón; a quien tal cosa le sucede está compungido o es propenso a la compunción; por consiguiente, el de frnete triste acusa una gran disposición a la compunción, a la aflicción y al dolor. Además, todos los melancólicos son tristes, y lo mismo pasa con los ancianos, con los pituitosos por naturaleza, con quienes se ocupan de enormes negocios, con los entregados a la religión y quienes se empeñan en ciencias abstrusas y difíciles; también cpm quienes estudian la medicina, la química o, en definitiva, artes difíciles por el sujeto o el fin; también son tristes los gramáticos que enseñan a un niño, los encantadores, los escamoteadores, los malevolentes y muchísimos poetas y amantes acostumbrados y los celosos, los jueces criminales, sus acólitos y ministros; finalmente, quienes hacen el mal, como rateros, ladrones, sicarios y gente a la que la conciencia atormenta continuamente por sus crímenes, y quienes a estos se asemejan, quienes llevan mucho tiempo airados, quienes aquejan males o enfermedades largas o perpetuas, y otros a los que sería largo listar por completo.



  ¶   6

Ante todo, a mi entender, lo más importante es distinguir las especies de la tristeza, pues cuando alguien lleva ligada a esta tristeza la truculencia del gesto cabe juzgarlo fiero y cruel; en cambio, quienes parecen tristes y temerosos se muestran misericordes, semejantes al género femenino, iracundos; quienes acusan un rostro de cogitabundo son prudentes, avaros y deseosos de lo ajeno, mas no del todo injustos por naturaleza. A su vez, según sean el temperamento y la disposición de la sangre del corazón, y según sean los instrumentos de los alientos o de la sangre, todo ello por naturaleza o por accidente, así serán las propensiones del hombre en cuestión; por su parte, es propio de la naturaleza conceder movimiento y cambio, algo de lo que ella misma es principio, y es propio del hábito y de la voluntad otorgarle el modo que le vale los nombres de veloz o lento, la afección que lo hará diferente a los demás.



Apotelesma lxxxi

Apotelesma lxxxi    Frente abatida.

orig:   (64.10)

Quienes la tienen gacha, quejosos. Se asocian a las propias pasiones, pues quienes lloran bajan la frente. 

  ¶   1

Si la frente triste fuese soberbia no merece el nombre de gacha; en cambio, sí lo haría cuando esta tristeza llevase ligado temor o pudor. Pues bien, de manera general, la frente gacha será triste, pero sería posible que no todas las tristes se mostrasen gachas: triste se mostraba la frente de Mezencio por la muerte de Lauso, mas no gacha. Así, hablamos de frente gacha cuando el abatimiento de los músculos que elevan las cejas termina por cerrar los ojos, haciendo desaparecer las arrugas de la frente; así pues, en cierto modo, la frente contraída y fruncida parece oponerse a la que llamamos gacha.



  ¶   2

La frente se agacha por tres causas: por temor a un mal deshonesto e indecoroso, que llamamos pudor; a un mal inútil y doloroso, como las heridas del látigo; y a la muerte, que es propiamente terror; y este último modo de abatimiento de la frente va siempre ligado a la tristeza; el primero no siempre, pues en ocasiones resulta pudoroso para las mujeres escuchar ciertas palabras, y agachan el rostro, mas no están tristes, antes bien, en ocasiones incluso sonríen, como en sus charlas lúbricas; asimismo, la frente también se agacha cuando alguien tiene que renunciar a una esperanza, ya sea de venganza o de algo que pudiese suponer placer o agrado: la cabeza se yergue y la frente se eleva cuando brilla la esperanza, pero cuando esta se desvanece la frente se agacha, como también les sucede a los airados cuando un discurso o alguna otra cosa les viene a tocar el espíritu, expulsando de su corazón la ira que había fruncido la frente, y ocupando la misericordia su lugar, la frente también se da en agachar. Así pues, lo que agacha la frente que no se muestra naturalmente gacha es el temor, la esperanza perdida o la desesperación y, por último, la misericordia; por su parte, si alguien la demostrase naturalmente gacha, estaría dispuesto a alguna de estas pasiones; por tanto, el abatimiento de la frente es una pasión propia del rostro femenino: así, Dido habló con rostro gacho, y Andrómaca abatió el rostro y habló con voz apocada al enterarse de su inminente boda con Pirro.



  ¶   3

Llamo quejosos a los propensos a las quejas y a quienes se lamentan por causas sin importancia; estos han de tener un corazón y temperamento naturalmente bastante frío, y serán ricos en melancolía contraria a natura y fría, luego albergarán muchas sospechas y perjudicarán a menudo a sus amigos inocentes, considerarán despreciables sus cosas, se despreciarán a sí mismos, honrarán a los demás, elevarán a los demás y se hundirán ellos mismos en el cieno, perdiéndose en las tinieblas. Así pues, según Aristóteles, a la luz de lo dicho resulta evidente que los de frente gacha son naturalmente proclives a quejas y lamentos, pues quienes lloran y se lamentan demuestran una frente gacha.



  ¶   4

Ahora bien, a mi entender, la frente gacha parece señal más bien de un espíritu postergado que no de uno quejoso; por su parte, todos los suplicantes son quejosos en cierto modo, pues quienes suplican sufren, y todo sufrimiento lleva aparejada una queja, respecto a uno mismo o respecto a otros, o a la fortuna o a alguna otra causa, oculta o manifiesta; así, si quienes se lamentan llevan la frente gacha, quienes tengan la frente gacha serán propensos a las lamentaciones y las quejas. Esta inversión se puede confirmar a la luz de lo que ya se ha dicho tantas veces, también al comienzo, a saber, que el cuerpo sigue las pasiones del alma, luego un cambio del alma también se termina replicando en el cuerpo, y como el cuerpo es el instrumento del alma, y según sean los instrumentos, tales serán también las operaciones, es probable que una mutación o alteración en los instrumentos también implique en el alma unas disposiciones o, al menos, unas propensiones semejantes, y que le suceda lo que se suele advertir en los niños: si un niño sostiene en su mano un berbiquí o un martillo, al punto desea perforar o golpear con el martillo cuanto se le ponga a mano, aun sin necesidad alguna; del mismo modo, si alguien dispone de una pluma y de tinta, enseguida siente el impulso de escribir; por tanto, si la presencia y posesión de un instrumento externo y accidental engendra una inclinación para actuar en función de aquel, tanto más moverá al alma a estas acciones un instrumento natural y congénito.



  ¶   5

Mas dirá alguno que la frente gacha no es el instrumento de las quejas; ahora bien, tampoco los dientes de hierro son una sierra, pero sin ellos la sierra no existe; así, el órgano del quejoso no es la frente gacha, pero esta va aparejada a quien se queja a menudo. Y si los quejosos tienen la frente gacha, creo, es porque sus partes externas sienten frío, y cuando el calor se vuelve hacia las entrañas por efecto del dolor se lleva consigo los alientos, de modo que la frente y la cabeza, privadas de alientos y de calor, pierden las fuerzas, luego cuando alguien siente frío en sus partes externas superiores se le agachan la frente y la cabeza; por su parte, los quejosos y dolientes sienten frío en sus partes externas y superiores; por tanto, se les agachan la frente y la cabeza, que es lo que había que demostrar. Así pues, a la luz de estas cosas queda claro que los de frente gacha son quejosos.



[Cuestión]

Apotelesma lxxxii

Apotelesma lxxxii    Qué represente la cabeza grande.

orig:   (65.1)

Los de cabeza grande, sensatos. Se asocian a los perros. 

  ¶   1

Quedó dicho más arriba quién es el sensato, así como el prudente, y son prudentes quienes responden razonablemente a cuanto se les presenta. Cabe estudiar qué es una cabeza grande, y luego si acaso los perros tienen una cabeza grande, y si por ello merecen el nombre de sensatos, pues la semejanza con los perros no radica en la cabeza, sino en la perfección de los sentidos, y no con todos los perros, sino con aquellos que Pomponio llamaba husmeadores, que usan los cazadores para atrapar perdices y queleas; ahora bien, como lo recto y lo conforme a natura es índice y regla tanto de sí mismo como de lo oblicuo y de lo contrario a natura, cabe indicar cómo y de qué tamaño ha de ser la cabeza humana, y cuáles son los términos del exceso y del defecto.



  ¶   2

Son dos los criterios que pueden valer a una cabeza humana los nombres de mediana y conforme a natura: o bien en comparación simple con el hombre, sea macho o hembra, que tiene por naturaleza un tamaño definido y cierto, cuya exactitud se vería comprometida tanto por el exceso como por el defecto; o bien se habla de una cabeza mediana no de manera absoluta, sino respecto de uno mismo, pues lo que para mí es mediano puede no serlo de manera absoluta, de hecho, puede ser demasiado grande o pequeño. Ocupémonos, pues, de los dos casos, del hombre de edad madura y disposición en perfecta conformidad con natura.



[Cómo y de qué tamaño es la cabeza humana]

  ¶   3

La circunferencia de la cabeza, trazada desde el punto intermedio de las cejas hasta encima de las orejas y volviendo por el occipucio al mismo punto, debe triplicar el tamaño del rostro, pues la línea que va de la barbilla al extremo de la frente equivale prácticamente el diámetro del perímetro craneal; el rostro, por su parte, supone una novena parte de la altura de un cuerpo humano de complexión perfecta y elaboración afín a natura. El rostro se divide en tres partes iguales: entre el principio de la frente y el centro de las cejas se comprende el espacio en que han situado la prudencia y la sabiduría; el siguiente se extiende hasta el extremo de la nariz, espacio que atribuyen a la hermosura; el tercero alcanza el extremo de la barbilla, y en este vieron el índice de la bondad de costumbres. El cuello de esta cabeza ha de tener una circunferencia el doble de larga que su rostro. En cuanto al pie, este supondrá la sexta parte de la altura corporal, esto es de la distancia que va del vértice a las plantas de los pies. Ahora bien, esta cabeza no conserva las mismas proporciones en todos los hombres robustos, y especialmente en los italianos, ya que al habitar en un clima templado y en gran medida sujeto al cuadragésimo quinto grado, gozan de una disposición intermedia respecto de quienes son más o menos septentrionales. Así será, pues, la cabeza mediana. Por su parte, será grande la que exceda esta medida en cualquier grado. Pues bien, así como una cabeza proporcionada es aquella cuya circunferencia equivale a la tercera parte de toda la longitud del cuerpo, el tamaño desproporcionado es aquel más allá y más acá del cual no puede consistir la forma de la cabeza humana.



  ¶   4

A la luz de estas cosas, pues, queda claro cómo es la cabeza grande, la pequeña y la mediana de cada hombre; asimismo, quienes dicen que la estatura del cuerpo viril mide exactamente cinco pies italianos podrán saber cuán grande ha de ser la cabeza de manera absoluta, y cuál es demasiado grande y demasiado pequeña; el pie que suelen usar hoy en día los italianos, de doce pulgadas, es un poco más grande que el de los franceses y el de los antiguos romanos, según el testimonio de Budeo. Pues bien, así las cosas, nadie pondrá en duda que una cabeza universalmente mediana tendrá una circunferencia de unas veinte pulgadas, toda vez que suponen un tercio de sesenta.



  ¶   5

Así pues, los de cabeza grande, es decir, que excede en cierto grado la moderación o que más bien la excede que no se queda corta, son sensatos, esto es, a mi entender, gozan de buen raciocinio y buen juicio, son capaces de reconocer lo conveniente y lo inconveniente, de enfrentarse a todos los cometidos de la vida con recta costumbre; no en vano, sus sentidos, que gozan de una disposición conforme a natura, les comunican fantasmas fieles a las cosas, y estos se reciben y juzgan tal y como se muestran a todos; por su parte, semejantes individuos reciben el nombre de sensatos y prudentes. Dice que se asocian a los perros, pero no a todos; ciertamente no a los que guardan la casa, ni a los que llaman conejeros, sino a los que usamos para acechar a las perdices y las queleas o rastrear las huellas de las bestias.



  ¶   6

Así, resulta evidente que los de cabeza grande suelen ser bien sensatos y gozar de un buen intelecto, pues se asocian a los perros que acechan a las fieras. Cabe señalar ahora por qué. Son sensatos aquellos cuyo juicio responde bien a cuanto se les presenta y disciernen como es debido lo que han de hacer; por su parte, cuando alguien acusa estas cualidades, sus fantasmas no son ni confusos ni precipitados, ni se impiden entre sí, sino que son ordenados y distinguidos; esta distinción y orden son fruto de la capacidad y buena disposición del lugar, que lo puede alojar todo; se trata de la cabeza de grandes dimensiones; por tanto, a una cabeza grande le conviene una buena capacidad sensitiva. Asimismo, también cabría deducir la demostración como sigue: el de cabeza grande gozará probablemente de ventrículos cerebrales distinguidos, capaces y elaborados; quien acusa tal cualidad percibe las cosas correctamente, discurre bien; este, a su vez, merece el nombre de sentaso y prudente; por tanto, el de cabeza grande es sensato.



  ¶   7

Por el contrario, así como el médico reprueba la cabeza pequeña, tampoco aprueba la grande, luego si la cabeza grande no es buena, y sí lo es la que denota al hombre sensato, o bien existe un bien reprobable, o bien la cabeza grande no denota al hombre sensato, como opina Aristóteles. Mas cabe apuntar, como de costumbre, que estas cosas, al igual que otras cosas naturales y de la materia, no son necesarias más que por suposición y de manera general, luego sus razones se aducen también de manera general, como se dice en el primer libro de los Analytica priora, y a nadie le sorprenderá que la cabeza grande no siempre sea algo bueno.



  ¶   8

Nuevamente, cabe señalar que el tamaño de la cabeza puede deberse a dos causas diferentes: bien a la sola exuberancia de una materia no bien dominada por la causa eficiente, y esta cabeza nunca es buena, antes bien, quienes la acusan se muestran muy somnolientos y toscos, y por lo general estúpidos e insensatos; o bien el tamaño de la cabeza denota ciertamente una exuberancia de la materia, pero capaz de someterse a la causa eficiente y de ser moldeada y exactamente dispuesta por ella según el requerimiento de la razón de la forma humana, y esta cabeza siempre es buena. Así pues, los médicos aciertan al decir que la cabeza grande no es necesariamente buena, pues el tamaño de la cabeza conoce dos variedades, y según una es buena, y según la otra no lo es; también acertó Aristóteles cuando dijo que una cabeza grande era buena, pues entendía una formada por una fuerza superior a la materia y capaz de someterla con exactitud.



  ¶   9

Nuevamente, cabe preguntarse qué guardan en común los fantasmas con las especies sensibles, así como el ingenio y el juicio con la disposición y el tamaño de los cuerpos. En efecto, los fantasmas y el raciocinio son cosas incorpóreas, y lo incorpóreo no comparte nada unívoco con lo corpóreo, y si se le asocia un lugar, se hace por accidente, y un tamaño grande o pequeño no lo cambia de por sí. [*]
Responderemos que el fantasma y el raciocinio no son cosas corpóreas, pero sí pasiones, que se derivan de la naturaleza de los cuerpos; por tanto, sabiendo que lo recibido se atiene al modo del recipiente, y que estas cosas las recibe la fuerza fantástica, la fuerza de la materia ha de ser orgánica, luego los órganos han de determinar su recepción, y esta recepción determinará la apariencia de que se derivarán el raciocinio, el juicio y las demás cosas que el alma genera por dentro. Así pues, a la luz de estas cosas queda claro qué es una cabeza grande y por qué denota una buena disposición del ingenio y de los sentidos.



[Cuestión]
[*][Respuesta]

  ¶   10

Nuevamente podría preguntarse alguien si el de cabeza grande goza de una sensatez adecuada, y si los sentidos de su cabeza son exactos, pues parece falso e imposible; en efecto, si una cabeza grande alberga un gran cerebro, albergará también mucho humor y mucho frío, y la agudeza de los sentidos requiere sequedad y un calor moderado, como atestigua Galeno en el libro del Ars parva. Replicarás que un gran cerebro no implica mucho frío ni mucho humor, pues hay dos modos de definir el cerebro por comparación: se puede comparar con los otros miembros principales del cuerpo, como el corazón, el hígado, los testículos y el pulmón, y en tal caso es más frío y más húmedo; o bien se lo puede comparar con otro cerebro templado, y en tal caso puede ser más frío o más cálido. Así pues, a modo de respuesta, concedo que una cabeza grande alberga mucha humedad y mucho frío en comparación con un corazón y un hígado; ahora bien, en comparación con un cerebro y otras cosas de su misma especie, un cerebro grande no tiene por qué ser más frío y más húmedo que otras cosas de su misma especie.



[Cuestión]

  ¶   11

Además, si el cerebro fuese perfecto y estuviese elaborado según los requerimientos de su forma y naturaleza, sabiendo que el de mayor tamaño, en tanto que es homogéneo, alberga más fuerza, y que el cerebro es el origen del sentido, resulta evidente que un cerebro mayor, en tanto que es homogéneo, es más apto para la percepción de los objetos sensibles que uno pequeño; por tanto, habrá quien diga: si un cerebro de tres libras es mediano, y el de cuatro es mayor, el de seis y el de siete también serán mayores, luego los de siete libras serán más aptos para sentir que los de tres o cuatro libras. Creo posible responder a esta objeción que los compuestos homogéneos y todas las cosas naturales tienen un tamaño determinado más allá del cual y por debajo del cual la forma o la operación de la forma no se puede llevar a cabo; así pues, si un cerebro de cien libras gozase de una aptitud muy exacta para la perfectísima comprensión de todo lo sensible según su materia, lo cierto es que según la forma que lo hace existir, y en tanto que es principio y miembro orgánico del hombre, es imposible que exista un cerebro tan grande y de tales características, y es imposible encontrar a un hombre con una cabeza como esta. Así pues, no cabe temer que una cabeza grande haya de ser, por eso, demasiado fría o húmeda, ni cabe creer que un hombre pueda tener una cabeza tan grande que supere de largo el calor del corazón; antes bien, llamamos sensato a quien percibe y juzga con exactitud cuanto se le presenta; quien hace tal cosa debe albergar un calor moderado, y el calor moderado viene de un corazón de calidez reprimida y atemperada; esta calidez, naturalmente, se atempera por efecto del cerebro frío; cuanto mayor sea el cerebro, hasta cierto punto, será más frío, luego también atemperará mejor el calor del corazón, y el hombre discurrirá mejor y actuará con más prudencia; por su parte, un cerebro mayor requerirá una cabeza mayor; por tanto, es razonable que el de cabeza demasiado grande sea sensato, que es lo que había afirmado Aristóteles.



Apotelesma lxxxiii

Apotelesma lxxxiii    Cabeza pequeña.

orig:   (65.2)

En cambio, quienes la tienen pequeña son insensatos. Se asocian a los burros. 

  ¶   1

Las cosas contrarias acusan cualidades contrarias: si una cabeza grande es indicio de un buen sentido, una cabeza pequeña debe significar todo lo opuesto. Se llama pequeña la que se queda corta respecto de la medianía arriba explicada; los de cabeza pequeña, dice Aristóteles, son insensatos; se asocian a los burros, esto es son semejantes a los burros. Ahora bien, a mi juicio, esto plantea una dificultad no pequeña: en primer lugar, los burros no tienen una cabeza pequeña; además, los de cabeza pequeña son furiosos y precipitados, mas no insensatos, ya que se tacha de insensatos a los hombres plúmbeos, perezosos, inertes, semejantes a una raíz o a un burro en tanto que son indolentes, esto es insulsos e ineptos, y a quienes les viene grande el nombre de hombres, y más les valdría el de estatuas. Y por este motivo algunos creen que hay un error en el texto de Aristóteles, pues la cabeza de un burro, como he dicho, no es pequeña, y ningún autor antiguo, como Polemón o Adamantio, reconoce semejante cabeza; en cambio, la pantera y la mujer tienen una cabeza pequeña, y mucho más pequeña que la del burro, a menos que, como dice un autor de esta disciplina, concediésemos que el tamaño de la cabeza se puede entender de dos maneras: bien de por sí, en tanto que es un órgano formado por partes diversas, y en este caso el burro no tiene una cabeza grande; o bien en función del cerebro, parte principal de la cabeza, y entonces el burro, como el pato, sí tiene un cerebro muy pequeño en comparación con los demás animales, pues si se viniese a comparar cualquier animal de otro género con su propio cerebro, veríamos que la proporción cerebro-cuerpo sería mayor que en el caso del burro y del pato.



  ¶   2

Así pues, diremos: los de cabeza pequeña tienen necesariamente un cerebro también pequeño; ahora bien, los de cerebro pequeño se asocian y se asemejan al burro en la escasez cerebral; por su parte, el burro, en tanto que acusa un cerebro de tales características, es insensato, tosco e inepto; luego los de cerebro y cabeza pequeños merecen el nombre de toscos, ineptos e insensatos. Por su parte, entenderemos que son propiamente insensatos los indóciles, luego también toscos, y como los llamamos así, se sigue que también sean mentecatos, estúpidos, sin fe ni justicia; en efecto, vemos que las aves de cabeza pequeña en relación al cuerpo suelen ser estúpidas. Ahora bien, a juicio de un médico árabe, si la cabeza pequeña denota a los hombres insensatos es porque sus ventrículos son excesivamente angostos y estrechos, luego los alientos animales no se pueden desplazar libremente, de modo que se mueven y operan con imperfección, provocando en el hombre un raciocinio de cualidades semejantes, y por este motivo son insensatos.



  ¶   3

Por el contrario, el divino Tomás, en su libro De sensu et sensili, llama impetuosos y violentos a los hombres de cabeza pequeña, mas no los asocia a los burros, cuya naturaleza está muy alejada de cualquier arrebato violento. En primer lugar, podemos responder a esta cuestión que una cabeza pequeña puede llevar aparejado un corazón frío, como el burro o el pato, y en tal caso los animales son insensatos, ineptos y mentecatos, como los que tienen un cerebro más seco, frío y denso que los demás; pero también puede llevar ligado un corazón cálido, y entonces esos animales son vehementes, impetuosos y fieros, aunque temerosos, de modo que se reprimen fácilmente y no son muy valientes, como los gatos, las panteras y los avestruces. Preferiría decir que los de cabeza pequeña se asocian a los burros en tanto que son indóciles e insensatos, esto es ineptos para el reconocimiento exacto de las cualidades de las cosas por la vehemente perturbación de sus alientos, que se confunden apelotonados en un recipiente angosto; por otra parte, no se asemejan a los burros en tanto que los burros son fríos, pacientes y sin ira ni deseo de venganza, padezcan lo que padezcan. Por lo demás, como la cabeza se debe principalmente al cerebro, y este a los alientos animales, del que toman origen todos los sentidos y movimientos, pues el origen determina lo originado, es probable que la cabeza y su figura permitan reconocer en nosotros una determinada naturaleza y disposición del cerebro, y que el cerebro condicione el juicio de las obras del sentido, de las que el cerebro es principio primero y origen.



[Cuestión]

Apotelesma lxxxiv

Apotelesma lxxxiv    Cabeza ahuevada.

orig:   (65.3)

Los de cabezas apiñadas son desvergonzados. Se asocian a los que tienen uñas curvas. 

  ¶   1

Llamaría yo cabeza apiñada a la que se asemeja a la piña, que en cierto modo imita un cono y termina en punta. La que llaman cabeza apiñada denota al hombre desvergonzado, iracundo y rapaz, bastante propenso a la ira y a la desvergonzonería. Ya quedó dicho qué es la vergüenza y la desvergüenza; se trata de una pasión propia de los hombres, pues solo los hombres parecen tener en estima el aprecio y las buenas opiniones; no obstante, por alguna semejanza también se atribuye a las bestias y a los animales irracionales; por su parte, se denomina animal irracional el que no parece abstenerse de la comida, de la bebida ni de los placeres carnales en presencia de hombres ni de marabuntas clamorosas o peligrosas; por su parte, se denomina rapaz al animal que toma lo ajeno de manera violenta y se lo agencia y a propia muy a pesar de sus dueños.



  ¶   2

Dice que estos se asocian a los que tienen las uñas curvadas; así, estos animales son, necesariamente, o cuadrúpedos o bípedos; y si fuesen cuadrúpedos, serían como los leones, los leopardos, los tigres, los osos, los gatos y otros por el estilo, pero ninguno de estos tiene, a mi entender, una cabeza apiñada, luego cabe atender a los bípedos, pues los que tienen más de cuatro pies son exsangües y no respiran, y albergan un calor natural muy pequeño, y es que de tener uno intenso necesitarían respirar y, por tanto, tendrían pulmones; así, los que carecen de pies no tendrán uñas curvas, pues por no tener, no tienen ni uñas; tampoco los que tienen más de cuatro pies, pues son exsangües, y todo exsangüe es temeroso, y el temeroso no parece desvergonzado y rapaz. Así pues, el asunto se limita a los bípedos; tales son las aves de rapiña; algunas de estas son osadas y desvergonzadas, como el águila o el buitre, y entre las nocturnas, las lechuzas y los búhos, y sobre todo los autillos y los búhos cornados; estas aves son, pues, rapaces, y también desvergonzadas e iracundas, y apenas sienten miedo, como la experiencia demuestra claramente.



  ¶   3

Pero alguien podría preguntarse si es cierto que estas aves tengan la cabeza apiñada, pues si los de cabeza apiñada se asemejan a las aves de garras encorvadas, sería probable que unos y otros compartiesen una misma cualidad y figura de la cabeza, ya que la similitud del cuerpo deja inferir una semejanza en el espíritu. Ciertamente no advertirás jamás una cabeza apiñada en las águilas, los buitres o cualquier ave de garras curvas; por su parte, es cierto que los cuadrúpedos jamás acusan cabezas apiñadas. Me parece posible responder que la semejanza consiste en la cualidad del espíritu, y no en la del cuerpo, siendo entonces el sentido como sigue: los de cabeza apiñada acusan una disposición a la desvergonzonería, disposición que acusan las aves de garras curvas, de modo que se asemejan en la propensión del espíritu, mas no en la figura del cuerpo. Ahora bien, si no me equivoco, tampoco estaría fuera de lugar decir que la cabeza de las aves de rapiña, y especialmente la del águila, contemplada desde la garganta hasta el vértice, no es apiñada, y convendría tomar como base del cono la parte que responde al vértice de los hombres, mientras que el cono sería la que responde al pico; en efecto, cuando contemplé la calvaria del águila real, que llaman aquila chrysaetos, vi que reproducía la figura de un cono, siempre y cuando se tomasen el occipucio y la calvaria como la parte más ancha y base del cono, y luego, al juntarse las mandíbulas junto al origen del pico, aparecía el vértice del cono. Así pues, tal vez convenga entenderlo así cuando decimos que el género humano de cabeza apiñada y el género de las aves aduncas se asemejan en virtud de la cabeza y la costumbre, aunque de manera inversa.



[Cuestión]

  ¶   4

Ahora bien, cabe preguntarse por qué los de cabeza apiñada son desvergonzados. Quedó dicho más arriba que los hombres de temperamento cálido, seco y vehementemente bilioso con subdominio de la melancolía inflamada son propensos a la desvergonzonería, a la rapacidad y a la ira; así, en estos prevalece el fuego, que suele proyectarse en forma de cono; por tanto, si la fuerza formadora acusa una prevalencia sobresaliente del fuego, es probable que el cuerpo formado acuse señales de este predominio del fuego, y que el cuerpo formado albergue algo que refleje este predominio; mas si el fuego termina en forma de pirámide, como demuestra la llama y como opinaron los discípulos de Demócrito, y además siempre busca las alturas, nadie pondrá en duda que la cabeza apiñada con vértice será obra suya. Digamos, pues: los de cabeza apiñada son, por su cabeza, de temperamento ígneo con subdominio de la tierra; semejantes individuos son desvergonzados; por tanto, los de cabeza apiñada son desvergonzados.



  ¶   5

Para demostrar que los de cabeza apiñada acusan desde un primer momento un temperamento como este, y a no ser que se deba al azar o a una causa externa, basta apuntar que, por regla general, también tienen una barba cobriza y un rostro de un rojo casi púrpura, ojos claros y brillantes, de modo que son iracundos, pues son cálidos y secos, luego también osados, y no temerosos, luego también desvergonzados y, por consiguiente, rapaces, ya que el calor tiende a atraer hacia sí, y la sequedad tiende a retener lo atraído, y calor tiene apetencias vehementes; por su parte, los que apetecen con vehemencia se muestran pródigos para desembarazarse de sus posesiones; así, llaman compuestos pródigos a los que, como el cuervo de Esopo, tras haber robado muchas cosas ajenas las prodigan y dilapidan sin razón alguna, actitud propia de los soldados y de los hombres crueles; no en vano, también Domiciano y Nerón, crudelísimos monstruos, aquejaron rostros como este y tuvieron cabezas apiñadas. Así pues, a la luz de todo esto creo que queda claro qué es lo que, según Aristóteles, denota la cabeza apiñada, y por qué, y qué accidentes acompañan a esta pasión, y de qué temperamento es propia.



Apotelesma lxxxv

Apotelesma lxxxv    Orejas pequeñas, simiescas.

orig:   (66.1)

Los de orejas pequeñas son simiescos. 

  ¶   1

Por oreja creo que cabe entender en este epígrafe la parte externa unida a la cabeza que reúne los sonidos y los dirige al orificio que hace de vía hacia la sede del sentido auditivo; es una parte de nuestro cuerpo que los médicos llaman seminal, y consta de cartílago y piel. Las orejas pequeñas reciben este nombre en comparación con las de otros hombes; a su vez, la pequeñez de los miembros del cuerpo humano se puede deber a dos principios: bien por accidente y por principio externo, bien por sí mismos y por causa interna; los que lo son por accidente no alteran el hábito natural del cuerpo y no son objeto del presente estudio; en cambio, los que lo son por principio interno son demasiado grandes o pequeños, ya por la materia, ya por la causa eficiente; en efecto, si la materia fuese menos obediente de la cuenta o demasiado escasa, también el miembro sería demasiado pequeño, y si hubiese demasiada materia o esta fuese muy obediente y blanda, se extendería más prontamente.



  ¶   2

Además, cabría apuntar: como la materia contempla la forma de manera universal, y ambas están asociadas entre sí, y a su vez la materia humana se asocia a la forma humana, parece razonable que una forma determinada sea forma de una materia en concreto, y que una materia determinada se agencie una forma precisa. Por tanto, si la materia lleva impresa una forma no muy bien definida, la forma será también imperfecta, y si la forma es inepta, la materia habrá de convenir con ella; por su parte, la forma y la materia del compuesto determinarán su operación y su pasión propia; así pues, la materia de la oreja se agenciará una forma de oreja que le sea proporcional, y el compuesto que surja responderá a todo ello. Pues bien, como una oreja pequeña se queda corta respecto de la medianía, el compuesto ha de aquejar un error, y albergará materia escasa o rebelde con su causa eficiente; por su parte, la razón de la causa eficiente se corresponde con la de la forma; por tanto, la forma también será deficiente, y la operación que impliquen las orejas pequeñas será imperfecta y viciosa.



  ¶   3

Aristóteles tacha estas orejas pequeñas de simiescas, y dice que refieren las costumbres de los monos; ciertamente, estas orejas son simiescas en forma, pues se asemejan a las orejas de los monos, esto es, son pequeñas, contraídas, tan replegadas hacia adentro que carecen de lóbulo, donde las mujeres nobles suelen colgar piedras preciosas y joyas. No en vano, la oreja que denota al hombre civil y de disposición conforme a natura es roja, carnosa, blanda y un poco gruesa, bien separada de la carne de la mejilla que tiene por debajo, pura, sin pelos y decorosa. Además, se denominan costumbres simiecas las que recuerdan al mono; por regla general, este animal intenta hacer e imitar sin acierto lo que luego ejecuta de modo ridículo y consuma sin maña; es un género lascivo, petulante y procaz, iracundo, despreciable, de mala laboriosidad y aplicación, y molesto.



[Cuál es la oreja del hombre bueno]

  ¶   4

Dice pues: los de orejas pequeñas y contraídas como las de un mono aquejan costumbres simiescas; por su parte, estas costumbres consisten en imitaciones toscas, ridículas y bufonescas de las obras humanas, y además iracundas, de crueldad procaz y petulantes; por tanto, quien acuse unas orejas como estas aquejará también estas costumbres. Así, el planteamiento de Aristóteles sería como sigue: quien tiene orejas de mono y partes corporales semejantes a las de un mono también aqueja propensiones propias de un mono; el mono tiende a imitar, es lascivo, procaz y desvergonzado; por tanto, resulta razonable afirmar lo mismo a propósito del hombre con orejas y rostro de mono.



  ¶   5

A su vez, no creo posible explicar por qué son las orejas, y no cualquier otro miembro corporal, las que, con su apariencia simiesca, implican una costumbre simiesca; antes bien, creo que convendría tomar todo el rostro y toda la cabeza como una señal patognómica, y no solo las orejas. Sea como sea, ¿por qué las orejas de mono implican también costumbres de mono? Responderemos: porque quien tiene un cuerpo de mono también tiene materia de mono, luego también forma y operación de mono, de modo que el cuerpo humano de apariencia simiesca también será muy proclive a la ejecución de operaciones semejantes a las del mono. O sin alejarnos tanto de nuestro propósito, diremos: si las orejas del hombre son simiescas, su causa eficiente y la de la cabeza fueron semejantes a la causa eficiente que formó al mono; lo que forma al mono es el alma del mono, su potencia, su perfección; por tanto, quien tiene orejas simiescas alberga en cierto modo un alma simiesca; por su parte, esta alma implica costumbres y disposiciones simiescas; así pues, se puede deducir que quien tenga unas orejas como estas también acusará estas costumbres.



Apotelesma lxxxvi

Apotelesma lxxxvi    Orejas grandes.

orig:   (66.2)

A su vez, quienes las tienen grandes son burros. 

  ¶   1

Vuelve a hablar ahora de las orejas, y apunta que las grandes son propias de los burros; el burro se distingue de otros animales en apariencia congéneres, como el mulo y el caballo, en que este tiene las orejas más grandes, y esto parece propio de él; por su parte, esta señal del alma implica una disposición y una prontitud a imitar al burro, el más ingrato de todos los animales; por tanto, si goza de un momento de ocio, es lascivo e inepto, aunque perezoso y negligente en su cuidado, ajeno al decoro y a la buena o mala opinión de los hombres.



  ¶   2

La causa, según creo, es que cuando alguien tiene unas orejas como estas también acusa en cierto modo una materia y una forma propias del burro, de modo que su alma interna también aqueja unas propensiones semejantes. O mejor, quienes tienen unas orejas como estas acusan un temperamento melancólico y frío con subdominio de la pituita; por su parte, quien acusa semejante temperamento reproduce las costumbres del burro, pues este es el temperamento propio de este animal; por tanto, cuando alguien tenga las orejas semejantes a las de un burro, cabe considerar que también aqueje costumbres asininas. Ahora bien, tampoco sería de extrañar que no se cumpliese la consecuencia, pues el hombre, en cierto sentido compendio de todas las cosas, bien podría acusar las propensiones naturales que propiamente afectan a los caballos y a los animales, ya idénticas, ya semejantes; y como no hay costumbre que el hombre no pueda acusar, resulta razonable que todos los hombres las acusen todas.



Apotelesma lxxxvii

Apotelesma lxxxvii    Orejas medianas.

orig:   (66.3)

Se advertirá también que los mejores perros tienen orejas medianas. 

  ¶   1

Hemos dicho que los extremos son siempre viciosos, y que la virtud se encuentra en la medianía, la disposición que conviene a la naturaleza. Pues bien, sabemos que los de orejas pequeñas son como monos, esto es, están dispuestos a la acción, aunque luego se apliquen a ella de modo ridículo e inepto, y con ansias de todo no brillan en nada; al contrario, los de orejas grandes bien podrán tener las inclinaciones opuestas, y acusar costumbres asininas, ser lentos, toscos e ineptos, temerosos, laboriosos y duros; y si estos extremos son viciosos, el punto intermedio será loable, luego las orejas medianas indicarán que las inclinaciones mencionadas contemplan una cierta medianía, luego seremos prontos a la acción y constantes en ella, y obraremos con recta razón hasta alcanzar el fin propuesto.



  ¶   2

Me parece que Aristóteles adujo el ejemplo de los perros por ser este el animal con las orejas más grandes y más pequeñas. Los de orejas grandes son temerosos, como casi todos los perros villanos que llaman barbados, o algunos perros grandes franceses, y los tan queridos malteses, pues todos ellos tienen orejas grandes y son temerosos, o menos osados que los demás. En cambio, los lobos, que algunos ven como un género de perro salvaje, los perros de Córcega o Corfú, y los que se usan en el campo para guardar la casa, tienen las orejas bastante pequeñas y son osados, de verse ofendidos llegan a atacar a los viandantes, solo reconocen a quienes viven con ellos y no tienen piedad con los demás. Los que acusan una disposición intermedia, como los de caza, que llaman conejeros, tienen orejas medianas y son prontos a la acción, y por otra parte son bastante mansos y plácidos.



  ¶   3

No resulta sencillo demostrar con pruebas fehacientes por qué los de orejas medianas acusan costumbres buenas y una buena índole, y solo queda remitirse a lo ya apuntado, a saber, que toda medianía es conforme a natura, luego loable. No obstante, creo posible confirmarlo razonando de menor a mayor: en efecto, si la naturaleza elaboró perfectamente lo que tiene un uso menor y resulta menos necesario, de fines meramente estéticos, tanto mejor habrá elaborado y perfeccionado lo necesario para existir y estar bien; estas cosas necesarias son los órganos internos del alma; por tanto, quien tenga unas orejas muy bien elaboradas también habrá de tener bien dispuesto todo lo interno; por su parte, quien tiene los órganos internos dispuestos conforme a natura goza de buena índole y costumbres adecuadas; por tanto, cabe concluir que el hombre de orejas medianas, bien perfiladas y formadas es decente y de buena índole, y que no aqueja costumbres asininas ni simiescas. Esto dice Aristóteles de las orejas.



  ¶   4

Otros creyeron que las pequeñas y sutiles eran señal de un ingenio bueno y sabio; ahora bien, de ser contrarias a natura, las pequeñas y sutiles no denotan nada bueno, como se dijo arriba. De las oblongas o demasiado anchas dicen que denotan al hombre osado, desvergonzado, despreciador, vano y perezoso; los tres primeros atributos bien se podrían dar, pues las orejas grandes y no mal formadas demuestran, en condiciones normales, un temperamento sanguíneo con subdominio de la bilis o de la pituita; por su parte, el osado y desvergonzado no parece perezoso en absoluto, pues los perezosos se asocian a los burros; a su vez, los osados, contumeliosos e iracundos son muy precipitados y demasiado dispuestos a la acción, en tanto que imitan una costumbre juvenil. En cuanto a la vanidad y la ignorancia, se trata sin lugar a dudas de pasiones bien propias de los de grandes orejas, pues muchos de los que tienen unas orejas como estas son toscos, vanos e insulsos; no en vano, estas orejas denotan un cerebro demasiado húmedo y frío, si bien la humedad abundante lleva mezclado un poco de tierra turbia, y así, a causa del frío, el cerebro no es muy receptivo y, a causa del humor, retiene difícilmente lo recibido.



[Orejas pequeñas y sutiles]

  ¶   5

Apunto lo que advirtieron algunos autores modernos: los de orejas grandes suelen tener un cuello corto, pues parte de la materia destinada a la estructura de las vértebras se ha marchado a las orejas; por su parte, dicen los autores que quienes tienen un cuello corto acusan perfidia y fraude, y esto parece contravenir lo dicho anteriormente, pues si el de orejas grandes tiene un cuello corto, y el de cuello corto es astuto y pérfido, el de orejas grandes no será tosco e insuslto. ¡Qué inconsistentes son los profesores de esta disciplina, que enuncian sus propósitos sin razón alguna! En efecto, ¿hay algo más inepto que decir: el de orejas equinas ha de ser príncipe y morirá con dignidad? Yo creo que las orejas grandes, gruesas y no bien elaboradas por la causa mencionada denotan la absorción del juicio y de los sentidos internos, y esto no contraviene lo que Aristóteles apuntó más arriba, a saber, que se asociaban a los burros. Añade que sea cierto que una oreja grande denota un cuello corto y grueso, en tanto que la gordura del cuello denota vigor, y el vigor suele llevar aparejada la obtusidad del ingenio. A mí, en verdad, me parece que lo que se dice a propósito de la brevedad del cuello merece reflexión, pues puede ser corto y grueso, como en los toros, o corto y delgado, como en los gatos, y los primeros son robustos, mientras que los últimos son insidiosos. En la disciplina fisionómica, cuanto se enuncia al margen de los principios del temperamento y sin silogismo parece carecer de todo valor, como una elucubración pensada para imponerla a los hombres vulgares.



[Apunte]

  ¶   6

Por su parte, lo que apuntó Polemón, a saber, que las orejas elaboradas y bien esculpidas denotan una naturaleza bastante tosca, no me parece razonable sin pintarlas demasiado grandes, pues en otra circunstancia contravendría lo dicho más arriba, a saber, que los extremos elaborados y bien esculpidos sugieren que la naturaleza haya formado mejor todavía las partes internas; en efecto, el arte, que obra por el fin, difiere de la naturaleza en que el arte, dependiendo de un principio externo, procede de fuera adentro, mientras que por la naturaleza, como principio interno que es, mueve y se conduce de dentro afuera, de modo que si las partes externas tienen buen aspecto, podríamos suponer que las internas gozan de una disposición óptima. Y si alguien dijese: “entonces, ¿por qué los hermosos suelen ser malos?”, la réplica quedó apuntada en otro lugar; ahora se indica que existen dos tipos de hermosura: una es viril y conviene al hombre, y esta nunca denota una mala índole; ahora bien, si un hombre acusa una hermosura de aspecto femenino, siendo esto contrario a natura, también denota una disposición contraria a natura, y por ello se tacha de pésimos y fraudulentos a los de rostro redondo y rubor virginal. Y esto es lo que ha dicho Aristóteles sobre la figura de los miembros.



Apotelesma lxxxviii

Apotelesma lxxxviii     DE LOS COLORES DEL ROSTRO Y DE LAS CUALIDADES DE LOS PELOS Y DEL MOVIMIENTO CORPORAL

orig:   (67.1)

Los bastante negros son temerosos. Se asocian a los egipcios. 

  ¶   1

Nadie pondrá en duda que esta compilación de preceptos fisionómicos aqueja una profunda corrupción, de modo que la ligazón de sus elementos sigue un orden impropio y faltan muchísimas cosas advertidas por Aristóteles. No obstante, ahora que el trabajo emprendido ya ha atravesado su ecuador, también procuraremos explicar esta parte con el mismo criterio con que nos ocupamos de las anteriores, esto es, aduciendo en la medida de lo posible alguna razón de las sentencias aristotélicas.



  ¶   2

Esta parte se puede dividir cómodamente en seis secciones: la primera se ocupa de los colores, tanto del cuerpo como del rostro y de las partes y componentes que contiene; a continuación viene la segunda, que trata de los pelos; la tercera atiende a los movimientos de todo el cuerpo y las agitaciones de las partes; la cuarta estudia las cualidades de la voz; la quinta advierte qué indican los miembros que guardan las proporciones, y qué denotan los que no las guardan; por último, para concluir formula un epílogo con las advertencias y los preceptos que debemos observar en todo momento a la hora de formular juicios.



  ¶   3

Ocupémonos de la primera parte. Su explicación requiere estudiar qué es el color, la calidad de los colores que los animales y el hombre acusan de manera natural, y a partir de qué principios nacen en este último; luego cabe considerar si acaso la región y su disposición actúan en el cuerpo de los hombres y los inclina hacia una disposición antes que a la contraria; cabe considerar cuál es la causa de la diversidad de las disposiciones y temperamentos humanos, y si acaso se trata del cielo, o del sol, o de la región terrestre, o de los planetas, o del poder de los planetas, como pretenden algunos; y por último, a qué se debe que en ocasiones nazcan en Egipto o en Bretaña individuos sin un rostro egipcio ni costumbres egipcias o británicas.



  ¶   4

Así pues, digamos en primer lugar que cabe considerar el color de dos maneras: bien de por sí, bien en tanto que algo visible. En tanto que objeto de la vista Aristóteles, en el segundo libro del De anima, lo definió como un el movimiento de lo diáfano como diáfano que es. En verdad, ahora mismo el discurso no se refiere a este, sino al color en tanto que cualidad en virtud de la cual recibimos los calificativos de blancos, negros o rojos; ahora bien, si se trata de una cualidad, y del género de las llamadas pasibles, no por infundir una pasión, sino porque es una pasión la que lo introduce, resulta evidente que nace del padecimiento mutuo de las cualidades primeras que se manifiesta con luz y diáfano. Así, un cuerpo sencillo no tiene color, sino el principio de un color, luego ni el cielo, ni el aire están coloreados, ni el agua, que es sencilla, ni el fuego, esto es el que se encuentra en la propia esfera.



  ¶   5

Mas dirás, partiendo de Teofrasto, que la tierra más sencilla es blanca y que, por consiguiente, no todo cuerpo sencillo carece de color. En verdad, diré yo que existen dos clases de blanco: uno que es un color, y otro que la naturaleza ha dispuesto para recibir todos los colores, siendo en cierto modo una incipiencia, una potencia y un rudimento de todos los colores, algo así como su materia o base. La tierra no acusa el primero, sino el segundo. Esta misma distinción cabe advertirla igualmente en el negro: uno de ellos consiste en una privación, como las tinieblas; el otro, en cambio, es propiamente un color, como el de las plumas del cuervo y el de algunas piedras, como la que llaman piedra de toque, en que, según la leyenda, se convirtió un pastor de nombre Bato. El fuego, por su parte, brillante por naturaleza, da forma a los colores; y los dos elementos diáfanos intermedios ligan los extremos, y juntos forman todas las especies de los colores.



  ¶   6

Hemos dicho que los colores se producen por la habituación mutua de las cualidades primeras, pero de los cuerpos, ya que es en esta habituación recíproca de lo seco y lo húmedo donde se encuentra la razón de los colores; y a ello se debe que Aristóteles las hubiese identificado como cualidades introducidas a través del padecimiento, esto es gracias a un padecimiento recíproco que se provocaban entre sí las cualidades primeras.



  ¶   7

La verdad de lo dicho resulta evidente. Sea una tela seca, humedézcase: cambia de color; sea un paño púrpura, dilúyase en agua: pierde el color; séquese luego: o recupera su color o adopta otro distinto. Lo mismo se echa de ver en los hombres y demás seres vivos: según se sequen o se humedezcan más o menos adquieren diversas cualidades de los colores. Esto viene dado por la habituación que conciertan entre sí los principios pasivos y la luz; no en vano, el fuego que existe en las cosas contempla dos razones: bien como principio del calor, bien de la luz. Como principio y fuente del calor produce olores y sabores; en cabio, como fuente natural de luz es causa de los colores. En efecto, no cabe considerar que la luz del cielo esté pegada a estos cuerpos, y que el cielo participe de alguna manera en su mezcla, a menos que lo entendamos espiritual o metafóricamente, o de manera efectiva, como Policleto. O acaso su arte es inmanente a la estatua, en tanto que el cielo, los movimientos del cielo y la luz, la única que se transfiere sensiblemente desde las alturas a estas regiones inferiores, suponen agentes universales, y en todo actúan, todo lo hacen crecer, lo conservan o lo echan a perder, comunicándoles a las cosas un calor proporcional o desproporcionado. Pues bien, a la luz de estas cosas queda claro qué es el color sencillo, y que es esta una pasión también propia de los mixtos, y que la coloración es, en verdad, inmanente a los cuerpos.



  ¶   8

A su vez, analizando un instante lo concerniente a las cualidades y principios de los colores, digamos: es el color una pasión de un cuerpo compuesto o mixto; asimismo, todo cuerpo mixto, ya sea diáfano, ya visible, ya participe de ambas cualidades, consta de cuatro elementos. Los elementos son, de por sí, cuerpos simples; de entre los cuerpos simples, unos son diáfanos y otros acotan lo diáfano. A este último responde la tierra; los restantes son el agua, el aire y el fuego. De estos cuatro, dos se denominan principios pasivos, y otros dos activos. La tierra es seca, luego está acotada; el agua es húmeda, luego es acotable, aunque inacotada de por sí. Estos dos son pasivos, de modo que imperan en las cosas por su masa, la tierra en las cosas más perfectas, y el agua en las más imperfectas. Los dos activos, por su parte, son el aire y el fuego; de estos, el último es más caliente, y el otro menos; ambos son lúcidos, pero el aire es más diáfano, y el fuego, más lúcido. Tanto uno como el otro se imponen en los animales por su fuerza.



  ¶   9

Pues bien, el blanco se deriva de la sequedad, luego la tierra es blanca. Si se le añade agua sale el negro, como cuando se humedece una gleba; no en vano, el agua es la causa material de toda negrura, como apunta Aristóteles en la sección vigésimo primera sección de los Problemata, al igual que el frío es su causa eficiente, como indica en la sección trigésimo octava de los Problemata. Si viniese a sumarse una cantidad moderada de aire y el calor suficiente para que estos dos elementos se combinen como deben surgirá el verdor; si el fuego entrase en contacto con una mayor cantidad de aire se producirá un color anaranjado, pues alberga más luz que el verde; a su vez, si el fuego diese en participar todavía más de la mezcla nacería el púrpura. Ahora bien, como un fuego más intenso termina por secar más lo seco y húmedo, viene a oscurecer la luz, como se echa de ver en los maderos en llamas; se sucede entonces el color cerúleo, tomado a su vez por el color oscuro, que es al pálido lo que el negro es al blanco. Acto seguido viene el color negro, fruto del sometimiento a un calor intenso de lo terreno acuoso. Estos son, pues, los colores sencillos derivados de la mezcla de las cualidades elementales y de los elementos.



  ¶   10

Estos parecen tomar su materia de lo seco y lo húmedo, en tanto que ambos residen en los elementos pasivos; lo cálido y lo frío, a su vez, en tanto que son activos, parecen darles la forma. Pues bien, así como los pasivos generan los colores y participan en su constitución no ya como secos o húmedos, sino como diáfanos o no diáfanos, lo mismo aplica a los activos, ya no como cálidos, sino como lúcidos o no lúcidos. Y si alguien replicase que el aire no es lúcido y que la tierra no es blanca, sepa que los elementos y principios no son tal cosa en acto, pues entonces lo serían en existencia perfecta, y no existirían en principio ni serían principios, sino principiados y compuestos. Por tanto, son como son en existencia incipiente y potencia, mas no en acto ni existencia completa o perfecta.



  ¶   11

Así, de estos ocho colores sencillos, blanco, pálido, anaranjado, verde, púrpura, cerúleo, oscuro y negro, se produce la práctica infinidad que se suele advertir en las flores y las plumas de las aves. En cuanto a los pelos de los animales, no te será fácil encontrarlos verdes, cerúleos ni púrpuras, pero sí los podrás ver rojos, blancos, amarillos o negros, pues según sea el color de la piel de los animales, así serán sus pelos; a su vez, la piel es como los humores que la forman a ella y a la carne que la acompaña, al contrario que en el hombre.



  ¶   12

Por su parte, si bien es cierto que los humores de que consta un animal perfectamente establecido responden a los cuatro elementos del mundo, todos ellos tienden al rubor y al púrpura, siempre y cuando gocen de una disposición conforme a natura; no en vano, hemos dicho que este es el color de los animales consumados y de los humores de sus vasos, como el verdor lo es de las plantas, pues el jugo que se obtiene de la práctica totalidad de las plantas acusa verdor, y verdes son sus hojas y ramas; igualmente, el jugo natural que se extrae de cualquier animal consumado, fruto del coito, no solo vivíparo, sino también ovíparo, con talque respire y tenga un pulmón, es purpúreo, con tendencia al rojo. Este, no obstante, no es un color sencillo; en efecto, el púrpura diluido es indicio de pituita; el puro, de sangre; el espléndido y rutilante, de bilis amarilla; el saturado, tendiente al rojo intenso y más estridente nos da noticia de la melancolía natural. De haber los condenado el calor o el frío a una disposición contraria a natura, producirían negrura, lividez, paliez, amarillez o blancura, y otros tantos colores que apuntan los médicos cuando hablan de la bilis porrácea, vitelia y aeruginosa o pálida, según los humores, por sí mismos o en combinación con otros, hayan estaqdo más o menos expuestos al calor externo.



  ¶   13

La superficie del cuerpo humano, por regla general, no suele acusar más de dos colores naturales, a saber, el blanco y el negro; estos, a modo de categorías, pueden comprender en cierto modo cuantos acostumbran aparecen en el rostro y en la piel de los hombres. En efecto, asociarás al blanco el color pálido y ceniciento de españoles y moros; lo mismo aplica al rosado de alemanes y polacos, y al amarillento con cierto brillo que se echa de ver en los griegos y los oriundos de Troya, Licia y Bitinia; este mismo color, más próximo al oscuro, con toques de azul y de brillo, se advierte en armenios y persas. Este es el modo de reconducir al blanco los colores de la piel humana de los habitantes de Europa, pues en esta región nadie nace naturalmente negro.



  ¶   14

Verás el azulado en tártaros y moscovitas; el impuro en los españoles que llaman castellanos y en los ilirios. El azulado es fruto del frío; este, de ser apocado, generaría un tono impuro, natural y no enfermizo, presente en el color rosado que se echa de ver en la hoja exterior de las rosas; este último parece propio de franceses y alemanes, más ardiente en los franceses, más rojo en los alemanes, más vehementes aquellos, más estables estos. Se sigue el ceniciento, más próximo al oscuro; aparece en los italianos y los vecinos del reino de Nápoles, así como en muchos griegos; y si a este ceniciento viniese a añadírsele un cierto fulgor y un tono azulado se obtendría el color amarillento. Estos son, pues, los colores naturales de los blancos.



  ¶   15

El primer tipo de negro es el oscuro. Llamo oscuros a los amarillentos a quienes un exceso de calor privó de su humor superficial, dejándoles el tono oscuro. Llamamos oscuros a mauritanos y egipcios. El calor, a fuerza de afectar y secar la piel, produce ese tono oscuro, como se echa de ver en quienes permanecen mucho rato al sol o viven en el campo. Tras los oscuros vienen los ferruginosos, mucho más negros, como los habitantes del ecuador, de las orillas del golfo persa y de Calcuta, la ciudad del Índico; también los árabes, según dicen, acusan este color. Por su parte, los dueños de la costa de Guinea, los etíopes y cuantos viven bajo el trópico de Cáncer, o más allá, y dominan regiones arenosas y faltas de agua acusan, todos ellos, un color muy negro, y merecen propiamente el nombre de negros, e imitan el color del carbón apagado o de la pez. Sin embargo, no carecen de rubor; antes bien, imitan el color de una rosa cubierta por un cristal o un velo negro. De entre los etíopes y los habitantes del que llaman río Níger, unos son propiamente negros y semejantes a un carbón apagado; otros, en cambio, son negros como la pez; estos son más jóvenes, de mejor aspecto y más jugosos; los otros, por su parte, son mayores y no albergan tanto humor natural.



  ¶   16

Así pues, estos parecen ser los colores que adopta la piel humana como consecuencia del calor o del frío externo y de las cualidades del entorno. En efecto, al igual que sucede con tantos otros compuestos, los elementos pasivos que forman el cuerpo humano son la tierra y un agua de apariencia determinada, que le vale el nombre de melancolía y pituita; así, como el frío intenso expulsa el humor y empuja hacia adentro los alientos, da a la piel un tono amarillento o azulado. De ser apocado y limitarse a empujar el calor hacia adentro, sin apagarlo, se obtendría el color de los alemanes; y de ser menos frío, advertirías el color rosado de los franceses. No obstante, como el calor y el frío van cambiando sucesiva y uniformemente a lo largo del año, terminarás percibiendo el tono impuro de italianos y sicilianos. El oscuro, el ferruginoso y el negro se obtienen en función de la exposición del cuerpo a un calor más o menos intenso, y según el humor se mantenga alejado de la sequedad y dé en calentarse. Ahora bien, con una piel prácticamente privada de humor no se obtiene un color negro, sino ceniciento.



  ¶   17

Y como Aristóteles, en la Physiognomica, se sirve de hombres de diverso origen, queda preguntarse si la región o la diversa disposición de una región están también detrás de disposiciones diversas y, caso de hacerlo, por qué sucede, y cómo.



  ¶   18

Es algo por todos conocido que diversos hombres de diversos lugares acusan disposiciones e inclinaciones diversas y se ocupan de estudios diferentes y anhelan cosas distintas. En efecto, los del norte acusan unas cosas, y los del sur otras: estos aquejan una ebriedad muy vergonzosa, y aquellos sienten un admirable reparo por el crimen del placer carnal contrario a natura. Entre las causas más habituales de esta diversidad está el temperamento, pues el iracundo y el de temperamento bilioso con subdominio de la sangre acusan temperamentos diferentes, y lo mismo aplica al pituitoso con subdominio de la melancolía: este obedece con humildad, y aquel ordena con soberbia.



  ¶   19

La educación, la costumbre y la institución bien merecen el segundo puesto; no en vano, tal es la importancia de un hábito que se arrastra desde la cuna que la costumbre y la educación pueden corregir, superar, cambiar y revertir el temperamento y las inclinaciones del tiemperamento, y este poder lo detentan especialmente en el hombre, pues el hombre es el animal más próximo al temperamento comedido; este temperamento parece residir en el equilibrio; por su parte, lo que así es no tiene mayor dificultad para invertirse hacia los contrarios; así, resulta evidente cómo también el temperamento humano permite concluir que el hombre está en manos de su albedrío, y que es dueño de sus obras, pudiendo hacer y no hacer cuanto le sugieren el temperamento, una afección o alguna otra cosa. Bajo la educación caben la institución y la ley, la comunión de la patria y la condición y cultura que se nos transmiten de niños.



  ¶   20

En tercer lugar se encuentra la región, que da al estudio la diversidad du se aire y su suelo. Una región se distingue de otra por la diversa relación que guarda la tierra con el cielo, el sol y las estrellas. Esta relación es doble: una más universal, que depende de la mayor o menor permanencia del sol sobre el horizonte del lugar, así como de la proyección de los rayos solares en ángulos más o menos rectos; la otra, más particular del lugar, se deriva de la naturaleza de la tierra y del lugar, el cual guarda una relación concreta con el sol. En efecto, en una misma región y bajo un mismo paralelo resulta que unos habitan lugares campestres, muy abiertos; otros, en cambio, las cimas de las montañas, secas, pedregosas y estériles; y otros viven en lagos, en pantanos, tierras plagadas de árboles y protegidas de los vientos; pues bien, unos y otros también acusan temperamentos e inclinaciones diversos. Esto se echa de ver en Italia, si se viniesen a comparar los habitantes del lago de Como con los de los pantanos de Aquilea o Ferrara, pues la disposición y la localización de esta región particular resulta tan relevante que se impone a la disposición general del cielo y del sol, de modo que a la orilla del lago de Como nacen y viven los mismos árboles que en las colinas de Nápoles o Génova, aun siendo estas mucho más australes y, atendiendo a la disposición general del sol, mucho más cálidas que los lagos de Como o Lemán. Algo semejante advertirá quien, desde la cima del Apenino, se detenga a contemplar la zona septentrional, hórrida, yerma y pobre, y luego la austral, risueña, fecunda y cubierta de doradas limas de suave aroma. Así pues, a la vista de que diferentes lugares producen aires diversos, es probable que al inspirar un aire diferente, este, procediendo como parte material a la generación de los alientos y conducirse al corazón, consiga mitigar, exaltar y alterar su temperamento; asimismo, como los diferentes lugares dan frutos diversos y albergan aguas diferentes, que los pueblos acostumbran aprovechar, y como se sabe que los diversos alimentos cambian y alteran la sangre, resulta evidente que la comida y la bebida, junto con el aire, desempeñan un papel importantísimo en la afección de nuestro cuerpo. Y esto es lo que se decía, que las diferentes regiones acogen a hombres de costumbres diversas, dado que respiran un aire distinto e ingieren comidas y bebidas diferentes, de modo que gozan de alientos dispares y acusan afecciones y deseos diversos.



  ¶   21

Asociarás los contactos y las amistades con la educación; en efecto, es cosa cierta que somos como aquellos a quienes frecuentamos y con quienes tratamos con familiaridad.



  ¶   22

La quinta es la edad. No en vano, enseña Horacio en la Poetica que las diferentes edades acusan afecciones dispares; y además de Horacio, Aristóteles en la Rhetorica. A la edad van ligados los estudios, tan importantes que, según el dicho popular, terminan todos ellos volviéndose costumbres. Llamo estudios al género de vida, al ejercicio y a la obra que todo el mundo practica, ya por elección, ya por casualidad, ya por contentar a los suyos: el ejercicio militar, el doctrinal, el médico, el teológico o el económico, y las artes cotidianas, que llenan las ciudades, a todo ello se refiere el término “estudio”; al fin, cuanto mantenga ocupado al hombre y cuanto lo hace obrar por un fin determinado. De hecho, el hombre, por ser un animal activo, actúa, y todo agente actúa por algún fin, luego cuanto mueve al hombre a un fin con elección merece, a mi juicio, el nombre de estudio. Así pues, si alguien desempeñase el estudio militar, ¿qué costumbres dirías que habrá de tener, sino las militares? Y en sentido inverso, si se aplicase a la religión, dirías de él que es humano, bondadoso, misericordioso; y a su vez verás que todos los médicos son, por lo general, un poco tristes y quejosos. Por su parte, las afecciones debidas a causas externas, caso de permanecer mucho tiempo, vendrían a generar en el hombre unas determinadas costumbres que terminan por llamarse hábitos, corroborados por la propia razón, recta o no recta. Pues bien, estas son las principales causas de la diversidad de las disposiciones humanas, fuentes de las varias y diversas operaciones, origen de hábitos dispares y prueba de su diversidad.



  ¶   23

Ahora bien, la diversidad humana no se habrá de atribuir jamás a los planetas, por haber nacido unos bajo Marte y otros bajo Saturno. En efecto, las más universales causas no produces efectos muy particulares, y resultan ridículos quienes afirman que unos pueblos son osados por estar sujetos a Leo, y otros temerosos por estarlo a Capricornio, o que los boloñeses son amigos de la música y las letras, son humanos y proclives al amor por vivir bajo Tauro y regirse por Mercurio y Venus. Así, en algunos lugares, como Egipto, Arabia, Alemania o Escitia, los hombres acusan unos rostros, unas naturalezas y unas costumbres determinadas; en otros, como en Italia o Sicilia, acusan rostros inciertos y costumbres indeterminadas, y no todos los italianos comparten un único ingenio o un mismo rostro. Esto mismo se escribe de quienes habitan bajo la equinoccial; acaso por el mismo motivo, que quienes se encuentran bajo la equinoccial y quienes habitan bajo el cuadragésimo quinto grado acusan un mismo temperamento y distan de los extremos en igual medida; ahora bien, ello no quita que puedan nacer en Alemania individuos con el rostro de un español, ni que nazcan en Egipto otros cuyo rostro y costumbres imiten a un griego, pues los más grandes y modélicos hombres pueden “nacer en la patria de las ovejas y bajo un aire denso”. No obstante, esta disciplina de pronóstico tomada de las costumbres regionales se deja desempeñar principalmente en el principio y el medio del sexto clima, así como en el fin del quinto, donde se advierte esta diversidad de rostros.



  ¶   24

Así pues, que una región infunda a alguien un color y un rostro determinado y diverso constituye, a mi parecer, la causa privada y particular que vendría a contener el temperamento universal del padre y la madre, alterado este por el modo de vida, la edad o los alimentos, temperamento del que habría de fluir una semilla precissa, germen de un cuerpo marcado por unas notas y unas inclinaciones determinadas.



  ¶   25

Pues bien, tras esta explicación excesivamente larga, vengamos al tema. El carácter de los egipcios lo describe Herodiano en Caracalla, y hacen lo propio Capitolino y Dion: son livianos, amigos del juego y las risas, temerosos, sediciosos, vanos, supersticiosos, y cuanto de ellos dicen estos autores. Esto sucede, creo, porque al habitar una región cálida y húmeda y ser naturalmente melancólicos con subdominio de la bilis y la pituita, les pasa lo que a las aves, y es que al sentir del calor de la primavera revolotean de aquí para allá, llenando el aire de un canto perpetuo.



  ¶   26

Dice, pues: los bastante negros son temerosos; se asocian a los egipcios. Por negrura cabe entender la que, frente al color de italianos y griegos, resulta intensa, si bien frente al de los etíopes la verías solamente oscura; así, quien acusa el color de los egipcios es temeroso, pues los egipcios son temerosos y oscuros. Que son temerosos lo corrobora también Aquiles Tacio de Alejandría, oriundo de esa región, pues dice que batidos en retirada huyen muy precipitadamente y no es posible deternerlos, pero son imbatibles en la victoria y la prevalencia.



  ¶   27

Por su parte, sabremos por qué los oscuros y de cuerpo pequeño suelen ser débiles y temerosos una vez hayamos fundamentado la naturaleza de los egipcios. En los egipcios, el calor interno sale a la superficie atraído por el externo, y las entrañas se quedan frías, calentándose de cuando en vez mediante calor natural y accidental; a su vez, se ennegrecen al tostarse el humor desplazado hacia la piel; y a ello se debe que se vuelvan negros. Sentado lo cual, digamos: los de exterior negro albergan un humor que tras haber salido a la superficio se dejó tostar por el ambiente exteror; por su parte, a quien le sucede tal cosa nota frío en sus entrañas, y quien nota frío en sus entrañas siente miedo; por tanto, el de rostro naturalmente negro y oscuro, ojos pequeños y cabellos erizados y negros es temeroso, malicioso, doloso, indigno de confianza y de ira muy vehemente, que guarda oculta mucho tiempo, a la espera del lugar y el momento para el ataque. En cuanto a los etíopes, tampoco son mucho más robustos que los egipcios; a su vez, se ve que los de la costa de Guinea son los más despreciados, y es que la naturaleza los ha formado para la sola servidumbre, y no piensan en más que en comida y placer carnal; por su parte, son muy negros, como un carbón apagado. He conocido a algunas mujeres de este pueblo; aun de habla italiana y fe cristiana, acusaban una libido tan promiscua e infame que cazaban a cualquier desconocido y le suplicaban que tuviese algo con ellas; además, eran muy amigas del vino e iban siempre borrachas, oliendo a vino.



  ¶   28

Mas alguno dirá: ¿cómo van a acusar los oriundos de nuestra tierra e Italia el color de los egipcios o etíopes? En efecto, donde no se da ni se ha dado nunca la causa eficiente no puede existir el efecto; en Italia no se da ni se puede dar el calor de Egipto o Etiopía; por tanto, tampoco el color. Asimismo, no creo que en Italia pueda nacer de padres etíopes un etíope puro, pues quienes nacen en nuestra tierra de unos padres semejantes acusan un color bastante diluido; ahora bien, es cierto que de cuando en vez nacen aquí hombres oscuros, semejantes a los egipcios. Por su parte, cuando la constitución propia de alguien acusa un temperamento egipcio, dos son las causas que entran en juego: una es que la semilla y el temperamento paterno son, desde un pricipio, melancólicos con subdominio de la pituita y de la bilis, y no hay un calor abundante que venga a calentar la melancolía, y esta se conserva bastante fría; la otra causa es que, dentro del útero materno, un embrión más cálido de lo normal puede venir a desplazar el humor natural y su propio calor hacia afuera, y ahí, junto a la piel, este humor puede tostarse, tiñiendo al feto y volviéndolo oscuro, y así, más tarde, ya más frías las entrañas, termina por nacer la propensión al miedo servil propia de los egipcios.



  ¶   29

No obstante, yo podría aducir también el carácter general del enunciado referente a las regiones, y podría recordar que Aristóteles dijo que los negros, como los etíopes, propiamente negros, y los egipcios, que llamamos oscuros, son temerosos; y que a esta temerosidad la acompañan la levedad, la astucia, la superstición y la prontitud con las ciencais y las contemplaciones, pero también una cierta incapacidad e ineficacia para el ejercicio de las artes y las armas, de modo que a pie de batalla no son tan potentes como las naciones septentrionales y atemperadas.



Apotelesma lxxxix

Apotelesma lxxxix     Los muy blancos.

orig:   (67.2)

A su vez, los bastante blancos son temerosos. Se asocian a las mujeres. 

  ¶   1

La causa de este apotelesma, que lleva a llamar temerosos a los bastante blancos, resulta evidente; en efecto, se asocian a la naturaleza de las mujeres, temerosas de por sí. La causa es que albergan poco calor en su corazón: al tener mucho en el útero no les abunda junto al corazón. Ahora bien, ¿por qué es temeroso el bastante blanco? Porque es naturalmente pituitoso, luego frío y húmedo; por su parte, ya hemos dicho en repetidas ocasiones que el frío va acompañado del temor, como la audacia sigue al calor.



  ¶   2

Mas cabe preguntarse por el criterio que sostiene esta enseñanza, pues hemos dicho que los bastante negros son temerosos, luego los bastante blancos deberían ser osados. Además, se ve que los ingleses y alemanes son bastante blancos y, a un tiempo, muy osados.



[Cuestión]

  ¶   3

Creo posible replicar que por blanco intenso se entiende un color níveo, femenino; y este, por ser contrario a natura, es indicio de que el hombre, osado en tanto que es hombre, acusa temor, esto es, privación de osadía. A su vez, respondo al primer argumento que cuando la mucha negrura provoca temor no lo hace en tanto que exceso de negrura; antes bien, es indicio de una disposición contraria a natura capaz de participar en la formación del hombre; asimismo, la mucha blancura es señal del otro extremo; por su parte, todos los extremos, por el hecho de serlo, son viciosos; así pues, quien de verdad merezca ser llamado hombre no será blanco cual mujer ni negro cual etíope. Al segundo argumento, que habla de alemanes y escitas, respondo que no es cierto; en efecto, no son blancos, sino rosados, amarillos o melosos con toques de púrpura. En definitiva, un color demasiado blanco es indicio de indolencia e ineficacia en las operaciones, de temor enraizado, como se echa de ver en las muchachas más blancas de la cuenta.



Apotelesma xc

Apotelesma xc    El color entre el blanco y el negro que tiende a amarillear.

orig:   (67.3)

En cambio, el color adecuado a la valentía ha de encontrarse a medio camino entre estos dos, pues los amarillos son magnanimos. Se asocian a los leones. 

  ¶   1

Aristóteles no parece haber concedido a la fisionomía tanto valor como algunos modernos, que todo lo reconducen a ella, pretendiéndose incluso capaces de predecir y juzgar las contingencias futuras y cuanto depende en su totalidad de un agente externo. Pues bien, según parece, el objetivo de Aristóteles consiste en estudiar e investigar cuál es la constitución viril conforme a natura, y cuál la femenina, y qué señales han de asistirnos a la hora de evaluar los excesos, los defectos y el término medio. Para ello se basa en el siguiente fundamento: que la perfección de la naturaleza viril se asienta en una cierta medianía, en que la magnanimidad o valentía espiritual y el vigor del cuerpo valen de pasiones propias; por su parte, la naturaleza femenina es asimismo una medianía, sus pasiones son la hermosura y una delicada conformación corporal, y las afecciones propias de su espíritu son una cierta avaricia y la perfidia. Y no es que todas las mujeres sean pérfidas; antes bien, digo que los hombres, naturalmente, son más abiertos y osados, mientras que las mujeres son más cerradas, tienden a cubrir los sentidos del propio espíritu y acusan una menor osadía; y si alguna que otra vez resultan muy osadas es que aquejan una disposición contraria a natura.



  ¶   2

Mas volvamos a Aristóteles. Dice él que el color propio de la valentía se encuentra a medio camino entre el muy blanco y el muy negro. No cabe considerar que este color intermedio convenga a la valentía a modo de causa, sino como simple señal. Por tanto, el sentido dice así: el color que denota un cuerpo humano naturalmente inclinado a la valentía espiritual y propenso a la osadía es el que existe entre el negro y el blanco. Ahora bien, no consideraremos que este pretendido color intermedio haya de ser el verde, pues no es este un color natural del hombre.



  ¶   3

Los colores que se asociaban al blanco eran el pálido, el rosado y el ceniciento. Por su parte, el pálido comprende en sí varios tonos: en efecto, el color azulado y el ceniciento se dicen tipos de palidez, y también llaman pálido al color del marfil o del queso; y este es propiamente femenino. Así, cuando un color como el de la ceniza de roble chamuscada se muestra puro, sabiendo que resulta de la melancolía con subdominio de la pituita, y que la melancolía, aun no siendo cálida, puede calentarse con moderación, no tomarás a este hombre por valiente, sino por humano y atemperado, y no deseoso de lo ajeno. A su vez, el hombre propiamente meloso, que imita el color de la miel, alberga demasiada bilis amarilla. El de color ocre, más próximo a un tono oscuro y con cierta impureza, es de los que Aristóteles llama intermedios; de hecho, pertenece al grupo de los blancos y participa tanto del blanco como del negro; es producto de una abundante melancolía incalescente y de mucha bilis amarilla con partes iguales de pituita y de sangre, mas con predominio de la pituita. Este es el color al que aquí se refiere como amarillo, aunque más le habría valido llamarlo ocre, el propio del león; y no lo dice porque haya hombres con la piel de este color exacto, sino porque le anda cerca y, en cierto modo, lo representa.



  ¶   4

Y de modo semejante, de entre los hombres negros, los ferruginosos y próximos al color del óxido son valientes y magnánimos, y también robustos, pues albergan bilis negra y amarilla: una de ellas, ligada a la tierra, aporta constancia y rubor; la otra, semejante al fuego, otorga vehemencia, celeridad y prontitud en las acciones. A su vez, los bastante negros aquejan falta de bilis amarilla, imitan un carbón apagado y no son cálidos, sino fríos; por su parte, ya se ha dicho en más de una ocasión que la osadía reside en el calor, pues el calor es propiedad del fuego, y se dice que el fuego es el príncipe de los activos.



  ¶   5

Pues bien, el negro, el color de la pez, de una parte, y el cándido o pálido, de la otra, suponen extremos y denotan, por tanto, que quienes los acusan están lejos de la medianía; en esta medianía hemos situado el vigor y la osadía; luego los de los extremos carecerán de osadía y vigor, y merecerán el nombre de temerosos y débiles.



  ¶   6

Para corroborar que el color ocre es indicio de valentía aduce el ejemplo de los leones, pues acusan este color al tiempo que son valientes y machos, de modo que los valientes acusan este color. Ahora bien, ¿por qué son amarillos los valientes y robustos? La causa, creo, resulta evidente a la vista de lo anterior. En efecto, los valientes y robustos son de temperamento melancólico con subdominio de la bilis, con la que entran en contracto partes iguales de sangre y pituita, y la melancolía es natural y rica en calor abundante; a su vez, los de semejante temperamento muestran un color ocre, como el de los leones; por tanto, los valientes y robustos, como hemos dicho, acusan un color ocre. Leemos que este fue el color de Hércules, y que Caco era ferruginoso, como Anteo. Pues bien, a la luz de estas cosas queda claro que los de este color son valientes, de mano pronta y robustos.



Apotelesma xci

Apotelesma xci    Cómo sean los rojizos.

orig:   (67.4)

Los bastante rojos, astutos. Se asocian a los zorros. 

  ¶   1

Podrás advertir el color referido por Aristóteles en la piel del zorro, y especialmente en su pelo; no en vano, este es propiamente el rojo, el que denota la astucia.



  ¶   2

Se denominan astutos los perspicaces, quienes dan rápidamente con los medios con que lograr sus propósitos. Así pues, la diferencia entre el prudente y el astuto parece ser la siguiente: el prudente se propone un fin loable y bueno y, acto seguido, es capaz de dar con los medios con que alcanzar su fin, medios naturalmente buenos y loables; en cambio, el astuto no se propone un fin bueno ni loable, sino que lo contempla todo sin pararse a considerar el bienestar ajeno; asimismo, es perspicaz y halla sus medios rápidamente, sin que le preocupe que sean o no loables, mientras sirvan a su propósito.



  ¶   3

Así pues, dice: los de color rojo, especialmente en el rostro, se asemejan a los zorros; estos, a su vez, son astutos; por tanto, los de rostro rojo son astutos. Es cosa evidente que los rojos acusan semejanzas con el pelo de los zorros en virtud de su color; en efecto, el zorro tiene pelos rojos y es bastante astuto, como también se deduce de Esopo, que concede a los zorros los más notables rasgos de astucia. Ahora bien, se entenderá que los rojos sean astutos si primeramente apuntamos que existen dos clases de rojo: uno sin brillo, saturado, tirando a una negrura con toques de palidez, como se echa de ver en el bronce; el otro, por su parte, es brillante y purpúreo o rosado, en cierto modo agradable a la vista. A su vez, el rojo brillante vuelvea comprender dos clases: a uno lo llaman encarnado, y lo vemos en las manzanas de otoño y en las rosas de primavera; el otro, que llaman propiamente rojo o purpúreo, lo advertirás en los paños de escarlata, las flores de la silene coronaria y en el cinabrio.



  ¶   4

El texto habla del primer tipo de rojo, del que carece de brillo, lleno de bilis negra abundante y tostada, ligada a la amarilla. Si estas dos, mezcladas con cierto criterio, viniesen a calentarse y tostarse no despertarían nada noble o magnánimo en el hombre; antes bien, dada la naturaleza de la melancolía, infundirían siempre en su corazón temor, sospecha, incredulidad y falta de sociedad. Todo ello, en efecto, es propio de la tierra, en tanto que es fría y seca y, por consiguiente, difícil de acotar con término ajeno y de ligar a otras cosas; retiene mucho tiempo lo que toma, y no recibe fácilmente lo que rechaza. Por su parte, la bilis, que reproduce el calor del fuego, genera una agitación inquieta y un deseo de conocer que da paso a la astucia; ahora bien, la cantidad de bilis negra es mucho mayor que la de bilis amarilla, de modo que el temor lleva la delantera; de hecho, de no ser así, el animal sería osado, no temeroso.



  ¶   5

Pues bien, diga el razonamiento como sigue: son astutos quienes acusan un temperamento compuesto por bilis negra abundante ligada a la bilis amarilla, ambas ciertamente naturales, pero moderadamente caldeadas; por su parte, la piel y el cuerpo de quienes acusan un temperamento semejante son de color rojo, o bien reproducen con su brillo el color del bronce o de la piel del zorro; por tanto, los astutos son de color rojo, luego es probable que los de color rojo sean astutos, pues una proposición afirmativa no necesariamente aplica a la inversa en términos universales. Esto, a su vez, viene a confirmarlo un célebre proverbio italiano; estos suelen decir que ningún rojo es bueno.



  ¶   6

La menor resulta evidente a quienes estudian la deficinión y la esencia del astuto. En efecto, si la propensión a la astucia es una virtud y pasión material, en verdad ha de agenciarse una materia concreta que conceda cosntancia y agudeza en la búsqueda; quedó dicho más arriba que los hombres toman esta última de la bilis amarilla, y aquella de la negra; así pues, a la luz de estas cosas queda claro que los muy rojos son astutos. Me parece haber visto a muchos cretenses y sardos de este color; en cuanto a los alemanes, no son rojos, sino rosados, de ahí que no sean astutos, sino muy desconfiados, y es que tras verse engañados en su detrimento aprenden a no creer. Esto mismo les sucede a las muchachas, pues son desconfiadas, cosa que les suele venir de su calor benigno y de la sutileza de su sangre.



Apotelesma xcii

Apotelesma xcii    Los pálidos y dotados de un color consternado.

orig:   (67.5)

Los de color pálido turbado son temerosos. Se asocian a la pasión derivada del temor. 

  ¶   1

Quedó dicho quiénes son los pálidos. Este color contempla dos variantes: una derivada de la bilis asada y, como dicen los médicos, vuelta ceniza; otra derivada de la pituita. La primera lleva mezclado algo oscuro; la segunda tiende al candor. Este, a su vez, contempla dos tipos: uno uniforme, regular, floreciente, como natural y con algo de brillo, como vemos en los adolescentes naturalmente pálidos pero de buen aspecto. Advertirás esta palidez en las violetas blancas y en las rosas augustas, que llaman mosquetas. Ahora bien, el texto no se refiere a este, aun si no se encuentra muy a menudo en los rostros de los bravos. La otra palidez es desigual, turbada, de pésima presencia y en cierto modo azulada, o al menos acusa el color del yeso diluido en agua y ya casi seco. Este lo advertirás en aquel a quien el miedo ha robado el color, y es que al retraerse los alientos hacia el corazón y abandonar la sangre el rostro, la piel se reseca y, privada de sangre y de alientos, se vuelve pálida, rugosa, oscura, fea e irregular.



  ¶   2

Así pues, Aristóteles tacha de temeroso a quien acusa naturalmente este color; y lo corrobora por medio de la señal: en efecto, quienes temen son pálidos y de color turbado, de modo que, a la inversa, los pálidos y de color turbado son temerosos. La causa de esta propensión no plantea dificultad: el temeroso alberga pocos alientos y poca sangre, y lo poco que tiene se hunde o se dirige al diafragma, donde se estanca. Prueba de ello es que casi todos los temerosos, como temen en acto, acusan un vientre lúbrico, principalmente por la bilis, así como por la sangre y los alientos que se han hundido; por su parte, quien alberga poco calor y pocos alientos, y los que tiene permanece estancado en las partes inferiores, tienen las partes superiores y el rostro desprovistos de sangre y de alientos; quien tiene las partes superiores desprovistas de sangre y alientos, y especialmente el rostro y la zona de los ojos, es pálido y de color turbado; por tanto el temeroso es pálido y de color turbado y, a la inversa, el pálido y de color turbado será temeroso.



  ¶   3

Mas acaso replique alguno, diciendo que las proposiciones universales no pueden invertir sus términos. Primeramente podría responder a esto que las proposiciones demostrables sí aplican a la inversa, pues pertenecen naturalmente al segundo modo. Además, es probable, y no necesario, que apliquen a la inversa, y participan de la conclusión como señal soluble, al menos en muchos casos. En efecto, si todo el que teme acusa palidez y no teme quien no empalidece, es probable que el pálido sienta temor o sea propenso al temor, ya por hábito, ya por principio interno y disposición natural.



[Cuestión]

Apotelesma xciii

Apotelesma xciii    De un color meloso.

orig:   (67.6)

Por su parte, los del color de la miel son fríos; lo frío, a su vez, se mueve con dificultad, y si lo próximo al cuerpo se mueve con dificultad, serán lentos. 

  ¶   1

Este apotelesma no plantearía problema alguno si supiésemos cuál es el color de la miel y por qué el color meloso denota la lentitud, si en verdad parece significar todo lo contrario; de hecho, la miel es cálida y astringente, luego el color que la refiere en primer lugar debería parecer efecto de este temperamento.



  ¶   2

El color meloso toma su nombre de la miel. Ahora bien, la miel no conoce un único color; de hecho, un tipo de miel es pálida, como el ligustro o la cera blanqueada, por ejemplo, la miel traída de Iliria; otra es amarilla, como la italiana, a la que también Lucrecio se refirió en estos términos; otro color de la miel es el amarillento, un tanto pálido y con brillo, que podrías advertir en la miel española, y que probablemente acusó la miel ática o la del Himeto. Pues bien, creo que Aristóteles se refiere al color meloso de la miel española o ática; su sentencia, por tanto, dice así: los de color meloso son fríos; los fríos, a su vez, son lentos.



  ¶   3

Para comprobar la mayor basta aducir que lo frío se mueve con dificultad, como se echa de ver en la tierra y en quienes se congelan en invierno, que apenas se pueden erguir; además, casi todos los animales fríos, como los caracoles, las tortugas, muchísimos insectos, las salamandras y el camaleón se mueven lentamente y con dificultad. La cuasa es que el frío se opone al calor; el calor, por su parte, es el principio del movimiento, y el príncipe de los cálidos, el fuego, se mueve continuamente; por tanto, el frío será el principio del reposo, y lo más alejado del sol está frío, como advertimos en la tierra. Y si replicases que el agua se mueve, respondería que no lo hace por sí misma, en tanto que es agua, sino por estar fuera de lugar, y que entonces se mueve por pesada, no por fría; y de moverse en su medio, como en el mar, lo hace en tanto que está sujeta al movimiento primero, ya siga al sol o a la luna; en cambio, cuando se enfría mucho el agua se queda quieta y se vuelve hielo rígido. Así pues, queda demostrado que lo frío se mueve con dificultad. “Mas de ser frío lo que está próximio al cuerpo”, esto es si los miembros del cuerpo fuesen fríos por efecto de un frío natural, que implica la ausencia de calor propio, también se moverían con dificultad y, por tanto, serían lentos y volverían lento al hombre.



  ¶   4

La menor decía: los melosos son fríos. Esta no la explica Aristóteles, si bien es cierto que requiere demostración. El color meloso descrito en tercer lugar, que Vopisco advirtió en el césar Cloro, consta de mucha flema blanca con bilis amarilla y un poco de melancolía, de modo que la amarillez ligada a la blancura produce un tono amarillento y propiamente meloso que denota una cocción muy escasa; no en vano, este color se echa de ver generalmente en los convalencientes. Así pues, el color meloso denota la victoria de la pituita sobre la sangre, y muestra la abundancia de una bilis amarilla contraria a natura, atemperada o turbada por la melancolía. Los indicios de la constitución de los humores y de la escasa cocción demuestran también el dominio del frío; por tanto, el color meloso en el hombre denota el frío de las partes del cuerpo, que es lo que había que demostrar.



  ¶   5

Así pues, con razón se ha dicho lo siguiente: los de rostro meloso y amarillento son perezososo y lentos; y si son lentos, son también irresolutos e ineptos para las grandes acciones; son, por tanto, hombres de nulo valor; además, siendo propio del frío desear más de lo que puede digerir, son también voraces y glotones, y desmesurados con la comida; asimismo, al no desembarazarse de la bilis amarilla serán iracundos, pero no lo demostrarán sino con sus inferiores y criados, y con aquellos a quienes consideren incapaces de dañarlos o de devolverles el envite; en caso de airarse contra sus superiores, vencidos por el miedo, lo tolerarán, callarán y se limitarán a proferir quejas, blasfemias y amenazas pueriles en su ausencia.



Apotelesma xciv

Apotelesma xciv    Quiénes estén dotados de un color rojizo tirando a púrpura.

orig:   (67.7)

Los de color rojo son agudos, pues todo lo corpóreo calentado por el movimiento da en ruborizarse. 

  ¶   1

Este rojo no es el color aducido en el noningentésimo primer apotelesma, el color del pelaje del zorro. Aquel, como se dijo entonces, carecía de brillo, pues albergaba mucha melancolía asada con bilis amarilla; el rojo de ahora, en cambio, contiene mucha sangre sutil con bilis amarilla natural, conocida como cólera roja, y con pituita delicada; es el que vemos en los adolescentes acalorados por un movimiento intenso, un color propiamente purpúreo. Así pues, cuando alguien acuse este calor de manera natural, dirás de él que es agudo.



  ¶   2

Recibe el nombre de agudo quien penetra y comprende enseguisa qué ha de responder o hacer, aquel cuya agudeza intelectual es capaz de captar rápidamente lo que los demás no conseguirían en mucho tiempo. Aristóteles lo demuestra aduciendo la razón de la señal: los de color rojo son de temperamento bilioso y sanguíneo; semejantes individuos son naturalmente cálidos; los de complexión cálida y biliosa tienen alientos delicados; los de alientos y sangre delicada son agudos; por tanto, los de color rojo son agudos. El texto comprende la explicación de la menor, a saber, que los rojos son cálidos; dice así: los de cuerpos agitados por un movimiento intenso terminaron por calentarse, y ahora son cálidos; por su parte, los de cuerpos muy agitados son rojos; por tanto, los rojos dieron en calentarse, luego son cálidos.



  ¶   3

A su vez, la causa de que los rojos sean cálidos es que los rojos, como se ha dicho, son biliosos y sanguíneos; y si estos humores viniesen a imponerse, siendo cálidos, darían en calentar el cuerpo; y si en los hombres naturalmente dispuestos y sanos se vienen a enrojecer y calentar moderadamente las partes externas, tanto más se calentarán y ruborizarán sus entrañas.



Apotelesma xcv

Apotelesma xcv    Los que se hayan vuelto del color de las llamas.

orig:   (67.8)

Los de color carmesí son maníacos, pues cuando algo se calienta intensamente en el cuerpo acusa un color carmesí. 

  ¶   1

Llamo color carmesí a un rojo muy brillante, semejante a una llama, al cinabrio y a las telas escarlata, que de cuando en vez se echa de ver en el rostro de quienes han tragado mucho vino y ya están ebrios. Hemos advertido este mismo color en dos mujeres que padecían frenesí: una de ellas murió; la otra, aun habiendo perdido mucha sangre por las hemorroides, al fin se salvó, no sin haber perdido todo el cabello.



  ¶   2

El maníaco toma su nombre de la manía; esta, a su vez, es un furor derivado de la inflamación de las membranas cerebrales; estas se inflaman ante la ebullición de cualquier humor, pero ante todo de la bilis ardiente, tanto amarilla como negra, que abrasa el interior de la cabeza. La sentencia, pues, dice así: los de rostro carmesí son propensos al frenesí y a la manía. Esto puede confirmarse, pues los de rostro carmesí tienen las entrañas intensamente acaloradas y abrasadas; cuando alguien tiene abrasadas las entrañas próximas al corazón y los miembros internos, se le encienden fácilmente las meninges cerebrales; a quienes les sucede fácilmente tal cosa son propensos a la manía; por tanto, los de color carmesí son propensos a la manía, que es lo que había que demostrar.



  ¶   3

Aristóteles, en su texto, se sirve de la propia señal para confirmar la menor; esta afirmaba que un rostro de color carmesí denotaba el calentamiento intenso de los miembros del cuerpo. Dice, pues: prueba de ello es que cuando cualquier miembro del cuerpo se calienta intensamente acusa un color carmesí; por tanto, si un rostro acusa naturalmente el color carmesí, es probable que este rostro se haya calentado intensamente; probable, pues de dos proposiciones afirmativas en la segunda figura no se sigue una conclusión necesaria. A mí, en cambio, para probar que el color carmesí de un rostro denota la propensión a la manía, me parecería mucho más fácil y mucho más adecuado que el método aristotélico desarrollar un razonamiento como el que sigue: las entrañas de los maníacos, y especialmente las próximas a las meninges y ventrículos del cerebro, se tuestan intensamente y se encienden; los de entrañas abrasadan acusan un color carmesí en la superficie del cuerpo y en el rostro; por tanto, el rostro de los maníacos es carmesí y, por consiguiente, los de rostro carmesí son propensos a la manía.



  ¶   4

En el texto queda sentada la mayor, a saber: quienes tienen los miembros corporales internos intensamente abrasados acusan un color carmesí. Ahora bien, en aras de una mayor claridad y mayor conformidad al texto, diremos como sigue: los de color carmesí son maníacos porque cuando alguna parte del cuerpo se ha calentado intensamente acusa un color rojo fuego; por su parte, serían maníacos quienes acusasen un calor extremo. El sentido del apotelesma es el siguiente: los de rostro carmesí, esto es intensamente inflamado, son propensos al furor y a la locura, pues esto denota que las partes internas, a saber el cerebro y también el corazón, acusan un calor intenso y, por tanto, este color viene a aparecer en el rostro. Ahora bien, no digo que los de rostro carmesí sean maníacos, sino muy propensos a la manía; en efecto, para ser maníacos en acto y en verdad, y no acusar solamente una inclinación, las entrañas habrían de aquejar un calor excesivo; no en vano, la manía no es más que una inflamación de las partes internas del cerebro. Así pues, cabe estructurar el silogismo del siguiente modo: los de rostro carmesí acusan un calor intenso en las vísceras internas, y especialmente en el cerebro y sus membranas; los de cerebro y meninges cerebrales bastante calientes acusan una propensión a la manía; por tanto, los de rostro carmesí son propensos a la manía.



  ¶   5

La menor la corrobora la evidencia, pues vemos que los miembros de nuestro cuerpo, sometidos a un calor intenso, acusan este color carmesí. La mayor constituye la definición de la propia manía, o se entiende mediante la definición de la manía. Los médicos llaman manía a la inflamación de las membranas del cerebro y al tránsito de los alientos hacia una naturaleza ígnea; y en el libro De anatomia vivorum de Galeno se dice que la manía denota un sometimiento de la zona del corazón a más calor del conveniente. Así pues, si los maníacos aquejan un calor máximo en sus vísceras internas, los de vísceras calientes acusarán una propensión a la manía. Ahora bien, como Aristóteles creía posible que alguien objetase que hay quienes no son maníacos aun albergando un calor muy intenso, responde que el calor de sus entrañas no será extremo, pues cuando alcanzan el exceso sí que son maníacos en acto.



  ¶   6

El color carmesí de nuestro cuerpo lo produce bien una causa externa, como el movimiento, el fuego o el sol; bien una causa interna, esto es una abundancia de sangre biliosa y alientos que se dirige en tropel a un mismo lugar; así, al impedir esta multitud la transpiración, aumenta el calor, al que siguen la inflamación y el color que nos ocupa. Dicen tambiäen que la manäia es una función del cerebro corrompida por el calor ígneo que lo ocupa desde antes de la agitación. A la luz de todo esto resulta evidente el modo en que un rostro carmesí denota la propensión a la manía. Así pues, no será propio del hombre avezado y prudente discutir ni tratar cualquier asunto, aun banal, con hombres de rostro carmesí, pues si en el discurso del enfrentamiento se les viniesen a calentar los alientos un poco más, podrían volverse fácilmente maníacos en acto, y no solo romper a gritar, sino intentar pasar a las manos.



Apotelesma xcvi

Apotelesma xcvi    Cómo sean los que tienen en el pecho el color de las llamas.

orig:   (68.1)

Por su parte, los de pecho carmesí son de ira difícil. Se asocian a la pasión, pues a los airados se les enciende el pecho por arriba. 

  ¶   1

Ya hemos dicho qué es el color carmesí, a raíz de qué existe y por qué es señal de un temperamento abrasador. Así pues, dice que de darse este color en el pecho denotaría una ira difícil, esto es bárbara, perniciosa y de mal modo, que Aristóteles llama acerba en otro lugar, una ira de final inimaginable, salvo por el daño extremo de su incitador. Por tanto, la sentencia de Aristóteles dice como sigue: los de pecho carmesí son de ira cruel y difícil. Lo demuestra aduciendo que a las presas de esta pasión, de ira cruel, se les pone carmesí la zona del esternón y que, por tanto, quienes acusan naturalmente este color junto al corazón aquejan una propensión a sucumbir a una ira cruel. El fundamento del razonamiento, pues, se explica como sigue: quienes naturalmente acusan en su cuerpo y sus partes la disposición que algunas afecciones inducen a sus presas son bastante propensos a estas afecciones; a su vez, quienes tienen la piel del pecho bañada en carmesí acusan el mismo color que advertimos en el pecho de las presas de una ira cruel y difícil; por consiguiente, los de pecho carmesí albergan una propensión a la ira cruel; no en vano, como se suele decir, el tránsito es fácil en quienes portan una señal.



  ¶   2

Por su parte, si el de pecho carmesí es de ira abundante e intensa es porque a la presa de una ira cruel y difícil le hierve y se le abrasa intensamente junto al corazón una sangre sutil y biliosa; asimismo, aquel a quien le hierve la sangre biliosa junto al corazón tiene abrasadas e inflamadas las entrañas del pecho; ante la inflamación de las entrañas, el carmesí toma parte en el exterior y se deja ver en la piel y en el pecho; por tanto, el de ira intensa y cruel acusa este color y, en sentido inverso, necesariamente, quien acusa este color en el pecho será presa de una ira muy intensa, de no serle natural, o bien estará preparado para esta afección a la mínima causa. Todo el fundamento del razonamiento consiste en que la naturaleza siempre actúa del mismo modo, si nada viene a impedirlo, y cuando alguien acusa una señal también afecta la causa de la señal, y quien afecta la causa alberga la esencia y el principio de la operación; por eso mismo, cuando vemos a alguien con un rostro semejante al de quien llora o ríe, decimos que es más propenso a estas afecciones quie quienes gozan de la disposición contraria.



Apotelesma xcvii

Apotelesma xcvii    De qué sean señal las venas en el cuello y las sienes infladas y muy gruesas.

orig:   (68.2)

Quienes tienen dilatadas las venas del cuello y de las sienes son de ira difícil. Se asocian a la pasión, pues es lo que les sucede a los airados cuando se libran a una ira intensa. 

  ¶   1

Este se basa en los mismos principios que el anterior; en efecto, si cuando alguien se libra a una ira cruel deja ver semejante dilatación en sus venas, diremos que es propenso a una ira cruel y difícil quien acuse tal afección en las venas, a menos que esté airado en acto.



  ¶   2

En el cuello existen dos venas, llamadas yugulares, y dos arterias que suben a la cabeza por ambos lados y entran en la sustancia del cerebro y de las membranas mediante un enlace sorprendente, para supeditar alimento y alientos al cerebro y a toda la cabeza. Por su parte, nacen de la arteria mayor y de la vena cava; a su vez, las venas y arterias de las sienes son ramificaciones de estas, y se advierten en la piel que cubre el músculo temporal. Llamo venas dilatadas a las que están duras y llenas de sangre, mucho más visibles que en su estado anterior. También hay una vena en la frente, que se advierte sobre la perpendicular de la nariz; esta, al dilatarse, denota que el hombre ha bebido o ha reído bastante, o que se le ha calentado la cabeza por alguna causa interna. Así era, según Virgilio, la inflamación que Yaco había provocado un día atrás en las venas de Sileno, y se cuenta que así de hinchadas tenían Silvano y Príapo las venas de las sienes y de la frente.



  ¶   3

La idea de Aristóteles reza como sigue: quienes muestran dilatadas las venas del cuello y de las sienes son de ira intensa. Esto lo corrobora la propia señal, pues quienes se libran a una ira intensa acusan esta afección en sus venas, que se endurecen y aparecen dilatadas; por tanto, quienes tienen duras las venas del cuello son propensos a librarse a una ira cruel y difícil. La consecuencia se sustenta en que el alma y el cuerpo son correlativos, como las pasiones del alma y del cuerpo, que son fuerzas en la materia; por su parte, como una afección no es sino una salida al acto, cuanto más cerca del acto y de la propia salida al acto se encuentra la potencia que se ha de dar en una materia determinada y cierta, tanto más probable es que goce de una materia más elaborada y formada por los accidentes que acompañan a ese mismo acto. En efecto, la potencia irascible, por ejemplo, es algo así como una forma y entelequia que se atribuye una determinada materia en el cuerpo, a saber la sangre sutil, cálida y roja; la operación propia de este compuesto consiste en sucumbir a la ira; la señal que acompaña a esta materia es un color carmesí en el pecho; por tanto, se seguirán también la propensión y la habilidad.



  ¶   4

Es evidente por qué a los airados se les endurecen las venas del cuello y de las sienes. En efecto, la sangre biliosa de los airados hierve bastante junto al corazón; cuando a alguien le sucede tal cosa, se le va al cerebro y a la cabeza gran cantidad aliento, de calor y de sangre delicada, tanta que llegan a tener los ojos y el rostro de color carmesí, y parecen exhalar fuego por la nariz; esta materia, a su vez, fluye hirviendo por las venas y arterias yugulares, que se dilatan y extienden, y es que dilatar es propio del calor; por tanto, quienes se libran a una ira intensa acusan una extensión de las venas yugulares, y por el mismo motivo se les dilatan las de las sienes; y la experiencia demuestra que algunos, ante un exceso de ira, llegan a sangrar por ojos y oídos. Así pues, a los airados se les dilatan bastante las venas del cuello, y en sentido inverso, quienes tienen las venas del cuello y de las sienes naturalmente dilatadas han de ser propensos a una ira cruel y de mal modo.



  ¶   5

Cabe advertir asimismo que si alguien tuviese unas venas como estas, no ya de manera natural, sino por algún casual, al acusar esta afección de las venas también aquejará una aguda propensión a la ira. En efecto, recuerdo a algunos que, con la cabeza repleta de vino y las venas endurecidas, sucumbían a una ira muy cruel ante la mínima causa; y otros, con las venas infladas y la cabeza caliente por efecto del mucho reír y el mucho jugar, se libraron al punto a una ira muy cruel. Y esto es lo que decía Horacio, y es que la diversión desencadenó una riña y una ira desbocadas 5-1. La razón es que cuando alguien afecta una señal, el tránsito es fácil. Todos los iracundos han padecido calor junto al corazón, primero, y luego en la cabeza; de todo aquel a quien un motivo cualquiera le hubiese calentado las entrañas dirás que es muy pronto a la ira; y por eso mismo se vuelven muy proclives a la ira los amantes ante el objeto de deseo: no en vano, el amor es un calor que se enciente junto al corazón no menos que la ira, si bien es cierto que el amor reside en la sangre benigna, y la ira, en cambio, en la agria y biliosa; y así resulta sencillo el tránsito de aquel a esta, como del aire al fuego.



Apotelesma xcviii

Apotelesma xcviii    Rostro demasiado rubicundo.

orig:   (68.3)

Los de rostro sonrojado por arriba son vergonzosos. Se asocian a la pasión, pues a quienes sienten vergüenza se les ruboriza el rostro por arriba. 

  ¶   1

Creo que el rostro se le ruboriza por arriba al individuo propiamente sanguíneo y purpurescente, esto es a quien se le ponen rojas la frente y las partes superiores; este sonrojo por arriba se advierte en niños y muchachas cuando se ruborizan. Además, según me parece, cierto es que el calor natural, la sangre y los alientos ocupan, riegan y gobiernan nuestro cuerpo en su conjunto, no habiendo parte viva o sintiente que no goce de cada uno de ellos, o al menos de uno, como podría ser el caso de los huesos; no obstante, hay una cierta porción de sangre y de alientos que está más dispuesta a fluir a través de todo el cuerpo y a proporcionar auxilio a una parte que sufra, como sucede a menudo en las batallas. En efecto, alguna que otra vez los emperadores sacan de la lucha a un batallón de modo que los convalencientes y el batallón en retirada, en caso necesario, puedan recibir auxilio y ayuda como es debido. A mi entender, esta sangre y estos alientos que, como decíamos, estaban en reserva, acuden hacia las principales partes de nuestro cuerpo según su grado de afección o el sentido de su disposición.



  ¶   2

De hecho, cuando nos alegramos se pueden dirigir a la cabeza y al rostro, y a su parte anterior, especialmente a los ojos; tal es el caso cuando uno disfruta de la ira, y es que si uno consuma su venganza o la ve próxima y no siente temor alguno, su sangre y el color de su rostro rompen a hervir, y parece que sus ojos arden en llamas. De modo semejante, si viniese a presentarse ante nosotros un amigo a quien tuviésemos muchas ganas de ver y hubiésemos esperado mucho tiempo, la sangre y el aliento ocupan el rostro y los ojos para unirse deleitosamente al objeto de aquello que agrada. Asimismo, según se echa de ver, quienes sienten compasión acusan un cierto rubor, y de igual modo, cuando alguien siente vergüenza se le suben a la cabeza el calor y el aliento.



  ¶   3

No obstante, la diferencia entre un individuo afectado por el pudor y otro que disfruta una venganza aguardada y ya inminente, o que siente compasión, consiste en lo siguiente. Cuando la causa del sonrojo es el pudor, el color alcanza las orejas, la sangre llega al cuello y a la parte superior de la cabeza, y los ojos se ven privados de aliento, de modo que cuando es el pudor lo que está tras el sonrojo, los hombres apartan la mirada y cierran los ojos, agachan el rostro y apenas pueden hablar, pues la lengua carece de calor y de aliento. Por su parte, cuando la causa del sonrojo es una ira fruto de un exceso de alientos, uno también habla con dificultad y balbucea, pues la locución se ve igualmente entorpecido por la multitud que por la escaseza de alientos, y el movimiento se ve impedido tanto por un exceso desproporcionado que por una carencia semejante, como se echa de ver cuando alguien trata de arrojar una pluma o una piedra de doscientas libras.



  ¶   4

Además, cualquier afección debida a un mal, corrosivo, principalmente, o desagradable, conduce la sangre y los alientos al corazón, ante todo, y a los miembros cercanos, como arca y origen de toda la vida: este, de conservarse bien, la protege, y de venir a faltar, la condena a desaparecer. Por su parte, si se aqueja un dolor, acuden a él como destino; y lo mismo sucede en los casos de ira, un tipo de dolor, y se enfurecen y se calientan; si bien es cierto que, al cabo, el corazón se vuelve punto de partida, y el espíritu y la sangre ardientes se extienden por todo el cuerpo y, especialmente, por las partes superiores.



  ¶   5

A su vez, si además del corazón viene a calentarse el pulmón, se requiere una inspiración más frecuente y se emiten muchas palabras sin sentido; no en vano, la razón es una medianía que los alientos y vapores intensos y abrasadores terminan por viciar, unos alientos y vapores que, como tormentas ventosas y una nube muy densa, le impiden cumplir sus cometidos.



  ¶   6

Creo que el calor y los alientos también se dirigen al hígado y a los principales miembros de la nutrición; no por ser estos la sede de la potencia concupiscible, sino porque en ocasiones también aquejan afecciones contrarias a natura, bien por una excesiva inanición, bien por saturación u obstrucción; y por eso mismo sentimos a veces que las manos y los pies se calientan más de la cuenta, o que también el cuerpo aqueja una mala afección.



  ¶   7

En cuarto lugar, cuando la sangre y los alientos se dirigen en tropel al diafragma nace la risa; cuando uno se ríe y juega, el calor y el aliento tienden a aumentar especialmente en esta zona, pues se calienta bastante y, ante tales afecciones, se agita más que ninguna.



  ¶   8

Pongamos, además, que un movimiento o un pavor intenso viniese a oprimir a un hombre de mala manera, o prácticamente a acabar con él; caso que sea consciente de su impotencia y tema el ataque o su propia muerte, el calor y la sangre, al igual que el aliento, irían a ocultarse en los intenstinos y partes inferiores próximas al ombligo; y por consiguiente, el vientre y la vejiga de quienes son presas de un miedo intenso terminan por soltarse, ya que el calor, con su presencia, los dilata y los abre. Este es el quinto lugar al que se pueden dirigir, y en tal caso las partes superiores vienen a enfriarse, la voz se adhiere a las mandíbulas, un escalofrío eriza la cabellera y los pies no consiguen mantenerse quietos.



  ¶   9

En sexto lugar se dirigen a los testículos y a los genitales, una vez la libido hubiese inflado las venas y el deseo carnal ya resulte evidente. Así pues, cabe enunciar lo mismo aqui que en las otras partes, y es que quienes albergan sangre y alientos abundantes en sus genitales son libidinosos, y que los indicios de abundancia de alientos y sangre en las ingles son también señales inmediatas y ciertas de una libido intensa.



  ¶   10

Pero ahora que hemos explicado todo esto, volvamos a Aristóteles. Dice así: los de rostro enrojecido por arriba son vergonzosos. La razón de su proclama la aduce a posteriori, y tal como hizo en ocasiones anteriores, diciendo: como a las presas de la vergüenza se les enrojecen la frente, las cejas y las orejas, y se les calientan las partes superiores de la cabeza, en sentido inverso, quienes aquejen naturalmente este rubor en las partes en cuestión serán proclives a la vergüenza. Apunto, asimismo, que no se habla ahora de cualquier tipo de rubor, sino del purpúreo, del que hemos llamado encarnado, fruto de la sangre pura y sutil. Por su parte, si la sangre y los alientos, en circunstancias de vergüenza y pudor, se van de los ojos a las orejas, a la parte superior y a la supuesta sede del raciocinio, es, según creo, porque la presencia de algo indecoroso, igualmente juzgado por la razón, en función de lo cual el individuo es o cree ser objeto de un mal juicio ajeno, abate la razón, que entiende lo que no quería entender y, por tanto, sufre, y los alientos y la sangre acuden a esta zona como aportando auxilio, pero turbándola con su presencia la impiden cada vez más. Ciertamente, cabe apuntar que así como una molestia inminente o un perjuicio doloroso llevan a los alientos a refugiarse en las partes inferiores, un vituperio o deshonra inminente hace retroceder al calor desde los ojos a las partes posteriores y a la frente.



  ¶   11

Ahora bien, alguien dirá que la vergüenza enrojece las mejillas, y no la frente o las orejas, como atestigua Virgilio y enseña la experiencia; no en vano, solo a los pálidos por naturaleza o a los temerosos de la deshonra se les calientan y ruborizan solamente las orejas. Cabe responder que las mejillas se ruborizan las primeras por ser el punto intermedio que han de cruzar los alientos y la sangre llamados a la cabeza para alcanzar las orejas y la frente. A su vez, es evidente que su destino son las orejas y la parte frontal de la cabeza, pues es allí donde el rubor permanece más tiempo; además, los oídos pitan y la piel de la frente se agita y no guarda su posición; asimismo, cuando los males impulsan hacia arriba los alientos y la sangre, como quedó dicho, los ojos se salen de sus órbitas.



  ¶   12

Pero, ¿por qué unos no se ruborizan nunca y otros lo hacen siempre, aun sin motivo? En efecto, recuerdo haber visto a unos adolescentes, de educación liberal e ingenua, que se ponían rojos en cuanto oían a alguien preguntar por algo que le habían robado, de modo que cualquiera habría podido pensar que eran ellos los auténticos culpables. Decía uno que lo contrario a natura no acepta causa natural; esto, no obstante, es ciertamente ridículo, pues las causas de los efectos habituales son también habituales, y los efectos poco frecuentes tienen causas semejantes; por tanto, me inclino a pensar que es algo que se debe a los principios de cada naturaleza.



  ¶   13

Advertí que quienes se sonrojan por cualquier causa, aun mínima, o incluso sin causa, son cálidos y húmedos, de hábito sanguíneo y pituitoso, especialmente en la cabeza, luego crédulos, y reprueban lo que escuchan a otro reprobar, juicio este que implica el aborrecimiento y, por así decirlo, el rechazo de la cosa en cuestión; a esto se le une la displicencia, y esta trae aparejada la sospecha de que alguien pueda creer tal cosa de uno mismo; esto despierta el dolor, que suele atraer hacia sí el calor y la sangre; así, la sangre y los alientos se dirigen hacia arriba, pues se mueven con bastante soltura, de modo que cuando alguien acusa un temperamento como este se ruboriza por cualquier causa leve, aun si no se creen concernidos por las quejas ajenas. En cambio, quienes no se enrojecen jamás, hombres impúdicos y de frente fruncida, albergan una sangre densa y melancólica, y unos alientos bastante densos, y no son dados a creer, pues son secos, no les importa demasiado la deshonra, fríos e impúdicos como son, luego acusan un movimiento limitado, pero lento, de ahí que no se ruboricen fácilmente o a la ligera, sino que permanezcan completamente inmóviles e indemnes al pudor.



  ¶   14

Mas señalemos ya la causa del postulado aristotélico, a saber, por qué son vergonzosos quienes acusan rubor en el rostro. La causa es que cuando alguien sufre de vergüenza, la sangre se le va a las partes superiores del rostro, a la frente, a las orejas y a las cejas; por su parte, cuando a alguien se le van la sangre y los alientos a estas zonas, estas acusan un tono rojo o purpúreo; por tanto, cuando alguien sufre de vergüenza se le enrojece el rostro, como se apuntó; y en función de los principios mencionados cabe apuntar, en sentido inverso, que el de rostro purpúreo y rosado es vergonzoso y presa fácil del ingenuo pudor, que es lo que había que demostrar.



Apotelesma xcix

Apotelesma xcix    Rodillas muy rojas.

orig:   (68.4)

Aquellos a quienes se les sonrojan las mejillas son amigos del vino. Se asocian a la pasión, pues a los ebrios se les sonrojan las mejillas. 

  ¶   1

Este color rojo que se echa de ver en los ebrios es muy diferente del que se advierte en los pudibundos; además, a los amigos del vino se les enrojecen unas partes, y a los púdicos otras, luego no ha de extrañar que sean diferentes las pasiones denotadas por rubores diferentes. En primer lugar, el color de quienes sienten vergüenza no se limita a las mejillas, sino que llega a las orejas y a la frente, y en los amigos del vino, en cambio, no sobrepasa las mejillas, a menos que una inflamación del hígado lo lleve a ocupar la nariz y todo el rostro; además, en los púdicos el color es propiamente rosado y tiende al púrpura con cierto ensombrecimiento de su candor, al contrario que en los amigos del vino, cuyas mejillas y ojos adoptan un rubor semejante al minio, pero sin brillo; así pues, los amigos del vino y los avergonzados o pudibundos se distinguen por el tipo de rubor y la zona en que se encuentra.



  ¶   2

Pues bien, a quienes se les enrojecen bastante las mejillas, esto es las partes situadas bajo los ojos, son amigos del vino; se demuestra porque los ebrios en acto tienen las mejillas de este color; por tanto, si este color va ligado al acto segundo y a la energía de la ebriedad como señal de esa afección o de su presencia, quien acusase de manera natural este color será propicio a tal acto y se embriagará muy rápidamente. Creo que la causa de esta señal se puede deducir como sigue: en los ebrios y en quienes han bebido mucho vino, un vapor cálido y seco les sube en grandes cantidades al cerebro y a la cabeza, y mayormente a los ojos; cuando a alguien le sucede tal cosa se le enrojecen las partes próximas a los ojos con un rubor semejante al minio, pero no brillante; por tanto, los ebrios acusan en las mejillas un color como este; así pues, cuando alguien acuse un un color como este en las mejillas diremos que son naturalmente propensos a la embriaguez.



  ¶   3

Ahora bien, no sé si es razonable que una sola señal nos permita señalar al hombre ebrio. Por su parte, la principal de esas señales es un aliento o hálito denso y fuerte, como el que tienen quienes habitan más al norte que los italianos; asimismo tienen ojos naturalmente rojos y llenos de venillas sanguíneas, húmedos, vibrantes y, en cierto modo, elevados. A mí, en cambio, me parecen naturalmente ebrios y sedientos quienes tienen un corazón y un pulmón sometidos a un calor muy intenso, cuya sed no se apaga bebiendo; además, al haber adoptado el hábito ya no desean apagarla, sino que se dan una y otra vez a sus brebajes; acaso por esto son más amigos del beber los habitantes de zonas muy frías.



Apotelesma c

Apotelesma c    Ojos de color rojo.

orig:   (68.5)

Por su parte, aquellos a quienes se les ruborizan los ojos por arriba terminan fuera de sí por efecto de la ira. Se asocian a la pasión, pues a quienes se enajenan por efecto de la ira se les ruborizan bastante los ojos. 

  ¶   1

No vayas a pensar que este color de ojos se aplica a los párpados o a la llamada adnata; propiamente cabe suponer que se habla de la pupila. El sentido, por su parte, reza como sigue: quienes por naturaleza tienen los ojos bastante rojos, semejantes a un carbón consumido, son naturalmente tan iracundos que cuando afectan ira no caben en sí, y actúan y hablan como suelen hacer las presas de la furia; lo mismo opinaron Polemón y Adamantio; además, tacha de bastante iracundos a aquellos en quienes se reconociesen claramente unos ojos rojos y secos. Aristóteles confirma lo dicho con el ejemplo de la pasión, y dice: a quienes se libran a la ira con mucha intensidad y terminan fuera de sí por efecto de esta, los ojos se les ruborizan o se les incendian. Esta es, pues, la pasión que acompaña a una ira muy intensa; por tanto, quien sea proclive a una ira semejante tendrá unos ojos como estos.



  ¶   2

Daremos con el fundamento de esta opinión estudiando por qué acusan unos ojos como estos quienes padecen mucha ira y también furor, efecto de la primera. De hecho, en los Problemata el argumento dice como sigue: se opina que los ojos son los que más sufren por las injurias; así, en tanto que padecen el mayor daño, a ellos se dirigen la sangre y los alientos, cuya presencia resulta en el sonrojo y incendio de aquellos.



  ¶   3

Ahora bien, me parece mucho más ridícula la sentencia que atribuyen a Alejandro Afrodíseo, a saber, que si los ojos de quienes aquejan una ira enajenante brillan tanto y se vuelven tan rojos, es porque a los airados les hierve la sangre junto al corazón, fervor este que envía a la cabeza, y especialmente a los ojos, unos vapores y alientos muy cálidos, de modo que también el rostro se muestra rubicundo, y los ojos inflamados; y por el mismo motivo, de quien acuse unos ojos naturalmente rubicundos dirás que a tal punto se inflama por efecto de la ira que termina fuera de sí. Esto mismo lo canta Virgilio de la airada Alecto, y comprobamos día a día que unos ojos inflamados denotan un exceso de ira. Apunto asimismo que, entre otras cosas, la principal señal de la ira crudelísima consiste en la presencia de muchas venas llenas de sangre bastante rubicunda en el blanco de los ojos; y quienes acusan tal afección se muestran bastante crueles y sanguinolientos cuando experimentan el furor de la ira, y no consiguen permanecer quietos mientras no hayan consumado su venganza.



  ¶   4

Dicen algunos que los ojos sanguíneos también denotan la impudicia y la rapacidad, y que tales individuos se asemejan a los perros y a las ranas; ahora bien, ni todos los perros tienen los ojos sanguíneos y rojos, ni estoy seguro de que las ranas sean impúdicas, ni de que valgan como símbolo de la impudicia, pues sabemos que son temerosas y frías por naturaleza. Ciertamente, siguiendo a Averroes, es cosa sabida que los ojos rojos y llenos de venas diminutas y rojas son indicio de un cerebro cálido; por tanto, cabe suponer que al calentarse más y más por efecto de la ira podrán sucumbir a la manía y al furor.



Apotelesma ci

Apotelesma ci    Ojos muy negros.

orig:   (68.6)

Los de ojos bastante negros, temerosos. No en vano, parece que el negro es claro indicio de temerosidad. 

  ¶   1

Por ojos bastante negros entendemos los de un negro brillante, de negrura semejante a la tinta o al carbón en polvo. Dice Aristóteles que son indicio cierto del temor; a juicio de algunos, es tan infalible que ha de ser necesario, y añaden que los hombres como estos son muy avaros y amigos del dinero sucio.



  ¶   2

Por otra parte, sabiendo que existen varios tipos de ojos negros, cabe precisar sus diferencias para comprender a cuál de ellos se refiere Aristóteles. Así pues, dentro de los que solemos llamar negros, unos tiran al color del óxido, y de estos se hablará más abajo; otros, en cambio, son propiamente negros, y estos se tratan ahora. A su vez, dentro de los propiamente negros, unos brillan, como las frambuesas maduras, y tampoco ahora se habla de estos; otros carecen de este brillo, y estos son los que ahora se estudian. Dice de estos que son señal del temor o, más bien, del pavor, pues no solo los amedrenta lo digno de temor, sino también lo que no cabe temer, y se rinden al temor con gesto servil e inepto.



  ¶   3

Aristóteles, por su parte, parece corroborarlo de la siguiente manera: el color negro en el cuerpo denota temor, acaso atendiendo a lo que más arriba se afirmó sobre etíopes y egipcios, negros y temerosos; por tanto, los de color negro también albergan temor. Vemos que muchos insectos, como las cigarras, las moscas y los escarabajos, también son negros y muy temerosos; en cambio, los perros negros no son temerosos, y no se cuentan entre los temerosos los caballos negros; hemos visto a un alce negro y mulas muy negras que, no obstante, eran muy obstinadas y no temían los golpes ni los latigazos. Así pues, cabe aplicar el argumento de Aristóteles al género de los hombres, y sonará así: los hombres naturalmente negros son temerosos; por tanto, también lo serán quienes tengan unos ojos semejantes.



  ¶   4

Resulta igualmente sencillo justificar que los ojos negros denoten temor, y es que los ojos negros denotan el dominio de la bilis negra en el cerebro, bilis que, al carecer de brillo, no está caliente. Digamos, pues: los de ojos negros acusan un predominio de la bilis negra, pura y auténtica, en el cerebro; a su vez, quienes acusan tal dominio son fríos y secos por naturaleza; los fríos por naturaleza albergan temor en sus principios; por tanto, los de ojos negros son temerosos, y como sienten temor por efecto de la bilis negra, y esta, por su parte, se asocia a la tierra, seca de por sí, son huraños y obstinados; y cierto es, por el mismo motivo, que admiten lo ajeno, pero una vez recibido no lo sueltan fácilmente.



  ¶   5

Un cierto autor atribuye a Polemón la idea de que los hombre astutos y pérfidos se identifican por el negro de sus ojos; lo cierto es que Polemón no dice tal cosa, sino que el ojo negro es indicio de indolencia, pavor y deslealtad; a su vez, cuando describe a los pérfidos, malos y malvados, no atribuye estas cualidades a los ojos negros, sino a los negros bien brillantes; y en otro lugar, este mismo autor atribuye a los ojos negros una ira muy difícil, impudicia e impiedad. Ahora bien, ciertamente diremos, y no sin motivo, que unos ojos negros y brillantes denotan al hombre astuto y pérfido; de hecho, cuando la bilis negra se abrasa también se elevan unos alientos sutiles y agudos, y los hombres se vuelven capaces de investigar y hallar, cualidad esta que bien se puede denominar astucia. Por su parte, al ser temerosos elucubran perfidias y falacias, pues no se enfrentan abiertamente al conflicto ni al perjuicio de los demás. A su vez, quienes únicamente acusan negrura son temerosos, pues son melancólicos; los melancólicos, por su parte, son fríos; y los fríos, miedosos; y al ser fríos, son de movimiento lento y, por tanto, indolentes; y al ser temerosos, indolentes y lentos, también son duros de entendederas y poco crédulos; y al no creer ni tampoco amar se vuelven como huraños, luego desleales. Esto es, pues, lo que cabe decir de los de ojos negros y sin brillo.



Apotelesma cii

Apotelesma cii    Ojos no muy negros, que tienden al amarillo.

orig:   (68.7)

A su vez, quienes no son muy negros y tiran al color amarillo son de buen espíritu. 

  ¶   1

Otra especie de negrura es la que carece de brillo y se aleja del negro. Me parece que estos ojos se asemejan al color del óxido de hierro, pues el color del óxido se encuentra a medio camino entre el negro y el amarillo, si bien es cierto que la negrura se impone. Dice Aristóteles que estos ojos denotan un buen espíritu. A mi entender, gozan de un buen espíritu quienes por naturaleza aman a los hombres y les hacen el bien, en resumidas cuentas, quienes acusan una disposición conforme a la naturaleza humana, ya que la naturaleza del hombre consiste en ser más sociable que las abejas.



  ¶   2

Aristóteles no aporta razón alguna de esta pasión, creyéndola acaso deducible a partir de los casos anteriores; en efecto, si el muy negro no es bueno, el no muy negro podría ser bueno, probablemente; ahora bien, esto no se sigue necesariamente, pues de eliminarse el antecedente no necesariamente desaparece el consecuente. Procuremos, de todos modos, dar con la razón y la causa. Hemos dicho que gozan de un buen espíritu quienes son humanos y propensos a auxiliar a los demás; esta propensión denota una consciencia o advertencia de que también él puede verse necesitado de otras personas, advertencia que lo dispone a ayudar a los demás; así pues, estos individuos discurren con agudeza qué es lo que les conviene tanto a ellos como al hombre y, temiendo por sí, asisten a los demás. Pues bien, dado que no carecen de temor, son fríos; los fríos son terrestres, luego melancólicos, y de ahí les viene la negrura; a su vez, en tanto que son activos y agudos participan del calor; así pues, hay una porción de bilis que viene ligada a la melancolía, y esta, acto seguido, produce el color amarillo que, en combinación con el negro, se asemeja al óxido.



  ¶   3

Y si esto es cierto, diremos: los de buen espíritu no carecen de calor, ante bien, son melancólicos con subdominio de la bilis natural; estos tienen ojos negros tirando al amarillo; por tanto, los de buen espíritu tienen ojos no muy negros, sino tirando al color amarillo, que es lo que había que demostrar. Asimismo, y en sentido inverso, quienes tengan unos ojos como estos serán propensos a la humanidad y gozarán de un buen espíritu. Por su parte, a la luz de lo dicho queda claro que el hábito melancólico en combinación con el bilioso produce ojos negros tirando al amarillo, semejantes al color del óxido; no en vano, sabinedo que la melancolía, de humor negro, se asocia a la tierra, y que la bilis se asocia al fuego, cuando este último se junta con la tierra negra se obtiene el color amarillo. Por lo demás, asociarás estos ojos a la naturaleza de las mujeres antes que a la de los hombres, pues son más mansas y misericordes que ellos, pasiones estas más propias del espíritu bueno, del que se ha tratado más arriba.



Apotelesma ciii

Apotelesma ciii    Ojos blanquecinos o blancos.

orig:   (68.8)

Los de ojos verdosos o blancos son temerosos. En efecto, el color blanco parece denotar la temerosidad. 

  ¶   1

Si el color que los griegos llaman verdoso equivale al celeste de los latinos, en verdad habremos de estudiar sus variedades, pues no es absolutamente cierto que el ojo celeste sea indicio de temor: de hecho, si los ojos celestes, como algunos pretenden, son los mismos que los garzos, sabiendo que casi todos los escitas y alemanes tienen los ojos celestes, deberían ser temerosos, algo a todas luces falso, ya que no hay pueblo más osado que estos, o pocos hay. Así pues, supongamos que el verdoso y el celeste son un mismo color, y que este término se ha tomado de la claridad del cielo o del aire, y que su nombre es celeste, esto es celestial. Pues bien, digamos que este contempla diversas variantes; digamos también cómo se origina cada variante, y cuál es la parte del ojo que se denomina celeste; tal vez así averigüemos también por qué denota el temor.



  ¶   2

El color de ojos que llaman celeste parece comprender tres tonalidades: la primera es la que suelen acusar los niños lactantes, muy inclinada a la blancura y que acostumbramos llamar propiamente blancura; la segunda tonalidad del color celeste lleva ligado un no sé qué de amarillo, y son los ojos propios de las lechuzas que, no en vano, reciben en griego el nombre de “glaucopas”, esto es de ojos celestes; la tercera tonalidad del verdoso tira a la verdura, se denomina propiamente garzo, lo advertimos en el mar y lo acusan muchas naciones septentrionales. Queda claro, pues, qué es el color verdoso y cuántas tonalidades contempla. Estudiemos ahora brevemente cómo se origina.



  ¶   3

Atendiendo a Melecio, el muy noble y antiguo filósofo, diremos que la primera tonalidad del verdor, la de los niños, próxima al humor acuoso, se debe a la abundancia de humor vítreo, con el cristalino al fondo, muy claro y lleno de luz. Si el humor vítreo fuese escaso, pero tanto este como el cristalino fuesen claros y puros, se obtendría el tono celeste o verdoso que se echa de ver en los pueblos septentrionales, cuyos ojos acusan un tono amarillo semejante al de los ojos de las lechuzas. En cambio, si el humor cristalino albergase mucha luz, el ojo acusaría verdor. Yo, ante todo esto, guardo ciertas reticencias; no me parece que los ojos de las lechuzas, como un rayo dorado, tengan nada que ver con los de los sajones y los alemanes que viven a orillas del Elba, de ojos mayormente garzos; además, no me queda claro si la corrupción y la torpeza de las lecturas de Melecio se deben a él o a su traductor.



  ¶   4

Dice Aristóteles que el color de los ojos sigue a los cuerpos. Así, los del norte, de cuerpo blanco, tienen también ojos celestes; los del sur, en cambio, al ser negros, los tienen negros. Esto, en cierto sentido, parece compartirlo él también, pues dijo que los ojos negros denotaban temor. Lo que ahora dirá sobre los blanquecinos parece afirmalo también en los libros del De generatione animalium, a saber, que la escaseza de humor produce el celeste, y su abundancia el negro; por su parte, parece probable que los ojos meridionales albergasen menos humor que los septentrionales, especialmente porque dicen que la causa de la negrura no es la abundancia de humor vítreo, sino la del acuoso, mientras que es su escaseza la que provoca el tono verdoso; la prueba es que cuando el ojo se adormece pierde humor acuoso, y entonces se vuelve verdoso o celeste; además, el agua en abundancia acusa un color negro, mientras que en cantidades pequeñas, en un río o en un lago, es de color celeste.



  ¶   5

Algunos modernos atribuyen la variedad de colores a la úvea, de cuya variedad creen que nacen la diferencias entre los ojos. Mas como yo creo que sin esta diversidad en la úvea el ojo seguirá contemplando variedad, y que esta variedad es fruto de la multitud o escaseza de los humores que conforman el ojo, y la diversa habituación entre ellos, siguiendo el quinto libro del De generatione animalium digamos: quienes todavía no tienen consumados los ojos ni la túnica, ni bien digerido el humor, tienen ojos celestes, tirando al color del agua y bastante blanquecinos; así son los ojos de los niños recién nacidos, y este color denota temor, pues todos los niños son temerosos; asimismo, es indicio de que el calor todavía no supera al humor acuoso que abunda en el temperamento del cerebro. Con el paso del tiempo, oscurecida ya la úvea, disipada la cantidad sobrante de humor acuoso, y habiéndose añadido además una gran abundancia de alientos, aunque no excesiva, resulta la segunda tonalidad del verdor, próxima al amarillo. Y si además aumentasen los alientos biliosos y disminuyese asimismo el humor acuoso, resultarían los ojos de los escitas, que refieren verdura; y si los alientos creciesen más y más, y además, no biliosos puros, sino mezclados con los melancólicos, viniesen a llenar los humores del ojo, y la úvea aquejase asimismo el imperio de esta misma sangre, biliosa y melancólica, ambos humores naturales, dirás que el ojo que Aristóteles llamó garzo, gracioso, fulgente y amarillo es el que se echa de ver en los leones, las águilas y los perros nobles.



  ¶   6

A su vez, esta parte que pintan celeste, amarilla o negra, parece ser propiamente la que llaman pupila, y si alguien pretendiese entender por pupila el orificio ocular que permite la visión, no sería yo quien lo contraviniese; a nosotros nos bastará convenir que el sermón trata del color de la que rodea el orificio, rodeada, a su vez, de la adnata. Así, el sentido de Aristóteles dice: los de ojos verdosos, esto es blancos o blanquecinos, entendiendo ahora la primera clase de blancura, son temerosos. Para demostrarlo basta aducir lo expuesto más arriba, a saber, que el color blanco denota temerosidad, pues indica el predominio del humor acuoso o pituitoso, luego también del frío; el frío, a su vez, causa temor; por tanto, los de ojos celestes y blanquecinos son temerosos. En efecto, los recién nacidos, ques on bastante temerosos, tienen unos ojos como estos, luego este color de los ojos denota temor.



  ¶   7

Ahora bien, ¿por qué los alemanes y los sármatas tienen ojos celestes y no son temerosos? Responda alguien: tampoco fríos, pues albergan calor interno abundante, y acaso por esto son bastante sedientos. Yo diría que el verdor de los alemanes es totalmente diferente al que ahora trata Aristóteles, y diría que este no solo sigue al color de la piel, sino que, en cierto modo, viene de una causa contraria; en efecto, algunas cosas se vuelven celestes cuando se secan, como algunas legumbres, cuyas hojas, verde oscuro en vida, se vuelven blancas al secarse, con un verdor apocado, color que, si no me equivoco, se echa de ver en los ojos de alemanes y sármatas y otrora les valió su sobrenombre. Así pues, queda claro qué denota el ojo celeste blanquecino según Aristóteles, y a qué se debe.



Apotelesma civ

Apotelesma civ    Ojos verdes y amarillentos.

orig:   (68.9)

A su vez, los que no son blancos, sino garzos, son de buen espíritu. Se asocian al león y al águila. 

  ¶   1

Quedó dicho más arriba cuáles son los ojos garzos, y por qué son como son. Dijo Aristóteles que denotan un buen espíritu. También se ha dicho qué es este buen espíritu, y de qué manera la bondad de espíritu denota principalmente la humanidad y la generosidad. Ahora prueba Aristóteles que este color de ojos denota un buen espíritu, esto es, un espíritu natural y una buena disposición, y ello mediante el ejemplo de los leones y las águilas; en efecto, los leones y las águilas tienen ojos garzos, esto es amarillos o tirando a oscuros con cierto brillo y trazas de dorado; estos animales, a su vez, son magnánimos, generosos y bravos; por tanto, los de ojos garzos acusan estas cualidades; por su parte, cuando alguien es así se dice que detenta un espíritu bueno; por tanto, los ojos garzos denotan un espíritu bueno.



  ¶   2

Para demostrar por qué este color de ojos denota un espíritu bueno basta recordar la razón aducida más arriba, que el temperamento cerebral y cardíaco del individuo de ojos garzos, fuente de los alientos, es melancólico con subdominio de una bilis amarilla naturalmente dispuesta; a su vez, quienes acusan este temperamento son osados y considerados; estos individuos detentan un buen espíritu; por tanto, los de ojos garzos albergan un buen espíritu. La menor, que ocupa el primer lugar, no supone mayor problema, pues quedó expuesta más arriba, en el apotelesma anterior. La siguiente es evidente de por sí, pues quien acusa una proporción equilibrada de bilis natural negra y amarilla es osado en virtud del calor de la bilis amarilla, y permanece constante por efecto de la melancolía, que retiene el calor que concibe; a su vez, son bastante considerados, como se apunta en la sección trigésima de los Problemata, pues los alientos de una mezcla como esta, al haber bilis, son sutiles, agudos y penetrantes, y al haber humor negro, son uniformes, estables, iguales y secos; a su vez, como decía Heráclito, un alma seca alberga sabiduría y bondad. Asismismo, quienes acusan un temperamento como este son generosos: no en vano, el calor tiende a dispersar y difundir, y viéndose impedido por el humor negro, lo hace con moderación; a su vez, dar implica ser generoso; por su parte, como son bravos y generosos, también son magnanimos; por tanto, con razón se les atribuye un buen espíritu y se los pinta loables. Así pues, a la luz de lo dicho queda claro que el ojo garzo o amarillo y leonino con cierto brillo denota un buen espíritu.



  ¶   3

Apunto, no obstante, una cosa que he leído, a saber, que los ojos de los leones contemplan dos clases diferentes: los vulgares y no peludos tienen ojos celestes, esto es cerúleos y de un verdor un poco oscuro, como los de las panteras, luego son crueles y pérfidos; pertenecen a este tipo los que habitan en la falda del monte Atlantis, y tienen ojos celestes y blanquecinos, que Hasam León tachó de vulgares, tanto que incluso las mujeres de aquel monte consiguen ahuyentarlos; en cambio, los que viven en zonas campestres y cálidas son muy fieros y peludos, como los del Índico, y tienen ojos amarillos y brillantes con algo de negro; este color lo llamó Aristóteles garzo y gracioso, pues agrada a quienes lo observan, al tiempo que los aterra.



Apotelesma cv

Apotelesma cv    Ojos semejantes al vino de un color dorado.

orig:   (68.10)

Los de ojos color vino son estúpidos. Se asocian a las cabras. 

  ¶   1

Aristóteles explica qué entiende por color vino cuando dice que es el que se advierte en los ojos de las cabras. Scaligero dice que el color vino, según opina Teofrasto en el libro De coloribus, es el que se compone de negro puro y de luz aérea, como advertirás en algunos tipos de cerezas; ahora bien, en mi opinión este color no se parece en nada al de los ojos de las cabras, que a mí me parecen más bien rojos y amarillos con blancura, semejantes al color del vino blanco, como dicen los italianos, que no del tinto, imitando el color del oro o del azafrán; así, si mezclases el color blanco con el lúcido color del sol obtendrías el tono que se echa de ver en el vino de blanco delicado y colorado, en las nubes blancas tocadas por el sol y en los ojos de las cabras.



  ¶   2

Así pues, dice que este color de ojos denota la estupidez, y que las costumbres de la cabra denotan al estúpido (lat. stolidus). A mi entender, esta palabra se deriva de los estolones (lat. stollones), las varas que hacen brotar los árboles desde las raíces profundas o desde la parte baja próxima a la tierra: cuando brotan estas varas reciben todo el humor del árbol, de modo que este no produce fruto ni se alimenta; así, para hacer brotar y alimentar varas inútiles estos árboles se abandonan a sí mismos, y ello les vale el apelativo de estúpidos. Así, es estúpido quien, por atender a lo ajeno e inútil, desatiende lo propio y lo útil, una presa fácil de la mofa y el engaño, aspecto en que parece imitar a la cabra, pues dicen que si alguien cogiese a una cabra por la chiva, el resto del rebaño se junta y permanece inmóvil, estupefacto; a su vez, según creo, es propiamente estúpido quien comienza las obras sin mucha razón y, tras haberlas comenzado, no las consuma, luego es ineficaz para la consumación y pronto a ocuparse de lo que parece requerirla.



  ¶   3

Dice, pues: los de ojos semejantes al vino son estúpidos. Para demostrarlo, basta señalar que la cabra tiene ojos color vino y es estúpida, luego los de ojos color vino son estúpidos. Por mi parte, he dicho que este color vino no es negro ni es el que Homero asocia al mar, sino amarillo, el que advertimos en los ojos de las cabras; ciertamente imita al vino blanco, que no al tinto, pues es amarillo y tira al color de la paja o de los limones maduros. Así pues, a la luz de esto queda claro qué es el color caprino y qué es la estupidez, y que ambas cosas, el color caprino y la estupidez del alma, están ligadas.



  ¶   4

Ahora cabe apuntar por qué sucede tal cosa. En primer lugar, partamos de lo que tan a menudo se ha repetido: los ojos y su color natural suelen responder al temperamento del cerebro, y el temperamento del cerebro condiciona sus propias operaciones; asimismo, convengamos que el color caprino nace de la pituita con bilis amarilla, pues el color de la pituita es blanco, como el del agua, pero de añadir al agua un color azafrán, esto es, de añadirle azafrán, en poca cantidad, obtendríamos el color de la paja, mas no brillante, por no ser el agua del todo clara. Así pues, quienes acusan unos ojos como estos aquejan en el cerebro predominio de la pituita con subdominio de la bilis amarilla, aunque no perfectamente atemperada y elaborada; a su vez, quienes acusan este temperamento cerebral emprenden rápidamente su deber, apremiados por la bilis, mientras que la pituita, que se asocia al agua, los lleva a actuar sin eficacia y darse por vencidos, aunque estimulados nuevamente por la bilis vuelven a buscar más cosas de las que ocuparse, de ahí que también las cabritillas reciban el nombre de inquietas, aunque acto seguido, por efecto de la pituita, se desentienden enseguida de lo que buscaron y lo abandonan, siendo propio de lo húmedo no retener lo que muy fácilmente recibe. Asimismo, parece propio de las cabritillas ir pastando de un arbusto en otro, y no agotar el que han empezado, sino pasar a otro, y no parece haber pasto que pueda saciarlas.



  ¶   5

A la luz de esto creo que se puede sentar la siguiente demostración: los de ojos caprinos albergan un temperamento cerebral de pituita abundante y un poco turbia con subdominio de la bilis amarilla; mas quien acusa un temperamento semejante alberga estupidez; por tanto, el de ojo de color caprino, que llamamos color vino, es estúpido. Así dirán, pues, quienes lean el texto de Aristóteles como nosotros, e interpreten los ojos caprinos como irregulares y turbulentos. En cambio, hay quien cree que el texto está corrompido, y que cabe leer ovejas en lugar de cabras, y no puedo sino convenir con ellos. En primer lugar, se dice que la oveja es ganado estúpido, como atestigua Aristóteles en el libro De historia animalium, y las cabras parecen mucho más prudentes, aunque lo que se dice de las cabras cretenses, a saber, que alcanzadas por una flecha buscan brotes de dictamos, parece aplicarse más bien a las cabras salvajes que no a las domésticas. Además, creo ciertamente que lo dicho se ha de entender de las ovejas, y que deberíamos leer ojos ovinos en lugar de caprinos, pues aquellos albergan mucha pituita y muy poca bilis, e imitan bien el color del vino rebajado. Muchos autores de esta disciplina han visto en este epígrafe la prueba determinante de que este libro no es obra de Aristóteles, pues ven que aquí tacha de estúpidas a las cabras que en otro lugar había llamado prudentes.



Apotelesma cvi

Apotelesma cvi    Ojos ígneos.

orig:   (68.11)

Los de ojos ígneos, desvergonzados. Se asocian a los perros. 

  ¶   1

El color de los ojos caprinos o color vino arriba referidos conviene en cierto modo con el de los ojos que nos ocupan ahora; no obstante, son diferentes, pues estos son brillantes y aquellos nunca brillan, estos tiran al color del azafrán y aquellos al de la paja, estos imitan al fuego o a las brasas encendidas y aquellos a la corteza de un limón sin brillo. Estos ojos ígneos, cuenta Homero, los advirtió Aquiles en Agamenón, y los llamó a ellos caninos, y a él impúdico; así eran los de la furia Erinis, que se le apareció a Turno concitándolo contra los troyanos.



  ¶   2

Dice, pues: los ojos ígneos denotan desvergonzonería, pues son ojos propios de los perros; los perros tienen ojos ígneos, y especialmente los que los italianos llaman mastines, esto es campestres; a su vez, los perros, y especialmente estos, son impúdicos y desvergonzados; por tanto, los ojos ígneos denotan desvergonzonería. Además, partiendo de los postulados de los autores antiguos, apunto que a un perro se le atribuye impudicia y desvergonzonería, procacidad, osadía y contumelia. En efecto, el perro parece impúdico y desvergonzado porque, sin reparar en el lugar, el momento o la compañía, se libra al placer carnal y no duda en aliviarse la vejiga y los intestinos, luego con razón se dice que es impúdico y desvergonzado; en cambio, la osadía no la reconozco en todos, sino solo en los que están en su casa y en su propia habitación, o junto a sus dueños, en quienes confían; acaso se enfrentan a los viandantes, a quienes ladran pertinazmente, sobre todo si se viesen irritados.



  ¶   3

Para comprender la causa de que los ojos ígneos denoten impudicia basta aducir lo apuntado en otro momento, a saber, que quien tiene unos ojos como estos acusa un temperamento seco y cálido en cabeza y cerebro, luego predominio de la melancolía con bilis amarilla encendida; quien acusa un temperamento como este es fiero, osado e impúdico, como más arriba quedó expuesto; además, es contumaz, contumelioso, inhospitalario, muy proclive a la ira, a la venganza y al derramamiento de sangre; por tanto, el de ojos ígneos será desvergonzado, contumelioso, contumaz e inhospitalario, que es lo que había que demostrar.



Apotelesma cvii

Apotelesma cvii    Ojos velados y consternados.

orig:   (68.12)

Por su parte, los de ojos descoloridos y turbados son temerosos. Se asocian a la pasión, pues quienes sienten temor se vuelven pálidos de manera desigual. 

  ¶   1

No recuerdo haber leído cuáles son los ojos propiamente descoloridos; ahora bien, creo que han de carecer de todo fulgor y brillo, que han de ser horrendos y que han de recordar la tierra sucia, de pálida blancura; por su parte, estas parecen ser las cualidades de los ojos de los moribundos, que se muestran propiamente turbados, en tanto que pierden los alientos y la úvea se repliega y contrae, perdiendo su luz y pureza, y mereciendo por tanto el ojo el apelativo de descolorido; estas son, sino me equivoco, las cualidades de este ojo turbado y descolorido que ha perdido los alientos y el calor, y que demuestra un tono impuro un tanto ceniciento.



  ¶   2

Así pues, apunta Aristóteles que estos ojos denotan temor, pues quienes temen acusan este color, no solo en el rostro, sino también en los ojos; por tanto, quienes acusan este color y cualidad, que suele acompañar a quienes temen en acto, son propensos al temor y acusan una potencia perfectamente dispuesta para tal acto; por su parte, quienes acusan palidez en el rostro y ojos descoloridos y turbios, como dice Virgilio a propósito de Dido, albergan cualidades que siguen a la naturaleza de quienes temen; por tanto, los de ojos descoloridos y turbados son temerosos. Esto dice Aristóteles. No es complicado aducir la causa de sus palabras, pues cuando alguien siente temor, la sangre y el espíritu se le vuelven a las partes inferiores, luego las superiores se quedan vacías; en ausencia de sangre y aliento empalidecen y pierden el color de manera irregular, pues el aliento y la sangre se marchan primero de una parte y luego de otra; por tanto, quienes sienten temor empalidecen, y si esto sucede a todos los que sienten temor, quien acuse tales cualidades bien temerá en acto, o bien estará muy dispuesto al temor, que es lo que había que demostrar.



  ¶   3

Mas cabría preguntarse si también es posible tener los ojos pálidos y descoloridos sin sentir miedo o sin ser temeroso. No en vano, quienes se libran a la ira pueden empalidecer y acusar esta falta de color en los ojos; de modo semejante, quienes pierden el sentido por dolor o tristeza, o por un deleite inesperado, se vuelven pálidos y se les turban los ojos, y sin embargo no son presa del temor.



  ¶   4

Valgan las siguientes respuestas. Primeramente, puedo decir que esta facultad no alberga necesidad, sino que procede de la señal, y que lo hace a posteriori; así, aun pudiendo ser necesario que fuese pálido quien sintiese temor, no por ello se sigue necesariamente que cualquier individuo pálido sienta temor, pues al margen del temor existen otras causas que pueden conducir la sangre al interior y hacerla abandonar las partes superiores, y primeramente los ojos. De todos modos, diré que quien acuse esta pasión de palidez y pérdida de color en los ojos, de modo que parezcan los ojos de un muerto, será muy proclive a sentir temor, pero no por ello estará tan dispuesto al temor como la pólvora lo está para tomar fuego; y si es cierto que se vuelve fuego al punto, no por ello es fuego: así, dirá verdad quien, observando el polvo en cuestión, diga: " se volverá fuego fácilmente", pues este polvo guarda una relación muy estreña con el fuego, pero si dijese que es fuego, erraría; del mismo modo, quien observe estas señales en el rostro del hombre dirá que es muy propenso a temer, pero no podrá decir que sea presa del temor.



  ¶   5

A su vez, quien empalidece y se turba de manera desigual por efecto de la ira también es naturalmente temeroso, pues de no temer o no ser naturalmente temeroso, la presencia de un objeto nocivo y hostil, ya juzgado ingrato y digno de repulsa, no llevaría su sangre ni su aliento al interior, sino al rostro, volviéndolo más y más rojo. A su vez, si los afligidos están pálidos sin sentir temor, lo cierto es que ya sintieron temor previamente, por causa de un dolor que creían inminente, y este temor llevó sus alientos al corazón. También pierden el color los amantes y quienes estudian demasiado, pues su aliento y su calor natural dan en consumirse, y su sangre se vuelve torpe; además, en tales condiciones, son temerosos, pues se vuelven melancólicos, y los melancólicos son fríos, y cualquier individuo frío por efecto del frío natural, que se opone al calor propio, es temeroso.



Apotelesma cviii

Apotelesma cviii    Ojos brillantes.

orig:   (68.13)

Los de ojos lúcidos, lujuriosos. Se asocian a los gallos y a los cuervos. 

  ¶   1

No llamo ojos lúcidos a los de los gatos o los lobos, que brillan por la noche; por lúcidos entiendo los que brillan como los espejos, cuando los alcanza la luz, como todo lo pulido y terso; esta pasión se echa de ver clarísimamente en los ojos del gallo. Podrás advertir estos ojos lúcidos en tres afecciones humanas: en efecto, los ojos les lucen a quienes han bebido mucho; también les lucen a quienes son presa de la pasión hipocondríaca o se ven amenazados de alguna otra manera por la afección melancólica; por último, los ojos lucen cuando los amantes se dan al coito por vez primera y están como inundados por el deseo. Ahora bien, no creo que baste con el brillo, pues el brillo y la claridad, según el De partibus animalium, de darse en los ojos, denotan también el brillo y la claridad de los humores, de ahí que algunos digan que los ojos brillantes son indicio de maravillosas costumbres. Así pues, creo que los ojos que denotan al lujurioso han de ser pequeños, amarillos, como la monda de las naranjas, brillantes, un poco húmedos y móviles; así son, por su parte, los ojos de los gallos, especialmente después de su primer coito.



  ¶   2

Sea pues como sigue la sentencia de Aristóteles: los de ojos pequeños, amarillos, lúcidos y un poco húmedos son lujuriosos, esto es muy deseosos del cualquier tipo de placer carnal, aun prohibido por algún motivo. Aristóteles la demuestra con el ejemplo de los gallos y cuervos; cierto es que los gallos acusan unos ojos como estos; en cuanto a los cuervos, es dudoso, bien porque no acusan ojos lúcidos, bien porque, de acusarlos, no es cierto que sean lujuriosos, pues engendran una vez al año y, al igual que las palomas, tienen una única pareja, si es cierto lo que dicen algunos tratadistas de la historia animal; por tanto, creo que el cuervo se ha colado en el texto aristotélico de alguna manera indeseable. Así pues, ignorando el cuervo, digamos: el gallo tiene ojos pequeños, amarillos, lúcidos, y húmedos; además, es bastante lujurioso; por tanto, quien acusa unos ojos como estos es lujurioso. Las dos proposiciones son evidentes al sentido y por experiencia.



  ¶   3

Mas cabe preguntarse a qué se debe tal cosa. Digo que los de ojos pequeños, amarillos, brillantes y un poco húmedos son lascivos, lujuriosos y dados a los amores. Digo que los tienen pequeños porque quienes aman y son lascivos entrecierran los ojos; la causa es que a los lascivos se les hunden los alientos, la sangre y el humor natural, y la zona superior se les queda seca, especialmente los ojos, como sucede durante el coito, de modo que se vuelven pequeños. Son amarillos porque el humor responsable de la erección masculina es bilioso, salado y grasoso, ya que la salinidad estimula los genitales con cosquillas; este humor es color azafrán y vuelve los ojos de este color, o amarillos, por efecto del humor congénito que albergan, y la condición de los ojos dependerá de los humores imperantes. Por último, brillan porque están llenos de alientos y de humores sutiles, y son muchos los alientos que se dirigen a los ojos, de modo que la túnica ocular se distiende y se vuelve ligera, luego brilla. Por su parte, son un poco húmedos porque el humor superfluo es abundante y se ve oprimido por el calor natural ligeramente intenso que viene a secar el humor congénito, comportándose como un hálito vaporoso que asciende en forma de lágrima y termina humedeciendo los ojos.



Apotelesma cix

Apotelesma cix    Canillas muy velludas.

orig:   (69.1)

Los de tibias velludas son venéreos. Se asocian al macho cabrío. 

  ¶   1

Cuando abordamos la exposición de este capítulo décimo, lo dividimos en seis partes. La primera, como vimos, se ocupó de los colores del rostro, de la piel y de los ojos; ahora se vuelve al estudio de los pelos. Creo que no subyace causa alguna para este orden, pues como en otro lugar se dijo, la reunión y compilación se hizo a medida que avanzaba la exposición, sin un orden premeditado, buscando que lo dicho guarde una razonable coherencia interna. Así pues, para explicar el teorema en cuestión, expondremos primeramente qué es el pelo, qué significa velludo, qué es la tibia y qué es ser venéreo; luego intentaremos demostrar que el planteamiento de Aristóteles es cierto, y por qué.



[Segunda parte]

  ¶   2

Un cuerpo velludo es el que está cubierto de pelos; el pelo es para los velludos lo que las plumas para las aves plumadas o las escamas para los animales escamosos, como peces y serpientes. El pelo toma su materia de una exhalación humeante, esto es seca y viscosa, parte del excremento de la tercera digestión. Su causa eficiente es el calor natural potente; como causa auxiliar funcionan los poros de la piel: los demasiado laxos y abiertos retienen poco los pelos y dejan pasar la materia, como la piel de la frente y la nariz, o el cuerpo lampiño de las mujeres blandas, muy lampiño salvo en algunos lugares; en cambio, si los poros estuviesen demasiado cerrados no se dejaría advertir ningún pelo, o sería muy delicado; así, por ejemplo, la piel de la palma de la mano está prácticamente desprovista de pelos, o estos están muy impedidos, y la piel de los pies, semejante a la anterior, también carece de pelos. Así pues, con esto queda claro qué es el pelo, cuál su materia y cuáles son sus causas eficiente e instrumental. A su vez, toma diferentes colores según las cualidades del humor imperante en la materia prima del pelo; en efecto, si domina la bilis amarilla toma un color, si impera la sangre, otro, si domina la melancolía, otro, y otro más según estén mezclados entre sí. Asimismo, según la disposición de los poros y conductos que les dan forma pueden ser más o menos densos, finos, blandos, duros, rectos, erizados, pues los conductos rectos producen pelos rectos, y los retorcidos, pelos erizados.



[Qué es el pelo]

  ¶   3

Propiamente, la tibia es la parte anterior de la pierna, mientras que la posterior se denomina pantorrilla; el hueso de la tibia es el que se extiende desde la rodilla hasta el pie, el más largo del cuerpo, y lleva unido por detrás el hueso del muslo; la parte velluda suele ser la interior, y la exterior suele serlo menos, ya sea por causa interna o, como yo creo, por las sábanas en que dormimos, pues esta parte externa, a base de rozarse una y otra vez con las telas, termina perdiendo el vello.



  ¶   4

Por venéreos no solo entendemos a quienes pueden copular y cumplir en repetidas ocasiones, sino a quienes logran muy frecuentes erecciones o sienten frecuentes cosquilleos o un cierto prurito en los genitales, deseosos de copular a menudo y demasiado amigos de palabras y asuntos referidos al coito o que disponen a él. Algunos de ellos son así por hábito, otros deben esta pasión al temperamento, otros la acusan por accidente, por ejemplo, quienes se estimulan por causa externa, como alimentos, drogas, discursos y visiones venéreas y deshonestas. Quien presencia escenas venéreas suele sentir la misma inclinación que siente hacia la comida y la bebida quien ve a otros comer y beber; no en vano, recuerdo a una mujer que se decía tan excitada por la contemplación de un perro o un burro en cópula que por poco no liberaba su semilla, y de hecho llegaba a hacerlo, con cosquilleo incluido, cuando veía a un niño tocarse los genitales sin malicia alguna; era una mujer oscura y de pecho velludo, con las tibias y las caderas cubiertas de muchos pelos negros y gruesos. Los venéreos por temperamento y principio interno, a su vez extraordinariamente proclives a la cópula, reproducen el temperamento del mono y del lémur.



  ¶   5

La mucha propensión al placer carnal y la mucha aptitud para engendrar son dos cosas muy diferentes; en efecto, estos últimos son cálidos y húmedos, necesariamente muy ricos en semen pues, en caso contrario, no serían bastante aptos para la reproducción, como se ha supuesto que son; en cambio, quienes son bastante proclives al placer carnal y logran erecciones frecuentes no tienen por qué ser tan ricos en semilla, y tampoco suelen ser de temperamento cálido, húmedo o sanguíneo, como sucede con los melancólicos que, secos y de calor muy leve, suelen ser bastante libidinosos; además, dicen que Sócrates, Platón, Aristóteles, Hércules y Agesilao fueron melancólicos y, a su vez, fueron bastante proclives al placer carnal. Así pues, para que alguien sea naturalmente bastante proclive al placer carnal se requiere un humor agrio y salado, que representa la naturaleza de la bilis amarilla o negra tostada y de la pituita salada, humor que estimula el prurito y la afección referida al coito como la sed a la bebida y el hambre canina o los antojos al alimento. Además, se requiere flato o aliento que vengan a endurecer los miembros; los impúberes, todavía incapaces de liberar semen, solo acusan aliento; los adolescentes albergan aliento y semen, que se relaja por la presencia y la predisposición del semen: en aquellos la erección desaparece y se apoca aunque no se haya expulsado nada; en los adolescentes sanos, en cambio, el pene erecto no pierde la erección a menos que el semen, causa de la erección, fuese emitido en parte. Ahora bien, sin calor ni se generan alientos ni se mueve el flato, luego se requiere calor, al menos moderado, de ahí que los ancianos, aun ricos en flatos, no logran erecciones naturalmente, pues no albergan calor suficiente para generar un flato proporcional al viento Austral, que dispone a las mujeres al placer carnal, como demuestra la experiencia. En efecto, un calor exterior propocionado ayuda al interior, como se echa de ver en las aves y podemos sentir nosotros mismos durante el invierno cuando entramos en una cama más o menos caliente; ahora bien, un calor externo mayor o menor resulta perjudicial al estimular o apagar nuestro temperamento. Así pues, cuando alguien es bastante propenso al placer carnal es porque, de una parte, alberga melancolía con subdominio de la bilis y con partes casi iguales de sangre y pituita, y de otra, les suma un calor moderado, de modo que ni la melancolía hierve ni se queda demasiado fría.



  ¶   6

Creo, pues, que queda explicado lo que se dice en el postulado de Aristóteles. Así pues, dice: los de tibias velludas son demasiado proclives al placer carnal. Lo demuestra mediante la señal, que sienta una semejanza corporal con los machos cabríos, luego también una espiritual; el macho cabrío, por su parte, es venéreo, esto es, se entrega mucho al coito; sin embargo, no es dado al amor, y estos dos conceptos difieren notablemente: es dado al amor quien acusa la afección del amor, se muere de amor por una muchacha que ve hermosa, espera lograrla y parece especialmente tocado por su hermosura; en cambio, el lascivo o dado al placer carnal se entrega a cualquier mujer o está muy dispuesto a cualquier lance; el primero es semejante al lobo guloso, el segundo, al voraz. El macho cabrío parece pertenecer a este segundo grupo, y se entrega indistintamente a cualquier cabra, y no le molesta ni se preocupa si otro macho cabrío copula con la misma, si bien cuentan que algún macho cabrío llegó a matar a su cabrero mientras dormía, por haber tenido aquel algún acercamiento a una cabritilla del rebaño. Así pues, como el macho cabrío tiene las tibias bastante velludas y es muy proclive al placer carnal, diremos que el de tibias bastante velludas es venéreo.



  ¶   7

Ahora bien, los bastante proclives al placer carnal no solo acusan tibias velludas, sino también muslos delgados y casi sin carne, y esta señal de la naturaleza libidinosa no es menos potente que la vellosidad; por su parte, este vicio es muy frecuente en las mujeres, pues a las de piernas delgadas y sin carne las llaman meretrices procaces, y las asocian a las cabras. A modo de causa, se podría decir que el alimento queda retenido en las partes superiores, donde se transforma en semilla y aliento, de modo que las piernas se vuelven enjutas; esto resulta evidente en quienes aquejan la falta de un pie o están cojos por alguna otra causa: estas partes ya no reciben alimento copioso, como antes, pues estos individuos son siempre bastante venéreos.



  ¶   8

Por su parte, la causa de que las tibias velludas denoten al hombre venéreo se puede deducir como sigue: cuando las definiciones y las esencias de alguien convienen y son coherentes entre sí, también lo definido está ligado entre sí según las razones de las coyunturas; quien acusa una cosa acusa también la otra: así, por ejemplo, si las razones de quien admira y entiende la ciencia se conciben de un modo unitario, quien siente admiración por ella también será capaz de reconocer sus causas, y si las razones de esta pasión, que es ser venéreo, y de la otra, a saber, la vellosidad de las tibias, se presentan juntamente, quien acuse una pasión también habrá de acusar la otra de manera natural. Hemos dicho que la razón del venéreo consistía en el humor melancólico, salado y excrementicio, y en el calor moderado; lo melancólico es terrestre, y el calor extrae de este humor un flato denso; asimismo se ha dicho que los pelos tienen materia fuliginosa, que es melancólica, y que lleva ligado humor viscoso y calor como causa eficiente; así pues, resulta evidente que las razones de estas dos pasiones convienen esencialmente entre sí. Por tanto, quien acusa vellosidad abundante en las tibias también alberga mucho excremento fuliginoso; a su vez, el excremento fuliginoso es un cuerpo melancólico ligado a una pituita previamente sometida al calor; quien acusa semejante materia en sus partes inferiores también acusa un humor salado y melancólico junto con un calor capaz de elevar flatos y vapores; quien acusa tal temperamento es venéreo; por tanto el de tibias velludas es venéreo. Ahora bien, este tipo de hombres no solo tiene las tibias velludas, antes bien, todas sus partes inferiores están llenas de pelos y, como se ha dicho, se asocian en muy alto grado a los machos cabríos y a los monos.



  ¶   9

Se puede aducir otra causa más, a saber, que los pelos denotan la presencia de un calor dirigido hacia las partes inferiores, y la delicadeza de las piernas indica la retención de la materia del alimento de las piernas junto a las ingles y la cintura, de modo que el excremento sale por los poros de las piernas; por su parte, la parte útil de la materia diluida por el calor en flato endurece las partes genitales y produce la erección; así, pues, la vellosidad denota al venéreo.



  ¶   10

En este punto conviene apuntar una cosa que he leído, y es que los cabritillos, al séptimo día, ya se intentan entregar al placer carnal, ofendiendo a su madre en horrible incesto. Esto me parece ridículo, pues engendrar o librarse a la tarea reproductiva es algo propio del animal perfecto o próximo a la perfección; en cambio, un cabritillo de siete días de edad apenas se tiene en pie, luego habida cuenta de su imperfección, resulta ridículo creer que ya piensa en un pronto e intempestivo incesto.



  ¶   11

Aristóteles, en los Problemata, dice que los individuos cálidos y húmedos son muy ávidos de placer carnal; ahora bien, ya he dicho que una cosa es ser venéreo y lascivo, y otra ser capaz de ejercer el placer carnal y el coito como es debido; a su vez, los bastante venéreos suelen ser calvos y, en ocasiones, de naturaleza agreste y fiera, demasiado contumaces e indóciles, especialmente si los pelos fuesen gruesos, negros y rizados en la punta.



Apotelesma cx

Apotelesma cx    Pecho y vientre muy velludo.

orig:   (69.2)

Por su parte, quienes tienen bastante velluda la zona del pecho y del vientre no perseveran jamás. Se asocian a las aves, que tienen el pecho y el vientre bastante velludo. 

  ¶   1

El pecho y el vientre bastante velludos denotan el vigor y la buena disposición de la causa eficiente y material, que son una materia fuliginosa abundante, oscura y terreste, y un abundante calor agudo que la expulsa. Se denomina pecho a la parte que contiene el corazón y el pulmón, cerrada en su extremo inferior por el diafragma, bajo el cual se encuentran el vientre, el hígado y demás miembros de la nutrición; a su vez, el bajo vientre es el que contiene los intestinos y se extiende hasta el pubis.



  ¶   2

Así pues, dice: los de pecho y vientre muy velludo hasta el pubis son de opinión inestable. Creo que por mente se entiende, como en el tercer libro del De anima, la fantasía; en efecto, estos individuos desprecian lo que ansían, y vuelven a ansiar lo que acaban de rechazar, y al calentarse pierden la fe en sí mismos. Se demuestra con el ejemplo de las aves, pues las aves, y especialmente las pequeñas, son muy inestables, ya que nunca se quedan en un mismo lugar y vuelan de aquí para allá; a su vez, las aves tienen un pecho y un vientre bastante velludos; por tanto, los de pecho y vientre velludos son bastante inestables.



  ¶   3

La menor, a saber, que las aves tienen un pecho y un vientre velludos, no plantea duda alguna, si por pelos entendemos plumas, que en las aves, como hemos dicho, se corresponden con los pelos de los animales terrestres, de cuatro patas o de dos, como el hombre. También resulta evidente que son inestables. Lo que no queda tan claro es por qué las aves son velludas o plumadas; además, si las aves son plumadas o velludas, y esto demuestra el predominio de la tierra en su temperamento, tierra que, por su parte, es muy pesada y muy estable, ¿por qué se habrían de llamar ligeros e inestables los animales de pecho y vientre velludo o plumado? Además, los bueyes y los caballos tienen un vientre y un cuerpo velludo, y no por ello merecen los apelativos de ligeros ni inestables.



  ¶   4

Lo cierto es que no resulta difícil explicar por qué las aves son plumadas, pues sabiendo que guardan con el aire la misma relación que los peces con el agua, así como a los peces se les han acordado instrumentos para moverse por el agua, las aletas, también a las aves se les han dado plumas para que puedan volar. Pero esto sería decir por qué se les han acordado, y no explicar de qué están hechas, ni con qué, ni cómo. Por tanto, cabe recordar que, dentro de los compuestos, en algunos la composición general y facultad del conjunto también lo es de cada parte; así, por ejemplo, el animal perfecto vive y siente todo él, y también viven sus partes individuales, y no hay parte en él que no goce de vida; dicen que el anapelo es perjudicial todo él: la raíz, los tallos, las hojas y las flores, y que no hay parte de él que no aqueje este vicio; de modo semejante, la planta que llaman humo o hiel de la tierra es toda ella amarga, y no hay parte que no lo sea. En cambio, en otros compuestos unas partes acusan un temperamento y una facultad, y otras otro diferente; no en vano, los animales tienen partes que sienten, pero los huesos y la sangre no sienten, y acaso tampoco el cerebro; los escorpiones tienen una parte nociva, la cola, y el resto del cuerpo, como contrapartida de esta parte, es el antídoto de la cola venenosa; lo mismo se cree a propósito de la hiel de las víboras y de las vesículas de los dientes, cuyos antídotos serían su carne y su grasa; lo mismo dicen de la picadura de abeja, avispa y tábano; el mordisco de un perro lo cura su propio pelo, y el veneno del perro rabioso lo combate su propio hígado; la corteza del cardo y de la absenta es muy amarga, pero el interior es dulce; la planta del higo tiene en su práctica totalidad un jugo muy agrio e insoportable al gusto, pero sus, cuando están maduros, son más dulces que casi cualquier otro. Esto nos lleva a considerar una supuesta segregación de las partes disemejantes entre sí, teniendo unas frente a otras la razón de lo opuesto; y ello no sin fundamento, pues al ser todas las cosas compuestos y finitos, también tienen extremos opuestos, y los opuestos tienen cualidades opuestas.



  ¶   5

Pues bien, en lo que a la masa de las aves respecta, es posible que, acusando una segregación y separación natural, las partes secas, terrenas, frías y melancólicas vengan a ocupar la parte externa, al igual que las partes amargas de la absenta dominan la corteza; estas partes secas conforman las plumas, y como esta segregación se produce en el ave continuamente de manera natural, las plumas reciben continuamente materia con que repararse. En sentido inverso, la parte interna se constituye de partes cálidas, húmedas, aéreas y sanguíneas, y estas son las que guían nuestra descripción del ave; ahora bien, si atendiésemos a las plumas y a la parte externa que reviste la interna, a nadie se le escondería que bien valdría pronunciarse en otro sentido.



  ¶   6

Establecida esta distinción, digo que las aves son ligeras e inestables porque toda la parte que les podría suministrar peso y estabilidad se ha visto apartada; así, por ejemplo, si al escorpión se le hubiese extirpado la cola, o a la víbora se le hubiesen extraído la hiel y los dientes y se la hubiese privado del movimiento de los dientes, podríamos decir que estas bestias no solamente no son perjudiciales, sino que son más bien beneficiosas para el hombre; del mismo modo, el tallo o el tronco del cardo que sostiene el fruto es dulce en su parte interna y amargo en la externa, como sucede con el melón, que tanto más dulce es cuanto más amargo es su pedúnculo. Así pues, las aves son ligeras y cálidas si se considera su sustancia interna, como confirma el hecho de que toda la parte fría y terrestre, melancólica y seca, se haya ido segregada a las plumas; por tanto, las aves son, según las plumas, terrestres y frías, secas y fuliginosas, pero según su carne y sustancia acusan el temperamento contrario, de ahí que se las llame, con razón, ligeras e inestables. En segundo lugar, se apuntó que los caballos, los bueyes y los leones tienen el pecho y el vientre velludos, pero no son animales ligeros ni inestables; esto tiene respuesta fácil. Se puede decir perfectamente que los bueyes, los caballos y los leones, en comparación con las aves y sus plumas, son lampiños, sin pelo, y que están prácticamente desnudos; en efecto, los pelos del buey y del caballo, tomados en conjunto y en comparación con el resto de su cuerpo, apenas suponen una parte del animal; en cambio, las plumas podrían llegar a igualar en peso al ave a la que pertenecen; no en vano, un proverbio nuestro dice que el cuco no es más que plumas y voz.



  ¶   7

Por tanto, si se pregunta por qué las aves tienen un pecho, un vientre y, a fin de cuentas, todo el cuerpo cubierto de plumas, diremos que se debe a que su mucho calor en origen segregó las partes frías y secas de las otras, las cuales, salidas a la superficie, conformaron las plumas; asimismo, las aves son ligeras e inestables porque la parte más cálida y húmeda se quedó dentro, y es que lo cálido es bien móvil y ligero, y lo ligero se llama inestable. Creo que esta es la causa de que los de pecho y vientre muy velludo y vestido, no al modo de los leones, sino de las aves, sean ligeros e inestables.



  ¶   8

Por su parte, que las entrañas de las aves son cálidas resulta evidente si se considera su alimento; en efecto, las que comen granos los hacen añicos, y primeramente los rompen con los dientes, y las que comen carne cruda, como las rapaces, la digieren muy fácilmente. Lo mismo aplica si atendemos a su estómago y al aparato que les ha dado la naturaleza: dicen que las gallinas y las palomas son muy cálidas, luego acusan articulaciones en la tráquea y el cuello, quedando estas partes desprovistas de carne y con color. Además, al margen de su movimiento inquieto, en comparación con el género cuadrúpedo, la voz y el canto también denotan que las aves son cálidas y húmedas, pues la acción del calor sobre el humor atenúa este último, que se vuelve aliento y flato; este, ascendiendo a la garganta y a las mandíbulas por la tráquea y modulado por estas partes y por la lengua, se vuelve canto, mientras que disperso por el resto del cuerpo genera movimiento y agitación inquieta. Añade que algunos opinan que las aves, y especialmente las más cálidas y móviles, nunca peen.



  ¶   9

Así pues, cuando alguien acuse un pecho y vientre tan velludos que resulte razonable pensar que el calor, intenso, con humor delicado y acuoso, se haya quedado en las partes internas, diremos que son semejantes en este aspecto a las aves, luego son inestables, vanos, ligeros, olvidadizos tanto del favor como de la injuria, de ingenio incapaz de evaluar lo conveniente y decoroso, lo útil y lo favorable.



Apotelesma cxi

Apotelesma cxi    Pecho muy falto de pelos.

orig:   (69.3)

Los de pecho bastante desnudo o no velludo son desvergonzados. Se asocian a las mujeres. 

  ¶   1

Lo dicho en este lugar, que los de pecho lampiño son desvergonzados, me resulta sospechoso, y tanto más lo que se añade luego, que son semejantes a las mujeres: en verdad, son lampiñas, y especialmente junto al pecho, pero no les conviene la pasión de la desvergonzonería y de la impudicia pues, de estar dispuestas conforme a natura, serán púdicas y muy vergonzosas. Además, como más arriba quedó dicho, si la impudicia es fruto de un calor excesivo en la melancolía y en el humor denso, lo cierto es que las mujeres, en comparación con los hombres, son frías, luego no las podrás llamar impúdicas. Además, si considerásemos la causa de que un animal sea lampiño y sin pelo, veremos que resulta imposible decir que un hombre así sea impúdico. La causa más habitual de que un animal sea lampiño puede venirle del agente, y es que falta calor que agite la materia, pero lo cierto es que la falta de calor vuelve temeroso, no impúdico; también le puede venir de la parte de la materia, por no estar o por no poder moverse: de no estar presente, lo llamarías ligero, mas no impúdico pues, como hemos dicho, la impudicia reside en la melancolía; de estar presente pero no salir al acto, ello se debe bien a que no se puede mover, por ser la materia demasiado densa y tenaz, bien a que el calor es débil, pues en tal caso no puede actuar y el animal adopta un temperamento frío, luego tampoco es impúdico, sino temeroso.



  ¶   2

Creo, pues, que existe un error, luego no coincido con el Suessano, que lee “áspero”, como si las mujeres fuesen naturalmente de espíritu o cuerpo áspero; creo que cabe leer “débil”, pues las mujeres son débiles, precisamente porque no se las suele vituperar; además, la voz griega que significa “débil” no es muy diferente de la que se lee en la edición.



  ¶   3

Así pues, lea el postulado de Aristóteles como sigue: los de pecho bastante desprovisto de vello son débiles, pues se asemejan a las mujeres; en efecto, estas son débiles y temerosas, y tienen el pecho lampiño, luego los de pecho lampiño son débiles. La causa es sencilla, y es que lo frío es débil, y lo de pecho lampiño es frío, luego también débil. La menor se demuestra recordando que los de pecho muy velludo son cálidos, y una zona del corazón cálida hace un pecho velludo, como se ha dicho en la descripción del fuerte; por tanto, el de cuerpo lampiño será frío, que es lo que había que demostrar. Por su parte, se ha dicho más arriba que el frío se debe al temor y a la debilidad. Acaso quepa achacar a los libreros la añadidura de “αν-” a la voz griega, dando “impúdico” en lugar de “pudoroso”.



Apotelesma cxii

Apotelesma cxii    Pecho ni muy velludo ni muy lampiño.

orig:   (69.4)

Así pues, como no ha de ser ni bastante velluda ni estar desnuda, su hábito mejor es el intermedio. 

  ¶   1

La medianía es la perfección de los compuestos, y la individualidad es la de los individuos; mas de haber alguna medianía, es el hombre, pero en justicia, que no en importancia; a su vez, así como contiene de manera universal y absoluta tanto particular como lo relativo, también parece que la medianía y la composición del hombre contienen y comprenden todas las demás, de modo que detenta egregias potencias con que imitar las costumbres, los instintos, las propiedades y las operaciones de todos los animales; así pues, no sin razón llamaron algunos al hombre compendio de todo el mundo. Pues bien, si en lo que a los pelos respecta el hombre de disposición natural ha de gozar de una medianía, y esta puede existir tanto en cantidad como en cualidad, resulta evidente que si muchos pelos, demasiados, y especialmente en el pecho y en el vientre, denotan una disposición no loable del hombre, lo mismo hace la total ausencia de pelos; lo que caiga entre lo vehementemente velludo y lo vehementemente lampiño será lo loable, luego de lo anterior deduce Aristóteles a modo de corolario lo siguiente: si no resulta conveniente ni la abundancia ni la ausencia de pelos, el hábito intermedio será el mejor; a su vez, este hábito intermedio del pecho en lo que a los pelos respecta consiste en la presencia en el pecho de pocos pelos, blandos, rubios y rizados en su extremo, y en la presencia de otros pocos sobre el estómago, tirando al oscuro con toques amarillos, un poco más gruesos que los del pecho; en efecto, esto denota al hombre osado, pronto a las acciones, robusto también según su cuerpo, humano, liberal y magnánimo.



  ¶   2

Apunto, no obstante, que la escasez de pelos en el pecho y en la piel del estómago puede deberse a tres causas: a la laxitud de los conductos, y en tal caso se acusa un pecho ancho, cálido y bien compacto; a una falta de calor, y entonces se acusa una disposición contraria; o bien a una falta de la materia de que nacen los pelos, causa esta de que los niños, aun siendo cálidos, no acusen estos pelos. Y propiamente cabe entender que Aristóteles habla de los que, aun teniendo un calor proporcional y capaz de proferir hollines, dada la escasez de materia acusan pocos pelos; en efecto, la escasez de pelos se debe no ya al calor o a los poros, sino a la materia modesta y tirando a escasa.



Apotelesma cxiii

Apotelesma cxiii    Hombros velludos.

orig:   (69.5)

Los de húmeros velludos no perseveran jamás en su opinión. Se asocian a las aves. 

  ¶   1

La misma sentencia que la del apotelesma anterior, y acaso la misma causa. Dice, pues, que los de húmeros velludos son inestables y vanos. Se denomina húmero la parte de que cuelgan los antebrazos, que va del principio del codo hasta el cuello y se extiende hasta el fin del hueso de la espátula. También recibe el nombre de “armus”, y aunque Festo diga que el húmero humano se denomina “armus” por colgar de él las armas, parece que también se llama “armus” el de las bestias, como dice Horacio en sus Satyrae. En las aves, esta parte responde a la porción que constituye la primera parte del ala, a saber, la que va inmediatamente ligada al cuello y de donde nace el ala, que se asocia al brazo, siempre poblada de bastantes plumas en las aves. La razón de Aristóteles es, por lo demás, semejante a la anterior: las aves tienen las partes proporcionales a los hombros humanos velludas o cubiertas de plumas, en lugar de pelos; por su parte, las aves son ligeras, vanas e inestables; por tanto, los de húmeros muy velludos son inestables y vanos.



  ¶   2

Quedó dicho más arriba que las aves tienen plumas y por qué, y también que son inestables; ahora bien, me parece muy difícil explicar por qué los hombres de húmeros velludos son inestables y vanos. Ciertamente, la experiencia lo ha comprobado, pues recuerdo a muchos individuos de húmeros tan velludos que parecían cubiertos de piel de oveja o cabra, y esos hombres eran muy ligeros, y nunca se mantenían fieles a su palabra, y se reían si escuchaban a alguien decir que era una falta de decoro y una infamia no guardar la palabra o la fe; a su vez, eran de una ira muy agria, avaros y, en resumen, más animales que humanos. En cambio, no queda claro por qué es así. Como también tienen el pecho velludo, yo diría que conocen la misma causa que el apotelesma anterior: así pues, los húmeros se encuentran junto al cuello y el pecho; el cuello lleva las venas y las arterias al cerebro; por tanto, cuando el calor intenso daba en expulsar esta materia densa, terrestre y fuliginosa, la sangre y los alientos próximos a estas zonas, como en la cabeza, el pulmón y el corazón, gozaban de calor, pero también acusaban mucha delicadeza y acritud. Indicio de ello es que cuando a un hombre de estos se le extraía sangre, los médicos solían admirarse de que la sangre apenas se coagulaba, y parecía como sin fibras y acuosa, aun siendo al mismo tiempo muy roja.



  ¶   3

Así pues, si los de húmeros muy velludos tienen la sangre y los alientos próximos al corazón y al pulmón, y también al cuello, desligados de la melancolía y de la materia viscosa, y a su vez esta sangre es delicada y agria, y los de una sangre como esta son inestables y vanos, entonces los de húmeros llenos de pelos serán vanos e inestables, y al ser inestables no persistirán en una opinión; así pues, ora estiman mucho el honor y el decoro, ora los desprecian, ajenos a la opinión de los hombres. Además, siendo como son, parecen más bestias que no hombres, pues cuando alguien no atiende al decoro, no se preocupa por el honor ni estima la virtud, cuando alguien no se preocupa por actuar bien, partiendo de que caracen de recta razón, mejor les viene el nombre de bestias que no el de hombres; son avaros, pero me parece que gozan de una buena disposición, pues es propio del calor atraer y captar, aunque luego consuma y disipe lo que ha atraído. Creo que esta causa vale para explicar que los húmeros velludos sean indicio de inestabilidad y vanidad.



Apotelesma cxiv

Apotelesma cxiv    Espalda velluda.

orig:   (69.6)

Los de espalda bastante velluda son desvergonzados. Se asocian a las bestias. 

  ¶   1

Se denomina espalda a la parte posterior del hombre compuesta de veinticuatro vértebras desde la nuca hasta el último hueso del cóxis; por su parte, funciona como la quilla de un barco, y gracias a ella nos mantenemos rectos. Así pues, dice Aristóteles: quienes tienen esta parte velluda son desvergonzados; otros añaden la malicia, la bestialidad, la pereza y la debilidad. La razón de Aristóteles es que se asemejan a las bestias; ahora bien, yo no veo de qué manera las bestias, en tanto ques on bestias, son impúdicas, salvo porque carecen de razón y, por consiguiente, permanecen ajenos al honor y a la buena opinión.



  ¶   2

Mas lo que acrecienta la duda es lo apuntado más arriba, a saber, que los velludos son inestables; ¿por qué se dice que los de espalda velluda desvergonzados antes que inestables? Dirás que la desvergonzonería engendra la inestabilidad, pues el desvergonzado no se avergüenza porque es inestable, y es que si avergonzase se mantendría fiel a su palabra y no cambiaría en cuestión de horas. No obstante, yo creo que la impudicia y la inestabilidad, aun pudiendo ser una misma cosa en sujeto, también pueden diferir en razón; en efecto, la mujer es naturalmente inestable y muy honesta, y sin embargo no es impúdica.



  ¶   3

Así pues, creo que podemos decir, como los médicos, que existen dos tipos de crisis, una perfecta y otra imperfecta. La llaman perfecta cuando toda la materia corrompida se disocia y separa de la útil y sana, saliendo abundantemente por donde conviene; en cambio, se habla de crisis imperfecta cuando la materia corrompida no se escinde ni se expulsa, o bien lo hace por donde no debe. Creo que lo mismo aplica a nuestra circunstancia. Así, la masa de humores que constituye naturalmente al hombre puede tener demasiada materia fuliginosa o no tenerla: si no la tiene, el hombre no es velludo, salvo en las partes naturalmente velludas, y salen pequeños, blandos y raros, con una disposición conforme a natura; en cambio, si la materia en cuestión es rica en humores, lo mismo puede expulsarse que no hacerlo: si no se expulsa, el hombre se vuelve atrabiliario y alberga alientos oscuros y fieros, y de concebir calor se volvería fácilmente furioso y atrabiliario; en cambio, si esta materia contraria a natura se expulsase, podría hacerlo del todo, y en tal caso la segregación y la crisis de la masa sanguínea sería perfecta, y la sangre se volvería como la de las palomas y casi todas las aves, a saber, pura, aérea, acuosa, roja y sutil, una sangre que vuelve a los hombres semejantes a las aves; ahora bien, si la crisis no se consumase del todo, y esta materia se diese solamente en la espalda y los riñones, no pudiendo abandonar las venas próximas al corazón y al pulmón, el individuo en cuestión sería impúdico, pues todo ello es indicio de que la sangre melancólica inflamada y ligada a una bilis no escasa permaneció junto al corazón y las partes vitales, y cuando este lugar alberga una sangre semejante, el hombre se vuelve impúdico y temerario, como se apuntó más arriba. Así pues, este razonamiento me sugiere que hay motivos para afirmar que la espalda velluda es señal de impudicia.



  ¶   4

A su vez, como el impúdico no se preocupa por la falta de docoro, por la infamia, ni por lo que los hombres piensen de él, merece el apelativo de bestial, pues es bestial quien no atiende a la virtud, luego es vicioso y malo, intenta perjudicar a los demás, luego tiene costumbres malvadas, fieras y ásperas, como es propio de las bestias. Por bestias, en este lugar, entendería yo no solo al ganado, sino también a las fieras cuadrúpedas y a las que viven de la rapiña, como los lobos, las panteras, los tigres y demás. Pues bien, si no me equivoco, esta explicación valdría para el presente apotelesma, pues vemos que los lobos y los osos tienen esta parte bastante velluda y son muy fieros e impúdicos.



Apotelesma cxv

Apotelesma cxv    Parte trasera del cuello o nuca velluda.

orig:   (69.7)

A su vez, los de cuello velludo por detrás son generosos. Se asocian a los leones. 

  ¶   1

Dicen que los leones tienen melena y son magnánimos y generosos; por su parte, también los caballos tienen melena, y si bien es cierto que les convienen la magnanimidad y la osadía, nadie diría que son generosos; añade que existe un tipo de perros bastante velludo, especialmente por el cuello, que no es ni generoso, ni magnánimo, ni osado, antes bien, naturalmente vil y temeroso. Por tanto, no sé muy bién cómo entender este apotelesma, pues no consigo deducir ninguna causa que demuestre cómo una nuca velluda puede denotar al generoso, pues para ello la razón del cuerpo generoso debería contemplar, de manera mediata o inmediata, una nuca velluda.



  ¶   2

Llamo nuca a la parte contraria a la garganta, que propiamente se denomina nuca; el cuello, a su vez, se compone, por un lado y por otro, de nuca y garganta. Así pues, dice lo siguiente: el de nuca velluda es generoso, pues los leones son generosos y tienen la nuca velluda; por tanto, quien tiene una nuca semejante es generoso. Por su parte, la generosidad del león es la misma que atribuyen al águila; en efecto, al águila la siguen muchas aves que pretenden hacerse con los restos de sus presas, pues lo que aquella atrapa por la fuerza no lo consume totalmente, antes bien, despreciando noblemente su captura, disfruta con el solo ejercicio de la caza y, satisfecha con el alimento, entrega los restos a las aves que la siguen. Lo mismo escriben algunos a propósito del león, a saber, que se muestran indulgentes para con las hembras y las crías tras quedar saciados, y suelen abandonar a medio comer la presa que hayan conseguido. Ahora bien, no consigo identificar bien esta generosidad pues, por una parte, he leído que los leones son muy crueles, y que están dotados de un aliento tan agrio que ningún otro animal se atrevería a tocar los restos sobre los que hubiese soplado, y que desmembran indistintamente a mujeres y niños, y que hacen otras cosas muy impropias del individuo generoso y magnánimo; por tanto, no creo que haya ninguna relación necesaria que nos permita afirmar que los leones son liberales o que los de nuca velluda son animales generosos y magnánimos. De hecho, dice Aristóteles que las hienas tienen melena y, no obstante, tienden emboscadas a los hombres y a otros animales, y se alimentan de carroña, y no albergan generosidad ni magnanimidad.



  ¶   3

Veamos, de todos modos, si es posible aducir algo probable sobre el hecho de que la nuca velluda denote generosidad y magnanimidad. Ciertamente, como se ha dicho, dos cosas cuyas razones convienen en algo sin contradicción alguna se pueden dar a un tiempo en un mismo sujeto, como es el caso del sentido y la respiración, de modo que acusando respiración también se puede acusar sentido; ahora bien, en sentido inverso no se sigue lo mismo, luego si se dice que el de temperamento húmedo, cálido y semejante al aire es generoso no por hábito ni elección, sino por propensión natural, y resulta que este calor y humor se dan especialmente junto al corazón y al cerebro, sabiendo que quien acusa este temperamento tiene pelos en la nuca, quien acuse generosidad tendrá la nuca velluda; por tanto, el de nuca velluda será generoso.



  ¶   4

La menor se demostró en otro lugar, más arriba. La mayor se corrobora porque quien acusa un temperamento húmedo y cálido solo alberga una cantidad de materia seca y fuliginosa que el calor puede expulsar; una materia módica no producirá muchos pelos, y los que se produzcan estarán en las zonas más alejadas de las principales; las principales, por su parte, son la cabeza, el pecho y la garganta, por donde pasan las venas y arterias importantes llevando los alientos a la cabeza y al cerebro; estas, en cambio, son posteriores, como la nuca; por tanto, como la nuca velluda denota una segregación moderada de la materia fuliginosa que se encontraba en la sangre dirigida al cerebro, siempre y cuando lo demás responda, es probable que el hombre se componga de un temperamento sanguíneo con subdominio de la bilis, lo cual denota también una generosidad natural; así pues, el de nuca velluda bien merecerá el apelativo de generoso, a menos que algo lo impida. De todos modos, creo que esta señal es de poca importancia, pues si se dice que el león tiene melena y es generoso, y lo mismo se dice del caballo, lo cierto es que también tienen melena el mulo, la hiena, según Aristóteles, y algunos burros, y en estos no se advierte ni se podría imaginar la imagen de la generosidad o la nobleza.



Apotelesma cxvi

Apotelesma cxvi    Mentón afilado.

orig:   (69.8)

Los de barbilla aguda son animosos. Se asocian a los perros. 

  ¶   1

Ya hemos repetido en numerosas ocasiones que el texto de Aristóteles está plagado de errores; este epígrafe lo deja bastante claro, pues ¿por qué hablaría ahora de la barbilla, si estaba tratando de los pelos? Y si trata de los pelos, ¿por qué no se ha referido hasta ahora a la barbilla? Además, ¿a qué viene mencionar ahora a los perros? Ni todos los perros tienen una barbilla aguda, ni todos son animosos, a menos que por animoso entendamos iracundo, acepción que solo contempla el término latino, no así el griego, que se refiere a un buen espíritu. Llamamos hombre de buen espíritu al humano, plácido y de costumbres buenas y nobles. Un autor no inepto de esta ciencia dice haber leído un ejemplar que no asociaba esta barbilla aguda a los perros, sino a los leones; ahora bien, los leones no tienen una barbilla aguda; por tanto, coincido con quienes afirman que Aristóteles no habla ahora de la barbilla, sino de los pelos, de la barba, y que se refiere a los hombres de barba larga; no en vano, el término griego que emplea en este lugar es el mismo que usa el emperador Juliano en el Misopogon, y este último no solo se refería a la barbilla, sino también a la barba.



  ¶   2

Así pues, se podría decir lo siguiente: los de barba larga y afilada, pues el término ἄκρον significa muy alto, grande, largo y afilado, como suele ser la barba de los alemanes, son de buen espíritu o nobles y magnánimos, y se asocian a los leones, pues estos tienen algo así como una barba, cosa que no sucede con los perros. Diremos, pues: los de buena barba, pues γενείαδα también significa barba en griego, que no solo barbilla, son magnánimios; se asocian a los leones, pues los leones son magnánimos y nobles, y tienen una buena barba. Algunos filósofos decían que la barba de los hombres valía por la melena del león, y así como pintan más osados a los leones y los caballos con mejor melena, también ven mejores a los hombres de mejor barba, y creían que eran más afines a la naturaleza masculina; indicio de ello es que las mujeres son barbilampiñas, y cuanto menos pelo tienen, mejores son. Por el contrario, los hombres de poca barba se pintan pésimos, como también dice el proverbio.



  ¶   3

Ahora bien, si esto es cierto, queda preguntarse por qué una barba larga y abundante denota al macho osado y magnánimo. En primer lugar, no creo que todas las barbas denoten tal cosa, sino solamente la negra, la cobriza o la roja, pues la blanquecina denota cualquier cosa salvo osadía; así pues, si el bravo y el osado por naturaleza es de temperamento melancólico natural con subdominio de la bilis amarilla o de la sangre sutil, y esta melancolía está bien caliente y encendida, como pintan la de Hércules, sabiendo que quien acusa este temperamento abunda en excremento fuliginoso negro o cobrizo en la cabeza, las mejillas y la barbilla, zona destinada a la expulsión de este excremento, quien lo acuse tendrá una buena barba; por tanto, en sentido inverso, quien tenga mucha barba podrá llamarse bravo y magnánimo. Así pues, la barba abundante puede denotar la magnanimidad, pero solo con probabilidad, pues no implica necesidad alguna.



Apotelesma cxvii

Apotelesma cxvii    Cejas juntas.

orig:   (69.9)

Los de cejas juntas son tristes. Se asocian al semblante de la pasión. 

  ¶   1

La diferencia entre las pestañas y las cejas reside en que las primeras coronan el contorno de los párpados, mientras que las segundas se encuentran sobre los ojos, en el extremo de la frente; si estas últimas entran ahora en consideración es por la sencilla razón de que tienen pelos. Así pues, dice Aristóteles: cuando alguien tiene las cejas, esto es, los pelos situados en la parte más baja de la frente, juntas, es naturalmente triste, esto es inclinado a una cierta tristeza natural, propiamente ajeno a los juegos y a las risas. Esto lo demuestra recordando que quienes se afligen por una causa externa contraen la frente y las cejas, que se unen por efecto de esta contracción; por tanto, si los afligidios y dolidos unen las cejas mientras su espíritu alberga la causa del dolor y la tristeza, quien tenga naturalmente juntas las cejas será muy propenso a la tristeza y la aflicción y de natural quejumbroso.



  ¶   2

Es cosa cierta que quienes sienten dolor y aflicción juntan naturalmente las cejas, pues estas dan en contraerse, y esto les sucede porque también contraen la frente, en cuya base se encuentran las cejas. Algunos también vieron en la frente la sede den juicio; por su parte, los afligidos suelen pensar mucho en aquello que los aflige; pensar, a su vez, consiste en someter y ejercer presión sobre algo una y otra vez; por tanto, si las fuerzas y los alientos del alma se aprietan y se unen, las partes que siguen a los alientos habrán de contraerse y unirse; tal es el caso de las cejas; así, con razón se contraen las cejas en caso de tristeza; y nuevamente, quienes las tienen naturalmente contraídas son propensos a la tristeza y al dolor. Así pues, a la luz de lo dicho queda claro que lo propuesto por Aristóteles sucede, ciertamente, y por qué.



  ¶   3

Otros, como Alberto, al margen de la tristeza, apuntan una sabiduría escasa, si las cejas, además de estar juntas, tuviesen pelos gruesos y densos; como causa señalan la riqueza de esta zona en excrementos terrenos, cuya presencia afecta negativamente a la agudeza del juicio y, por tanto, oscurece la claridad del ingenio; mas acaso convendría demostrar primeramente que el juicio y el ingenio residen efectivamente en este lugar. Otros los tachan de simples y vergonzosos, y lo cierto es que si son de sabiduría escasa, se sigue que sean toscos, luego también simples, y si son simples, es probable que sean vergonzosos; para otros, en cambio, la conjunción de las cejas denota la agudeza del espíritu para la comprensión de las cosas y una diligencia exquisita, y dicen de Augusto que tuvo las cejas juntas y gobernó con mucha agudeza el imperio romano; otros dicen que esta señal demuestra al hombre malvado y engañoso, cualidades que Augusto acusó en no menor medida que la diligencia, pues engañó a Cicerón y al senado romano, depuso con malicia a Lépido, hizo caer a Sexto Pompeyo y a Antonio, y condenó a Cicerón, a quien decía adorar como a un padre, al exilio y a la muerte. Todo esto conviene más a las cejas juntas que la simpleza y la vergüenza, pues son frutos y operaciones propias de la bilis negra, y no así lo aducido por aquel autor, a saber, la vergüenza y la simpleza.



Apotelesma cxviii

Apotelesma cxviii    Cejas separadas ante la nariz.

orig:   (69.10)

Los de cejas separadas sobre la nariz y proyectadas hacia las sienes son vanos. Se asocian a los cerdos. 

  ¶   1

Si el diverso temperamento de los cuatro principios primeros que conforman el cuerpo humano produce diversas propensiones del espíritu, y decimos que quienes acusan naturalmente las señales de los airados o misericordes son muy propensos al ejercicio de la ira o de la misericordia, y si cuando vemos hombres con las señales corporales de los cerdos o los burros, o de sus partes primarias, señales que acusan por albergar naturalmente ciertas propensiones, hemos de decir con razón que quienes acusen las cualidades corporales del burro o del cerdo también acusarán la propensión que acompaña a la señal corporal del cerdo o del burro, sabiendo que los cerdos son vanos e inmundos en su alma, y sabiendo que sus cejas están bastante separadas ante la nariz, contrayéndose por tanto por arriba y retrocediendo hacia las sienes, concluiremos que quienes acusan unas cejas como estas son vanos e inmundos.



  ¶   2

Mas alguien dirá que la conclusión no ha de ser universal, pues ¿qué nos impide decir que los cerdos son vanos y respiran, luego todos los que respiran son vanos? A quien contemple esta cuestión se le ha de responder, creo, lo que se apuntó en otro lugar: cuando la presencia de una señal en el cuerpo del animal implica una pasión determinada en su alma, y su ausencia la descarta, esta señal se denomina propia de la pasión del alma, y ambas se siguen mutuamente, de manera que la presencia o ausencia de la señal implica la presencia o ausencia de la pasión o propensión del alma. Así pues, digo que lo mismo aplica en este caso: dado que los vanos, cuando ejercen su vanidad, separan las cejas y obran su cometido sin reflexión alguna, resulta evidente que quienes tengan las cejas naturalmente separadas serán vanos; ahora bien, habrán de estar separadas de modo que la parte próxima a las orejas se vaya hacia arriba, y la próxima a la nariz tienda hacia abajo; así pues, las cejas extendidas y separadas junto a la nariz, y afectadas de tal modo que suban hacia las sienes, extendidas y raras, y oscurecidas con pelos gruesos, denotan a un hombre vano. Por su parte, como quedó explicado en otro lugar, se denomina vano a quien reflexiona poco lo que dice y, al mismo tiempo, es charlatán, y dice muchas cosas innecesarias y perjudiciales tanto para sí como para los demás; a su vez, los cerdos parecen ser vanos y charlatanes, pues gruñen continuamente y, pudiendo mantenerse de pie delicada y limpiamente, se revuelcan en porquerías y desprecian suculentos manjares por perseguir otros malos y podridos; por tanto, el nombre de vanos les conviene por dos motivos: bien porque, como se ha dicho, gruñen y gritan a menudo y en momentos inapropiados; bien porque se revuelcan a gusto en el cieno y en porquerías.



[Cuestión]

  ¶   3

Este es, pues, el razonamiento aducido por Aristóteles; mas si supiésemos por qué el cerdo es inmundo y vano, acaso también tendríamos la causa de que los vanos e inmundos tengan unas cejas como estas, y de ello se seguiría que esta fuese la sola señal de la inmundicia y la vanidad. Pues bien, cabría investigar primeramente por qué el cerdo se cubre de lodo y disfruta con las inmundicias; luego, por qué tiene las cejas separadas sobre la nariz y extendidas y retraídas hasta las orejas.



  ¶   4

En cuanto al primer planteamiento, cabe sentar como cierto que lo semejante disfruta con lo semejante, y que con esto mismo se conserva, al igual que lo opuesto lo echa a perder, y esto de por sí, mientras que por accidente lo contrario se conserva con lo contrario y lo disfruta: así, la pimienta de agua y el hinojo silvestre crecen en el agua y en lugares fríos y húmedos, pues son hierbas bastante cálidas y secas, como también le sucede a la angélica olorosa; en efecto, rodeado de un opuesto, el otro permanece más unido, y se aprovecha y se conserva mejor, lo cual, aun increíble a primera vista, es cierto. En cuanto a los cerdos, ¿desean las inmundicias y el lodo de por sí o por accidente? Y sea como fuere, ¿lo hacen con todo el cuerpo o solo con una parte? No en vano, hay animales que buscan el calor con una parte y el frío con otra, como muchos hombres, que buscan el frío con los riñones y el calor con el estómago.



  ¶   5

Así pues, si atendemos a Plutarco en el cuarto libro de la Symposiaca, podemos decir que el cerdo ama el lodo y las inmundicias por accidente, como algo opuesto a su naturaleza, pues dice que los judíos se abstienen de las carnes de los animales justos, y como se abstienen de la carne de cerdo, se sigue que lo juzgan muy justo; lo muy justo no es inmundo, sino muy hermoso, pues dice Aristóteles que la justicia es la más hermosa de las cosas; además, no tacharemos al cerdo ni de vergonzoso, ni de feo, ni de inepto, como podría parecer de compararlo con el cocodrilo, el cercopiteco, el ibis, u otros animales criados por los egipcios. Por su parte, antiguamente los egipcios adoraban al cerdo, y por esto los judíos se abstienen de él hoy como de algo sagrado, y en algunas otras naciones tiene tratamiento de divinidad, pues dicen que en la isla de Creta se tenía en gran consideración, en tanto que amamantó el primero a Júpiter recién nacido, y gruñó con fuerza para esconder su llanto; asimismo, antiguamente parecía solemne jurar por una cerda. Por tanto, es probable que los cerdos no sean impuros ni feos, y si buscan el lodo, no lo hacen por afearse, sino porque buscan agua en que poder revolcarse, y resulta que el agua está en la tierra, que se vuelve lodo con el revuelco. Esta es, pues, la afinidad del cerdo y del lodo.



  ¶   6

Por el contrario, Alejandro Afrodíseo y Aristóteles, según refiere el primero, dan por cierto que el cerdo es un animal inmundo, que disfruta con el estiércol y el lodo, persigue raíces que encuentra arrastrando el morro continuamente por la tierra; dice que devora toda clase de cosas, y que engorda muy rápidamente, como también atestigua Alejandro. De todos modos, el cerdo no parece inmundo de por sí, ni apetente de inmundicias, pues de serlo, el hombre no lo sería menos, pues dicen que la carne humana y la porcina, y especialmente la de los lechones, no difieren en olor, en color ni, según quienes la han probado, en sabor. Añade: ambos acusan el mismo tacto blando, y la carne de ambos es bastante blanda y se pudre y corrompe muy fácilmente; además, las entrañas del hombre, según Galeno, son tan semejantes a las vísceras de los cerdos que no se advierte ninguna diferencia entre ellas; atendiendo al temperamento corporal en su conjunto, sabiendo que este engorda muy rápidamente y es muy proclive al coito y bastante fértil, decimos que es húmedo y cálido, luego es de temperamento pituitoso con subdominio de la sangre, origen de la carne excrementosa y fácil de pudrirse. Así las cosas, es fácil que las entrañas sean cálidas y moderadamente húmedas, y que toda la bilis se termine expulsando, motivo por el cual los pelos de los cerdos suelen ser amarillentos o cobrizos; asimismo, les gusta rascarse, pues la bilis, cuando llega a la piel, levanta prurito, y si alguien viene a rascarlos terminan por dormirse y exponerse a quien los rasca. Lo mismo parece atestiguar Aristóteles, pues dice en la décima sección de los Problemata, prueba vigésimo tercera, que el cerdo es el más cálido de todos los animales, y que los pelos se adhieren a una parte bastante caliente de su cuerpo, a saber, la piel, de modo que no mudan el pelo, como las ovejas, los bueyes y otros tantos. Así pues, si el cerdo tiene una piel tan cálida, con mucha grasa por debajo, las más veces, no es de admirar que procure revolcarse en el agua para templar su calor; por su parte, como el agua que tiene a mano suele ser cenagosa, pues es escasa, se los ve cubiertos de lodo, cosa que, no obstante, sucede por accidente, según parece. Todo esto se podría aducir en favor la pulcritud y defensión de los cerdos.



  ¶   7

Mas dejando todo esto a un lado, en verdad creo que los cerdos son inmundos, feos y vanos pues, al margen de la opinión de Aristóteles, es evidente que una carne vana también requiere un alma vana, y si se le ofreciesen dos aguas, una clara y otra cenagosa, elegirá ávido esta última, obviando la clara. Así pues, partamos de que es cenagoso; ahora cabe preguntarse por qué. Dice Alejandro, siguiendo la opinión de los médicos, que el cerdo es cenagoso y se deleita en el estiércol porque es el animal con el hígado más grande; este miembro, por su parte, es la sede del deseo y de la libido y, por tanto, de su naturaleza cenagoda. Acto seguido, partiendo de la sentencia de Aristóteles, aduce otra respuesta, y dice que los cerdos tienen narices gruesas y de final abrupto, luego aquejan un olfato impedido y, por tanto, no son capaces de percibir el hedor.



  ¶   8

Ahora bien, a mí las dos causas me parecen poco probables, pues respecto a la primera, si el cerdo fuese certamente el animal con el hígado más grande, aunque los patos y algunos otros animales lo tienen proporcionalmente mucho mayor, ¿acaso se sigue que sea cenagoso? Y, ¿cómo puede ser cierta la proposición que supone que todo animal de hígado grande ha de ser cenagoso? Aunque dijeses que un hígado grande alberga un gran deseo, no será cierto que un gran deseo implique mucha inmundicia, pues los amantes, cuanto más arden de amor y más se desean, tanto más se preocupan por su higiene. Así pues, me inclino a pensar que esta causa de los médicos, como él dice, no vale de nada. Ahora bien, tampoco parece valer mucho la que Alejandro dice derivar de la opinión de Aristóteles, fuese de quien fuese, pues dice que los cerdos tienen un olfato impedido y torpe, cosa que en un primer momento me parece falsa, pues los cerdos encuentran con su olfato tubérculos y raíces escondidos bajo tierra, y cuanto les valga de alimento; asimismo, son capaces de distinguir con el solo olfato las peras o manzanas maduras de las más verdes; aun así, aun suponiendo que tuviesen un olfato pésimo, no por ello creería yo que hubiese de ser feo y cenagoso, pues el hombre es el animal con el peor olfato y, sin embargo, no es cenagoso ni inmundo; y nuevamente, aun aceptando que tuviese un olfato pésimo, no se seguiría su inmunidad frente a olores feos y repugnantes, antes bien, le agradarían; y nuevamente, si olfatease mal, el olor solamente le inspiraría deseo o dolor, luego, como el hombre, odiaría los olores repugnantes y no se deleitaría con ellos.



  ¶   9

Así pues, creería conveniente pronunciarse de modo completamente distinto. Queremos aducir la causa de que el cerdo sea inmundo y disfrute con el estiércol, se deleite al rascarse y suela tener el pelo amarillento, sin mudarlo, como otros animales; la causa de que su carne sea bastante blanda y de pronta corrupción, de que busque raíces y, por tanto, se vuelva fácilmente omnívoro y engorde muy rápidamente; la causa, al fin, de que tenga las cejas separadas, las cuales, de serle propias o acusarlas siempre, son fruto de su definición y sustancia. Por tanto, cabe ir en busca de esta causa, y sabremos que la hemos encontrado cuando estemos en condiciones de dar una razón a todos los accidentes que se presentan de por sí, necesariamente y siempre.



  ¶   10

El cerdo que nos ocupa es un animal terrestre, cuadrúpedo y doméstico; una vez abierto, su temperamento es cálido en el primer grado y húmedo más allá del segundo; por tanto, su sustancia es pituitosa con subdominio de la sangre, y esto se echa de ver en su color y su sabor, así como en la sangre cuando se los degüella; este es el temperamento de los miembros y las vísceras principales, luego la bilis que sobra se expele hacia la circunferencia, y la melancolía, también expulsada del centro, puede constituir y nutrir los huesos o bien sumirse en los extremos del cuerpo, en las uñas y en el rostro. Pues bien, partiendo de que el cerdo acusa tal temperamento, habrá de ser excrementoso, pues es bastante pituitoso, cosa que también admiten los médicos, a saber, que la carne porcina es rica en excremento; ahora bien, de ser esto cierto, sabiendo que lo semejante se deleita con lo semejante, también disfrutará con los excrementos, esto es con lo que tenga una naturaleza cálida y húmeda; por tanto, el cerdo disfrutará con el estiércol, y con razón se deleita con las inmundicias, pues es inmundo. Por su parte, es inmundo porque es rico en excrementos, y esto le viene del temperamento mencionado, y siendo como es rico en pituita excrementosa, es insulso en su carne y, por tanto, vano en su alma, pues según sea un cuerpo, tal es su alma; por su parte, el gusto juzga que, sin sal, la carne porcina es la más insulsa de todas, y con razón se dijo que, en vida, tenía alma en vez de sal, y muerto, sal, que no alma. Y como la mayor parte de la bilis se ha desviado a las extremidades y a la piel, sufre de prurito frecuente y disfruta al rascarse, y este deleite lo hace derrumbarse y dormirse. Además, sabiendo que la piel externa alberga bilis, los pelos, que refieren la naturaleza y el color de la piel, son amarillentos, y no se le caen, según Aristóteles, como sí les sucede a otros animales, porque lo impide la grasa. A su vez, engordan rápido y bastante porque la razón de la grasa reside en la humedad y el calor, y como todos los animales buscan la comida que les conviene, el húmedo y cálido ansiará un alimento semejante, de ahí que los cerdos sigan con gusto las raíces y los frutos, en tanto que parecen más húmedos que cualquier otra parte de las plantas. Este mismo temperamento corporal vuelve al animal blando de carne, pues acusa mucha humedad acuosa, y como la carne es húmeda, está muy dispuesta a la corrupción, pues lo húmedo tiende a corromperse, y el calor externo llama hacia afuera al calor interno que ayuda a la conservación. Por su parte, parece omnívoro porque su sustancia, insulsa y bastante húmeda, funciona como el agua y como materia para cualquier guiso, y si es como el agua, capaz de recibir todos los sabores, a nadie sorprenderá que coma indistintamente toda clase de alimentos; tal vez por este motivo trataron los antiguos egipcios al cerdo como símbolo del caos, en tanto que se vuelve materia tosca e indigesta, capaz de adoptar todas las formas y condimentos.



  ¶   11

Pero sigue sin estar claro por qué tiene las cejas separadas y extendidas hacia las orejas, que es lo que se preguntaba en primer lugar. Creo que el cerdo, teniendo que excavar la tierra y extraer raíces, necesitaba un rostro con un extremo duro y calloso, y una piel callosa no tiene ni genera pelos, luego tanto el rostro como la piel que cubre la parte superior de su rostro tenían que ser necesariamente es lampiños. Por su parte, la piel de la palma de la mano del hombre, habiendo de ser lampiña, empieza a desembarazarse de los pelos desde mucho antes, casi desde la axila, y hasta llegar a la mano, toda la parte interior del brazo es también delicada y lampiña; del mismo modo, la pérdida de pelo en el cerdo comienza desde la parte más alta de su frente, y esta falta de pelo llega al rostro por entre las cejas, de modo que el rostro es lampiño y las cejas se separan y carecen de pelos, mientras que la materia que pretendía generar pelos y cerdas en esta zona se desvía hacia las partes superiores, hacia las orejas, haciendo que las cejas aparezcan extendidas. Así pues, si el cerdo tiene el rostro que le corresponde en tanto que cerdo, y por tener este rostro también acusa unas cejas extendidas y divididas, resulta evidente que el cerdo, en tanto que es cerdo, acusa unas cejas como estas, y que, en tanto que cerdo, será inmundo y vano; por tanto, quienes tengan unas cejas como estas también acusarán en cierto modo y por semejanza la naturaleza del cerdo, mereciendo por tanto razonablemente los apelativos de vano e inmundo. Mas en verdad, esta señal declara que la piel es más gruesa en esas partes, luego también la piel de la nariz será más gruesa, y el labio superior menos blando y delicado, más bien duro; a su vez, decíamos más arriba que quienes acusan unos labios como estos eran innobles, fatuos y estúpidos, y que se asociaban a los cerdos y a los burros.



Apotelesma cxix

Apotelesma cxix    Pelos lisos en la cabeza.

orig:   (69.11)

Los de cabellos erguidos son temerosos. Se asocian a la pasión, pues a quienes sienten temor se les yerguen los cabellos. 

  ¶   1

Quienes tienen los cabellos erguidos lo acusan especialmente junto al vértice y la sutura situada entre la coronal y la lamboidea, tal vez porque el hueso es ahí más delicado y poroso. La sentencia del apotelesma dice así: los de cabellos naturalmente erguidos, no erizados, más blandos que duros, son temerosos. Aristóteles lo demuestra a posteriori, diciendo: a quienes sienten temor se les yerguen los cabellos; quienes temen, puesto que temen, también son aptos para temer, pues lo que existe en acto necesariamente ha de poder ser; por tanto, quienes tienen los pelos de la cabeza erguidos son propensos al temor.



  ¶   2

Es cosa cierta que cuando alguien siente temor, se le yerguen los cabellos, y es algo que la experiencia corrobora cada día; en efecto, también Virgilio lo atestigua en el segundo libro de la Eneida, cuando a Eneas se le apareció de improvisto la imagen de Creúsa, pues al punto se quedó perplejo, se le irguieron los cabellos y la voz se le pegó a las mandíbulas 5-2, cosa que describe con las mismas palabras en el tercer libro, cuando escuchó la voz de Polidoro. Pues bien, cuando los hombres sienten temor se les yerguen los cabellos; ahora bien, no cabe decir, en sentido inverso, que cuando los cabellos están erguidos el hombre se pasma por temor o siente terror; en efecto, como demuestra Aristóteles, en la ya mencionada sección de los Problemata, a casi todos se nos yerguen los pelos cuando nos tensamos, y esta tensión se puede deber a múltiples causas, algunas de las cuales se enumeran en aquella sección. A mi parecer, pues, cabe decir que cuando alguien siente temor se le suelen erguir los cabellos, mientras que no todo aquel a quien se le yerguen los cabellos siente temor: en efecto, el rechinar de una sierra inflige tensión, como la ingesta tras el ayuno o lo que los griegos llaman entusiasmo, y hacen lo propio muchos movimientos vehementes del espíritu y algunas enfermedades y fiebres; por su parte, todo lo que inflige tensión yergue naturalmente la cabellera; por tanto, queda meridianamente claro que la proposición anterior no se puede invertir en sus términos.



  ¶   3

Así pues, valga por la defición de la pasión la siguiente conclusión: quien aqueja temor acusa un erguimiento de los cabellos; y supongamos, siguiendo a Aristóteles, que los cabellos se yerguen cuando la piel se contrae, cosa que sucede cuando su calor se vuelve hacia el interior; así, la demostración será como sigue: a quien siente temor se le vuelve el calor hacia adentro, indicio de lo cual es que empalidece y no puede hablar; a su vez, cuando a alguien se le va el calor hacia adentro, sus partes externas pierden calor y sangre; quien es presa de esta afección se enfría por fuera y acusa tensión; el frío y la tensión contraen la piel; la piel contraída yergue los pelos; por tanto, a quien siente temor se le yerguen los cabellos. Ya sabemos, pues, por qué cuando alguien siente temor se le yerguen los cabellos; por tanto, quien tenga los cabellos naturalmente erguidos es probable que tenga la piel contraída y que el calor se le haya vuelto hacia adentro, luego que acuse una disposición natural semejante a la que la afección del temor inflige en el cuerpo de quienes la padecen; por su parte, quienes están muy dispuestos a temer son despreciables y abyectos; añade toscos, ineptos, avaros y pusilánimes; por consiguiente, con razón diremos que quien acuse esta señal acusará disposición al temor.



Apotelesma cxx

Apotelesma cxx    Cabellos muy rizados.

orig:   (69.12)

Los de cabellos muy erizados son temerosos. Se asocian a los etíopes. 

  ¶   1

Los cabellos semejantes a los cabellos de los etíopes son negros y muy delicados, compactos y bastante erizados. Son negros porque son semejantes a la piel, como les sucede a casi todos los animales, salvo al hombre, y es que los pelos guardan en cierto modo una armonía de color con la piel; o bien son negros porque han nacido de un humor negro y tostado. Son delicados porque los poros por los que salen están prácticamente obstruidos, pues el calor excesivo del aire ambiental ha secado la piel, de modo que los poros ofrecen al pelo una salida bastante estrecha, motivo por el cual también tienen muy poca barba; son muy erizados por la misma razón, y es que el calor muy intenso contrae la piel y la seca haciendo que los poros se retuerzan, de modo que los pelos salen retorcidos, esto es erizados. Para demostrar que esto es indicio del temor, dice: los etíopes tienen unos cabellos como estos y son temerosos, luego quienes tienen unos cabellos como estos son temerosos.



  ¶   2

No se pone en duda que así sean los cabellos de los etíopes, y está claro que son temerosos y débiles en comparación con los septentrionales, luego son más cautos y más astutos, y más proclives a la religión y a la piedad, y dados a confiar en quienes creen buenos, y reflejan una naturaleza más femenina que viril. Por su parte, la causa de que semejantes cabellos denoten temerosidad es una sola, a saber, que denotan la refrigeración interna del corazón, a la que sigue el temor; así pues, cuando alguien acusa unos cabellos como estos, casi todo su calor se le ha ido hacia afuera, quedando sus partes internas y sus humores muy desprovistos de calor; cuando alguien acusa esta disposición de los humores lleva ligado el frío, que provoca temor. Resulta evidente, pues, por qué son temerosos quienes tienen los pelos de la cabeza bastante erizados.



  ¶   3

Mas habrá quien se pregunte: si la vuelta del calor hacia el interior produce temor, cuando a alguien se le va el calor hacia afuera debería ser osado, luego los etíopes deberían ser muy osados, y también los demás negros, extremo que Aristóteles rechaza. En verdad, esta cuestión no es tal. En primer lugar, no he dicho que la vuelta del calor hacia adentro provoque temor, sino que es el temor el que provoca la retracción del calor hacia las partes inferiores internas; de hecho, la ira y el dolor pueden provocar que el calor se vuelva hacia adentro sin generar temor; antes bien, lo que sigue a la razón del temor es la refrigeración de las partes próximas al corazón y del propio corazón, pues el calor se ha vuelto hacia las zonas inferiores, y cuando el calor sale hacia las partes externas resulta evidente que el corazón se ha quedado frío, lo que implica necesariamente una propensión al temor. Asimismo, la osadía lleva el calor de dentro afuera, pero que los etíopes acusen tal cosa no implica que sean osados, pues nada se infiere de dos afirmativas en la segunda figura. Por último, la osadía calienta tanto las partes internas como las externas, y el calor está presente en ambas partes, pues es abundante, mientras que los etíopes, que lo han expelido, no lo acusan ni dentro ni fuera.



  ¶   4

Nuevamente se preguntará alguno: si al temeroso se le va el calor hacia adentro, tendrá las entrañas calientes; ahora bien, el etíope no tiene las entrañas calientes; por tanto, no es temeroso. A esta cuestión se responderá, primeramente, que hay varios modos de entender la retracción del calor hacia adentro: en efecto, puede volverse al corazón, como en los airados, y provoca osadía; o puede bajar al diafragma, y provoca temor, como prueba el hecho de que quienes sienten temor pierden el control de sus miembros y se hacen sus necesidades encima. Por tanto, cabe negar el primer consecuente, pues no es cierto que todo aquel a quien el calor se le va hacia adentro tenga las entrañas cálidas; en efecto, si el calor fuese escaso, las entrañas se le calentarían de manera relativa, mas no absoluta, o se le calentaría el bajo vientre, pero no el superior, que alberga el corazón y el principio de la vida. Así pues, el temeroso no acusa calor en el vientre medio, sino solamente en el bajo, y el etíope, por su parte, ni en uno ni en otro; por tanto, quienes temen y los etíopes comparten una misma disposición del corazón, y sus pelos acusan una misma pasión, luego quienes tienen los pelos como los etíopes son propensos al temor.



  ¶   5

Además, si contemplásemos atentamente estos cabellos, bastante negros y delicados, densos y erizados, como los de los etíopes, veríamos que no solamente denotan temor, sino muchas otras cosas. En efecto, su negrura señala que la bilis negra está quemada, y que también otros humores han padecido calor, luego que son temerosos, tanto más cuanto más blanca sea la piel, pues denota abundancia de pituita en la composición, no solo del temeroso, sino también del avaro. Asimismo, sabiendo que los de pelos negros y erizados tienen dificultades para aprender las ciencias, pues tienen seco el humor melancólico, y lo seco toma las formas externas con dificultad, son toscos; ahora bien, cuando han captado algo, lo retienen mucho tiempo, de ahí que no olviden las injurias y se libren a una ira bastante agria, oscura y escondida, que no deponen sin haber infligido el máximo perjuicio al objeto de su ira. Ahora bien, si estos cabellos erizados estuviesen elevados en la parte delantera de la cabeza, formando una especie de montecito, denotarían una cierta astucia, para nada maliciosa y vergonzosa, pues esta disposición de los cabellos se asocia a la decencia, como más arriba se ha dicho. A su vez, son blandos porque son delicados, y son delicados por la estrechez de los poros de la piel, sometida al calor externo; y son densos por la abundancia de materia. Denotan mucha lujuria y apetito carnal, algo propio de la materia melancólica tostada; añade cueldad y deseo, eternos aliados del temor, pues quien teme por sí desea perjudicar a aquellos que le infunden temor y, si puede, hacerlo con vehemencia, cometido de la crueldad; y como siente temor y teme que le falte lo necesario o perder su fortuna, es avaro; asimismo, estos hombres son falaces, y especialmente si son pensativos y rara vez se ríen, efecto de las causas arriba aducidas.



Apotelesma cxxi

Apotelesma cxxi    Cabellos ni rizados ni lisos.

orig:   (69.13)

Así pues, como los pelos erguidos y los vehementemente erizados denotan la temerosidad, los erizados en su extremo denotan un buen espíritu, pues se asocian al león. 

  ¶   1

Siguiendo su proceder habitual, habiendo contemplado los extremos por exceso y por defecto, como uno y otro denotan una propensión viciosa, resulta razonable decir que el término medio será loable. Así pues, el cabello erguido denotaba temor, como el muy erizado, pues ambas disposiciones mostraban la falta de calor junto al corazón, ya por haberse ido en su práctica totalidad a las partes externas, dejando de atender al cuerpo y sus funciones, ya por haberse retraído naturalmente a las zonas inferiores, al hígado, al estómago y a los intestinos, de ahí que todos los voraces sean temerosos. Pues bien, si estos extremos denotan temor, resulta evidente que la disposición intermedia no denotará temor, sino un espíritu bueno, como él dice, y dispuesto conforme a la naturaleza viril.



  ¶   2

El cabello que ahora nos ocupa es el que se muestra liso en la raíz y en la mitad, pero erizado en su extremo. Así pues, decimos: el cabello un poco oscuro o amarillento, como la corteza de las castañas maduras, blando, moderadamente delicado y no muy denso se distancia tanto del cabello muy negro como del blanquecino que imita el color de la cuerda de cáñamo, ambos indicio de temor, en tanto que denotan el predominio de la pituita, luego también indicio de debilidad; por tanto, este cabello denota buena naturaleza y señala al hombre moderadamente osado. De modo semejante, el erguido, esto es ni demasiado extendido ni demasiado erizado, sino solo en su extremo, plano y recto en el medio, denota una disposición intermedia entre el frío y la humedad y la sequedad y el calor, y la medianía, como se ha dicho a menudo, es siempre loable. Ni blandos ni duros: acusan medianía una vez más, pues ningún compuesto puede ser perfecto a menos que siga la medianía, y la medianía del hombre, como hemos dicho más arriba, se acerca al máximo grado a la medianía universal.



  ¶   3

Aristóteles, no contento con este razonamiento común, propuso un ejemplo animal. En efecto, es evidente que los leones tienen pelos amarillentos y planos en la zona intermedia y erizados al final, y que son animosos y osados, pero también plácidos, cuando no los agita ni la ira ni el hambre, y que juegan como perros o crías de gatos cuando están muy domesticados; por tanto, quienes acusen unas cabelleras como estas se aproximarán a la naturaleza de los leones, y compartirán en cierto modo su propensión natural, esto es, serán osados, moderadamente iracundos, generosos, plácidos y bien dispuestos según la naturaleza humana, o según postula la recta razón. A su vez, estos hombres son también moderadamente ambiciosos y amantes: ambiciosos por cálidos, osados e iracundos; amantes por generosos y plácidos. Y esta es, según creo, la sentencia y la razón del apotelesma.



Apotelesma cxxii

Apotelesma cxxii    Cabellera un poco elevada sobre la frente, que recuerda a un montículo erigido en la frente.

orig:   (69.14)

Quienes tiene elevada la parte superior de la frente son generosos. Se asocian a los leones. 

  ¶   1

Creo que este apotelesma y el siguiente forman uno solo, y que el texto está errado, como también opinaron algunos otros; en tal caso, el sentido sería: quienes tienen elevados y replegados los cabellos que salen en el medio de la frente, formando un montecito sobre esta, son generosos, pues se asocian a los leones y a la apariencia conveniente; no en vano, los leones son así, y gustan, y parecen hermosos, esto es dispuestos conforme a natura, y acusan esta vuelta de los cabellos sobre la frente. Sea como sea, creo que esta es la sentencia de Aristóteles, y que habla de los cabellos y de su figura, que no de la frente, de la que ya se ha dicho bastante más arriba. Así pues, sea el sentido como sigue: a quienes se les eleva delicadamente el cabello sobre la frente son generosos, esto es, ni avaros ni amigos del beneficio, sino solícitos con los necesitados y con quienes les ruegan.



  ¶   2

Por su parte, resulta difícil explicar por qué sucede tal cosa, a menos que dijésemos como sigue: lo que denota de manera universar la disposición natural del hombre también denota la generosidad, el compañerismo y la placidez; por su parte, la cabellera elevada sobre la frente denota una disposición viril, como corrobora el ejemplo de los leones, que se han visto atribuir un hábito viril; por tanto, esta disposición de la cabellera elevada sobre la frente señala que el hombre es generoso y plácido. También podríamos decir ocmo sigue: una elevación moderada de la cabellera sobre la frente denota un calor moderado en el cerebro, especialmente si el color de los cabellos fuese amarillento o rojizo, y estos estuviesen erizados en su extremo; por su parte, lo que denota el calor moderado del cerebro, y especialmente por dentro, donde residen la imaginación y los fantasmas, denota también al hombre generoso, plácido y humano, solícito con los demás; por tanto, los de cabellera moderadamente erguida sobre la frente, como un montecito, serán humanos y plácidos.



  ¶   3

Cabe considerar ambas proposiciones. En primer lugar, la menor, a saber, que una cabellera como esta, elevada moderadamente sobre la frente y de un color oscuro o rojizo, sea indicio de un temperamento cerebral ligeramente cálido, se puede confirmar recordando que el calor tiende a contraer y encrespar los pelos, como vemos en las mujeres, que ondulas sus cabellos con hierro o vidrio caliente. Pues bien, un calor moderado eriza con moderación; los cabellos moderadamente erizados forman un montecito pues, replegados en forma de sección convexa, representan el aspecto de una colina; así pues, quien tiene una cabellera como esta sobre la frente tiene un cerebro ligeramente cálido. La mayor decía: quien tiene un cerebro como este es magnánimo, generoso, plácido y humano. Esto se confirma recordando que un cerebro moderadamente cálido y tirando a templado no apoca demasiado el calor del corazón, y al gozar de un calor vivo, el hombre es magnánimo, osado y generoso, pues los avaros son temerosos, y los temerosos no albergan un corazón moderadamente cálido; por tanto, no son avaros, que es lo que había que demostrar.



  ¶   4

Otros dicen que estos hombres son muy dados a las mujeres; yo creo que las mujeres, por instinto natural, prefieren a los hombres de aspecto más viril, y que a los hombres más viriles más les gustan las mujeres; por su parte, son más viriles quienes reproducen la naturaleza de los leones; por tanto, quien quiere gustar a las mujeres, guiados por la naturaleza, se afanan en demostrar los hábitos viriles y las señales que mejor acentúen su masculinidad; así pues, ciñen espada, se ponen plumas en el pelo y, en lo que a sus capacidades respecta, se las dan de belicosos, osados, robustos y guerreros, pues cabe recordar el éxito de Marte con Venus; entre otras señales viriles, también ostentan y preparan esta eminencia de los cabellos, creyendo que los hace parecer más viriles.



Apotelesma cxxiii

Apotelesma cxxiii    Pelos vueltos hacia la frente junto a la nariz.

orig:   (69.15)

Quienes tienen los cabellos vueltos sobre la frente a la altura de la nariz son generosos. Se asocian a la apariencia conveniente. 

  ¶   1

Como quedó dicho más arriba, no puedo dejar de pensar que el texto de Aristóteles está errado; de hecho, ¿a qué se refieren los cabellos a la altura de la nariz?, y ¿desde cuando se llaman cabellos los pelos de la cara? Por otra parte, no creo cuestionable que lo que se encuentra a la altura de la nariz está en la cara. Un autor no vulgar de esta disciplina consideró que el apotelesma anterior se había confundido con este, y que alguien, hace tiempo, había escrito en el margen las frases que ahora nos ocupan paráfrasis del apotelesma anterior. Yo ni lo rechazo ni lo comparto demasiado; antes bien, creo razonable y conveniente insistir en este aspecto, en tanto que sería posible conservar las palabras del autor y reinterpretarlas correctamente. Así pues, si entendiésemos el término griego τρίχας como pelos, como hizo Gaza en muchas ocasiones, un sentido que también le dio Plutarco en los Apophthegmata, al tiempo que Plinio, traduciendo al latín unas palabras de Aristóteles, hablaba del crecimiento de los pelos y las uñas de los difuntos, pelos que Aristóteles había llamado en griego τρίχας; de ser así, diremos: cuando alguien tiene los pelos nacidos junto a la nariz dispuestos en dirección a la frente, es generoso, pues se asocian a los leones; y si observases con detenimiento a los leones, verías que tienen junto a la nariz, entre las cejas, unos pelos ni planos ni erguidos, que confieren a la frente y al rostro un no sé qué de dignidad.



  ¶   2

Ahora bien, sigo dudando que sea esta una señal de generosidad, a menos que por generosidad quisiésemos entender ingenuidad; visto el argumento de los leones, creo que esto se refiere más bien a la osadía y virilidad de la señal. Además, recuerdo haber conocido a dos generales muy osados cuyas frentes tenían, en su parte inferior, unos pocos pelos prácticamente rectos, pero acaso los peinaban a todas horas, y por eso los tenían así; esto les confería un no sé qué de reverencia y dignidad; eran, como se ha dicho, bastante osados e iracundos, pero muy humanos con sus amigos; por otra parte, no concedo alegremente que fuesen generosos, y la experiencia me permite decir más bien lo contrario; además tenían los dedos de las manos velludos, como todo el cuerpo. Por tanto, prefiero decir así: en un rostro viril, cuanto le convenga y otorgue reverencia y respeto denotará una disposición conforme a la naturaleza viril; por su parte, los pelos nacidos sobre la nariz convienen al hombre, y le otorgan reverencia y una cierta majestad; por tanto, estos pelos denotan osadía y virilidad. De todos modos, como he apuntado,sigo albergando no pocas dudas sobre este epígrafe, y no descarto que haya un error.



Apotelesma cxxiv

Apotelesma cxxiv    Pasos largos y lentos.

orig:   (70.1)

El de paso largo y lento, aun impedido por su lentitud, es perfectivo, pues el avance amplio resulta eficaz, y el lento, considerado. 

  ¶   1

Empieza aquí la tercera sección de esta parte, que estudia los movimientos del cuerpo humano, lo mismo como un todo, y tal es el caso del progresivo, que según la parte, por ejemplo, los de manos, ojos, cuello y hombros; ciertamente, no todos los posibles, pero sí unos cuantos, los más evidentes para los hombres. Por su parte, la sentencia de este apotelesma me resulta muy oscura y difícil, y no solo la de este, sino también las de los siguientes. Cuanto se enuncia de la cualidad de los movimientos no se lee en el texto latino de Basilea; de todos modos, ya que lo tenemos delante, algo diremos, especialmente porque estos cuatro teoremas referidos al paso sí se leen en los códices griegos.



  ¶   2

A propósito del movimiento humano progresivo espacial, que ahora llamaremos avance, se contemplan dos cualidades, a saber, la lentitud o celeridad y la longitud o brevedad, la primera referida al tiempo, la segunda al espacio. En efecto, se denomina movimiento lento el que requiere mucho tiempo para recorrer algún espacio, y por movimiento veloz se entiende el que recorre ese mismo espacio en poco tiempo; siguiendo la Physica de Aristóteles podrás tachar de lento lo que avanza poco en mucho tiempo, y de veloz lo que se mueve mucho en poco tiempo. Se denomina paso largo el que abarca mucho espacio, y breve el que abarca poco. De esto, pues, resultan cuatro combinaciones: así, el paso puede ser largo y veloz o largo y lento y, de ser breve, tanto puede ser lento como rápido y veloz, que es lo mismo. Al margen de estas no se pueden producir más combinaciones, pues el paso no puede ser largo y breve ni veloz y lento, a menos que existiese un paso que no fuese ni lento ni veloz, ni largo ni breve. Volviendo al tema: se denomina paso breve el que, en comparación con los pasos de los demás hombres que avanzan de manera natural, abarca poco espacio, y largo el que comprende mucho espacio; veloz el que, en comparación con el movimiento del hombre que camina según natura, se consuma más rápidamente, y lento, en cambio, el que se ve superado por el de disposición moderada y conforme a natura; por tanto, siempre conviene tener presente el paso conforme a natura, en función del cual se juzgan el breve, el largo, el lento y el rápido.



  ¶   3

Digamos ahora qué denota cada uno de ellos separadamente, y qué significan cuando se advierten naturalmente en un hombre. El paso lento denota al individuo cogitabundo y más blando y femenino de lo que conviene al hombre; el muy lento denota al hombre perezoso, indolente y sin valor, ineficaz en la acción, esto es dubitante, blando, enemigo acérrimo del esfuerzo, pues denota un temperamento pituitoso o melancólico y la total carencia de calor. Por el contrario, el paso veloz denota la inconstancia; el bastante veloz denota también la temerosidad y una cierta industria ineficaz; según algunos, al no generoso, pusilánime, avaro, pues a cuando a alguien se le mueve el calor de este modo, dirigiéndose a las zonas inferiores y abandonando las superiores y el tórax, suele ser pequeñito, enjuto y de extremidades pequeñas, con un hábito compuesto de pituita y bilis, gracias a esta última rápido en la acción, y por aquella, ineficaz. Los primeros representan la bilis negra, los segundos la amarilla. El paso largo denota al robusto y magnánimo, pues es fruto del rubor, y es que los débiles y valetudinarios dan un paso pequeño y lento; quienes por naturaleza dan pasos como estos son grandes y gozan de grandes extremidades, son de buen espíritu y tienden a la naturaleza viril; no en vano, se ha apuntado que los leones, los toros y los elefantes, que en cierto modo parecen naturalmente magnánimos, acusan este movimiento grande y lento. En cambio, el paso de la oveja denota al hombre estúpido, pasmado e inepto; esto lo corrobora la experiencia, pues sabemos de hombres de paso muy breve que eran estúpidos y charlatanes, repetían tres y cuatro veces lo mismo y volvían a preguntar lo que ya se les había explicado; a su vez, verás que dan pasos muy pequeños los niños y los ancianos, que son vanos e ineficaces en sus acciones. El paso que se compone de todos estos se denomina compuesto, y además de este también están el moderado y el irregular en espacio o tiempo.



  ¶   4

Volvamos a Aristóteles. Cuando dice: cuando alguien avanza naturalmente con paso largo y lento, aunque esta lentitud no es propicia a las acciones, consuma lo que emprende. Habiendo descrito los pasos lento y largo, y habiendo dicho qué denotan, queda por explicar qué entiende por perfectivo, y qué requiere esta propiedad, y por qué se ha incluido esta réplica a la objeción. Pues bien, en primer lugar, el término que los traductores han vertido como “perfectivo” denota en griego al hombre iniciado, arcano o misterioso. Creo que en este epígrafe denota al hombre bueno y honorable, versado en los negocios y capaz de consumar lo que consideró hacer. Aristóteles consideró que alguien podría replicar: ¿cómo es que se ha de loar al hombre lento? Respondiendo a esta objeción como por antiparástasis, dice: no niego que la lentitud sea molesta en las acciones, atendiendo a lo que se suele decir del beneficio, a saber, que da dos veces quien da rápido; no obstante, así como la longitud del movimiento compensa y corrige en cierto modo la lentitud, en las acciones y los negocios la lentitud y pereza del cuerpo parece molesta, pero al ser estos hombres estables y constantes, cabe considerar que consumarán plenamente lo que se han propuesto hacer.



  ¶   5

Aristóteles da la causa de su apotelesma, explica por qué pintó perfectivos a estos hombres, y apunta que son de buen consejo y obran con eficacia, pues para que alguien obre con prudencia y consume loablemente lo que se propuso hacer se requieren dos cosas: una es que consideren diligentemente lo que hay que hacer; otra, llevar a cabo con eficiencia lo considerado. La lentitud denota la consideración, pues los lentos son cogitabundos, y quienes piensan consideran qué se ha de hacer; por su parte, quienes dan pasos largos recorren mucho espacio, luego se asemejan a los elefantes y a los camellos que, al dar pasos muy largos, no parecen rápidos, pero llegan a ser mucho más rápidos que los caballos árabes, los ciervos o los avestruces, pues está escrito que el camello, a paso corriente, cubre cien millas en un día.



  ¶   6

Sea pues la demostración de Aristóteles como sigue: quienes avanzan con paso largo y lento son considerados con sus cosas y eficaces en las operaciones; quienes acusan estas cualidades consuman con agudeza y correción lo que hubiesen empiezado; por tanto, son hombres sensatos y bastante loables en sus acciones, pues consuman correctamente lo que empiezan; así, quienes avanzan del modo señalado merecen el nombre de perfectos. A su vez, creo que estos hombres son buenos, pero más aptos para la vida contemplativa que para la activa; además, cualquier lentitud parece ser un vicio solamente en los negocios, y así César se lo debe todo a su rapidez, y no se lee que la dubitación sea algo ventajoso, exceptuando la que Fabio Máximo opuso a Aníbal, que hizo de agua helada frente al fervidísimo fuego que arrasaba Italia.



Apotelesma cxxv

Apotelesma cxxv    Pasos cortos y lentos.

orig:   (70.2)

El de paso breve y lento, impedido por su lentitud, no es perfectivo, pues el avance breve y lento no resulta en absoluto eficaz. 

  ¶   1

La redacción de este apotelesma en las ediciones no hace mucha justicia al texto griego; en cambio, la lectura de un antiguo intérprete y la de la primera impresión del ejemplar griego aldino, si no me equivoco, resultan más claras, y dicen así: el de paso breve y lento no es perfectivo por la indolencia poco conveniente; en efecto, lo breve y lento, entiéndase, el movimiento, denota al ineficaz. Así, el sentido es como sigue: quienes avanzan con paso breve y lento son hombres ineficaces, negligentes, no aplicados y, como se suele decir, no valen nada.



  ¶   2

La causa es la molesta indolencia; en primer lugar, resulta totalmente molesta tanto a quienes la observan como a quienes atañe, y tampoco habla bien de ella el probervio popular, que dice así: más vale mal y rápido que no bien pero lento, pues la sola espera agota a los hombres. Así pues, la razón es como sigue: los hombres indolentes y lentos ofenden a los demás con su indolencia, y su lentitud les impide efectuar bien las cosas; quienes acusan tal condición son hombres negligentes y no valen nada; por tanto, los de paso lento y breve son plenamente ineficaces y nada valen: dada la brevedad de sus pasos, abarcan y recorren poco espacio, luego les lleva mucho tiempo caminar; además, la lentitud también dilata el tiempo, y como les lleva mucho tiempo recorrer la distancia entre el principio y el fin, a nadie sorprenderá que resulten molestos por su indolencia; asimismo, requiriendo el tiempo que requieren, pierden la ocasión que aprovechan los hábiles; de hecho, si el dicho popular reza que más vale un caballo que no dos bueyes, aunque estos aproveche tanto vivos como muertos, y el caballo muerto no valga nada, es precisamente porque el caballo es rápido y veloz, y los bueyes, en cambio, indolentes y lentos.



  ¶   3

Por su parte, parece que el movimiento de los pies y la razón del avance le permite a Aristóteles a inducir la eficacia o ineficacia de las acciones; según creo, lo hace asociando el avance a la fuerza y el estado del calor natural del cuerpo; así, como un avance lento y breve es propio de las mujeres y de hombres decrépitos o enfermos, el calor natural del hombre de paso lento y breve bien podría acusar la disposición propia del decrépito y enfermo o de la mujer blanda y delicada; en estos últimos es del todo ineficaz, y ellos son muy indolentes e incapaces de la acción, y no llevan a término lo que se propusieron hacer, luego no juzgaremos perfectivos, industriosos ni diligentes a quienes acusen un avance como este, sino indolentes, negligentes y de ningún valor; a su vez, como se asocia a las mujeres muy blandas y a los hombres convalecientes, serán iracundos, como ellos, pero de los que se calman rápidamente; serán quejumbrosos; añade ineptos para la reflexión y las ciencias, e impedidos por un exceso de pituita o melancolía fría, luego gozarán de poco ingenio y sus fuerzas corporales no les bastarán para protegerse ni a ellos mismos ni a los demás, pues sus movimientos y acciones recuerdan a los caracoles o a las tortugas laúd.



Apotelesma cxxvi

Apotelesma cxxvi    Pasos largos y veloces.

orig:   (70.3)

El de paso largo y rápido, apenas impedido, es perfectivo, pues la celeridad denota al perfectivo, y la amplitud al no ineficaz. 

  ¶   1

Quien se mueve con paso largo y rápido, abarcando mucho espacio y recorriendo el espacio comprendido rápidamente, es eficaz y perfectivo en sus negocios, esto es, termina lo que se propuso hacer, y no se ve impedido. Ahora bien, el término propuesto por el intérprete tiene, para los griegos y para todos los glosarios griegos, más significados que el de un hombre no impedido; en efecto, dicen que denota al hombre apto para ser fuerte o idóneo para emprender una obra, pronto y osado, y dicen que se aplica propiamente al soldado, al emperador y a los perros, como confirman con la autoridad de Jenofonte. Por tanto, creo que este apotelesma se podría parafrasear del siguiente modo: quien avanza a paso largo y rápido es apto para emprender cualquier cosa, idóneo para las operaciones y los negocios, y apto para su consumación.



  ¶   2

Aduciendo la causa en el texto, dice que la rapidez del movimiento progresivo denota la prontitud a consumar y la habilidad para recorrer el espacio entre el principio y el fin; por su parte, como la amplitud que lleva aparejada esta velocidad demuestra constancia y duración en la acción, también denotará la eficacia del agente; por tanto, se puede formar el argumento siguiente: quien avanza con paso largo y rápido acusa la amplitud de paso que denota al hombre no privado de espíritu para emprender cualquier obra civil, y acusa igualmente la celeridad que denota al hombre capaz de consumar y rematar lo que se hubiese propuesto terminar; quien tiene estas dos cualidades es idóneo para actuar, y es perfectivo; por tanto quien avanza con paso largo y rápido es apto para emprender cosas y terminarlas. Así pues, resulta evidente que al sujeto de este apotelesma se le atribuyen dos cualidades, a saber, la aptitud para emprender obras y la eficacia para terminarlas; por su parte, parece que estas habilidades acusan unos determinados principios internos y una determinada materia pues, siendo como son pasiones del compuesto, se encuentran en la materia, ya que todo compuesto consta de materia y forma.



  ¶   3

Este movimiento conviene al hombre valiente y robusto, al de temperamento melancólico con subdominio de la bilis amarilla; ambos humores han de ser naturales, y la bilis negra debería concebir mucho calor desde el origen y, luego, retenerlo. Asimismo, cuando alguien acusa un temperamento como este, la bilis lo vuelve muy apto para el emprendimiento de cualquier obra grande, y la melancolía los hace persistir hasta el final; además, como la melancolía modera el ímpetu de la bilis, no son furiosos ni temerosos, ineficaces ni dados a la desesperación, pues la bilis amarilla calienta y repele o más bien modera el frío natural de la melancolía; esta bilis amarilla, mientras calienta, atenúa y dilata de tal manera que estos hombres no acusan jamás avaricia, indignidad ni abyección de espíritu; a su vez, este género de hombres se denomina propiamente masculino, y se asocia a los hombres y al león, que da pasos grandes y avanza rápidamente.



Apotelesma cxxvii

Apotelesma cxxvii    Pasos breves y veloces.

orig:   (70.4)

El de paso breve y rápido, impedido, no es perfectivo. 

  ¶   1

Así se lee en la edición; por el contrario, los dos códices griegos de que dispongo leen así: el de paso breve y rápido es ciertamente pronto y osado para emprender, pero no es perfectivo, sino ineficaz; creo que ambas lecturas son equivalentes, y la sentencia de Aristóteles será como sigue: los hombres que avanzan con paso breve y rápido o apurado son ciertamente prontos y aptos para emprender acciones, pero no son eficaces para rematarlas. Algunos los tachan de malvados, temerosos y débiles; otros dicen que son avaros, malevolentes y desconfiados, y que por eso mismo maquinan y barajan sus consideraciones con ocultamiento; a su vez, dicen que son impetuosos e impotentes, que abandonan fácilmente lo emprendido y se arrepienten de haberlo intentado; por su parte, razonablemente son hombres pequeños, mas de tener una cabeza proporcionalmente pequeña, serían más inestables e inconstantes que las aves. Estas y otras cosas semejantes atribuyen los autores a quienes avanzan con un paso como este.



  ¶   2

Aristóteles no aduce en su texto la razón de su posición, pero se deja inferir a la luz de lo dicho más arriba; conviene recordar lo que se apuntó, a saber, que la brevedad del paso denota la estupefacción, la ineficacia, la impotencia y, al fin, el hábito senil y el temperamento asociado al invierno, frío y húmedo, pero con humor excrementicio no calentado y contrario a natura; por su parte, que la velocidad denota inconstancia, temerosidad, ineficacia, indolencia, pusilanimidad y avaricia, pues es indicio de bilis amarilla ligada a la pituita dominante; así pues, de ser así, resulta evidente que quien camine con pasos breves y rápidos será ciertamente pronto para emprender y comenzar una obra, y ello gracias a la bilis, que da celeridad y prontitud al movimiento; ahora bien, este movimiento tan pronto y veloz se mitigará enseguida, como una vela casi extinta; por esto mismo, quienes avanzan con semejante movimiento son ciertamente prontos a emprender negocios, pero ineficaces para consumarlos pues, como he dicho, acusan un temperamento pituitoso y bilioso; esta bilis aqueja una proporción malograda y una penosa elaboración con pituita y melancolía, de modo que parecen valer, pero no valen nada, como decía Marcial a propósito de Atalo, a quien tachó al fin de bullebulle.



  ¶   3

Asimismo, cabe considerar que no han de ser necesariamente buenos todos los temperamentos compuestos por los cuatro humores, aun conformes todos ellos a su propia natura y no corrompidos, sino que solamente lo serán cuando la armoniosa ligazón de los cuatro humores según el todo lleve aparejada la consonancia particular de cada parte homogénea, consonancia que llaman razón y forma de la parte, en virtud de la cual esta se llama carne y aquella hueso o nervio, partes que luego, conviniendo entre sí, generan con cierto criterio las partes orgánicas, cuya razón se denomina forma del miembro, origen, al fin, de la forma del conjunto; a su vez, si el compuesto tiene partes, también las tiene la forma, como se declaró en la Physica; por tanto, cuando las partes semejantes sean armónicas y gocen de una naturaleza propia conformarán un cuerpo capaz de ejercer perfectamente los cometidos de una vida particular, como la del caballo o del buey; a su vez, los temperamentos, distinguidos por ciertos accidentes, determinarán el cuerpo que constituyan, y si bien es cierto que este generará unas operaciones determinadas según su especie, ello no aplica a su individualidad, y unas operaciones unas vendrán determinadas de tal modo que merecerán el nombre de operaciones de Sócrates o de Platón, o de este o aquel caballo. Pero de esto, creo, ya se ha tratado lo suficiente más arriba.



Apotelesma cxxviii

Apotelesma cxxviii    Los que avanzan con los hombros rectos y contoneándose al andar.

orig:   (70.5)

Sobre el movimiento de la mano, del codo y del brazo se refiere lo mismo. Los de movimiento insolente, con hombros rectos y tensos, son “galeangones”. Se asocian a los caballos. 

  ¶   1

El movimiento del brazo y del codo permite formular juicios igual que el movimiento de los pies y de las piernas; por tanto, así como las diversas cualidades del movimiento progresivo demostraba varias y diversas cualidades del alma en movimiento, los diversos movimientos de hombros, brazos y codos denotarán diversas cualidades de la fuerza que mueve el cuerpo de este modo. Por su parte, a juzgar por el giro empleado por Aristóteles, el postulado parece beber de opiniones ajenas, pues dice que “se refiere”, dando a entender que no es una opinión propia, sino ajena.



  ¶   2

Propone el estudio del movimiento de tres partes diferentes, si bien es cierto que luego también se acuerda de los hombros; se trata de la mano, el codo y el brazo, a los que luego añade el hombro. La mano es la parte que va ligada a la extremidad de los huesos que conforman la braquial, y consta de ocho huesecillos; algunos emplearon el término griego carpo, refiriéndose al conjunto de palma y dedos. Aristóteles, asimilando la mano al intelecto, la presenta como el instrumento por antonomasia, la parte más notable de nuestro cuerpo, al igual que había llamado a la mente la forma por excelencia. Comúnmente se denomina brazo a toda la parte que se extiende de los huesos del cuello y las espátulas hasta los huesos del carpo o braquiales. El brazo se compone de tres huesos: el primero, el hueso del húmero, está solo, es redondo en el medio, duro, lleno de médula, con la joroba superior ligeramente inflada y enclavada en la oquedad de la escápula, que los griegos llaman “cotyledon”, y con la parte inferior dividida en dos bifurcaciones desiguales, a las que se ligan el cúbito y el radio; estos dos son los que propiamente se denominan huesos del brazo: al hueso menor lo llaman radio, al mayor, cúbito; ambos se ligan por arriba al hueso del húmero por medio de potentes ligamentos, van cubiertos de músculos y piel y constituyen lo que se da en llamar brazo. Su flexión exterior, que responde a la rodilla, la denominan los griegos “ancon”, una inflexión, refiriéndose al ángulo que forma el brazo al doblarse por la mitad. Queda dicho qué es el brazo, el codo y la mano.



  ¶   3

De todos modos, creo que ahora Aristóteles entiende por brazo todo lo que va del carpo al hueco de la espátula, y por codo la parte que va de la flexión del brazo, “ancona” en griego, como hemos apuntado, hasta el carpo, algo que se puede deducir del propio texto. Pues bien, con estas pocas palabras a modo de proemio, presenta un único precepto, que dice así: los de movimiento insolente, con hombros rectos y tensos, son “galeangones”; se asocian a los caballos. No termina de quedar claro qué es lo que quiso decir Aristóteles, y en primer lugar, qué entiende por “humerum”, si acaso el hombro, de donde pende el que llaman hueso del húmero, o acaso el hueso que los anatomistas denominan propiamente hueso del húmero, que se agita de diversas maneras según el individuo; tampoco resulta demasiado evidente qué significa moverse con insolencia, con hombros rectos y tensos; y lo que más confundió a los intérpretes y a quienes se han referido a esta sentencia de Aristóteles es el término “galeangones”, pues o bien no sabían qué significaba, o bien si se aplicaba a la parte del dato y del sujeto o si era predicado y atributo. El Suesano, que ya había comentado torpemente el libro entero, se mostró en este lugar totalmente burdo e ignorante de la lengua griega, y lo que dice es ridículo.



  ¶   4

Me inclino a pensar que por hombros, en este lugar, cabe entender la parte superior de la espalda que se compone de los huesos del cuello y las espátulas, la primera que se advierte tras el rostro y la cabeza; esta, por su parte, cada individuo la mueve de una manera diferente al caminar: unos la llevan inmóvil, mientras que otros la retuercen con fuerza, unos la encorvan y otros la llevan recta. Me inclino a pensar que se se habla de hombros rectos cuando no se mueven hacia ningún lado al caminar, ni hacia adelante ni hacia atrás, y no van encorvados, sino erguidos, algo que también parece declarar la palabra “extendidos”, pues está extendido lo que no tiene pliegue, curvatura ni oquedad alguna. Así pues, creo que los hombros rectos y extendidos son los que se echan de ver en los hombres que juzgamos de espíritu soberbio y engreído.



  ¶   5

Ahora cabría investigar qué quiso decir con “galeangones”. El Suesano lee “galeagines” de manera torticera, sin seguir a Aristóteles; en cuanto a ese término suyo, galeagines, dice que denota al hombre de brazos pequeños, esto es con brazos más pequeños que los de la media masculina, pues se asocia al caballo pequeño, esto es pequeñuelo y que avanza con los hombros rectos; esta explicación me parece inepta, aunque solo sea porque glosa el giro “se mueven con insolencia” diciendo “esto es, se burlan”, como si el sentido fuese: quienes tienen hombros rectos y tensos y hacen burla de los hombres tienen un brazo más pequeño que los demás; se asocian a los caballos. Así pues, creo cierta la opinión de algunos autores, a saber, que este epígrafe contiene un error. Y en cuanto al término “galeancon”, me topo con que Galeno, en su Explanatio verborum exoletorum quae sunt apud Hippocratem, llama “galeancon” a los de brazos pequeños y gráciles, aun con las partes del codo bastante turgentes, y los asemeja a las comadrejas, cuyas patas delanteras son un tanto gruesas junto a la articulación. Plutarco, en su De Iside, dice que según los egipcios Mercurio recibió el apelativo de “galeancon”, palabra que Xylander interpreta como “con un codo más corto que el otro”, cuando también llama rojo a Tifón, blanco a Horus y negro a Osiris. El compilador del Thesaurus de la lengua griega dice que los hombres de músculos pequeños se denominan “galeancon” por semejanza con los gatos. Porta, siguiendo a Adamantio, corrige el epígrafe de Aristóteles y en lugar de “galeancon” dio otra palabra que significa “soberbio” y “amante de sí”, algo que podría convenir mejor al ejemplo de los caballos, pues suelen ser soberbios y amarse a sí mismos.



  ¶   6

Mas si puedo expresar mi opinión, en primer lugar creo que la palabra “galeancones” viene del término “γαλῆ”, comadreja en griego, y que denota al hombre que se acusa el movimiento de hombros de la comadreja al caminar, esto es, adelantando primero uno, luego el otro; además, creo que los hombres que se asocian a los caballos son los que representan las costumbres naturales de los caballos, y según Aristóteles son tres o cuatro: los libidinosos, los soberbios, los convalencientes de muchas enfermedades y los de vida corta por el tamaño de su cuerpo. A la luz de estas cosas, veo posible interpretar las palabras de Aristóteles como sigue: los “galeancones”, esto es quienes caminan contoneándose mas con los hombros rectos y tendidos, son semejantes a los caballos, esto es soberbio, fanfarrones y libidinosos, como creo que demuestra la experiencia en muchos individuos que contoneaban así los hombros al caminar. La causa de esta cualidad podría ser el calor y el predominio de la bilis amarilla, un tipo de temperamento que se echa de ver en las comadrejas, las martas, las garduñas y semejantes.



  ¶   7

Así, bien podría ser esto todo lo que Aristóteles dijo sobre los movimientos de la mano, del codo y del brazo. Igualmente aplicaría a cuanto dijimos del paso, a saber, que quienes mueven los brazos y las manos con movimiento lento pero largo, aun siendo cierto que la lentitud impide las acciones determinadas, no son en absoluto ineficaces; por su parte, quienes agitan las manos y los brazos poco pero rápidamente son muy ineficaces; quienes mueven los codos y las manos poco, lentamente y con cierta indolencia son hombres sin valor y completamente ineficaces en las operaciones; y quienes mueven las manos rápidamente y con movimiento largo, esto es que recorre mucho espacio antes de detenerse, son eficaces en sus acciones, prepotentes, no dan malos consejos, pero son mejores en su ejecución que en su consideración; y quienes se mueven con insolencia, esto es lanzan y agitan los hombros al caminar, como si se elevasen y levantasen sobre los pies, como queriendo bailar, son soberbios y amantes de sí, pues imitan a los caballos, que se suelen mover de este modo cuando galopan con soberbia. Así pues, si los caballos mueven y lanzan los hombros de esta manera al caminar, y son soberbios y en cierto modo se gustan, cuando alguien caminase de este modo cabría considerar que se gusta demasiado y es soberbio.



  ¶   8

Ahora bien, ¿cuál es la causa de este movimiento? Si viene naturalmente, y no de un hábito adquirido insensiblemente, diría que en el principio de la formación estas partes tuvieron mucha bilis; esta es cálida, y sabiendo que el calor es el principio del movimiento, donde hay mucho movimiento también hay mucha fuerza que lo provoca, luego mucho calor, luego también será abundante el cuerpo que alberga el calor proporcional al fuego elemental en primer lugar y de por sí; esto, en nuestro cuerpo, es la bilis amarilla o la sangre sutil y cálida; cuando alguien tiene mucha cantidad de este humor en las partes mencionadas, sabiendo que se asocia naturalmente al fuego, un elemento que se eleva y desea dominar sobre todos los demás, es probable que el alma acuse inclinaciones semejantes que lleven a los hombres a gustarse, a afectar estar por delante de los demás y a elevarse sobre todos, razón de los soberbios y de quienes se aman demasiado. Esta bien podría ser la razón de que, cuando alguien agita los hombros al caminar, llevándolos rectos y extendidos, se lo pueda tachar de soberbio y de amante de sí, luego será iracundo y ambicioso, y no cederá fácilmente a los demás.



Apotelesma cxxix

Apotelesma cxxix    Los que se mueven curvando y retorciendo las escápulas.

orig:   (70.6)

Quienes caminan con las escápulas encorvadas son elevados. Se asocian a los leones. 

  ¶   1

Los anteriores, de quienes se acaba de hablar, tienen los hombros rectos, y los llevan derechos y extendidos, pero los agitan y los lanzan con un cierto contoneo; estos, en cambio, de los que ahora va a tratar el discurso, no tienen los hombros rectos, sino curvados. Así pues, dice: quienes caminan con las escápulas encorvadas; el giro es un helenismo, y vale: quienes llevan las escápulas curvadas al caminar, y vuelven los hombros hacia adelante, son altos, esto es magnánimos; no en vano, este es el paso del león que, según la descripción de Aristóteles, camina lentamente y agita los hombros con solemnidad a cada paso. Yo he tenido una o dos ocasiones de ver a un león, nada más, y lo vi caminar unos seis u ocho pasos; parecía caminar exactamente igual que los gatos domésticos machos cuando procuran ganarse el afecto de sus dueños, pues caminan con paso largo y lento, y vuelven los hombros hacia adelante. Se dice que estos, al contrario que los anteriores, son soberbios y se gustan a sí mismos; en efecto, aquellos tenían una afección era más vehemente e incitada, y el calor era bastante delicado y ajeno a la naturaleza terrena o melancólica, luego dicen que padecen lascivia y soberbia; estos, en cambio, se muestran dotados de espíritu elevado y grave, obran lentamente, pero son perfectivos, mientras que aquellos se aplican rápido a la obra, pero no la suelen terminar, pues se gustan demasiado y no son capaces de perdurar mucho tiempo en una misma acción.



  ¶   2

Pues bien, si no me equivoco, esta es la sentencia de Aristóteles. Ahora bien, no estoy en condiciones de aducir ninguna causa para esta propensión a la magnanimidad, si no fuese tirando por el temperamento. Así, si los de espíritu elevado, grande y valiente, lo son por naturaleza, como dicen de Alejandro Magno, acusan un temperamento melancólico de melancolía natural son subdominio de la sangre sutil, que también llaman bilis amarilla natural, que lleva aparejada la sangre ligada a la pituita natural, aunque en proporción casi igual, nunca múltiple; así pues, los magnánimos y elevados acusan este temperamento, pues son cálidos y secos; quienes acusan este temperamento caminan como los leones; cuando alguien camina de este modo avanza con paso lento y grande, y en cierto modo lanzan los hombros, curvándolos; por tanto, los magnánimos se mueven así de manera natural; y en sentido inverso, cabe considerar que cuando alguien acuse este movimiento y esta inflexión de hombros al caminar sea elevado, magnánimo y valiente, respondiendo todo lo demás. Las proposiciones convenidas resultan evidentes a la luz de lo anterior.



Apotelesma cxxx

Apotelesma cxxx    Los que caminan abriendo las piernas y los pies, ya ambos, ya uno solo.

orig:   (70.7)

Quienes caminan con los pies y las piernas giradas son femeninos. Se asocian a las mujeres. 

  ¶   1

Este apotelesma está tan comúnmente admitido que apenas requiere demostración. Decimos que caminan con los pies girados quienes, estando de pie con los pies bien paralelos, tienen las partes más altas de los pies más separadas que sus respectivos talones, y las extremidades de los dedos vueltas hacia afuera. Cuando caminan, van golpeando la parte interna de los tobillos por detrás, como los niños y quienes caminan por una vía enfangada, pues en tal caso los tobillos llevan enfangada esta parte; además, cuando disponen los pies en paralelo, la distancia de talón a talón siempre es menor que la de pulgar a pulgar; asimismo, llevan las pantorrillas revertidas o más bien giradas, pues los músculos de las pantorrillas se vuelven hacia el interior, y los de la pantorrilla derecha casi tocan los de la izquierda. Cuando están de pie, sus pantorrillas suelen acusar casi tanta gordura junto a los tobillos como junto a las rodillas pues, como se decía en la descripción del valiente, no tienen las pantorrillas contraídas hacia arriba.



  ¶   2

A los hombres con semejantes pantorrillas, que abren los pies con tan poca gracia al caminar, los llama Aristóteles femeninos o afeminados. Se denominan afeminados los de cuerpo blando, los delicados, incapaces de soportar el esfuerzo, temerosos, viles, de espíritu abyecto, crueles, fáciles de engañar y, al fin, marcados por las costumbres o propensiones que se suelen echar de ver en las mujeres. Para demostrar su posición, dice: las mujeres caminan así y sus pies y pantorrillas acusan un hábito semejante, como confirma la experiencia, pues la mujer no suele tener unas piernas ni unos pies hermosos, ni suelen ser tan bonitos como su tren superior; sea como fuere, cierto es que muchas mujeres caminan de este modo y que, al caminar, retuercen las pantorrillas y los pies, y en tal caso son alabadas, pues esto denota que los muslos son carnosos, gruesos y llenos de carne; por su parte, las mujeres tienen costumbres afeminadas y acusan las cualidades apuntadas más arriba; cabe concluir, pues, que quien camine de este modo merecerá el nombre de afeminado, esto es blando, delicado y temeroso.



  ¶   3

No resultará difícil dar con una causa probable para este apotelesma, pues cuando a alguien se le laxan los ligamentos de pies, rodillas y piernas, inmediatamente se le proyectan los pies de este modo; por su parte, cuando alguien es de carne bastante blanda no tiene las pantorrillas contraídas, y esto denota la laxitud de la carne y de los ligamentos que sostienen las articulaciones; por tanto, son muy ricos en humedad acuosa. Así pues, el razonamiento dirá como sigue: quienes tienen unas pantorrillas como estas y caminan abriendo los pies y retorciendo las pantorrillas tienen los ligamentos de las articulaciones bastante laxos; quienes acusan tal condición son de temperamento bastante húmedo y de cuerpo blando; los blandos de cuerpo y bastante húmedos se asocian a la mujer y tienen costumbres femeninas; por tanto, quienes caminan de este modo aquejan costumbres afeminadas.



Apotelesma cxxxi

Apotelesma cxxxi    Los que se contonean y se frotan el cuerpo.

orig:   (70.8)

Mas quienes lo hacen retorcierdo y frontando sus cuerpos son aduladores. Se asocian a la pasión. 

  ¶   1

Creo que los gatos domésticos, los que criamos para cazar ratones, son un ejemplo bastante adecuado de esta torsión y de este frotamiento del cuerpo; en efecto, cuando adulan a sus dueños, retuercen el cuerpo y se frotan contra ellos, y emiten un ronroneo como quejumbroso; esta costumbre también se advierte en los niños pequeños, cuando intentan obtener algo de sus madres o padres mediante adulación, pues también se retuercen a un lado y a otro, y a veces se dejan caer al suelo, se frotan contra el cuerpo de la madre o del padre, replicando completamente este hábito y declarando claramente que esta es la pasión o costumbre natural del adulador y de quien busca agradar a los demás para satisfacer su deseo.



  ¶   2

A su vez, no creo que Aristóteles entienda ahora por adulador al hombre malo que se ablanda para perjudicar o sacar beneficio, ni a quien engaña a los demás, quien disfraza sus ideas con palabras atractivas, quien solo busca lo que le favorece, sin consideración alguna por los demás, o busca sus objetivos sin importar que sean buenos o malos. Antes bien, por adulador creo que cabría entender a quien también llaman blando y ansía gustar a los demás por naturaleza; también se lo llama indulgente, y se somete sin mayor problema a los demás; en efecto, si cuando desea o se ha propuesto algo se retuerce, se frota, se somete a otros y se inclina, lo hace por arte y elección, que no por naturaleza, luego no juzgarás facilmente si es adulador por naturaleza o por arte. Algunos atribuyen esta naturaleza blanda y en cierto modo indulgente a Nerva, y los personajes populares no ignoraron de estos gestos, en tanto que tuvieron un espíritu más o menos semejante.



  ¶   3

Así pues, la sentencia de Aristóteles es como sigue: quienes se contonean naturalmente al caminar y rozan a sus interlocutores, inclinan su cuerpo y lo retuercen, tienen una propensión a la adulación y son aptos para engañar a los hombres y obtener de ellos lo que desean con mucha súplica. Se corrobora porque cuando alguien adula se retuerce de este modo y se frota con aquellos a quienes adula; acusando el acto segundo y adulando en energía, también acusa necesariamente la propensión y el acto primero; por tanto, quienes mueven el cuerpo de este modo y se retuercen acusan una propensión y una habilidad para la adulación. La proposición menor se corroboró más arriba mediante el ejemplo de los gatos y de los perros, pues vemos que estos animales, cuanto se nos ablandan, mueven y retuercen el cuerpo de este modo.



  ¶   4

Por su parte, la verdad y la razón de este apotelesma las demostrará la causa que lleva a los aduladores a retorcerse y frotarse con el objeto de sus carantoñas. Así pues, a mi entender, quienes nos adulan buscan, ante todo, gustarnos; a su vez, creen que gustarán naturalmente si nos convencen de su amor; ahora bien, quienes aman, en tanto que aman, buscan el contancto continuo con el objeto de su amor, pues el amor es la causa de la unión y la conjunción, como dice Empédocles; por tanto, quienes nos adulan reconocen buscar esta conjunción, no querer separarse de nuestro lado y no encontrar consuelo lejos de nosotros; así pues, quienes buscan esta conjunción y unión unen su cuerpo a otro cuerpo, mas como no pueden colmar sus deseos de unión, se retuercen, y parecen languidecer y perder el sentido. Esta sería, pues, la razón y causa por que los individuos naturalmente blandos y propensos a la adulación se retuercen de este modo al caminar, al hablar y al tratar con otra persona, la causa por que frotan el cuerpo y se inclinan una y otra vez para mostrarse más humildes y pequeños que aquel a quien se dirigen, a quien dan muestras de honra.



  ¶   5

Por su parte, cabe considerar que todo lo que alguien astuto e ingenioso finge para obtener su propósito estava disperso en principio, pero el arte las sumó o las sometió para conseguir mejor el fin que la naturaleza les había otorgado, como también opinó Aristóteles en el primer libro de la Rhetorica ad Theosodium. Así pues, con todo esto creo que queda claro que esta manera de caminar, este frotamiento y esta contorsión del cuerpo denotan al adulador o propenso a adular, y por qué; en efecto, si quien adula actúa así en tanto que adula, quien actúa de este modo también será apto para la adulación, pues las proposiciones universales afirmativas, si fuesen ciertas de por sí y universalmente, pueden invertir sus términos.



Apotelesma cxxxii

Apotelesma cxxxii    Los que se inclinan hacia la derecha al andar.

orig:   (70.9)

Quienes se inclinan a la derecha al caminar son invertidos. Se asocian a la apariencia conveniente. 

  ¶   1

Dice que quienes inclinan el cuerpo hacia adelante y hacia la derecha al caminar son invertidos. Más arriba, en la descripción del invertido, se había referido a la inclinación de la cabeza a la derecha, y allí trató de aducir alguna razón de esta pasión. Ahora, al igual que entonces, por invertido (lat. cinaedus) tampoco entiendo al hombre de placeres antinaturales o al de libido pecaminosa; antes bien, creo que se refiere al blando y afeminado, más mujer que hombre. Además, Aristóteles, para demostrar lo dicho, apunta que se asocian a la apariencia conveniente; mas, ¿qué quiere decir con esto? A mi entender, significa que, según la opinión popular, este movimiento e inclinación de la cabeza y del cuerpo convienen a los invertidos. Así, el razonamiento dirá como sigue: cuando alguien acusa la señal o cualidad comúnmente atribuida al hombre blando o fuerte, esta lo presenta como fuerte o blando; ahora bien, la inclinación del cuerpo y de la cabeza a la derecha es una cualidad comúnmente atribuida al hombre blando; por tanto, esta inclinación denota al blando. Más arriba, en la descripción del invertido, se expuso por qué los invertidos y los hombres blandos inclinan la cabeza a la derecha.



  ¶   2

Por su parte, un autor no despreciable de esta disciplina se pregunta por qué merecen el nombre de invertidos y blandos quienes caminan con el cuerpo inclinado a la derecha, y responde que el hombre es naturalmente más cálido que los demás animales, y que por ello se tiene erguido; asimismo, apunta que el lado derecho es naturalmente más cálido que el izquierdo, e infiere entonces que los hombres de virilidad más acusada mueven su lado derecho con más potencia, luego lo llevan recto; en cambio, si se inclinan a la derecha, es señal de que acusan una naturaleza bastante fría y húmeda, propia de la mujer y adecuada a blandos e invertidos, esto es afeminados. Añade acto seguido que al caminar se pueden mantener rectos o encorvados: si el porte recto conviene al elevado y magnánimo, el curvo denotará al blando e invertido.



  ¶   3

De todos modos, mucho me temo que las razones de este hombre no responden a la cuestión, y paralogizan o piden principio. En cuanto a lo primero, supongamos que el lado diestro es más cálido que el izquierdo, y que cuando alguien lleva recto el lado derecho se muestra viril y cálido; ahora bien, no se sigue que de no llevarlo recto no haya de ser cálido, pues la refutación del antecedente no nos permite refutar el consecuente. Mas supongamos que quien lleva recto el lado derecho es viril, y que quien no lo lleva recto, sino curvado, es blando; ¿qué pasaría si llevase recto el izquierdo?, ¿sería blando?, ¿dirías que es blando? Yo, por el contrario, diré que es más robusto que quien lleva recto el lado derecho, pues si abunda lo que no tendría por qué abundaar, también abundará lo que debería hacerlo; así, el lado izquierdo no tendría por qué albergar tanto calor y vigor, y no obstante lo alberga, luego tanto más albergará el derecho; además, los afligidos, cogitabundos y pudorosos inclinan todo el cuerpo hacia adelante, los dos lados, y no por eso reciben el nombre de blandos; por tanto, tanto menos lo merecerán quienes solo inclinan un lado.



  ¶   4

La otra razón dice así: como el paso erguido denota virilidad, el no erguido, sino inclinado a la derecha, denotará blandura y naturaleza femenina, especialmente si la inclinación del cuerpo fuese la causa de la blandura, pues cuando la afirmación es la causa de la afirmación, como se dice en el primer libro de los Analytica posteriora, también la negación es la causa de la negación. Ahora bien, como la rectitud del cuerpo no es la causa de la valentía, tampoco la inclinación será la causa de la blandura y, como se apuntó poco más arriba, la refutación del antecedente no nos permite refutar el consecuente. En definitiva, el argumento de este hombre es como sostener lo siguiente: si el enfermo y con fiebre está vivo, el sano y sin fiebre no vive, sino que está muerto.



  ¶   5

Así pues, creo que la sentencia de Aristóteles dice como sigue: quienes caminan con el cuerpo inclinado a la derecha son afeminados y blandos. La causa es que quienes inclinan el cuerpo a la derecha parecen tener los ligamentos del lado izquierdo más laxos y apocados, lo cual denota el predominio de mucha blandura y humedad superflua en la parte izquierda, y cuando estas reblandecen los ligamentos de este lado, el cuerpo, por su propio peso, vence hacia el lado contrario: esto mismo sucede cuando el lado izquierdo se vuelve bastante húmedo y frío, de modo que el cuerpo vence hacia el lado contrario, y del mismo modo, cuando los nervios y los ligamentos de un lado del rostro se relajan, el rostro vence hacia el lado contrario. Así pues, lo dicho podría justificar que quienes inclinan el cuerpo a la derecha al caminar sean invertidos, esto es blandos y afeminados.



Apotelesma cxxxiii

Apotelesma cxxxiii    Ojos muy inquietos.

orig:   (70.10)

Los de ojos bien móviles son agudos y rapaces. Se asocian a los halcones. 

  ¶   1

La sentencia de Aristóteles la ilustran los ojos del halcón, pues esta ave deja claro cómo son los ojos de que habla: el halcón es un ave diurna, rapaz, de pico y garras curvas, más pequeña que el buitre y que el águila, de vuelo y movimiento muy rápidos, de ahí que los griegos la llamen ἱέραξ, por su rapidísimo vuelo, tan osado que llega a presumir de insolencia para con el águila. Como se apunta, tiene unos ojos muy agudos y brillantes, de aquí que algunos lo llamen a él, y solo a él, ojo del universo, pues la agudeza de su mirada lo percibe todo claramente; así pues, tiene ojos claros y bien matizados, los vuelve a todas partes con admirable facilidad, y parecen brillar con vehemencia. Por tanto, cuando alguien tiene unos ojos como los del halcón, Aristóteles lo llama agudo, término que, según creo, no lo pinta apto para encontrar y advertir los medios en las ciencias, sino que denota la agudeza propia de la naturaleza del halcón, que es precipitado, se indigna fácilmente y no aprecia mucho la compañía, de ahí que Alberto diga que siempre vuela solo, salvo en época de coito; su poder y su valor son mayores que su cuerpo, de modo que su vigor compensa la pequeñez del cuerpo; parece ser la más rapaz de todas las rapaces, como también atestigua Ovidio, que la pinta cruel para con todas las aves, y Marcial la llama saqueadora de las aves, y según Ovidio, su continua disposición belicosa le vale la animadversión general.



  ¶   2

Así pues, el sentido del apotelesma dice así: cuando los ojos de los hombres son muy vivos y se mueven continuamente, de aquí para allá, pasando tácitamente sobre todo, como dice Virgilio, este hombre sucumbirá fácilmente a la indignación y a una ira y aguda, anhelará violentamente lo ajeno y será rapaz. La razón es que el halcón tiene ojos veloces, vivos y prontos al movimiento, y además es rapaz, precipitado, vehemente y se indigna con bastante facilidad, luego quien tenga los ojos del ἱέραξ o del halcón también aquejará naturalmente estas propensiones. La causa emerge al comprender que este ojo denota la naturaleza cálida y seca del cerebro; por su parte, quien acusa tal naturaleza es fiero, truculento y rapaz, al tiempo que arrogante con las armas; por tanto, cuando alguien acuse unos ojos como estos diremos que es rapaz, cruel y de ira cruel. Recuerdo a algunos individuos con unos ojos como estos que eran horribles rapaces, ansiaban los bienes ajenos, no atendían a la ley ni a la razón, se indignaban al recibir consejo; por otra parte, dada su magnificencia, su magnanimidad y su beneficencia, ciertas o pretendidas, trataban de restaurar lo que habían malogrado; asimismo, eran amantes de las mujeres, pero se volvían muy violentos ante la más mínima causa, y solían golpearlas terriblemente, tal era el horrible efecto de su ira desenfrenada, y presas de una soberbia desbocada ansiaban dominarlos a todos y conducirse contra ellos con insolencia.



Apotelesma cxxxiv

Apotelesma cxxxiv    Párpados que se cierran muy a menudo.

orig:   (70.11)

Quienes parpadean son temerosos, pues su primera emoción viene de los ojos. 

  ¶   1

Parpadear (lat. palpebrizare), como dice el traductor, es un término nuevo y acuñado para la ocasión. Pues bien, Aristóteles dice como sigue: quienes guiñan demasiado a menudo son temerosos e indolentes. Y aduce la razón de su sentencia, y es que la pasión del temor desencadena el movimiento del calor y su retorno a las partes internas desde esta precisa parte. Asimismo, vemos que quienes sienten temor al disparar los que llaman arcabuces no solo guiñan los ojos al primer resplandor del fuego, sino que los cierran; además, cuando la luz se va despierta el temor en los niños miedosos, y según la luz que se vaya, tal será su temor. Así pues, la pasión de los temerosos comienza en los ojos o en ellos reside. Por su parte, parece que la razón de Aristóteles reside en lo siguiente: si el calor, en quienes temen, comienza a bajar desde los ojos hacia las partes inferiores, al abandonar los ojos junto con el aliento, estos ojos se cierran, luego quienes temen tienden a cerrar los ojos; por su parte, quienes hacen tal cosa se asemejan a los que guiñan; por tanto, guiñar es indicio de temerosidad. Esto es lo que dice él.



  ¶   2

Mas, ¿por qué son propensos al temor quienes guiñan? Diremos que porque cuando alguien tiene las partes corporales primarias naturalmente dispuestas como las de los afectados por el temor, es propenso al temor; quienes guiñan, a su vez, tienen los ojos, partes corporales primarias, naturalmente dispuestos como los afectados por el temor; por tanto, quienes guiñan son temerosos. La mayor se apoya en el fundamento repetido tantas y tantas veces, que el alma obra según la naturaleza, la disposición y la propensión de los instrumentos de los que es acto; por tanto, quien tenga las partes corporales dispuestas y preparadas para ser órganos listos para el rigor será robusto; para la debilidad, débil; para el placer, venéreo; luego quien las tenga listas para el miedo parecerá merecer el nombre de miedoso e indolente. Por su parte se ha expuesto más arriba y se expondrá ahora nuevamente que quienes guiñan tienen los ojos dispuestos a temer, y que el temor comienza en los ojos: el temor comienza en los ojos bien porque infunde más miedo lo que se ve que no lo que se oye, bien porque la pasión del temor, que consiste en la vuelta de la sangre hacia las zonas inferiores, se aleja de los ojos, de modo que estos funcionan como el punto del que se separa el calor. Así pues, digamos: quienes guiñan levantan y bajan los párpados con frecuencia; quienes hacen tal cosa no pueden tener los párpados bajados mucho rato; esta pasión, dado que se parece a la del temblor y palpitación de los miembros, denota la escaseza del calor y los alientos próximos a los ojos; cuando alguien alberga poco calor y aliento en estas partes, o bien es frío, o bien desde un principio se le baja el calor a las partes inferiores; a su vez, los fríos y aquellos a quienes el calor se les baja por su disposición son prontos e proclives a temer, y se denominan temerosos; así pues, quienes guiñan son temerosos, que es lo que había que demostrar.



Apotelesma cxxxv

Apotelesma cxxxv    Mirada abatida y elevación lenta del párpado superior.

orig:   (70.12)

Los de mirada gacha, quienes tienen un párpado caído hasta el punto medio de su mirada fija, quienes levantan lentamente los párpados superiores y miran con blandura se asocian a la apariencia conveniente y a las mujeres. 

  ¶   1

Tampoco este epígrafe se encuentra en los códices antiguos; algunos creen que se trata de una añadidura tanto en el texto latino como en el griego. Sea como fuere, demuestra lo que tantas veces se ha mencionado ya, que este libro está plagado de enmiendas, y que es el resultado miserable de una compilación, reunida por si pudiese aportar material al tratado científico. De todos modos, ya que hemos explicado las demás proposiciones, ocupémonos también de esta. El fin de este apotelesma consiste en presentar cuatro señales que sirvan de indicio para la blandura y la temerosidad afeminada; así, el sentido que se extrae de las intricadas palabras de Aristóteles es el siguiente: quienes llevan los ojos naturalmente gachos, como las muchachas bien educadas y las matronas honestas, tienen costumbres femeninas, como apuntó Virgilio a propósido de Dido, diciendo: entonces habló Dido brevemente, con el rostro gacho 5-3. Lo cierto es que nunca he leído en aquel el término griego que los intérpretes, para denotar la mirada gacha, vertieron de este modo; no obstante, me inclino a creer que se refiere a un abatimiento suave de los ojos; no en vano, también los malignos y malevolentes llevan alguna que otra vez el rostro gacho, y quienes adolecen una vehemente aflicción, y quienes piensan o se sonrojan, pero sin la suavidad de la mirada que solemos advertir en las mujeres bellas y honestas, libres de toda perturbación. Insisto, pues: los de ojos suavemente gachos son blandos, temerosos y afeminados, ya que esta es la mirada propia de las mujeres, que llevan el rostro y los ojos de este modo. Se podría aducir una causa como la siguiente: el temeroso, blando y débil es de temperamento frío y húmedo; por tanto, carece de calor abundante y efervescente; a su vez, la presencia del calor efervescente vuelve los ojos agudos, osados, elevados y semejantes a los de los halcones; y como la afirmación es la causa de la afirmación, la negación será la causa de la negación, luego la ausencia de calor abundante y férvido volverá los ojos gachos y no elevados, pero no los hará demostrar temor, sino placidez y suavidad.



  ¶   2

La segunda propiedad dice: aquellos a quienes se les baja un solo párpado hasta la mitad de su mirada fija, esto es, quienes mantienen la mirada fija y sueltan un párpado hasta el centro de la pupila del ojo son blandos y temerosos. Recuerdo haber observado una vez a un hombre que acusaba esta afección; en efecto, si se quedaba en silencio observando fijamente alguna cosa, el párpado superior de un ojo se le bajaba hasta la mitad de la pupila sin que él se percatase, y acto seguido se elevaba del mismo modo; por otra parte, así como sé que este era un hombre naturalmente temeroso y modesto, también conocí a otro muy duro y bastante obstinado, aunque magnífico, magnánimo, ambicioso, ávido de grandes cosas, pasiones estas que, no obstante, acostumbraba ocultar con las acciones contrarias, resultando difícil reconocerlo a primera vista; asimismo, vi a otros dos con esta misma pasión en el ojo, y ambos eran temerosos y muy obstinados, más propensos a la avaricia que a la magnanimidad o la generosidad. Creo posible atribuir la causa de esta afección al moderado exceso de un humor, cuya presencia vendría a relajar de manera inadvertida el músculo de la frente y a desligar los músculos que elevan el otro párpado; por esto mismo, cuando un hombre de mirada fija dedica su atención a otras cosas, disminuye la cantidad de alientos que sostenían aquel párpado con cierta violencia; así, el músculo se relaja, y el párpado, cediendo ante su peso, llega hasta el medio del ojo; entonces la visión y la operación de la pupila quedan impedidas, de modo que el párpado se eleva nuevamente, aunque inconscientemente, pues no se trata un gesto deliberado, sino como el reflejo con que los dormidos retraen el brazo cuando se los pincha. Por su parte, vemos que cuando alguien reflexiona baja los párpados deliberadamente, y nos vale el ejemplo de quienes estudian, pues cuanto más se aplican a su tarea, más les sobreviene el sueño, aunque no lo deseen. Dicho sea que solo uno se baja, y no ambos, demostrando así que se trata de una disposición cerebral bastante contraria a natura; de hecho, si sucediese como con los dormidos o con quienes tienen la cabeza llena de vapores fríos, ambos párpados se bajarían lo mismo, en cambio, como solamente desciende uno, es preciso que el cerebro acuse una mala afección por alguna causa fría, que está detrás de la liberación, imperfecta, mas no aparente, del otro párpado, salvo cuando son el espíritu y el calor natural los que se desvían a otro lugar.



  ¶   3

La tercera condición dice como sigue: quienes retraen lentamente los párpados superiores son también temerosos y afeminados. Dice Aristóteles que se asocian a las mujeres, pues a estas les conviene y corresponde no alzar los ojos rápidamente, como los hombres. La causa es la misma de arriba, pues si levantan lentamente los párpados es que la fuerza motriz no es potente, luego falta calor natural y prevalece el frío; por su parte, quienes acusan predominio del frío son temerosos, como tantas veces se ha dicho.



  ¶   4

La cuarta señal dice: quienes miran blandamente, esto es con indolencia, plácida y lánguidamente, son temerosos, pues se asocian a las mujeres; no porque todas las mujeres miren de este modo, plácida y lánguidamente, sino porque suelen hacerlo las de disposición plenamente femenina, sobre todo cuando aman o fingen amar. Y a esto se refiere cuando dice que se asocia a la apariencia conveniente, pues se echa de ver, esto es se advierte por doquier que a las mujeres les conviene mirar así, pues así ha de ser la mirada de las mujeres, apocada y blanda, al contrario que la de los hombres, osada y vívida. La causa es que los de mirada blanda y apocada también albergan un calor y un aliento templados, y acusan carnes blandas y, por tanto, un hábito femenino bastante frío y húmedo; ya hemos explicado que quienes aquejan semejante hábtio son temerosos, afeminados y blandos. Así pues, con esto queda claro que quienes acusan tales cosas son miedosos, y por qué acusan semejantes propiedades y señales.



Apotelesma cxxxvi

Apotelesma cxxxvi    Ojos que se mueven con frecuencia, con una cierta negrura permanente en el blanco del ojo.

orig:   (70.13)

Quienes mueven los ojos con frecuencia y acusan una coloración inmóvil en el blanco de los ojos son intelectivos, pues si en alguien se produjese una intelección vehemente, el alma y la mirada se quedarían firmes. 

  ¶   1

Esto es, de entre los hombres que mueven los ojos con frecuencia, que más arriba hemos llamado temerosos, son intelectivos, esto es prontos a entender, los que parecen llevar teñido con cierta impureza inmóvil y permanente el blanco de los ojos, la parte blanca que los anatomistas llaman túnica adnata. La cuestión o pasión que se propone es una habilidad y prontitud a entender, como podría ser la intelegibilidad de este supuesto; el dato o sujeto del que se predica es el hombre con dos condiciones: que parpadee a menudo y que el blanco de sus ojos acuse una especie de impureza imperturbable, pues caso de estar y desaparecer no sería de por sí ni natural, y para denotar la prontitud a entender ha de ser completamente natural; el predicado es la prontitud a entender.



  ¶   2

Se denominan intelectivos quienes son bastante dados al entendimiento; por entendimiento se contemplan tres operaaciones: la primera, la simple captación de los términos; la segunda, la composición o división en que es cierto o falso; la tercera, el razonamiento o discurso. En la primera no cabe el error, pues el entendimiento no se confunde en la captación simple de que las cosas exsiten, como tampoco el sentido se equivoca con sus propios objetos; las demás sí pueden acusar certeza y falsedad.



  ¶   3

Aduciendo Aristóteles la causa de su proposición, dice que cuando alguien acusa un entendimiento vehemente, su espíritu se yergue, como su rostro, sirviéndose casi siempre del mismo principio, aplicado también más arriba, a saber: quienes, vacíos de toda afección, acusan las cualidades y señales corporales que suelen acusar las presas de una afección cierta y determinada son bastante propensos por naturaleza a esa afección, así como a ejercer sus operaciones en función de esta. Si a los airados les brillan los ojos y los retuercen de modo horrible cuando son presa de la ira, cuando veamos a alguien con ojos brillantes y retorciéndolos horriblemente, pero libre de ira, diremos que está bastante inclinado a la ira; así, si cuando alguien contemplan con exactitud y entiende alguna cosa, su alma, su rostro y sus ojos se yerguen, quienes tengan naturalmente erguidos los ojos serán, aparentemente, intelectivos.



  ¶   4

Esto es lo que parece querer decir Aristóteles; ahora bien, el medio y la conclusión no convienen entre sí, y del medio más bien se inferiría lo contrario que no lo efectivamente propuesto; por su parte, resulta evidente que el medio empleado, a saber la inmovilidad del rostro o de los ojos, puede denotar con probabilidad la inmovilidad del espíritu o de la mente, pues Virgilio, presentando a Eneas con la duda de si debería acabar con la vida de Turno, dice: estuvo Eneas quieto, agrio, armado, volviendo los ojos 5-4; y en otro lugar, hablando de Dido, que dudaba qué responder, dice: durante mucho tiempo observa, contrariada, volviendo los ojos aquí y allá 5-5; en cambio, cuando la representa con espíritu firme, dice: ella, inmóvil, tenía los ojos fijos en la tierra, y su rostro, al empezar el discurso, no se movía más que un duro sílex o mármol plantado 5-6. Del mismo modo, sabiendo que entender y saber suponen una cierta quietud e inmovilidad, si el intelecto albergase quietud también podría albergar conocimiento, pues el alma que ignora busca, y buscar es moverse, luego partiendo de que toda mente desea saber por naturaleza, si no sabe, busca e investiga, planteándose preguntar, para al fin deponer la ignorancia de la negación que engendró el deseo de saber. Así pues, resulta evidente que la mente que comprende está en reposo; la mente en reposo abre la puerta a la cogitativa quieta, y con la cogitativa quieta, la sede de los fantasmas, fantasía o sentido común se reposa y no se agita, luego todo el sentido está en reposo, y también el rostro y los ojos, cuya potencia visiva es su propia razón y forma, de modo que su medio es la inmovilidad del ojo. Mas por el contrario, Aristóteles contempla un movimiento frecuente del ojo, y lo que se pinta quieto es el tono que cree presente en el blanco del ojo.



  ¶   5

Así pues, a mi entender, para que medios y extremos concordasen se requerirían dos lecturas diferentes y simultáneas, y es probable que el texto aqueje una laguna o error no menor; y creo que cabría decir como sigue: cuando los párpados de alguien se mueven a menudo, si el ojo está inmóvil de por sí y su blanco demuestra cierta impureza, dirás que es muy pronto a la comprensión y el conocimiento de las cosas. Leyendo así, el argumento de Aristóteles aplicaría al asunto y sería posible asignar una causa razonable a este apotelesma. Así pues, se declara que el ojo inmóvil denota la prontitud intelectiva porque cuando alguien entiende y percibe algo, al aplicarse la mente a ello con exactitud y perfección, los ojos se quedan estables e inmóviles. Suponiendo que este fuese el sentido que Aristóteles pretendió comunicar, se expondrán una a una las causas del apotelesma; y en primer lugar el dato dice que los párpados pestañean, algo que hemos tratado como señal del hombre temeroso y blando; por su parte, los de carne blanda, según Aristóteles, son aptos de mente, como ya hemos dicho.



  ¶   6

Por ojos inmóviles de por sí no entendemos los que acusan este estado por afección o causa externa, sino los que lo acusan casi siempre; además, el apelativo de inmóviles no les viene por ser inmóviles y estar siempre como rígidos, pues los de ojos rígidos y secos, según Adamantio, son hombres estúpidos e indolentes; antes bien, llamo inmóviles a los que rara vez se mueven. Pues bien, estos, caso de ser bastante húmedos, dicen que denotan al hombre intelectivo, pues si los agudos y bastante móviles denotan un temperamento cerebral seco y cálido, es probable que los no demasiado móviles y casi inmóviles denoten un cerebro frío, como también opina Averroes, y moderadamente húmedo, si los ojos fuesen un poco húmedos, pues la frialdad moderada y la tenue humedad, según Averroes, albergan la razón de la mente cogitativa y de la pronta captación. Esta me parece una causa convincente para los ojos casi inmóviles.



  ¶   7

Ahora bien, si replicases que más arriba, siguiendo a Heráclito, se afirmó que el alma sabia era seca, como si la probidad del intelecto residiese en lo seco, y no en lo húmedo, se te podría responder de varias maneras. Por una parte, que existen dos tipos de humor excrementicio: uno se asienta en el cerebro, produce letargo y catáfora y vuelve los ojos rígidos, estupefactos e indolentes, y este debería estar ausente, pues expele lo bueno del cerebro; el otro es un humor natural que, de abundar, vuelve al hombre blando, temeroso y afeminado, mas capaz de entender, no tanto por razón de lo húmedo sino del frío, que implica quietud, como el calor implica movimiento, y es que saber y entender implican reposo. Asimismo, podemos apuntar que el cuerpo humano es orgánico y heterogéneo, luego consta de muchas partes bastante diferentes entre sí en temperamento y en sustancia, luego tiene diversas potencias que pueden ser acto de diversas partes, luego no es absurdo que algunas partes del cerebro sean bastante húmedas en comparación con otras, algo propio de las que reciben fantasmas, y otras bastante secas, que los retengan más prontamente, otras más cálidas, con las que el hombre busca, discurre y da vueltas a lo que cabe o no cabe hacer, y otras más frías, al fin, que le permiten pensar, entender y captar lo previamente considerado. Por último, podremos decir que cuando se presenta un cerebro como húmedo o seco, se puede hacer de manera absoluta o relativael cerebro se llama húmedo y seco o absolutamente o en comparación: el que lo es de manera absoluta no es un cerebro, sino un cuerpo acuoso absolutamente frío y húmedo; por su parte, si se comparase el cerebro con las demás partes del cuerpo, se dirá que es más frío y húmedo; el cerebro ha de ser húmedo y frío en contraste con los demás miembros principales, luego su razón está más en el frío y lo húmedo que en las cualidades opuestas; y entre las cabezas húmedas digo que están mejor dispuestas las que se acercan más a la sequedad, esto es las que son menos húmedas y carecen de humedad artificial y excrementicia; así pues, dicho esto, la sabiduría reside en el alma seca.



  ¶   8

Volviendo al tema, resulta evidente que quienes gozan de una potente fuerza intelectiva pueden mover los párpados a menudo, pero tienen los ojos prácticamente inmóviles. La tercera condición del dato era que el blanco del ojo aquejase un tono impuro, algo razonable, pues demuestra el dominio de la melancolía en el ojo y, por tanto, que el temperamento del cerebro no carece de melancolía, causa de la sabiduría y de la prontitud a entender, siempre y cuanto esté templada por un calor moderado; y esto es lo que quería decir propiamente Heráclito cuando llamó sabia al alma seca, a saber, que usa correctamente los instrumentos preparados según el temperamento melancólico, como también se apuntó en la tercera prueba del primer libro de los Problemata. Así pues, valga el siguiente razonamiento del apotelesma: quienes tienen un cerebro de temperamento melancólico y pituitoso, todo ello natural, que no artificial ni excrementicio, son intelectivos; por su parte, quienes guiñan los párpados, llevan los ojos casi inmóviles y tienen un tono impuro en el blanco de los ojos acusan un temperamento cerebral melancólico y pituitoso; por tanto, quienes mueven mucho los párpados, llevan los ojos firmes y acusan un tono impuro en el blanco de los ojos son intelectivos, que es lo que había que demostrar. A la luz de lo dicho, la mayor resulta evidente. La menor también está clara, pues el temperamento del cerebro cambia la disposición del ojo, y la impureza es indicio cierto del dominio de la melancolía.



  ¶   9

Asimismo, apunto que el temperamento melancólico del cerebro contempla diversas variantes, y no siempre es loable. En efecto, si la melancolía fuese artificial, estuviese muy rígida y no concibiese calor, los hombres con un cerebro como este carecerían de sentido común, serían muy obstinados y no sabrían qué hacer ni querrían aprenderlo de los demás; en cambio, si concibiese mucho calor se mostrarían furiosos y maníacos, como presas de un mal espíritu demoníaco; de modo semejante, si la melancolía fuese natural y hubiese un subdominio de la bilis se mostrarían vehementes en sus acciones, valientes, osados, dados a la acción, pero demasiado precipitados; y si la pituita y la sangre moderada o la bilis amarilla llevasen aparejado un dominio de la melancolía natural, el cerebro se volvería como el de Platón o el de Aristóteles; ahora bien, si imperase la pituita con subdominio de la melancolía hablaríamos de un cerebro como el de Cicerón y el de Demóstenes, cuyos prudentísimos consejos se solían ver subvertidos por su mucho temor y la abyección de su espíritu, y si bien valieron mucho por su palabra y su intelecto, en la acción y la operación eran inferiores a muchos otros; no en vano, es algo habitual que un mismo individuo no sobresalga en acción y contemplación, pues se cree que las disposiciones de la acción y de la contemplación nacen de principios opuestos.



Apotelesma cxxxvii

Apotelesma cxxxvii    Voz muy grande y grave.

orig:   (71.1)

Quienes hablan con voz grave y grande son injuriosos. Se asocian a los burros. 

  ¶   1

Aquí empieza, dentro de esta cuarta parte, la sección que contempla las cualidades de las voces y sus significados, no en tanto que son voces, sino en tanto que son sonidos producidos por animales u hombres, sin consideración alguna del significado de los conceptos. Se denomina voz grande la que mueve mucho aire y se escucha desde lejos, y grave la que es lenta, y cuanto más grave, más lenta es, pues las circulaciones del aire se mueven más despacio, y con la aguda más rápido. Los que Aristóteles llama ahora injuriosos los llaman algunos petulantes, contumeliosos e insolentes. Así pues, la sentencia dice así: cuando alguien, libre de afección, habla con voz grande y grave, y en cierto modo intensa, como queriendo discutir siempre, son naturalmente injuriosos, contumeliosos, petulantes y faltones.



  ¶   2

Aduce la razón de su propuesta, y es que se asocian a los asnos. Algunos creen que Aristóteles solo fundamenta esta asociación en la voz grande y grave, y no en los demás aspectos, pues no les parece cierto que el burro sea faltón y contumelioso, y decidieron no entender injurioso en su significación activa, sino pasiva, esto es, capaz de soportar contumelias e injurias sin deseo de venganza y, al fin, dotado de ingenio servil y asinino. Yo, por mi parte, creo que cuando alguien acusa una voz como esta también su alma se puede comparar con la de los burros, pues la naturaleza del burro petulante, injuriosa y contumeliosa; un burro bien alimentado es muy petulante, y suelta coces a su dueño, es injurioso y contumelioso; no en vano, muchos han advertido que cuando un burro se encuentra en un suelo limpio y arreglado se vacía el intestino y la vejiga sin vacilación, algo propiamente contumelioso, pues demuestra desprecio y falta de consideración por los presentes, por el lugar y el momento; esta naturaleza contumeliosa y petulante del burro bien alimentado la expresó Pontano con un diálogo muy elegante y festivo que tituló Asinus; así pues, a la luz de lo dicho, creo que cabe llamar contumelioso y petulante al burro que no tenga consideración alguna por los hombres o el lugar. Digamos pues: el burro tiene una voz muy grande y grave, y es indiscreto, petulante y contumelioso, luego los de voz grande y grave son petulantes, indiscretos y contumeliosos. Veamos ahora por qué sucede tal cosa.



  ¶   3

Tienen una voz grande los animales que tienen grande la tráquea y emiten mucho aire por ella; a su vez, la tienen grave quienes expulsan mucho aire por la tráquea lentamente; así pues, tienen una voz grande los animales grandes, pues también estos tienen instrumentos grandes, luego también los hombres de voz grande habrán de ser de pecho amplio, traquea grande y cuello grueso; esto demuestra el dominio de la tierra en la masa; por su parte, si decimos que la voz grande lleva ligada la gravedad que produce la lentitud, fruto del frío, denotará un temperamento frío y seco, esto es terrestre; quien acusa un temperamento como este es avaro y temeroso, indiscreto y cruel; ahora bien, si por alguna causa interna o externa no sintiese temor y se creyese superior a los demás, entonces sería petulante y contumelioso, pues tal es la condición de quien, consciente de su abyección y humildad, detenta puntualmente poder sobre los hombres, y es que temiendo verse menoscabado, se aplica con crueldad y contumelia a los demás, para ganar confianza en su propia potencia, como apuntaron Cornelio Tácito y Suetonio a propósito de Tiberio y Calígula. Así pues, quien acusa una voz como esta tiene un temperamento semejante al del burro; por su parte, quien acusa un temperamento semejante al del burro es petulante, indiscreto y contumelioso cuando puede y detenta poder; por tanto, quien tiene una voz como esta también acusa estas costumbres.



  ¶   4

Recuerdo además haber conocido a dos individuos: uno era un privado que tenía una voz como esta, el hombre más indiscreto del mundo, no tenía consideración alguna por los demás, solo pendiente de sí mismo, inerte, contumelioso, injusto, petulante, libidinoso, muy indolente y, por tanto, miedoso, siempre temeroso de la fusta; el otro, al ser nombrado magistrado y tener algo de autoridad, ejercía toda clase de contumelias sobre aquellos de quienes nada temía, y si alguien le replicaba y amenazaba con recurrir a un superior, se amedrentaba como una mujercilla y recuperaba su buena conducta, algo que también hacen los burros, y es que, a menos que se lo castigue continuamente con la fusta, no hay burro provechoso, bueno y útil para el dueño, y cuanto más miedo le demuestres, tanto más petulante lo encontrarás, y menos dispuesto a servir y obedecer. Este es el primero de los apotelesmas de Aristóteles que atañen a la voz, razonablemente situados tras los relativos al movimiento, pues la voz y cualquier sonido es un movimiento o no existe sin movimiento.



Apotelesma cxxxviii

Apotelesma cxxxviii    Voz grave al principio, aguda al final.

orig:   (71.2)

Quienes empiezan hablando grave y terminan agudo son iracundos y llorones. Se asocian a los bueyes y a la conveniencia de la voz. 

  ¶   1

Esto es, quienes al hablar emiten una voz en principio grave y al final aguda, como hacen los bueyes al mugir, son temerosos, iracundos y quejumbrosos; mas a mi entender, esto no es lo que quiere decir el término griego que Aristóteles empleó en este lugar, y el autor del Thesaurus griego y otros hombres muy duchos en la literatura griega tampoco traducen δυσθυμίαν como iracundia, sino como aflicción, tristeza y languidez del espíritu, a veces también disensión y discordia; por tanto creo preferible decir así: quienes acusan una voz como esta están inclinados a la aflicción y la tristeza, y se pelean fácilmente con sus criados, pues son semejantes a los ancianos, como también dice Aristóteles en la Rhetorica ad Theodosium, y son lamentabundos, esto es proclives a las quejas, de modo que se quejan de sus amigos y criados fácilmente y a menudo.



  ¶   2

Así pues, a quienes tienen una voz como esta Aristóteles los asimila a los bueyes, y especialmente a las hembras, cuya voz parece sonar en principio grave y luego, cuando termina, aguda, un tono agudo que, no obstante, parece albergar algo de lamentabundo; por su parte, los bueyes son de natural triste, y no los verás fácilmente juguetear y divertirse como los perros o los caballos. Así pues, digamos: los bueyes acusan una voz como esta, y son de naturaleza triste, luego esta voz indica una propensión natural a la tristeza y a la apariencia conveniente: estas palabras, creo, vienen a decir que la voz en principio grave y al fin aguda es la que suelen acusar quienes sufren de aflicción y se quejan en acto, pues vemos que los hommbres tocados de aflicción y quejumbrosos, cuando hablan, afilan la voz al final de sus frases, y que esta es mucho más aguda que al principio, cuando empezaban a hablar y a quejarse. La opinión de Aristóteles, a mi entender, es que reproducen la costumbre que afecta e identifica a quienes se lamentan. Mas ahora cabe preguntarse por qué; así, cuando sepamos por qué emiten esta voz los afligidos y quejumbrosos, conoceremos también la causalidad inversa y entenderemos por qué Aristóteles enunció tal cosa.



  ¶   3

Los afligidos, quejumbrosos y dolientes albergan calor y alientos junto al corazón; así, en un primer momento, las partes superiores y las zonas de la cabeza y del rostro se les enfrían y se les secan, y el frío predominante ralentiza y agrava la voz; ahora bien, como el calor abundante junto al corazón requiere mucho aire, los dolientes, al igual que los febriles, inspiran mucho aire que, dirigiéndose abundante hacia la circunferencia, poco a poco, mueve gran cantidad de aire externo, de modo que los dolientes, en principio, emiten una voz grande y grave; y como al hablar y quejarse se vacía de lágrimas y de dolor 5-7, como dice el poeta, el aliento y el calor que se comprimían en cierto modo junto al corazón se terminan disgregando y dilatando y se dirigen a las partes externas; entonces, más robusto ya, mueve el aire con más vehemencia y celeridad; un aire movido a mayor velocidad produce una voz aguda y un sonido más penetrante; acaso por este motivo quienes afectan aflicción y lamentos emiten una voz grave y lenta al principio y la levantan y la afilan al final de los periodos, como creo haber advertido a menudo en el llanto y los lamentos de mujeres y niños. Y de ser esto cierto, también resulta evidente la inversión del razonamiento, a saber, que quienes acusan una voz como esta, aun careciendo de las afecciones mencionadas, tendrán una gran propensión a ellas, pues sus instrumentos del dolor comparten disposición con los de las presas de esta afección, y ya se ha dicho en repetidas ocasiones por qué sucede tal cosa.



Apotelesma cxxxix

Apotelesma cxxxix    Voz aguda, delicada y clara.

orig:   (71.3)

Por su parte, quienes hablan con voces agudas, blandas y rotas son invertidos. Se asocian a las mujeres y a la conveniencia. 

  ¶   1

Esto es, quienes al hablar emiten una voz aguda, blanda y rota son hombres blandos y afeminados pues, como más arriba quedó dicho, por invertidos no creo que se deba entender a quienes se someten a la sodomía, sino a los blandos, amanerados, afeminados y más semejantes a la mujer que al hombre. Ya se ha declarado qué es la voz aguda, de dónde viene, y cómo se produce; llamo voz blanda a la que es ora lenta, ora apocada, y mueve poco aire, como la de los convalecientes cuando alcanzan su peor estado, o la de niños y mujeres cuando juguetean y hacen carantoñas; estas voces blandas las pintó muy exactamente Apuleyo en su Asinus, cuando expuso las costumbres de los sacerdotes de la diosa Isis. Así pues, la voz blanda gusta más que disgusta, y no es tan aguda como para ofender, aun siendo más aguda que la voz natural de los hombres perfectos.



  ¶   2

Mas dirá alguien: si la voz lenta es grave, y la voz grave no es aguda, la voz lenta no puede ser aguda; por su parte, la voz lenta es de por sí blanda, y la blanda es aguda, y si no lo es, al menos puede serlo; por tanto, la grave también podrá ser aguda; por lo demás, lo agudo y lo grave son contrarios, luego no deberían poder darse a la vez. Se responderá que toda voz grave es lenta, pero no toda voz lenta es grave, y es que la voz lenta que mueve mucho aire se denomina grave, mientras que la lenta que no mueve mucho aire no es grave; la que llamamos blanda es ciertamente lenta, pero no mueve mucho aire, y por tanto no es grave; además, un discurso lento puede serlo por dos motivos, bien por ser grave o bien por separar mucho una sílaba de la siguiente; así, pues, también llamarás lenta a la voz blanda.



  ¶   3

Por su parte, podemos llamar propiamente rota y entrecortada a la voz que acusa ciertas lagunas y pierde el habla entre una palabra y otra, como la de un individuo que tuve oportunidad de escuchar, que tropezaba o inspiraba en el medio de una palabra, antes de terminarla; por su parte, interrumpir la voz en el medio es indicio de mucha afectación y de mucho movimiento junto al corazón, como atestigua Virgilio cuando, hablando de Dido, afectada por el ardor del amor, dice: empieza a hablar, y se ve impedida a media palabra 5-8. Pues bien, creo que todo esto deja claro qué es la voz aguda, blanda y entrecortada.



  ¶   4

Dice que esta voz denota al invertido, esto es al hombre blando. La blandura contempla dos variantes: una es del espíritu y la otra del cuerpo. La del espíritu denota a un hombre amanerado, afeminado, incapaz de soportar el esfuerzo, vil, temeroso y abyecto, muy proclive al lamento y al llanto, aun por cualquier causa mínima, e incapaz de sobrellevar la ausencia de pequeños placeres y de soportar los más mínimos dolores; tal es el caso, por ejemplo, de quienes no consiguen tragar un medicamento demasiado amargo, o solo quieren comer perdiz o faisán; así lloraba uno cuando, padeciendo de fiebre, escuchó que el médico le prohibía el vino, y se decía condenado a muerte, incapaz de soportarlo; otro, cuando el cirujano tenía intención de sacarle sangre, emprendió la huida, y cuando lo atraparon, perdió el sentido al corte de la vena. Así pues, todos los blandos de espíritu merecen reprobación, y toda blandura de espíritu es viciosa y vergonzosa, más en los hombres, menos en las mujeres y los niños. Por su parte, la blandura de cuerpo y carne no siempre merece reprobación, pues alguna vez denota al hombre intelectivo y sensato, mas no siempre, pues como en otro lugar quedó dicho, comprende dos tipos, una moderada y derivada de la humedad natural y aérea, y otra inmoderada y nacida de la humedad acuosa, como la que se suele advertir en las mujeres. Aristóteles se refiere ahora a la blandura del espíritu.



  ¶   5

Cabe apuntar, de todos modos, que la blandura del cuerpo, esto es, de la carne, no siempre implica una blandura del espíritu, pues hubo blandos de carne bastante sensatos que fueron, además, magnánimos y muy tolerantes en la adversidad, y no solo hombres, sino también mujeres; también Temístocles fue blando de cuerpo y espíritu, como César, según algunos, y Agesilao, y nadie negará que fueron hombres magnánimos. En efecto, existen dos tipos de magnanimidad y prestancia de espíritu; una se adquiere, y todo el mundo la puede ostentar, ya que cualquier individuo no mutilado y dispuesto conforme a natura puede lograr, si quiere, cualquier virtud; no en vano, como dice Horacio, el malevolente, iracundo, indolente, bebedor, amador: nadie hay tan fiero que no se pueda ablandar si presta oído paciente a la cultura 5-9, y es que todo el mundo está en mano de su albedrío y es artesano de sus hábitos, que le valdrán el nombre de bueno o malo, y si quiere, puede arrancar de raíz los malos deseos y alimentar los buenos. Por tanto, los blandos de carne no merecen reproche, sino alabanza, pues siendo sensatos se pueden volver fácilmente hombres excelentes y perfectos. Por su parte, esta blandura de la carne recibe el mismo nombre que la del espíritu, pero no tiene nada que ver con ella, ni una es indicio de la otra. En verdad, si la blandura de la carne denotase una falla natural en el espíritu, sería una cierta temerosidad e impotencia corporal, que no del espíritu, para soportar los padecimientos, como Plutarco apuntó en Arato. Así pues, esta voz aguda, blanda y entrecortada denota la blandura del espíritu propia de las mujeres, a quienes conviene; esto es, esta voz acompaña y conviene a los blandos más que a nadie, como si el sentido común lo juzgase de por sí; así pues, las mujeres, según su propia naturaleza, hablan así, y aquejan un espíritu naturalmente blando, luego quien habla de este modo, agudo, con interrupciones y blandamente, es afeminado y aqueja un espíritu humilde y abyecto.



  ¶   6

Diría yo que la causa es una falta de calor y un exceso de humor excrementicio, pues un calor escaso produce un movimiento como este, blando e interrumpido; por su parte, resulta escaso si se compara con el exceso de humor, que prácticamente lo eclipsa; así pues, valga el siguiente razonamiento: la voz aguda, blanda y entrecortada denota el dominio de la humedad sobre el calor; por su parte, el temperamento que acusa tal condición es afeminado y blando, y denota propensiones a la blandura y a la abyección de espíritu; por tanto, una voz como esta no produce, sino que denota la blandura y naturaleza femenina del alma. La menor no parece plantear duda: la voz aguda demuestra que se mueve poco aire. Mas dirás: se mueve rápidamente, luego denota mucho calor. Respondería yo que la celeridad de la voz aguda nace por accidente, que no por abundancia de calor, ante bien, por lo contrario, pues el calor débil y escaso, cuando formó los órganos, los dilató poco, y la tráquea y la laringe resultaron estrechas, y cuando el aire va por un lugar angosto se vuelve más rápido, y la voz, más aguda; la blandura de la voz, como quedó dicho, denota un exceso de humedad, y su entrecortamiento implica que el calor es incapaz de vencerla y moverla uniformemente. Por su parte, también quedó suficientemente expuesto arriba que este temperamento va acompañado por propensiones afeminadas y humildes, abyectas y llenas de inconstancia e impaciencia del espíritu.



Apotelesma cxl

Apotelesma cxl    Voz grave e ininteligible.

orig:   (71.4)

Quienes hablan con voz grave, grande y oscura son valientes y osados. Se asocian a los perros robustos y a la conveniencia. 

  ¶   1

He aquí el cuarto teorema de la voz, pues hemos dicho que se estudian algunas pasiones de las voces no en tanto que denotan conceptos, sino como sonidos que replican los cuerpos que suenan. Así pues, el sentido de Aristóteles dice así: los hombres que al hablar tienen una voz grave, grande y oscura son osados y dado a la acción. Quedó dicho más arriba qué es la voz grave y grande; ahora se expondrá qué es la voz oscura.



  ¶   2

Apunto que existen dos clases de discurso oscuro, bien por el concepto, bien por el sonido. El discurso oscuro por el concepto es el que no deja traslucir ningún concepto, no enseña ni tranquiliza al oyente; tal es el caso de la figura que los rétores llaman reticencia, como el ejemplo de Virgilio: los que yo... 5-10, y el de Terencio: ¿acaso él...? Debo callar 5-11; este tipo de discurso oscuro es propio del hombre indolente, muy tosco o bastante afectado; asimismo, suele hablar oscuro quien no se quiere dejar entender por todos. El texto no se refiere a este tipo de discurso oscuro. El otro tipo de voz oscura tiene que ver con la confusión y la mala articulación de las palabras por un exceso de velocidad del locutor, pues estas salen de su boca muy atropelladamente, de modo que una sílaba se monta sobre la otra y confunden al oyente; así suelen hablar los de natural osado, presas de una ira grande y cruel, cuyo discurso, el más voluble de todos, recuerda más al trueno que no a la palabra. A quienes hablan de este modo los llama animosos y osados, asociándolos a los perros robustos y animosos, que tienen una voz como esta; en efecto, no habla de todos los perros, sino de los que cazan jabalíes, osos y leones, como pintan uno que regalaron a Alejandro Magno y rechazó perseguir a un jabalí.



  ¶   3

Asimismo, quienes hablan de este modo se asocian a la conveniencia, esto es a lo que naturalmente les conviene y les resulta armonioso, pues el solo sonido de su voz les vale popularmente el título de valientes, ya que se cree que esta voz conviene a los hombres valientes; así, con estas palabras, parece que Aristóteles quiere probar una conexión y conveniencia necesaria entre el hombre osado y esta voz grave, grande y oscura, siendo el sentido como sigue: quienes hablan de este modo son osados. No le falta razón para afirmar tal cosa, pues al hombre naturalmente osado le conviene esta voz, posición que, ciertamente, no difiere mucho de lo que opinó un hombre muy erudito y versado en las letras griegas.



  ¶   4

De todos modos, cabe preguntarse por qué esta voz lleva ligada la osadía. Así pues, si el osado, según que es osado, acusa una voz como esta, está claro que cuando alguien acuse esta voz merecerá el nombre de osado y pronto a la acción; por su parte, el osado por naturaleza, en tanto que es osado según el cuerpo y la materia que lo constituye, si se entiende como más arriba se ha dicho, en la descripción del valiente, tiene un temperamento vehementemente cálido y seco, luego melancólico y bilioso; los melancólicos emiten una voz grave, pues se asocian a la tierra, a la que los músicos, acaso por alguna analogía, atribuyen una voz grave; por tanto, el osado emite una voz grave. Asimismo, grande, ya que emite mucho aliento y aire, pues también inspiró mucho, e inspira mucho porque las arterias son grandes, y grandes son los instrumentos de las operaciones; son grandes porque están dilatados, y lo están porque en la formación predominó el calor, que suele dilatar y disgregar; este es, pues, el motivo de que el osado tenga una voz grande. Su oscuridad viene de la misma causa, pues cuando el calor vehemente ejerce movimiento, sabiendo que el móvil no guarda una proporción regular con su potencia y vigor, lo empuja con excesiva vehemencia; la útlima voz, vehementemente propulsada, alcanza a la primera y como que se mezcla con ella, produciendo la voz oscura. Y si el osado acusa una voz como esta, resulta razonable que le convenga naturalmente, luego en sentido inverso, cuando alguien acuse esta voz diremos que podría ser un hombre osado, agitado, precipitado y vehemente, y se asociará al género masculino; también podría ser bastante iracundo, tener un pecho ancho y velludo y llevar aparejado no poco vigor corporal.



Apotelesma cxli

Apotelesma cxli    Voz delicada y distendida.

orig:   (71.5)

Quienes hablan blandamente y sin violencia son mansos. Se asocian a las ovejas. 

  ¶   1

Se dice que los opuestos brillan más uno junto al otro, luego tras haber declarado qué denota la voz grave, grande y oscura, ahora se estudia la opuesta a esta, blanda y floja. Llamo voz blanda a la que se opone a la grande y grave; la grave y grande se deja escuchar en los perros grandes y osados, así como en los leones y los toros enfurecidos; la blanda la escucharás en el balido de las ovejas, y especialmente de los corderos, y también la advertirás en los niños y las muchachas alegres dispuestos sin perturbación y conforme a natura. Llaman floja a la que se opone a la tensa; dirás: entonces, es grave; pero cabe repetir ahora lo que se apuntó más arriba, a saber, que hay voces graves flojas; así, por ejemplo, las cuerdas de la lira o del laúd, cuando están flojas, emiten un sonido más grave que cuando están tensas; sin embargo, no se sigue que todas las voces flojas sean graves, salvo por comparación con el sonido que puede producir el mismo sonante en tensión; así pues, la voz o el sonido flojo y no grave, pero tampoco agudo, es el que mueve poco aire y, además, lo mueve lentamente. Pues bien, a la luz de estas cosas queda claro qué es la voz blanda y floja.



  ¶   2

Dicho lo cual, la sentencia de Aristóteles reza como sigue: quienes al hablar naturalmente y sin afección emiten una voz pequeña, blanda y floja son mansos. Yo leería temerosos y humildes, más próximo a la palabra griega y a la naturaleza de las ovejas. Aristóteles lo demuestra a posteriori, como de costumbre, diciendo: las ovejas tienen una voz como esta, y son mansas y temerosas, luego quien tenga semejante voz será manso y temeroso. Llamamos propiamente mansos a quienes se enfurecen moderadamente; por su parte, aquí prefiero entender por mansos a quienes pueden soportar injurias sin clamar venganza enseguida. La causa creo que depende de la naturaleza y el temperamento de quienes acusan esta voz: en efecto, quienes tienen la voz así de floja y blanda, como más arriba se dijo, son de temperamento húmedo y frío, como demuestra el ejemplo de las ovejas, luego también son temerosos y mansos, y muy ajenos a la ira; por tanto, luego el de voz blanda y floja será temeroso y manso, y estará libre de ira, que es lo que había que demostrar.



Apotelesma cxlii

Apotelesma cxlii    Voz aguda y tensa.

orig:   (71.6)

Los de voz aguda y tensa, iracundos. Se asocian a las cabras. 

  ¶   1

Lo que ahora se propone se enfrenta a los dos último postulados: al último en tanto que suponía una voz apocada, y este tensa; el segundo la proponía grave, y este la tiene aguda. Así pues, la sentencia reza como sigue: quienes al hablar emiten una voz aguda y tensa son iracundos, pues en este aspecto se asemejan a las cabras, que acusan una voz como esta y son iracundas. Resulta sencillo reconocer esta voz en las cabras; en cambio, no queda claro que sean iracundas, pues si se denomina iracundo al animal pronto y proclive a la venganza, ¿por qué se habrá de llamar iracundas las cabras, si no son así?



  ¶   2

Los machos cabríos pueden venir a corroborar que las cabras no son prontas a la venganza: si estos, los machos del género caprino, soportan las injurias sin ademán alguno de venganza, aun las que juzgan más graves, tanto más las soportarán las hembras; de hecho, dicen que los machos cabríos toleran que otros machos cabríos monten delante de ellos a las cabras de su rebaño, cosa que suele irritar sobremanera a los demás géneros animales; así pues, el género de las cabras no es iracundo. Ciertamente diremos que las cabras no son absolutamente iracundas; no obstante, diremos que son bastante cálidas en comparación con las ovejas y, por tanto, también dadas a repeler las ofensas. Acaso resulte preferible responder que el término griego empleado por Aristóteles en esta ocasión, a saber μάργον, no denota en ningún sentido al iracundo, y que el error es culpa de los traductores; no en vano, el término en cuestión, según el testimonio de los más grandes eruditos, significa loco, demente, insensato, estúpido, impúdico, petulante y reprobablemente libidinoso, como opinó Budé, citando a Platón y a Aristóteles. Por otra parte, nunca he encontrado esta voz empleada con el sentido de “ira”, y con razón, pues las cabras sucumben a la ira con moderación, o nunca lo hacen, pero sí son bien dementes y estúpidas, amén de petulantes y libidinosas, epítetos que, como todo el mundo sabe, atribuyeron los autores a cabras y machos cabríos. Así pues, yo diría que quien acusa una voz como esta es estúpido e insensato, petulante e impúdico.



  ¶   3

Llamo estúpido al que en cierto modo malogra la razón, hace cosas ridículas y no observa el decoro en sus acciones, ajeno a la pertinencia o impertinencia 5-12, como dice Horacio; esto mismo significa insensato (lat. vecors), como queriendo decir “sin corazón “(lat. sine corde); de esta ligazón se sirvió Propercio, y la atribuyó a las cabras. Las cabras son petulantes e impúdicas; en efecto, acuden a la llamada del pastor, y a veces, tras haberse acercado, se marchan, pero vuelven enseguida si otras viniesen a acercarse, lo cual implica una cierta impudicia y petulancia. Si nos pronunciásemos de este modo no caeríamos en absurdo alguno, y si el temperamento natural de las cabras viniese a darse en el hombre, ciertamente generaría sin mayor problema unas propensiones semejantes; por tanto, si supiésemos cuál es el temperamento de la cabra y por qué un temperamento como este se ve acompañado por unas propensiones como la impudicia, la estupidez y la petulancia libidinosa, resultará evidente que quienes acusen la voz que nace del temperamento caprino también albergarán unas propensiones como estas.



  ¶   4

En verdad, la cabra parece un animal más cálido que la oveja, como resulta evidente a quienes las tocan, pues las cabras resultan más cálidas al tacto que las ovejas; lo mismo denota el pelo, mucho más grueso en las cabras que en las ovejas y, por tanto, inservible, de ahí el proverbio “reñir por lana caprina”, que se aplica a quienes discuten por cosas inútiles; y también lo confirma su queso, pues atiza la lengua, y el gusto lo juzga más salado y agudo que el de oveja. Por tanto, la cabra es más cálida que la oveja, luego también más osada y móvil; de ahí le viene su habilidad para sortear prontísimamente las rocas y las cumbres de las montañas, su alimentación a base de ramas frondosas y raíces y su aparente insaciabilidad. Así pues, he dicho que la cabra es cálida, pero también tiende a la sequedad, y alberga melancolía, si bien temperada con mucha pituita, de modo que su pelo acostumbra ser blanco; por su parte, la pituita es impura y no está bien ligada a la melancolía, sino que recuerda al cieno y al fango de agua y tierra sometida a calor, luego huelen mal, y su sudor acusa una cierta corrupción de la humedad en sequedad. Este es, pues, el temperamento de la cabra; a su vez, las cabras acusan la voz aducida más arriba; por tanto, es probable que los animales con una voz como esta también gocen de un temperamento semejante.



  ¶   5

Por su parte, un temperamento cálido y bilioso con subdominio de una melancolía impura, mal compuesta y ligada a la pituita genera costumbres estúpidas, petulantes, impúdicas y libidinosas, como demuestra el siguiente razonamiento: quien no consuma lo que empieza con prontitud y vehemencia, sino que renuncia a medio camino y abandona imperfecto lo iniciado, es estúpido; por su parte, el bilioso emprende cosas con prontitud, pero cuando la melancolía ligada a la pituita lo enfría de manera repentina se desentiende de la obra emprendida, conducta que hemos advertido en la razón del estúpido. Esta misma bilis, por su parte, lo vuelve petulante, pues son petulantes quienes desean indiscreta e indistintamente, sin consideración alguna de la pertinencia o impertinencia de su deseo. La impudicia es una especie de obstinación, pero centrada en lo malo y en los asuntos venéreos; suele ser fruto de una determinada combinación de melancolía y bilis; por tanto, quien acuse este temperamento también será impúdico. Asimismo, será libidinoso pues, siguiendo la autoridad de Aristóteles en la trigésima sección de los Problemata, se ha explicado que todos los melancólicos son libidinosos si conciben calor. Pues bien, a la luz de todo esto resulta evidente que los de voz aguda y tensa, ambas afecciones propias del calor bilioso, serán estúpidos, petulantes y libidinosos, que es lo que había que demostrar ante todo. Y esto es lo que ha dicho Aristóteles a propósito de la voz.



Apotelesma cxliii

Apotelesma cxliii    Pequeños de cuerpo pero proporcionados.

orig:   (72.1)

Los bastante pequeños son agudos, pues al comprender poco espacio el desplazamiento de la sangre, los movimientos alcanzan el saber bastante rápido. 

  ¶   1

Esta parte trata de la estatura, de la grande y la pequeña, que se pasan a considerar bien de manera absoluta, bien con otras cualidades y accidentes. En primer lugar, veamos qué es la estatura pequeña, qué es la estatura grande y qué es la estatura media del hombre; luego, qué es la agudeza de ingenio y de dónde proviene; a continuación consideraremos la sentencia de Aristóteles.



  ¶   2

La estatura pequeña y la grande se refieren al exceso o al defecto, luego son relativas; por su parte, el exceso y el defecto de una cosa no se pueden reconocer más que por comparación con la medianía, luego diremos que la estatura media humana es la altura natural del cuerpo humano, esto es la que le conviene según su propia forma. Esta medianía viene a variar considerablemente según las regiones; nosotros hablaremos principalmente de la que conviene a los italianos.



  ¶   3

La estatura media de los italianos ronda los cuatro pies y medio; un pie consta de doce pulgadas; una pulgada mide lo que la segunda falange del pulgar. Esta extensión media del cuerpo humano contempla un cierto margen, luego si se excediese o se quedase corta por tres pulgadas también se podría llamar mediana. Así pues, los confines de la estatura mediana italiana vendrán determinados por los cuerpos de cincuenta y cinco pulgadas y los de cincuenta y siete; por encima y por debajo de estas medidas se suelen tachar de grandes y pequeños. Por su parte, también las estaturas pequeña y grande contemplan confines por encima y por debajo de los cuales no se puede conservar la forma humana. En Bolonia murió y fue sepultado un escolta del emperador Carlos V cuya altura alcanzó los siete pies; en Italia rara vez encontrarás a un hombre mayor de cinco pies, y quien alcanza este tamaño ya se considera grande; dice Giulio Cesare Scaligero que él era de este tamaño, y que su patre le sacaba una cabeza entera; a su vez, dudo que sea cierto lo que se lee sobre Oreste y Palante, hijo de Evandrio, y sobre uno que, según Héctor Boece en las Historiae Scotorum, sobrepasaba los catorce pies, refiriendo que el hueso de su pierna era igual de alto que él; y si no es falso, o bien eran monstruos, o bien los pies empleados para medirlos eran mucho más pequeños que los que empleamos nosotros, y al igual que se dice de los años egipcios, que según algunos eran en realidad trimestres, los pies en cuestión debían de medir unas cuatro o seis pulgadas. Por su parte, algunos pretenden que los hombres son cada vez más pequeños, y que los hijos siempre son más pequeños que sus padres; ahora bien, sabiendo que el mundo se creó hace unos seis mil años o más, si los hijos fuesen siempre más pequeños que los padres, ya deberíamos ser mucho más pequeños que los pigmeos, o acaso los primeros hombres deberían haber tocado el cielo con la coronilla.



  ¶   4

Pues bien, en Italia normalmente se consideran grandes quienes llegan a cinco pies, y enormes a quienes alcanzan cinco pies y seis pulgadas; pocos hay que superen los seis pies de altura; yo nunca he visto a nadie que llegue a setenta y seis pulgadas, ni he oído que nadie lo haya visto; creo un cuento eso de que algunos rondan el tamaño del Orestes de Plinio, y si es cierto que este vio a algunos de nueve y diez pies en época de Claudio César, como él dice, cabría tenerlos por monstruos. Y si dijeses que en algunas islas de la India occidental existen gigantes patagones, y que en algunos otros lugares suelen nacer hombres seis pulgadas más grandes que cualquier alemán grande, ya hemos dicho que nosotros hablamos de los italianos y de la estatura italiana. Baste lo dicho sobre los confines del tamaño de los hombres de nuestra región.



  ¶   5

Por otra parte, solemos llamar pequeños a quienes, habiendo alcanzado la edad madura, no superan los cuatro pies, y esta es la primera y común estatura de los pequeños; sigue, en segundo lugar, la que cuenta con tres pulgadas menos; por último, son muy pequeños quienes miden tres pies y medio; por su parte, quienes miden dos pies, o dos pies y medio, son enanos; los menores de dos pies ya serían enanos o monstruos, y no parece que los niños y los enanos merezcan el nombre de hombres perfectos, como el ojito derecho de Julia, hija de Augusto, y el de Andrómeda, liberta de Augusta; Plinio asegura que dos caballeros romanos midieron dos codos, y que vio sus cuerpos disecados y conservados en féretros.



  ¶   6

Hemos presentado las estaturas humanas pequeña, grande y mediana más comunes entre los italianos. En las mujeres, por su parte, suelen ser menores, y la mujer grande no acostumbra ser mayor que un hombre de mediana estatura. Quedan por apuntar algunas cosas de la agudeza del ingenio.



  ¶   7

El ingenio (lat. ingenium), que viene a decir “nacido en quien lo alberga” (lat. genitum in eo in quo est), da nombre de manera general a la fuerza de la naturaleza innata en cada individuo; propiamente, cuando la palabra se aplica al ser humano, como atestigua Cicerón, denota una fuerza natural que reside en nosotros muy capaz de encontrar por sí misma lo que la razón puede explicar; por su parte, la prontitud, la docilidad, la sagacidad y la memoria son requisitos para la constitución de un buen ingenio, cualidades todas ellas que generalmente se denominan con el solo nombre de ingenio. Alejandro denomina ingenio a la prontitud para juzgar la verdad; los hay que confunden ingenio y juicio, pero yo creo que se trata de dos cosas diferentes, pues muchos tienen buen ingenio y juicio escaso, como se apuntó sobre el poeta Ovidio; además, muchos tienen juicio y no así buen ingenio. Así pues, el ingenio es la facultad natural con que captamos, aprendemos, investigamos y encontramos las cosas; y la facultad con que juzgamos las cosas y discernimos su verdad y bondad se llama juicio. Pero bastante se ha dicho más arriba sobre el ingenio y el juicio; ahora veamos qué es lo agudo. Se denomina agudo lo que tiene agudeza; esto, a su vez, es sutil; sutil es lo que penetra; lo que penetra de manera óptima divide bastante las cosas; por tanto, en virtud de una cierta semejanza, se denomina ingenio y juicio agudo al que percibe fácilmente lo difícil de entender, y separa exactamente el medio de los extremos; así pues, para que el ingenio sea agudo ha de ser perspicaz, dócil, distinguido y veloz. Expuesto lo cual, creo que será fácil exponer los siete apotelesmas relativos a la estatura.



  ¶   8

En este primero dice Aristóteles: los de estatura bastante pequeña gozan de ingenio agudo, pues los movimientos de la sangre y de los alientos se reducen a un lugar pequeño, luego alcanzan las partes superiores con bastante velocidad. Esto es, como los movimientos de la sangre y de los alientos de un hombre pequeño se producen en la pequeña oquedad que cae entre el corazón y el cerebro, el movimiento de la sangre y de los alientos que se produce en un hombre pequeño será más rápido que el que se produce en uno grande; por su parte, un movimiento más rápido hace al hombre más agudo; por tanto, quien acuse una estatura pequeña será más agudo que quien acuse una más grande, que es lo que quiere decir cuando dice: los movimientos se acercan bastante veloces al saber, esto es, a la conclusión y la deliberación. Así pues, el razonamiento dice como sigue: el corazón y el cerebro de los individuos pequeños están separados por una distancia corta, y por esta se mueven los alientos y la sangre; cuando alguien acusa esta condición, sus alientos se mueven rápidamente; por su parte, los movimientos rápidos producen una conclusión rápida; los individuos con estas cualidades se denominan prontos y agudos; por tanto, los de pequeña estatura se denominan prontos, agudos y resueltos.



  ¶   9

Se ha apuntado quiénes son los bastante pequeños. Asimismo, cabe suponer que estos individuos bastante pequeños han de ser simétricos y proporcionados, y que han de albergar casi tanto calor natural como los individuos medianos. De ello se infiere que cuando veamos a alguien de cuerpo pequeño, pero cuadrado, bien compacto y formado en lo que a sus miembros respecta, diremos que es no solo rápido para deliberar, sino incluso precipitado, si viniese a crecer el calor encerrado en un lugar pequeño. También me parecen rápidos en sus movimientos corporales y prontos a la acción cuando creen poder sobresalir; además, al ser bastante calientes, también se muestran bastante iracundos y conflictivos. Las palabras de Dion sobre Antonino Caracalla confirma cuanto aquí hemos dicho a propósito de los pequeños, pues dice que fue muy ardiente con todo, muy impetuosamente agudo y de rudo ingenio, pronto para entender y rápido para decir cuanto le viniese a la boca.



Apotelesma cxliv

Apotelesma cxliv    Muy grandes.

orig:   (72.2)

Por su parte, quienes son bastante grandes son lentos, pues como el desplazamiento de la sangre comprende un gran espacio, los movimientos llegan tarde al conocimiento. 

  ¶   1

Se trata del teorema opuesto al anterior. Es cosa cierta que los individuos bastante grandes se oponen a los bastante pequeños; se denominaban bastante pequeños bajo el cielo Itálico los que contaban con una estatura de tres pies y medio; por su parte, serán bastante grandes quienes tengan una altura de cinco pies y tres pulgadas. Pues bien, hablando de estos últimos, dice Aristóteles que son lentos, esto es ineptos para comprender, indóciles y toscos, y parece venir de este planteamiento Aristotélico eso de que el hombre alto rara vez es sabio. Para demostrar la absorción del ingenio de los individuos bastante grandes basta aducir lo siguiente: en igualdad de las condiciones restantes, esto es, acusando el mismo calor y la misma sangre el cuerpo bastante grande y el bastante pequeño, sabiendo que los desplazamientos de la sangre y los movimientos de los alientos en un lugar más amplio consuman su recorrido más lentamente, también acceden más tarde al saber, esto es también concluyen y terminan sus razonamientos más tarde que los pequeños, y es que en esto consiste el acceso al saber, esto es, a una conclusión. En efecto, el saber consiste en el reposo del intelecto; este reposa cuando entiende; en las cosas complejas, entiende cuando asiente, cosa que hace cuando tiene la razón y el medio para asentir; el medio presupone los extremos anterior y posterior; así pues, tras haber transitado por el medio y asentido con deliberación, se dice que sabe (lat. sapere), como dice la traducción desde el griego.



  ¶   2

Así pues, la demostración de Aristóteles dice como sigue: el corazón y el cerebro de los individuos bastante grandes están muy separados; cuando alguien tiene el cerebro y el corazón muy separados, los movimientos de sus alientos desde el corazón hasta el cerebro y viceversa se consuman lentamente, mucho más lentamente que en los individuos pequeños; cuando el desplazamiento de los alientos se consuma lentamente, los individuos concluyen sus razonamientos lentamente; estos individuos acceden lentamente al saber, y estos, a su vez, se denominan toscos y de ingenio obtuso; por tanto, los individuos bastante grandes son toscos, obtusos y lentos para aprender y entender lo conveniente y lo cierto; además, creo que los grandes no solo son lentos de ingenio, sino también temerosos, o al menos más temerosos que la media, pues los alientos, al recorrer largas distancias, se enfrían; esto lo digo guiado por la experiencia pues, mientras discurren y meditan qué es cierto y bueno, suelen olvidar las proposiciones a mitad de razonamiento y no reconocen qué es lo que han de inferir.



  ¶   3

La causa, creo, reside en que los alientos se interceptan en la distancia, y su ascenso y descenso no es continuo ni uniforme, y sabiendo que razonar consiste en acceder de un extremo al principio por el medio, lo cual implica tres cosas, que son todas las que hay, y perfectas, y sabiendo que es perfecto lo que contiene ambos extremos, y que los extremos tienen la razón de los opuestos, como lo cálido y lo frío, lo húmedo y lo seco, a nadie le sorprenderá que, materialmente hablando, discurrir no sea sino llevar los alientos del cerebro al corazón y del corazón al cerebro, uno cálido y seco, otro frío y húmedo; el medio, por su parte, se encuentra en el punto intermedio entre ambos extermos.



Apotelesma cxlv

Apotelesma cxlv    Pequeños dotados de carne seca y dura.

orig:   (72.3)

Por su parte, los pequeños que se sirven de carnes secas, colores o cuanto el calor produce en la superficie de los cuerpos, no consuman nada, pues siendo pequeño y veloz en el movimiento, su saber nunca es bueno, sino que aqueja irregularidades que impiden su consumación. 

  ¶   1

El traductor ha vertido esta sentencia de Aristóteles con una correspondencia léxica inepta, que parece poco coherente a los oídos latinos, pues la voz χράομαι no solo significa “me sirvo de”, sino también “tengo” y “estoy dotado de”, como emplean Jenofontes y Aristófanes. Sea el sentido como sigue: los pequeños de carnes secas, o más secas de lo que los hombres las suelen tener naturalmente, y no solamente más secas, sino también más duras, o con colores o alguno otro de los efectos habituales del calor excesivo en el cuerpo humano, tampoco consuman nada en sus razonamientos, acciones o contemplaciones.



  ¶   2

Así pues, el sujeto o dato de este apotelesma es como sigue: los pequeños que tienen carnes bastante duras, un color o algunas otras señales que denoten el predominio o el exceso del calor en el cuerpo; la cuestión o predicado, por su parte, dice que nada vale su ingenio y su juicio en las acciones o contemplaciones. Y esta es la primera posición relativa a la estructura compuesta del cuerpo, pues antes contempló dos sencillas, y ahora añade las compuestas. Digo que son compuestas porque, al margen de la pequeñez, se añade otra condición que condiciona la pequeñez, dividiéndola como un género se divide en especies. Así pues, a la pequeñez se le añade una carne bastante seca y dura; ahora bien, así como el frío seca, algo que se advierte en invierno y en el agua congelada, y también seca el calor, como vemos en verano, luego Aristóteles precisa que habla de la sequedad generada por el calor, añadiendo: quienes tienen las carnes bastante duras y el color o alguna otra señal del cuerpo que denote el predominio del calor; además, el color que denota la calidez del calor es el impuro con cierto brillo y esplendor, no el de los carbones ni el impuro de los escitas. Existen además muchas otras señales, como el color negro de los pelos, su grosor y erizamiento, el ancho y la vellosidad del pecho, la ira, y tantas otras cosas por el estilo que demuestran un temperamento cálido y seco, enumeradas en el Ars parva de Galeno.



  ¶   3

El medio con que confirma su posición es como sigue: la vehemencia del calor provoca en estos individuos que el aliento y la sangre vean confundidos su orden y sus desplazamientos. Valga la siguiente argumentación: a los de cuerpo pequeño, pero cálido y seco, esto es dotados de temperamento ígneo, la sangre y los alientos se les mueven con vehemencia y rapidez; por su parte, los movimientos vehementes y muy rápidos en un lugar pequeño y angosto, como el que se comprende entre el corazón y la cabeza de los hombres bastante pequeños, se terminan montando uno sobre otro, y el último alcanza al anterior sin que los primeros hayan llegado a su fin, de manera que se impiden y confunden entre sí; así pues, son indistintos y confusos; los movimientos confusos e indistintos de los alientos conllevan tosquedad y lentitud del intelecto, insapiencia y una cierta imperfección furiosa; por tanto, resulta evidente que los individuos pequeños con temperamento cálido no consuman lo que empiezan, luego tampoco son perfectivos en sus acciones ni contemplaciones. Apunto, pues, que ni el calor excesivo ni el frío favorecen el entendimiento, sino que conviene conservar una medianía, pues el frío ralentiza demasiado los movimientos, y el ingenio se vuelve absorto, lento e irresoluto, y el calor los acelera demasiado pues, al montarse uno sobre otro, los impide y confunde. Así pues, quienes acusan un temperamento como este con un cuerpo bastante pequeño no pueden reconocer lo cierto y bueno con claridad y lucidez porque sus movimientos se confunden; en cambio, se muestran precipitados y furiosos; semejantes individuos no son perfectivos, ni alcanzan la verdad ni la bondad en las contemplaciones ni en las acciones; por tanto, los de cuerpo pequeño y temperamento cálido y seco no son perfectivos.



  ¶   4

En cuanto a mí, me parece que a los alientos de estos individuos les sucede lo que a las aguas agitadas: estas no pueden devolver la imagen de quienes se observan en ellas por las vehementes ondulaciones; así, también los espíritus son incapaces de retener o representar las imágenes que tomaron o deberían tomar de las cosas sensibles. Tal es, pues, la sentencia de Aristóteles, y tal es la razón y causa de su sentencia, a saber, que los desplazamientos pequeños y rápidos debidos a un calor abundante nunca conducen a un buen saber, esto es, no consiguen que el hombre sepa, sea inmutable frente a su ciencia y constante en sus resoluciones.



Apotelesma cxlvi

Apotelesma cxlvi    Grandes de carne blanda y húmeda.

orig:   (72.4)

En cambio, los grandes que se sirven de carnes húmedas, o de los colores que produce el frío, no consuman nada, pues como el desplazamiento se produce en un lugar grande y es lento por efecto del frío, no permite que nada alcance el saber. 

  ¶   1

Es este el cuarto teorema relativo a la estatura, contrario al anterior, y su sentido dice como sigue: los grandes con temperamento frío y húmedo nada valen en ingenio y razón, y nunca terminan lo que hubiesen emprendido. En primer lugar, pues, apunto que no se habla de los bastante grandes, sino simplemente de los grandes; por su parte, los grandes, en general, se acercan lentamente al saber, esto es concluyen, se resuelven y deliberan con lentitud, pero consuman en un momento; en cambio, los grandes de temperamento frío y húmedo no consuman nada, esto es, son hombres sin valor alguno. Este temperamento se reconoce mediante la carne húmeda contra natura, blanda, abundante y laxa o flacidescente; el frío, por su parte, lo reconocerás por el color de la piel y de los cabellos, pues verás una carne blanca o azulada y unos cabellos tirando a un color rojido o blanquecino; no en vano, el mayor o menos aumento del frío húmedo produce, según Galeno, unos colores como estos.



  ¶   2

El medio con que Aristóteles demuestra su posición es paralelo a los anteriores; en efecto, supone que acceden al saber, esto es que gozan de un buen ingenio, los hombres cuyos alientos se mueven con moderación del corazón al cerebro y viceversa; esta moderación se encuentra entre la celeridad y la lentitud, de modo que los movimientos no son tan rápidos como para confundirse, ni tan lentos como para desligarse entre sí; acto seguido supone que el calor es el instrumento principal de la celeridad, y el frío de la lentitud, de ahí que diga: ningún desplazamiento de los alientos y de la sangre producido en un lugar grande y lento por efecto del frío acerca nada al conocimiento. Esta es la genuina interpretación de las palabras. Ahora bien, todo movimiento de la sangre y de los alientos del corazón al cerebro en un hombre de gran estatura y de temperamento frío y húmedo es un caso de desplazamiento lento de los alientos y de la sangre en un lugar grande por efecto del frío; por tanto, este movimiento de los alientos y de la sangre en el hombre grande de carnes húmedas y frías no hará acceder al saber, esto es, no consumará el ingenio ni será útil para el ejercicio de las operaciones del ingenio; así pues, estos individuos aquejan estupidez, tosquedad e indocilidad; por tanto, cuando se dice que las carnes blandas son de mente apta, esto no cabe entenderlo sobre las bastante grandes, sino sobre las medianas o menores, y tampoco de las frías, sino de las moderadamente calientes.



  ¶   3

Asimismo, observo en este individuo dos causas de la lentitud, a saber, la amplitud del espacio y la inhabilidad de la causa instrumental con que el alma ejerce su movimiento pues, como se ha dicho, no parece propio del frío mover, sino que más bien atañe al calor, y es que el fuego muy cálido se encuentra en movimiento perpetuo. Apunto, asimismo, que el frío que suponemos en los animales no es el que se da en las piedras o en el hielo, antes bien, consiste en un cierto apocamiento del calor natural; por su parte, el calor no se puede apocar si no es por la mezcla con su contrario, el frío; así, comparando el calor apocado con el que llamamos calor natural y propio, tiene la razón del frío y se denomina frío.



  ¶   4

Este apotelesma permite comprender lo que más abajo declarará Aristóteles, a saber, que si alguien de cuerpo grande acusase un temperamento y unas carnes cálidas y secas, también podría valer en ingenio y merecer con razón el nombre de prudente, pues a mayor celeridad en el movimiento de los alientos en la magnitud del espacio, mayor fuerza y vehemencia del calor; de ahí que, hecha la compensación, un hombre como este no haya de ser ni tosco ni precipitado, antes bien, eficaz y de buen ingenio, como se pudo advertir claramente en Antonino Pío y hoy en algunos otros; y acaso un individuo con un cuerpo como este tenga naturalmente costumbres heroicas y aparezca adornado y digno de admirar no tanto por las fuerzas corporales como por los dones del alma.



Apotelesma cxlvii

Apotelesma cxlvii    Pequeños de carne blanda y húmeda.

orig:   (72.5)

Por su parte, los pequeños que se sirven de carnes húmedas y colores nacidos del frío se vuelven perfectivos, pues al existir un movimiento difícilmente móvil en algo pequeño, lo primero se que consuma es la mesura del temperamento. 

  ¶   1

Es tan tosca esta traducción, y no solo esta, sino también otra más antigua, y otra más reciente enviada a la imprenta, que uno apenas se puede imaginar qué quiso decir Aristóteles. Por su parte, quien estudie el texto griego dará con la siguiente interpretación, a mi entender: los pequeños de carnes húmedas, flexibles y enmohecidas, o con colores o algunos otros accidentes que el frío produce en el cuerpo, son perfectivos. Y para justificar su propósito, apunta lo siguiente, siguiendo palabra por palabra el texto griego: pues al ser el movimiento, esto es, el de los alientos y de la sangre, en un pequeño, esto es, en un lugar pequeño, lo que a duras penas se mueve por efecto de la mezcla y el temperamento del frío alcanza simetría y mesura, que es la primera consumación. Esta parece ser la interpretación de todo el apotelesma con su causa, y el sentido es el siguiente: los individuos pequeños de carnes blandas con colores y otras cosas que el frío produce en el cuerpo humano, son de ingenio bueno y apto para la ejecución de las operaciones propias, esto es, los individuos pequeños de temperamento frío y húmedo son perfectivos.



  ¶   2

La causa es que el frío y la brevedad del espacio comprendido entre el corazón y el cerebro producen una compensación entre la lentitud de los alientos y de la sangre. Así pues, sabiendo que el movimiento en un espacio reducido se termina rápidamente, y que el movimiento ejercido con lentitud suele terminar lentamente, la combinación de esta lentitud y esta rapidez resulta en un movimiento de los alientos moderado; así, ni la excesiva celeridad monta unos movimientos sobre otros, ni se confunde o se ve impedido el primer movimiento del aliento y de la sangre por la llegada del siguiente, ni la excesiva lentitud rompe la continuidad entre un movimiento y el siguiente, pues el avance del término mayor y del menor, ligados al intermedio, no se ha de ver interrumpido por el reposo, en cuyo caso no se produciría la conclusión del silogismo. Pues bien, esta compensación de la lentitud y la celeridad, una debida a la brevedad del lugar, y otra al apocamiento de la facultad motriz, resulta en una cierta medianía y simetría que constituye la primera perfección, esto es, la naturaleza y razón primera y propia de la perfección y del ingenio acusan una simetría y una proporción de movimientos que ni se desligan ni se confunden entre ellas, y no porque la esencia y sustancia del ingenio constituyan esta medianía de los movimientos, sino porque el ingenio y la razón, o mente e intelecto, ligados como están al cuerpo, no pueden obrar sin instrumentos corporales ni hacerlo perfecta o imperfectamente mediante su razón, proporción, hábito y disposición. Por tanto, digo que no es la mente, sino la razón de la propia operación la que acusa una cierta medianía de los movimientos de la sangre y los alientos y de las cualidades arriba mencionadas. Valga la siguiente demostración: los individuos pequeños de temperamento frío y húmedo acusan unos movimientos de alientos y sangre moderados y temperados entre la celeridad y la lentitud; quienes acusan unos movimientos temperados entre la celeridad y la lentitud son perfectivos y gozan de buen ingenio; por tanto, los pequeños de temperamento corporal frío y húmedo son de ingenio adecuado y bueno.



  ¶   3

En cuanto a la menor, que ocupa el primer lugar, más arriba se explicó quiénes son los pequeños, al margen de lo que juzga la vista; los sentidos también permiten reconocer a quienes tienen carne húmeda y fría y acusan este temperamento. Cuando dice carne húmeda podemos leer blanda y flexible o fluida y flácida; se denomina blanda la que cede fácilmente al tacto; por su parte, la carne fría o el temperamento carnal frío se refiere no tanto a la carne fría al tacto como a la que acusa prevalencia del humor frío, a saber la pituita o la sangre pituitosa, como es el caso de muchas mujeres nacidas en lugares fríos y bien alimentadas. Al hombre de temperamento frío y húmedo lo podemos reconocer por el color de la piel del rostro y del resto del cuerpo, esto es cuando el color es bastante blanco con módico rubor, o bien es un tanto oscuro o impuro como en los moscovitas y escitas; asimismo, se lo puede reconocer por otros efectos que el dominio del frío provoca en el cuerpo humano, como los que recensa Galeno en el Ars medica. Por su parte, también quedó declarado más arriba que tienen movimientos moderados y templados entre la celeridad y la lentitud, pues en tanto que el intersticio es pequeño, el movimiento es breve y se termina rápidamente, pero en tanto que el instrumento del movimiento es inválido y, por consiguiente, mueve lentamente, también el movimiento es lento; de la combinación de distancia y brevedad nace la medianía. Así pues, lo dicho explica qué significa la menor y demuestra que es cierta.



  ¶   4

Se sigue la mayor, que pinta perfectivos a quienes tienen temperados los movimientos de los alientos. Para corroborarlo, basta apuntar que la mesura de estos movimientos es la primera razón y causa de que depende la perfección del razonamiento, luego aunque alguien tuviese alientos claros y puros, al serles desproporcionados los movimientos, más rápidos de la cuenta o lentos o interrumpidos, nunca alcanzaría el saber; si por el contrario los movimientos fuesen moderados, aunque los alientos no fuesen exactamente claros y puros, noes imposible que se produzca algún atisbo de ingenio; además, cuando decimos que alguien tiene los intervalos bastante lúcidos, y que goza de más o menos saber, lo atribuimos a la mayor o menor igualdad y ordenación de los movimientos, y es que la perturbación de los movimientos nace de los diversos impedimentos que resultan tanto por causa interior como exterior, luego el movimiento lo mismo puede ser bastante rápido que bastante lento o interrumpido, pues el valor y la fuerza mueven de manera irregular; esto, por su parte, sucede porque, en ocasiones o siempre, los principios, como el corazón o el cerebro, albergan alguna disposición contraria a natura o algún vicio.



Apotelesma cxlviii

Apotelesma cxlviii    Grandes de carne dura y seca.

orig:   (72.6)

Mas los grandes que se sirven de carnes secas y de los colores fruto del calor son perfectivos y sensitivos, pues al existir un desplazamiento grande y lento por efecto el frío, no conduce nada que se acerque al saber; en cambio, los grandes que se sirven de carnes secas y de los colores fruto del calor son perfectivos y sensitivos, pues el exceso de la magnitud y la calidez de las carnes y del calor propició que el movimiento fuese comedido para consumar.  

  ¶   1

Este apotelesta contempla dos partes principales: una contiene la propuesta, y otra ofrece la razón y la causa. La propuesta, a su vez, se divide en dos miembros, a saber, el dato y la cuestión; el dato dice: los individuos grandes de carnes duras y cálidas, esto es los grandes de temperamento cálido y seco; la cuestión dice: se vuelven perfectivos y sensitivos; más arriba se declaró qué significa perfectivo y sensitivo.



  ¶   2

Mas dirás: son sensitivos los de sentidos muy finos; estos padecen prontamente; quienes padecen prontamente son de carne blanda; estos son húmedos; por tanto, los sensitivos son blandos y húmedos; pero ahora se apuntaba que eran sensitivos los de carne dura; por tanto, si han de tener carne blanda, ¿cómo podrán tenerla dura?; en tal caso, los de carne blanda tendrían carne dura, lo cual es ridículo. Cabe decir que todos los blandos son sensatos, pero no se sigue que todos los sensatos sean de carne blanda; no en vano, es posible también que la buena percepción se deba a algo que no sea la blandura de la carne externa, pues las mujeres y los niños son bastante blandos y acusan un ingenio poco agudo, y los peces más blandos son también los más insulsos e indolentes; y es que la blandura de la carne no es la causa de la percepción fina, sino su señal, y su razón consiste en la medianía templada de los extremos. Por su parte, por sensitivos cabe entender dos tipos de personas: bien quienes tienen el sentido del tacto muy preciso, y estos serían siempre de carne blanda, o bien quienes tienen la agudeza mental dispuesta para discernir lo cierto de lo falso y lo bueno de lo malo, reconociendo por sí mismos la causa de que sea cierto o bueno o falso o malo, y estos no siempre tienen carnes blandas; por su parte, tal me parece la constitución de los héroes, y que así debieron de ser Ulises, Diomedes, Agamenón y los demás hombres que la Antigüedad pintó como héroes.



  ¶   3

El dato se ve condicionado por una cualidad, a saber, la carne dura y resistente al tacto, mas no árida, como la carne porcina magra y secada mucho tiempo con sal, que no como la ahumada, como las lenguas y las piernas del ganado. Como la sequedad puede venir del frío y del calor, define cuál es la sequedad y la solidez que cabe entender, y dice: quienes acusan carnes duras y colores fruto del calor, como el color impuro o sucio que se recensó en la descripción del fuerte, son de temperamento cálido. Por tanto, cuando veamos a alguien de carnes duras no diremos al punto que ha de ser cálido, antes bien, cabe observar también el color, que nos habrá de indicar si la dureza de la carne es efecto del frío o del calor.



  ¶   4

“Pues al existir, etc.” Esta es la segunda parte, que presenta la razón y la causa de la propuesta. Se divide en tres partes: en la primera se establece un antecedente, como más arriba se explicó; en la segunda se infiere, a partir del antecedente anterior, el teorema propuesto; en la tercera se sienta la causa propia. El sentido de la primera dice así: como en los hombres grandes de temperamento pituitoso los alientos se deplazan lentamente por efecto del frío, que suele ejercer un movimiento lento, resulta que nada valen para la sabiduría, esto es para la bondad y agudeza del ingenio; así pues, sea el antecedente: si los individuos grandes a quienes el frío, que no conduce al saber, y el consecuente desplazamiento lento de los alientos les han valido un temperamento acuoso y pituitoso son lentos, de ingenio imperfecto e insensibles, los grandes de temperamento cálido y seco serán perfectivos y sensitivos, consecuencia que transmiten estas palabras: “mas los grandes que se sirven de carnes secas y de colores fruto del calor, etc.”, esto es, los individuos grandes de carne dura y color acorde al calor predominante son perfectivos y sensitivos. He aquí, pues, la razón, el antecedente y el consecuente.



  ¶   5

La consecuencia se demuestra ab oppositis, dando por supuesto el principio aducido en repetidas ocasiones, a saber, que toda facultad natural es una medianía, consiste en la medianía, o no opera ni sale al acto sin una cierta medianía, luego el ingenio, como don natural que es, aun no siendo medianía ni consistiendo en ella su razón, no puede operar sin medianía, su primer instrumento; por su parte, esta medianía consiste en una armonía de los alientos y, como hemos dicho, un equilibrio de sustancia y movimiento; por tanto, si a lo largo y lento se opone lo breve y rápido, como el exceso al defecto, ambas combinaciones serán reprobables, de ahí que haya condenado más arriba una y otra: la larga y lenta por provocar la ineficacia del ingenio, y la breve y rápida por motivar la perturbación y confusición de los conceptos; por tanto, las combinaciones que caen entre las anteriores serán medias, buenas y loables, como la larga y rápida y la lenta y breve. Esta última la hemos estudiado en el tercer teorema relativo a la estatura; ahora se considera la otra: si la larga y lenta merece reproche por ser uno de los extremos, la larga y rápida, al ser una de las medianías, merece loa; así, a mi entender, la consecuencia resulta evidente.



  ¶   6

Por su parte, el razonamiento de Aristóteles no apoya toda su fuerza en el solo tópico de que los opuestos tienen condiciones opuestas, sino que aduce la causa desde las propias cosas, diciendo: en efecto, el exceso en la magnitud y calidez de las carnes y el color se pudo ver moderada para consumar; sentencia que, siguiendo al pie de la letra el texto griego, dice lo siguiente: la calidez de la carne y el color del cuerpo sirven de remedio al exceso de magnitud, de modo que los movimientos de los alientos se atemperan y moderan para la consumación de las operaciones del ingenio. Así pues, el siguiente razonamiento demostrará que los individuos grandes cálidos y secos son perfectivos: los individuos grandes cálidos y secos acusan una calidez del temperamento que corrige y compensa la magnitud del cuerpo, y si esta se inclina a la lentitud, el calor se inclina a la rapidez de los movimientos; quienes acusan semejante composición, el movimiento de sus alientos no es ni rápido ni lento; a quienes les sucede esto son perfectivos; por tanto, los individuos grandes cálidos y secos son perfectivos, que es lo que había que demostrar.



orig:   (72.7)

Así pues, quedan apuntadas las posibles perfecciones e imperfecciones de los cuerpos demasiado grandes y demasiado pequeños. 

  ¶   7

También quedó dicho más arriba que el autor de la traducción antigua siguió con tal fidelidad el orden de los términos y giros que no alteró o no se atrevió a alterar en lo más mínimo el orden y el sentido de los términos griegos, de modo que su discurso no fue tan bárbaro como sí prácticamente ininteligible. El corolario se deduce de lo dicho un poco más arriba a propósito de la estatura grande y pequeña, y su sentido dice como sigue: quedó apuntado la perfección o imperfección mental de los cuerpo humanos demasiado grandes o demasiado pequeños respecto al tamaño natural; en efecto, gozan de un ingenio perfecto los cuerpos grandes de temperamento cálido y seco, y los cuerpos pequeños de temperamento frío aquejan un ingenio muy tosco; de modo semejante, los pequeños de temperamento cálido tienen un ingenio precipitado y furioso, no perfectivo, sino completamente turbulento. Así se ha desarrollado hasta el momento la explicación a propósito de la estatura corporal, distinguiendo seis condiciones, dos simples, la grande y la pequeña, que acarrean un temperamento carnal moderado, y cuatro compuestas, dos loables y dos reprobables.



  ¶   8

Pero habrá quien se pregunte cómo es posible que un cuerpo cálido sea pequeño, o que uno frío sea grande, hablando del cuerpo humano, pues si es propio del calor dilatar y segregar, cuanto mayor sea el calor, mayor será la dilatación, y el cuerpo se extenderá más y se volverá más grande, de modo que, dentro de un mismo género, los individuos más calientes no podrían ser más pequeños; de modo semejante, es propio del frío congregar y constreñir, y lo constreñido y unido ocupa un espacio menor, luego los cuerpos humanos más fríos por costumbre habitual y natural será más pequeños. No obstante, Aristóteles afirma lo contrario, como también hace la experiencia, pues algunos animales de cuerpo muy pequeño, como las cantáridas, los bupréstidos y un cierto género de orugas, son muy cálidos y lastiman al contacto. Los individuos de género diferente no plantean duda, pues los más fríos pueden ser más grandes, al tiempo que los más cálidos se pueden ver superados: el álamo blanco es más frío, mucho más frío que el tomillo o el orégano oriental, mucho más bajos que el primero; asimismo, el que llaman tejo es mucho más cálido que la lechuga, no solo en su conjunto, sino también en cada parte más pequeña que la lechuga.



[Cuestión]

  ¶   9

Respondiendo a la objeción, cabe recordar que toda la fuerza agente actúa según la materia sujeta, y que la acción varía en razón del sujeto, como se echa de ver en el fuego, que reblandece la cera y endurece el barro. Así pues, como el mucho calor puede existir desde un principio en materia dura y seca o en materia húmeda y blanda, el que contase con materia blanda habrá de constituir un cuerpo grande y ejercerá su fuerza de extensión; por su parte, el calor que contase desde un inicio con materia seca y dura la calentará, cierto, pero en ningún caso podría extenderla, pues se lo impedirían la sequedad y la dureza. Así pues, resulta evidente que, dentro de una misma especie, tanto un cuerpo grande como uno pequeño pueden albergar un calor potente, pues una misma especie incluye cuerpos con materia más húmeda y más seca. Del mismo modo, nada impide conceder la posible existencia de un cuerpo grande y frío o pequeño y frío: no en vano, es grande lo que desde un principio goza de mucha materia bastante húmeda, difícil de constreñir, y es pequeño lo que alberga poca materia, luego necesariamente es menor. Ahora bien, si dos pedazos iguales de materia con idénticas cualidades pasivas afectasen uno calor y otro frío, no negaría yo que el cálido, más disperso, habrá de acusar una mole más grande que la fría, a menos que viniese a perder humor.



Apotelesma cxlix

Apotelesma cxlix    Mediocridad de tamaño y de carne en el cuerpo.

orig:   (72.8)

Por su parte, la condición intermedia es óptima y perfectísima para los sentidos, pues los movimientos, al no ser demasiados, alcanzan la mente, y al no ser pequeños, sobresalen; así pues, la estatura más perfecta para la consumación de los propósitos y para la percepción ha de ser la mediana. 

  ¶   1

También es este apotelesma uno de los que atañen a la estatura, y en este caso demuestra que la estatura mediana es la más adecuada para la acción y el conocimiento. Así pues, la sentencia dice como sigue: la estatura humana a medio camino entre la grande y la pequeña denota la gran aptitud para el conocimiento y la perfección para la acción; así pues, estos hombres valen tanto en las acciones como en las contemplaciones, luego ni son temerosos ni demasiado osados.



  ¶   2

Y añadiendo la causa de su propuesta, apunta a la abnegación de las consecuencias de la estatura demasiado alta o demasiado baja, y si bien es cierto que la traducción latina presenta alguna dificultad, no sucede lo mismo con el texto griego; en efecto, dice así: la causa de que la estatura media sea la más adecuada para las contemplaciones y acciones es que los movimientos de su sangre y sus alientos son moderados y templados. Y añade: en efecto, cuando los movimientos de los alientos no son demasiado grandes conducen al saber y ayudan a la intelección; en cambio, los demasiado grandes o demasiado pequeños exceden la medianía y, por tanto, son inútiles; de ello infiere que la estatura mediana, tanto a lo ancho como a lo alto, es la que mejor conviene al hombre para consumar las operaciones emprendidas y para reconocer y estudiar, esto es, para hacer lo bueno y reconocer lo cierto. Veamos ahora qué hay de cierto en ello; luego trataremos de demostrar el apotelesma en cuestión según la sentencia de Aristóteles.



  ¶   3

Pues bien, se dice que la naturaleza intermedia, esto es la estatura natural que se encuentra a medio camino entre la bastante grande y la bastante pequeña, es la más apta tanto para sentir como para actuar. Ciertamente es la mejor para los sentidos, en primer lugar, por una cierta conveniencia y analogía, pues el sentido es, en sí mismo, una cierta medianía, como consta en el tercer y el segundo libro del De anima; además, sabiendo que las sensaciones nacen de una cierta pasión perfectiva de los alientos, de ser estos demasiado lentos, como en los cuerpos grandes, la sensación será absorta, esto es, los alientos tardarán en alcanzar la primera sede de los sentidos; en cambio, de ser demasiado rápidos y precipitados tampoco se podría producir una buena sensación, pues las imágenes, turbadas, se confundirían entre sí y la fuerza sintiente no las podría juzgar con tino, fuerza sintiente que es la forma del primer sensor, como la fuerza visiva lo es del ojo y la fuerza de corte es forma y acto de la sierra. Así pues, resulta evidente que la estatura mediana es la más apta para el reconocimiento sensorial, luego la que no sea mediana será inepta; así pues, los individuos bastante grandes y bastante pequeños no gozan de un sentido exacto, luego tampoco de buen conocimiento, ni se puede decir que acusen un ingenio ni un juicio agudos, y es que cuando alguien acusa un sentido ágil con lo sensible y capaz de reconocer y juzgar con exactitud sus cualidades, su un intelecto también suele acusar una buena relación con lo inteligible, que capta, compone, divide y discurre prontamente. También son aptos para las acciones, pues al no aquejar un cuerpo pequeño no son precipitados, y al no tenerlo grande tampoco son demasiado lentos. Por tanto, es loable y buena la estatura corporal ajena a los extremos, la estatura intermedia, y ciertamente Horacio pintó dorada la mediocridad, y en verdad toda virtud consiste en la medianía.



  ¶   4

Ahora bien, en lo que a la acción respecta, ¿son los grandes mejores que los pequeños?, ¿más rápidos?, ¿más lentos? Me inclino a pensar que unos y otros merecen reprobación; no obstante, los bastante rápidos gozan de mejor fortuna, y acaso la celeridad resulta menos perjudicial que la lentitud; no en vano, a César su celeridad lo asistió en muchísimas ocasiones y le valió la victoria en la batalla, mientras que a Nicias lo perdieron la lentitud y la irresolución. Por tanto, la argumentación dirá como sigue: en un cuerpo humano de media estatura, los movimientos de la sangre y los alientos son moderados, no pecan por exceso ni por defecto; el cuerpo con una estatura de movimientos alentosos moderados goza de instrumentos muy perfectos para hacer cuanto haya que hacer, para contemplar, investigar y reconocer lo que quepa conocer; quien goza de estos instrumentos perfectísimos, con que puede hacer y conocer lo que debe, acusa un ingenio óptimo y perfecto y un buen juicio; por tanto, quien el de estatura mediana goza de un ingenio perfecto y un buen juicio.



  ¶   5

Así pues, la estatura media, si nada lo impide, parece ser señal cierta, por no decir patagnomónica, de la aptitud intelectual, pues el ingenio agudo y una mente exquisita rara vez se dan en un cuerpo demasiado grande o demasiado pequeño. Por su parte, en cuanto a las acciones se refiere, me parece más sencillo imponerse a un individuo grande que no a uno pequeño, pues el grande es más crédulo y fácil de engañar, mientras que al pequeño, de opinión cambiante, no se lo embauca tan fácilmente, no porque no crea, sino porque no presta atención a lo que escucha, ni el deceptor puede saber qué habría de persuadir o no, pues aquel no perdura en sus resoluciones, el afán del obstinado, un individuo lento e indolente, semejante a los bueyes, como el otro a las moscas.



Apotelesma cl

Apotelesma cl    Los dotados de un cuerpo desmedido y desproporcionado.

orig:   (72.9)

Los desmesurados son ladinos. Se asocian a la pasión y a la mujer, pues si los desmesurados son ladinos, los mesurados serán justos y valientes. 

  ¶   1

Es esta la última parte de este capítulo y del libro entero, y contiene, además de su único apotelesma, algunas enseñanzas muy útiles para el ejercicio de esta facultad. Se divide en cuatro partes: la primera contiene un único apotelesma, del que se infiere otro, y acto seguido presenta una enseñanza sobre la razón que permite reconocer la mesura y la desmesura; asimismo, las partes segunda y tercera contienen dos preceptos que atañen al juicio de manera muy común; en la última parte se enumeran los lugares en que debemos buscar las señales requeridas para la formulación de un juicio.



  ¶   2

Procedamos con la primera parte, que contiene dos cosas. La primera dice así: los hombres desmesurados son ladinos, pues quienes maquinan perfidias y obran con perfidia y zorrería muestran un cuerpo desmesurado, y las mujeres, que son pérfidas, también acusan un cuerpo desproporcionado. En primer lugar, cabe observar qué es un cuerpo proporcionado y uno desproporcionado; luego, cómo se asocia esta habilidad a la pasión; por último, en qué se basa la desproporción de las mujeres, y por qué existe. Llamamos hombres desproporcionados y asimétricos a aquellos cuyos miembros no guardan razón y proporción entre sí; por ejemplo, si la distancia entre la coronilla de un hombre y la planta del pie debe debe equivaler a la distancia que separa el dedo corazón de la mano derecha y el de la mano izquierda con los brazos extendidos en ángulo recto, cuando un hombre no conserve esta razón, como los jorobados, diremos que es desproporcionado. Asimismo, si se divide el cuerpo humano en diez partes, el espacio que va de lo alto de la coronilla hasta la punta de la nariz ha de ser equivalente al que va del extremo de la nariz hasta el final de la hendidura situada entre los huesos del cuello en el principio del pecho; la misma distancia queda comprendida desde aquí hasta el extremo del hueso que llaman ensiforme, y desde este hasta el ombligo, y equivale al que se extiende hasta el principio del miembro viril; este, en erección, suele alcanzar el ombligo; desde allí hasta el centro del hueso que llaman rótula va el doble, y desde aquí hasta el talón suele ir el triple. Esta es, pues, la razón longitudinal de los miembros.



  ¶   3

Esta proporción regular lleva aparejada una proporción irregular natural del cuerpo humano; así, el tramo que va de la coronilla a la punta de la nariz triplica el que va de la punta de la nariz hasta el final de la barbilla, y el que va desde la barbilla hasta la hendidura del pecho duplica el que va de la nariz hasta la barbilla; la mano es la décima parte del cuerpo y se encuentra en proporción sesquiáltera con el cúbito; asimismo, la distancia comprendida entre la parte superior de una mama y el extremo de la otra se corresponde con la que va desde allí hasta el extremo de la hendidura, y estos tres puntos dan en formar un triángulo equilátero. Del mismo modo, las partes del rostro, sede habitual de la belleza, que consiste en proporción o no puede darse sin ella, acusan esta misma razón entre sí; en efecto, el tramo comprendido entre el centro de las cejas hasta la punta de la nariz equivale al que va de la barbilla hasta el principio de la laringe, y el espacio que va del centro de las cejas hasta el ángulo externo del ojo se corresponde con el que va desde ese mismo ángulo hasta el principio de la oreja; el ancho de la frente, la longitud de la nariz y de la boca comparten dimensiones, como el semicírculo del ojo y el de las mejillas, y la longitud de la nariz duplica la profundidad de su extremo.



  ¶   4

Pues bien, estas razones y otras semejantes son las que observan los miembros del cuerpo humano, y al ceñirse a ellas producen belleza natural y proporción, luego se llaman proporcionados los hombres cuyos miembros corporales guardan una proporción natural entre sí, y se llaman desproporcionados los hombres cuyos miembros no guardan una proporción natural, como los cojos y los jorobados. Por su parte, son dos los posibles errores que se pueden derivar de la inobservancia de la proporción: en efecto, esta puede aparecer plenamente desdibujada y no presentarse nunca, en cuyo caso no merece el apelativo de hombre, sino de monstruo; también está la que solamente acusa imperfecciones, bien en todas las partes principales, bien en algunas, bien no en las principales; llamo principales a las necesarias para la existencia, y no principales a las que requiere el bienestar o el decoro. Así pues, con esto queda claro qué es la proporción y la desproporción de los miembros del cuerpo humano, y quién es el hombre proporcionado y el desproporcionado. La proporción de lo visible se reconoce mediante la vista, al igual que el oído advierte la de lo audible, pues va ligada al tamaño, al número y al movimiento; por tanto, así como el sentido reconoce de por sí la figura y la belleza, sabiendo que la proporción, como se ha dicho, es belleza, o al menos no carece de proporción, también la reconocerá el sentido. Esto mismo lo corrobora la experiencia, pues si alguien, aun no siendo arquitecto, entrase en una habitación o en un atrio, advertiría enseguida si la longitud es o no es proporcional a la altura o al ancho según el resultado le agrade o le disguste.



  ¶   5

Creo que aquí, por ladinos, entiende maliciosos, atentos y entregados a su solo beneficio. Suelen acusar una razón sumisa y solícita para con la afección y el apetito, muy capaz de atender a las afecciones; en efecto, no acusan interés por lo justo u honesto, y les basta con satisfacer sus deseos y beneficios. Acusan, por tanto, un cierto ingenio servil, agudo para lo pequeño y malo, vil y abyecto para lo grande y honesto; en cuanto a su temperamento, suele ser frío y melancólico con subdominio de una pituita densa pero ligada a la bilis amarilla. Aristóteles los asocia a la pasión, esto es, a la propia perfidia o a la apariencia y figura de quien obra con perfidia.



  ¶   6

Estas palabras admiten dos explicaciones. Una, propuesta por el Suesano, es común, y los asocia a la pasión de la perficia, esto es a la operación de quienes ejercen la perfidia; no en vano, aquel dice que cuando actúan con perfidia disponen el cuerpo sin armonía ni proporción, como se echa de ver en los zorros y gatos, que disponen su cuerpo de modo antinatural cuando taman insidias contra aves y ratones, contrayéndose unas veces y alargándose otras tantas, otras mostrándose consumidos, lánguidos y como muertos, y sabemos que la disposición de un muerto carece de armonía y simetría. Asimismo, cuando alguien quiere maldecir con perfidia, se encoge y constriñe el cuerpo, adoptando la disposición del jorobado. Por tanto, si quienes afectan o actúan con perfidia privan a su cuerpo de armonía y simetría, quien acuse tal disposición y tal inclinación a la perfidia tendrá un cuerpo desproporcionado, y quien tenga un cuerpo desproporcionado estará inclinado a la acción ladina y maliciosa. Pues bien, este es un modo de exponer este epígrafe, un modo común.



  ¶   7

El otro sugeriría la siguiente lectura: los desproporcionados son astutos; se asocian a la pasión, esto es, su cuerpo se asemeja a las operaciones que nacen del hábito de la perfidia; por su parte, resulta evidente que operaciones derivadas del hábito de la perfidia son desproporcionadas, pues son disonantes entre sí y contrarias a natura, bien porque la razón atiende al apetito, siendo ministra y sierva la que en verdad debería estar al mando, bien porque el ladino y pérfido no es coherente consigo mismo, y su interior no responde a su exterior: su rostro simula amor y respeto, pero su espíritu maquina insidias, actúa con envidia, ira o mala voluntad. Por tanto, si todo individuo ladino abusa de la razón porque es vicioso y malintencionado, sabiendo que, según Plutarco, quien abusa de la razón es irregular y, como dice Horacio, no es coherente consigo mismo, lo discordante carece de armonía y proporción, luego el pérfido aqueja desproporción.



  ¶   8

Asimismo, si la salud del cuerpo supone una cierta simetría o consiste en la proporción de los cuatro humores o de sus propios miembros, una salud óptima se fundamentará en una óptima proporción de los humores y de todo el cuerpo; por su parte, sabiendo que el cuerpo y el alma sufren a la par, si el cuerpo es absolutamente proporcional y simétrico, también será absoluta y perfectamente sano y gozará de una disposición conforme a natura; ahora bien, un cuerpo absolutamente sano y dispuesto conforme a natura también albergará un alma absoluta y completamente sana; un alma como esta goza de una disposición plenamente conforme a la naturaleza humana, luego se sirve de una razón recta; cuando alguien acusa tal cualidad es justo, prudente y viril; por tanto, el individuo proporcionado será viril, justo y valiente, y gozará de una disposición acorde a su naturaleza; por consiguiente, quien no sea valiente o justo aquejará desproporción, y el desproporcionado, a su vez, será pérfido e injusto, que es lo que había que demostrar.



  ¶   9

También cabe apuntar lo siguiente: quien aqueja desproporción carece de proporción, la disposición natural de las partes, razón y orden que hacen al hombre perfecto; por tanto, el cuerpo de un hombre desproporcionado carece de orden, razón y belleza, y cuando el cuerpo de alguien acusa esta falta de armonía y proporción, orden y razón, es probable que también su alma aqueje tal afección, y esta carecerá de proporción, razón y belleza, luego también de fuerza; así, este individuo albergará malicia y perfidia; por tanto, el desproporcionado es pérfido, y como la negación es la causa de la negación, la afirmación será causa de la afirmación. Pues bien, queda explicado por qué la pasión de los desproporcionados les vale el nombre de pérfidos.



  ¶   10

Aristóteles también los asocia a las mujeres, y su razonamiento dice así: las mujeres son pérfidas, y también desproporcionadas, luego los desproporcionados son pérfidos. De ello infiero lo siguiente: los de cuerpo femenino son ladinos, maliciosos e injustos. Yo conocí a ladrones y monederos de cuerpos plenamente femeninos, y un proverbio italiano tacha de pésimos hombres a los barbilampiños de voz femenina. Mas dirá alguno: si las mujeres son naturalmente desproporcionadas, son horrendas, y lo horrendo no se ama; en cambio, a las mujeres se las ama muchísimo; por tanto, no son horrendas ni desproporcionadas, y si son desproporcionadas, ello no implica deformidad. Asimismo, si la perfección de la mujer, en tanto que es mujer, tiene mucho de belleza, sabiendo que toda belleza implica una cierta armonía, ¿cómo vamos a decir que la mujer es desproporcionada? El ojo, por su parte, juzga al contrario: así, aun juzgando no desproporcionadas algunas de sus partes, como el rostro, el pecho y la parte delantera hasta el principio de las caderas y el pubis, tachará de inarmoniosas las partes posteriores, como el cuello, la nuca, la espalda y las espátulas; además, las nalgas, las piernas y los pies son pequeños. Así pues, si el cuerpo de la mujer no es desproporcionado de manera absoluta, sí lo es de manera relativa; no en vano, los cuerpos femeninos que más agradables resultan son los que más se asemejan al cuerpo masculino. Por su parte, cuando se dice: “si son desproporcionadas, son horrendas”, yo podría replicar que son horrendas de manera absoluta, esto es en comparación con la forma viril, y que también tienen partes corporales horrendas; ahora bien, su rostro y sus partes más agradables no son horrendas. Y cuando se dice: “si fuesen horrendas no se las amaría”, se podría negar la consecuencia, pues son muchas las cosas horrendas que se aman y agradan, como también apunta Horacio: que al amante ciego se le escapan los horrendos vicios de su amiga, e incluso le agradan, como a Balbino el pólipo de Agna 5-13; por su parte, muchas mujeres gustan y suscitan amor no por ser hermosas, sino porque se las ve como instrumentos de un riquísimio deseo.



  ¶   11

Por otra parte, ¿es cierto que son pérfidas? En efecto, a los pérfidos se los engaña con dificultad, y Horacio dice que las mujeres se dejan engañar fácilmente, cuando dice que son muchos los que embaucan a viudas ávaras 5-14, y no vamos sino tras aquello que creemos poder capturar. Ciertamente podemos responder que las mujeres son fáciles de engañar en los negocios y contratos de compraventa, pues no son demasiado expertas ni gozan de experiencia en estas acciones viriles; no obstante, valen mucho en sus oficios femeninos, en los placeres y en la maquinación de insidias contra sus maridos y allegados, pues son excelentes artífices de mentiras, vanidades, simulacioines y disimulaciones. Replicarás: si son crédulas, ¿cómo van a ser pérfidas? Y es que el crédulo se deja engañar fácilmente. En primer lugar, se responderá que no es extraño que se liguen males y vicios contrarios, pues hay quien es temeroso y osado, o pródigo y ávaro, como dice Aristóteles; asimismo, los hay iracundos y bastante dulces, luego no es de extrañar que los haya astutos y crédulos, como se echa de ver en muchos hombres rústicos que maquinan ineptas perfidias y toscas maldades. En segundo lugar, se puede decir que las mujeres son pérfidas a la hora de buscar su propio beneficio, pero son crédulas cuando escuchan y cuando tratan de asunton en que les falta habilidad y experiencia. A mí me parece que son semejantes a los cortaplumas: estas, como parece que cortan muy bien, se aplican a las plumas y cosillas suaves, pero de nada valen con la madera sólida como el roble o la encina; asimismo, las mujeres son pérfidas en las vaguedades y en las cosas pequeñas, pero se quedan estupefactas frente a las grandes, graves y bastante serias, como los ojos del martinete al sol. Por último, no se ha de creer que las mujeres sean crédulas de manera absoluta, pues me parece que no lo son a menos que sientan amor, sean inexpertas o acusen un hábito contraído en su infancia. Lo dicho puede confirmar que son pérfidas y prontas a la simulación.



  ¶   12

Ahora bien, ¿por qué se dice que son pérfidas y maliciosas? Aristóteles lo justifica diciendo que aquejan una razón inválida y un arbitrio deliberativo manco y débil; así pues, cierto es que usan la razón, pero una mala, luego no aplican una razón recta a sus deliberaciones y acciones; por su parte, una acción privada de la recta razón deliberativa y de elección se denomina viciosa, mala e injusta; por consiguiente, las mujeres, que no se sirven de una razón recta, se exceden o se quedan cortas en sus operaciones: cuando se exceden son pérfidas, cuando se quedan cortas, imprudentes y dementes; por tanto, son pérfidas y maliciosas como las zorras, que no obstante terminan cayendo atrapadas en las redes de los hombres. Por su parte, las mujeres parecen aquejar una razón imperfecta, pues son desproporcionadas; a su vez, su cuerpo acusa desproporción a juicio del sentido, como se deja confirmar, pues si los hombres, en tanto que son hombres, tienen un cuerpo proporcionado, las mujeres, que por ser mujeres no pueden ser hombres, han de tener cuerpos y unas operaciones del alma desproporcionados, y estas operaciones parecerán ajenas a la recta razón. Además, también se puede argumentar como sigue: si el hombre, en tanto que es hombre, tiene un cuerpo proporcionado, aquello que no lo tenga proporcionado no será un hombre, luego será un no-hombre; la mujer, por su parte, es un no-hombre; por tanto, tiene un cuerpo no proporcionado, pues si la mujer de la especie humana tuviese un cuerpo proporcionado, partiendo de que este era el viril, la mujer tendría un cuerpo viril y no sería una mujer.



  ¶   13

Esta es, a mi entender, la explicación y demostración del postulado aristotélico, que dice que los desproporcionados son pérfidos y se asocian a la pasión y a las mujeres. De esto infiere otra conclusión, casi a contrariis, como más arriba se apuntó: cuando la afirmación es la causa de la afirmación, la negación también es la causa de la negación, y no de otro modo; luego si la desproporción es la causa de que el hombre sea inteligente y pérfido, la proporción será la causa de la prudencia, la justicia y la virilidad que aquí ha llamado valentía; por tanto, ser proporcionado o desproporcionado no solo es la causa del reconocimiento, sino también de la existencia pues, como he dicho, la mesura consiste en la proporción, la razón y el orden de las partes del cuerpo entre sí. Así pues, el cuerpo humano proporcionado es perfecto, y su alma acusará esta misma proporción y perfección, pues el alma orgánica es la perfección del cuerpo; por su parte, la razón perfecta lleva aparejado el sentido de la justicia, y no terminan de merecer el nombre de hombres quienes carecen de ella. Pues bien, resulta evidente que los postulados de Aristóteles son ciertos, y por qué.



Enseñanza i

Enseñanza i    Cómo se reconozca el tamaño comedido del cuerpo y el desmedido.

orig:   (72.10)

Por su parte, conviene reconducir la relación de la proporción al buen movimiento y buen nacimiento de los cuerpos, y no a la forma del macho, como se ha dicho en un principio. 

  ¶   1

Puesto que la proporción y la desproporción se juzgan en comparación con lo que, dentro de un mismo género, es punto de referencia, casi metro o regla de todo lo que ese género comprende, ahora enseña cómo es el cuerpo humano en función del cual juzgamos el resto más o menos proporcionado. Así pues, la sentencia de Aristóteles dice como sigue: quien quiere opinar sobre la proporción o desproporción del cuerpo de algún ser humano ha de comparar el cuerpo que pretende juzgar con un cuerpo bien móvil y bien constituido, esto es, bien organizado y apto para la perfecta y exquisita consumación de sus movimientos y funciones. Este es, a mi entender, el significado que aquí toma el giro ἐναγωνίαν καὶ εὐφυΐαν, a saber, armonía en las acciones y el movimiento, que no sencillamente un buen movimiento, y cuando se dice “al buen nacimiento”, yo entendería destreza, εὐφυΐαν y un hábito corporal bueno y natural, siempre en referencia a la razón del cuerpo con que se establece el cotejo; además, entendería que este es el sentido de la primera palabra del par, que denota la disposición del cuerpo en tanto que sede orgánica del principio de los movimientos y las acciones; la segunda palabra del par, a su vez, se volvería a referir a él en tanto que cuerpo homogéneo, al menos según el sentido, soporte de la natural constitución de la carne y los colores, pues esto es, entre otras cosas, lo que significa εὐφυΐα. Brevemente, todo esto parece significar lo siguiente: al reconocer y juzgar un cuerpo proporcionado y desproporcionado no caben comparaciones o reducciones al género masculino o al femenino, antes bien, uno se ha de procurar un cuerpo humano de disposición plenamente conforme a natura, tanto en el uso de los miembros como en hábito y constitución, y comparar con este el objeto del juicio, pues lo que goza de una organización y constitución plenamente afín a natura se denomina propiamente metro, regla e índice de los demás individuos de su mismo género.



  ¶   2

Mas habrá quien replice: ¿por qué no reconducimos el cuerpo proporcionado a los hombres y el desproporcionado a las mujeres, si vemos que todas las mujeres son absolutamente desproporcionadas, aun cuando gozan de una disposición natural? Y nuevamente: ¿acaso no se ha dicho hace poco que el cuerpo de las mujeres es desproporcionado en comparación con el del hombre, algo que también juzga la vista por sí misma? Mas cabe responder que el cuerpo viril resulta tan desproporcionado en comparación con el femenino como el femenino con el viril, pues son dos cuerpos de género distinto y, por tanto, también acusan imágenes y medidas diferentes. Pues bien, así como no usamos la misma medida para el grano y el campo, si no es con alguna analogía, tampoco compartirán una sola el cuerpo viril y el femenino, antes bien, el cuerpo viril tiene sus medidas propias que, de aparecer todas en una mujer de manera absoluta, no la harían ni perfecta ni hermosa, y en sentido inverso, los ornamentos y encantos del cuerpo femenino no se alabarían en un cuerpo masculino: las mujeres piden boca pequeña, rostro redondo, cuello largo y delicado, pies pequeños y redondos, cosas que no pide el hombre. Además, para comprender que requieren cuerpos diferentes basta recordar que el hombre y la mujer acusan costumbres y acciones diferentes, y una belleza y un decoro completamente distintos, como también atestiguaba Aristóteles en la Politica, al explicar que el hombre y la mujer no comparten una misma fuerza ni, por tanto, una misma perfección ni un mismo acto del cuerpo, luego tampoco un mismo cuerpo, pues los cuerpos diversos suelen acusar actos diversos, y los cuerpos semejantes, actos semejantes. Esta parece ser, pues, la sentencia de este documento.



  ¶   3

Por su parte, todo animal reconoce de de por sí y naturalmente lo que es perfecto y bueno dentro de su género, aunque luego cada individuo prefiera lo que es bueno y perfecto para él antes que de manera absoluta. En cuanto a la objeción, a saber, que más arriba se había dicho que el cuerpo de la mujer era desproporcionado y el viril proporcionado, cabe saber que la medida del cuerpo humano y de su género se puede tomar de dos maneras: una, de manera absoluta, y con este criterio no se dan dos cuerpos semejantes, pues nada hay que sea bueno en todos los aspectos; dos, de manera relativa, y así se dice que el hombre está más proporcionado que la mujer, pues el cuerpo masculino, de manera absoluta, está más próximo a esta medida que el cuerpo femenino; de ahí que se diga, de manera impropia, que el cuerpo viril es proporcionado y el femenino desproporcionado. Así pues, de manera absoluta, ambos son desproporcionados; en comparación, el masculino es proporcionado, no así el femenino.



Enseñanza ii

Enseñanza ii    A qué se deban todas las señales con que nos formamos un juicio.

orig:   (73.1)

Por su parte, parece razonable que todas las señales mencionadas se asocien a la apariencia conveniente tanto del macho como de la hembra, pues suponen una dicotomía perfecta, y se ha demostrado que el macho es más justo y valiente que la hembra, y por decirlo de manera general, mejor que ella. 

  ¶   1

Se ha dicho que Aristóteles expuso cuatro cosas en esta última parte; ya se ha tratado una de ellas; pasa ahora a la segunda enseñanza, en que explica cuatro cosas. La primera responde a una tácita objeción, motivo de sus palabras. En efecto, alguien podría replicar: dices ahora que el juicio de la mesura no se ha de reconducir ni al macho ni a la hembra, pero más arriba lo afirmabas. Él responde, y dice que todas las señales mencionadas, con la salvedad de la mesura y la desmesura, se pueden contrastar con el macho y la hembra, de modo que todas las propensiones o inclinaciones y disposiciones a las costumbres y operaciones de los individuos de la especie humana pueden convenir más con el hombre o la mujer.Por su parte, parece razonable etc.



  ¶   2

Esto es: aunque he dicho que el apotelesma anterior no se ha de contrastar con el hombre ni con la mujer, no descarto su posible contraste con ellos, si bien es cierto que con menos propiedad pues, como he dicho, se trata de dos cuerpos diferentes comprendidos bajo una misma especie y completamente diferentes entre sí. Ahora bien, privilegiando al macho, diremos: en cualquier contraste, una parte tiene la razón del hábito y de lo mejor, como el blanco y el calor, y la otra parte tiene la razón de la privación y de lo peor, pero el color negro y el frío no son, de por sí, cualidades menos táctiles que el color blanco y el calor; asimismo, cierto es que la mujer es, de manera absoluta, más imperfecta y menos armoniosa que el hombre, pero en su estado es igualmente perfecta que él, al igual que un perro, un elefante, un buey y un lobo son tan animales como un ave o un pez.



  ¶   3

En segundo lugar, expone dos principios del reconocimiento a que se han de reconducir todas las señales fisionómicas; uno es la apariencia conveniente, y el otro, la dicotomía entre la mujer y el hombre. En efecto, cabe apuntar que el fisiónomo se propone como fin la virtud y el vicio, la bondad y la maldad, esto es, la natural inclinación a estas cualidades y a las acciones que nacen de ellas, y busca reconocer esta inclinación natural al bien o al mal que se advierte en los hombres, luego usa las señales mencionadas como medios con que llegar a sus conclusiones; por su parte, todas estas señales se reconducen a dos principios como términos universalísimos, los más conocidos de todos, a saber, la apariencia conveniente y la dicotomía entre el macho y la hembra. En efecto, todo lo que universalmente se juzga conveniente para el hombre, testimonio de su disposición conforme a natura, son señales de la bondad. Así, por ejemplo, parece convenir al hombre masculino llevar la cabeza erguida, tener un cuello grueso, una boca grande y ancha, manos grandes y pies grandes; así pues, como parece que esto conviene más al macho que a la mujer, y son cualidades propias del macho la osadía, la valentía y el vigor, cuando alguien acuse tales cualidades diremos que es osado y robusto. Por el contrario, como una boca pequeña, unas manos y unos pies pequeños parecen convenir más a la mujer que al hombre, cuando viésemos a un hombre con manos y pies como estos, sabiendo que son cualidades propias del alma femenina el temor, la perfidia y la avaricia, cuando advirtiésemos en un hombre estos miembros, propios del cuerpo femenino o semejantes a ellos, diremos que este hombre aqueja en el alma vicios femeninos, o al menos una propensión a esos vicios naturales de las mujeres. Este es el primero de los dos principios y fuentes universalísimos en que se basa toda esta ciencia conjetural, pues el procedimiento debe partir de estos para, por medio de las señales, llegar al juicio de la virtud y del vicio.



  ¶   4

El otro principio es el reconocimiento de la dicotomía entre el macho y la hembra, reconocimiento que parece inculcado naturalmente en todos los géneros, pues incluso los peces macho reconocen a las hembras de su género, y lo mismo las aves y los insectos. No en vano, la relación que guardan las dos partes de un individuo, la derecha y la izquierda, también la guardan, a mi parecer, el hombre o el macho y la mujer; asimismo, la parte derecha no ignora a la izquierda, o viceversa, antes bien, lo más familiar y doméstico para cada una de ellas es, precisamente, la parte contraria, y del mismo modo, al macho nada le resulta más familiar que la hembra, y viceversa, pues uno parece ser la media parte del otro, como dijo Platón. Pues bien, como esta dicotomía entre el macho y la hembra resulta muy evidente, también se han de reconocer muy fácilmente los matices que la sientan y, por tanto, también este puede ser un principio para el reconocimiento. Así pues, si las partes, cualidades y figuras de las mujeres se vienen a advertir en un hombre, reconduciéndolo al género femenino, diremos que este hombre es propenso a las costumbres o a las afecciones femeninas del espíritu; si alguien tiene la boca y los hombros de muchacha, diremos que está inclinado a la perfidia, que es temeroso y mendaz, pues al recordar a la mujer con su cuerpo, es probable que también se le asemeje en espíritu.



  ¶   5

En tercer lugar, aduce la razón de su postulado, a saber, que todos los individuos de la especie humana caen en la dicotomía entre macho y hembra, y dice que se trata de una dicotomía perfectísima de una especie especialísima, pues todo animal que no conoce generación espontánea, esto es que no se genera por azar, mutilación o putrefacción de la materia, sino mediante una semilla, es necesariamente masculino o femenino, luego no hay individuo que escape a esta separación. Se denomina perfecta la dicotoría que divide al sujeto universal en dos partes, dos partes que, conjuntamente, comprenden la totalidad de los individuos, no así separadamente, pues los individuos de una parte nunca pueden estar en la otra. Esta es, pues, la que llaman dicotomía perfecta. A su vez, ya se ha apuntado en qué sentido la especie especialísima contempla un cierto rango y de qué manera sus mitades masculina y femenina gozan de cualidades diferentes.



  ¶   6

En cuarto lugar recuerda lo que ya había explicado en el capítulo noveno, a saber, que el macho es más valiente y justo que la hembra y, en suma, sencillamente mejor. No en vano, como se apuntó, sabiendo que el macho y la hembra acusan la razón de los opuestos, y que en todos los opuestos uno tiene la razón de lo mejor y el otro la de lo peor, uno la del hábito y el otro la de la privación, como insinuó Aristóteles en el primer libro de la Physica, un sexo ha de tener la razón de lo mejor y el otro la de lo peor. En efecto, toda generación viene de un macho y una hembra; la generación, a su vez, se produce por contrarios, y se admite generalmente que, entre los contrarios, el macho es mejor; así pues, el sexo femenino tendrá necesariamente la razón de lo peor. Por su parte, es evidente que el sexo viril es mejor, pues también es más robusto, osado y apto para la acción y la contemplación, y son muy pocas las mujeres que, en comparación con los hombres, hayan sobresalido en las acciones o las contemplaciones, y cuando se da el caso, se dice que no son mujeres, sino monstruos, y que quedan al margen del sexo femenino; por su parte, las mujeres que actuaron con heroísmo, como Semiramide, Pentesilea, Atalanta y otras de nuestro tiempo, acusaron impudicia, crueldad y otros enormes vicios, con la sola excepción de Zenobia.



Enseñanza iii

Enseñanza iii    De qué modo algunas señales sean más firmes y claras, y otras menos.

orig:   (73.2)

Por su parte, siempre que se eligen las cualidades, hay unas señales declaran al sujeto de manera más manifiesta que otras; por su parte, las señales más manifiestas son las que se encuentran en los lugares principales. 

  ¶   1

Es también esta una enseñanza universal, que nos enseña a reconocer las señales más y menos potentes, más y menos dignas de confianza. El sentido es como sgiue: de entre las señales del hombre, unas declaran más la naturaleza del sujeto en que se encuentran, y otras menos. Al explicar cuáles son las que la declaran más, apunta a las que se encuentran en los lugares más principales; así pues, se dice que unas señales son más significativas que otras en función del sujeto en que se encuentran. Ahora bien, considerándolas en sí mismas, unas señales resultan más evidentes y necesarias; en efecto, las que se originan en la formación primera y ocupan las partes principales, donde se advierten, merecen más atención que las referidas a los colores; no en vano, las voces y la marcha declaran la naturaleza de quienes las acusan mejor que los colores de la piel o de los cabellos.



  ¶   2

Por su parte, para confirmar que otras señales describen al sujeto en que se encuentran con mayor certeza que otras basta recordar que unas señales existen por causa externa y otras por causa interna: las que existen por causa interna declaran mejor la naturaleza de la cosa; asimismo, de entre las que provienen de causa interna, unas están por accidente y otras por sí mismas, y de las que están por sí mismas, unas, que se vuelven con su sujeto, lo hacen de manera universal, y declaran al máximo la esencia de la cosa y la naturaleza de la especie; otras, en cambio, son privativas del individuo, y denotan sus inclinaciones propias. Por tanto, si unas señales están más ligadas a la esencia y la sustancia de aquello que señalan, y otras lo están menos, sabiendo que las más ligadas declaran mejor la naturaleza de la cosa, y las que menos la denotan peor, es evidente que algunas señales denotan la naturaleza del sujeto mejor y otras peor. Por su parte, para demostrar la existencia de una vía entre las señales y el señalado, entre los accidentes y el reconocimiento de la sustancia, basta recordar, además de lo que dejó escrito Aristóteles en el segundo libro del De anima, que existe una vía innata que nos permite partir de lo más conocido y manifiesto hacia lo reconocible y manifiesto para la ciencia; por su parte, entre lo conocido y manifiesto se suelen contar los accidentes, en contraste con las sustancias; por tanto, existen motivos para proceder partiendo de los accidentes sensibles, como cosas conocidas para nosotros, hacia el reconocimiento de las potencias y facultades que nos resultan desconocidas pero son reconocibles para la ciencia.



  ¶   3

“Por su parte, las señales más manifiestas son etc.” Esto es: por su parte, se tienen por más ciertas y merecedoras de toda confianza las señales de los lugares más principales y que dependen de la razón y esencia de las partes sujetas en que existen. Los lugares, partes o miembros principales parecen ser los que hacen de instrumentos inmediatos y primeros para las operaciones principales; se denominan operaciones primeras y principales de cualquier compuesto aquellas que nacen de la facultad que llaman razón y forma primera del compuesto. Pues bien, pues, la primera y principal operación de un animal, en tanto que es animal, es el propio sentir, pues es la energía de la facultad sensitiva, razón primera y forma del animal en tanto que es animal; por su parte, la del hombre, en tanto que es hombre, consiste en obrar según la recta razón; esta recta razón es la virtud en honor de la cual ha nacido el hombre, pues dice Alejandro que los hombres han nacido para obrar según la virtud y vivir según la recta razón; por tanto, el miembro más principal del hombre será el que más emplee el hombre cuando obre según la recta razón, y se trata del corazón o la cabeza. Además, los miembros principales parecen dividirse en dos géneros: unos son necesarios por suposición, como los que se requieren para las obras más comunes, por ejemplo, el estómago, el hígado y la boca, pues estos están muy alejados del propósito del hombre; los otros son necesarios de manera absoluta, y atañen al propósito máximo, por ejemplo, el corazón y el cerebro, o una cierta porción del cerebro que lleva al hombre a vivir según la razón o a obrar por la razón que constituye su propia forma. Ahora bien, si el hombre viniese a servirse de la cabeza, de los ojos o del corazón como instrumento primero y principal para entender o para obrar según la razón, también las señales de la cabeza, los ojos o el corazón explicarían mejor cómo es el hombre, y de entre las señales de la cabeza lo harían especialmente bien las que van aparejadas a la esencia de la facultad o inclinación que tratamos de reconocer.



  ¶   4

Así, por ejemplo, se da por señal cierta de temerosidad en el hombre cuanto sigue a la causa de la disposición cuya energía es el temor y temer; si esta causa es el frío en el corazón y en el pecho, sabiendo que este mismo frío que produce la propensión a temer también provoca un pecho lampiño y estrecho, extremidades pequeñas y pelos delicados y blandos, diremos que esta señal denota plenamente el temor; por tanto, se tendrá por señal principal de la propensión del hombre al bien o al mal, esto es a la virtud o al vicio, la que se dé en las partes principales y se produzca por las mismas causas que llevan en su naturaleza inclinar las facultades naturales a actuar o padecer de un modo determinado o del contrario; pues bien, estas señales se denominan propias y patognomónicas, y desde estas nos es posible llegar a las causas, y de las causas al reconocimiento de la inclinación, y de esta a la costumbre y operación. Así se justifica que fundamentemos nuestro proceder en las señales.



  ¶   5

Cabe advertir, a su vez, que el alma parece contar tres operaciones principales, a saber, vegetar, sentir y entender; a su vez, la vegetativa se ocupa, principalmente, de tres cosas, a saber, nutrir, aumentar y reproducirse, sede del origen de la vida, de ser perfecta en género y no estar limitada ni mutilada en especie; además, la nutrición requiere muchas operaciones previas, como digerir, atraer, expeler y asimilar. Dicho lo cual, cabe considerar que cada operación viene ejercida por la propia facultad, y que esta, a su vez, se encuentra en el cuerpo a modo de forma; cabe considerar también que el cuerpo o un miembro es el órgano de esa facultad, y que este cuerpo, en tanto que está formado por semejante facultad, habida cuenta de su determinada disposición, acusa algunas señales que llaman necesarias y demostrativas de las cualidades del sujeto, y en virtud de lo cual adoptó una forma cuya afección y disposición lo volvió órgano de la digestión, esto es, estómago; siendo así, pues, goza de la facultad de digerir, que ser conoce como forma de aquello cuya operación es digerir; este estómago puede tener una capacidad y un calor mayor o menor, de modo que puede ser velludo o lampiño, y acusar una disposición u otra.



  ¶   6

Así pues, si quisieses reconocer en general la fuerza vegetativa, deberías contemplar sus instrumentos principales y las señales que acusan esos instrumentos, tanto de por sí como en tanto que son instrumentos de esas operaciones. Lo mismo cabe decir del alma sensitiva, pues algunas de sus funciones son internas y otras externas, y al igual que la observación de la naturaleza del ojo, de su estructura, su disposición y sus señales permite reconocer la virtud o el vicio de la potencia visiva y su modo de ver, también podrás reconocer la disposición de las potencias internas por medio de los órganos, y la de los órganos por medio de sus accidentes necesarios. Del mismo modo habrías de proceder si quisieses formular un juicio a propósito de la fuerza apetitiva o motora. Ahora bien, existen bastantes dudas acerca del intelecto pues, como se dice en el tercer libro del De anima, este no es acto de ningún cuerpo, sino que consuma sus cometidos propios por medio de todo el cuerpo; por su parte, es probable que los instrumentos condicionen las operaciones, y que las operaciones principales requeridas para la consumación de alguna operación universal o común condicionen la operación universal. Así, por ejemplo, si la nutrición requiere la digestión, la atracción, la asimilación, la aposición y la expulsión de los excrementos, en caso de que algunas de estas operaciones aquejase un vicio, toda la nutrición se vería perjudicada, ya que un compuesto no puede prescindir de la naturaleza de sus principios, y cuanto viene de la tierra y acusa el dominio de la tierra han de presentar muchas cualidades terrestres, pues todo lo generado atestigua la naturaleza de sus orígenes.



Enseñanza iv

Enseñanza iv    Zonas de las señales en el cuerpo humano, y cuáles de estos sean de mayor o menor eficacia.

orig:   (73.3)

Por su parte, el lugar más principal es el de los ojos, la frente, la cabeza y el rostro; el segundo, el del pecho y los hombros; seguidamente, el de las piernas y los pies; el del vientre, por su parte, es el de menor valor. Estos lugares, por así decirlo, demuestran señales muy evidentes en que también se advierte el decoro de mucha prudencia. 

  ¶   1

Ahora nos expone Aristóteles el orden de los lugares, y declara cuáles son los más principales, y cuáles menos, y finalmente aduce un precepto con que poder reconocer un lugar principal mediante los no principales. Esta parte se divide en dos secciones: la primera contiene la enumeración y el orden de los cuatro lugares que nos proporcionan las señales para juzgar, lugares que llaman sedes de las señales; la segunda parte contiene el precepto con que poder reconocer la prestancia y excelencia de los lugares.



  ¶   2

Aristóteles llama lugar muy principal al que alberga las señales de los ojos, la frente, el rostro y, al fin, la cabeza. Hemos llamado principal al lugar con señales derivadas de las causas de aquellas pasiones cuyo reconocimiento perseguimos; ahora cabe estudiar por qué es este un lugar muy principal. Cabe suponer, pues, lo advertido más arriba, a saber, que el fisiónomo persigue principalmente las inclinaciones del hombre a la virtud y al vicio, los bienes y males del hombre en tanto que es hombre; ninguno de estos existe sin elección o contemplación, donde existen también existe la razón, buena o mala, cierta o falsa; así pues, las señales del vicio y de la virtud aparecerán principalmente en los lugares donde la razón y el intelecto suelen ejercer sus operaciones, o al menos sus principios, que son los sentidos; esto, a su vez, sucede primeramente junto a los ojos; por tanto, el primer lugar que hemos de contemplar serán los ojos. Así, el razonamiento dirá como sigue: cabe contemplar con mayor atención el lugar que mejor indica la inclinación a la virtud y al vicio; se trata del ojo; por tanto, este es el que merece más contemplación.



  ¶   3

La mayor queda clara a la luz de lo anterior, y es que este lugar es bastante principal. La menor se demuestra porque la ira y el pudor, el temor, la felicidad y el dolor se muestran al máximo en los ojos, que cambian y adoptan muchísimos matices ante el cambio y la alteración de las afecciones. Ahora bien, cabrá preguntarse cómo es que las operaciones de la mente, o las que no se dan sin la mente, se muestran en los ojos, pues si la mente humana es el acto de todo el cuerpo o bien de nada, ¿por qué se habrían de advertir las señales de sus operaciones o inclinaciones en los ojos, o en ellos más que en cualquier otra parte? Se responderá lo siguiente: acaso convenga entender que quien obra con razón, buena o no buena, entiende necesariamente, y quien entiende especula con fantasmas, que encuentran en la fantasía, facultad situada en la parte anterior de la cabeza, luego son muchos los alientos del corazón que se dirigen y ascienden a esta zona, alientos que generó y consumó la pasión que ocupa el corazón; sobre la parte anterior de la cabeza se encuentra la frente, que lleva ligados los nervios ópticos, que llaman origen de los ojos; por consiguiente, cuando especulamos fantasmas y nos dedicamos a la intelección y contemplación, los nervios ópticos se ven afectados, luego también los ojos; así pues, el ojo puede dar señal cierta de las afecciones de la mente, no por ser sujeto o instrumento de la mente, sino porque los alientos que atienden a los fantasmas se dirigen hacia él y, según se dice, se instalan junto a los orígenes de la visión; por tanto, hay razones para denominar principalísima a la zona de los ojos. Hay otra razón que le valdría el mismo nombre, y es que el ojo da a conocer la cualidad de los alientos, la constitución y el temperamento natural de los humores, y especialmente los del cerebro: también se puede denominar parte principal de un animal aquella que da a conocer la naturaleza y las inclinaciones de la facultad sensitiva, luego también será principalísima la que permita reconocer la naturaleza del sentido, y la más principal de todas será la que resida en la facultad sensitiva; se trata de la facultad visiva, cuyo instrumento principal y propio es el ojo; así pues, no es de extrañar que el ojo ocupe el primer puesto en los tratados de fisionomía pues, quitando el color y las cualidades tangibles, se trata del principal reflejo del movimiento, el reposo, el tamaño, la figura, la posición y el el tamaño, todo lo cual suele ser útil a la hora de formular juzgar y proporcionar señales.



  ¶   4

Tras los ojos viene la frente, pues es índice de los movimientos del espíritu, y su nombre, frente (lat. frons), le viene de demostrar (lat. praesefert) las afecciones del espíritu pues, como dice Plinio, es ella la que denota la tristeza, la severidad, la clemencia y la hilaidad. Cabría considerar igualmente la razón aducida poco más arriba, a saber, que mientras el alma se sirve de los alientos para contemplar los fantasmas, materia de todas las pasiones y conceptos, en torno a la cual se agitan los alientos de diversas maneras, también los alientos se mueven y mueven las partes contiguas y circundantes, luego también los principios de los músculos de la frente; así, pues, cuando alguien está muy pensativo y considera tristezas mayores o menores, la frente lo mismo se le contrae que se le estira, pues sigue al espíritu y a sus movimientos.La tercera es el rostro



  ¶   5

Por rostro entiendo las mejillas, la boca, los labios, la nariz, la barbilla y cuanto caiga entre los ojos y la barbilla. Veremos que al rostro también lo afectan las pasiones del alma: cuando alguien teme, su boca y sus mejillas pierden el color, y se le ruborizan cuando siente vergüenza. Aduciremos la misma causa, a saber, que la máxima acumulación de espíritus se dirige continuamente al rostro y a la cabeza. Además, el diseño que la naturaleza otorgó al rostro parece haber sido concebido para que los hombres se distingan entre sí, luego con razón acusa señales de las diversas inclinaciones que se suelen advertir en las almas de los individuos, voluntades e inclinaciones diversas que confieren a los espíritus de los individuos particulares una variedad no menor que la que los rostros humanos toman de las cualidades de los colores y rasgos.



  ¶   6

Por último, se sigue la cabeza entera, pues comprende todo lo anterior de manera unitaria, cuyo reconocimiento distinguido resulta muy evidente a la naturaleza y, por consiguiente, a nosotros nos llega tras el reconocimiento de las partes; sus cualidades más relevantes son el tamaño, la figura y el movimiento. Asimismo, las señales que nos proporcionan argumentos nos vienen de diez fuentes, y todas ellas se encuentran en la cabeza o en sus partes. El color de los ojos, del rostro y de los cabellos. El olor, pues tanto las cualidades del olor de la boca y la cabeza como la diversa reacción de los individiuos a toda una variedad de olores permitirán predecir también diferentes cualidades del ingenio del individuo en cuestión. Una voz particular denota unas disposiciones precisas de lo que sucede en el corazón. Los diferentes sabores peregrinos que percibe nuestro gusto, sabores que emergen de las cualidades de los humores, orientan nuestro juicio del estómago y de todo el hábito natural. Las cualidades táctiles de la cabeza, a saber, del occipucio, de la parte delantera de la cabeza, de las mejillas y de la frente, como de tantos otros lugares, dicen mucho de la naturaleza del hombre y de la disposición tanto del cuerpo como del espíritu. Hemos visto que el fisiónomo contempla el tamaño grande y pequeño de la cabeza, del rostro y de los ojos. Su figura y conformación, según sean afines o contrarias a natura, denotan muchísimas cosas. Tampoco se despreciará la disposición y cualidad del movimiento y del reposo de la cabeza humana, pues vemos que los cogitabundos severos tienen una cabeza quieta, mientras que los vanos y airados la agitan. También cabe contemplar el número de las partes, su exceso o falta, pues quienes por naturaleza cuentan con un solo ojo, o tienen muy pocos dientes, o muchos, o son sordos o duros de oído, nunca gozarán de buena opinión entre los hombres, como sí lo harían de no faltarles ningún miembro natural y de acusar cada afección según la disposición y el uso natural. Así pues, creo que a la luz de esto está bastante claro cuál es el lugar principalísimo, y que se encuentra junto a los ojos, la frente, el rostro y la cabeza.El segundo lugar, el del pecho y los hombros.



  ¶   7

El segundo género de señales lo atribuye Aristóteles al pecho y a los hombros, pues los de pecho amplio o estrecho, carnoso o no carnoso, velludo o lampiño, acusan diversas disposiciones a la ira y al deseo, al temor y a la osadía. La causa de que se atribuya al pecho y al metafreno o a la espalda el segundo lugar de las señales es que contienen y abrazan el corazón; así pues, según sean las cualidades de estas partes, así nos imaginaremos la naturaleza y disposición del corazón; no en vano, el corazón es el miembro principal, y de él dependen los miembros que lo rodean, luego con razón deben convenir y mostrarse conformes con él.



  ¶   8

Mas habrá quien, siguiendo la sentencia de Aristóteles, se pregunte si el corazón es lo más importante del hombre: el caso es que parece serlo, pues es lo primero que vive y lo último que muere; además, es la fuente y principio de todo el calor y los alientos; por tanto, con razón se merece el primer lugar; en tal caso, el pecho y los hombros deberían ser el lugar y sujeto principal de las señales, y no los ojos ni la cabeza; así pues, o bien este libro no es de Aristóteles, o bien Aristóteles no es coherente consigo mismo, pues en otro lugar había dado la primacía al corazón, y no al cerebro. Responderemos que el corazón es la fuente, el origen y el principio de toda la vida y de todo el calor y los alientos, y que de él proviene todo cuando atañe a la conservación de la vida y del animal, pero las operaciones que se refieren a las potencias sensitivas y cognoscitivas se ejercen en la cabeza, donde se encuentra la sede de la práctica totalidad de los sentidos; por su parte, es probable que el lugar donde se ejercen las operaciones albergue igualmente los principios e instrumentos de esas operaciones, y sus señales; por tanto, con razón se ha dicho que el lugar princpal de las señales es el de los ojos y la cabeza, pues allí se ejercen las operaciones principales de la facultad cognitiva, primera razón del animal, aunque todas ellas dependan del corazón y se originen en él. Así pues, como el corazón también se altera y cambia con las afecciones de la ira, de los placeres carnales y de tantos otros deseos, como el deseo de honor y de lucro, cabe considerar que las operaciones de la potencia apetitiva se producen junto al corazón, y resulta razonable que las señales que demuestran las disposiciones de esta facultad se encuentren en el pecho y en los hombros, que llaman el segundo lugar de las señales, índice de las inclinaciones, disposiciones y cualidades de las operaciones propias del corazón y próximas a él.Acto seguido, junto a las piernas y pies.



[Cuestión]

  ¶   9

El tercer lugar, que nos facilita las principales cualidades de las inclinaciones de la potencia motriz, se encuentra en los miembros que atienden propiamente al movimiento, como las piernas y los pies, las manos y los brazos. Así pues, los de músculos torosos y los de pantorrillas contraídas hacia arriba son valientes, robustos y osados; en cambio, opinaremos lo contrario cuando las pantorrillas se dispongan al revés, y los tacharemos de temerosos y débiles; la osadía, por su parte, se encuentra en la operación, y la operación en el movimiento.



  ¶   10

El último lugar atañe a la fuerza que llaman vegetativa, bastante alejada del vicio y de la virtud razonable; así pues, las señales que acusan los instrumentos de esta facultad denotarán poca cosa sobre la disposición de las virtudes y los vicios, pero muchas y muy ciertas sobre la fuerza nutritiva y generativa; por tanto, resulta razonable atribuir el cuarto lugar a estas señales del vientre y del pubis, pues se refieren, de por sí y primeramente, a la facultad vegetativa, y en segundo lugar y por accidente, a lo referido a las demás potencias. Todo esto corrobora cuántos son los lugares que nos ofrecen señales, y cuál es su distribución.Estos lugares, por así decirlo, demuestran señales muy evidentes en que también se advierte el decoro de mucha prudencia.



  ¶   11

Quinta parte de esta enseñanza, en que desarrolla la conclusión general y propone una razón para reconocer el lugar principal de las señales que atienden al arte fisionómica, a saber, el que demuestra el decoro de la mucha prudencia, esto es, el que acusa la recta razón, pues la recta razón supone prudencia en las cosas activas, y en ocasiones, abusando de este nombre, decimos que toda recta razón es prudencia, especialmente con el término griego φρονήσις. El decoro y la luz de la recta razón, creo, se dejan ver en el rostro, y consisten principalmente en lo siguiente: cuando las partes del rostro de un individuo gozan de una disposición conforme a natura, y por estas partes entiendo, principalmente, la frente y los ojos, que acusan una composición loable en los inidividuos de recta razón, este mismo individuo acusa el esplendor de la recta razón; así describe Terencio a Quéreas en el Eunuco. Así pues, si la disposición y naturaleza de los miembros del rostro o de todo el cuerpo valen el decoro, la nobleza y la forma generosa del alma racional, valen una disposición recta, natural y continua, o valen las cualidades opuestas a las anteriores, estos mismos miembros son los que nos pueden dar señales muy ciertas para juzgar las afecciones e inclinaciones humanas a la virtud y al vicio.



  ¶   12

Pues bien, como la frente y los ojos son partes que demuestran el fulgor, la quietud y el decoro del alma racional, y los opuestos de estas cosas, cabe deducir que la boca, los ojos y la frente son los lugares de donde puede tomar señales muy ciertas quien desee juzgar correctamente las inclinaciones humanas a las virtudes y los vicios. Por su parte, comprenderán abiertamente que la frente y los ojos acusan el decoro, el esplendor y la afección del alma racional, y sus opuestos, quienes lean la historia de Attionilo de Romano: dicen que este, antaño, en su primera juventud, fue muy plácido, y que tuvo unos ojos hermosos y alegres; luego, más fiero tras continuas matanzas, habiéndose vuelto un tirano muy inhumano, sus ojos se volvieron tan oscuros, amenazantes, salvajes y tristes que nadie podía aguantarle la mirada. Asimismo, vemos que los hombres criminales y ladrones tienen un no sé qué de turbio y horrendo en los ojos, que nos lleva a pensar que su alma se ve afectada de modo contrario a natura, de modo que los juzgamos pésimos y salvajes.



  ¶   13

Pues bien, esto es, ilustrísimo señor, cuanto he podido aportar al libro de la Physiognomia de Aristóteles; cuanto bueno hubiese, atribúyase a la divina gracia; cuanto malo, acháquese a mi insipiencia e ignorancia. Ciertamente, solo una cosa confieso de espíritu, y es que no he pretendido afirmar o enunciar nada contrario a la fe católica, a los concilios y a los decretos de la santa madre Iglesia; a su vez, si se advirtiese algo que los contraviniese de algún modo, lo revoco completamente, lo anulo y aseguro haberlo dicho por descuido o ignorancia. Y así acabo, en loa a Dios omnipotente y la beatísima virgen María, protectora y abogada nuestra, cuyo nombre glorioso sea alabado por siempre.